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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***3***

Valentine había buscado por todo el Inframundo a su amado señor, por un momento pensó en atacar los cuartos de Minos para que le dijera que le había hecho a su omega, sin embargo, tratando de calmar su temor creciente de perderle regreso una última vez a sus habitaciones, esperando contra todo pronóstico verlo recostado en su cama esperando por sus atenciones.

No obstante aquella no fue la imagen que lo recibió, su señor no estaba recostado en su cama ni tomando un largo baño en la tina que había sido reparada, su amado se encontraba sentado en una silla frente a una mesa, seguía portando su armadura, la que tenía varias grietas.

— Siempre deseó esto.

Le informo agitando un vaso con un líquido ambarino en él, a punto de beberlo, aunque le había prometido no beber durante su celo, ni cuando estuvieran juntos, a él no le gustaba que su omega probara alcohol, mucho menos le gustaba el sabor de aquella sustancia en sus labios, por lo cual detuvo su mano con la suya.

— Minos siempre ha deseado esto...

Suponía que Radamanthys había descubierto que su supuesto hermano mitológico, el primer juez del inframundo lo deseaba a su lado desde un principio, que deseaba hacerlo suyo sin importarle su opinión, una conclusión a la que él ya había llegado desde mucho tiempo atrás.

— Lo que no entiendo es porque ha soportado la fiebre, porque no me ataco antes, es como si su fuerza de voluntad superara su locura o tal vez Minos...

Valentine aparto el vaso sin probar de las manos de su amado señor, para depositarlo en la superficie pulida de madera, hincándose delante suyo para que le prestara atención, no quería que siguiera pensando en Minos, deseaba que se enfocara solo en él, en su promesa de antaño.

— Mi señor, hablar de un alfa diferente en nuestras habitaciones me causa mucho dolor.

Radamanthys recargo su frente en sus manos, no quería perderlo, pero su señor Hades ya no estaba presente en el inframundo, no tenía a quien acudir porque Pandora no solo no lo escucharía sino le había dado su permiso a Minos de volverlo su omega y asesinar a su alfa, ella deseaba arrebatarle a su amado, a su dulce arpía.

— No quiero que te maten, Valentine, yo no puedo soportarlo... tal vez, tal vez lo mejor sea que regreses a tus filas...

Valentine negó aquello, levantándose de pronto, no estaba dispuesto a marcharse, no le daría la espalda a su señor, por lo cual sosteniéndolo de las mejillas lo beso con fuerza, tratando de recuperar la atención de su Wyvern, quien le miraba perplejo.

— Tú me prometiste en ese templo ser mío por cada una de nuestras vidas y yo te prometí ser tu amo.

Radamanthys recordaba esa promesa, la que había cumplido por cada una de sus vidas, pero en esta, no había forma de mantenerlo seguro por los próximos tres días, o el siguiente celo, Minos encontraría la forma de matarlo, como encontró la forma de robarle el trono para poder someterlo, que hubiera escapado aquella ocasión fue solo suerte.

— Mi señor, yo nunca romperé una promesa hecha por amor, hecha para usted, así que no me convierta en un mentiroso al mandarme lejos.

Valentine sostuvo entonces el cabello de Radamanthys para poder ver su rostro, que su amado comprendiera la seriedad de sus palabras, no le daría la espalda, jamás lo abandonaría y como su alfa, él podría protegerlo de Minos, no era tan débil como pensaba.

— Yo soy su alfa, mi papel es protegerlo a usted, mi amado señor, deme la oportunidad para probar mi valor, no solo complacerlo en su celo.

Radamanthys no dijo nada en un principio, logrando que Valentine comenzara a molestarse, pero no con él sino con aquellos que le habían arrancado la esperanza, con Minos y Pandora, aun con su dios Hades.

— Déjeme mostrarle mi amor por usted, que nuestro lazo no puede romperse, que yo soy suyo y usted es mío, que ni Pandora, ni Minos, ni el mismo Hades pueden separarnos.

Valentine lo beso de nuevo, esta vez con fuerza, tratando de hacerle olvidar a su atormentado compañero el deseo impuro de Minos, el odio de Pandora y la indiferencia de su dios Hades.

— Porque si usted me aleja de su lado de todas formas moriré mi amado señor, usted lo sabe, no soportaría una sola vida sin su compañía, sin mi omega en mis brazos, no me destruya porque sin usted, no sé en qué podría convertirme.

