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Paraiso Robado. por Seiken

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-Es por eso que necesito más flechas Hefesto, para atacar el Inframundo y traerlo a mi...
 
Hefesto asintió, tomando más flechas y un arco nuevo, que había creado para el gigante de fuego, que no era un alfa, pero quería de forma sincera a su único hijo, la reencarnación de este, al menos.
 
—Esto te ayudará.
 
***42***
 
Aspros permaneció en silencio abrazando el cuerpo de Manigoldo, su cabeza recargada en el vientre del cangrejo, imaginando como sus hijos crecían en ese cuerpo de momento plano. 
 
—Un embarazo... esperas un niño... mi niño... 
 
Esas palabras fueron ajenas por completo a Manigoldo, quien apenas pudo moverse, no deseaba distraer su captor, al alfa desquiciado que alguna vez admiro. 
 
—Sabía que tendríamos suerte mi dulce cangrejo, que pronto tendríamos nuestra descendencia. 
 
Manigoldo cerro los ojos, permitiéndole abrazar su cintura, imaginarse la vida en su cuerpo, no estaba seguro de esperar un hijo, pero, su cuerpo se lo decía, su cosmos y su instinto, aquel que nunca le había fallado cuando estaba solo, en ese pueblo.
 
-Lo ves mi amor, yo soy el alfa destinado para ti. 
 
Eso era una locura, Albafica era el dueño de su collar, cambio cuando lo toco, su hermoso collar con la calavera y las rosas, su descendencia, sus hijos, su destino, el que no deseaba comprender Aspros, a quien unicamente le interesaba la realidad que el deseaba ver.
 
-Y cuando nazcan nuestros gemelos ellos no serán separados, serán educados juntos... 
 
Aspros beso el vientre de Manigoldo, mirándole con una hermosa sonrisa que para el no era mas que una pesadilla, una muestra de su locura, nada mas y eso le hacia temer mucho mas por la vida de su alfa, de su amado Albafica, asi como de sus gemelos, cuando se dieran cuenta que no eran los hijos de Aspros, que se parecían a su alfa.
 
-Lucharé para que eso no pase, te lo prometo... 
 
Manigoldo cerro los ojos, tratando de no luchar para que Aspros lo liberara, tratando de pensar en Albafica, recordar sus momentos felices, como aquel en el que penso estaba embarazado, esos primeros meses, cuatro meses en los que pensaba que podría dar a luz.
 
-Lo se...
 
Podía imaginarse a su alfa con esa actitud, besando su vientre, llorando a causa de la felicidad que sentía, como sucedió en esa ocasión, en ese hermoso momento, en el cual casi lograban conocer el paraíso, o eso pensaban, pero no pudo ser, el perdió a su bebe a los cuatro meses. 
 
*****
 
Habían pasado apenas dos días desde que le diera esa hermosa noticia y Albafica aun seguia recargado sobre su vientre, con los ojos cerrados, hablándole a la pequeña vida que crecía en su cuerpo, arrullandolos, comportándose como todo un demente, pero eso no importaba, lo único que en verdad lo hacia, era la felicidad de su amado alfa, de su compañero. 
 
-Como esperas que te escuche si apenas esta creciendo en mi cuerpo... 
 
Albafica abrió los ojos, mirándole fijamente, con una expresión de completa felicidad, besando de nuevo su vientre, encantado con la noticia, con lo que se le había dicho, imaginando un pequeño cangrejo corriendo por allí, en sus templos.
 
-A quien crees que se le parezca, a mi o a ti... 
 
No pudo responder, porque Albafica se levanto de un solo golpe, para besar sus labios, debido a la emocion que sentía, olvido de momento el veneno en su cuerpo apoderándose de los labios de su amado, que gimió al sentirle, respondiendo con desesperacion, sosteniendo el cuello de su amado, pegandose contra el.
 
-Me alegra sentir que tan emocionado estas... 
 
Susurro, demasiado sonrojado, restregandose contra su amado, que de pronto recordo que era venenoso, que podía lastimarlo, alejándose, o eso trato, pero no pudo, cuando su cangrejo lo jalo hacia el, lamiendo sus labios, gimiendo en ellos, estremeciéndose en el sillón que Albafica consiguió para el, para mantenerlo seguro del veneno.
 
