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Pero siempre tendremos París por Marbius

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15.- Antídoto y veneno.

 

Georg gimió.

Apoyado con ambos brazos sobre el colchón y los pantalones con bóxers incluidos hechos un bulto a la altura de los tobillos, Georg se deleitó más con el sentido de la vista que con el del tacto, porque la verdad fuera dicha, Gustav no era un talento innato en el arte del sexo oral. Al menos cuando de otro varón se trataba.

Era agradable, sí, y húmedo, de eso no había dudas. Lo que le faltaba en experiencia, Gustav lo suplía con trucos de su cosecha e imaginación. Sin dientes, claro estaba, porque era hombre y sabía del riesgo que corría en recibir un puñetazo si se atrevía a recorrer la suave piel con los incisivos o los caninos, pero sin ir más allá de los primeros cinco centímetros de longitud, ya fuera porque hasta ahí llegaban sus reticencias o porque tenía muy sensible el reflejo a la náusea, y para Georg, que modestia aparte tenía un pene que sobrepasaba la media, eso era frustrante como mínimo.

—Mmm… —Volvió a gemir cuando la lengua de Gustav rodeó el glande y se demoró en el frenillo. Seguro era una técnica que a él le gustaba y que por lo tanto creyó que era infalible, y no estaba equivocado.

—Agárralo de la base —pidió Georg, y al instante la mano izquierda de Gustav se le ciñó en la parte baja, dejando así una buena porción para hacer con ella lo que le viniera en gana.

Gustav liberó su miembro con un chasquido húmedo, y sin levantar la vista reveló una gran aprensión que le impedía concentrarse en su labor.

—Yo no… Sé que dije que deberíamos de quedar en condiciones iguales, pero en la boca no… Uhm, no me siento capaz…

—Te avisaré —murmuró Georg con afección, dispuesto a renunciar a esa vieja fantasía con tal de conseguir que los labios de Gustav se volvieran a cerrar sobre su pene.

Gustav cumplió su deseo, y con renovada confianza volvió a la carga. Usando su otra mano, tentativo tocó ambos testículos del bajista hasta que se habituó a su forma y textura, y pasó de roces tímidos a un masaje sensual que hizo a Georg respirar agitado.

Como si dentro de sí se hubiera soltado el seguro de la compuerta de sus recuerdos, Georg rememoró la primera vez que se había visto en una situación similar.

Su nombre había sido Theo, un compañero de clase con quien hasta hacía un par de semanas no sabía nada más que su nombre, y así habrían seguido de no ser porque les tocó trabajar en parejas para un proyecto de geografía en la clase de francés en donde tenían que exponer de un país en ese idioma. Por sorteó les tocó Perú sin saber que muchos años después le tocaría pisar su capital gracias a la banda y lo bien que la pasaría ahí, pero por aquel entonces nada le interesó de su gentilicio ni de la moneda local, y mucho menos de su lista de importaciones y exportaciones cuando apenas sabía dónde se localizaba en el mapa. Un par de veces se reunió con Theo en la biblioteca después de clases, y fue así como bajo una nueva luz apreció que su compañero de curso guardaba un cierto parecido con Gustav, a quien por aquel entonces apenas conocía de un año atrás, pero de quien estaba encaprichado desde el primer día, y por supuesto no le había confesado nada de su atracción por él para no arruinar el buen ambiente en la sala de ensayos.

Georg no había definido por aquel entonces lo suyo por Gustav como amor, pues más que mariposas en el estómago, lo que le daban eran ganas de buscar cualquier pretexto para tocar su piel sonrosada y sudorosa después de la práctica, o si era afortunado, compartir la toalla con la que él se limpiaba la transpiración después de las sesiones más intensas. Era una atracción entre hombres que nada tenía que ver con escribir sus nombres dentro de un corazón y suspirar como colegiala cada vez que sus miradas se encontraban por encima de sus instrumentos, sino más bien con un deseo primitivo de saciar el picor que le daba ya tarde en la noche cuando pensaba en él y acababa masturbándose y murmurando su nombre entre dientes contra la almohada.

