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Paraiso Robado. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

 

Avisos:

 

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

 

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje,  por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

 

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

 

Sin más les dejo con la historia, espero que les guste y mil gracias de antemano.

 

Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***28***

 

El baño de agua helada duro varias horas, tantas que se quedo dormido, sintiendo manos invisibles recorriendo su cuerpo, como si lo acariciaran sin su permiso, la misma sensación que siempre tenía durante sus celos, la que lo hacían peor de lo que debían serlo.

 

Al abrir los ojos por unos momentos sintió que alguien estaba a su lado, sus manos en sus hombros, un cuerpo detrás del suyo, abrazándolo, haciéndole sentir como un prisionero, como si alguien más, alguien que deseaba hacerle daño se materializara a sus espaldas.

 

Trato de salir del agua, pero no pudo, algo se lo evito y de pronto, la misma sensación que nublaba sus sentidos susurro algo que no comprendió, pero le lleno de miedo, miedo por él, pero también por su alfa.

 

—Vuelve a dormir mi dulce espada...

 

Y aunque pareciera extraño, eso hizo, volvió a perder el sentido, medio sumergido en el agua fría de su bañera, soñando esta vez en un mundo oscuro, una realidad ajena a su comprensión, la que parecía jalarlo hacia ella, como si se tratase de un remolino, como si estuviera a punto de ahogarse.

 

— Cid… Cid… mi pequeño…

 

Una voz de mujer de pronto le llamo y unas manos cálidas, como se imaginaba se sentiría el abrazo de una madre lo rodeo, alejándolo de la oscuridad.

 

— Debes despertar…

 

Cid de nuevo obedeció al extraño, esta vez una mujer, con una voz hermosa que le hacía sentir paz.

 

— Ven conmigo pequeño…

 

El santo de capricornio no supo cómo se vistió, pero de pronto, como si se hubiese saltado esos pasos salió de su templo esa mañana sintiéndose muy extraño, demasiado desorientado, como si hubiera olvidado algo que pensaba era de suma importancia, un asunto de vida o muerte.

 

Sus ojos lilas se posaron en los escalones, dudando si debía bajar o subir a las habitaciones del patriarca, algo extraño estaba sucediendo y no lograba entenderlo del todo, era casi como si fuera un sueño del que no podía despertar.

 

El cielo era diferente, parecía ser parte de un pasaje onírico, tan extraña era su naturaleza que respiro hondo, cerró los ojos y conto hasta el número diez, abriéndolos de nuevo para ver que nada había cambiado.

 

Todo seguía igual, un paisaje que simulaba el santuario pero no era el mismo, pequeños detalles que se veían diferentes, como la ausencia de vida en esas estructuras de mármol, cuando a esa hora siempre cantaban las aves, se escuchaba el sonido de sus compañeros de armas a lo lejos cuando entrenaban o mil pequeños detalles que no existían.

 

— Mis pobres niños…

 

Pronunciaron de pronto, una mujer como ninguna que hubiera visto, hermosa, alta y esbelta, demasiado hermosa para ser un humano común, cuyo cabello largo caía grácilmente debajo de un casco con motivos de un pavorreal.

 

— Mis pobres bebes…

 

Su armadura era un vestido con plumas metálicas de pavorreal, de mangas largas y alas que hacían de estola, con un abanico en su mano derecha, el cual parecía estar afilado, lo que portaba sin duda era una armadura divina, como aquella que decían su diosa vestiría cuando ocurriera la primera guerra santa.

 

— Parece que nunca entendieron mi regalo y aun siguen cazándolos como si no fueran más que presas.

 

La sorpresa en el rostro de Cid habría sido cómica de no encontrarse solo, junto a la diosa de los nacimientos, la que se veía demasiado afligida por su dolor, cuya belleza era sin duda equiparable con la que mencionaban en los mitos.

 

— ¿Por qué nos has hecho esto?

 

Pregunto armándose de valor, debía escuchar una razón que fuera convincente, que explicara la forma en que los suyos sufrían en las manos de muchos alfas de ese mundo, lo injusto que era no tener un compañero, sino un verdugo.

 

— Yo quería que fueran amados, pero los mortales siempre encuentran la manera de torcer mis favores, haciéndolos repulsivos.

