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Paraiso Robado. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

 

Avisos:

 

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

 

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje,  por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

 

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

 

Otro anuncio, todos los jueves actualizare esta historia que espero les guste.

 

Sin más les dejo con la historia.

 

Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***8***

 

Kardia se movía deprisa utilizando su cosmos sin cuidado alguno, recorriendo el camino de regreso a su templo, no le importaba lo que Degel dijera, él sabía que su pequeño había muerto por culpa suya y no sería tan egoísta como para matar a otro fruto de su amor, ni quería imaginarse a un pequeño con los ojos de su padre que al final no nacería.

 

Tampoco quería pasar por los preparativos para el gran día de nuevo, arreglar su habitación con los colores que a los dos le gustarían, visitar tiendas con pequeña ropa de colores llamativos para comprar algunas cuantas prendas de color verde y otras rojas, buscar el juguete perfecto para ese hermoso tesoro creciendo en su vientre que nunca sería utilizado, mucho menos ilusionarse durante varios meses y de pronto que su pequeño espejismo fuera destruida por el fuego de su corazón.

 

Para que ese milagro se incinerara y el no pudiera hacer nada por salvarlo, sin importar los cuidados que tuviera, de todas formas no podría nacer, encontrando injusto, demasiado cruel tener ese don, conocer a su alfa, a ese maravillo ser que lo complementaba para que simplemente, de un momento a otro, lo perdiera.

 

Cid no estaba interesado en nada más que afilar su espada, Manigoldo en seducir a su gota de veneno a la que no podía tocar y el, aunque lo deseara de todo corazón, no podía darse el lujo de concebir, porque la fuerza que alimentaba su cosmos, era lo mismo que se comía su cuerpo y a su pequeño, si era tan egoísta para intentarlo de nuevo.

 

Degel creía que podía engañarlo con facilidad, crear un escenario perfecto para volver a intentarlo y convencerlo que no era culpa de nadie, que eso pasaba muy a menudo, las muertes de pequeños inocentes que simplemente no tenían la fuerza para soportar su propio crecimiento.

 

Pero no era así, el sabía que fue su culpa, lo sentía en su cuerpo, en su espíritu, por lo que no caería en su trampa, no se permitiría matar a otro hermoso fruto de su afecto, aunque muriera en deseos de cargarlo entre sus brazos, escuchar su risa o sus guturales intentos por pronunciar palabras y ver sus ojos brillando con alegría, comprobar que su don, era eso y no lo que sus dos amigos decían que era, una maldición cruel para castigarlos por crímenes que no conocían.

 

Kardia se detuvo en la entrada de uno de los templos, cerrando los ojos para obligarse a no llorar, imaginándose lo que su amado colega le ofrecía o sentirse culpable al rechazar ese nuevo intento de formar su propia familia en un sitio como el de sus sueños infantiles, antes de saber que se estaba muriendo.

 

Esa casa era hermosa, ese valle perfecto y de creer que habría una oportunidad para ellos de tener una familia lo intentaría, pero solo era una hermosa ilusión, una mentira en la que ya no debía creer, aunque Degel quisiera engañarse a sí mismo con ella.

 

Porque temía que si Degel comprendía que nunca tendrían descendencia, que no podía concebir terminaría buscándose a otro compañero, uno que no estuviera enfermo, que pudiera darle hijos sanos, como él se lo merecía y como su cuerpo lo traicionaba, esperaba que tarde o temprano se olvidara de aquella ilusión, solo se tenían el uno al otro, jamás podrían trascender en sus pequeños.

 

De pronto escucho unos pasos a su espalda y creyendo que se trataba de su amado se escondió, ocultando su cosmos así como su cuerpo para ver a Shion caminando con lentitud, completamente solo, su mirada cargada de angustia junto con algo de enojo cuya razón no comprendía.

 

— Shion.

 

Llamo su nombre, era uno de los alfas que mas detestaba por su comportamiento hostil hacia ellos, al principio creyó que se trataba de un buen hombre, pero ahora, que los trataba como sí no fueran más que una propiedad o extensión más de su alfa, estaba seguro que nunca más podría agradarle de nuevo y buscaba desesperadamente la forma de darle una lección a ese arrogante lemuriano.

 

— ¿Qué quieres omega?

