Natural por Ojou_Sama_F

Skoll estaba en la habitación más grande del santuario, desde siempre había sido la que él usaba como sacerdote y ahora, era dónde se preparaba a solas.
 
Detrás de una división de papel traslúcido, con marco de madera seccionado, estaban Ulltek y Hakon, quienes eran los únicos que habían podido apreciar los cambios del niño, a través de su silueta.
 
-Los movimientos de la tierra han cesado… – anunció el mayor, pues durante las últimas semanas, habían ocurrido algunos sismos ligeros.
 
-Las villas cercanas fueron notificadas con el anuncio que nos dió – prosiguió el pelimorado, tratando de mantenerse firme, para no ver hacia la puerta corrediza y observar la silueta del menor, a través del papel – no hubo ningún incidente y todos tomaron el hecho de manera tranquila.
 
-Está bien – Skoll ya se había cubierto con las esencias y se puso de pie, para colocarse la túnica de purificación – ya no va a haber más temblores – aseguró, pues Nyrn se lo había dicho la noche anterior.
 
El albino caminó hasta una pequeña silla y agarró una capa gruesa, para cubrirse con ella y salir del templo. Los dos sacerdotes lo siguieron y, al exterior, los demás hicieron lo mismo, acompañándolo a la entrada de la cueva, la cual, ahora tenía un biombo, dónde el menor se quitaba la capa para poder entrar; el ojirrojo tenía semanas haciendo ese ritual, todo para evitar que los sacerdotes vieran su vientre más de lo necesario, y, debido a su posición, nadie lo cuestionaba.
 
Skoll pasó todo el día en el manantial; su amdomen brillaba con intensidad y él se sentía sumamente tranquilo; había descubierto que, cuando estaba ahí, entendía con más claridad lo que la semilla quería decirle  disfrutaba sus ‘charlas’ con esa pequeña formación, llenándola de cariños y promesas.
 
Antes de que oscureciera, el menor salió; aunque realmente ya no necesitaba de la luz del sol, pues Nyrn había dispuesto muchas plantas luminiscentes para que le brindaran suficiente visibilidad y no tuviera ningún percance.
 
El peliblanco llegó a la entrada de la cueva, dónde el biombo estaba acomodado, pero aún faltaba su túnica para el ritual.
 
-Estoy aquí – anunció en voz alta.
 
Un joven sacerdote de cabello guinda, fue a dejar la túnica en una mesita que estaba ahí mismo, para que el niño pudiera alcanzarla, pero tropezó, tirando la prenda al piso y, evitó caer también, sujetándose del biombo; sus ojos se posaron en Skoll, quien se sorprendió de verlo. El ojirrojo se giró, tratando de cubrir su vientre de esos ojos dorados, que lo miraban con algo de asombro y terror, pues su figura era claramente definida, a través de la tela húmeda.
 
-Mi señor… – la voz del joven era un murmullo – está… enfermo…
 
Hakon lo sujetó del hombro y lo alejó – no tienes permiso de verlo – gruñó.
 
-¡Pero está enfermo! – sentenció con más seguridad – ¡hay que hacer algo!
 
-Naruk… – Ulltek lo llamó con seriedad – mi señor Skoll no está enfermo – negó – es un designio del Dios del bosque y no podemos hacer nada.
 
-¿Designio? – el joven señaló hacia el biombo, pues el pelimorado lo había obligado a alejarse un par de pasos, mientras él recogía la túnica para entregársela al menor, sin atreverse a mirarlo – puede morir, ¿acaso no recuerdan a la señorita Seren?
 
Skoll se sobresaltó al escuchar el nombre de su hermana.
 
-Si algo le pasa, ¿qué le van a decir al señor Eroim? – Naruk parecía demasiado conmocionado y consiguió que los otros sacerdotes también se pusieran nerviosos.
 
El biombo cayó, Skoll lo había empujado con fuerza y se quedó de pie, observando a todos los presentes; la túnica roja no estaba cerrada, así que todos podían apreciar el vientre abultado, debido a la prenda húmeda que no se había quitado.
 
Los sacerdotes bajaron la mirada como muestra de respeto, excepto Naruk, quien parecía estar viendo un monstruo.
 
-Yo estoy cumpliendo las ordenes de mi Dios – Skoll lo miró con altivez – sus palabras no pueden ser cuestionadas, sus acciones no deben ser criticadas y, si no puedes entenderlo, no eres digno de ser sacerdote de este bosque.
 
El joven sacerdote se sorprendió – me… ¿me está expulsando por señalar lo obvio? – frunció el ceño y su dedo índice apunto al vientre – eso es algo malo, ¡algo que puede matarlo si no hacemos algo al respecto! – gritó – su hermana pasó por lo mismo, su vientre se inflamó y tuvieron que llevarla al médico, pues estaba muriendo…
 
-Mi hermana no murió por esto – soltó Skoll con frialdad, aunque no estaba seguro de sus palabras, sabía que su hermana no había muerto, pues solo había desaparecido.
 
-¡¿Qué no lo entiende?! – Naruk estrujó los mechones de su cabello con desespero – Si es cierto que esto es obra de su Dios – soltó con sarcasmo – ¡es una maldición!
 
El albino se sorprendió al escuchar eso; sus manos se posaron en su vientre como si quisiera protegerlo de algo que le pudiese dañar. Le había dolido que dijeran que esa pequeña semilla, a la cual adoraba, era una maldición.
 
-Hakon… – Skoll se sobrepuso con rapidez y miró a su más fiel sacerdote – ordena, que le den su dote y envíenlo a la ciudad, él ya no puede estar aquí – el ojirrojo se giró y cerró su túnica con rapidez, ya no debía retrasar más el ritual, se le estaba haciendo tarde – Ulltek, tengo que ir a las piedras – sentenció.
 
Hakon y otros dos sacerdotes, se encargaron de sacar las pertenencias de Naruk del templo y guiarlo al palacio, dónde le entregarían la suma de dinero por sus servicios, después, lo enviarían a la ciudad en una diligencia. Mientras tanto, los demás, con el anciano Ulltek encabezándolos, realizaron el ritual de la luna llena, como siempre.
 
 
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