 

Hera de pronto toco su pecho, notando que su perla se había perdido en algún lugar de su pasado, dejándolo a la expectativa, indefenso ante cualquier alfa que dijera poseerle, de las mentiras creadas por los mortales para controlar sus favores.

 

Mortales que actuaban siguiendo las órdenes de Zeus, quien deseaba que todos sus hijos perecieran o fueran castigados por no ser él quien los engendro, por ser creados sólo por la gracia de su esposa en un acto que desafiaba sus reglas.

 

— Convirtiéndolos en una maldición…

 

Cid no quiso creerle, solo Athena actuaba por el bienestar de los humanos, siendo Hera una diosa celosa, vengativa, capaz de realizar actos de naturaleza detestable, como lo era su regalo de dar vida.

 

— Pero descuida pequeño, tú tienes un alfa que te ama, que te quiere y que te protegerá del daño que se cierne sobre ti, eso nunca debes olvidarlo.

 

Cid apretó los dientes al escuchar su advertencia, su alfa estaba buscándolo, pero él no deseaba ninguno, ni siquiera si hubiera sido Sisyphus el indicado, el no necesitaba de nadie que lo comandara.

 

— Tu alfa no es tu dueño, el no debe comandarte como si te tratases de una posesión, no como este dios desea hacerlo.

 

Hera nunca visitaba más de una ocasión a sus hijos, se le tenía prohibido, pero a pesar de eso, ella sabía que sus pequeños estaban sufriendo, en especial estos dos, tal vez los primeros que engendro y eran los más queridos por ella, así que debía brindarles consejo, tal vez un poco de ayuda, aunque no quisieran recibirlo.

 

— Tu alfa te ama, pero aun no lo acepta y eso es muy triste en verdad, pero aun así, confía en él, porque yo se que te protegerá de aquel que desea ser tu dueño.

 

Cid guardo silencio, sintiendo como esa mujer acariciaba su mejilla, despejando su frente del cabello negro que la cubría, notando lo adusto de su expresión, lo solitaria que debía ser su existencia, sintiendo ganas de llorar por él, por uno de sus múltiples hijos en desgracia.

 

— El dirá que eres suyo, puede que hasta porte tu collar, pero no lo es, los dioses pequeño, nosotros no tenemos alfas ni omegas, solo mis hijos humanos lo hacen.

 

Hera en ese momento beso su frente, sonriéndole una última vez antes de desaparecer tan rápido como un parpadeo, con el cual su mundo se veía justo como debería ser, sólo con un detalle que al verle esbozo una sonrisa en sus labios.

 

Que le ayudo a ignorar aquella extraña visita, esa alucinación provocada por la fiebre del celo o por el cansancio sufrido por su último entrenamiento, aunque esas explicaciones eran absurdas, no quería pensar en lo que había dicho la diosa.

 

Sobre su advertencia del dolor que deparaba su destino, como si en realidad pudiera hacerlo, cuando desde la noche anterior sentía temor, un gusanito que se iba comiendo su seguridad, que le decía que algo o alguien le seguía, que debía tener cuidado.

 

— Regulus.

 

El pequeño león estaba sentado en las escaleras de su templo, parecía que hubiera dormido en ese sitio después de abandonarlo en sus habitaciones, quien al sentir que posaba una mano en su hombro despertó de pronto, dedicándole una de aquellas sonrisas tan suyas.

 

— ¿Pasaste toda la noche fuera de mi habitación?

 

Las que casi eran tan hermosas como las de Sisyphus, así como su entusiasmo, el que podía ver cuando se levanto de un salto para tratar de rodearle con sus brazos, tal vez darle un beso de buenos días.

 

—  Sí, creí que no era seguro dejarte solo en medio de eso…

 

Cid arqueo una ceja asintiendo poco tiempo después, avanzando en dirección de Rodorio, cuando sus instintos le gritaban que debía visitar al viejo patriarca, el sabría que significaba esa alucinación, pero tenía miedo, no quería que Sage le dijera que aquello fue real.

 

— Necesito despejar mi mente, entrenemos Regulus, así podrás ayudarme con mi dolencia.

