Apenas despuntó el alba, Bartod y los doce sacerdotes, llegaron a las rocas sagradas, sorprendiendo a Skoll dormido, sobre un manto de flores de sangre y cubierto, casi por completo, con las mismas. Era la primera vez en la historia de la familia Eroim, que algo así sucedía, incluso, no había registro de algo parecido en ningún otro clan; aún así, eso no sorprendió al peliazul, a pesar de que sus acompañantes estaban maravillados.
El líder de la familia, se acercó a su hijo y lo levantó con fuerza por el cabello; estaba fúrico por haberlo encontrado dormido. Skoll estaba descansando tranquilamente, sumido en un sueño profundo, que no se había dado cuenta de la presencia de los otros; gimió al sentir el tirón con el que su padre lo despertó y empezó a llorar con rapidez, por el maltrato que recibía.
-Lo siento… Perdón… lo lamento… – dijo con rapidez, para que el mayor no lo castigara más; movió sus manos para sujetarse del brazo de su padre y evitar que jalara con más fuerza, su blanca melena.
Bartod lo soltó inmediatamente; se había impresionado de ver al menor. Su hijo no portaba la misma túnica que había llevado el día anterior; al contrario, la ropa que portaba, destellaba con la luz del amanecer y se notaba que era de un material extremadamente delicado, posiblemente, desconocido. Parecían hilos de plata fina, así que lo sujetó de la parte frontal, dándose cuenta que era extremadamente suave al tacto, pero lo suficientemente resistente, para no romperse por ese tirón tan rudo.
-¿Qué le hiciste a la ropa sagrada? – preguntó entre dientes.
-Yo… – el ojirrojo tembló.
“Nadie tiene que saberlo… nadie…”
-No… No lo sé… No sé qué pasó… – respondió encogiéndose de hombros, pues ciertamente, ni siquiera recordaba a qué hora se había quedado dormido, en qué momento lo vistieron con esa túnica, ni mucho menos, cómo había vuelto a ese lugar – me… me quedé dormido, desde mucho antes de que la luna se alineara con la piedras – mintió.
El golpe en su rostro no se hizo esperar; Bartod lo golpeó con suficiente fuerza para partir el labio del peliblanco y que la sangre brotara, manchando no solo su piel, sino el manto plateado que lo envolvía.
-Esa túnica – siseo – había pasado de generación en generación, desde hace siglos, ¡para la ceremonia de sumo sacerdote! – gritó con ira – y solo llegas tu y me dices que, ¡¿no sabes qué pasó con ella?!
-Perdón… – sollozó el peliblanco, pasando el dorso de su mano por su labio herido.
Ninguno de los presentes dijo nada; ya sabían que el hombre trataba muy mal a su hijo, pero, no comprendían por qué estaba tan furioso en ese momento. Era obvio que el niño había sido aceptado por el Dios del bosque y él, no parecía orgulloso.
-No solo te quedaste dormido, cuando sabías que no debías hacerlo – prosiguió el hombre con el regaño – sino que has perdido una reliquia familiar, que costará mucho recuperar…
Skoll se encogió de hombros, temiendo un nuevo golpe; sabía que su padre no le iba a perdonar tan fácilmente lo de la túnica.
El peliazul sujetó a su hijo del brazo, levantándolo sin miramientos y de un tirón, le arrancó el medallón sacerdotal, entregándoselo a uno de los otros hombres, después llevó al menor hacia el palacete, mientras los otros sacerdotes, juntaban las flores de sangre, para convertirlas en inciensos ceremoniales, todo en silencio.
A ellos no les agradaba la manera en que el menor era tratado, pero, no podían estar en contra de la cabeza de la familia Eroim, aunque, después de ese día, tendrían que rectificar a quien debían obedecer, cuidar y proteger, pues Skoll ahora era el sumo sacerdote y uno a quien su Dios, había aceptado de una forma única, aunque, por ser menor de edad, aun dependería de su padre, para algunas cosas.
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