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Paraiso Robado. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

 

Avisos:

 

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

 

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje,  por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

 

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

 

Sin más les dejo con la historia, espero que les guste y mil gracias de antemano.

 

Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

 

***22***

 

Radamanthys despertó pocas horas después, la fiebre de su cuerpo había disminuido considerablemente, ya podía pensar con claridad como lo dijera su fiel arpía y su eterno alfa, quien yacía a su lado, recargado en una de sus almohadas, completamente dormido.

 

Con cuidado de no despertar a su amante, se levanto de la cama sin cubrir su cuerpo, estirando sus músculos al mismo tiempo que iba tomando nota de todos los destrozos que provoco en su habitación, todo lo que tendría que remplazar, aun su cava, la que se congelo instantáneamente quebrando las botellas de licor que en ese momento se desperdiciaba en su piso negro.

 

Lo gracioso era que no le importaba el desorden ni la destrucción provocada por su desesperado intento por detener la fiebre del celo, tampoco el castigo de la dama negra que para ese momento ya debería saber que castigo trataría de imponerle.

 

Pero  lo que si le preocupaba era el intruso en sus habitaciones, en su santuario, el saberse observado en aquel momento de intimidad con su alfa de cabello rosa, algo pequeño a comparación suya, pero cuya lealtad y honor le cautivaban, aun el cuidado que siempre mostraba con él.

 

La forma en que pronunciaba su nombre, todo el amor que sentía por él junto al respeto que le profesaba, cuando muchos otros hubieran aprovechado el poder que le otorgaba nombrándolo su alfa, tratando de dominarle sin cuidado alguno por su persona.

 

Radamanthys estaba seguro de quien era el intruso en su paraíso dentro del inframundo, quien fue a visitarlo sin siquiera anunciarse, el que le había visto entregándose a su alfa, quien carecía del poder necesario para enfrentarse a uno de sus rivales o tal vez, el único de ellos, porque en toda su inmortalidad a medias nadie más, ni aliado ni enemigo había estado interesado en tenerle para sus placeres.

 

Ni siquiera cuando era humano llegaron a considerarlo deseable, tal vez porque era el hijo de Asterión, tal vez porque su apariencia los intimidaba y preferían un omega delicado que pudieran someter con facilidad.

 

Sin embargo, recordando las palabras de Garuda se preguntaba si estaba en lo cierto y Minos, el que fuera su hermano en algún momento de su vida, en realidad lo deseaba a su lado.

 

De ser así, desde cuando quería poseerle y que hacía en sus habitaciones, con qué motivo ingresar a ellas cuando estaba comenzando su celo, para Radamanthys, por el momento, la mera idea de que Minos le deseara, era inconcebible.

 

Aun así era el único que podría entrar sin su permiso, que lo menospreciaba tanto como para violar la integridad de su cuarto, creyendo que no se daría cuenta de que les observo, no sabía por cuanto tiempo, pero sí que fue demasiado.

 

Valentine despertó sintiendo el frio de su cama, la pérdida de su amado señor en su lecho, creyendo al principio que solamente había sido un sueño esa gloriosa entrega, ese omega perfecto en sus brazos, él, que carecía de las cualidades que muchos imaginaban debía tener un alfa.

 

Llevo entonces su brazo a donde minutos atrás había estado recostado su amado Wyvern, sintiendo el vacio comerse su cordura de momento, haciendo que se levantara de pronto para poder admirarle desnudo, en medio de su habitación.

 

Las líneas rojas de su placer culpable remarcando la palidez de su amado señor, quien parecía absorto en sus propios pensamientos, haciendo que se preocupara de pronto, creyendo que tal vez le daría la espalda ahora que había logrado apaciguar su fiebre.

 

Sabía que ese temor era infundado, pero siempre existiría mientras la lealtad de su señor por su dios fuera tan inquebrantable como hasta ese momento, Valentine sabía que se trataba de un traidor, tal vez un hereje, pero a quien amaba sobre todo, a quien seguiría al mismo infierno era a su omega, no al dios Hades, ni mucho menos a Pandora.

