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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***12***

La ropa que le esperaba era la misma, no había ningún cambio visible, lo que significaba que su alfa impuesto había buscado en sus habitaciones para robarle sus pertenencias, habría encontrado los obsequios de su rosa o las prendas de niño que alguna vez consiguió pensando que lograron vencer al veneno.

Seguramente lo hizo, ya que ese par en particular, el único nuevo que tenía estaba guardado en el mismo baúl que su ropa infantil, la que Aspros tenía acomodada en el escritorio que fuera de Sage.

Un mameluco, zapatos y una frazada que parecían empolvadas, por lo cual ya eran viejas, como la ilusión de Manigoldo de quedar encinto, lo que significaba que esa rosa de alguna manera logro poseerle.

Para Géminis era fácil imaginarse a Manigoldo poseyendo a su rosa, de alguna manera creía que, si él había sido su amante, seguramente sería el alfa, el que tenía el control, pero no era así, esa rosa era quien le poseía, tal vez cuando llego de su viaje e intento separarlo de su conejito elevando la pared de ponzoña.

En un principio quiso destruir esa ropa, no obstante, esperaba haber logrado el milagro de la concepción ese último día y si su cangrejo la guardaba creyendo que sería perfecta para su retoño, en ese caso, lo mejor sería que uno de sus gemelos la portara.

Aspros había encontrado otros artículos a los que no le dio importancia, uno de ellos una taza y el otro un dije de plata, los que dejo en ese baúl de recuerdos, sin saber que ese collar era de hecho propiedad del padre de Albafica, el que se lo dio a su omega como símbolo de su amor y él a su vez a su compañero.

—Maldito seas Albafica, por mucho tiempo te di la oportunidad para engañar a mi omega, pero ya no, juro en nombre de cualquier dios que deseé escucharme que ya no volverás a acercarte a mi dulce conejito.

Aspros estaba furioso, muerto de celos y tan decepcionado como podría estarlo al saber que su conejito se había entregado a otro, de allí que hubiera una prenda de un bebé, porque habían compartido su lecho no sabía cuántas ocasiones, seguro que seguía mintiéndose, creyendo que era el omega de esa sirena, porque lo conocía muy bien, a pesar de lo que su cuerpo le decía, su necedad le impediría aceptarlo como su alfa, no le dejaría ver la clase de engaño del que fue víctima.

Como esa sirena deseaba matarlo, por lo que, tomando la ropa de bebé que vio en ese baúl, se dirigió al cuarto en donde estaba su omega completamente indignado, sin querer creer lo que sus ojos le decían, lo que ese baúl guardaba en sus entrañas, ropa de un pequeño, por lo que su conejito había sido mancillado por esa sirena.

Por lo que decidió visitar a su omega, el que ya estaba listo para salir de sus habitaciones, con un cigarrillo en su boca, fumando, como solo un alfa o un beta harían, los omegas no debían fumar, por lo que, sin dudarlo un instante, le arrebato su cigarrillo de los labios.

—¿Qué significa esto?

Pregunto, lanzando la ofensiva prenda a la cama, furioso por su infidelidad, porque su conejito había sido un mal omega que se entregó a otro, a esa sirena, de tal forma que por un momento esperaron que ocurriera un milagro, que su cangrejo estuviera embarazado de la ponzoña.

—¡Esas cosas son nuestras, mías y de mi alfa, tú no tienes derecho alguno a tocarlas!

Su alfa, esa rosa ponzoñosa, aquel que se atrevió a corromper su cuerpo, mancillar a su conejito, engañarlo para que no pudiera reconocerlo, pero no importaba, con la rosa fuera del santuario, Manigoldo podría recapacitar, si lograba mostrarle que ese cobarde no regresaría por él, por qué no le amaba y solamente le utilizo, la técnica de Shion podría servirles para eso.

—Esperaban un bebé, tu dejaste que esa rosa tocara tu cuerpo, que se burlara de mi al pensar que había logrado embarazarte, todo ese tiempo riéndote a mis espaldas, cuando yo pedía tu mano a Sage, actuando como se suponía que debe hacerlo un buen alfa, para que tú, sólo me engañaras.

El nunca le había dicho que lo aceptaba, jamás le dijo que era su alfa, solo era la locura de Aspros, que ahora actuaba como si le hubiera prometido su amor, ser su omega, como si el que actuaba de una forma errónea, en contra de los designios divinos fuera él, haciéndolo sentir más que enfermo, furioso como nunca antes lo había estado.

