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Paraiso Robado. por Seiken

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-Este dolor... ¿Qué es este dolor? 
 
Era miedo, ambos lo sabían, así que Hera no diría nada al respecto, solo esperaba que Camus comprendiera lo que se le decía. 
 
-Quiero un guerrero en la época de dónde vienes, necesito de ti, Camus, tu omega también lo hace y Athena, no es más que tú chaperona, tu guardiana, para que no sientas amor, ni deseo, para alejarte de mí, pero este día estoy dispuesta a darte una oportunidad, así que decide, Zeus... o yo. 
 
La respuesta era obvia, porque solo había una, no solo debido a la tortura que sufriría en las manos de Zeus, de llegar a ser secuestrado de nuevo, sino por su omega, Milo, sin importar que no lo quisiera a su lado, porque se lo había ganado, el se lo había buscado. 
 
-Seré su soldado diosa Hera, le doy mi lealtad si a cambio, Milo ya no sufre más daño. 
 
Hera sonrió, con una expresión complacida y maternal, colocando su mano en el hombro de Camus, brindándole nueva vida a su armadura. 
 
-Te nombró Camus de la vía láctea, primer guerrero de Hera.
 
Camus se agachó entonces, como lo habría hecho con Athena, aceptando el nombre dado por esa diosa y cualquier orden que quisiera darle. 
 
-Estoy a sus órdenes. 
 
*****
 
Sage los transportó a un valle pacífico, en donde por fin pudo respirar con tranquilidad, observando el paisaje, dejando ir a Hasgard. 
 
-No dejaré que te mate... eso no pasara de nuevo. 
 
Qué le observaba perplejo, sin comprender muy bien que era lo que estaba pasando, de quién era ese aterrador cosmos. 
 
-¿Gran patriarca? 
 
Sage sacudió su cabeza, con un gesto idéntico al que siempre usaba Manigoldo, para poco después rascarse una oreja con la punta de uno de sus dedos. 
 
-Ya estoy muy viejo para esto... 
 
Después suspiro, con fastidio y preocupación, para sonreírle a Hasgard, el mismo tipo de sonrisa que usaba el cangrejo menor, como si fuera un aire de esa extraña familia de fuegos fatuos. 
 
-¿Y bien? 
 
Le pregunto, llevando sus manos a sus caderas, una actitud que le pareció graciosa al guerrero de tauro, que empezó a reírse, cruzando sus brazos delante de su pecho. 
 
-¿Qué ha pasado en el santuario? 
 
Sage se sonrojo un poco al escuchar esa risa, porque no era cosa de todos los días, o más bien, nunca, que algún santo dorado se riera de él. 
 
-Es una locura, el anciano maestro Hakurei no es el mismo y Shion ha hecho su voluntad... 
 
Sage sabía que su hermano ya no era el mismo, desde unos meses atrás, casi un año, pero Shion, el estaba actuando como creía era lo correcto, porque siempre había respetado en demasía a los alfas y despreciado a los omegas.
 
-¿Qué ha decidido? 
 
Pregunto algo serio, esperando que Harbinger le diera la información que necesitaba escuchar, notando la forma en que Tauro dudaba respecto a sus palabras. 
 
-Aspros es el patriarca y le han entregado la mano de Manigoldo, Cid fue declaró muerto en batalla, además de que Albafica fue declarado un traidor, Shion debe traerlo de regreso al santuario... él es un alfa, pienso que el compañero de Manigoldo. 
 
Sage agradecía ser un hombre de su edad y con su fortaleza, porque de lo contrario se habría derrumbado, Cid había sido entregado a un espectro, un dios menor, lo habían sustraído de su cama y a Manigoldo lo habían entregado a Aspros, para que pudiera convertirlo en su omega en contra de su voluntad, además, por si fuera poco, Albafica era un alfa, el alfa de su pupilo. 
 
-¿Porque no me dijeron? ¿Porque no confío en mí? 
 
Eso fue lo único que alcanzó a preguntar, llevando una mano a su cabeza, para tratar de pensar en una forma de salir de ese pequeño infierno, tratando de no imaginarse por lo que estaba pasando su alumno, en las manos de Aspros. 
 
