Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Paraiso Robado. por Seiken

[Reviews - 236]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

 

Avisos:

 

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

 

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje,  por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

 

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

 

Sin más les dejo con la historia, espero que les guste y mil gracias de antemano.

 

Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

 

***12**

 

Manigoldo maldijo de nueva cuenta el nombre del santo de Piscis, sosteniendo un cigarrillo entre sus labios, así como maldecía que su templo estuviera tan alejado del suyo, era como si el mismo santuario quisiera negarle la dicha de su compañía.

 

En cambio, el templo más cercano al suyo era el de aquel demente que lo acechaba durante sus celos y fuera de estos, al que no le importaban sus palabras, ni sus deseos, creyendo que solo porque él se dio cuenta primero de su maldición, tenía el derecho absoluto de reclamarlo para él, lo deseara o no.

 

Ni siquiera recordaba cual era la razón que lo llevo a pensar que Aspros era una persona digna de admirar cuando era un pequeño mocoso engreído, sólo que su actitud o su seguridad eran divertidas.

 

Mucho más agradables que la calma y tranquilidad que Sisyphus mostraba, o la jovialidad de Hasgard, creyendo de cierta forma que Aspros era superior, eso era lo que todos decían, lo grandioso que era el santo de géminis.

 

Cuya gentileza y bondad, escondían su verdadero rostro, uno que no aceptaba una negativa, que no respetaba sus deseos, el que lo seguía cada uno de sus celos tratando de hacerlo suyo utilizando la debilidad que asociaban con sus cuerpos preparándose para ser fecundados, su cosmos así como sus reflejos disminuían haciéndolos vulnerables.

 

Manigoldo también asociaba esa época del año con Aspros acechándolo como un depredador lo hacía con su presa, su mirada fija en el, moviéndose en las sombras, esperando el momento oportuno para atacarlo.

 

De pronto, cuando dio el primer paso en el templo del escorpión, quien seguramente en ese momento disfrutaba de la compañía de Degel o se dedicaba a cortar sus libros porque su compañero le hizo enfadar escucho un sonido en ese templo que debería estar vacio, aunque elevo su cosmos para hacerse presente.

 

Degel deseaba mostrarle a Kardia una colina pacifica en donde podrían criar a su descendencia de forma segura, lo cual para Manigoldo solo causaría la furia de su amigo y que dejara de hablarle a su compañero por más días de los que se molestaba en contar, un error de juicio por parte del cubo de hielo.

 

Al dar el siguiente paso al creer que no había nadie en ese templo sintió que lo sostenían de uno de los brazos con fuerza, repentinamente, logrando que el terror se apoderara de sus instintos.

 

El cangrejo se aterro en ese instante, golpeando a su atacante sin pensar con claridad, solo tratando de soltarse de la mano del que pensó se trataba de Aspros, saltando varias veces para mantener su distancia, notando como la mano de su atacante brillaba con la aguja escarlata y como una sonrisa burlona se presentaba en su rostro, como si le hubiera parecido divertido hacerle creer que lo habían atrapado.

 

— ¿Por qué tan nervioso Manigoldo?

 

Manigoldo respiro hondo sintiendo que su corazón se salía de su pecho, mirándolo de pies a cabeza con incredulidad, Kardia al ver que su broma no le parecía graciosa recogió el cigarrillo del suelo, para darle una fumada, esperando su respuesta.

 

— Te hacía con Degel en su nido de amor.

 

Kardia dejo de fumar, arqueando una ceja, preguntándose si acaso Manigoldo conocía algo de aquella absurda noción de su alfa, quien pensaba que abandonarían el santuario como unos traidores, que estaba dispuesto a matar a otro pequeño nacido de ambos.

 

— Y eso que no has visto el que Aspros tiene preparado para ustedes, yo creo que será una luna de miel muy larga.

 

Manigoldo perdió algo de color, no encontraba graciosas sus palabras, Kardia no lo entendía porque Degel era su compañero y eso lo mantenía seguro de cualquier otro que quisiera poseerlo, nunca tuvo que lidiar con sus problemas solo, ni con el constante acoso de un alfa que no entendía que no lo deseaba.