 

— ¿Mi señor Radamanthys?

 

Radamanthys le ignoro al principio y levanto un hilo de cabello blanco del suelo corroborando sus temores, sin responder en un principio a la pregunta de Valentine, quien le observaba desde su cama con miedo, seguro que una vez hubiera saciado su cuerpo, parado el dolor de la fiebre que lo enloquecía, rompería su palabra, lanzándolo lejos de su cama.

 

— No me digas de esa forma Valentine.

 

Valentine asintió, sin saber que responder, notando como Radamanthys observaba algo en su mano con demasiado detenimiento, las marcas rojas de sus garras aun seguían frescas, algunas se abrieron cuando dormían, apreciando la palidez de su amo, cada uno de los músculos marcados de su cuerpo.

 

— Solo dime Radamanthys cuando estemos en nuestro lecho, recuerda que aquí yo no soy tu superior ni estoy por debajo de ti.

 

La arpía por un momento pensó en levantarse de la cama para ver que sostenía su señor, sin embargo, de pronto lo dejo caer con una sonrisa en los labios, una que siempre indicaba que su enemigo sufriría las consecuencias de su estupidez, al mismo tiempo que caminaba de regreso a su cama, parecía que aun no tenía suficiente.

 

— Yo no me entregaría a quien no considere mi igual.

 

Valentine asintió con una enorme sonrisa en su rostro, su temor disipándose como el humo, abriendo las cobijas para que Radamanthys regresara a su lecho, deseando sumergirse en su calor, pero conformándose con tenerlo a su lado, con que le permitiera admirarle desnudo, pacifico, como un dragón casi domesticado, una imagen que era sólo suya como su alfa y su más humilde sirviente.

 

— Yo seré tu omega hasta que ya no me desees más.

 

Pero, su omega y su señor, se detuvo a la mitad del camino hacia sus brazos, recorriendo esta vez sus rodillas, suponiendo que debía darle una oportunidad de cambiar de opinión, explicarle que Minos, les había observado.

 

— Mi promesa sigue intacta mi alfa…

 

Que Minos le deseaba, no sabía desde cuanto tiempo atrás, pero aun el propio Garuda estaba consternado por aquel sentimiento en su colega, en el primer juez del inframundo, quien era su espectro superior.

 

— Sin embargo, creo que te debo esto Valentine.

 

El espectro de cabello rosa trago saliva con dificultad cuando Radamanthys lamio su muslo, sus ojos fijos en los suyos, leyendo cada uno de sus pensamientos, sus deseos, con el don que Hades les había otorgado a sus jueces.

 

Sintiendo su amor y su lujuria arremeterlo con fuerza, haciéndole dudar, no quería perder aquel dulce sentimiento, su alfa era todo lo que necesitaba en un amante sin convertirlo en un sirviente, él no quería servirle a su compañero, sólo por aquel motivo, para no convertirse en un omega débil como los que vio en Creta a los pies de sus alfas era que le servía a su dios Hades.

 

Destrozando su cuerpo, aguantando los insultos de su hermana, entrenando hasta sangrar, esforzándose por ser un arma perfecta, tal vez un perro guardián, pero no un omega sumiso a los pies de su alfa.

 

A pesar de todo el tiempo que llevaba existiendo en ese mundo aun podía verlos, omegas de mirada perdida, ojos muertos a los pies de sus compañeros, todos ellos hermosos, todos delicados.

 

Recordaba un suceso en particular que le hacía temer por momentos que su destino hubiera sido diferente, la razón por la cual se esforzaba tanto en el ejercito de su dios, por tener su libertad y el alfa que le apetecía, no el que pudo violarlo usando su debilidad.