-Tal vez pensó que no le creeríamos, todos nosotros somos culpables de lo que está pasando, a ninguno le importo si Albafica era un alfa, mucho menos la forma en que Aspros acosaba a Manigoldo... 
 
Sage asintió, dándose cuenta de eso, y en realidad pensó en convertirlo en su sucesor, ignorando el acoso que sufría su alumno, porque era omega tal vez, porque estaban acostumbrados a que así eran los hijos de Zeus. 
 
-Les he fallado a todos ustedes, pero en especial a ellos, esos pequeños que confiaban en mí. 
 
Hasgard puso una mano en su hombro con una expresión de tristeza, todos les habían fallado a los omegas, en especial, a Manigoldo. 
 
-Aun podemos pagar por nuestras culpas brindándoles ayuda, cambiando las leyes del santuario para mejorar la vida de los omegas... 
 
Sage respondió de una forma extraña, recargando su mejilla contra la mano de Hasgard, sosteniendola entre las suyas, disfrutando de ese contacto tan insignificante. 
 
-Gracias por aún creer en mí, pero...
 
Hasgard le ayudo a sentarse en ese sitio, hincándose a su lado, acariciando su mejilla con su dedo pulgar, siendo esa la primera vez que no era rechazado por el patriarca, quien sabía de lo profundo de sus sentimientos por el. 
 
-Aun esta Itia, el patriarca que gobernó el santuario antes que yo, el no me dejara ayudarlos hasta que no lo mate. 
 
Hasgard estaba sonrojado, sin saber muy bien que podía decirle al joven patriarca, pero allí estaba el, sería su pilar si eso necesitaba, sin importar lo que ocurriera. 
 
-Yo sigo a sus pies patriarca, aún sigo bajo su comando sin importar lo que pase, ni la edad que tenga... 
 
Sage al ver lo que está permitiendo que pasará se alejo de Hasgard, unos centímetros, a quien se daba cuenta amaba mucho más de lo que debería hacerlo, quien también era idéntico a su alfa, de haber sobrevivido lo suficiente, con un cosmos brillante, tal vez, de tener su perla y el la hubiera tomado entre sus manos, habría recuperado el color blanco puro de su perla, la que tenía una calavera cuando nació, pero cambio a eso, como si fuera un muro de cristal o algo parecido. 
 
-Usted sabe la profundidad de mis sentimientos para usted, lo mucho que lo amo y necesito conmigo, pero si usted no me corresponde, no importa, mis sentimientos por usted no pueden ser borrados, tenga la edad que tenga, aunque haya encontrado a su alfa en el pasado y no pueda tomar su lugar, yo lo amo con todo mi ser. 
 
Sage negó eso con una expresión extraña, se veía triste, pero al mismo tiempo sonreía, con esa expresión que usaba cuando el intentaba convencerlo de aceptar su amor. 
 
-Por el contrario... era mi edad aquello que me evitaba aceptar tu amor, era un omega viejo, marchito y tú, un hermoso jóven con una vida por delante, pero, me equivoqué, me he equivocado en todo, aunque he tratado de ser un mejor patriarca de lo que fue mi antecesor. 
 
Hasgard no supo que decirle, tampoco pudo decirle algo, pronunciar cualquier clase de sonido, porque antes de que pudiera hacerlo, Sage beso sus labios, un beso casto, que provocó que un poco de energía recorriera su cuerpo, liberando sus cuerpos de cualquier clase de dudas, modificando el color del collar en el cuello de Itia, que volvió a pintarse de blanco. 
 
-Yo también te quiero, te quise desde que pisaste el santuario de nuevo, al verte regresar con tu promesa cumplida, con un brillante cosmos que me hacía sentir cálido, seguro, pero me trataba de un anciano, como podía atarte a mí, como podía encadenar tu vida a la de un anciano, a alguien tan poco agraciado como lo era en el pasado. 
 
Hasgard acarició el cabello blanco de Sage, besando sus labios de nuevo, con una sonrisa tierna.
 
-Pero si era hermoso, siempre ha sido hermoso, patriarca Sage y habría agradecido a los dioses el tenerle a mi lado, porque yo lo amo, lo amo demasiado.
 