Radamanthys le sonrió entonces, respondiendo al segundo beso que le dio, gimiendo en sus labios para después apartarse, guardando su armadura en su sitio, descubriendo su cuerpo para que Valentine pudiera ver las líneas rojas provocadas por los hilos de su hermano, los cortes y su labio magullado por los besos recibidos de su rival de amores.

— No regreso a nuestras habitaciones como me lo prometió.

Valentine comenzó a contar cada una de aquellas marcas, sabía que su señor visitaría a esa bruja, ese pequeño monstruo que trataba de separarlos, por lo que le solicito que no lo hiciera y su amado le prometió no hacerlo, pero aun así lo hizo dándole la oportunidad a Minos para que lo atacara, negándose a escuchar la única petición que le había hecho en todas sus vidas juntos.

— Fue a verla para pedirle por mi vida, no es así, en ese momento Minos lo ataco y casi logra lastimarlo, pudo haberlo poseído en cualquiera de aquellos círculos, en el castillo de nuestro dios Hades o en las habitaciones de Pandora, ese demente no se detendría por nada del mundo...

Radamanthys nunca le había visto molesto, las pocas veces que Pandora había llegado demasiado lejos, su dulce arpía lograba controlarse, pero esta vez casi podía sentir su enojo como si se tratase de una fuerza física, sus dientes estaban apretados y sus dedos enredados en su cabello lo jalaban con fuerza, casi causándole dolor, excitándolo con esa muestra de fuerza y posesividad.

— Piensa que le dejare quebrarlo, que le permitiré mancillar su cuerpo y someterlo a su voluntad, que me haré a un lado así de fácil, que soy un cobarde, cada uno de los habitantes del inframundo creen que ese titiritero tiene la victoria en sus manos, aun usted mi amado señor.

Aquello era lo que más le dolía, que su amado señor estaba listo para ordenarle que se marchara y en ese momento enfrentar el solo a su hermano, que le diera la espalda, pero no lo haría, que Minos hiciera sus planes, que tratara de apartarlo de su omega, que hiciera lo que pensara le daría la victoria, porque él estaba preparado para cada uno de sus cobardes actos traicioneros, él no retrocedería, jamás le daría la espalda a su amado señor ni lo abandonaría en el inframundo, eso nunca.

— Pero yo soy su alfa, yo soy su amo y usted, usted es mi señor, quien me comandara durante toda la eternidad a cambio de alimentarme con su cuerpo, de iluminarme con su luz, con su nobleza, mi alma.

Radamanthys no sabía cómo responder a las palabras de Valentine, quien libero su cabello cuando se dio cuenta que comenzaba a lastimarlo, pero su omega sostuvo su muñeca con delicadeza, llevando sus dedos a su boca para chuparlos, esa actitud era nueva pero le excitaba, cada pequeño acto de su arpía lo volvía loco de deseo, quería ser amado por él, lo único que siempre deseo era poder ser amado y corresponder a ese afecto, de la forma en que su dulce alfa lo hacía, de la forma en que lo amaba, porque Bennu tenía razón, él amaba a su compañero de la forma en que un espectro podría hacerlo.

— Tómame...

Le suplico, levantándose de su asiento recordando todas las ocasiones en las cuales este hermoso alfa le había dicho de aquella forma, su alma, le había hecho sentir hermoso, sensual, apetecible, como todo un omega, como si se tratase de algo digno de conquistar, no el menos agraciado de los hijos de la diosa Hera, no era pequeño, su rostro no era femenino, su fiereza asustaba a cada alfa que le veía y sólo Valentine quiso tener lo que tenía para ofrecer.

— Borra estas marcas...

Volvió a implorarle, pero Valentine no le hizo caso en un principio, sintiendo como Radamanthys se detenía junto a su cuerpo, llevando una de sus manos a su entrepierna, esperando que sólo así pudiera perdonarlo por no creer que pudiera proteger a su omega, por intentar mandarlo lejos de su cuidado.

— Sólo quiero ser tuyo, pertenecerte a ti por cada una de nuestras vidas, hazme sentir hermoso y deseado, dame lo que necesito mi alfa, hazme marcas nuevas.