 

Suponía que ese titulo era un insulto, aunque lo pronunciara con desenfado, casi con demasiada condescendencia, Kardia incendio su uña afilada, la cual brillaba de rojo, relamiéndose los labios antes de plantársele de frente, esperando que se molestara por ese atrevimiento.

 

— ¿Tienes un problema con eso?

 

Shion al ver que deseaba pelear con el no se inmuto, en vez de eso siguió con su camino, ignorándolo completamente, Kardia sabía que no debía pelear en el santuario, Degel se lo había dicho en más de una ocasión, sin embargo, nadie lo ignoraba, mucho menos ese santo en particular que tenía a los dos ancianos comiendo de su mano.

 

— ¡Pues yo si tengo un problema con tu actitud!

 

Respondió tratando de lastimar a Shion con el filo de su aguja, quien esquivo el golpe frunciendo el seño, tal vez no recordaba que fuera tan poderoso o se preguntaba cual era la razón de que un inofensivo omega lo atacara.

 

— Está prohibido pelear en el santuario Omega.

 

Kardia apretó los dientes con furia, atacando a Shion de nuevo, quien volvió a esquivarlo con demasiada facilidad, sin tomarlo en serio ni un instante, logrando que su sangre hirviera por la furia que sentía en ese momento.

 

— Así que ya no pierdas el tiempo con esos absurdos intentos por hacerme enojar, porque yo no peleare contigo, además, hacer que entres en razón es trabajo de tu alfa, no el mío.

 

Poco después Shion siguió su camino, usando su cosmos para alejarse con demasiada rapidez, bajando las escaleras en dirección de Aries, en la primera casa del zodiaco, haciendo que Kardia notara que provenía de nada menos que de Géminis, donde habitaba Aspros, el que parecía estar obsesionado del cangrejo que a su vez, amaba en demasía a la rosa de la que se había prendado el carnero.

 

— ¿De qué diablos estaban hablando ustedes dos?

 

Kardia estaba confundido, si esos dos habían hablado en el templo de géminis, eso quería decir que Aspros no deseaba que nadie lo escuchara y si eso pasaba, en ese caso, estaban escondiendo algo que podría ser importante.

 

E hubiera visitado al santo de géminis para sacarle algo de información si el dolor en su corazón no le hubiera advertido del peligro, sintiendo que su cuerpo ya no respondía como esperaba, recargándose contra el frio mármol blanco, esperando que eso pudiera enfriarlo un poco, pero sabía, era imposible.

 

— ¡Kardia!

 

De pronto perdió el sentido cuando su cuerpo llego a la máxima temperatura que podía soportar, perdiendo el sentido cuando su vista se nublo, sintiendo como dos brazos lo rodeaban con cuidado, sintiéndose a salvo aunque sabía que aun estaba enojado con aquella persona que lo cuidaba.

 

El santo de acuario cargo a Kardia entre sus brazos, enfriando a su amante inmediatamente, esperando que no fuera demasiado tarde, al mismo tiempo que lo llevaba de regreso a su templo, esperando que aquel aire frio fuera suficiente para que pronto recuperara el sentido.

 

Suponía que tenía que estar enojado por esa actitud infantil, por arriesgarse como lo hacía, por tratar de pelear con Shion y suponía por querer ir a encarar al santo de géminis, pero ese comportamiento furioso era exactamente lo que le llamaba, lo que compensaba su pasividad, su falta de interés por cuanto le rodeaba menos su misión y su promesa del pasado.

 

Kardia recargo su rostro contra su pecho, llevando una mano a su corazón y otra al suyo, sonriendo ligeramente al saber quien lo cargaba después de haber destruido uno de sus libros e intentar lastimarlo, sin importarle las consecuencias a su salud.

 

— No quiero matar a otro bebé, por favor…

 

A veces Kardia olvidaba que no era el único que sufrió por esa perdida, pero sabía que la peor parte la llevo él, cuando perdió a su pequeño por adelantarse demasiado, aun eran demasiado jóvenes, sus cuerpos no estaban preparados para el nacimiento de un pequeño, así que era obvio que sufrirían una perdida como esa, pero su amante no lo escuchaba, empeñado en culparse por eso, cuando en realidad, no tuvo la culpa de nada, esta vez no fue su enfermedad.

 

— No lo hago por eso Kardia.

