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¿Se puede aprender a querer? por Neil

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Notas del capitulo:

Bueno, acá el tercer capítulo. Espero que les guste.

Es un poco triste ver que leen pero no comentan nada...en serio, leer reviews a una la anima muchísimo, y en mi caso siempre me impulsa a escribir más. Así que, si les gusta lo que escribo, agradecería que lo dijeran o que dieran alguna opinión.

De todos modos, gracias por leer. <3

Cam.

Recordaba haber escuchado voces, pero no la alarma. No estaba seguro de a qué hora el sueño le había vencido, aún con el ritmo cardiaco alterado y la cabeza llena de cosas complicadas.

Kenma logró abrir los ojos un poco, pero le ardían y la cabeza le molestaba. Una de sus cortinas estaba abierta y la luz del día entraba bastante brillante, casi desagradable. Pero cuando se movió torpemente hasta quedar sentado en la cama y tomó su celular se olvidó de todo eso; era casi mediodía.

La ansiedad comenzó a recorrerle al pensar en que había faltado al entrenamiento, al último entrenamiento antes de los exámenes, sin siquiera avisar nada. ¿Por qué Kuroo no había ido a despertarle? Pero tenía un mensaje y, ya resignado a que no haría diferencia ir el par de horas que quedaban, revisó el celular.

Eran dos mensajes. Uno era de Shōyō, hablándole de su propia práctica y preguntando por la falta de respuesta el día anterior. Kenma había olvidado por completo aquello y decidió responderle en seguida, contándole que la noche anterior había estado muy cansado, incluso al nivel de quedarse dormido ese día. Después revisó el segundo, uno de Kuroo que le hizo sentir ansioso.

¿Cómo estás? Espero que hayas despertado. En la mañana pasé a buscarte, tu madre me hizo pasar y vi lo mal que estabas; realmente tenías mucha fiebre. ¿Ya te sientes mejor? Le expliqué todo a los demás y al entrenador, y aunque estaban bastante preocupados les convencí de que no fueran a visitarte. A ti eso no te gustaría, ¿no? Pero yo sí iré. Terminaremos el entrenamiento en unas horas y llevaré bollos de carne para que almorcemos juntos. También llevaré tarta de manzana. Cuídate, Kenma.

Él se mordió los labios. Kuroo siempre había sido atento con él, ¿por qué ahora le incomodaba? ¿Le hacía sentir tan nervioso? No supo si responder, pero acabó haciéndolo. Ya desperté. Está bien, puedes venir. Gracias. Fue todo lo que escribió y envió el mensaje rápidamente.

Se quedó un momento ahí, sentado en su cama, sin saber qué hacer. El mensaje Kuroo lo había enviado hacía una hora, aún quedaban dos o tres para que llegara. Kenma alzó una mano y se tocó la frente, notando que era verdad; tenía algo de fiebre. Seguro por eso le ardían los ojos y sentía más pereza de lo normal.

El hambre acabó ganándole y bajó a la cocina; la casa estaba en silencio, sus padres se habían ido a trabajar hace muchas horas. Sobre la mesa de la cocina había una nota y un plato con bolas de arroz envuelto en papel transparente. Él leyó la nota primero, identificando la caligrafía pequeña y ordenada de su madre.

Ken-chan, te dejé el desayuno en la nevera, caliéntalo en el microondas y cómelo apenas despiertes. También dejé bolas de arroz rellenas con atún, pero Tetsurou-kun me dijo que te llevaría más para almorzar. Abrígate, toma jugo de naranja y descansa un poco. Mamá.

Él volvió a tocarse la frente con una mano mientras iba a la nevera; sí, tenía fiebre, pero no tanta. Abrió la puerta y encontró una bandeja con un cuenco de arroz, otro con verduras salteadas, uno con sopa miso y un poco de karaage. Calentó todo en dos tandas dentro del microondas y se sirvió un vaso de jugo de naranja.