—¡Yo no soy tu omega! ¡Nunca lo he sido! ¡Yo te desprecio y jamás te prometí nada!

Aspros recorrió la mejilla de Manigoldo con delicadeza, quien lo ataco inmediatamente, lanzándose en su contra con el puño cerrado, siendo apresado por Aspros, quien sostuvo sus muñecas con fuerza suficiente para hacerle sentir dolor.

—Eres mi omega, Manigoldo, no puedes atacarme como si fueras un animal.

Manigoldo trato de soltarse, pero Aspros en vez de eso, ignorando el ofensivo mameluco que usaría uno de sus hijos, obligando a su cangrejo a retroceder en dirección de la cama, comenzó a recordar lo que se suponía debía ser un buen omega.

—Soy tu alfa y tú no puedes levantar una sola mano en mi contra.

Era imposible que Sage no les hubiera dicho lo que tenían que saber, como debían comportarse con sus alfas, siendo el un omega, pero también debía recordarse que era el segundo gemelo, que siempre había menospreciado a los alfas y que logro que Manigoldo le diera la espalda.

— Un buen omega no es infiel a su alfa, nunca le da la espalda y está contento con atenderlo, Manigoldo, acaso no lo entiendes, tu única meta debería ser hacerme feliz a mí, darme hijos y proteger tu hogar limpiándolo, preparando la cena, logrando que nuestra casa sea perfecta, sin dejar a un lado tu belleza, siempre debes estar hermoso para mí, por lo que dejaras crecer tu cabello, te arreglaras para mí, no volverás a fumar, el cigarro tiene muy mal sabor.

El cangrejo trato de liberarse, sintiendo el borde de la cama y como Aspros lo tendía en ella, obligándolo a recostarse, su cuerpo sobre el suyo, logrando que sintiera pánico de pronto, retorciéndose, buscando la forma de que su alfa impuesto le dejara ir.

—Soy un buen Omega, Albafica es mi alfa y yo le he sido fiel, tu no eres mi alfa, tu solo eres un demente.

Al escuchar esa mentira de pronto Aspros impacto el dorso de su mano en contra de su mejilla, sorprendiendo a Manigoldo, su alfa jamás le había hecho daño, ni siquiera cuando peleaban le había levantado la voz, ni le hubiera golpeado.

—¡Cállate!

Pero ese golpe solo hizo que Manigoldo redoblara sus esfuerzos para soltarse, logrando golpear a su alfa impuesto en el cuello, quien lo soltó de pronto, permitiendo que se alejara unos cuantos centímetros, pero no lo suficiente.

—Tu deber es procurar mi felicidad, es para lo único que sirven los omegas, para atendernos a cambio de su seguridad, de que les brindemos placer en los celos e hijos sanos.

Aspros llevo su mano entonces a su entrepierna, acariciándolo sobre la ropa, esperando escuchar un gemido de su dulce conejito, quien se retorcía en sus brazos, tratando de alejarse, convocando su cosmos.

—¡Suéltame bastardo! ¡Maldito demente!

El santo de géminis al escuchar esos insultos volvió a golpearlo, empeorando las marcas en el rostro del cangrejo, quien trato de incendiarlo, pero no pudo hacerlo cuando fue repelido con el cosmos de Aspros, quien llevo sus manos a la altura de la cabeza.

—Eres tan hermoso, te tomaría en este instante, pero debemos acudir a mi ceremonia, cuando me conviertan en patriarca y a ti en mi compañero.

Manigoldo trato de contradecirlo, pero colocando una mano sobre su boca se lo evitaron, Aspros sentándose sobre sus caderas, furioso, sus ojos repentinamente pintándose de rojo, inyectados con sangre.

—Te comportaras Manigoldo y aceptaras los votos que nos unirán en la vida y en la muerte, que te harán mi compañero a los ojos de todo el mundo.

Antes de que se negara a ello, Aspros negó su respuesta con un movimiento de su cabeza, como en una amenaza silenciosa, que Manigoldo comprendió inmediatamente.

—No solo Albafica correrá peligro, también tu maestro, ese traidor podría quedarse en el sueño que lo aflige y nada podría hacerse.

