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Paraiso Robado. por Seiken

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Lune no pudo guardar silencio y después de hacer lo que el segundo juez le ordenó, de llevar a Byaku ante su presencia, decidió acudir con Minos, temeroso del resultado de aquella charla. 
 
Sus pasos podían escucharse en los pasillos y el ruido que hacían era bastante llamativo, especialmente cuando abrió las puertas, interrumpiendo a su señor, que le miró fijamente. 
 
Preguntándose qué estaba haciendo en esa sala después de ordenarle claramente custodiar a su hermano, no deseaba que Aiacos o Violate trataran de interferir en su paraíso. 
 
Porque podía ver el arrepentimiento en su mirada, dudaban de sus acciones, de haberlo escuchado a él, para darle la espalda a Radamanthys y al ladrón de nidos. 
 
-¡Mi señor Minos, es urgente!
 
Arqueó una ceja, esperando escuchar lo que Lune quería decirle, quien se arrodilló, como pidiendo piedad. 
 
-Radamanthys ha hecho llamar a Byaku a sus habitaciones y el ha asistido, desobedeciendo sus órdenes.
 
Minos se levantó del escritorio y comenzó a correr, desplegando sus alas, para ir mucho más rápido, tenía que detenerlos, debía encontrar una forma de evitar esa charla, no podía perder a su hermano, después de haberle recuperado de los brazos del ladrón de nidos, del abismo del desprecio y del aborrecimiento. 
 
-¡Te di una maldita orden! 
 
Grito, seguro de que Lune lo seguía muy cerca, quién tenía miedo de su señor, del castigo a implementar en ellos. 
 
-No quiso escucharnos, dijo que si no le llevábamos a Byaku, el mismo saldría en su búsqueda. 
 
Minos aterrizó enfrente de las puertas que eran protegidas con un rostro de ojos luminosos, un alma castigado, que abrió sus dos hojas con un sonido parecido al de un quejido. 
 
-¡Te di una maldita orden! 
 
Byaku no mostró miedo, ni siquiera cuando sus hilos salieron disparados en su contra, mismos que se enredaron en las manos de Radamanthys, que se puso entre ambos. 
 
-No recuerdo nada de los últimos dos mil años Minos y tú no deseas contarmelo, por lo que tuve que preguntarle a una persona sincera, lo que tú deberías decirme a mi. 
 
Minos dejó ir sus hilos, respirando hondo, apenas unas horas, apenas unos minutos había durado su paraíso y eso hizo que retrocediera, presa de pánico, no de su hermano menor que me veía fijamente, sino, de sus errores, de su castigó. 
 
-¿Pudiste preguntarme a mi? 
 
Radamanthys negó eso, acercándose a Minos, con una expresión un tanto distante, quien veía a su tercero al mando con una expresión que hablaba de lo mucho que desaprobaba sus acciones. 
 
-No me habrías dicho la verdad y necesito comprender qué está pasando. 
 
Minos cuando Radamanthys se detuvo a su lado desvío la mirada, preparándose para sentir un fuerte golpe, el desprecio de su omega en su carne, pero no podía decir que se sentía culpable, que lamentaba sus acciones, su venganza, el asesinar a una parte del ladrón de nidos, aunque, si pensaba que se precipitó, que no debió forzar a su omega.
 
-¿Qué es lo que te ha dicho? 
 
Minos se sentía acorralado, como un animal que tiene frente a sí a su cazador, un animal a punto de ser sacrificado, puesto a dormir, sus esperanzas de tener una vida en compañía de su omega iban desapareciendo, preguntándose, si acaso no tenía el poder suficiente para no ser una marioneta, para elegir su destino. 
 
-Nada, casi nada, llegaste muy rápido, porque no quieres que yo sepa nada de lo que has pasado por mi culpa o acaso hay algo más que no quieres decirme. 
 
Radamanthys aun no le miraba como lo vio en el pasado, aun asi, no sabia que pasaria si le decía la verdad, si le contaba que había asesinado a ese ladrón de nidos frente a sus ojos, ignorando sus plegarias, que lo violó frente a muchos otros, que actuó como un monstruo enloquecido, como un demente absoluto. 
 
-Mi señor Minos, el debe saber su dolor, debe conocer la verdad, su verdad… 
 
Minos quiso atacar a Byaku, pero no pudo hacerlo, porque su hermano estaba enfrente de él, esperando su respuesta, haciéndole respirar hondamente, apretando los dientes, apretando sus puños, porque él no podría perdonarse, de estar en el lugar de Radamanthys. 
 