 

Regulus no creía que fuera una dolencia, sino que lo veía como un milagro, sin embargo, no creía que Cid quisiera escucharlo, no cuando su humor había desmejorado tanto y pudo ver que su tío, en vez de tomar la oportunidad que le daban, retrocedía como haría un cobarde.

 

— Por supuesto, yo haría lo que tú me pidieras, Cid, cualquier cosa.

 

Cid asintió llevando sus manos a las bolsas de su pantalón, escuchando como Regulus corría detrás de él para alcanzarlo, sonriéndole, feliz por tener su compañía y una oportunidad para entrenar a su lado.

 

— Lo sé, a veces no sé porque lo haces.

 

Lo hacía porque lo amaba, porque lo admiraba demasiado, porque deseaba que algún día le dedicara la mirada que solo utilizaba con su tío, la que alguna vez sería suya, Cid solo tenía que ver que ya no era un niño, sino todo un hombre.

 

— Pero agradezco tu ayuda, Regulus.

 

Al menos ya no le decía chiquillo, eso en vez de agradarle, le hacía sentir sumamente triste, porque pensaba que no lo consideraba su igual, de esa forma nunca podría llegar a quererlo, ni siquiera un poco.

 

— No tienes porque, lo hago con gusto.

 

Cid sonrió de nuevo, una de esas raras sonrisas que a veces pasaban desapercibidas, pero para el eran como la dicha pura, nada era más hermoso que eso, porque sabía que poco a poco se iba haciendo con un pedazo de su corazón, si no con todo, se conformaría con una pequeña parte.

 

— ¿Regulus? ¿Cid?

 

Preguntaron de pronto, como si le sorprendiera verlos a los dos juntos en las escaleras que daban a la casa de capricornio, un alfa que no sabía cómo reaccionar, que por un momento hubiera deseado pedirle a su sobrino que se marchara, pero que no lo hizo, porque eso significaría abandonar a la pequeña Sasha y ella dependía de su protección, no así el que su alma le decía era su otra mitad, su omega.

 

— Sisyphus.

 

El santo de sagitario guardo silencio por algunos minutos, pero haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, observando el templo del patriarca, o al menos en aquella dirección, se obligo a dar varios pasos, alejándose de Cid, que estaba en la segura compañía de su sobrino, quien sabia, siempre había sentido una gran admiración por él.

 

— Te ves mejor que anoche Cid.

 

Cid no dijo nada, porque supuso que Sisyphus creía como el que su condición era una enfermedad, no era como Regulus, quien apretó los dientes con furia contenida, probablemente notando su dolor mucho mejor que su tío, quien volteando en otra dirección, se marcho, sin más, sin decir una sola palabra.

 

— Tengo que ver al patriarca, si no me apuro llegare tarde.

 

El santo de capricornio borro cada minúscula emoción que pudiera reflejar su rostro y empezó su camino hacia los campos de entrenamiento, dejando a los dos rubios solos en esas escaleras.

 

— ¡No lo entiendo!

 

Pronuncio Regulus furioso, notando como su tío se detenía de pronto, pero no decía nada en su defensa.

 

— ¡Eres un cobarde y un estúpido!

 

Sisyphus no creía que fuera un cobarde, porque constaba de toda su fuerza de voluntad alejarse de Cid como su deber se lo dictaba, pero después, cuando su diosa ya no lo necesitara, en ese momento podría perseguir su afecto.

 

— Mi deber es proteger a la señorita Sasha, no perseguir a Cid.

 

***29***

 

Sage trato de meditar que era lo correcto, que debía hacer para recuperar la cordura de sus alfas, quienes parecía que iban perdiéndose en el abismo de la demencia, siguiendo sus deseos, la lujuria que se comía sus corazones como si fuera una enfermedad.

 

Era como en el pasado y esta vez, su hermano mayor no estaba de su lado, parecía no reconocer la locura engendrada por las flechas de Cupido o el cinturón de afrodita, la misma clase de oscuro deseo que dio inicio a la guerra de Troya.

 

El anciano patriarca se levanto de su trono, estaba demasiado cansado, necesitaba recostarse y esperaba que en esta ocasión, ya no lo soñara, él estaba muerto, los dos lo mataron, pero aun así creía que nunca podría olvidarle.