Con Theo no iba a ser igual, no era de ese tipo de capricho que estaba hecha para perdurar, y por ello a Georg le resultó tan fácil sopesar sus probabilidades e invitarlo a su casa una tarde en que su madre llegaría con retraso del trabajo. Aprovechando que a su proyecto sólo le quedaban los toques finales, Georg se las arregló para proponer una película de acción con un par de escenas subidas de tono y el resto cayó bajo su propio peso…

Georg se lanzó en pos de Theo, quien después de ponerle la mano en la pierna, terminó por ponérsela en otro lado. Y así sin más anotó Georg en su lista de conquistas a Theo, y a lo fácil que había resultado conseguir de él un par de besos húmedos. Más adelante llegaron otro tipo de encuentros, y aunque no fue con él con quien perdió la virginidad, Georg no pudo evitar que su nombre y su figura le volvieran a la memoria, porque el ancho de sus hombros y el rubio de su cabeza guardaban semejanza con el de Gustav, quien había hecho suyo el sitio entre sus piernas y se esforzaba cada vez más en introducirse su miembro en la boca. A base de terquedad, Gustav ya había avanzado un par de centímetros, y de seguir así, no tardaría en rozar su propia mano con la que seguía sujetando a Georg en su lugar.

El bajista le acarició detrás de la oreja, y con temblores en las piernas, admitió que para ser su primera vez, lo que no destacaba en práctica, lo superaba con entusiasmo.

De la calle, el ruido de los últimos vehículos de un domingo por la noche era más perceptible que los de dentro de la habitación, y Georg se vio tentado en detener a Gustav y darse por bien servido con lo que ya había hecho, pero entonces Gustav venció su resistencia final, y la timidez de sus acciones pronto se convirtió en una adicción de cuánto podía hacer que Georg gimiera en su honor.

Los músculos del estómago de Georg se contrajeron, y el bajista jadeó. —Gusss…

Una advertencia, que más clara no podía ser y de la cual a Georg le habría gustado desdecirse, pero tampoco quería enfurecer a su amigo con una traición de ese calibre; aunque le pesara, iba a respetar su petición.

Gustav se retiró, y el cambio de temperatura entre la boca del baterista y el ambiente hizo que Georg siseara, pero se recuperó en una fracción de segundo. Sin perder tiempo en nimiedades, Georg rodeó su miembro con la mano derecha y se masturbó en movimientos cortos y frenéticos hasta que la inminencia de su orgasmo le hizo contraer los dedos de los pies contra la alfombra, la misma alfombra donde apenas una hora atrás habían cenado y compartido una charla amena de amigos.

Con Gustav apoyando la mejilla en uno de sus muslos desnudos, costaba creer que pudieran continuar dentro del mismo estatus, pero ya era tarde para arrepentirse, y de paso, Georg no iba a ser el que le pusiera un alto a lo que estaban haciendo.

Con vergüenza, pero también alivio de no saberse juzgado por mostrar su apetito sexual tal como era, Georg se corrió en una sola explosión de placer enceguecedor que le hizo morderse el labio inferior para no murmurar algo tan terrible como el nombre de Gustav, o algo peor, como repetir que lo amaba. En sus dedos cayeron las gotas de semen, y Georg continuó con sus caricias hasta que el gozo se volvió abrumador y por fin pudo bajar de la nube en la que se encontraba.

Respirando con dificultad, Georg gimió una vez más, atento a una gota de sudor que le rodó desde la sien por la quijada y quedó pendiendo de la barbilla.

—Ah…

—No pensé que pusieras esa cara al correrte —comentó Gustav desde su sitio, los ojos lánguidos y expresión neutra de quien ya está más allá de cualquier pudor, ya sea propio o ajeno.

—¿Cuál cara?

—No podría repetirla sin que creyeras que no me burlo de ti, pero… de gran concentración, y luego de gran alivio cuando por fin… tú… ya sabes.

—Oh.

—Sí, oh.

Luego de una larga sucesión de silencios incómodos por los que habían pasado en las últimas veinticuatro horas, Georg tuvo que resignarse a en lugar de bajar la mirada, fijarla en el techo, al menos mientras Gustav se retiraba de su muslo.

—¿Quieres una toalla? —Preguntó Gustav, atento a su fastidio.

—Por favor, con una punta mojada para-…

—Soy hombre, yo sé para qué. Vuelvo en un momento.

De pie aunque al parecer sufriendo de un calambre por la postura que se había visto obligado a mantener, Gustav fue cojeando al baño, y en cuestión de medio minuto volvió con una toalla de mano que escurría agua de uno de sus costados.

—Gracias. —Georg se limpió el dorso de la mano, y también con mucha discreción el pene. Revisó dos veces por si acaso no quedaban rastros de su semen en otro lado, pero no encontró ninguno—. ¿Y ahora qué?

—Mmm —respondió Gustav y nada más—. Tu turno, supongo.

—Y entonces me deberías una mamada más para la hipotética siguiente pelea que tengamos. No que suene mal, pero… no creo que sea así como los amigos solucionan sus conflictos.

—No, pero… —Gustav sonrió de lado—. Sería genial.

—Gus… Más seriedad, por favor. Al menos por hoy.

—Vale, vale… Pero iba muy en serio con lo de… tú sabes, regresar el favor.