 

Asterión les hacia acompañarle en muchos de sus viajes de estado, quería que aprendieran a gobernar, a ser buenos lideres, ese día en particular tuvieron que asistir con un senador que vivía en un punto demasiado alejado de la capital, una localidad inmunda con una hermosa mansión en la punta más alta de aquellas tierras.

 

Ese senador tenía más de un omega, el menor tenía su edad pero todos habían sido domesticados durante su celo, sus ojos estaban vacios, nada se reflejaba en ellos y por un momento, tuvo que aferrarse a una mano, esa era la de Minos, quien pensaba comprendía su terror al comprender que eso podía pasarle a él también.

 

El era un omega y tarde o temprano tendría ese destino, pero de alguna forma pudo escapar de aquella pesadilla, casi por cada una de sus vidas hasta que encontró a su fiel arpía, su hermoso alfa que lo trataba con respeto.

 

El era un muchacho, apenas se había presentado su maldición y su padre Asterión seguía tratándolo como un igual, dándole la misma educación que a sus hermanos, tal vez no tuvo el corazón para darle la clase de lecciones que su madre en aquella vida sí pudo.

 

Un omega debía ser obediente, sumiso y hermoso, tenía que mostrar la misma clase de dedicación que él tenía en la guerra con su alfa, aceptar cualquier castigo, agradecer cualquier premio, someterse a la voluntad de un ser inferior sólo porque lo habían escogido para él o fue el primero en poseerle.

 

Aunque le gustaba el dolor y había buscado un compañero por mucho tiempo, aun siendo el heredero de una familia noble, esperaba que este fuera como Valentine, una criatura gentil que le respetara, pero al mismo tiempo le diera lo que su cuerpo le pedía, que supiera hasta que punto era suficiente, cuando el placer dejaba de serlo para convertirse en dolor, un premio en un castigo y nunca traspasara esa línea.

 

— Minos estuvo aquí, parece que me desea y si tú quieres, aun estas a tiempo de arrepentirte, yo no me molestaría por eso.

 

Le ofreció aun lamiendo su cuerpo, sus ojos amarillos fijos en los suyos, robándole la respiración, haciéndole tragar saliva al pensar que esta criatura era su compañero, que pensaba que algún día le dejaría libre, que lo abandonaría por cualquier motivo.

 

— Es más, te libero de tu promesa… 

 

Probablemente no entendía el amor que le profesaba, lo mucho que le amaba ni como espero durante su adolescencia por ser amado por su señor, admirándole desde lejos por miedo a ser rechazado y que le arrebataran la gloria de servirle.

 

— Eres libre…

 

Radamanthys era muy tramposo, le ofrecía una libertad que no quería al mismo tiempo que tocaba su cuerpo, dibujando pequeñas siluetas en sus muslos, tomando una dirección por demás apreciada, deteniéndose en su ingle, en donde mantuvo las yemas de sus dedos dando vueltas, esperando su respuesta.

 

— Ya se lo dije antes, no quiero las migajas de su afecto y no me conformare con una sola noche.

 

 El Wyvern se relamió los labios antes de besar su entrepierna, sosteniéndose de las rodillas de su amante, quien jadeo con sorpresa arqueando su cuello, cerrando los ojos, sintiendo como su omega, su amado señor lo chupaba, sus ojos cerrados, sus mejillas pintadas de rojo.

 

Sus manos abandonaron sus rodillas para sostener su sexo, acariciando sus testículos, moviéndolos como si se tratasen de pelotas en un saco, con cuidado, coordinando aquel movimiento con el vaivén de su cabeza, el cual iba aumentando de velocidad, chupándolo con mayor fuerza, deteniéndose de pronto cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, logrando que su orgasmo se retrasara e iniciando de nuevo cuando creía que ya había pasado suficiente tiempo.