*****
 
Itia vio como el collar de Sage cambiaba de nuevo, tomando esa imagen blanca, tratando de pensar en cual era esa razón, comprendiendolo en un instante, ese alfa que no existía, pero si lo hacía, el alfa destinado de Sage no era él, todos sus esfuerzos, todos sus deseos, estaban basados en una ilusión, su amor no era más que una locura, la locura del alfa sin una pareja. 
 
-¿Qué he hecho? 
 
Se preguntó cayendo de rodillas, había ayudado a que dos omegas fueran separados de sus almas gemelas, había traicionado a su diosa, había aterrorizado a Sage todo ese tiempo. 
 
Sage, Sage que era un buen omega que había peleado con un monstruo toda su vida, el monstruo era el, una pesadilla, un traidor, un monstruo, una bestia, que merecía nada mejor que la muerte. 
 
Tomando una de sus espadas decidió llevarla a su pecho, pensando en su muerte, en el justo castigo por todos sus pecados, lágrimas recorriendo sus mejillas, de tan desesperado que estaba. 
 
-Soy un monstruo... soy una blasfemia... lo mejor es la muerte... 
 
He intento matarse, con el collar blanco en su pecho, cerrando los ojos, uso su cosmos para clavar su espada en su pecho, a la altura de su corazón, pero, la muerte no llego, dos guerreros que habían seguido a Shion el viejo al pasado, vigilado a Camus, liberado a Milo, detuvieron sus intentos por matarse. 
 
Uno de ellos era un muchacho bajito, de cabello rosa, como las flores, ojos del mismo color, su iris tenía la forma de un corazón, su armadura era negra, como las que fabricaba Hefesto en su taller. 
 
-No hagas eso... de nada sirve que te mates. 
 
Itia abrió los ojos para verlos, el muchacho de cabello rosa y a sus espaldas, otro más, un guerrero de piel pálida, cabello blanco, muy corto, ojos amarillos que erizaron su piel, vestido con la misma armadura, pero, con un arco y unas flechas a su espalda. 
 
-Somos soldados de Hera, mi nombre es tempestad, él es mi hermano Aquiles... 
 
Itia podía ver qué aunque el muchacho de cabello rosa se veía bajito, algo menudo, cuando Aquiles se detuvo a su lado, este era al menos una cabeza más bajo, ese muchacho bajito, que decía llamarse tempestad, era como los dioses, tan grande como los entes divinos. 
 
-¿Qué demonios quieren?
 
Tempestad no dijo nada, en cambio, Aquiles sosteniendo una de sus flechas, apuntando su rostro con ellas, sonriéndole, con una expresión de completa locura, fingió dispararle. 
 
-Nacer... eso es lo que deseamos. 
 
Itia noto en ese momento como el más bajo de ellos, que también era un muchacho muy alto, tenía un collar, en collar de un omega, era un omega inmaculado, quien usando la punta de su flecha, sostuvo el collar, el que enredo en su flecha, para devolverlo con el regalo del dios Hefesto, que era un arco con unas flechas que siempre daban en su blanco, aunque no supiera su ubicación.
 
-El collar ha regresado a su legítimo dueño y tú, aún tienes una forma de limpiar tu honor, alfa, pelear por Hera, o desafiarla. 
 
Itia trato de tomar una decisión, sin saber muy bien cuál podía ser, pelear por Athena que lo había apartado de su omega, o pelear por Hera, que a su vez, podía mostrarle quien había sido su omega, cuando aún estaba vivo. 
 
-Lo único que deseo es conocer a mi omega, saber de quién se trataba. 
 
Aquiles sonrió con burla, negando eso, pensando que simplemente era patético la necesidad de algunos alfas por tener a su omega a su lado. 
 
-Los alfas... siempre tan patéticos... 
 
Itia sintió una molestia difícil de describir al escuchar las palabras de ese omega, que le veía con desprecio, quien tenía una apariencia refinada, con un aire salvaje, por el color de sus ojos. 
 
-¿Tú qué sabes sobre nosotros? 
 