 

Ni el conocimiento de que aquel que amaba estaba fuera de su alcance para todos los demás y que no le darían el permiso para tener una relación con él, por el veneno, por su belleza, porque el futuro patriarca lo deseaba, la crueldad de las palabras de Shion, la dolorosa realidad de que no importaba lo que el pensara, sus sacrificios o el brillo de su cosmos, cuando Aspros lo tomara y tarde o temprano lo haría, se lo entregarían como premio, solo porque se trataba de un omega.

 

— Le dije que te molestaría, que aún no estabas preparado para intentarlo de nuevo, pero no me escucho.

 

Kardia sabía que sus palabras fueron demasiado crueles, para  Manigoldo, el santo de géminis era una verdadera amenaza, un peligro latente, aunque nadie más lo creía de esa forma, al menos no los alfas, para los omegas era algo diferente, ellos sabían que el miedo del cangrejo era real, que Aspros lo violaría cuando tuviera una oportunidad, la que los mayores le daban sin pensarlo o a sabiendas de lo que ocurriría con su amigo una vez que Géminis le pusiera sus manos encima.

 

— ¿Qué estás haciendo aquí de todas formas?

 

Manigoldo caminaba en dirección de su santuario, porque sabía que aquel hecho para los omegas no era seguro, un sitio en donde se suponía que podían pasar sus celos tranquilos sin que ningún alfa pudiera ingresar en él, pero ese lugar sólo funcionaba si acaso los alfas obedecían las reglas o no tenían el cosmos de un santo dorado.

 

Aspros podía irrumpir en ese templo perdido en el santuario en cualquier momento utilizando la ventaja de la oscuridad así como la soledad del mismo, su refugio era el templo de piscis, con Albafica, quien se había ausentado más de la cuenta dejándolo a su suerte durante su celo.

 

— Albafica aún no regresa al santuario, pero aun así, quería esperarlo en su templo.

 

¿Albafica? ¿No Albachan o Achan o cualquier apodo ridículo que se le ocurriera al cangrejo en ese instante?

 

Manigoldo sí que debía estar molesto con el hermoso santo, de lo contrario endulzaría su voz al pronunciar su nombre en cualquiera de sus apodos, por lo que sonrió con cierta sorna, la rosa tendría problemas al regresar al santuario y le causaba demasiada gracia que el único que no tuviera esa clase de complicaciones fuera Cid, solo porque Sisyphus no se atrevía a actuar.

 

— Sabes que podrías quedarte.

 

Podría pero no quería actuar como un mal tercio, mucho menos como un escudo para que Kardia no tuviera porque arreglar sus diferencias con su compañero, por lo cual, negando aquella invitación velada con la cabeza, comenzó a dirigirse al doceavo templo esperando que al menos el aroma de las rosas lo tranquilizara un poco.

 

— Tienes muchas cosas que charlar con tu cubito de hielo, será mejor que no lo pospongas, Kardia, eso nunca es algo bueno.

 

Varios minutos después, por un instante Manigoldo sintió una presencia, algo que lo seguía, pero no pudo ver nada ni nadie en las escaleras, acercándose con forme avanzaba la noche al templo de piscis, deteniéndose en la entrada.

 

Suspirando con derrota al ver que todas las luces estaban apagadas, que Albafica había roto su promesa, diciéndose que no debía estar molesto con él, que sus misiones eran por mucho más importantes, pero preguntándose si podría pasar esa noche en su templo y si eso funcionaria de algo para rechazar a Aspros.

 

Recordando la primera pero no la única ocasión que el santo de géminis pudo darle alcance, lo que hizo cuando puso sus manos encima de su cuerpo, un secreto que no le había contado a nadie, que solo su Albafica conocía, la razón por la cual comenzó a protegerlo y Aspros a perseguirlo.

 

El acecho que a nadie más le importo y que vieron como algo normal, un acto común que no sería castigado, tal vez su debilidad momentánea fue lo que suponía había convencido a ese alfa de que lo deseaba también, que debía ser su compañero.

