Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Paraiso Robado. por Seiken

[Reviews - 236]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Radamanthys caminaba a lado de su alfa, que también era su hermano, el que no había soltado su mano desde que salieron de esa habitación, deteniéndose para explicar lo que veía, la irrealidad que lo rodeaba, haciéndole ver, que de hecho estaban en el abismo, en el inframundo, aunque no creía que tuviera el poder que Minos decía que tenía. 

 

-Este lugar es tan… diferente, tan… extraño. 

 

Radamanthys se volvió a detener, recargándose en el barandal del puente donde se enfrentaron, en donde el ave negra se atrevió a interrumpirlos, quien permitió que su omega se soltara de su mano, observando con detenimiento cada uno de sus gestos, esperando ver su reacción, tal vez, temiendo por ella. 

 

-¿Que pecado habremos cometido que estamos condenados a permanecer en este lugar? 

 

Le preguntó de pronto, desviando la mirada del paisaje, que era desagradable para cualquiera que le veía por primera vez, como su hermano, que no tenía memorias de su vida pasada, ni de su castigo, del cual, ya se arrepentía. 

 

-¿Pecado? 

 

Minos se acercó a su hermano menor, quien asintió, dejando que acariciara su mejilla con delicadeza, esperando una respuesta del joven rubio, que se recargo contra su mano, aceptando sus caricias, desviando la mirada apenas unos pocos centímetros, para ver la expresión de ese hombre rubio, que parecía despreciarlo. 

 

-Esto es un premio Radamanthys, somos inmortales, siempre estaremos juntos, nuestros hijos serán dioses, guerreros renombrados. 

 

Minos explico con la paciencia de un santo, de un hombre de su edad, esperando que Radamanthys creyera en sus palabras, pero no estaba seguro de eso, de la importancia de sus puestos, ni del honor que conllevaba ser un juez de las almas. 

 

-Pero cuál es nuestra tarea, cada doscientos años moriremos bajo las armas de nuestros enemigos y antes de eso, nos dedicaremos a juzgar las almas de los pecadores. 

 

Era una forma de decirlo, pero con su padre vivo, renaciendo en ese mundo, con su grandeza y poder, no tendrían más que gloria, que regalos, todo eso en compañía de su omega, que no parecía convencido de nada de lo que le decía, de su honor, de su gloria, aunque, ya sabía que no estaba loco, que el Inframundo existía. 

 

-Pero… 

 

De nuevo la duda, esa sombra que tal vez no lo dejaría ser feliz a lado de su compañero, quien se apartó de sus manos, para caminar en dirección del castillo, donde se realizaba el juicio de las almas de los pecadores. 

 

-Cómo es que podemos juzgar a los humanos, si nosotros también lo somos. 

 

Minos raramente trataba de pensar en eso, en la justicia que había en ese simple acto, porque era un designio divino, un honor otorgado por su padre Zeus, así como Radamanthys era otro premio para él, para que siempre estuviera a su lado, aunque ese bastardo pudo interponerse en su camino, en su destino, retrasando el nacimiento de su Aquiles. 

 

-Los dioses así lo han decidido, pues nosotros somos justos y somos hijos de ellos, de los dioses, Aiacos y yo hijos de Zeus, tú de la noble Hera, hemos sido otorgados con la grandeza, la inmortalidad, con todo cuanto deseemos.

 

Minos trataba de ser paciente, de ser cálido y amable, de mostrarse como siempre quiso hacerlo con su omega, que no entendía sus deberes, la inmortalidad o el regalo de los dioses, después de todo, era el muchacho de Creta, no el orgulloso juez de las almas, que lo aborrecía, que decidió buscar un alfa en alguien más, en ese mentiroso ladrón de nidos.  

 

-No me siento merecedor de semejante honor. 

 

Minos suspiro, abrazando al menor, pegándose a su cuerpo, sin saber qué decirle, porque era muy difícil para él poder explicar los designios divinos y solamente estaba agradecido por tenerle de vuelta, creyendo que con el tiempo, su hermano recuperaria la fiereza que le caracterizaba, por el momento, estaba asustado, eso era todo. 