-Quiero que sea tan hermoso como tu. 
 
Respondió Manigoldo, acariciando su cabello, relamiendo sus labios, quitándose su abrigo, deseando compartir su cuerpo con su alfa, pero se aparto con una expresión de terror, jadeando, completamente asustado, creyendo que sus bebes o su compañero perderían su vida, por culpa suya, debido a su emocion.
 
-No, no quiero que posea mi maldición, yo en realidad, lo único que deseo es que no posean mi veneno, ni mi belleza, asi serán libres, serán respetados, los veran como guerreros, si eso es lo que desean. 
 
Manigoldo no supo que decirle, pero besando sus labios de nuevo sujeto sus muñecas, para que se sentara a su lado, a sus pies de nuevo, recargando su cabeza en su regazo, con un suspiro de satisfaccion tal que lo estremeció, permitiendo que acariciara su cabello, al mismo tiempo que el, se imaginaba a sus descendientes.
 
-Tu eres respetado y querido en el santuario, eres demasiado fuerte, muchos le temen al veneno de tus rosas, al poderoso cosmos que arde cuando tu lo enciendes... 
 
Albafica no dijo nada, pero el estaba seguro que eso era una mentira, que no lo respetaban, no tanto como al santo de geminis, a Aspros, el poderoso Aspros que deseaba su mano y no se detendría hasta tenerla en su poder, dejando que acariciara su cabello.
 
-Mi querido maestro que ha dicho que tu podrías ser el patriarca, que eres sabio, que eres poderoso y que tu gentileza te haría un líder excelente, serias el mejor de todos nuestros líderes. 
 
Albafica entonces volteo a verle, sus ojos fijos en los suyos, pensando que por el contrario, su omega podría ser un perfecto patriarca, lamentablemente para los ojos de todos los demás, y creia, que aun el mismo Sage, su amado cangrejo no podría aspirar a eso, a dirigir el santuario.
 
-No es justo, tu serias un excelente patriarca, eres fuerte, eres amable y optimista, serias un digno sucesor de Sage, un mejor patriarca que cualquier alfa al que se lo ofrezcan, mucho mejor que Aspros. 
 
En realidad, para esos momentos muchos señalaban a su cangrejo por no someterse a los deseos de Aspros, por no entregarse a el apenas decidió que seria su omega y eso hacia que su sangre ardiera, porque no era justo, su compañero era perfecto en todos los sentidos.
 
-Odio al santuario, odio a nuestra diosa...
 
Manigoldo no se atrevió a interrumpirlo, porque le comprendía hasta cierto punto, su alfa había sufrido mucho, tal vez demasiado y no era justo que tuviera que cargar con el veneno, que no pudieran estar juntos, unicamente, para usar su sangre y las rosas como una barrera de defensa.
 
-Primero me quito a mi padre, después me quito mi libertad... 
 
Albafica se estremeció en ese instante, sin querer imaginar que sus pesadillas se convertían en realidad, que el se trataba de un alfa inútil que no podía proteger a su omega, que le arrebataban a su compañero de sus brazos.
 
-No se que haría de perderte, eso ya no lo soportaria... eso no... 
 
En ese momento suponía que ya no lo soportaria más y que desearía vengarse de la diosa de la sabiduría, de la diosa de la vida, de quien fuera, maldiciendolo todo, porque no viviría sin su cangrejo, ni nadie más lo haría. 
 
—No me perderás... 
 
*****
 
—Jamás podré agradecerte lo suficiente, esto que has hecho por mí Manigoldo. 
 
Pronunció Aspros, aún ciego a su dolor y a su miedo, creyendo sinceramente que ese niño que sabía guardaba en su vientre era suyo, pero el deseaba que fuera de Albafica, tener una nueva oportunidad para iniciar una familia.
 
—Un hijo, de mi omega... 
 
Aunque si era justo, y no deseaba serlo, su hijo, si su instinto no le fallaba, podía ser de ambos, de Albafica con quien tuvo ese hermoso día de su peor celo hasta el momento, o de Aspros que lo violó sin miramientos.
 
—Pero... 
 