 

Cuando él era joven, apenas un adolecente en busca de su armadura, que se esforzaba por entrenar y perfeccionar las técnicas de su maestro tratando de hacerle sentir orgulloso, notando como el comportamiento de su amigo para con él iba cambiando poco a poco, así como el de Albafica de Piscis, quien en ciertas ocasiones los seguía muy de cerca, siempre manteniendo una distancia, casi escondiéndose de su mirada, pero al mismo tiempo como si quisiera decirles algo, o en todo caso, como si quisiera conversar con él pero no se animara por la presencia de Aspros en aquellos campos de entrenamiento.

 

Ese día estaba fresco en su memoria porque aquel día fue diferente a los demás, había algo en el aire y en su cuerpo, una molestia, un sentimiento de sofoco que no lo dejaba concentrarse, como siempre Aspros le miraba de lejos, dándole uno que otro consejo cuando creía que lo necesitaba, sentado en el escalón más alto, mirándolo fijamente.

 

No podía concentrarse, ni pensar con claridad, por lo que decidió detener su entrenamiento, marcharse de aquellos campos tan rápido como pudiera, siendo detenido por Aspros, a quien admiraba y quien pensaba era su amigo, el mismo que lo mantenía sujeto del brazo, con una extraña expresión en sus ojos.

 

— Manigoldo…

 

Aspros acerco su rostro a su cuello, como si quisiera decirle algo en el oído, manteniéndolo sujeto por el brazo con tanta fuerza que comenzaba a lastimarlo, como si estuviera seguro que de no sostenerlo en ese sitio escaparía de sus manos, pero no le dijo nada y en vez de eso, aspiro a la altura de su cuello, jadeando poco después, como si percibiera algo que el no.

 

— Es… tu primer celo… sí eres un omega…

 

Manigoldo no entendió en un principio que estaba pasando, solo que tenía que alejarse de aquel sitio, tratando de liberarse de las manos de Aspros, quien de pronto retiro unos cabellos de su rostro, como si quisiera admirarlo mucho más de cerca con una mirada casi perdida que no supo cómo interpretar.

 

— Uno especialmente lindo…

 

Besándolo repentinamente sosteniéndolo de la cintura con delicadeza, casi con ternura, cargándolo repentinamente para que ambos estuvieran a la misma altura, empujándolo contra una de las muchas columnas de aquel coliseo para sostenerlo con su cuerpo, gimiendo cuando Manigoldo tiro de su cabello con fuerza, tratando de que lo soltara.

 

— Mi omega…

 

Pronuncio recorriendo su mejilla con las puntas de sus dedos, Manigoldo temblaba ligeramente en los brazos de Aspros, petrificándose repentinamente al ver aquella mirada cargada de lujuria, sintiendo miedo por primera vez desde que había llegado a ese santuario, a punto de pronunciar el nombre de su maestro, siendo silenciado de nuevo cuando los labios del mayor se apoderaron de los suyos.

 

Recostándolo entonces con la misma delicadeza, sin separar sus labios de su boca ni sus manos de sus costados, acariciándolo con suavidad, llevando sus dedos a su torso, rozando sus pezones para después enfocarse de nuevo en su cadera, en su ombligo y en su vientre.

 

Abriendo con lentitud el cinturón de su uniforme sin escuchar sus quejidos ni percatarse de sus intentos por liberarse, mucho menos las suplicas por que se detuviera, la que aun trataba de pronunciar con su boca invadida por su lengua.

 

Aspros al abrir su cinturón introdujo de pronto una de sus manos en ellos al mismo tiempo que con la otra le sostenía de la cadera con tanta fuerza que comenzaba a marcar sus dedos en su piel hasta ese momento inmaculada, rosando su entrepierna primero con delicadeza para después aplicar un poco más de presión, separándose lo suficiente de su boca para que pudiera gemir, recuperando algo de su aire.

 

— No… detente…

 

No entendía que pasaba por la mente de Aspros ni con su cuerpo, pero sabía que no le gustaba lo que estaba haciéndole ni que lo ignorara, lo único que sabía era que su amigo, aquel santo que admiraba no se detenía, lo hacía sentir extraño, como si su cuerpo estuviera demasiado caliente, manoseando su entrepierna, besando su cuello, con demasiado cuidado de no marcar su piel.

 

Llevando su otra mano entonces a sus nalgas, las que acaricio con demasiado cuidado, siempre como si aquel acto lo desearan ambos, no solamente quien pensaba era su amigo hasta ese momento.