Georg se le quedó viendo con los ojos grandes y la boca entreabierta. —¿En serio?

—Muy en serio. —Gustav metió las manos en los bolsillos de sus jeans y se balanceó sobre sus talones—. La última vez que lo hiciste estaba tan ebrio que no tengo más que flashazos vagos de lo que ocurrió. Lo único que sí tengo claro es que ha sido la mejor mamada que me han dado en todo el condenado mundo, y quiero comprobar si es realidad o sólo una exageración.

—Uhm… —Georg se pasó la lengua por el labio inferior, salivando en exceso por la posibilidad de repetir un sabor del que creyó jamás volver a tener otra degustación—. ¿Y si resulta que no y tus expectativas se van por el desagüe?

Los ojos de Gustav chispearon. —Francamente… lo dudo. Todos estos años, y sigues siendo el invencible ganador al título. Por algo debe ser.

Aunque sus recuerdos fueran vagos y retuviera sólo una fracción de lo ocurrido aquella noche en el autobús, Gustav no había podido olvidar del todo la sensación de Georg entre sus piernas lamiendo, succionando, haciéndolo gemir hasta perder el control. No era su momento de más orgullo en la vida porque había demostrado una faceta suya de la que no se sentía del todo cómodo en manifestar ante cualquiera, pero no le importaba confesarlo si con ello obtenía una repetición.

Georg por otro lado no estaba tan seguro de que fuera una buena idea, pero sobre su imaginaria balanza de lo que estaba correcto e incorrecto, había más razones de peso en el sí que sobre el no. Cierto, Bianca era un factor crucial en esa ecuación… Con ella de por medio lo lógico sería sentirse como escoria por lo que estaba por hacer con su novio, pero entonces Georg razonó que Gustav no era más su novio, que se estaban dando un tiempo, y que si así era, no era más que por propia decisión de Bianca, quien debió de preveer que sin un compromiso serio encadenándolo a su lado, Gustav sería libre como un ave de hacer y deshacer lo que le viniera en gana. Seducir y dejarse seducir con sexo oral por su mejor amigo en todo el mundo iba dentro de esa lista. Toda una puñalada trapera por la espalda de parte de Georg a Bianca, más si consideraba que había aceptado el encargo de cuidar de Gustav durante el viaje, y en su lugar se las arreglaba para introducirse en su cama, pero hacía rato que habían cruzado las líneas de advertencia y ya no había marcha atrás.

Por último, la conclusión a la que Georg llegó luego de diez segundos de angustiosa deliveración, fue que de nueva cuenta, iba a tomar lo que se le ofrecía en bandeja de plata, y que no había ninguna razón para sentirse culpable cuando ellos dos eran adultos, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, y lanzaban todo rastro de cordura por la ventana del séptimo piso de su suite. Gustav era quien se lo proponía, y por lo tanto, Georg iba a aceptar.

«No tengo remordimientos», pensó Georg, y en aquella admición se desprendió del último hilo de duda que todavía lo retenía. Correcto o no, iba a romper un compromiso consigo mismo que desde el primer día en que pretendió escribirlo en piedra, no tenía valor, porque bajo la dolorosa luz de la verdad, sólo quedaba el hecho desnudo de que nunca había superado a Gustav como le había hecho creer a éste, y en perspectiva, tampoco lo haría jamás.

Lo único que le quedaba era aferrarse a las migajas que Gustav lo ofrecía, oh, y Georg las aceptó como un viajante por el largo desierto a quien la muerte se niega a rozar, pero que igual sufre por alivio sin importar qué tan momentáneo sea.

—Bájate los pantalones —indicó Georg a Gustav, y éste se deshizo de sus prendas en tiempo récord.

Georg hizo lo mismo con las suyas, y después dio unos golpecitos al colchón, a su lado derecho. Una seña que Gustav interpretó su orden a la perfección, y sin más ceremonia pasó a sentarse a una distancia tal que casi le resultaba insoportable al bajista.

Hubo besos, sí, o al menos amago de ellos. Gustav lo intentó en repetidas ocasiones, pero Georg se las arregló para algunas veces desviar el rostro en dirección opuesta, y cuando no, en finalizarlos lo antes posible. Con la misma convicción de que los labios de Gustav eran el antídoto a su dolor, Georg también creyó adivinar en ellos un rastro de veneno, que de no tener cuidado con él, serían su ruina.

Sobre el cobertor de lujo que cubría la cama, Georg volvió a amar a Gustav de la única manera en la que se le estaba permitido por esa breve noche, y para ello se valió de todos sus trucos y práctica adquirida a lo largo de los años con otras personas, todas imitación de aquel al que hizo recostarse de espaldas y sólo dejarse llevar.