 

-Pero lo eres, tu eres el segundo juez de las almas, el segundo en poder y tambien seras mi consorte, ahora que las leyes mortales no pueden juzgarnos. 

 

Radamanthys por un momento quiso sonreír, creer en las palabras de Minos, que se apartó apenas unos centímetros, observando de nuevo la expresión del soldado de cabello rubio, con esos ojos tan extraños, donde lo blanco era negro. 

 

-Yo a ti no te agrado… 

 

Pronunció de pronto, era la misma mirada que Pasifae le daba, desprecio, condescendencia, sentimientos que reconocería en cualquier momento y que no se callaría, no los toleraria más, porque era el omega de Minos, sin importar sus lazos de sangre, era su compañero. 

 

-Piensas que no merezco esto, que no soy digno de semejante poder, lo noto en tu mirada.

 

Minos por un momento quiso descuartizar al que osaba insultar a su hermano, pero guardó silencio, notando como su cosmos iba elevándose lentamente sin que pudiera controlarlo, esperando ver qué pasaría, si su tercero al mando se atrevería a pronunciar algo, lo más mínimo en contra de su hermano menor, de su omega, a quien sabia habia esperado por toda una eternidad. 

 

-No eres digno del amor que mi señor Minos te tiene. 

 

Algunos espectros que también los acompañaban se hicieron a un lado al escuchar esa respuesta, Byaku era sin duda un suicida, pero el que atacó primero no fue Minos, sino Radamanthys, que con un rápido movimiento sostuvo el cuello del espectro inferior, para lanzarlo contra la otra pared del puente.

 

-Minos es mi alfa y no te permito juzgar los designios divinos, ni ahora ni nunca. 

 

Esa era la diferencia que exista entre sus cosmos, porque Radamanthys, a pesar de estar embarazado, aun podía derrotar a un espectro común, no así a Minos, que observo esa escena encantado, con una sonrisa, para después, sostener del cabello a Byaku, que le observaba suplicante. 

 

-Siento piedad por ti que eres un beta, pues, nadie ha sido creado para ti, en cambio, yo que soy un alfa, tengo un ser divino que me acompañara por el resto de mis días, por el que he luchado sin tregua y piensas, que permitire que cualquiera ponga en duda nuestro lazo, que se materializa en este collar, en los niños que nacerán de mi omega, de nuestro amor eterno. 

 

Radamanthys podía ver que todos los presentes le tenían un miedo atroz a su alfa, que se movían como si creyeran que de un momento a otro serían atacados, pero a él no le temían, más allá de su relación con su alfa, que sonreía como un verdadero lunático, un poseído por fuerzas ajenas a su entendimiento. 

 

-Byaku, te imaginaba mucho más inteligente que eso. 

 

Repentinamente sus hilos rodearon cada una de sus extremidades y cada uno de los presentes estaban seguros de lo que sucedería, pero, cual fuera su sorpresa cuando Radamanthys colocó una mano en el brazo de Minos, para que detuviera sus acciones. 

 

-Detente Minos, no lo mates, no es necesario que lo hagas. 

 

Byaku observó a Radamanthys, sorprendido, escuchando sus pasos resonando en el puente, como sostenia los hilos, que se rompieron en sus dedos, todo, porque Minos deseaba complacer a su omega en todo lo que pudiera. 

 

-Además, creo que ya entendió que somos uno y que no pueden separarnos.

 

Byaku cayó al suelo, recibiendo piedad de alguien que ayudó a destruir, quien llevó sus dedos a su barbilla, para acercar su rostro al suyo, haciéndole desear que Valentine aún existiera, porque podía ver que ese soldado le había suavizado, en cambio, esta mirada era casi tan fría como la de su señor. 

 

-¿No es cierto? 

 

Byaku asintió, presa de pánico, escuchando los murmullos de los espectros a su lado, quienes se apartaron como si creyeran que serían destruidos por estar cerca de él, quienes intercambiaron una mirada, preguntándose, cómo tratar ahora con este omega, protegido por las alas del Grifo de Hades.

 

-Enséñame lo que deseabas mostrarme Minos, quiero saberlo todo.