Manigoldo quiso decirle que no se atrevería, pero lo haría, había atravesado el Inframundo para tenerlo en su cama, había lastimado a Cid, su buen amigo que no pudo morir tan fácilmente, su maestro estaba malherido y solamente Shion había sido el testigo de su caída, su alfa no estaba a su lado, sin duda podía matar a su maestro en su sueño para que le fuera obediente.

—Puedes odiarme en este momento, pero yo te mantendré vivo y a salvo, mi dulce conejito, a cambio tu serás un buen omega, dulce, obediente… servicial.

Aspros le soltó entonces, esperando que contradijera alguna de sus órdenes, pero su cangrejo guardo silencio, haciendo que sonriera y le besara con fuerza, lastimando un poco más sus labios.

—Me darás hijos sanos y yo te atenderé, te daré placer durante tu celo y fuera de este.

Manigoldo se mantenía quieto, sintiendo los besos de Aspros en su cuello, al mismo tiempo que unas lágrimas traicioneras recorrían sus mejillas, odiando el tacto de aquellas manos, deseando desesperado las de su hermoso alfa.

—Los dos seremos felices, mi dulce conejito.

*****

Al mismo tiempo, Albafica sintiendo el dolor de su cangrejo recorrerle decidió detener sus pasos, con ayuda de la diosa Afrodita había logrado detener el golpe de ese anciano, había llegado lo suficiente lejos, pero aún faltaba avanzar mucho más.

Algunas manos invisibles tiraban de su cuerpo, indicándole hacia donde marchar, pero ese no era el santuario, sino, una pequeña capilla a la que llego, en donde había un templo destruido, con una estatua de la diosa del amor destrozada en su interior, construida encima de una gruta de agua cristalina.

—Manigoldo…

Cuatro mariposas revolotearon alrededor suyo, indicándole el camino, deteniéndose delante de un espejo de agua, de donde emergió la hermosa mujer que le visito en su pasado, quien le veía con ternura, sus ojos llenos de lágrimas, con ojos tiernos, la misma clase de mirada que le dedico cuando vio el amor que le profesaba a su omega.

—Tu comprendes lo que los demás no, que la belleza es una maldición y que nosotros, siempre terminamos pagando por ella, a mí me casaron con una inmunda criatura de progenie maldita, a ti te han robado a tu amor, el mismo hombre que deseaba ser tu único amigo, al mismo tiempo que te encerraba en una jaula forjada con tu soledad.

Albafica sabía que ese sitio le había alejado del santuario, pero esta diosa le había protegido desde niño, le había dado a su hermoso cangrejo y de alguna forma, confiaba en su bendición, en sus buenas intenciones.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué me trajiste a este templo demolido?

Ella de pronto se vio muy triste, enseñándole una imagen con su cosmos, la de una criatura de fuego y sin rostro, que deambulaba en ese templo, la que de pronto, al ver a una figura casi etérea le siguió, abandonando su puesto, sus armas y su casco, siguiéndole para envolverle con sus alas.

—Fui traicionada por mi hijo, él fue seducido por una criatura desagradable, que logro que su corazón latiera, pero yo sabía que él no soportaría el amor de un humano, mucho menos el de un omega e intente separarlos.

En las siluetas que le mostraba, de pronto vio como ella era traicionada por su propio hijo, el templo destruido, y ella encerrada, al mismo tiempo que la criatura de fuego tomaba otra apariencia, una pequeña e insignificante.

—Mi hijo me ha traicionado y para que puedas liberar a tu cangrejo, tendrás que matarlo, destruye su corazón y la flecha que ha usado en ese pobre alfa trastornado, en el que ha secuestrado a tu cangrejo, será destruida.

Albafica quiso preguntar porque habían hecho eso, que hacía que esa criatura de fuego maldijera a su rival con un amor demente por su omega, que ganaba lastimándolos, pero la diosa del amor le mostro un objeto, un arma brillante en un cofre, en las habitaciones del propio Aspros.

—Es una flecha negra, mi pequeño cree saber quién es el alfa de su amado y ha tratado por todos los medios de alejarlo de su cuidado, pero está equivocado, aquel que abrió su celda muchos siglos atrás, no es quien Hera a elegido para su alma y esa flecha negra, a diferencia de las doradas o las rojas, una vez que lastima a su víctima, el daño no puede repararse.

Albafica perdió el habla, la respiración, creyendo que había perdido a su cangrejo, a su amado omega, su único eslabón con la humanidad, su precioso compañero.