 

El precioso peso entre sus brazos negó aquello con un movimiento de la cabeza, estaba seguro que lo único que deseaba era un pequeño propio, los dos ambicionaban tenerlo, pero al mismo tiempo, Degel no trataba de alejar a su amado del santuario por eso, sino porque no deseaba perderlo, no podría soportarlo y su amor no quería escucharlo.

 

— Mentiroso.

 

Kardia restregó su frente contra su cuerpo, dejándose envolver por el congelado cosmos de su compañero, el cual inmediatamente lo hacía sentir mejor, pero no por las razones que él se imaginaba, sino porque le recordaba que no estaba solo, que lo cuidaban y lo consideraban un guerrero de la misma forma, algo precioso y temible.

 

— No puedo perderte Kardia, no lo soportaría… sin ti, no creo que podría sentir cualquier cosa, sería solo una cascara hueca sin alma o corazón y le temo al día en que pueda a llegar a ser eso.

 

Degel solo dejo bajar a Kardia cuando llegaron a su templo, en donde entro tambaleándose, escuchando como su amante se alejaba para preparar sus habitaciones, seguro que como era su costumbre había dejado todo regado al despertarse, seguramente buscando algo que darle de comer, lo único que tenia eran manzanas, no creía que hubiera cualquier otra cosa.

 

— Quería ponerle Krest o Unity si era niño, Serafina si era niña, pero no puedo darte hijos, supongo que eso debe ser una decepción para ti, otra de las muchas cosas que no puedo hacer.

 

Degel deposito sus lentes en la mesa junto a los restos del último libro que había sido destruido por una de sus constantes discusiones, suspirando al escuchar esas palabras, dándose la vuelta para tratar de convencer a su escorpión que eso no era lo único que buscaba al estar a su lado, que lo amaba pudiera tener o no descendencia, que si bien unos pequeños con sus ojos o cabello serían una bendición, tenerlo a su lado era más que suficiente para él.

 

— Eso no es lo único que deseo de ti, lo que más aprecio es tu compañía, el hermoso regalo que me diste al entregarte a mí, al darme tu cuerpo y tu amor, por eso quiero mantenerte con vida, porque no deseo perderte, sin importar que puedas o no, darme hijos.

 

Kardia trato de sonreír pero no pudo, sintiendo como Degel rodeaba su cuerpo con sus brazos, besándolo con delicadeza, escuchando de pronto unos pasos ingresar en su templo, al mismo tiempo que una energía familiar se anunciaba con algo de cortesía, maldiciendo el nombre de la rosa.

 

— Déjame despedirlo y continuaremos con esta discusión o podemos saltarnos todo eso para divertirnos un poco.

 

Kardia trato de llevar una de sus manos a su hombría, pero su amante lo evito besando esa misma mano con delicadeza, para después colocar un delicado beso en su frente, ingresando en su habitación, permitiéndole que atendiera al intruso, mostrando como siempre esa gentileza que lo había enamorado desde su niñez, mucho antes de que siquiera pensara en el de aquella forma.

 

— Tárdate lo que quieras, no hay prisa…

 

***9***

 

En ese momento Radamanthys caminaba tambaleándose, sosteniendo el dije que la diosa Hera dejo como prueba de su maldición, una diminuta piedra de color dorado, la que brillaba cuando la luz caía sobre ella, como sus ojos o su cabello, tal vez, del mismo color de su corazón, si pudiera sacárselo y sobrevivir a eso.

 

El segundo juez del inframundo siempre era frio, siempre era controlado, pero en ciertas ocasiones como en las batallas en que daba su vida por su dios, o durante los celos, su mente y su cuerpo lo traicionaban.

 

Como en ese pasillo, el que estaba cercano al portal que daba a sus habitaciones, sintiendo que su armadura le pesaba y que su ropa lo asfixiaba, debía arrancársela, sumergirse en la tina de su habitación, la que siempre estaba llena con agua helada.

 

Deteniéndose unos cuantos minutos, se quitó el casco y su cabello estaba mojado debido al sudor, pegándose a su piel, de la cual escurrían pequeñas gotitas, la perla dorada aun en sus manos, enredada entre sus dedos como si fuera un rosario.