La comida fue rápida y silenciosa. Tenía hambre, sentía sabor perfectamente, por lo que no era un resfrío, sólo fiebre. ¿Quizá agotamiento? ¿O recién comenzaba a resfriarse? Comió todo y bebió en total tres vasos de jugo. Después lavó los trastos, ordenó lo que había desacomodado y subió nuevamente a su habitación. Sólo había tardado veinte minutos, así que se recostó en su cama y encendió la consola luego de cubrirse con las mantas. Pensó un momento en Kuroo, en que vendría dentro de unas horas y que estarían solos. En que, quizá, él querría hablar de la noche anterior. Kenma no se sentía preparado para enfrentar aquello, ni siquiera para sólo pensar en la posibilidad, por lo que huyó de la ansiedad y luchó por concentrarse en la consola.

Ahora que había pasado el nivel tedioso era mucho más fácil seguir jugando y pasando niveles a buen ritmo, pero realmente no aguantó tanto y sólo pasó un par antes de que los ojos comenzaran a arderle más. Se sintió mareado, somnoliento, y pausó el juego antes de dejar la consola sobre la mesita de noche junto a su celular. Sólo tardó unos segundos en volver a dormir.

Cuando abrió los ojos fue como si apenas hubiese alcanzado a parpadear. Escuchó ruido en el piso de abajo y aún acostado tomó su celular para revisar la hora; las dos y cuarenta de la tarde. Se incorporó con cuidado, pero no alcanzó a levantarse; la puerta se abrió lentamente y Kuroo asomó la cabeza, sonriendo en cuanto le vio.

—Ah, qué bueno que estás despierto.

Él ahogó un bostezo.

—No lo estaba, desperté cuando entraste —aclaró.

—Lo siento. ¿Quieres volver a dormir? No tienes muy buena cara —comentó Kuroo, frunciendo un poco los labios.

Kenma negó y bajó las piernas de la cama. Las sentía algo débiles, pero cuando se puso de pie le sostuvieron y caminó hacia la puerta.

—Quiero algo frío. Y seguramente tú no has almorzado, así que vayamos abajo a comer.

Su amigo asintió y ambos caminaron a las escaleras. Kuroo seguía trayendo la ropa de deportes, y por la hora apenas habría tenido tiempo de volver y pasar a comprar. Cuando llegaron a la cocina, además, vio su bolso en una silla y dos bolsas plásticas sobre la mesa. Kenma olisqueó instintivamente el aire; olía dulce, a manzana.

La risa de Kuroo le sobresaltó y le vio sacar servilletas, vasos y la botella de jugo de la nevera.

—Que ni se te ocurra. Primero debes comer aunque sea un bollo de carne y una bola de arroz de tu mamá. Si lo haces, incluso te dejaré comer las dos porciones de tarta.

Kenma parpadeó un par de veces y luego se le escapó una sonrisa, aunque estaba seguro de que sus comisuras apenas se habían curvado un poco.

—Está bien. Gracias.

Kuroo le miró fijamente un momento de un modo que a él le pareció extraño, pero después su amigo desvió el rostro y comenzó a servir jugo. Él hurgó en la bolsa de los bollos de carne y con una servilleta sacó uno; aún estaba caliente y sopló un poco antes de darle una mordida. Sabía bien, estaba seguro de en qué tienda los había comprado porque él y Kuroo solían pasar allí cuando hacía frío.

Se sentó en una de las sillas para seguir comiendo y Kuroo le imitó en un silencio agradable. Había subestimado su hambre, porque se acabó pronto el bollo de carne y luego, algo acalorado, se sintió mejor al comer la bola de arroz y atún más fresca. También volvió a tomar bastante jugo, incluso tuvo que servirse un segundo vaso.

—Es raro verte comer tanto y tan rápido —comentó repentinamente Kuroo.

Kenma le dio el último bocado a su bola de arroz y miró a Kuroo desde abajo por estar sentado ligeramente encorvado. Luego se encogió de hombros, se levantó a buscar un tenedor y volvió a sentarse.

—Cuando desayuné también tenía hambre. Y…realmente quiero los pedazos de tarta —respondió despreocupadamente.

Kuroo se rió entre dientes mientras negaba con la cabeza, pero no dijo nada y siguió comiéndose su segundo bollo de carne. Kenma sacó la caja que contenía la tarta y comenzó a comerla directamente desde ahí. El primer bocado fue delicioso, dulce, y con un leve sabor a canela.

—Mh…no es el de siempre —murmuró en seguida, dando un segundo bocado.

Su amigo amplió la sonrisa.