-Déjenos solos. 
 
Radamanthys espero porque Byaku se detuviera a su lado, colocando una mano en su pecho, evitando que se fuera, porque le había dado su palabra, no sería castigado por su alfa, el protegería al espectro que quiso decirle la verdad. 
 
-Este soldado está bajo mi protección Minos y como mi alfa, no le harás daño. 
 
Minos por un momento quiso negarse, pero guardó silencio, quitándose la armadura, ingresando en esa habitación, en donde pudo ver muchos libros abiertos, los que estaba seguro que había leído su hermano. 
 
-¿Qué es lo que quieres saber Radamanthys? 
 
Radamanthys acarició la mejilla de Minos, quien sostuvo su mano, para restregarse contra ella, hambriento por su cariño, por su contacto, sintiendo su calor, tragando un poco de saliva, esperando la respuesta de su hermano. 
 
-Qué ocurrió desde nuestra primera vida Minos, que ha pasado hasta este punto, en el que tu eres el monstruo del que me tienes que proteger, porque dijiste eso, que ha pasado para que te consideres así, porque hay un cuarto, una sala de tortura en ese cuarto. 
 
Minos se apartó, había olvidado su cuarto de juegos, las almas que había sometido a ellos, sus intenciones de usar algunos de esos juguetes con su omega, pensando que la única forma de ser amado por él sería si lo rompía y lo volvia a pegar, a reconstruir a imagen de sus recuerdos. 
 
-Fuimos elegidos como los jueces del Infierno, yo, tu y Aiacos, los tres hijos de Zeus, por nuestro fuerte sentido de justicia, yo pensé que los dioses me daban una oportunidad para recuperarte, después de todo lo que hice, de hacerte huir, pero…
 
Minos sirvió un poco de licor, recargándose en el pasamano, observando el paisaje a sus pies, cuerpos retorciéndose, las almas torturadas en los círculos del Inframundo, esperando que Radamanthys fuera comprendiendo lo relatado. 
 
-Yo quería que regresaras a mi, había construido mi laberinto como una muestra de mi amor por ti, de todas las maravillas que habíamos visto juntos, y cuando iba a Beocia para verte, fui engañado, me bañaron con agua hirviendo, sufrí tanto dolor, no solamente físico, sino que pensé que no volvería a verte, esa noción casi me hace perder la razón… 
 
Las aguas del olvido habían borrado la mayor parte de los recuerdos del juez de las almas, la existencia de Valentine, sin embargo, su poder, su maldición, se vio mermada, al ser esa la segunda ocasión que sufría sus embistes y de existir una tercera, su mente se quebraría en muchos pedazos diferentes, recuerdos viejos se mezclarian con los nuevos, un intruso que veía esa discusión, lo sabía muy bien, porque su amado de lo único que estaba seguro era que había dado a luz a Aquiles. 
 
-Pero, al regresar, supuse que los dioses me sonreian, que al fin, podía tenerte a mi lado, me habías perdonado, me habías perdonado y yo sali contigo, nos encomendaron destruir a Eros, quien había atacado a las ninfas de Thanatos, destruido parte de los campos elíseos, quien sabe con que razon, tambien te jure que no dejaría que ningún alfa te hiciera daño, pero no me atreví a confesar mi amor, pensaba que de sufrir tu celo, me reconocerias, me verías como tu alfa, ya no como tu hermano… 
 
Minos lanzó la copa al abismo, cubriendo su rostro con ambas manos, desesperando al recordar que dejo que su hermano entrara solo en el templo de Afrodita y como, poco después, las puertas se cerraron, con un cosmos que nunca antes había sentido, como intentó abrirse paso, machaco sus puños, destruyó sus alas y todo a su alrededor, pero no pudo abrir esas puertas, hasta pasados los cinco días que duraba el celo de su hermano, quien salió en compañía de uno de los ángeles de Afrodita, ahora sabía, que era en compañía del mismo Eros, usando una fachada mortal. 
 
-Entraste solo en ese templo, las puertas se cerraron y no pude abrirlas, aunque lo intente, lo intente por todos los medios, casi destruyo mi propio cuerpo tratando de ingresar a ese sitio, pero, cinco días después, tu saliste, acompañado, de un alfa de cabello rosa, una sombra de otro ser que te dominaba, que te alejaba de mí, que no me dejaba acercarme, a nadie, nadie podía acercarse a ti, ni las monjas, nadie, ni siquiera la niña bruja podía hacerlo e intentó matarla en varias ocasiones, a mi tambien, todo por ser tu alfa, no tu alfa elegido por los dioses, sino aquel que tu aceptaste a tu lado, ignorándome a mí, abandonandome en la oscuridad del Inframundo, sintiendo como lentamente mi lazo con mi omega se iba rompiendo. 
 