 

Percatándose hasta ese momento que lo habían estado siguiendo, relamiéndose los labios, escuchando como el sonido del metal chocando contra el mármol no se detenía, Radamanthys no era alguien que rezara, pero en ese momento, imploro a su dios que no fuera Pandora, ni su endemoniado gato mascota, prefería enfrentarse con Minos o Valentine, o cualquier otro espectro antes que a ella.

 

— ¿No quieres ayuda para llegar a tus aposentos hermanito?

 

Era gracioso que usara ese título, tomando en cuenta que era mayor, más grande, más fuerte y ni siquiera tenían los mismos progenitores humanos, para él habían dejado de ser hermanos mucho tiempo atrás, desde el día que lo destrono y envió lejos de Creta.

 

—  Eso es ridículo…

 

Respondió, notando como Minos tenía el descaro de invadir su espacio personal, elevando sus hilos, llevando sus dedos a su mejilla, como si quisiera tocarlo con ellos, pero se detuvo a la mitad del camino, arqueando una ceja, esa endemoniada sonrisa aun en su rostro.

 

— Tú y yo no somos hermanos.

 

Finalizo dándole la espalda, tratando de alejarse del primer juez, quien simplemente cruzo los brazos, satisfecho con aquella respuesta, siendo eso justo lo que deseaba escuchar de los labios del que alguna vez fuera su hermano, quien tenía varias características que le agradaban en un amante, en especial la sumisión que mostraba con Pandora, de la que podría sacar provecho.

 

— ¿Estás seguro de eso Radamanthys?

 

Por un momento creyó que el Wyvern no respondería a su pregunta, puesto que había dado un paso en el portal, pero antes de desaparecer se detuvo, sin siquiera mirarlo un instante, riéndose por aquella pregunta, siendo clara su respuesta.

 

— Yo sigo portando sangre real Minos, tu, ahora no eres más que un plebeyo, además, nunca fuimos tan cercanos realmente.

 

Parecía que Radamanthys aún estaba molesto por su jugarreta, pero un emperador que no podía mantener su corona no era digno de ostentar el trono, ni de dirigir a sus ejércitos, por lo cual, solo estaba actuando según sus propios principios, como los que le dictaban que siendo él, el espectro más poderoso del inframundo, tenía derecho a elegir a su compañía, Aiacos poseía a esa omega, porque no él también tenía al suyo entre su rango, uno que fuera poderoso, sumiso y agradable a la vista.

 

— Me alegra escuchar eso y siendo que ya no somos hermanos, no veo porque no deba exigirle una ofrenda a esa ramera que se cree con el poder de gobernarnos.

 

Radamanthys ingreso en su habitación, recordando la mirada que tenía Minos la primera vez que lo traiciono, cuando lo exilio de Creta, era la misma que portaba en ese momento, una sonrisa plagada de sadismo y crueldad, sentimientos que apreciaba, pero no dirigidos a su persona.

 

Pero por el momento, en lo único que pensaba era en aliviar el dolor que le provocaba esa maldición, liberándose de la armadura y de sus ropas con demasiada rapidez, ingresando a una tina fastuosa en tamaño, pero sobria en diseño, una tina blanca con patas de león, llena con agua helada que aun mantenía en ella cubos de hielo, en donde el juez se sumergió, tratando de enfriar su cuerpo, despejar su mente y contener el dolor causado por un celo sin atender.

 

La temperatura del agua calmo un poco su malestar, pero sabía que no sería suficiente, seguía necesitando de aquel que plagaba sus sueños húmedos pero lo había rechazado, a quien por un momento pensó en otorgarle su piedra, puesto que estaba seguro que en el momento en que se topara con Pandora, ella ya habría decidido quien lo comandaría, dividiendo su castigo entre ella y el alfa que seleccionara, puesto que había jurado obedecerle hasta que Hades pudiera reencarnar.

 

Habían pasado minutos, tal vez una hora y el agua había logrado su cometido, adormecer su cuerpo, ayudándole a olvidar el calor que lo consumía lentamente, en un momento se quedó dormido, sumergido en el agua helada de la tina, que poco a poco fue pintando su piel de un color pálido, casi azul, enfriando sus labios y su cuerpo con el agua siempre congelada del rio Cocito.

 

Ni siquiera un juez del inframundo, el cual no portaba su armadura, podría resistir las heladas temperaturas que habían congelado la tina pocas horas antes y fue aquella la imagen que saludo a Valentine cuando ingreso en los aposentos de su señor, temiendo que realizara una locura o que como muchos decían, Pandora ya le hubiera asignado un alfa, al que le arrancaría las manos o desollaría vivo si tan siquiera se había atrevido a tocar a su amado señor.