 

Radamanthys sostuvo la mano de Minos entre las suyas, para insistirle que siguieran su camino, deseaba ver el Inframundo con sus propios ojos, comprender todo a su alrededor, todo cuanto fuera importante, necesitaba entenderlo.

 

-Ven por aquí, mi dulce hermano.

 

*****

Albafica comenzaba a recuperarse lentamente de los estragos que esa máquina había hecho con su cuerpo, se sentia debil, agotado, no como suponia que se sentiria un humano después de recibir sangre divina, haciendo que se preguntara si el dios no lo había engañado. 

 

E intentó levantarse, observando a un sujeto de cabello blanco, con una barba del mismo color, no era un anciano, sino un hombre joven hasta cierto punto, porque en sus hombros parecía que cargaba un peso infinito que le brindaba un dolor casi idéntico. 

 

Sostenía una de las lianas que tenía conectada a sus brazos, aquella de entrada, con las últimas gotas de sangre que debían ingresar en su cuerpo, sin embargo, vio como el extraño invitado sostenía un frasquito con sangre brillante, como si un montón de centellas estuvieran compactadas en ella. 

 

un frasquito, que vacío en lo último de la sangre que caía lentamente en su brazo, por un momento quiso pelear, evitar que esa sustancia ingresara en su cuerpo, sin embargo, ni siquiera podía moverse, estaba a la merced de cualquiera que deseara lastimarlo. 

 

-¿Es un pecado intentar recuperar a tu omega?

 

El sujeto de cabello blanco y mirada casi perdida, se apartó unos pasos, para sentarse en una silla que convenientemente había sido abandonada por los dioses de la creación mecánica, como si esperaran que tuviera invitados. 

 

Albafica escucho esa pregunto con dolor, porque se la había hecho muchas veces, cuando su padre estaba vivo, cuando Manigoldo parecía amar a Aspros, cuando pensó que perdería todo cuanto quiso alguna vez, aun en ese momento, en el que le decían que su sangre mataría a su omega, se preguntaba si era un pecado tratar de recuperarle. 

 

La respuesta siempre había sido un no, un rotundo no, porque los dioses así lo deseaban, ellos debían estar juntos, amarse, era lo correcto y lo que sucedería, si tan solo no tuviera el veneno en su sangre. 

 

Pero si se liberaba de el, podria amar a su cangrejo sin limitaciones, a su amado cangrejo, que era tan hermoso como nada que hubiera visto nunca, que lo aceptaría con esa horrenda marca en su rostro, que lo perdonaria, porque lo amaba, ellos se amaban. 

 

-Eso me lo he preguntado demasiadas veces. 

 

Minos se lo había preguntado demasiadas veces, era correcto pelear por su amor, enfrentarse a su padre, a su esposa, a cada uno de aquellos que lo condenaron por decirlo fuerte y claro. 

 

Por decir que amaba a su omega, su pequeño hermano, aun su propio padre que quiso destruir a su dragón, arrebatarlo de su nido, como si el tener un solo retoño, como si tener un hijo fuera suficiente para él. 

 

La eternidad no era tiempo suficiente para él, como cinco días no serían más que una tortura, lo sabía, porque él pensaba igual que esa gota de veneno, que pensaba que con esos artilugios podía librarse del veneno. 

 

Ni el mismo Zeus de esa época era capaz de soportar semejante ponzoña, pero, él había encontrado la forma de curar a la rosa de su dolencia, a cambio de su ayuda, porque necesitaba destruir a su enemigo, el ladrón de su nido, quien no conforme con arrebatarle a su omega, tambien le robo el único huevo que pudieron tener, envenenando su mente en su contra, enseñandolo a odiarlo. 

 

-Y se que tu tambien te lo preguntas. 

 

La sangre que había robado de su padre cuando dormía, con ayuda del copero de los dioses, el pobre alfa pelirrojo, empezó a ingresar en el cuerpo de Albafica, curando sus heridas, dándole una fuerza que nunca había conocido antes. 

 

Minos se daba cuenta que lentamente iba recuperándose de la debilidad, levantandose de la cama, para mirarle fijamente, los dos sabían que se trataban de alfas, los dos reconocian en el otro aquel a quien le han robado su paraíso. 