Aspros volteo a verle, recordando algunos sucesos de esos días, ignorando convenientemente que lo había violado, pero notando que no había probado bocado en todo ese tiempo. 
 
—¡No has comido nada! 
 
Pronunció Aspros apartándose de su cuerpo, sorprendido, emocionado, pensando en que comida le mandaría preparar a su cangrejo, que se veía demasiado pálido. 
 
—Espérame aquí, yo iré a buscarte algo de comer, te prepararán algo delicioso. 
 
Aspros entonces salió de prisa, con un paso rápido, dejándole solo para que pudiera rodear sus rodillas y comenzar a llorar, como hacía cuando estaba encerrado en los restos de su aldea, pensando en su alfa, en lo feliz que habría sido si pudiera decirle que estaba embarazado, que podían intentarlo de nuevo. 
 
—Albachan... tienes que estar bien... tienes que estar a salvó... 
 
Manigoldo podía sentir a su alfa del otro lado de su lazo psíquico, al menos estaba vivo y Shion no había dado con el, por eso debía estar agradecido con los dioses, quiso decirse en silencio. 
 
—Por mi... 
 
Debían ser fuertes, por el bien de ambos, por el bien de su hijo, o hijos, no sabía que nacerían, pero si, que tenían la sangre de Albafica.
 
—Por nosotros... 
 
*****
 
Albafica sentía el dolor de su omega al otro lado de su lazo y al mismo tiempo, su alegría, había algo que le hacía sentir esperanza, un sentimiento que ya había notado antes, que le hacía recordar cuando pensó que su sangre y el no estaban malditos. 
 
—Un niño... mi cangrejo espera un niño... 
 
Afrodita asintió, esperando el momento en que su soldado saliera de su templo, que cumpliera con su promesa, portando su armadura y llevando un mensaje, con un vial, para Minos de Grifo, juez de las almas y el más sobresaliente de los emperadores de Creta. 
 
—Asi es, por eso es que debes actuar rápido, porque tú omega y tú hijo te necesitan, Albafica, solo así te ayudaré a sustraerlos del santuario, a salvar sus vidas, para que tengan una contigo. 
 
Albafica no tenía otra opción más que aceptar las órdenes de la diosa del amor, que primero le dió la facultad de ser reconocido por su omega, al disminuir el veneno de su sangre durante sus celos, después lo había protegido de la locura de Shion, ahora le daba una armadura para pelear con su enemigo y estaba seguro que le ayudaría a salvar a su omega, a vencer al veneno de las rosas, eso era todo lo que pedía, todo lo que necesitaba.
 
—Para que tú puedas ser feliz. 
 
Albafica no dijo nada mas emprendiendo el viaje al Inframundo, preguntándose qué clase de hombre era Minos y porque la diosa estaba tan interesada en brindarle ese regalo. 
 
—Suerte mi hermoso ángel... 
 
*****
 
Sage despertó unas horas después, cubierto de vendajes, en una cama no muy cómoda, pero limpia, en un templo menor con las insignias de Hera por todo el sitio. 
 
Junto a él se encontraba Itia, con los brazos cruzados delante de su pecho, sus ojos fijos en su cuerpo, en el movimiento de su respiración, sus dedos acariciando su collar, con la avaricia característica de un alfa que había perdido la razón. 
 
—Al fin despiertas mi cangrejito, como lo esperaba, eres demasiado fuerte y muy resistente. 
 
Sage por un momento quiso levantarse, pelear con Itia, pero este le enseño una cadena, que estaba unida a un grillete en su tobillo. 
 
—Esa cadena fue forjada por Hefesto, hijo de Hera, quien me ha dejado hospedarme en este curioso templo, en donde podremos iniciar nuestra familia. 
 
Sage no se movió, ni actuó como una liebre asustada de un depredador, manteniendo su mirada fija en la de Itia, que se veía fuera de sí.
 
—¿Vas a violarme o esperarás a que mi celo inicie?
 
Esperaba que esa pregunta le doliera a Itia, que decía lo amaba, usando esa necesidad casi animal de un alfa para proteger a su omega, aquello que cuando el lazo que los unía era amenazado, comenzaba a destruir su cordura. 
 