—Pero si lo matas, podrás evitar el daño causado por las flechas, porque estoy segura que ese alfa, terminara usándola, si es que no le ha utilizado ya.

***13***

Debian descansar algunos minutos, o eso había sido lo que Degel había dicho, su escorpión llevaba demasiado tiempo utilizando su cosmos, y debía enfriarlo, mientras lo hacía, Camus no dejaba de pensar en el otro, en el que perdió en los brazos de un mentiroso, el primero en darle la espalda.

La forma en que rompió su promesa, negándole la escapatoria con ese acto tan ruin, una salida, que estaba seguro, Kardia podría brindarle, si tan siquiera pudiera destruir al impostor, o hacerle ver a su escorpión de fuego, que él era un mejor Acuario.

*****

Camus esperaba encontrar a su escorpión dispuesto, como cada ocasión que le visitaba, dispuesto a entregarse a el y dispuesto a entregarle el collar que le había prometido.

Había conversado con Shion y su omega sería suyo, si nadie más lo pedía para que fuera su compañero, ya que le había apremiado a tomar una decisión, justo como a su hermoso Mu, pero ese santo de Aries no le interesaba en lo más mínimo, ni la relación que había forjado con el gigante del primer templo cuando su maestro había muerto.

Lo único que le interesaba era su collar, el que debían entregarle, para que esas horribles pesadillas terminaran de una buena vez.

Entro en su templo con aquel aire impenetrable, sus facciones carentes de emoción alguna, buscando a su omega con la mirada, notando como sostenía su collar con una de sus manos, la aguja escarlata brillando en la otra, sonriendo de momento, para detenerse a pocos pasos de distancia, seguro que muy pronto le daría su regalo.

Uno que no sabía que su omega comenzaba a creer que nunca se mereció, por lo que, en vez de caminar hacia él para abrazarlo con efusividad, con una actitud que en ocasiones soportaba, pero generalmente le aburría.

Retrocedió varios pasos, respirando hondo, diciéndose que podía lograrlo, que rechazar a Camus no era mucho peor que todas las batallas en las que dio su vida, que la purga de Kanon o las traiciones de su ser amarado.

Pero como podía saberlo, como poder imaginar la clase de traición que su compañero realizaría en su contra, entregándolo a un destino peor que la muerte con ese acto desalmado.

— Camus… tenemos que hablar.

Camus no lo escucho del todo, deteniéndose a unos cuantos centímetros de Milo, acorralándolo con demasiada facilidad contra una de las columnas de su templo, rozando con las puntas de sus dedos la mano que sostenía su piedra roja, como si tratara de convencerlo de abrirla, para que pudiera tomarla.

— Me has hecho esperar demasiado tiempo Milo, creía que ya te habías arrepentido.

Camus recorrió entonces sus labios, relamiéndose la boca, un gesto involuntario que Milo reconocía casi por instinto, que realizaba cada vez que estaba a punto de besarlo, pero en vez de acercarse, ansioso y dispuesto a obtener su recompensa, lo esquivo, respirando hondo de nuevo, un gesto que en su caso nunca era nada bueno.

— Es sobre eso que debo hablarte, Camus… sé que no debí hacerte esperar tanto tiempo, pero he tomado una decisión.

El santo de cristal estaba seguro que su corazón estaba muerto y el único que despertaba algo remotamente parecido al amor era Milo, ya fuera deseo por el o por su roca no le importaba en lo absoluto, porque sabía que el escorpión lo amaba, tanto como para perdonar cada uno de sus actos en contra de la diosa que juraron proteger y también, en contra de su omega.

— Esto… esto tiene que terminar.

Camus esta vez mantuvo su distancia, notando como Milo se recogía el cabello, como si le estorbara, casi tirando de él con fuerza, al mismo tiempo que se aferraba con mayor fuerza a su collar, tratando de protegerlo, de él.

— ¿Qué es lo que tiene que terminar?

Milo se quitó el collar de su cuello, dándole esperanzas a Camus de que por fin lo tendría en sus manos, después de todo ese tiempo, de su larga espera, su escorpión decidía darle aquello que le prometió, sin tener que recurrir a otros medios como en un principio temió, después de la gran resurrección.

Dándose cuenta que sus acciones en la guerra contra la diosa Athena, Hades y después de eso, no fueron aquellas de un hombre enamorado, que muchos, menos su escorpión, las encontrarían perversas, desalmadas, dignas de ser castigadas con su desprecio, alejándose de él, dudando de los designios divinos.