 

— Por favor…

 

Pronuncio empujándolo de nuevo cuando sintió que los dedos del santo de géminis recorrían la línea entre sus nalgas, sintiendo su humedad, al mismo tiempo que los dientes de Aspros se encajaban en su hombro, dejando una marca rojiza al mismo tiempo que sentía que su cuerpo estallaba por debajo de su cintura, derramándose en la mano del santo de géminis, quien portaba ropa sencilla, parecida a la suya.

 

— Por favor para…

 

Suplico de nuevo, jadeante y tembloroso, al mismo tiempo que Aspros llevo las puntas de sus dedos a su lengua, limpiándolos de aquel liquido blancuzco, casi como si lo estuviera saboreando para podo después limpiar lo que sobraba contra su propio pantalón, sosteniendo una de sus manos, besando su dorso para después besar sus labios de nuevo.

 

— Eso fue demasiado rápido, pero no te preocupes mi omega, aun eres joven, yo sé que puedes hacer algo mucho mejor que eso.

 

Manigoldo se alejo unos cuantos centímetros, mordiéndose los labios sin saber que hacer o cómo reaccionar, sintiendo como Aspros recorría su mejilla para después, con la yema de su pulgar, delinear sus labios, sus ojos fijos en la tierna boca del menor.

 

— Hablare con el anciano, yo cuidare de ti, pequeño…

 

En ese momento Aspros se marchó dándole un beso en la frente, sin notar que otro santo, uno mucho más joven que Manigoldo les observaba sin saber que hacer o como ayudarle al otro chico.

 

El omega que cubrió su cuerpo con un movimiento mecánico para después llevar sus manos a su rostro, sintiendo como todo su cuerpo temblaba y que sus ojos se llenaban de lágrimas, llorando al no saber qué hacer, escuchando el tenue sonido del otro santo, quien trato de acercarse a él, tratando de no asustarlo.

 

— Manigoldo…

 

Aquella voz lo saco de sus recuerdos regresándolo a su situación actual en el piso del santo de piscis, varios años después de aquel horrible día, haciendo que abriera los ojos, sintiendo que su cuerpo se quemaba, que la fiebre era aún peor que otros años, sintiendo que unos dedos fríos rozaban su mejilla con delicadeza, los que rechazo, encogiéndose un poco más, no quería que lo tocaran, no estaba dispuesto a entregarse a nadie esa noche.

 

— No me toques…

 

Advirtió, tratando de levantarse con mucho esfuerzo, estaba sentado en el templo de piscis, refugiándose en el aroma de las rosas, esperando tener algo de paz en aquel templo, cuando de nuevo, su visitante, sosteniéndolo de las muñecas le obligo a prestarle atención.

 

— Por favor…

 

Pero no lo escucharon besándolo con delicadeza, sosteniéndolo por las muñecas, tratando de borrar aquella decisión de su mente, hacerlo sentir amado y deseado, que comprendiera lo mucho que lo anhelaba, que no podían separarlos, ellos estaban destinados a estar juntos.

 

— Manigoldo…

 

Manigoldo trato de resistirse, pero aquel sabor amargo parecido al del té negro, ese aroma dulce y metálico lo volvía loco, lo desarmaba por completo, así como la suavidad de sus caricias, aquellas que lograron que de sus labios se escapara un gemido, un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo, cubriéndolo de sudor, aumentando el ardor de su piel.

 

— No seas cruel…           

 

Manigoldo abrió los ojos para perderse en los de su alfa, que le miraba con preocupación, temiendo que lo rechazaría, pero al mismo tiempo deseoso de hacerlo suyo, de marcarlo para él como cada año y él, a pesar de haberse dicho que esta vez no cedería, el cangrejo se dio cuenta que no deseaba otra cosa más que ser suyo.

 

— Entonces Márcame.

 

Respondió sosteniendo el cabello azul de su compañero, jalándolo en su dirección con fuerza, tanta que le hizo sentir dolor, abriendo las piernas para hacerle un espacio entre ellas, aun recargado contra la columna, gimiendo cuando su alfa se estremeció de placer, aferrándose a su cuello, mordisqueando su labio inferior.