 

Valentine abrió los ojos para ver el cabello rubio de su amado moverse con la cadencia de su boca, su sexo rodeado por sus labios, sus dedos jugando con sus testículos, sintiendo que aquella imagen era suficiente para llevarlo al clímax y de pronto, con las puntas de sus dedos recorrió su espalda, primero las líneas rojas, para después posarse en sus nalgas, su amado no era el único que les brindaría placer pensó con picardía.

 

Moviéndose de tal forma que logro llevar dos dedos a la entrada de su dragón, esta vez eran aquellos que tenían puesta la armadura, haciendo que aumentaran de tamaño, que la sensación fuera fría, casi dolorosa, logrando que su señor se detuviera, abandonando su placentera tarea para gemir por aquel contacto repentino, reanudando su tarea poco después entre gemidos apagados por su hombría.

 

Radamanthys llevo una de sus manos libres a su sexo, masturbándose con ella con rapidez, sin demasiada delicadeza, chupando con fuerza, presentando una imagen erótica que solo con verla su cuerpo se incendiaria por culpa del deseo y terminaría derramándose en esa boca de labios delgados.

 

No obstante Valentine había aprendido a no dejar que su cuerpo lo traicionara, sin atreverse a mostrar un ápice lo mucho que le deseaba cuando eran apenas unos muchachos, mucho menos cuando se trataba de su amado señor y en ese momento no quería que las atenciones de su Wyvern terminaran tan pronto.

 

Algunos minutos más faltaron para que Radamanthys eyaculara en su propia mano, redoblando sus esfuerzos por llevarlo al clímax relajo su garganta para que pudiera llegar un poco más adentro, sintiendo el vello púbico de color rosa haciéndole cosquillas en la nariz.

 

Valentine cuando su señor los cubrió con su semilla se limito a sostenerse de su cabello dorado, enredando los dedos en las hebras, recargado en la cabecera de la cama, sus ojos abiertos fijos en su amado para no perderse un solo instante de aquel glorioso placer.

 

Jadeando sin pudor, moviendo sus caderas con delicadeza, las que su amado dragón apenas podía sostener hasta que por fin ya no pudo más e intento separarse de aquella deliciosa boca que lo recibía no queriendo insultar a su omega derramándose en su boca, sintiendo como Radamanthys aplicaba más fuerza en sus dedos, tragando toda su semilla, sin dejar que una sola gota se derramara.

 

 Recargándose poco después en sus muslos, recuperando la respiración, sus ojos cerrados con una expresión de victoria, suponiendo que aquella había sido una clase de combate, uno por demás placentero.

 

— Debemos darnos un baño…

 

Valentine le ayudaría a darse un baño como en el pasado, pero antes debían reparar lo que su señor destruyo por culpa de su premura y de su indecisión, observando como medio cuarto era inservible, tanto como la cama que ya nadie podría utilizar para dormir, pero eso era trabajo de los sirvientes del inframundo, no de ellos.

 

— Hemos hecho todo un desastre, eso es cierto mi amado señor.

 

Radamanthys por un momento quiso quejarse, le había dado una orden, no quería que le llamara por su titulo en privado, sin embargo, de pronto escucharon como un intruso abría la puerta de sus habitaciones irrumpiendo por segunda ocasión en su paraíso.

 

— No dejes que te vean.

 

Sólo una persona lo importunaría de aquella forma, por lo que Radamanthys cubriéndose con su túnica de tocados rojos, mostrando pudor y respeto por el intruso se levanto con premura para que no ingresaran en su habitación, enjuagándose la boca con un vaso de licor que había dejado a medio tomar antes de zambullirse en la tina con agua del río congelado.

 

— Como usted diga mi señor.

 

Valentine se levanto de la cama y lo siguió, escondiéndose detrás de una pared, junto a su amado, quien solo atino a medio hincarse antes de recibir una fuerte bofetada, Pandora parecía sumamente molesta, su gato mascota muy entretenido.

 

— ¿Cómo te atreves a mentirme?