Aquella actitud solamente debía ser suya, esa sumisión y esa sensualidad, esa delicadeza que distaba demasiado de aquel guerrero imparable en el campo de batalla, sus sonrisas, su cuerpo desnudo retorciéndose al recibirlo, sus gemidos y sus peticiones, las suplicantes palabras que pronunciaba en medio de sus placeres, cuando imploraba ser amado por su alfa, ser sometido por él.

— Con una condición, sí acepta ser mío antes que de su dios Hades y me deja actuar como yo crea conveniente hacerlo, ya no quiero compartirlo mi señor, no soportaría pasar otra vida con la incertidumbre de no ser correspondido, yo lo amo, pero usted me ama a mi o al dios Hades, quien podría entregarlo a su hermano al ser uno de sus espectros y no un soldado que ha traicionado a su verdadero dios a cambio del maravilloso placer de su compañía.

Radamanthys no supo que decir en un principio, cerrando sus ojos, creía que su señor nunca le traicionaría de aquella forma, pero su alfa estaba decepcionado por su falta de confianza, por nunca haber escuchado de sus labios aquellas palabras que le mostrarían su amor, haciendo que se preguntara que podía decir, que podía hacer para que su dulce arpía le creyera, nunca le daría la espalda por Minos y tal vez eso era lo que pensaba, si llegaba el momento de que su dios Hades le ordenara complacer a su hermano mitológico lo aceptaría, pero no estaba dispuesto a realizar ese sacrificio.

— Yo soy tuyo Valentine, yo te pertenezco y tú eres mi amo.

Suponía que aquello era lo más cercano que tendría a una respuesta, así que debía conformarse con eso, pensó Valentine, pero de pronto su amado señor se arrodillo enfrente suyo, su cabeza baja, esperando escuchar alguna orden suya.

— Así que no debes pedir mi permiso para nada, tú puedes actuar como así lo consideres mejor, mi alfa, porque yo soy tuyo, siempre seré tuyo.

Valentine de pronto sonrió y por unos instantes, unas milésimas de segundo su cosmos brillo con un poco más de fuerza, para después hincarse delante de su señor, sosteniéndolo de la barbilla.

— Yo lo amo tanto mi señor.

Susurro arrebatando de sus labios otro beso posesivo, llevando una de sus manos a su cabello rubio ideando un premio para su Wyvern, un placentero juego que les brindaría lo que deseaban, al mismo tiempo que pondría a prueba el control de su amado dragón, quien gimió al sentir sus besos y la forma en que jalaba su cabello, sonrojándose mucho más aún.

— ¿Cuantos días faltan para que se termine su celo?

Radamanthys contó el tiempo, aún faltaban cuatro días, pero Valentine ya lo sabía por lo cual no quiso responder, mirándole fijamente con una interrogación en su rostro, sin embargo, de pronto su arpía recorrió su mejilla con la punta de una de sus garras, casi lacerando su piel con una herida roja que no se vería en unas cuantas horas, tal vez solo era una advertencia.

— Cuatro días...

Valentine asintió, era tiempo suficiente para poder disfrutar del celo que les estaban robando, su pequeño paraíso en el infierno, por lo cual, esperaba que su señor se quedara a su lado por lo que restaba de su bendición, no deseaba soportar más tiempo sin su amado, mucho menos, tener que preocuparse de que aquella repugnante criatura volviera a atacarlo cuando su señor realizara su deber o la mujer que protegía le permitiera hacerle daño, tomarlo en sus propias habitaciones, de eso y más le creía capaz por el terrible capricho de humillarlos, de separarlo de su omega.

— Quiero que pase estos cuatro días que faltan de nuestro celo a mi lado, que no responda el llamado de Pandora ni del mismo Hades, no estoy dispuesto a perder más tiempo del que se nos ha otorgado mi amado señor, si acepta, podre perdonarle y por las siguientes horas me enfocare a complacerlo.

Radamanthys en un principio guardo silencio, pero después asintió, la señorita Pandora estaría furiosa al saber que no saldría de sus habitaciones, que descuidaría sus deberes, pero este bien podía ser el último celo que podría pasar en compañía de su amado alfa.

— Sí eso es lo que deseas, con gusto lo haré, mi alfa.

