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THE CALLED por Karenlauren

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Duele.

Duele mucho, por favor… ¡Que alguien me ayude!

Abrí los ojos cuando los otros niños ya estaban lejos, riéndose de sus hazañas… Les vi alejarse entre los árboles del jardín del orfanato, cuando no estaban a mi vista, me quedé sentado… No podía moverme… Algo me mantenía anclado al suelo… ¿Qué era? Un par de gotas cayeron sobre mis muslos.

Sollozo tras sollozo me encogí, abrazando mis piernas con fuerza. Tratando de parar el llanto que no parecía querer parar. Hacía demasiado tiempo que no lloraba de esta forma. Eché la cabeza hacia atrás y dejé salir todos los males que atormentaban a mi corazón. El alarido resonó a través de la arboleda.

Por suerte, ellos no lo escucharon.

Me dolía todo el cuerpo.

Cada sollozo hacía que mis costillas y mi estómago gritaran en sincronía. Decían que hacían eso para que me pareciera más a un hombre, tenía facciones delicadas y suaves, como las niñas… ¿eso era malo?

Poco a poco, mi cuerpo se sentía cada vez más liviano. Mis ojos se cerraron.

 - ¡Oye! – Unos ojos oscuros me despertaron junto a esa voz chillona de niño pequeño. Su sonrisa me deslumbró. - ¡Estás vivo!

Me incorpore con cuidado. Ya no me dolía el cuerpo… No dolía nada. Caí al levantarme, pero volví a intentarlo y lo conseguí, sin darme cuenta, ese niño revoloteaba a mi alrededor.

- ¡Oye, tú! – seguí andando a través de la arboleda sin girarme. – Eres muy guapa… ¿cómo te llamas?

Pensé en pararme y gritarle que no era una chica. Mis pies no me obedecían, simplemente seguí andando hacia algún sitio. Hasta que sentí su mano sobre la mía, girándome con una facilidad inhumana.

- Una chica tan guapa como tú no debería tener una cara tan triste. – Sus brazos me aprisionaron en un abrazo demasiado cálido. Me quemaba. – Para que te animes, seré tu amigo… - Se separó de mi para que nuestros ojos se encontraran. – Vaya… ¿Tienes fiebre? Estás muy roja…

Antes de que pudiese reaccionar, sus labios se habían plantado en mi mejilla.

- Es un beso para que las cosas malas se vayan muuuy lejos. – Acercó su rostro aún más al mío, encerrándome como un cazador a su presa. – Tienes las orejas rojas.

Le pegué un empujón y traspillé con una raíz al querer alejarme, cayendo de culo. Él rio, con inocencia y cariño mientras me tendía una mano.

- ¿Te has hecho daño? – Acepté su ayuda casi hechizado, oír esas palabras… de alguna forma, habían hecho que el dolor volviese. – Por cierto… sabes cómo ir al aparcamiento de al lado del orfanato Konoha? He perdido a mis padres mientras paseábamos por el bosque.

Por primera vez… reí. Se sintió muy bien reír. Esta vez fue él el que se sonrojó, parecía un lindo tomate.

Le cogí de la mano para guiarle a través de la maleza. En cuanto llegamos, sus padres estaban hablando con unos agentes de policía. Me mantuve al margen, escondiéndome detrás de un árbol mientras observaba como la madre abrazaba a Kiba, llorando. Su padre se unió al abrazo con una expresión que supe… que nadie me daría.

Agradecí a Kiba haberme devuelto el dolor. Haberme devuelto la risa. Alguien había respondido a mis súplicas mandándome a un ángel.

Suspire con pesadez… quería volver a verle.

Y me esforcé para que mi sueño se hiciese realidad. En cuanto pude empezar a trabajar, ahorré y ahorré como si me fuese la vida en ello, alquilé una habitación barata y entré en la misma escuela que Kiba.

Volví a verle en la ceremonia de entrada, estaba con sus amigos, radiante e intenso… No había cambiado en nada. Le vi acercarse a mí, pero cuando pasó por mi lado, no pude evitar girarme. Me arrepentí al momento de verle besándose con una chica rubia de ojos azules y figura esbelta. Seguí mi camino como si no hubiese pasado nada. Seguí esforzándome. Seguí queriéndole. Porque él era el único que podía salvarme de la oscuridad.

Entré al club de dibujo tan solo por qué tenía vistas a la pista de deportes… Donde estaba él. Le dibujaba día y noche, no podía sacarle de mi mente. Intenté olvidarle. Imposible. Estaba grabado a fuego en mi alma.

Nunca supe que Ino hacía fotos de mis dibujos y se los mandaba a Kiba por teléfono. Podría haber dicho que ella los había dibujado pero me entregó a su amor en bandeja de plata.


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