 

Radamanthys no respondió a ese insulto, sólo término de arrodillarse, sabía que su cabello no estaba presentable, que ella podía ver con bastante claridad la razón de su demora o su desobediencia, si es que lo hubiera mandado llamar cuando estaba con su fiel arpía, su alfa.

 

— Lo siento mi señora, pero no se dé que me está hablando.

 

Pandora llevo una mano a su rostro con un fingido gesto de nauseas, observando la magnitud del daño en sus habitaciones, estaba segura que debajo de la túnica estaba desnudo y que esa arpía estaba cerca, o lo estuvo hasta pocos minutos antes de su llegada.

 

— Tú no eres un perro, eres una zorra.

 

Radamanthys se quedo estático, no sostuvo su mejilla ni dijo nada más, sin comprender el motivo de la furia de su señora, porque parecía molestarse por esa sencilla noticia, pero no era su lugar juzgarla, eso lo haría su dios Hades, pero al mismo tiempo no creía merecerse un insulto como ese.

 

— Radamanthys de Wyvern, el único omega al servicio de mi hermano.

 

Pandora camino con severidad en dirección de la cama, notando las manchas y la suciedad de su encuentro de pasión, parecía que Valentine se le había adelantado a Minos, otra vez, probablemente usando su cercanía y la confianza ciega del juez de cabellera rubia, quien merecía un alfa de mayor poder, uno como el señor de los hilos.

 

— ¿Dónde está esa traicionera avecilla tuya Radamanthys?

 

Estaba a su lado, pero su señor le solicito que no lo vieran, por lo que no dijo nada, ni siquiera se movió, Radamanthys estuvo a punto de responder, peor Pandora lo sostuvo del mentón, sus ojos negros fijos en los suyos amarillos, tomando una decisión que no le gustaría al fiel Wyvern, pero suponía era lo mejor, no porque quisiera castigarlo al no confiar en ella, sino porque el único omega de su hermano, debía tener una pareja digna, no ese traicionero guerrero de cabellera rosa.

 

— No importa, estoy segura que Valentine jamás podrá mantener su dominio sobre ti, no cuando Minos te desea.

 

Eso era demasiado, aun para Minos, pensó Radamanthys, aun quieto con la rodilla en el suelo, observando fijamente al felino amanerado que tenía la suerte de ser un beta, no un omega, creyendo que eran falsas las suposiciones, probablemente ninguno de los omegas era femenino, o débil o delicado.

 

— El a diferencia de ese buitre comprende las jerarquías del inframundo y me visito para pedir tu mano, Radamanthys.

 

Radamanthys volteo a verla sorprendido, sin importar lo que hiciera Minos, o cualquier otro alfa, su señor había dado reglas muy claras, si existía un omega que tuviera un compañero, sin importar quien fuera, debía ser respetado.

 

A menos que se realizara una justa, en ese momento el ganador obtenía el favor del omega, sin embargo, al ser uno de los jueces del inframundo él podía pelear para defender a su pareja, por esa razón de existir algún espectro que le deseara, nunca se habían atrevido a retar a su fiel arpía, porque sabían que tendrían que vérselas con él.

 

— Y yo, por tu bien, y porque sé que no sabes elegir una pareja, acepte su propuesta.

 

Solo que las jerarquías en el inframundo eran de suma importancia y Minos, el era más fuerte, el tenía un puesto más alto en los círculos del inframundo, no temería enfrentársele como, sí lograba lastimar a su fiel arpía, no sería castigado ni le evitarían tomarlo para sí, puesto que se trataba de su superior, no porque fuera un alfa y él un omega.

 

— ¡Usted no puede dar esa orden!

 

***23***

 

Poco a poco fue quitándose la ropa, dejándola en uno de los muebles, perfectamente doblada, los músculos de su cuerpo marcados debajo de su piel blanca, demasiado tersa para el arduo entrenamiento que realizaba cotidianamente.