—No. Escuché a las chicas del club de vóleibol femenino mencionar una nueva cafetería y quise pasar porque queda por acá, cerca de la estación. ¿Está bueno? —cuestionó Kuroo.

Kenma notó que estaba algo nervioso, quizá expectante. Él dejó escapar un murmullo afirmativo a la vez que asentía un poco con la cabeza y siguió dando bocados. Era diferente, pero bueno, y al final era tarta de manzana. Si algo podía competir con los videojuegos en su lista de cosas agradables definitivamente era la tarta de manzana.

Aunque estaba tan bueno, los trozos eran bastante contundentes y finalmente sólo pudo comerse uno. Miró a Kuroo, que ahora acababa con las bolas de arroz, y decidió cerrar la caja de la tarta y levantarse para llevarla a la nevera; podía tomarla como merienda o a al día siguiente.

—¿No estaba tan buena? —preguntó Kuroo esta vez con expresión confundida.

Él se acercó a la mesa pero no se sentó en la silla.

—Sí lo estaba, mucho. Pero ya he comido mucho en poco tiempo, después de todo desayuné algo tarde y también comí bastante. Gracias. —agregó.

Kuroo sonrió y terminó de comerse la bola de arroz que tenía en la mano, la última, antes de ponerse de pie y comenzar a ordenar todo.

—No es nada, ya te llevaré otro día. Ahora tú ve a descansar, yo me encargo de esto y voy en seguida.

Él dudó, pero acabó asintiendo con la cabeza y caminó hacia las escaleras para subir al segundo piso. Kuroo estaba sonriendo mucho, y a él eso le estaba afectando de un modo extraño. Eso o comenzaba a padecer de taquicardia crónica. Esperaba que no estuviera notándosele en la cara.

Antes de entrar a su habitación acabó desviándose hacia el cuarto de baño del segundo piso. Había bebido muchísimo jugo y necesitaba orinar, pero luego de hacerlo y de lavarse las manos también se lavó los dientes, porque lo había olvidado más temprano. Al terminar se miró al espejo, notando que tenía una ligera sombra bajo los ojos y los pómulos algo rojos. Se mojó la cara para bajar el calor, aunque no sirvió de mucho, y luego de secarse se dirigió a su habitación.

Kuroo ya estaba ahí, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en el costado de su cama mientras hojeaba un manga que tenía en su regazo. Kenma no tenía demasiados mangas, pero compraba algunos que le gustaran y Kuroo siempre los leía. El que tenía ahora era uno que él había comprado hacía unos días y que ni siquiera había terminado todavía.

—Ah, Kenma. ¿Este es nuevo? —le preguntó Kuroo, señalándole el manga.

Él asintió mientras se acercaba a su cama y se sentaba sobre esta, algo cerca del otro.

—Lo compré hace algunos días. Shōyō mencionó en un mensaje que unos compañeros suyos habían estado hablando de él y lo compré el domingo pasado, cuando acompañé a papá a la librería —explicó con tono despreocupado.

—Ohh. Yaku me había hablado de este manga también, quería leerlo —comentó Kuroo, pasando una página mientras volvía su atención al manga—. ¿Puedo?

—Adelante. De todos modos ya lo estás leyendo. Ah, pero no me menciones nada sobre él, aún no lo termino —advirtió.

—Bieeeeen —respondió Kuroo, alargando la vocal.

Kenma suspiró y se subió mejor a la cama, acabando por recostarse bajo las mantas. Tomó su PSP y despausó el juego para continuar en donde lo había dejado, aprovechando el silencio, pero este no duró mucho.

—No juegues seguido demasiado tiempo, ¿sí? Debes hacer pausas o no hará nada bien a tu fiebre. Ah, y debes tomarte la temperatura en un rato, tu mamá me pidió que le informara qué tal estabas —dijo Kuroo, sin dejar de mirar el manga.

Él le miró de reojo un par de veces y frunció ligeramente el ceño.

—No te mensajees con mi mamá.

—Lo siento, me dejó a cargo. Además ella es muy agradable y sus bolas de arroz son buenas —comentó como si nada.

—¿Te compró con bolas de arroz? Estoy bien —se quejó Kenma.

—Eso lo dirá el termómetro. Anda, descansa y juega un poco —replicó Kuroo.

