En la mañana, los sacerdotes fueron por Skoll a las rocas sagradas, impresionándose mucho más, al ver al niño envuelto en otra cama de flores de sangre, justo como la primera luna llena, en que se convirtió en sumo sacerdote. Pero, lo que casi conmociona a los doce hombres, fue ver al menor cubierto de un polvo rojo, a excepción del medallón que portaba en su pecho; incluso su cabello y la túnica blanca también tenía algunas manchas rojas muy notorias. Ninguno se atrevía a acercarse, pero, finalmente, Hakon, fue el que se acercó con suma cautela.
-Mi señor… – llamó con suavidad, era un hombre de veintinueve años, con ojos tan azules como el cielo y, desde que Skoll se convirtió en sumo sacerdote la luna llena anterior, era el que más lo respetaba y admiraba, pues desde hacía mucho tiempo él adoraba al albino, de una manera que le era prohibida – mi niño… – susurró, pues no debía llamar al menor de esa manera, ya que era una falta de respeto.
Skoll se removió sobre las flores y se sorprendió al ver al hombre de cabello morado, hincado frente a él, observándolo, con una dulce sonrisa adornando sus labios.
El albino se incorporó hasta quedar sentado; el miedo lo invadió, pensando que su padre había acompañado a los sacerdotes y lo castigaría una vez más, pero al ver que no estaba presente, se sintió aliviado.
-Lo siento… – se disculpó con rapidez – de… de nuevo me dormí – dijo con vergüenza.
-Mi señor – sonrió el ojiazul con emoción – de nuevo ha sido aceptado por el Dios del bosque… Esto es… ¡increíble!
Skoll observó alrededor, observando las flores y recordando, la noche que había pasado con Nyrn; sus mejillas se tiñeron de carmesí por los fugaces recuerdos al estar en los brazos de su deidad.
-Yo… – el ojirrojo observó sus manos que estaba cubiertas por el polen de las flores de Nyrn – necesito volver a casa…
-Permítame – anunció el mayor y ayudó al niño a incorporarse.
Skoll intentó dar un paso, pero sus piernas le temblaron, y la inquietud lo invadió, al sentir que algo escurría entre sus nalgas, humedeciendo su piel con lentitud; él y Nyrn habían pasado toda la noche disfrutándose, por tanto, su interior estaba completamente lleno de la savia del rubio. Aún así, volvió a intentar caminar, pero sintió que estaba por caer y se sostuvo de lo que tenía cerca, el brazo de Hakon; el sacerdote no se había alejado, manteniéndose al tanto de los torpes movimientos del niño.
-¿Se siente bien? – el ojiazul lo sostuvo con suavidad por la mano, pero al ver que el albino parecía tener dificultades para mantenerse completamente erguido, pasó la mano por su cintura sosteniéndolo con mucho cuidado – ¿necesita ayuda?
-Creo que… Creo que sí… – se mordió el labio – necesito ir a mi habitación, asearme y descansar…
El pelimorado no dijo nada, solo se movió, levantándolo en brazos y lo acercó a Ulltek, el sacerdote de cabello verde y el más anciano de todos, quien le retiró el pendiente al menor, con extremo cuidado, pues era el líder de los otros doce y debía ser el más cercano al niño, pero cómo Skoll era aun pequeño, su padre era el que se encargaba de los asuntos del templo aún y por ello, el peliverde hablaba más con Bartod que con su hijo.
Mientras Hakon llevaba al peliblanco a su palacio, los sacerdotes recogían las flores que estaban en el altar, pero ese día, a diferencia de otros, había algo más, algo que nadie pudo notar.
En una orilla del bosque, escondido detrás de los árboles, Nyrn observaba con molestia, al hombre de cabello purpura que llevaba a Skoll en brazos.
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