***4***

El silencio reino aquel sitio como si se tratase de un ente con vida propia, Albafica se limitaba a observar a Sisyphus, quien esperaba un movimiento del santo de Piscis, sabía que trataría de buscar a su cangrejo, ya lo había dejado claro y estaba seguro que no tenía la fuerza para soportar esa dura prueba.

— La primera noche del celo de mi omega yo estaba a punto de regresarle su collar, pero Aspros lo ataco.

Sisyphus pensaba que era un hombre cruel porque eso no importaba en ese momento, la barrera de rosas era un arma infalible en las guerras y quien lo controlara, tendría las vidas de los habitantes del santuario, del propio Rodorio en sus manos.

— Yo lo vi todo, el miedo de Manigoldo, como le suplico para que se detuviera y Aspros no lo escucho.

Repentinamente una ráfaga de viento aulló y los elementos comenzaron a agitarse, una muestra clara de que los dioses estaban conscientes de su dolor, imitando el clamor de sus almas por sus compañeros.

— Después de eso lo lleve a mi Casa, para que pudiera descansar y le prometí que nunca dejaría que lo lastimara, que no permitiría que le pusiera una de sus manos encima, pero soy un mentiroso, porque no pude cumplir mi promesa.

Sisyphus bajo la guardia, seguro que Albafica no lo atacaría, era un hombre justo que sabía muy bien la importancia de que su veneno no fuera utilizado por las fuerzas incorrectas.

— Yo no soy lo que se espera de un alfa, eso lo sé muy bien, y aun así Manigoldo me acepto como su alfa, a pesar del veneno, de que solo podemos estar cinco días al año juntos y tú esperas que lo abandone a su suerte.

Albafica negó aquello con un movimiento de su cabeza y de alguna forma, una rosa, una única flor de pétalos blancos como si fuera un truco de magia de pronto estaba entre sus dedos, la que llevo a su boca, dispuesto a pelear por el para regresar por su omega.

— No me obligues a matarte Sisyphus.

El arquero convoco entonces su armadura, seguro que podría derrotar a la rosa si peleaba contra ella, lo único que tenía que hacer era no tocar su sangre envenenada, una tarea muy difícil, pero que debía realizarse de todas formas, si la sirena no comprendía que no podía ir por su cangrejo.

— No me obligues a pelear contra ti entonces, Albafica.

Albafica asintió, si tenía que pelear contra él, así sería, no importando el veneno de su sangre o las consecuencias que esto le traería a la guerra santa, necesitaba ir por su cangrejo y sin más lanzo su rosa en contra de su oponente, quien pudo esquivarla, disparando varias flechas.

Todas ellas dieron a pocos centímetros de la rosa, quien seguía moviéndose con rapidez, convocando su cosmos para poder atacar a Sisyphus, quien seguía sus movimientos, esquivando varios puñetazos, dando otros más que tampoco podían alcanzar a la rosa, que era mucho más rápido de lo que pudo pensarlo en un principio.

— Mataran a Manigoldo con tu sangre.

Le advirtió de nuevo, pero Albafica apretando los dientes, furioso al ver que lo pensaban solo un cobarde esta vez logro impactar uno de sus puños en el costado de Sisyphus, quien perdió el aire de momento, para recibir una patada en el tobillo con la intención de derribarlo.

— ¿Acaso no tienes corazón?

Le pregunto recibiendo un puntapié en el muslo que casi lo derriba, al mismo tiempo que una flecha se estrellaba junto a su cuerpo, sin dañarlo pero aturdiendo sus sentidos sólo un poco, sin embargo, no lo suficiente para derribarlo por el tiempo suficiente para hacerle comprender que no podían arriesgarlo, él era mucho más valioso que Manigoldo.

— Lo tengo y sangra por Cid, pero no por eso cometeré una estupidez que lo condene por siempre.

Albafica sangraba de los labios, por lo cual, suponía que no debía seguir con ese combate a menos que deseara asesinar a Sisyphus con su sangre, pero aun así, el dolor de su cangrejo, la confusión que sentía, su lazo le pedía que no lo abandonara.

— Apártate Sisyphus, no te interpongas en mi camino.

Sisyphus de nuevo se negó a dejarlo pasar y por un momento Albafica quiso matarlo, no obstante, no era un traidor, no era un monstruo, no cometería una injusticia para salvar a su omega.

— Por favor, apártate.