—Nunca te forzaría a complacerme, un verdadero alfa no hace eso y tu, aunque no aceptes tu condición de omega, sabes muy bien que es lo que pienso sobre eso, sobre un alfa poseyendo a un omega que no es suyo, o de cualquiera que rompa ese lazo sagrado. 
 
Sage mantuvo la calma, aún recostado, observando las cortinas moverse, pavorreales en los jardines y una bandeja con delicias en bandejas de oro. 
 
—¿Por eso dejaste que un niño fuera secuestrado por un dios? 
 
Itia jadeo, sabía que ese muchacho no era el omega de ese dios, pues, los dioses no son alfas, no tienen el vínculo sagrado creado por la diosa Hera. 
 
—¿Por eso separaste a un omega de su legítimo alfa? 
 
Itia por un momento pareció afligido, como si abandonar a Cid a su suerte fuera un acto del que se arrepentía, un sentimiento que Sage de momento pensó que era genuino. 
 
—Fue la única manera en la cual podría estar contigo, podría regresarnos el tiempo que Athena me robó, nos arrebató cruelmente. 
 
Sage se apartó cuando Itia intento sostener su mano con las suyas, viendo las manchas en su collar, comprobando que lo que siempre supo era cierto, Itia no era su alfa, la perla de su collar estaba manchada.
 
—Pero no es al primer omega que apartas de su legítimo alfa, únicamente para cumplir tus caprichos...
 
Eso lo dijo de nuevo, acostado en la cama, viendo el dolor que su declaración le traía a Itia, que sin pensarlo desvió la mirada, una parte de su mente comprendía que no era su omega, pero no lo aceptaría, no lo había hecho en tantos siglos, no lo aceptaría en ese momento en que lo tenía en sus manos. 
 
—¿No es verdad? 
 
Eso no era cierto, su alfa no podía ser ninguno de esos santos de bronce, esos inútiles de un cosmos tan mediocre, mucho menos, cuando su cangrejito era poderoso como ninguno, el merecía un alfa de élite, no uno cualquiera y el merecía un omega de la mejor clase, ellos se complementaban.
 
—Tu mataste a mi alfa al mandarlo a la guerra sin una oportunidad para que sobreviviera, contra uno de los jueces de Hades. 
 
Itia no respondió, porque si recordaba mandar a esos alfas inútiles a la guerra, pero no por las razones que pensaba su cangrejito, quien ahora lo culpaba de matar a su alfa ficticio, sólo, para poder negarse a él. 
 
—Era el tipo grande, el menos fuerte de todos ellos, el único que podía hacerme sentir seguro, con su calma, con su bondad, el era mi amado alfa y creía que una vez perdieras la vida podríamos estar juntos. 
 
Sage no mostraría piedad, y su batalla no tendría fin, porque no era un omega débil, era un guerrero, era un patriarca, estaban en igualdad de condiciones. 
 
—Solo estás mintiendo, tú sabes que no existe ese alfa, que me reconociste cuando era un anciano y solo por eso, tu no me aceptaste a tu lado, lo acepto, no era nada agradable a la vista, pero ahora soy joven, los dos lo somos, podemos darnos una oportunidad.
 
Sage lo que más odiaba en ese mundo era un alfa que no aceptará los deseos de un omega, un alfa como Itia, que deseaba ignorar su traición, la forma en que vendió a Cid, Cid, a quien el mismo rescataría de esa pena, por algo era el patriarca y ese niño lo necesitaba. 
 
—No eres mi alfa y no eres un guerrero digno de nuestra diosa. 
 
Sage respondió atacando a Itia, quemando ese templo y abriendo el camino hacia el Yomotsu, pero esta vez no lo dejó ingresar en el otro mundo, alejándose con una sola de sus técnicas, apareciendo en un valle de pasto verde, en donde comenzaría su búsqueda por ese niño. 
 
—Mi hermano siempre dijo que los trataba como los niños que nunca quise tener, pero se equivocaba, yo si quería tener niños, hijos propios, pero solamente si nacían de mi alfa, de lo contrario, no los tendría... 
 
Su hermano también pensaba que era virgen, pero no lo era, porque una vez que comprendió que su alfa era ese hombre apuesto, ese chico amable, no pudo controlar su deseo y fue con el, para tener una de las mejores experiencias de su vida, varias veces, porque no se necesitaba del celo para hacerle el amor a su compañero. 
 