 

No porque fuera su alfa como le gustaba llamarse cuando estaban en privado, sino porque aun seguía pensando en lo que hubiera sido de no poder vencerlo, si su diosa no los hubiera apoyado, si ella fuera tan pequeña como Sasha.

 

Su diosa podría lograr lo que él no, Sage lo sabía, sólo un dios podía destruir el embrujo de aquellos abominables objetos, si acaso era cierto, porque sólo era una suposición que había visto en los libros del santuario cuando era joven, cuando buscaba la forma de negarse al cortejo de Itia sin desobedecer sus órdenes.

 

Libros importantes que ya no estaban en donde deberían estar, que había buscado por su propia cuenta porque recordaba donde los guardo, pero quien podría ingresar a sus bibliotecas para esconder precisamente esos libros.

 

Tal vez Aspros buscando una forma de lograr su objetivo, ya que nunca menciono la cacería, él había prohibido ese ritual tan arcaico, tan primitivo, tan inmoral como lo era la persona que deseaba realizarlo.

 

El otro bien podría ser Shion, ese muchacho no era el mismo de hacia unos años, desde que Albafica comenzó a proteger a Manigoldo en sus celos, custodiándolo en su templo, el mismo tiempo que ese muchacho llevaba menospreciando a todos los omegas, tratando de encausar al atolondrado cangrejo a realizar la decisión correcta, como Gateguard le insistió a él que debía sentirse alagado por el interés del patriarca.

 

Sage se quito el casto y sus tocados, quedándose vestido con su túnica, mirándose en el espejo, ya no era hermoso como en el pasado, era viejo, aunque aun tenía fuerza para seguir adelante, su plan estaba trazado con demasiado cuidado, encerrarían a los dioses gemelos, derrotarían al dios Hades, su diosa permanecería viva y ellos obtendrían su venganza.

 

El patriarca seguía siendo esbelto, su cabello largo era sedoso, sus canas de un color plateado casi blanco, su rostro tenía algunas arrugas, como todos sus antecesores había envejecido con mucha lentitud pero no siempre fue así, en el pasado su piel era tan suave como un durazno, sus líneas delicadas y su cabello blanco azulado, era fuerte pero no demasiado, Hakurei siempre había sido mucho más musculoso que él y mucho mas varonil, el siempre fue delicado, algunos podrían llegar a decir que sus modales eran de cierta forma femeninos.

 

Pero eso era lo que se esperaba de un omega, que fuera delicado y dulce, consagrado al bienestar y la comodidad de su alfa, él no tuvo la libertad que sus muchachos tenían, en sus tiempos las cacerías eran normales, la esclavitud permitida, los hijos no deseados eran casi los únicos que nacían y ellos tenían prohibido portar una armadura de cualquier clase.

 

Ser un santo de Athena solo era para los alfas o para los santos de Piscis, el único omega del santuario con una armadura que lo protegiera, pero con él se hizo una excepción, después de todo era poderoso y Hakurei jamás acepto los puestos que se le eran entregados, ni la armadura de oro ni el puesto de patriarca.

 

Sage se recostó en su cama, cerrando los ojos para tratar de dormir un poco, estaba demasiado cansado como para mantenerse despierto, desilusionado con la orden que dio su hermano, hasta ese momento había sido un mejor hombre y lo había respetado, ahora creía que se trataba de sólo un omega que odiaba a los alfa.

 

Con la oscuridad él regreso junto con sus recuerdos, Sage podía verse subiendo las escaleras que conectaban y seguían conectando con su presente morada, era joven como en el pasado, apenas un muchacho, el en la actualidad se consideraba un niño, un poco mayor que Manigoldo cuando trato de mostrarle que la vida no era basura, la primera vez que lo llevo al Yomotsu.

 

El patriarca, un hombre que hasta ese momento consideraba virtuoso en cada uno de los aspectos de su vida, consagrado a la paz, a la justicia, a todo cuanto era digno de venerar lo esperaba cerca de uno de los balcones.

 

La mirada del santo de cáncer se poso en el por unos momentos antes de hincarse como señal de respeto, esperando ansioso recibir cualquier orden suya, pero esta no vino, el patriarca, cuyo nombre era Itia le hizo una señal para que se acercara a él.