Pero la diosa Hera había sido clara, quienes la retaran lo pagarían con eternidad, lo que fuera que significaba eso y estaba seguro que sus dos signos estaban destinados, que debían estar juntos, de esa manera había sido ya en varias generaciones, aun el amor de quienes actuaron en la guerra que les precedió fue legendario, aunque desafortunado por razones que no eran del todo claras.

Razones que Shion guardaba herméticamente para él, sin importar cuanta fuera la insistencia de quien le preguntaba, nunca hablaba del pasado, como si eso le doliera demasiado, pero al mismo tiempo le había prometido que le concedería la mano de Milo si no encontraba una pareja antes del siguiente celo.

El cual no estaba del todo seguro cuando daría comienzo, nunca en todos esos años juntos se había interesado en aquella fecha, la cual trataba de esquivar por dos motivos, el primero estaba seguro que su amante le daría su piedra, la otra, no deseaba tener descendencia por el momento, tenía demasiado con el entrenamiento de sus pupilos como para tener que preocuparse por su propia sangre.

— Nosotros…

Aquellas letras que formaban una dolorosa o cálida sensación al juntarse apenas pudo escucharlas, apenas comprenderlas, seguro de que había sido un error, Milo no rompería una promesa, mucho menos una tan significativa como la que le había hecho en el pasado, en más de una ocasión.

— Lo he estado pensando por demasiado tiempo, desde que resucitamos y Hera nos dio una nueva oportunidad…

Camus permaneció impávido, sin mostrar ni un ápice de su decepción, la que poco a poco se transformaba en despecho y después en furia, no como aquella que presentaba cualquier hombre, sino diferente, una tan gélida como su cosmos, tan controlada como cada uno de sus movimientos, de sus gestos, la clase de ira que llegaba a ser peligrosa en una persona como lo era el Santo de Acuario.

— Y siendo uno de sus hijos, no puedo ir en contra de sus designios, ni de lo que dicta mi corazón, Camus.

Milo al ver que no se movía apretó con mayor fuerza la piedra de su nacimiento, seguro que Camus no reaccionaria bien, pero si existía un poco de la persona que amo en su camarada, entonces, lo aceptaría sin hacer preguntas, al menos, como estaba seguro que no lo amaba como él llego a quererlo en el pasado, seguramente no le dolería su rechazo.

— Sé que esto me duele más a mí de lo que te dolerá a ti, pero… es la decisión que he tomado, así que te libero de cualquier promesa que me hayas hecho y yo, me arrepiento de las que realice en el pasado.

Milo tenía el descaro de llorar, después de haber roto su promesa, un juramento que no podía romperse con tanta ligereza, logrando que Camus, el corazón que pensaba estaba muerto se estremeciera por los celos de creer cual era la razón por la cual su escorpión quería deshacerse de su pasado compartido, de todas las noches que compartieron su lecho, del tiempo que le dedico y de sus esperanzas de sentirse completo cuando un hijo de Hera le hiciera compañía, su omega, su escorpión.

— Yo no te libero de ellas Milo.

De pronto Camus estaba a su lado, sosteniéndolo de las muñecas, imprimiendo su poderoso cosmos del cero absoluto en sus manos, logrando que se entumecieran y que la piedra que colgaba de sus dedos cayera al suelo, rodando con demasiada lentitud, perdiéndose en la oscuridad del templo de Milo.

— Tú me juraste ser mi compañero, hoy pensé que por fin me darías mi piedra, pero en vez de eso decides que lo mejor es separarnos, olvidar el pasado que nos une.

Camus escucho el movimiento de dos personas en ese templo, suponía quienes eran los intrusos, los otros dos omegas que vestían armaduras doradas, Milo parecía no poder encontrar palabras, tratando de mover sus dedos o usar su aguja escarlata, pero era inútil, sus tendones estaban completamente dormidos.

— Como si fuera cualquier cosa…

El santo de Acuario recargo su frente contra la de Milo, liberando sus muñecas, separándose sólo un poco de su cuerpo, para que los intrusos no escucharan lo que tenía que decirle, porque lo que se decía una pareja con la bendición del patriarca no era de la incumbencia de nadie.