Aquiles comenzó a reírse de forma burlona, al mismo tiempo que Tempestad suspiraba con fastidio, como si ya conociera la respuesta que daría. 
 
-Los alfas no son más que animales capaces de hacer lo que sea para saciar sus bajas pasiones, culpando a los omegas al final de sus actos, como si nosotros les forzaramos a actuar de esa forma. 
 
Itia no supo que decir, porque hasta el momento no había demostrado nada diferente, el era un monstruo que había dañado a muchos omegas, buscando un espejismo. 
 
-Odias mucho a los alfas. 
 
No tenía porque responderle, era obvio, pero Itia trataba de hacerle decir que no todos los alfas eran animales. 
 
-Pero se necesito de uno para que tú nacieras... 
 
La expresión de odio que pudo ver, congelo su sangre, haciendole pensar que Aquiles era un hombre muy sádico, un monstruo, tal vez, ya que ese rostro hermoso contorsionado en esa expresión de sadismo y locura, le hizo temer, aún a él mismo. 
 
-Mi procreador, el alfa bastardo que embarazo a mi omega, es el peor de todos ellos... 
 
*****
 
Albafica podía ver como un grupo de espectros peleaba con otro, una tercera parte, para ser exactos, que era masacrada por los otros, que no mostraban piedad. 
 
Una completa ironía, que le hacía pensar en el futuro, cuando estos espectros atacarán el santuario, preguntándose, cuanto tiempo durarían en pie sin el veneno de sus rosas. 
 
Eso ya no le interesaba y su armadura ya no era dorada, sino azul, como aquellas de Afrodita, escuchando un grupo de espectros, liderados por un espectro con un látigo y otro de ojos negros. 
 
-¿Qué haces en el Inframundo?
 
Albafica no respondió, pero no sé amedrentó cuando el guerrero de ojos negros quiso atacarlo, siendo detenido por el otro, el que sostenía su látigo. 
 
-Es por eso otro guerrero de Afrodita, vienes a vengar su muerte... 
 
No le interesaba ningún guerrero de Afrodita, ni las razones de aquella guerra civil en el Inframundo, lo único que deseaba era llevar un mensaje, al juez llamado Minos. 
 
-Tengo un regalo para el juez Minos de Grifo de parte de Afrodita. 
 
Lune asintió, guardando su látigo, el otro guerrero negó eso, no dejarían que se acercaran a su amado juez, sin que escuchara lo que llevaban para el.
 
-¿Qué regalo es aquello que te tiene pisando el Inframundo? 
 
Albafica no respondió esa pregunta, no tenía porque hacerlo, sin embargo, unas alas pudieron escucharse y un soldado de cabello blanco, aterrizó frente a él, su rostro a pocos centímetros del suyo. 
 
-Puedo ver algo de belleza debajo de esa fea cicatriz alfa de Afrodita, otro de sus angeles... 
 
Albafica por un momento pensó que ese guerrero era un demente y que estaba a punto de atacarlo, pero simplemente sonrió, apartándose inmediatamente. 
 
-¿Afrodita quiere vengarse por mis actos de justicia? 
 
Albafica podía ver un collar en el cuello de Minos, con un grifo de color dorado en el fondo, a las espaldas de Minos, se encontraba un omega, la mirada perdida, usando unos ropajes parecido al del juez, una armadura de élite por las alas negras a su espalda, más la túnica con tocados rojos que me ordenaba. 
 
-Afrodita tiene un regalo, sólo para tus ojos, Minos de Grifo. 
 
Minos quiso tomar una decisión, si podía confiar en ese alfa, o no, pero pensó que si se había atrevido a llegar tan lejos, lo que la dolida madre tenía que decirle era de suma importancia, pero antes, debía terminar con esa locura, ese enfrentamiento. 
 
Radamanthys estaba a sus espaldas, su celo aun estaba presente, Aiacos llegó pronto, con Violate a sus espaldas, quien no podía dejar de ver al segundo juez de las almas, su actitud rota, quebrada. 
 
-Escuchen espectros del Inframundo, Pandora ha muerto, pero ese no es el fin de nuestra guerra, nosotros como jueces de Hades cumpliremos los deseos de nuestro dios del Inframundo.
 