 

Encontrándolo sumergido en esa tina cubierta de hielo, su piel demasiado pálida, sus labios azules, una pequeña capa de hielo cubriéndolos, dándose cuenta, que aquella agua no era normal, sino era parte del rio Cocito, por lo cual, aun su señor podría perecer si permanecía demasiado tiempo sumergido en ella.

 

— ¡Mi señor Radamanthys que ha hecho!

 

Radamanthys apenas pudo abrir los ojos, levantando su mano derecha como si quisiera tocarlo pero deteniéndose a la mitad del camino, la que seguía aferrada a su perla, la que era un regalo de la diosa pavorreal, una muestra de su bendición, una representación de su alma, de su cuerpo, de cada fragmento que le hacía existir.

 

— Márchate.

 

De nuevo aquella orden cruel, la que esta vez Valentine no escucharía, sosteniendo a su señor de la cintura, pasando uno de sus brazos sobre su hombro, cargándolo con bastante facilidad, quebrando la tina con la presión de su bota con garras, desparramando el agua congelada en esa habitación, la que fue evaporándose al mismo tiempo que cubría de hielo el piso y los muebles.

 

— No lo hare, no puedo hacerlo mi amado señor Radamanthys.

 

No era la primera vez que Valentine había visto desnudo a su señor, pero sería la primera vez, desde que fueron bendecidos con las surplices del Wyvern y de la Harpía, que lo hacía, pero no le importaba eso, en lo único en que pensaba era en ponerlo cómodo para que pudiera recuperarse.

 

— Déjeme atenderlo como en el pasado, sabe que yo solo vivo para servirle.

 

Radamanthys recordaba aquella época con algo de dificultad, pero comprendía que Valentine era aquel niño que creció a su lado, el que le ayudaba con las pequeñas tareas diarias, al que eligió como su única compañía y de quien sospechaban los humanos que se decían ser sus padres lo deseaba más de lo que debería, conociendo su estatus, así como el del muchacho de cabello rosa, de una cuna mucho menos afortunada que la suya, cuando aún eran humanos.

 

— No quiero hacerte daño.

 

Pronuncio por fin, cubierto con las mantas, sintiendo el calor corporal de Valentine a su lado, por encima de la molesta cubierta de tela, llamando la atención de su subordinado, quien irradiaba un delicado cosmos que poco a poco iba regresando la temperatura de su cuerpo a la normalidad.

 

— Usted nunca me haría daño, mí amado señor Radamanthys.            

 

Tenerlo en su cama era demasiado para el juez del inframundo, quien repentinamente usando su fuerza intercambio las posturas en la cama, sosteniendo a Valentine por las muñecas, la ferocidad regresando a sus facciones, las que de nuevo eran de un color pálido, pero no azulado, sino aquel que reconocía como el de su señor.

 

— ¡Entrégate a mi Valentine!

 

Su fiel subordinado se sonrojo inmediatamente, agradeciendo al dios del inframundo porque una cobija aun los cubriera, no quería que su amado señor notara un bulto molesto que asomaba entre sus piernas, aquel aroma, aquel cuerpo, debajo de su cuerpo habían sido demasiado para él.

 

— Usted no desea esto mi señor, no sabe lo que desea por el momento.

 

Aquella suplica lo enfureció más y de un solo golpe atravesó el colchón, del cual brotaron varias plumas, separándose del hombre de cabello rosa, para dejar que se marchara, cuando aún podía controlarse.

 

— Eso dices ahora, pero antes de que supieras mi maldición jamás cuestionabas mis órdenes, Valentine, así que márchate ahora que todavía puedes.

 

Valentine por un momento pensó en marcharse, pero los rumores se habían esparcido como la plaga, dentro de unas horas cada uno de los espectros sabrían de la condición de su amado señor, no podía dejarlo solo, pero debía comprender lo que le pedía, porque si probaba el dulce paraíso en sus brazos, sabía que jamás podría dejarlo ir, pero que carecía del poder o de la voluntad para domarlo y defender su dominio, comprendiendo que aquella actitud, lo alejaría de su cuidado.