 

Albafica tenía el collar en su cuello, prueba de su amor y su unión celestial con el cangrejo, Minos, él se había hecho una trenza con la cuerda que sostenía la perla de su omega, la que estaba oculta entre su cabello. 

 

E igual que el arquero que había visitado unas cuantas horas  antes, que ya no tenía la caprichosa, empecinada y bondadosa Athena protegiéndolo de sus deseos, de sus sentimientos más oscuros, se daba cuenta, que harían lo que fuera por mantener a sus omegas a su lado. 

 

-¿Quien eres? 

 

Albafica ya sabia de quien se trataba, pero suponía, que su demacrada apariencia, que sus pocos ánimos por cuidar de su aspecto físico, de la calidad de las prendas que usaba o sus rasgaduras, le hacía un poco diferente al juez ensimismado y orgulloso que vio en el Inframundo. 

 

-¿Acaso importa? 

 

No era ese mismo hombre por supuesto, el solo era un muchacho tonto, que pensaba que después de una sola batalla, su omega estaba seguro en sus brazos, que el dios empecinado no los atacaría de nuevo, arruinando su paraíso, confundiendo mucho más a su amado, tanto así, que ya no estaba seguro de nada, solamente que Aquiles era su hijo. 

 

-Eres el lunático del Inframundo, el que tenía un omega quebrado a sus pies… 

 

No era un lunático, era un hombre feliz, rebosante de vida y su omega aún estaba de luto, aún recordaba el sueño que ese dios había creado para ellos, para robar a su omega de los brazos de su alfa, pero, no era un demente. 

 

Su omega tampoco estaba roto, solo confundido, aunque lo aceptaba en ese momento, nunca debió castigar a su omega por su infidelidad, no debio someterlo, ni dañarlo, cuando todo su odio era del dios del amor que no podia ser amado por nadie. 

 

-Eres Minos. 

 

Al menos recordaba su nombre, se dijo sintiendo como Albafica lo tomaba del cuello, para aprisionarlo contra una de las paredes, su único ojo fijo en uno de los suyos, sintiendo su dolor, como únicamente los alfas en su situación pueden hacerlo. 

 

-Y en este momento soy tu único amigo. 

 

Tuvo que explicarle, dejando que se diera cuenta lentamente que lo que fuera que puso en su sangre, le había hecho mucho más fuerte, no como la sangre que Hefesto había colocado en su cuerpo, que solamente le había debilitado. 

 

-Albafica de Piscis. 

 

Albafica dejó ir a Minos, quien retrocedió algunos pasos, esperando el momento en que creyera en sus palabras, en sus buenos sentimientos, al menos, en su buena fe. 

 

-¿Qué es lo que deseas? 

 

Era justo lo que deseaba escuchar, pero no quería llamar la atención de Eros o de cualquier otro, por lo cual, tenía que marcharse antes de ser visto, una vez que Hefesto hizo su papel, uno que fue a medias, porque la sangre de Zeus, no se la dio al padre de su omega, sino que él mismo la inyectó en el cuerpo de Albafica. 

 

-Te lo diré en dos meses, en el centro del laberinto de creta, cuando la luna esté en su máximo esplendor. 

 

Poco después, se marchó, con un paso lento escuchando unas voces, como se acercaban, uno de ellos era Aquiles, el otro Tempestad, quienes deseaban ver si Albafica ya estaba recuperado. 

 

-No faltes. 

 

Inmediatamente despues desaparecio, sin dejar rastro, dejando solo a la rosa, que escucho los pasos de los muchachos acercarse a el, Aquiles sin percatarse de la presencia del grifo en esa sala, Tempestad lo hizo, pero no dijo nada, observandolo de reojo, con algo parecido a la duda oculto en su expresión de otra forma amable, demasiado parecida a la de su cangrejo. 

 

-¿Interrumpimos algo? 

 

Albafica negó eso, no interrumpian nada, porque sea lo que sea que hubiera sido esa conversación, ese intercambio había terminado justo a tiempo, no obstante observo a Tempestad fijamente, aun dudaba si era lo correcto, pero supuso que era el momento adecuado para hacerlo. 

