29-Viento divino
Tomaban te en una pequeña habitación. Una empleada en un bello kimono lo servía cuidadosamente de una olla en unas tacitas que antes había visto. Pequeñas y sin asas eran extrañas y bellas en su simpleza.
A su lado el castaño lo observaba con ojos inquisitivos.
¿Quieres saber algo o me encuentras muy bello?—preguntó el rubio mofándose.
El otro lo miró consternado y confundido unos segundos antes de enrojecer de embarazo y contestar--¿Quién encontraría bello a un viejo?—
¿Entonces? ¿Cuál es tu pregunta?-preguntó el alemán.
Mi hermano no nos ha dicho mucho de usted. ¿Qué hace para vivir?—preguntó de manera inesperada el más joven.
Jeje—se sonrió el melado mientras dejaba la tacita frente a la joven y miró al techo pensando en la pregunta mientras la repetía--¿Qué que hago para vivir? ¿De veras quieres saberlo, bochan?—preguntó sabiendo que el título enfurecía al joven porque luchaba todos los días por parecer adulto y odiaba ser llamado “joven amo”.
El otro puso cara seria por el insulto y se levantó de golpe después de dejar la taza sobre el tatami con rudeza absurda para un miembro de la nobleza—No es necesario que me lo diga. En realidad no me interesa lo que haga un viejo necio en mi país mientras no moleste al imperio—contestó e iba a irse. Wilfred sonrió viendo su espalda rígida dirigiéndose hacia la puerta. Sin decir nada se levantó y con paso lento caminó en la misma dirección que él, saliendo después de este de dicha habitación y le miró de reojo mientras se alejaba.
Le agradaba la forma de ser del chico, muy en el fondo. Era un tanto refrescante después de tantos viejos que siempre lo trataban con frialdad segura o el hermano de este que lo trataba como un igual y llegaba a ser pesado en ciertas ocasiones.
Hago de enlace con tu imperio—dijo y el chico se detuvo para luego volverse.
Creí que esas cosas las hacía un embajador—contestó Seto, al parecer no le creía.
Wilfred se apoyó en la ventana enfrente suyo y sacando un cigarrillo se lo puso en los labios viendo como el chico miraba con atención el elemento. Despacio se metió la tabaquera en el bolsillo interno de su chaqueta negra y luego metió su mano en el bolsillo de su pantalón para sacar de ahí su encendedor. Este tenía una pequeña esvástica incrustada en un fondo rojo. Con deleite observó como los ojos del chico seguían cada uno de sus movimientos, fascinado con algo que nunca había visto, pero tratando de ocultar eso.
Eres bastante listo—solo dijo eso sabiendo que era muy poco para los oídos del chico.
¡Si quiere subestimarme puede hacerlo! Mejor para mi si lo hace—contestó el chico y a Shmidt se le escapó una risotada como hace mucho no experimentaba. Parándose con su costado apoyado en el quicio de la ventana miró al chico.
¡Más me vale no hacerlo! No sé porqué pero tienes un aire importante—se burló.
Para su sorpresa eso hizo mella en el ego del chico que pareció inflarse un poquito.
Sería lo que se dice el coordinador de inteligencia de mi país que se conecta con un coordinador de inteligencia del tuyo—dijo pensando que el chico aunque era listo no podía entender los alcances verdaderos de sus palabras.
Un espía—dijo con algo de desdén el chico. Ya había visto esa mirada en algunos coterráneos del joven japonés. Los de sangre samurái tendían a pensar en los espías como algo deshonroso, pero a Wilfred poco le importaba la opinión de ese pueblo sobre tal asunto. Aún así quiso especificar.
En realidad yo me dedico a erradicar espías en mi país—añadió para tranquilizar sus ansias. Era verdad aunque no era lo que estaba haciendo en el país del sol naciente.
Los ojos negro azulados lo miraron un momento. Eran muy directos y estudiaban tan profundamente que por un momento el rubio no supo que decir o como reaccionar. Solo se quedó ahí observando y siendo observado.
Despues de unos momentos el alemán pronunció—No creo que un niño deba saber de estas cosas—sabía perfectamente como le caerían al otro tales palabras y disfrutaba mucho con su evidente efecto.
El otro se coloreó en el rostro y pronunció—Yo ya no soy un niño—
Disculpe bo-chan—contestó el melado sabiendo lo que esas palabras significaban pero fingiendo ser todo diplomático al decirlas.
El otro se sintió profundamente agredido pero altivo no dijo nada y se fue sin decir nada.
Por todo el día no le vio pero a la noche ninguno de los otros habitantes había vuelto por lo que se sentaron ambos a comer en sendas mesitas al estilo tradicional.
Sonriendo el alemán habló mientras le era servido el alimento—Siento lo de esta tarde. No debí caer a ese nivel—dijo.
El otro ni siquiera le miró y eso que estaba a su lado.
Despues de un rato de comer sus alimentos en silencio el joven señor de la casa dijo inesperadamente—Para que sepas en esta casa somos todos samuráis. Es nuestro trabajo servir al emperador y yo he sido seleccionado para ser un viento divino, por lo que es profano que me trates como a un niño—
¿Viento divino? Se preguntó Wilfred mirando al chico pero solo contestó—Lo entiendo—
Nosotros, los vientos divinos tendremos un papel muy importante en esta guerra. Cuando tú lo veas te sentirás avergonzado de tratarme así. No somos como tú que te ocultas en las sombras para llevar a cabo una tarea. Nosotros somos la égida de nuestro emperador—dijo el muchacho con cierta mirada que recordó a Shmidt la mirada que tenían los jóvenes de las juventudes hitlerianas. Adjudicó a ese fervor su ferocidad pero también de una extraña manera había tenido una premonición con ese pensar.