Él apretó los labios y se volteó hasta quedar de costado, dándole la espalda. Comenzó a jugar, pero nuevamente los ojos empezaron a arderle a los pocos minutos. Escuchaba a Kuroo pasar las páginas a ritmo pausado. Trató de seguir jugando, descansando los ojos cada tantos minutos, pero finalmente volvió a pausar el juego y se rindió, estirando un brazo para dejar la consola en la mesita de noche. Se mantuvo dándole la espalda a Kuroo e incluso se acurrucó un poco más, cerrando los ojos del todo. Un bostezo se le escapó.

—Duerme tranquilo, yo estaré aquí hasta que llegue tu madre. Me dijo que no llegaría tan tarde —comentó Kuroo.

Kenma emitió un ruidito sólo para darle a entender que le había escuchado, pero se guardó el comentario de que dudaba que su presencia le tranquilizara. Era imposible, no cuando el corazón le golpeteaba el pecho nada más escuchar su voz. Pero se esforzó en dormir y la fiebre debía haber aumentado, porque se sintió cansado y poco a poco el sopor le ganó.

Esta vez sí notó que durmió, y bastante. Incluso soñó. Fue un sueño extraño, de él corriendo y corriendo sin avanzar hasta quedar agotado y muerto de calor. Creía que necesitaba perseguir algo pero no podía acortar camino y al final terminaba tirado en un suelo incómodo y caluroso. Despertó con el ceño fruncido y al abrir los ojos vio la pared más cerca de lo que estaba cuando se había dormido. Casi no había espacio entre él y la pared.

Pero a sus espaldas tampoco podía moverse. Cuando lo intentó, chocó con algo y sintió un peso en su cadera. Se asustó un momento, pero después escuchó un suave ronquido y sintió el aliento cálido golpearle la nuca.

Todo su cuerpo se estremeció y se le erizó el vello de los brazos. Kenma volteó un poco la cabeza y vio perfectamente parte del rostro de Kuroo, que tenía los ojos cerrados, y después vio que lo que pesaba en su cadera era uno de sus brazos. Con esfuerzo se mordió la lengua para evitar replicar, o gritar. También pudo contener el apartarse bruscamente. Kuroo dormía tras él y se había quitado la sudadera, pero seguía dándole muchísimo calor. O tal vez era la vergüenza sumada a la fiebre las que hacían que su rostro ardiera.

—Kuro…—susurró Kenma, con voz temblorosa.

Era incómodo. Sí, era muy incómodo, y no sólo por el calor. Pero Kuroo no hizo ningún ademán de ir a despertar y él siguió sin poder apartarse, por temor a despertarle cuando parecía tan tranquilo y también porque el brazo de su amigo no sólo estaba apoyado sobre su cadera, sino que le medio sujetaba con firmeza.

Kenma suspiró y volvió a voltear el rostro para mirar mejor a Kuroo. Tenía una expresión tranquila que pocas veces solía verle, los labios entreabiertos que dejaban escapar pequeños ronquidos y sus hombros se movían al ritmo de su pausada respiración. Era extraño verle dormir. En los campamentos siempre era Kuroo quien le despertaba, igual que cuando se quedaban a dormir en casa del otro porque los padres de alguno salían o simplemente porque Kuroo de pequeño quería pasar algunas noches de las vacaciones haciendo pijamadas.

Al verle ahí, tan cerca, no pudo evitar ser consciente del ritmo de su propio corazón y de lo que había ocurrido el día anterior. Gustarle a Kuroo…¿eso significaba que su amigo quería salir con él? ¿Ser novios, tener citas, besarse y…y muchas otras cosas? La idea, el no haber pensado en ello antes, le dejó momentáneamente en shock. ¿Él podría ser novio de Kuroo? ¿Podría besarle cuando el día anterior casi se había muerto del susto al pensar que el otro iba a darle un beso? En ese momento, lo dudó. Era demasiado irreal, extraño. Pero si él correspondía a los sentimientos de Kuroo…con lo poco que sabía de romances, seguramente si gustaba de su amigo todo lo anterior no parecería tan raro.

Y él había aceptado que Kuroo lo intentara y también intentarlo con él.