 

El agua de la tina siempre estaba fresca, a Cid no le gustaba estar sucio y sumergiéndose en ella fue calmando poco a poco el ardor de su cuerpo, la fiebre del celo, como cada año pasaría algunos días incómodos, preguntándose cómo era que había perdido su collar, aquel que sin duda no brillaría si el arquero lo tocaba, puesto que no era él quien debía acompañarlo en la eternidad.

 

— No debo pensar en él… pero aun así…

 

Le era tan difícil no pensar en Sisyphus, en su sonrisa, en su forma de hablar o moverse, en lo mucho que lo deseaba, porque aquella era la verdad, deseaba a su amigo como nunca desearía a nadie más.

 

Soñaba con él cada uno de sus celos, con ser poseído con amabilidad en algunas ocasiones, con fuerza en otras, pero siempre con el día en que le amara, una idea patética porque lo rechazo, de una forma tan simple que se preguntaba si en realidad era su alfa, si acaso no estaba equivocado.  

 

Oneiros intento marcharse, pero al ver como su espada iba desnudándose prefirió ponerse cómodo, esperar por el espectáculo que seguramente seguiría, el que empezó como todos los demás siempre lo hacían, con Cid ingresando en agua helada, una fea costumbre de muchos omegas, creyendo que de esa forma podrían calmar su deseo.

 

Cid cerró los ojos ignorando que le observaban, el dios del sueño, sin perderse un instante del sensual espectáculo que realizaba al ducharse, notando que primero lavo sus brazos, después su cuello, sonrojándose cuando pasó su mano por su pecho, llevándola en dirección de sus piernas.

 

Sus pensamientos en Sisyphus, en lo que se imaginaba que hubiera sido si él fuera su alfa, su compañero, si en realidad lo deseara como mucho tiempo atrás pensó que lo hacía.

 

Los movimientos de su alfa serían delicados pero firmes, primero trataría de tocar su piel, con cuidado de no asustarlo, después irían cambiando lentamente, convirtiéndose en algo posesivo, en puro deseo, recorriendo su cuello con su lengua, marcándolo con sus dientes pronunciando su nombre con lujuria que no reprimiría.

 

Oneiros se relamió los labios al ver que Cid llevaba su mano a su entrepierna, acariciando uno de sus pezones con las puntas de sus dedos, mordiéndose el labio.

 

Sus movimientos lentos, sensuales, sus gemidos apenas audibles en su habitación, obligándolo a acercarse un poco, arriesgándose a que lo descubriera, notando como a pesar de que ya le había dado placer, su hombría seguía despierta, necesitaba muchas más caricias.

 

Lo necesitaba pero no podía dejar que le viera, sólo admirarle desde lejos, soportando la tentación como cada año, esperando que muy pronto esa tortura terminara con su espada segura, atendida, hermosa en su frialdad y completamente suya, que por fin tuviera a su amada espada en donde debería estar.

 

El dios del sueño había sido seducido muchas vidas en el pasado por este mismo hombre y cada vez le era más difícil controlarse de no cometer una locura, de no seguir las órdenes de su padre o su tío.

 

Pero ellos no comprendían nada del deseo, ellos carecían de sentimientos, eran después de todo la muerte y el sueño, dos entidades que odiaban a la humanidad, así como a los dioses del Olimpo.

 

A la diosa pavorreal que forjo a esta criatura fuera de su alcance, no comprendía porque, pero poco le importaba en realidad, Cid sería suyo, no estaba dispuesto a dar marcha atrás en esta ocasión.

 

Menos cuando podía imaginarse a si mismo dándole placer, tocándolo con sus manos, sus piernas abiertas para darle cabida en esa tina, la espalda de Cid contra su pecho, a quien levantaría de pronto, empalándolo en su hombría, levantándolo y dejándolo caer, recibiendo gloriosos gemidos de sus labios.