 

Sage obedeció, no era su costumbre negarle nada a ese hombre que les había dado tanto a su hermano y a él, que los entreno en persona, que les enseño los ideales que protegían, seguros de que estos les traerían la paz.

 

— ¿Dime si no es hermoso?

 

Le pregunto de pronto realizando un acto que hasta el momento le parecía incomprensible, colocando ambas manos sobre sus hombros, guiándolo para que pudiera admirar la vista que tenía desde su templo, el último de ellos, desde donde se suponía que los patriarcas hablaban con su diosa cuando esta no había encarnado en una joven mortal.

 

 

— Lo es, gran patriarca, una vista muy hermosa.

 

Itia sonrió, era justo la respuesta que deseaba escuchar, caminando varios pasos para recargarse en un barandal de mármol, respirando hondo, como si la misión que Sage debía realizar ya se hubiera cumplido.

 

— Lo es y algún día esta hermosa vista podría ser compartida, tienen lo necesario para poder admirarla, espero que mucho después de que yo haya muerto.

 

Sage no supo que decir, no le gustaba la idea de perder al patriarca, pero al mismo tiempo era obvio que tarde o temprano perecería, los humanos, sin importar su fuerza o la sangre que corriera en sus venas, siempre morían.

 

— Pero he decidido que tú podrás admirar esta vista por las mañanas desde este día, hasta que Hakurei me remplace como patriarca.

 

Itia entonces dio media vuelta, sosteniéndolo por ambas manos y aunque era un hombre mayor, su fuerza era inhumana como la de todos los santos dorados, así como era mucho más alto, lo suficiente para poder invadir su espacio personal, amedrentándolo con la diferencias entre ambos, haciéndolo sentir pequeño a pesar de vestir una armadura dorada.

 

— No entiendo gran patriarca.

 

Su respuesta vino en forma de un beso en sus labios, el primer beso que recibía de cualquier persona, petrificándolo en ese instante, haciendo que jadeara, momento que Itia aprovecho para introducir su lengua en el interior de su boca, sosteniéndolo de la cintura y del cabello, tratando de ser amable.

 

— Eres mi omega.

 

Le informo cuando por fin se separo de su cuerpo, pero en vez de recibir la respuesta que su patriarca esperaba, Sage retrocedió varios pasos, sin entender porque decía esas palabras, su alfa era un santo de bronce, un hombre amable, que apenas si se atrevía a dirigirle cualquier clase de mirada, no el patriarca, quien frunció el seño al ver su conmoción.

 

— ¿Su omega?

 

El patriarca trato de acercarse a él, pero Sage mantuvo la distancia, preguntándose qué estaba pasando, porque parecía que al hombre que admiraba, que los había acogido en el santuario, de pronto lo habían intercambiado por otro diferente, quien aparentaba tranquilidad, como si lo creyera hasta de cierta forma confundido y al mismo tiempo se decía ser su compañero cuando él no lo era.

 

— Tu hermano trato de ayudarte a esconderlo, pero es inútil Sage, cuando llega el primer celo tu alfa te reconocerá, yo lo hice y espere a que  tu vinieras a mí, como es tu deber, el deber de cualquier omega.

 

Sage se debatía entre salir de aquella habitación tan rápido como pudiera o permanecer allí mismo, escuchando lo que Itia estaba diciéndole, que debió ir con él, buscarlo hacia varios meses, pero no lo reconoció como su alfa, él no era su alfa, su cuerpo se lo decía, su alma, él deseaba a ese santo de bronce tan insignificante como pudiera serlo.

 

— Pero ya no importa eso, aun eres muy joven y por eso no lo notaste, pero cuando llegue el siguiente celo si lo harás, en ese momento vendrás a mí, pero no te costara trabajo porque tú vivirás conmigo, en estas habitaciones, después de todo yo debo cuidarte.

 

Sage había escuchado historias, de lo maravilloso que sería, de lo mucho que desearía estar con su alfa, el fuego que lo quemaba, el deseo ardiente por ser suyo, el estremecimiento y también la paz, la seguridad que irradiaría, muchos omegas hablaban de eso, de lo que la diosa pavorreal decía cuando se les presentaba, como a él se le presento, pero a él no le dijo nada, no le mostro nada, sólo la vio y eso fue todo.