Minos se preguntaba qué hubiera hecho esa criatura de saber que el se trataba del alfa de su amado hermano menor, de su omega, que le veía en silencio, notando como lágrimas escurrían en sus ojos, por la desesperación, por la soledad, por el dolor que sentía, al recordar como cada vida, cada ocasión ese infeliz reencarnando como su sirviente, como cada nueva vida su lazo se rompía un poco más y él empezó a buscar a su omega en reemplazos, que terminaba destruyendo cuando se daba cuenta que no eran él. 
 
-Hice lo mismo que en Creta, busque reemplazos en otros cuerpos, que terminaba destruyendo, transmitiendoles un poco de mi dolor, creyendo que no era justo que yo fuera apartado de mi omega, cuando yo te amaba, cuando tu amabas a alguien más que no era yo, la sombra, la mentira que tomó la forma de aquello que tú deseabas, que maldijo a tantos otros creyendo haber encontrado a tu alfa, haciendo que se enamorarán de alguien más.
 
Maldijo a un soldado de Ares, un gigante poderoso que fue destruido por su deseo a un general marino, enamoró perdidamente al kraken de la tercera guerra de un soldado de Artemisa, a un guerrero de Odín de un soldado de Apolo, al santo de libra, que el mismo juzgo por sus pecados, entre ellos lujuria y traición, de un joven cangrejo, y pensaba, que había maldecido a otro guerrero, al darse cuenta de su error, porque según el libro de la vida de ese soldado, su omega, aún no nacía, de allí, que no lo hubiera encontrado, pero de hacerlo, no lo habría reconocido, lo recordaba bien, porque el pecado que castigaba más duramente era intentar separar a un alfa de su omega, o al revés, a un omega de su alfa, ellos no podían ser apartados, nunca, tal vez, porque eso le habían hecho a él. 
 
-Creyendo que mi deseo por ti era corrupto, como todos los demás lo piensan, hasta tu lo pensaste, cuando te diste cuenta que yo te deseaba a mi lado desde nuestra primera vida, me aborreciste, me odiaste, para ti como para los demás solamente soy un monstruo perverso, una bestia repugnante, cuando yo soy tu alfa, el viejo tu me reconoce, el collar lo demuestra. 
 
Eros tenía la equivocada noción que su deseo por su hermano era únicamente lujuria, un intento por destruir la nobleza de su hermano menor, su fuerza, su astucia, que lo deseaba encadenado, porque se sentía inferior a él, pero, no podía ser inferior a él, tampoco superior, eran uno, eran iguales, era el único igual que poseía, le amaba con un cariño sincero que siempre fue juzgado como erróneo. 
 
-Sin embargo, aquel que intenta romper los lazos que unen a un alfa con su omega, es esa criatura que es ofensiva a los dioses, no quien intenta recuperarlo, salvar lo que me quedaba de mi lazo. 
 
Minos comprendía que se equivocó al humillar a su omega, al no querer escuchar sus palabras, pero, estaba enloquecido debido al dolor, debido a la desesperación que albergaba su ser, como los pequeños hilos que lo unían a su omega, iban cortandose, debido al odio, al desprecio, a la decepción que su hermano sentía por él, uno que no entendía, que no se merecía, porque desde que fueron nombrados como jueces de las almas había cumplido su promesa, no dejaba que lastimaran a su omega, que prefería dormir en los brazos de otro alfa, alguien pequeño e insignificante, solo en fachada, que no sabía cómo, pero conocía cada deseo de su omega, como si el mismo se los hubiera contado. 
 
-Pero tu estabas ciego, sin importar lo que hiciera, no me veías y tu odio hacia mi aumentaba cada dia mas, cada dia el lazo se rompía un poco más, estaba desesperado, estaba a punto de perder la razón, vida tras vida, vida tras vida siendo odiado por ti, por los demás, señalado por nuestro padre, por nuestros semejantes, por ti, por mi omega, solo por aceptar lo que sentí esa ocasión en el templo de Afrodita. 
 