 

— Hazme tuyo…

 

***13***

 

Manigoldo tenía muy mal aspecto, pero como siempre no quiso importunarlos y los dejo solos después de sugerirle arreglar las diferencias que tenía con su compañero, algo que no era necesario pero que le agradaba escuchar, porque sabía que el cangrejo era demasiado amistoso, si lograbas soportarlo el tiempo suficiente como para que dejara de burlarse de ti o te atacara con su cinismo.

 

— Se ha marchado, dice que no debo hacerte esperar y que debemos arreglar nuestras diferencias.

 

Degel sonrió al ver que no serían interrumpidos esa noche, se había recogido el cabello con una cinta, sentándose en la cama de Kardia, quien al ingresar en su cuarto se quito la armadura inmediatamente observando con sorpresa lo que bien podrían ser docenas de flores lilas acomodadas en cada uno de los rincones de su cuarto.

 

— Recuerdas que solía dejarte de estas flores cuando aun creía que Cid o Manigoldo eran alfas y que estaban interesados en ti.

 

Kardia sostuvo una de las flores con delicadeza, llevándola a su nariz para perderse un poco en sus recuerdos, riéndose por los celos que sentía Degel de sus dos amigos, creyendo que ellos eran alfas, que estaban tratando de seducirlo e interponerse en su misión de protegerlo.

                      

— También me dejabas cartas, poemas de amor y alguna que otra manzana.

 

Degel se acerco a él, sosteniéndolo de la cintura, recargando su barbilla en su hombro recordando ese tiempo, cuando era solo un adolecente con lo que pensaba era el primer amor no correspondido de la historia.

 

Sage le había encargado proteger a Kardia, cuidarlo de su propio cuerpo y el muchacho de cabello azul, con esa furibunda personalidad le parecía hermoso, cautivante, haciéndole sentir de formas que nunca antes concibió, como si su corazón latiera mucho más rápido con solo verle, nervioso y emocionado, feliz, aquella era la palabra que lo describiría.

 

— Como los odiaba, en especial a Manigoldo, creía que el trataba de arrebatarte de mi lado y que tu lo amabas.

 

En ese momento Manigoldo aun seguía al santo de géminis como un cachorrito perdido pero la rosa poco a poco iba ocupando su lugar, sin embargo, a él eso no le importaba, en lo único que podía fijarse era que pasaban demasiado tiempo juntos para su gusto, que por culpa de ellos no podría cumplir su misión.

 

— Recuerdo que la primera carta la dejaste debajo de mi almohada y que no la vi hasta que llego la segunda, acompañada de una de estas flores.

 

Kardia en ese momento cerró los ojos, recordando con cariño como cada semana llegaba una carta nueva con una flor que guardaba celosamente de los ojos de su amigo, creyendo que se molestaría al verlas, sin saber que eran suyas, enamorándose poco a poco de su admirador secreto.

 

Como llevaba sus cartas con Cid y Manigoldo, sintiéndose orgullo, esperando ver su admiración y poco después su envidia al no recibir esa clase de regalo, con quienes se reunía todos los días, a la misma hora en el mismo lugar, quienes le observaron sorprendidos cuando llego con las primeras dos cartas.

 

Cid tratando de fingir indiferencia pero ligeramente sonrojado, Manigoldo arrebatándole la carta con poca amabilidad, maltratándola un poco para leerla en voz alta recibiendo una mirada curiosa de su eterno vigía, sin prestarle atención a Degel, que lo seguía muy de cerca, sin decir una sola palabra, siempre sumido en sus libros haciéndole creer que no le interesaba conversar con él o su compañía, una sensación que le molestaba demasiado.

 

Ignorando a los santos que se reunían cerca de aquel prado, Sisyphus, Aspros y Hasgard, que siempre estaban juntos, conversando a veces en voz alta, otras veces susurrando, pero siempre pendientes de los aspirantes a poseer una armadura dorada, ignorando al más joven de ellos hasta ese momento, Albafica de Piscis, el santo solitario.

 

El que les observaba medio escondido detrás de algún árbol o columna, esperando no ser visto pero deseando participar de las animadas conversaciones que ocurrían frente a sus ojos, un muchacho triste, tan hermoso como la misma diosa del amor.

 

— ¡Tu escribiste esto!