 

— No es mi alfa, gran patriarca, yo no lo reconozco.

 

Itia al escuchar esas palabras trato de tocarlo pero no lo permitió, retrocediendo lo suficiente para mantenerse alejado, temiendo que lo atacaría como decían que pasaba muchas veces, cuando un alfa que no era el suyo, no era aquel destinado a poseerlo se fijaba en un omega libre, cuando la demencia de los supuestos hijos de Zeus iniciaba, el momento en que la cacería no terminaría hasta que pudieran hacer suya a su presa.

 

—  Es comprensible que estés asustado Sage, pero te prometo que no perderás tu armadura y que la misión de darle hijos sanos al santuario es tan valiosa como pelear por la paz, contribuirás a cimentar las nuevas generaciones.

 

Sage por un momento supuso que debía obedecerle, era su deber como un omega aceptar el cortejo de un alfa, como uno de los santos dorados someterse  a las ordenes de su patriarca, sin importar cualquiera que fuera esta.

 

— ¿Es una orden gran patriarca?

 

Itia se detuvo a unos centímetros de distancia, recorriendo su mejilla con delicadeza al mismo tiempo que Sage volteaba para observar el cielo, preguntándose porque la diosa pavorreal decidió maldecirlo con ese padecimiento, porque el patriarca parecía ser su alfa, al menos, tenía el poder para convertirse en su compañero, aun por la fuerza.

 

— No quiero que esto sea una orden Sage, tú sabes que yo de verdad te aprecio.

 

El patriarca beso su cuello, colocando ambas manos en su cintura, riéndose cuando Sage reprimió un estremecimiento, respirando hondo, como si estuviera excitado o le tuviera miedo, pero era comprensible que un omega de su edad no supiera que hacer en ese momento, a pesar de todo era un santo dorado, debía comprender el honor que le estaba ofreciendo.

 

— Entonces no me lo ordene, sólo no lo haga.

 

Pero Itia no estaba dispuesto a rechazar la belleza de Sage, ni su siguiente celo, conociendo muy bien que se trataba de una criatura inmaculada, cuya belleza era deslumbrante así como su poder y él con sus más de dos siglos de vida podría guiarlo, convertirlo en un buen consejero para el patriarca, su ejemplo guiaría a los otros omegas del santuario, así todos sabrían como debían tratar a sus compañeros, ya no habría más omegas salvajes en esas tierras.

 

— Está bien mi pequeño cangrejo, cangrejito, sólo para que veas que yo te amo, esperare paciente por el momento en que tú vengas a mí.

 

Sage retrocedió a tiempo para esquivar otro beso del patriarca, despidiéndose como era su costumbre colocando una rodilla en el suelo, deseaba salir de allí, necesitaba ver a su hermano mayor, el sabría qué hacer, como escapar del patriarca.

 

— Mi dulce omega.

 

Capitulo 2.

 

Susurros en la oscuridad.

 

El patriarca despertó colocando una mano sobre su cabeza, últimamente no dejaba de pensar en Itia, no su enemigo, ni su mentor, sino el alfa que trataba convertirlo en su omega, el que se comportaba como lo hacía Aspros, acechándolo a cada paso que daba, pendiente de cada una de sus conversaciones, tratando al mismo tiempo de seducirlo, mostrarle que él debía ser su alfa y que debería sentirse alagado, después de todo era lo que suponía era un compañero perfecto.

 

El patriarca del santuario, un hombre poderoso y sabio, con riquezas inimaginables, un anciano lujurioso al que le temía.

 

***

 Muchas gracias a todos los que me han dejado comentarios, espero que sigan disfrutando de la historia y como lo prometido es deuda aquí está el nuevo capítulo.

 

Por lo que pueden leer Sage también sufrió la cacería pero en esa época solo tenía a su hermano para que cuidara sus espaldas, y el acoso que sufrió provino del mismísimo patriarca, el cual aparece en su gaiden,  les aseguro que no hay spoilers, por lo que no deben preocuparse por eso.

 

Preguntas…

 

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