 

Quebrando aquella fachada, trayéndolo a la vida, poseyéndolo como nunca nadie más podría lograrlo, llevando sus manos a su sexo, rodeándole con ellas para apurar el paso de sus caricias, detenerlo cuando estuviera a punto de derramarse en su mano, recibiendo de su amante una sonrisa, apenas perceptible, su deseo a flor de piel, apoderándose de su divinidad y de su cordura.

 

Cid le suplicaría por dejarlo terminar, por sentir su semilla en su cuerpo, llenándolo con ella, recibiendo mas gemidos, esta vez fuertes y claros, mostrándole su agrado, su aprecio, el placer que sus caricias, solamente las suyas, podían brindarle.

 

Pero él no tendría piedad, no dejaría de arremeter contra su próstata hasta que se hubiera saciado, llenándolo cuando por fin Cid no fuera más que un revoltijo de lujuria y placer, deseo por su alfa, quien solo entonces permitiría que tuviera un orgasmo, uno tan grandioso que perdería el conocimiento.

 

Poco después lo cargaría en sus brazos, llevándolo a su cama, para continuar con sus placeres, Cid no tendría un celo tranquilo, nadie lo dejaría solo en ese momento, porque él, que era un dios que moría de celos y lujuria por este hombre, no dejaría de poseerlo hasta que no deseara a nadie más, hasta que pudiera borrar el nombre del arquero de sus labios y solo recordara el suyo.

 

— ¡Sisyphus!

 

Pronuncio Cid, rompiendo el hechizo, logrando que el dios del sueño apretara los dientes, furioso por ser rechazado, aunque controlándose, su espada seguramente había crecido creyendo que el arquero debía ser su alfa, no lo recordaba, se dijo, no era su culpa pronunciar otro nombre cuando alcanzara el orgasmo.

 

Cid cerró los ojos después de limpiar su mano con el agua fresca de su tina, sin saber que la sombra que se había atrevido a besarlo cuando dormía en su cama seguía presente en aquella habitación, observándolo desde lejos, admirando su belleza, aquella que parecía nadie en ese santuario lleno de ciegos o idiotas comprendía como él hacía.

 

No podía dejar que le notara, pero aun así, debía encontrar una forma para ingresar en el santuario de forma segura para poder llevarse a su omega o en todo caso, provocar que su espada saliera de su santuario.

 

Estaba seguro que en ese momento tenía poder suficiente para derrotarlo, su espada aun no estaba del todo pulida y ese arquero vivía para esa diosa, ignorando su amor o su deseo por su vanidad.

 

Aun así su padre y su tío habían sido muy claros, no podían arriesgarse a ser vistos, aun no debían atacar, sino hasta que el ejercito del dios Hades hubiera mermado sus fuerzas, cuando los jueces iniciaran una disputa innecesaria por un guerrero que si bien era poderoso, no era la clase de criatura por la cual iniciarías una guerra como la de Troya.

 

Sin duda alguna, ese omega en particular era una contradicción a lo que se suponía eran los hijos de Hera, no como su hermosa espada de semblante adusto, pero de belleza incalculable.

 

Cuyo cuerpo creado para el amor y no la guerra se le presentaba como un banquete, tentándolo a dejarse ver, a llevárselo en ese instante en que descansaba sumergido en el agua helada de aquella tina, que habían acariciado su cuerpo con aquellas manos que pronto lo venerarían.

 

El no era un dios de los primeros círculos como su padre, pero sería el amo de su espada, el único que pudiera blandirla, su señor, su alfa, esta vez nadie podría arrebatarla de su lado, ni el propio Zeus o cualquier otro infeliz que quisiera robarle su tan añorado premio.

 

Cid poco a poco iba lavando su cansancio, aun estaba nervioso, creyendo que algo extraño pasaba en esa habitación, tal vez la fiebre no le dejaba darse cuenta de la razón de su malestar, tal vez solo era su imaginación, lo que fuera le hacía sentir vulnerable.