Radamanthys se mantenía en silencio, escuchando lo que tenía que decirle, pero Minos no estaba seguro de su reacción, no quería verla, no deseaba ver odio cuando unas horas antes, su hermano le había amado, se había entregado a él, le había hecho el amor, lo había aceptado como su alfa. 
 
-Estaba desesperado, creía que… que tenía que forzarte a verme, que debía obligarte a aceptar lo que éramos, quería compartir un poco de mi dolor, de mi desesperación contigo e hice lo peor, lo impensable, te castigue, te humille, te obligue a pedirme perdon y te viole, te viole frente a mis soldados, frente a ese buitre, a ese ladrón de nidos, todo eso mientras mataba al que se había robado a mi omega, mataba al dios que se había hecho de tu cama, te liberaba de su dominio, o eso es lo que pensaba, ahora veo que lo único que hice fue confirmar que soy un monstruo, que soy una asquerosa bestia, que no merezco el paraíso, no merezco tu amor, pero él tampoco, él tampoco lo hace, y no me arrepiento de matarlo, de lastimarte si me arrepiento, pero de matarlo a él no y de tener la oportunidad, lo haría de nuevo. 
 
Dos entes guardaron silencio al escuchar esas palabras, uno recordando lo que había hecho, el dolor que le había provocado a su omega y otro más, Radamanthys, tratando de recordar lo que decía Minos que había hecho, sintiendo su dolor a través de su lazo, sintiendo como su corazón se estrujaba debido a la desesperación y el odio a sí mismo, escuchando el llanto de Minos, que se sostenía del barandal de su habitación, esperando su respuesta, temiendo a su rechazo. 
 
-Y no conforme con eso, acepte el regalo de la diosa del amor, de la diosa Afrodita, que me dio una botella, con la cual tu me amarias de nuevo, creí que se trataba de una poción de amor, ya nada me importaba, no creí que fueran las aguas del olvido, pero lo fueron, te perdi, pero te volví a encontrar de nuevo. 
 
Radamanthys no respondió nada, no se movió, únicamente se quedo quieto, recordando los libros que veían al juzgar las almas de las personas, suponiendo que existía un libro suyo y otro más de su hermano, tal vez eran muy largos, pero, asi podria ver el pasado de quienes fueron o eran, eso se lo había explicado Minos, que esperaba ser despreciado por su omega, que sin embargo, sentía el dolor de su alfa. 
 
-¿Tu quieres mi perdon? ¿Quieres al Radamanthys que soy ahora? o ¿Quieres a quien era antes?
 
Quería a su omega a su lado, los dos eran el mismo, aunque sabía que su omega le daría la espalda de leer los libros de su vida, pero, tal vez podría ver que hablaba en serio cuando le decía que él sufría en silencio, que el dolor lo estaba perdiendo en el abismo, tal vez, podría ver que el ladrón de nidos no era más que un embustero, una farsa, una bonita actuación, aunque no tenía más aguas del olvido y sabía, que de sufrir esa maldición una tercera ocasión, su hermano perderia la razon, ya no habia marcha atras. 
 
-Te he amado cada una de nuestras vidas, amo al mortal, amo al juez, te amo a ti, pero aceptaré lo que decidas, lo que tu decidas, después de leer nuestros libros, aunque, solo pido que al leer mi castigo, no me juzgues muy duramente. 
 
Minos pronunció desesperado, volteando a ver a Radamanthys, que le veía en silencio, algo distante, pero también lloraba por él, unas lágrimas que resbalaban de sus mejillas, pero no se atrevía a tocarlo. 
 
-Recuerda qué forma ha tomado nuestro collar, trata de… de comprender mi dolor, antes de que me odies de nuevo. 
 
Radamanthys no le prometería nada, el joven de Creta que sabía que cientos de años de su vida se habían perdido, y ahora comprendía la razón, pero al mismo tiempo, sentía el dolor de su alfa, con tanta fuerza que pensaba que el de sentirlo, perderia la razon, se sumergeria en el abismo de la desesperación, para no salir de él nunca más. 
 
-No puedo prometerte nada Minos, lo sabes, aunque, siento tu dolor, sé que al menos, eso es real. 
 
Eso era suficiente, supuso Minos, que oraba a cada dios que pudiera escucharlo para que su omega no lo despreciara de nuevo, acercándose unos cuantos pasos más, acariciando su mejilla, relamiendo sus labios. 
 
-Pero antes de eso, por favor, dame un ultimo beso. 
 