 

— Mi problema radica en que no podre marcharme mi señor, si puedo tener unas migajas de lo que deseo, usted cree que podría irme, verlo con alguien más que no sea yo…

 

Sus ojos estaban posados en la piedra que seguía atada a la muñeca de Radamanthys, quien le observaba perplejo, como si no comprendiera sus palabras o sus sentimientos, aunque podía juzgar las almas de los vivos y de los muertos, nunca se había dignado a leer la suya.

 

— Usted nunca había sido cruel en el pasado, porque ahora me ofrece algo a lo que no puedo negarme y que no podre mantener.

 

Radamanthys alzó la piedra en ese instante, sin leer los sentimientos de su fiel harpía, ni sus deseos, pero no era necesario, en ese momento sin tener aquella bendición podía lograrlo, mordiéndose el labio sin saber que hacer o como responder a esa plegaria.

 

— No necesito que me protejan Valentine y no permitiré que me comanden, si eso es lo que deseas no lo tendrás.

 

Valentine por un momento creyó que aquella era una negativa y decidió que por el bien de su cordura, porque sabía que nunca podría desear a nadie como deseaba a su señor, debía marcharse, deteniéndose en la puerta no porque dudaba de su decisión, sino porque la mano de su señor se lo evito, recargándose contra la puerta.

 

— Pero si lo que quieres es esto, es tuyo, por esta noche y las que vengan.

 

Pronuncio junto a su oído, usando su mayor estatura para proyectar su poderío, al mismo tiempo que dejaba colgar el dije frente a sus ojos, para que lo tomara, para que se diera cuenta del poder que estaba en sus manos y realizara la decisión correcta.

 

— No deseo a nadie más y yo podre encargarme de ellos, sólo tu tendrás este derecho en mi cama y con mi cuerpo, el cual yo, tu señor, lo protegeré con mi poder, pero a cambio, tú me darás lo que necesito, sin olvidarnos de quienes somos.

 

Valentine por un momento estuvo a punto de aferrarse a la esfera dorada, pero se detuvo a unos cuantos milímetros de distancia, aun inseguro de que era lo que se le estaba ofreciendo.

 

— Está diciendo… que… yo… seré su alfa…

 

Radamanthys como respuesta lamio su cuello, pegándose a su cuerpo, moviendo el pendiente como si se tratase de un péndulo, al mismo tiempo que llevaba una mano a su entrepierna, notando su excitación.

 

— Tú serás mi alfa y por las leyes del dios Hades, nadie podrá llegar a mí, si existes tú, pero para que cualquiera te haga daño, primero tendrán que hacérmelo a mí, si eso lastima tu orgullo de alfa, márchate y buscare a alguien más, si aceptas mis condiciones, te daré más que las migajas de lo que deseas.

 

Valentine gimió cuando Radamanthys encajo sus dientes en su cuello, sin fuerza, al mismo tiempo que incrementaba la que usaba en su sexo, para obligarlo a tomar la decisión correcta, esperando con demasiada tranquilidad por la respuesta de su harpía, quien se aferró a la piedra, la que brillo por unos instantes, tomando un color nuevo, el cual tenía pequeñas betas rosadas, casi imperceptibles.

 

— Usted ya sabe cuál es mi respuesta mí amado señor Radamanthys.

 

Pero Radamanthys deseaba escucharla fuerte y claro, deteniéndose de momento, escuchando el quejido lastimero de su alfa, el que aceptaría su dominio, liberándolo a medias de su promesa hecha con sangre de obedecer las órdenes de Pandora, cualesquiera que fueran sin siquiera proponérselo.

 

— Quiero escucharla.

 

Valentine llevo el dije a su cuello, relamiéndose los labios, con una sonrisa colmada de felicidad y deseo, al mismo tiempo que se daba media vuelta, para aferrarse al cuerpo desnudo de su señor, besando sus labios con delicadeza, esperando que su omega comandara los siguientes pasos.

 

— Yo soy suyo mi señor.

 

***10***

 

Cid respiro hondo tratando de controlar sus temores de ser descubierto por su amigo, a quien deseaba desde mucho tiempo atrás, pero que sabía, sólo lo alejaría de su meta si se permitía enamorarse de él.

 

— No quiero tu ayuda Sisyphus, ya lo dejaste muy claro, tú no eres diferente a los demás.

 


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