Los espectros que seguían peleando, muchos de ellos soldados que aún eran leales a Radamanthys, detuvieron toda lucha, al escuchar a Minos y ver con sus propios ojos al segundo juez, que había sido humillado en una contienda justa, pero pensaban había sido asesinado al permitir que la vida de la señorita Pandora fuera tomada por lo que fuera que haya pasado. 
 
-Y traeremos paz al mundo, una vez que mueran los humanos indignos.
 
Minos coloco una mano en la espalda de Radamanthys, para que diera un paso, un movimiento casi como de marioneta, que lleno de angustia al soldado de la rosa, al pensar que Manigoldo podría terminar así, si no se apresuraba. 
 
-Yo, Minos de Grifo gobernaré el Inframundo en lugar de Pandora como un emperador justo, junto a mi omega, mi hermoso Radamanthys, como mi consorte y mi esposo, así como mi segundo al mando. 
 
Al escuchar las preguntas de los espectros que aún dudaban de sus acciones, Minos, simplemente decidió usar sus hilos, enseñarles porque era el primer juez de las almas, escuchando una infinidad de gritos, algunos de sus propios soldados leales, que aceptaron sus decisiones sin decir nada, ellos serían devueltos al Inframundo, los traidores no. 
 
—Guerrero de Afrodita, sígueme, Aiacos, has que tú ejército limpie este desastre, lanzas sus cuerpos al valle de las espinas para que sus cuerpos sean destrozados por el viento que lo azota. 
 
Aiacos guardó silencio, haciendole una señal a Violate, para que lo acompañará, pensando qué tal vez, Radamanthys habría sido por mucho más justo que Minos, al menos el habría permanecido en sus habitaciones, con su Valentine. 
 
—No podemos dejar que un mensaje divino se desperdicie con oídos sordos. 
 
Albafica los siguió en silencio, atravesando los círculos hasta llegar a las habitaciones de Minos, que se encontraban en una de las torres, donde pudo ver que había una cuna negra, protegida por las armaduras de los espectros, quienes se quitaron sus surplices apenas ingresaron. 
 
—¿Cuál es el regalo de la diosa Afrodita? 
 
Albafica coloco en el escritorio el pergamino y la botella con el vial de color azul, observando también que había unos libreros destruidos, cuyos libros estaban acomodados en el suelo, señal de que alguien había peleado con alguien más, en esa habitación. 
 
—Esto es su regalo, con el que dice, obtendrá su mayor deseo. 
 
Minos abrió el pergamino para leerlo con detenimiento, el vial en una de sus manos, escuchando los pasos de Radamanthys, que vestía un atuendo de la vieja Creta, una túnica blanca que le llegaba a las rodillas, su torso cubierto con un manto, que colgaba de sus hombros, dejando su espalda al descubierto, y como último detalle, un collar dorado ceñido al cuello. 
 
—Radamanthys, la diosa Afrodita nos ha dado un regalo valioso, por favor, dale las gracias a nuestro invitado. 
 
El omega rubio observó a Albafica con una expresión difícil de describir, tragando un poco de saliva, para después sonreírle, inclinando su cabeza con delicadeza, tratando de ignorar ser tan delicado como podía. 
 
—Te agradezco tu vista ángel de Afrodita, en mi nombre y en nombre de mi alfa... 
 
Pronunció seguro, colocando una mano en el hombro de Minos, con una sonrisa delicada, quien a su vez, coloco su mano en la cintura del omega, acercándolo a su cuerpo. 
 
—Puedes retirarte, pero, dile a tu diosa, que si desea vengarse por la muerte de su hijo, yo la espero con mis ejércitos listos, con la bendición de Zeus, nadie tocará a mi omega, nadie lo separara de mis brazos, no mientras yo viva. 
 
Pronunció besando su vientre, pegando su rostro a su cuerpo, con una sonrisa plagada de locura, una que se imaginaba Afrodita que Aspros tenía en ese momento, diciéndose que solamente por eso era que debía realizar su deber, su trabajo como alfa, que era protegerlo. 
 
—Se lo diré a la diosa Afrodita, por eso no debes preocuparte. 
 

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