El aquero volvió a negarse, comprendiendo la desesperación de Albafica, pero diciéndose que aquello era lo mejor, debían soportar esa pena, aunque la rosa tuviera razón y necesitara ver a Cid, buscarlo por todo el mundo si era preciso.

— No puedo hacerlo, Albafica, espero que lo comprendas.

Pero Albafica no lo comprendía, era como si a Sisyphus no le interesara su compañero, ni su dolor, así que haciendo acopio de su fuerza de voluntad, aquella que le permitió mantenerse alejado de su cangrejo por mucho tiempo, se dijo que no lo dejaría sólo, de alguna forma regresaría por él.

— No puedo entender tus razones Sisyphus, en realidad, no puedo.

Repentinamente la pequeña Sasha que no se había alejado lo suficiente y había presenciado aquella discusión, lo dicho por Dohko, la forma en que Regulus clamaba por Cid, pero en especial el dolor del arquero desde que salvo su vida cuando atacaron al patriarca no pudo guardar silencio, mucho menos mantenerse alejada de sus santos que se enfrascaban en un cruel combate.

— ¡No peleen!

El grito de la pequeña los distrajo, Albafica no estaba tan agradecido con la diosa Athena, pero Sasha era una pequeña dulce y gentil, ella no tenía la culpa de su maldición.

— ¡Por favor!

Sisyphus al verla estaba a punto de agacharse para decirle que todo estaba bien, pero la pequeña diosa negó aquello con un movimiento de su cabeza, sabía que su amigo estaba sufriendo, podía ver el dolor en los ojos de Albafica.

— ¿Que está pasando?

Aquella pregunta era demasiado difícil de responder, porque a pesar de sentir el dolor de sus omegas no había forma de decirle a una pequeña por lo que estaban pasando, después de todo, Sasha aún era una mortal, que albergaba una diosa, pero seguía siendo solo una inocente.

— ¡Sé que sufren!

Sisyphus estuvo a punto de negarlo, pero Sasha no lo dejo, caminando en dirección de Albafica para tratar de tocarlo, pero la rosa retrocedió respirando hondo, con su pequeña diosa con ellos era imposible marcharse.

— Nos han traicionado, sé que tú viste como atacaban al patriarca y que Shion es el culpable de todo esto.

Ella asintió, había visto a Shion permitir que atacaran al patriarca y de no ser por su arquero, estaría muerta, por eso siempre le estaría agradecida, sin embargo, ella no deseaba que sus santos sufrieran, no era justo.

— Mi cangrejo sufre, también lo hace Cid, pero mi responsabilidad es Manigoldo, señorita Sasha, y yo quiero ir por él, por favor, deme el permiso de socorrerlo.

Sasha estuvo a punto de asentir, pero guardo silencio, la diosa en ella, el poder que se alojaba en su cuerpo, la diosa de la guerra justa y de la sabiduría, no compartía su deseo, comprendiendo lo que pasaría si el jardín de rosas era corrompido por las mismas sombras que deseaban irrumpir en el santuario.

— No puedo dar ese permiso, Sisyphus debe tener sus razones para no dejarte ir.

Albafica retrocedió solo un paso, maldiciendo en silencio, cerrando los ojos e implorando perdón a su cangrejo, diciéndole que regresaría por él, que no lo abandonaría a su suerte, porque se trataba de su compañero y lo amaba.

— Regresa a dormir Sasha, los dos haremos guardia.

Sasha no acepto retirarse, en vez de eso se recargo en el regazo de Sisyphus una vez que este tomo un asiento en el suelo, justo en donde había despertado para recibir a sus visitantes.

— Tengo miedo.

Albafica se sentó un poco apartado, observando sus manos, para poco después cerrar los ojos e intentar controlar su dolor, el lazo pidiéndole que buscara a su omega, que le trajera de regreso, lo necesitaba a su lado.

— Descuida, todo estará bien.

Susurro, su vista fija en Albafica, quien también le observaba en silencio, todo ese tiempo aferrado al collar en su cuello, seguro que no se compadecía de su dolor y que ni siquiera le dolía el sufrimiento de su omega.

Sisyphus estaba seguro que una vez que su diosa le había ordenado quedarse Albafica obedecería, por lo cual cerro los ojos, tratando de descansar un poco, escuchando que la rosa ingresaba en la casa abandonada en donde hasta hacía pocos minutos Sasha descansaba, tal vez trataba de calmarse o no quería verlo, de ser el quien estuviera en la posición de la rosa, tampoco se perdonaría por eso.