—Hakurei, mi pobre hermano Hakurei... 
 
En ese momento, pudo escuchar unos pasos, el sonido de pisadas delicadas, pero pesadas, como de un gigante amable, que para ese momento ya tenía veintiocho años, ya portaba una cicatriz que le daba carácter a un rostro tallado por los dioses, con un cuerpo fornido, fuerte y varonil, que muchas veces le hizo pensar en su chico amable, todo en el se lo recordaba, menos la fuerza de su cosmos. 
 
—¿Qué haces aquí niño? 
 
Sage volteo de prisa, era Hasgard, el amable caballero de tauro, que en esos momentos tenía doce años más que el, al menos físicamente, porque el tenía más de doscientos, era un anciano, aunque supuso, eso no importaba para muchos otros. 
 
—¿Qué haces aquí? ¿Porque has abandonado el santuario? 
 
La mirada de sorpresa de Hasgard era tan cómica que por un momento tuvo que reírse, llevando una mano a su boca, sus mejillas sonrojandose, sus ojos fijos en el rostro del caballero de tauro. 
 
—¿Gran patriarca? ¿Es usted? 
 
Sage asintió, sorprendiendose ahora él por la facilidad con la cual fue reconocido por Hasgard, quien dió varios pasos, para ver qué tan joven se veía, era apenas un chiquillo, que logró que el guerrero veterano, se sonrojara, desviando la vista, en cualquier dirección menos él. 
 
—Me bañaron con las espumas del agua de Afrodita, el alfa que supongo me secuestro... 
 
Sage entonces recordó lo que pasó, los dioses gemelos habían ingresado durante la guardia de Shion, el había visto como trataban de matarlo, pero no sabía nada más al respecto. 
 
—¿Qué ocurrió después de que me fuí? 
 
Hasgard estaba a punto de responderle, pero el cosmos aterrador que se acercaba a ellos lo evitó, colocando al joven patriarca a sus espaldas, quien sujetando su brazo, lo transportó a otra parte, a un lugar que esperaba aún estuviera de pie, que fuera seguro. 
 
—¿Qué ha ocurrido en el santuario? 
 
*****
 
Cid cerraba los ojos, siendo embestido por el dios del sueño, que lo subía y bajaba sobre su hombría, cargandolo de las rodillas, los dos sentados en la cama que no habían dejado de compartir. 
 
La espada trataba de pensar en algo más, dejar que simplemente pasará lo que tenía que ocurrir, actuando como si tuviera placer al ser poseído por uno de sus enemigos.
 
Esa era otra misión, nada más, no era importante, no era nada más que una forma de huir de aquel círculo interminable de alfas y omegas, de sumisión y poder, al darle a luz a la serpiente, a cambio de su libertad. 
 
La serpiente nacería de el, la tormenta, que no era otro más que Tifón, aquel que casi destruyo a Zeus, sería dado a luz por otro omega, antes de que el mismo patrón del Olimpo despertara y con el, las calamidades a la raza humana, ladrones del fuego, herejes y apostatas, ignorantes de la furia de los dioses, que sería derramada sobre todos los mortales. 
 
Oneiros se derramó en él, dejando que su semilla fluyera libre en el interior de la espada, que se libero de sus manos, acostandose de lado, cerrando los ojos. 
 
—No pienses en nada más que nosotros, Cid, en lo felices que seremos ahora que te has rendido a mi... 
 
Cid sentía los labios de Oneiros recorriendo su mejilla, su sien, sus hombros, tratando de ser tan delicado, tan suave, como Eros le dijo que debía serlo con un mortal. 
 
—Hare que preparen algunos manjares para nosotros, debes estar hambriento y no quiero que te debilites. 
 
Por supuesto que no deseaba eso, porque de perder su cosmos, no podrían seguir haciendo el amor, de una forma desenfrenada como hasta el momento había pasado. 
 
—El baño está listo, puedes adelantarte si eso deseas, yo regresaré en cuestión de minutos... 
 
Lo que deseaba era a Sisyphus, lo que deseaba era ser libre, y solo podía elegir una de esas dos opciones, esa era la libertad. 
 
—Te esperaré... 
 

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