 

Pronuncio de pronto Manigoldo al mismo tiempo que Kardia se lanzaba contra él para recuperar su tesoro, recibiendo una risa de Cid, apenas audible, quien les quito a los dos sus cartas, observándolas fijamente con atención, negando aquella mentira del cangrejo con resignación, aunque podía ver que estaba pensando en algo que le parecía divertido.

 

— Sabes que no es así, Manigoldo, Kardia no sabe escribir.

 

Al escuchar eso el escorpión se levanto con rapidez, arrebatándole sus cartas para guardarlas entre su ropa, eso era una mentira, Degel hacía mucho tiempo que le había enseñado como hacerlo y su maestro era igualmente estricto con su educación, a veces tratando de insinuarle como se suponía que un buen omega debía comportarse pero resignándose cuando se dio cuenta que le interesaba tanto escuchar esas lecciones como a él impartirlas, por lo que simplemente ese tema no lo tocaban nunca, ni siquiera porque Hakurei insistía en que debían aprender el valioso don que la diosa Hera les había concedido.

 

— No es verdad, Degel me enseño, además, quien hizo esto es un poeta, un alma delicada que me adora y a ustedes no.

 

Eso lo dijo con demasiada seguridad, sonrojándose inmediatamente al ver la sonrisa burlona de Manigoldo, quien cruzándose de brazos asintió, usando una mueca que aseguraba que pronto se arrepentiría por lo que dijo, Cid le observaba con cierto interés, algo que no era para nada bueno, porque en ese momento, estaba seguro que escucharía la locura que el aspirante a cangrejo estaba tramando y le ayudaría con ella.

 

— Yo ya tengo una idea de quién puede ser tu admirador, pero será mejor que lo descubras por ti solo, para no aguarles la sorpresa.

 

Pronuncio al final, levantándose con rapidez, Cid guardaba silencio, suponiendo que Manigoldo tendría razón como siempre, su intuición era una de sus cualidades, la otra, no pensar en lo que pronunciaba antes de hacerlo, así podía ser sincero, aunque muchas veces creyeran que se trataba de un aspirante bastante irrespetuoso.

 

— No le hagas caso a Manigoldo, creo que escucho que Aspros está pensando en tomar a un omega.

 

Degel cuando por fin Manigoldo se alejo de aquel sitio ingreso en el círculo de los dos omegas restantes, sentándose junto a Kardia, observando cómo guardaba algo entre su ropa, mirándolo de reojo, con una ceja levantada.

 

— ¿Qué guardas en tu ropa Kardia?

 

Kardia no respondió y de alguna parte de entre los lienzos de su ropa saco una manzana que limpio con cuidado para darle una mordida, saboreando el jugo que resbalaba por sus labios, el cual Degel observo con algo más que detenimiento, para después voltear algo sonrojado, notando como Cid arqueaba una ceja sin decir nada pero diciéndolo todo al mismo tiempo.

 

— Nada que te importe, Degel, además, no estabas leyendo uno de tus aburridos libros de no sé qué cosa… supongo que es el quinto de esta semana.

 

Degel frunció el seño al ver que Kardia se levantaba con rapidez, siguiendo el camino que había tomado Manigoldo, el que iba directamente a las casas del zodiaco, prácticamente maldiciendo en voz baja, creyendo que su compañero de armas saldría en busca del cangrejo.

 

— No le hagas caso, lo único que pasa es que a Kardia no le gusta que lo ignoren, eso es todo.

 

Pero Degel no estaba tan seguro, él creía que Kardia estaba enamorado del futuro cangrejo y tal vez por eso, siempre iba a buscarlo, pero no importaba lo que tratara de lograr Manigoldo, Sage había sido muy claro, el debía cuidar de su amigo, mantenerlo seguro y con vida, nada de eso podía lograrlo el chico que decía ver fantasmas, solo él, aunque muchas veces creía que su aliado nunca lo vería como deseaba que lo hiciera.

 

Aun así no importaba lo que decidiera, el siempre lo protegería, aunque quisiera a otro, solo esperaba que sus cartas pudieran explicar lo que sentía por su amigo, aquello que no podía pronunciar en voz alta, pero fluía cuando usaba una pluma y un pedazo de papel, sintiéndose un completo idiota, porque lo estaba perdiendo por alguien que no se lo merecía, que no lo cuidaría como él, pero que aun así, si eso era lo que Kardia deseaba, eso era lo que su escorpión tendría, sin importar cuánto le doliera perderle.