En realidad, comenzaba a odiarse por tomar aquella decisión, por aceptar su deber para con Athena, protegerla del peligro antes de su amor por su espada, diciéndose que Cid era fuerte, que lo soportaría de alguna forma.

Al cerrar los ojos de nuevo se encontró en lo que comenzaba a pensar se trataba del Olimpo, una hermosa ciudad construida en lo más alto del planeta, oculta de las miradas curiosas, protegida por cientos de soldados y entidades diversas, tan poderosas como lo decían los mitos.

El había hecho varios trabajos encomendados por su padre, doce exactamente, peleado con cientos de hombre y mujeres, los había derrotado a todos ellos, aun a los que se decían sus hermanos.

Su fortaleza era tal, que aun los dioses le temían, sin embargo, este poder tan increíble como fuera lo único que le había traído era dolor y soledad, una carga tan pesada que aun la hermosa Deyanira no había logrado aliviar su condena, ninguna criatura mortal podía lograrlo.

E inmerso en semejante pesar le pidió a su padre que se apiadara de su pena, que le mandara un regalo que pudiera incendiar su corazón y mantener su amor hasta el fin de los tiempos, que no le juzgara, que solamente le amara a él, de esta forma se entregara por completo a su voluntad.

Su padre, que se placía de haber seducido a las mujeres más hermosas, a guerreros poderosos, a criaturas de maravillosas apariencias y que en ese momento, poseía una belleza de cabellera roja como las llamas del Olimpo, tan frío como el hielo, que les servía como copero a los dioses, acepto su petición.

Esa criatura solamente podía ser forjada por Hefesto, el dios herrero del Olimpo, quien acepto realizar ese trabajo con una condición, esa era permitirle darle vida a otra de sus creaciones, a ese que decía era su hijo, como Pandora era su hija.

Zeus al ser su padre acepto esa petición, convirtiendo a la espada en el segundo hijo del herrero, el que modelo una espada de belleza inigualable, la cual llevándola a su cama con una tristeza inigualable supuso que no cumplirían su deseo.

No obstante, de la espada nació un hermoso muchacho de cabello negro, de ojos lilas, tan fuerte como él, pero tan inocente, tan entregado a su bienestar que se quedó prendado de su belleza desde el primer momento en que le vio, compartiendo su deseo por él.

— Eres todo lo que le pedí a mi padre que fueras, pero cuál es tu nombre, mi belleza de cabello negro.

El que momentos antes era una espada magnifica y ahora se había transformado en un muchacho de belleza incalculable trato de pensar en un nombre que pudiera decirle, pero no tenía ninguno, por lo cual simplemente se sonrojo a punto de pronunciar que carecía de uno.

El guerrero que fue Sisyphus en su primera encarnación, se relamió los labios llevando sus dedos a sus labios, silenciando sus palabras con ellos, seguro de que aun ese detalle le sería otorgado.

— No importa cómo te llames, tu siempre serás mío, no es así, mi amada espada.

Su futuro amante asintió, él era suyo, de una forma en la cual jamás le pertenecería a nadie, después de todo, había sido creado para él e inmediatamente, acariciando su mejilla, beso sus labios con delicadeza, mirándolo fijamente con aquella hermosa mirada de color lila.

— Puedo llamarte Cid.

El hermoso joven sonrió, besando sus labios de nuevo, tratando de acercar su cuerpo al suyo, guiarlo a sus brazos para que pudiera poseerlo, sin embargo, repentinamente aquel hermoso sueño termino, haciendo que abriera los ojos para ver que ya estaba amaneciendo y que Albafica aún seguía con ellos.

— Debemos marcharnos, creo que Shion viene en camino.

***5***

Sage era un joven amable y educado, pero también se preguntaba cuál era la razón detrás de las reglas de Lemuria sobre sus hermanos, porque debían obedecer a los alfas y que hacía que ellos fueran superiores, así como se preguntaba si era verdad lo que decían acerca de la diosa Hera, que los visitaba en sueños para darles consejos.

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Hola, juro solemnemente que esta historia no será abandonada, me gusta demasiado para eso, e intentare actualizar más seguido, espero que les siga gustando.

Mil gracias.

Sé que les encantara.


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