— Sólo estas confundido, eso es lo que pasa…

Camus recorrió su mejilla con la mano izquierda, observando como uno de los intrusos aseguraba el collar de su omega y relamiéndose los labios, escuchando como el otro se movía a sus espaldas, se alejó de Milo, quien seguía demasiado confundido por esa actitud tan extraña en un guerrero que generalmente era demasiado carente de sentimientos.

— El es sólo un embaucador y cuando te des cuenta de que todas sus palabras son mentiras, sé que me darás mi joya, como me lo prometiste.

Como era su derecho, para poder ser libre del dios del Olimpo, escapar del destino que decían debía ser el suyo.

*****

Camus abrió los ojos cuando reanudaron la marcha, sus ojos fijos en el escorpión verdadero, el que debía ser suyo, amarlo por siempre, si lograba destruir a ese alfa que había tenido suerte suficiente para esquivar su ataúd de cristal, a quien jamás le perdonaría el haber nacido junto a su belleza.

Pensando de nuevo en Milo, en lo que haría en ese momento y como, justo como Degel hacía con Kardia, su escorpión trataría de brindarle comodidad, pero ese recuerdo era opacado por la molestia que sentía al recordar que Milo le abandono por el segundo nacido de géminis.

Por Kanon de dragón marino, aunque se dijera redimido, un nuevo hombre, no era más que un mentiroso y un estafador, una criatura que se merecía a su mentiroso omega, a ese traidor que dio a luz a dos pequeños pelirrojos, de ojos y uñas del mismo color, los que bien podían ser hijos suyos.

Pero no le importaba, no cuando Kardia era su omega destinado y podía curarlo de su indiferencia.

—Tuvo un omega, ese bastardo tuvo un omega, y sólo quiso utilizarle.

Pronuncio de pronto Kardia, sus ojos fijos en él, su odio casi palpable, imaginándose el dolor de su sucesor, quien seguramente había sido educado en el santuario, le habían enseñado las normas y le habían hecho fiel, enamorado con la idea de pertenecerle a su alfa.

Uno que no lo amo ni siquiera un poco, uno que le buscaba a él como si fuera una cura, uno que moriría bajo sus uñas, de eso estaba seguro, porque vengaría a ese pobre omega cuyo corazón seguramente estaba destrozado.

—No puedo imaginarme la clase de dolor por la cual le hiciste pasar, pero me alegra que Zeus te haya elegido como su amante, así pagaras muy caro lo que le hiciste, porque no eres más que un bastardo mentiroso.

Kardia se levantó, ignorando a Degel, que solo le observaba de reojo, dispuesto a defenderle si acaso trataba de cometer cualquier movimiento en falso, logrando que Camus sonriera, burlándose de su estado de vela, uno que hasta ese momento no había sentido nunca.

—Un monstruo sin sentimientos que uso a tres omegas para buscar una salida a tu destino…

Kardia sostuvo su cabello rojo con fuerza, tirando de el, sonriendo, logrando que Degel se levantara, diciéndose que, para un alfa como Camus, que un omega lo tocara era un premio, sin importar que intentara hacerle daño.

—Pero tu eres Ganimedes, eres el copero de los dioses, tu eres su omega…

Degel tiro de Kardia, alejándolo de Camus, quien se mantuvo impávido, logrando que Kardia enfureciera un poco más.

—Pero antes de eso, yo te brindare un poco del dolor que tú le hiciste pasar a esos omegas, en especial al primero, a ese pobre escorpión enamorado de un sucio bastardo.

***14***

Valentine al ver que su amado había destruido uno de sus grilletes se relamió los labios, su preciado señor sabía que ocurriría, tenía que castigarlo por eso y en vez de parecer preocupado, al menos un poco arrepentido, simplemente sonrió.

— Podría jurar que usted lo hace apropósito, mi señor, sabe que ha destruido uno de sus grilletes.

*******

Hola de nuevo, perdonen que haya posteado hasta ahorita el capítulo, pero en teoría, aun es jueves y termine mis labores después de lo previsto, como ven, las parejas van tomando forma, Albafica tendrá que luchar con todo para salvar a su cangrejo y la diosa afrodita es su patrona.

Mil gracias por sus comentarios, pero ahora, como estoy próxima a cumplir los doscientos comentarios en amor yaoi, si, doscientos, quiero hacer otro capítulo especial de conmemoración, ya saben, todas las parejas pueden ganar, así que, de quien desean que sea el capítulo número 57.

Espero sus votos, hasta la próxima semana, muchas, muchas gracias.


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