Se sintió asustado, quiso huir una vez más. ¿Por qué las cosas tenían que ser tan complicadas? Pero no servía de nada preguntarse el porqué. Simplemente las cosas eran así, y por su propia culpa, por haber aceptado el día anterior, él tenía que lidiar con ello. Debía hacerlo. Y tratar en serio, con sinceridad, porque no quería jugar con los sentimientos de Kuroo y causarle daño. Si al menos era sincero y lo intentaba, incluso si todo fallaba él no se sentiría tan culpable. Pero si fallaba porque él no ponía nada de su parte sí iba a sentirse culpable, y como el peor amigo del mundo.

Un poco serio, se decidió. Sabía que por su propia personalidad no iba a poder ser la persona más romántica o jugada del mundo, pero sí sería receptivo a los gestos de Kuroo, los valoraría, y trataría de corresponder. Quizá poco a poco, pero si existía la posibilidad, lo haría.

A pesar de su convicción, cuando Kuroo se pegó más a su espalda y exhaló contra su nuca él volvió a estremecerse por completo y ahogó un grito, tenso. Desanimado, se recalcó mentalmente que sería poco a poco, muy poco a poco. Acostumbrarse no iba a ser fácil, porque la cercanía entre ambos no era la misma al saber de la existencia de los sentimientos de Kuroo. De la posibilidad de la futura existencia de los propios. Kuroo le había abrazado muchas veces a lo largo de su amistad, pero nunca había provocado esas reacciones en él.

Y, oh, su pobre corazón...esperaba que cuando terminara todo, llegaran a lo que llegaran con aquello, lo hicieran sin que él hubiese sufrido algún infarto.


En algún momento de su incomodidad y elucubraciones, Kenma había caído dormido nuevamente. Al despertar lo hizo un poco mejor, sin que los ojos le ardieran tanto como antes, y porque Kuroo había bostezado extremadamente fuerte. Su amigo, seguramente al verle también despertar y voltearse, se apartó un poco y acabó medio incorporado en la cama.

—Uh, lo siento, Kenma. Comenzó a hacer frío y me entró sueño por verte dormir…y estabas calentito como una estufa. Terminé frito en un minuto —se justificó Kuroo.

Realmente parecía avergonzado. Él recordó lo que había estado pensando antes de volver a dormirse y asintió un poco con la cabeza.

—Está bien, no me molesta. Pero…me diste mucho calor. Incluso me desperté una vez por tanto calor.

Kuroo pareció algo confundido al escucharle y la vergüenza no se fue a pesar de que ahora sonreía un poco.

—Lo siento. Aunque no es malo, al contario; sudar es bueno para bajar la fiebre. Anda, vamos a ver qué tal está tu temperatura —agregó rápidamente Kuroo.

Mientras Kuroo tomaba el termómetro de la mesita de noche y lo destapaba Kenma también extendió un brazo para tomar su celular. Sorprendentemente, eran pasadas las seis de la tarde. La luz que entraba por la ventana era mínima y confirmaba aquello; habían dormido varias horas. Él se incorporó también, quedando sentado y con la espalda apoyada en el respaldo de la cama. Revisó sus mensajes; tenía dos de Shōyō. El primero expresaba preocupación por su salud y consejos bastante torpes y simples de cómo mejorar. El segundo preguntaba por cómo seguía y lo había enviado hacía tan solo unos minutos.

—Vamos, deja eso. Hay que tomarte la temperatura —le regañó Kuroo.

Kenma, sin apartar la vista de la pantalla mientras respondía a Shōyō, se limitó a abrir un poco la boca. Kuroo dejó escapar un resoplido de risa y le acercó el extremo del termómetro a la boca, donde él lo atrapó y acomodó mejor con ayuda de los labios y su lengua. Era incómodo, pero sólo tardaría un minuto. Kuroo se apoyó un poco contra su costado para mirar lo que él escribía y a Kenma realmente no le molestó.

—¿De nuevo el enano de Karasuno? —cuestionó Kuroo con ligero interés.

Kenma asintió. Esperó a que sonara el pitido del termómetro digital y antes de que él pudiera hacerlo Kuroo lo tomó con cuidado para mirar el número marcado en la diminuta pantalla.

—Sí, es él. Le comenté que no estaba bien y se preocupó un poco —explicó ya con la boca libre.

—Oh, pues ahora puedes agregarle que estás mejor con cifras exactas. Sólo treinta y siete punto seis grados, y eso que en la mañana tenías casi cuarenta. Le enviaré una foto a tu madre para que vea que ya te bajó —agregó Kuroo.