 

— Yo no sé porque piensa que lo ignoro, pero de todas formas, mi misión es cuidarlo, así que no traicionare la confianza de Sage, ni la suya.

 

Degel aun recordaba su estupidez, como llego a creer que Kardia no sentía lo mismo y que deseaba a cualquier otro, así que como no podía pronunciar lo que deseaba decirle, se lo escribía durante las noches sin que él lo viera, para darle una carta a la semana, la que siempre estaba acompañada de una flor y una manzana roja.

 

— ¿Cuántas cartas fueron?

 

Pregunto Kardia, tomando una de las flores entre sus manos, oliéndola con detenimiento y una sonrisa en su rostro, la clase de sonrisa que solo utilizaba con él, que era tan diferente a la que usaba en las batallas que no podrías reconocerle, pero no importaba la clase de escorpión con la que se topara, si era uno pacifico, o uno violento, igual lo amaba.

 

— ¿Ya se te olvido?

 

Degel cerró el espacio que había entre ambos, rodeando su cintura con sus brazos, restregando su nariz contra su mejilla, admirando su aroma y su calor, el cual era como debía ser, ni demasiado caliente, ni demasiado frio, perfecto, seguro, sano.

 

— No, fueron cuarenta y tres cartas, todas ellas eran hermosas, casi como tú.

 

Su amante arqueo una ceja cuando Kardia se alejo quitándose con lentitud su bufanda, casi como si estuviera realizando un baile, invitándolo a seguirlo, pero no lo hizo, en vez de eso, acomodo sus anteojos en la mesa con cuidado, no quería perderlos.

 

— ¿Casi como yo?

 

Kardia le aventó su bufanda recargándose en la entrada de una habitación oscura y de nuevo, con demasiada lentitud llevo su aguja escarlata a su ropa, cortándola poco a poco, muy lentamente, sin preocuparse por nada más que llamarlo a él, seducirlo, como si eso fuera necesario.

 

— Tú eres mucho más hermoso que yo, Degel, deberías admitirlo.

 

Degel llevo su bufanda a su nariz, sonriendo con algo de picardía, para él su omega era por mucho más hermoso que cualquier otro, ni siquiera Albafica se le podía comparar, Kardia tenía algo especial que no lograba identificar del todo, ya fuera su fuego interno, su dulzura escondida o su a veces infantil manera de comportarse, o pequeños detalles que lo hacían incomparable, lo que fuera, para él no existía nada más hermoso que su escorpión de ensortijado cabello azul.

 

— Por lo que entiendo, ustedes tienden a ser mucho más fuertes físicamente, pero no menos hermosos, Manigoldo y Cid, son iguales a ti, pero no se te comparan en lo absoluto, ellos son feos, sin gracia, no como tú con ese condenado mal genio que me gusta tanto.

 

Kardia se sonrojo inmediatamente sin saber que decir al respecto, observando como Degel enredaba entre sus manos su bufanda, como si estuviera pensando en una forma de usarla con él, sonriéndole con amabilidad, la clase de expresión que buscaba que pusiera, antes de retroceder un paso, fingiendo no comprender que pasaba por su mente.

 

— No te atrevas a mancillar mi pobre bufanda…

 

Degel de pronto la dejo caer con indiferencia, encogiéndose de hombros, mirándolo de pies a cabeza caminando en su dirección, cerrando la puerta detrás de sí, cuando su escorpión se perdió en alguna parte de ese cuarto completamente oscuro, si no fuera por el brillo de su aguja.

 

— No la necesito para lo que tengo en mente…

 

***14***

 

— ¿Tu eres mío?

 

Pero su omega no realizo ninguna clase de comando ni siguió tocándolo de ninguna manera, en vez de eso, se alejo de su cuerpo, con una sonrisa de medio lado que nunca había visto en su rostro durante aquella reencarnación, sentándose en la cama con las piernas abiertas, casi como si quisiera que lo buscara, incitándolo a acercarse a él.

 

— Pensé que yo era tuyo, Valentine…

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).