—Ah, Georg —jadeó Gustav cuando en tiempo récord Georg le llevó al paroxismo, y a diferencia de él, se encargó de no desperdiciar ni una gota de semen—. Carajo…

—¿Uh? —Inquirió éste apoyado sobre sus codos y relamiéndose las comisuras de los labios.

—No pensé que… Diosss… —Se desplomó Gustav con la vista fija en el techo raso.

—¿No pensaste qué en concreto? —Presionó Georg, caminando a gatas hasta que quedó sostenido sobre sus brazos por encima de Gustav. Una postura que en otras condiciones habría resultado extraña para ambos, pero que sin ropa de por medio, era sólo íntima.

—Te lo tragaste todo —dijo el baterista, manteniendo su mirada fija en la de Georg, a pesar de que a éste el verde de sus ojos se le perdía en lo dilatado de sus pupilas, pero eso daba igual tomando en consideración la escasa iluminación en el cuarto y el tinte fluorescente que le daba a sus cuerpos sudorosos.

—Todo, ajá —respondió Georg juguetón, con ánimo de una segunda ronda—. ¿Y qué? No es la primera vez. Tengo práctica y no me molesta si a ti tampoco.

—Ya, pero… Ni Bianca hace eso. Dice que es denigrante y casi siempre se retira antes de que yo termine, y cuando no… lo escupe en el retrete o el lavamanos. Donde sea en realidad.

—Pues vaya… —Murmuró Georg, indeciso si estaba en su derecho de opinar—. Yo también tuve algunas parejas que lo escupían, pero no todas, y tampoco creo que sea denigrante. Más bien cuestión de gustos; o soportas o no el sabor.

—Y… ¿sabe a qué?

Georg arqueó una ceja. —¿Es que nunca has probado el tuyo?

—Ew, no. Eso sería gay —dijo el baterista, pero apenas las palabras salieron de su boca, soltó una risotada.

—Seh, eso mismo —le chinchó Georg—. No eres quien para definir lo que es o no es gay desde tu posición actual, que estás con el agua hasta el cuello. Agua gay, por supuesto.

—No me jodas, que esa retórica no te va a funcionar conmigo. Sigo siendo hetero, aunque con dos marcas de color rojo en mi expediente, ¿o cuentan como una por tratarse de la misma persona.

—Hey, que buena pregunta —se encogió Georg de hombros—. Ni idea. Mira a quién se lo preguntas. Si no fuera porque te metería en líos y tendrías que dar explicaciones incómodas, yo te llamaría gay y me burlaría de ti por siempre y para siempre a partir de este momento, sólo para fastidiarte.

—Cabrón, qué amable eres —ironizó Gustav, a pesar de todo tirando de Georg hasta que quedaron recostados lado a lado y rozándose en áreas claves como las rodillas y la punta de la nariz.

—¿Crees que de verdad esto funcione?

—¿Esto como en-…? —Gustav suspiró—. Eso creo. Después de lo que hemos hecho, no siento pánico, sino más bien una conexión contigo. Te lo juro, Georg, en otra vida, en otras circunstancias…

—Si yo fuera mujer, ajá, eso ya lo mencionaste antes y no va a ocurrir, así que ni te pienses que me vas a aplacar con tus palabras bonitas porque tampoco te va a funcionar.

—Es… —Volvió Gustav a suspirar, y su aliento se estrelló contra los labios de Georg—. Una verdadera lástima.

Georg se guardó de opinar, y en su lugar decidió remover la tristeza que se estaba permeando entre los dos con una sugerencia diferente.

—¿Quieres hacer un sesenta y nueve?

—¿Un… ¡qué?! —Exclamó Gustav, pasando del asombro a quedar maravillado—. Joder… sí. Sí quiero.

—Oh, Gus —le tocó Georg poniendo la palma abierta en el centro de su pecho—. Por tu reacción, cualquiera diría que no lo has hecho antes. ¿O es que…?

—Ni un sonido más —le silenció Gustav, tenso de reacciones pero delicado acciones cuando pasó a tocar a Georg en el mismo punto que éste lo hacía—. Bianca no es…

—¿Aventurera? —Suplió el bajista.

—Tanto que jamás hemos hecho más de cinco posturas diferentes, o en un sitio público, o… anal.

—Oh.

—Pero no es que te lo esté proponiendo. Sólo…

—¿Pero te gustaría probar?

Gustav tragó aunque su garganta estaba seca y constreñida. —No es un sí…

—Pero tampoco es un no —finalizó Georg por él—, y está bien. Sin presiones. Que para eso somos —pausa— amigos. ¿Ok?

Gustav asintió. —Ok.

 

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