 

-Ven aquí. 

 

Pronunció, abriendo los brazos de par en par, sabia que no era venenoso, se sentía diferente en ese momento, por lo cual, debía aprovechar cada instante que tuviera para abrazar a su hijo, el de su cangrejo, que después de jadear, sorprendido avanzó los pasos necesarios para rodear su torso, ocultando su rostro en su hombro, dejando que lo abrazara. 

 

-Eres enorme, todo un gigante, pero, te pareces mucho a él, a mi Manigoldo… tu omega. 

 

Aquiles los observaba con una sonrisa triste, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Eros los abrazo, si es que alguna vez lo había hecho, aunque sí era un padre amable, no era demasiado cariñoso, aunque cualquiera lo pensaría al verlo durante esa batalla. 

 

-Como dos gotas de agua… una azul y otra roja, pero mi padre era pelirrojo, tenía el color de los pétalos de las rosas. 

 

Aquiles creía que todo su amor se fue con su omega, con Radamanthys, pero no se atrevía a pronunciar sus temores, o sus descubrimientos, en vez de eso, recordó la última vez que su omega lo abrazo, como dio su vida para protegerlo. 

 

-Debió ser una gota de agua muy hermosa… 

 

Susurro, cruzando sus brazos, de la forma en que alguien lo hace para protegerse del peligro, mirándolos fijamente, notando la sorpresa de Albafica, que negaba eso, porque aún estaba vivo, aún estaba a su lado. 

 

-No debio, es… Manigoldo es la gota más hermosa de todo el mundo, es alegre y amable, es cariñoso, odia la soledad, es… será un buen omega, el mejor de todos. 

 

Albafica se apartó de Tempestad solo un poco para acariciar su mejilla, su cabello, con una sonrisa emocionada, con tanta alegría que comenzó a llorar, a causa de la felicidad que sentía. 

 

-Tendremos vida… daremos vida… 

 

Tempestad no sabía muy bien cómo reaccionar, solamente abrazó a su alfa de nuevo, quien seguía maravillado con su presencia en ese sitio, con el latir de su corazón, con sus características físicas. 

 

-Pero esta vez, estaremos tu, yo, tu hermano y mi omega, los cuatro juntos, te lo prometo. 

 

Si acaso dudaba de las razones de acudir a la cita con el demente Minos, estas empezaron a tener más sentido cuando rodeó a este muchacho con sus brazos, cuando vio su parecido con Manigoldo, el color del cabello de su omega. 

 

-Te lo juro. 

 

*****

 

Minos confiaba ciegamente en Radamanthys, de tal forma que aunque deseaba estar todo el tiempo a su lado, le dejo solo cuando la primera campanada empezó a sonar de nuevo, momento de realizar su deber para los dioses, con los que por primera vez en todo ese tiempo estaba agradecido. 

 

Le había dicho que Lune estaba a su disposición, cada uno de sus soldados lo estaba, ellos no se atreverían a cuestionar sus órdenes y se deba cuenta, que era cierto, el temor que le tenían a Minos, era demasiado grande para desobedecerlo. 

 

-Lune, así dijo que te llamas, no es verdad… 

 

Lune asintió, acercándose a Radamanthys, quien estaba dándose un baño con ayuda de las monjas del Inframundo, una imagen sumamente extraña, que no alcanzaba a comprender, porque para él, el segundo juez de las almas no gustaba de los placeres mundanos, a menos, que Valentine estuviera dispuesto a realizarlos, sin dejarlo solo un mínimo instante. 

 

-Quiero hablar con Byaku, dijo algo muy interesante y quiero saber porque. 

 

Minos les había ordenado evitar que Byaku viera o molestara de nuevo a su omega, por lo que no supo qué decir en ese instante, mucho menos, cuando Radamanthys salió del agua, sin pudor alguno, siendo socorrido por las monjas, que cubrieron su cuerpo inmediatamente. 

 

-Yo le dire a Minos, que deseaba hablar con él, que fue mi idea todo esto… a menos que desees que yo lo busque en persona. 