Eso lo podía hacer, supuso, besando los labios de su hermano con delicadeza primero, con un poco más de pasion despues, gimiendo en su boca, recorriendo su espalda con sus dedos, comprendiendo que al menos, el deseo que sentía era genuino.
 
-Antes de odiarme, por favor, recuerda esta sensación, este deseo. 
 
Radamanthys asintió, suspirando, sintiendo un poco de paz proveniente de Minos, que le dejaría juzgar si lo perdonaba por sus acciones o no, pero también comprendía, que estaba seguro que había hecho lo mejor para él, al destruir a ese alfa que había elegido para él. 
 
-Este amor que te tengo, es real, soy tu alfa, soy tu compañero, el padre del niño que esperas… estoy en tus manos, mi cordura está en tus manos. 
 
*****
 
Eros, el joven Eros, que había escapado después de jurarle al endemoniado alfa que había entregado el agua del olvido a Minos, se preguntaba cómo fue posible que no se diera cuenta que Minos era el compañero destinado de su alma, como fue tan estúpido de confundirse. 
 
Maldiciendo a otros alfas cuando siempre fue Minos, a quien debía apartar del camino de su amado señor, flechando a un guerrero de Odín, a uno de Ares, al patriarca del santuario y ahora, a géminis, enamorandolo del cangrejo que tanto quiso en la niñez.
 
Tal vez porque las nornas, esas malditas mujeres que te decían el futuro, pero no de forma abierta, no claramente, le dijeron que su alfa estaba muy cerca, a unos cuantos pasos de distancia, que era su enemigo, que planeaba la forma de acabar con su vida y creyó, que se trataba de uno de los múltiples soldados con los cuales habían tenido algún encuentro, alguna batalla. 
 
Siendo el último el soldado de géminis, una de sus reencarnaciones, un soldado de Athena, que sabía estaba condenado a habitar el Inframundo, al ser una de las estrellas de las desgracia. 
 
Pero siempre fue Minos, siempre estuvo tan cerca su enemigo, que no pudo verlo y se daba cuenta, que como los demás, condenaba su deseo como aquel de un enfermo, un lujurioso, un incestuoso, un demente, no un alfa enamorado de su omega. 
 
Minos, cuyo dolor, cuyo deseo no correspondido le divertía demasiado, el saber que el, un alfa con un menor tamaño, con un rango inferior, tenía lo que uno de los afamados hijos de Zeus tenía, le hacía sentir poderoso, le hacía sentir bien, como alguien superior en todos los sentidos, al ser un dios, al tener a su amado señor en sus brazos. 
 
Cuyo amor era tan sincero, cuya desesperación por sentirse hermoso, por sentirse un omega digno de conquistar siempre lo llevaban a sus brazos, y su amor, ese dulce sentimiento que se suponía el no debía sentir porque lo corrompía, era tan maravilloso, que no podía dejar de buscarlo, de amarlo, tanto como el podia amar, pero era un dios, los dioses no eran tan fuertes para soportar ese hermoso sentimiento, que era una droga para ellos, las sensaciones humanas, todas ellas, y mientras Zeus se maravillaba con el sufrimiento de los mortales, uno en particular, el, sin duda alguna, prefería el amor que Radamanthys sentía, el afecto que tenía que darle a su alfa, enfocado en el, sin contar, que el dolor de Minos era un pequeño extra para él. 
 
O lo fue, hasta que comprendió que no era locura aquello que veía en sus ojos, sino la desesperación de una de las parejas divinas sintiendo como su vínculo se rompía, y suponía que su facultad de sembrar amor, o sembrar odio, en los humanos había funcionado, porque el amor y el deseo que sentía por su alfa, su amado señor lo convirtió en desprecio, en desagrado, en un sentimiento de traición, al no ser reconocido, condenando su amor, olvidándolo como debía ser, para entregarse al único alfa que lo desearía en esa eternidad. 
 
Y lo amaba, lo amaba como nadie lo amaría nunca, como solamente los dioses podían amar a un mortal, que le correspondía, que lograría rescatar del Inframundo, a como diera lugar. 
 
-Puedo dártelo, si haces algo para mí, dios Eros… 
 
Esa voz, la reconocería en cualquier lugar, era el, el dios del rayo, el amo del monte olimpo, en el cuerpo de un águila, posada a pocos pasos, un ave con mirada brillante, una criatura poseída por el dios Zeus. 
 
-Ese omega con la sangre de Hera, será tuyo… 
 
*****
 
Gracias por leer este capítulo y espero saber que opinan hasta el momento de la historia. 
 
Seiken.
 

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