 

El intruso ya no pudo más y salió de aquella habitación, ya había visto suficiente como para hacerle querer ingresar en esa tina, apoderarse de su espada de pronto, cometiendo un error fatal que destruiría siglos de pequeños movimientos, insignificantes logros que les darían la oportunidad para lograr lo impensable.

 

Lo que su padre y su tío deseaban por sobre todo, pero que interfería con sus propios planes, por eso había conversado con ese santo dorado que amaba a un alfa que no podía tener, que lo despreciaba por el que debía ser su omega o eso suponía, ya que en ese preciso momento los dos se enfrascaban en la más vieja de las danzas, hiriendo a otro más.

 

Un hombre que caminaba en el abismo de la locura, sin darse cuenta que si acaso daba otro paso más se precipitaría hasta sumergirse en sus entrañas, ese hombre, porque después de aquella noche era obvio que aquel que deseaba no estaba hecho para él, podría servirle como el carnero lo haría por una oportunidad para seducir a quien amaba.

 

Después de todo él tenía razón, el amor y la lujuria eran fuerzas poderosas.

 

Después de todo su amor era lo que le ayudaba a poder fingir escuchar a su padre con tal de tener a su espada en sus brazos, a ese santo que en esos precisos momentos se complacía así mismo sin saber que su verdadero compañero, aquel que le deseaba con el ferviente ardor que debía sentir su alfa, se retiraba para no ser rechazado.

 

Esperando encontrar al segundo santo, al de géminis observando con pesar como la obsesión del poderoso lemuriano tomaba algo que pensaba le pertenecía, quien se había burlado de su confianza, de su amor, arriesgando su vida en el proceso si las advertencias de la supuesta sangre envenenada eran reales.

 

Así que tomando una decisión, supuso que lo mejor era visitar al segundo alfa despreciado, cuyo despecho le harían actuar de forma apresurada, tal vez no solo el despecho, sino la sangre venenosa que recorría las venas del santo de piscis.

 

Un hombre enamorado, como lo era el carnero y el mismo, nunca permitiría que lastimaran a su amado, eso era imposible para ellos, el tan solo permitirlo destruiría su cordura o su razón de ser.

 

Aspros no podía ser diferente, ese hombre, ese otro santo sería la otra llave que le permitiría ingresar al santuario a su voluntad una vez que los viejos ya no estuvieran, no solo eso, le permitirían recuperar su espada, a su omega, al mismo tiempo que ellos tomaban al suyo.

 

Uno enamorado de su verdugo, el otro nacido con un sexo contrario a su belleza, porque sin duda era una broma del destino que semejante beldad no fuera un omega, sino un alfa.

 

Pero aun los dioses se equivocaban, aun ellos no sabían que era lo mejor para sus creaciones o tal vez, su espectro omega debió ser un alfa y ese santo alfa un omega, lo que fuera, estaba hecho.

 

Y ese extraño giro en sus destinos le daba la oportunidad para tener lo que él, uno de los dioses del sueño deseaba, adelantándose a su padre o a su tío, quienes no podrían prever que serian traicionados.

 

***24***

 

El intruso en el santuario abandono el templo de su amada espada y descendió varios más, deteniéndose en la entrada del templo de Géminis, recibiendo un fuerte golpe del pobre idiota que creía que el santo de belleza innombrable sólo protegía a su compañero omega, no que ese omega era de hecho, el amante y el alfa de su amado cangrejo.

 

***

 

Hola, ya sé que dije que actualizare los jueves y eso hare, sin embargo, los primeros de cada mes, agregare un capitulo extra como agradecimiento a sus lecturas, comentarios y kudos.

 

Además, les tengo unas preguntas.

 

¿Hasta el momento cual es su pareja favorita?

 

¿Por qué les gusta o no el omegaverse?

 

Otra pregunta.

 

¿De los alfa no correspondidos cual es su favorito hasta ahora?

 


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