Natural por Ojou_Sama_F

Como cada luna llena, los sacerdotes llegaron ansiosos a las piedras sagradas, pero en esa ocasión, se encontraron con algo diferente y único. Skoll dormía apaciblemente sobre una cama de flores de sangre, pero también había unas flores distintas, unas que ellos jamás habían visto; aunque se parecían a las flores de sangre, la parte externa de estas, tenían los pétalos en color dorado. Los doce se observaron entre ellos, preguntándose qué hacer y Ulltek pasó la mano por su barba verde con rayos plateados, denotando que también estaba confundido.
 
Una vez más, Hakon se acercó al menor, pero esta vez, lo hizo con extrema precaución, pues, al no conocer esas flores, no sabía que podía ocurrir; aunque el niño estuviera tranquilo con ellas, la diferencia era que Skoll era el sumo sacerdote, mientras que él, solo uno más de los otros doce.
 
-Mi señor… – susurró, después de acuclillarse al lado del niño.
 
Skoll tenía el rostro cubierto de polen rojo, y su túnica también tenía rastros del mismo, pero, no parecía tener nada más, aún así, no respondió al llamado y parecía respirar un poco agitado.
 
-Mi señor, Skoll – volvió a llamar y, aunque titubeó, el ojiazul acercó una mano al rostro del niño con extremo cuidado.
 
Sus dedos apenas rozaron una mejilla y sus ojos se abrieron desmesuradamente, colocando la mano en la frente con rapidez, para constatar lo que había pensado en ese instante; el menor tenía fiebre.
 
-¡Está enfermo! – anunció con rapidez y sin pensar, lo levantó en brazos.
 
Los sacerdotes se sobresaltaron ante estas palabras.
 
-¿Deberíamos llamas al señor Eroim? – Naruk, uno de los otros se atrevió a hablar, pues se preocupó al ver al menor completamente flácido e inconsciente.
 
-No – el anciano Ulltek negó – no sabemos cómo reaccionará – dijo con precaución, pues sabía de antemano que el hombre podía castigar a su hijo sin importar que no estuviera en buenas condiciones – debemos dejar que el señor Skoll descanse, y hay que llevarlo a su habitación, para tratar su enfermedad…
 
-¿Serían esas flores extrañas? – Tolkser, otro de los sacerdotes más jóvenes, observó con preocupación el manto bicolor.
 
-No lo sé – el peliverde entrecerró los ojos, observando las plantas – pero lo sabremos si nosotros también enfermamos, pues hay que recogerlas, como siempre – los sacerdotes lo miraron asustados – llévenlas al templo, yo iré con Hakon para explicarle al señor Eroim lo que encontramos…
 
El anciano dio media vuelta, acompañando al pelimorado, quien llevaba en brazos al albino, aún sin despertar. No hubo palabras entre ellos, mientras caminaban hacia el palacete; ambos se notaban excesivamente preocupados.
 
Los otros diez hombres que se quedaron en las piedras, recogían con algo de precaución las flores, depositándolas en unos sacos de tela que llevaban para dicho trabajo.
 
Nyrn los miraba desde los árboles, pues se había quedado desde antes del amanecer, a velar el sueño de Skoll; cuando el ojiazul había dicho que el albino estaba enfermo, el rubio tuvo el impulso de salir a ver qué le sucedía, pues el niño estaba perfectamente bien cuando lo dejó sobre las flores. Pero estaba plenamente consciente de que no debía mostrarse y eso le molestaba.
 
A su ver, una vez más, ese hombre se aprovechaba para tocar a su pequeña flor y eso lo llenaba de una sensación que no podía describir; no eran celos, como le dijo el ojirrojo la primera vez, era algo mucho más fuerte, algo indescriptible. En su mente, una idea estaba adueñándose de todos sus pensamientos, quería ver a ese hombre de cabello morado, muerto; con eso podría asegurarse de que no volviera a acercarse a Skoll.
 
 
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