 

Sin duda era un príncipe, y sin duda estaba acostumbrado a realizar su voluntad, aunque era por mucho más amable que Radamanthys, creía que el líder con poca paciencia que gustaba bañarse de sangre en el campo de batalla, seguía en ese cuerpo, solo estaba dormido, o a punto de atacar. 

 

-Lo traeremos enseguida. 

 

Se tardaron muy poco en traer a Byaku ante su presencia, quien aun estaba molesto, podía verlo en su expresión, pero tenía unas cuantas marcas nuevas, seguramente había sido castigado por faltarle el respeto de esa forma. 

 

-Déjenos solos. 

 

Ordenó, el estaba sentado, leyendo algunos de los libros de su hermano, preguntandose como era que había olvidado sus recuerdos, pero aun mantenía intactas sus habilidades, como aquellas de la escritura o lectura de lenguas que sabía, no debía comprender. 

 

-Pero… 

 

Radamanthys elevo su cosmos, ligeramente, como en señal de amenaza, para que Lune se marchara, para que dejaran al segundo juez únicamente en la compañia de Byaku, que se mantenia firme, sereno, aunque podían asegurar que estaba aterrado. 

 

-Pasifae me miraba como tu lo haces, ella me odiaba tanto, me despreciaba tanto, como yo la aborrecía a ella… 

 

Radamanthys cerró el libro, recargándose en sus nudillos, tomando un pequeño vaso en donde había jugo de alguna fruta parecida al vino, los sanadores no deseaban que bebiera en su estado. 

 

-Era hermosa, grácil, bailaba, cantaba, reía como unas campanitas, era una ninfa o una nereida, una musa de belleza incomparable… 

 

Byaku noto que la bebida que tomaba Radamanthys era simple jugo de frutas, del cual le ofreció un poco, pero no acepto, no sentía nada de agrado por el segundo juez, porque había visto el dolor de Minos demasiado tiempo para saber que era genuino. 

 

-Si la tuviera en este momento la castigaría, pero, ella no esta y tu si, no obstante, supongo que te preguntas porque no te mate, porque te deje vivir cuando me observas de esa forma tan despectiva, justo como ella. 

 

Byaku se preguntaba porque mostró piedad, si empezaria a torturarlo, si acaso los castigos que deseaba aplicar en Pasifae, los soportaría el, pero Radamanthys no era un hombre conocido por su sadismo, al menos, no fuera del campo de batalla, así que solo guardo silencio. 

 

-Por eso que dijiste, que no me merezco el amor de Minos, no mentias, tu crees que no me merezco a Minos, asi que quiero que me expliques, la razón de tu sentir, que me digas porque no merezco el amor de mi alfa. 

 

Byaku guardó silencio por unos momentos, pero, le responderia a Radamanthys con la verdad, con lo que sabia que habia pasado esos últimos siglos, desde su primera vida, y tal vez, su señor Minos, podría ser perdonado por el castigo realizado a su omega, si este conocia su verdad.

 

-Se que no me mentiras como los otros, que apenas pueden verme, ese Lune que me tiene lastima, los otros miedo, pero tu, tu me odias, eso es algo con lo que puedo lidiar, así que, habla, o te haré hablar, eso puedo jurarlo. 

 

Byaku bebió entonces de la copa que se le era ofrecida, notando que la suya si tenía licor, de alguna manera, el Inframundo siempre había actuado como una entidad en sí misma, y esta entidad, aparentemente protegia al niño en el vientre del omega rubio. 

 

-Te lo diré todo, pero a cambio, tendrás que protegerme de la furia de tu orgulloso alfa, pues el no quiere que sepas cuanto a sufrido, cuanto a esperado por ti, así que cuando sepa que te dije todo lo que se, me castigara. 

 

Radamanthys pensaba que un rey, o un emperador, necesitaba súbditos que lo trataran con la verdad, que le dijeran sus verdaderos sentimientos, no dulces mentiras que endulzaran su mundo, así que asintió, evitaria que Minos lo castigara. 

 

-Lo juro tambien, no dejare que Minos te lastime, pero habla ya. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).