Él puso los ojos momentáneamente en blanco al verle sacar su celular para fotografiar el termómetro, pero finalmente Kenma agregó la cifra al mensaje que escribía a Shōyō y lo envió. Kuroo tardó un poco más, pero finalmente volvió a guardarse el celular.

—¿Ganarás más bolas de arroz por eso? —preguntó Kenma sin poder evitarlo, con ligero sarcasmo.

Kuroo rió entre dientes.

—Ojalá. Pero es para dejarla tranquila más que nada, nos preocupaste a ambos bastante. Ni siquiera despertaste cuando te hablamos.

Oh, así que le habían hablado. Las voces que había escuchado, entonces, debían haber sido las de Kuroo y su madre.

—Recordé voces al despertar, pero en el momento no las noté.

—Supongo que fue culpa de la fiebre —razonó Kuroo—. Y por cierto, acabo de avisar a los chicos también. Si no hubiese prometido que lo haría te habrían saturado el buzón de mensajes.

Kuroo lo decía en broma, pero Kenma estaba seguro de que sólo exageraba un poco.

—Todos son unos exagerados —dijo con resignación y desinterés.

Sintió a Kuroo pegarse más a su lado y él, buscando acomodarse, apoyó instintivamente la cabeza en su hombro. Casi al segundo notó que aquello podía ser malinterpretado, pero se forzó un poco a bloquear su instinto para no apartarse. Kuroo tampoco se apartó, y realmente no le incomodaba más allá de lo acelerado que volvía a estar su corazón.

—Un poco, quizá. Pero…eres el cerebro. Debemos asegurarnos de que estés bien —justificó Kuroo.

Él arrugó un poco la nariz al escuchar aquello. El cerebro, como en el eterno mantra que Kuroo repetía antes de un partido. Suspiró para dejarlo correr y ambos siguieron sin apartarse. Kenma comenzaba a sentirse un poquito somnoliento de nuevo, pero no quería dormir otra vez.

Un ruido en el piso inferior hizo que ambos se sobresaltaran un poco, pero siguieron unos segundos más así, e incluso Kuroo deslizó lentamente una mano hacia la suya para sujetarla. Igual que el día anterior, su mano era cálida y agradable. La suya estaba un poco sudada, pero a Kuroo no pareció importarle.

—Kenma, ¿estás despierto? —dijo una voz del otro lado de la puerta, golpeándola suavemente.

Él tardó un poco en responder.

—Sí, papá. Estoy con Kuro —dijo él, lo suficientemente fuerte como para ser escuchado.

Su padre no solía llegar temprano. Quizá estaba preocupado por él.

—Oh. Si estás bien, bajen los dos. Traje un poco de helado de ese sabor a strudel de manzana que querías probar. Tu mamá llegará pronto.

Kenma miró de reojo a Kuroo y este, que sonreía suavemente, asintió con la cabeza.

—Está bien, bajamos en seguida.

Su padre pareció contento con ello porque escucharon sus pasos alejarse por el pasillo. Kenma suspiró y se apartó lentamente del hombro de Kuroo. Bien, ahora sabía que aunque la cercanía podía causar estragos en su ritmo cardiaco, no le era desagradable. Poco a poco, se recordó.

—Vamos, no hagamos esperar a tu papá —murmuró Kuroo.

Él asintió. Esperó a que Kuroo se bajara de la cama para hacerlo él, pero ninguno hizo gesto de querer soltarse las manos. Caminaron fuera de su habitación con las manos tomadas y cuando terminaron de bajar las escaleras Kuroo le dio un ligero apretón en la mano antes de soltársela. Claro, sería extraño si su padre les viera así. Pero Kenma sintió algo desagradable en el estómago debido a la ausencia y le pareció que su mano se enfriaba rápidamente.

A pesar de ello, cuando ambos entraron a la cocina y vio a Kuroo saludar a su padre no pudo evitar una mezcla de nervios y tranquilidad. Se llevaban bien, a sus dos padres siempre les había agradado Kuroo. Y aunque él no hablaba demasiado más allá de responder algunas preguntas mientras comían helado, e incluso cuando más tarde su madre se les unió, notó una ligera comodidad apartar el malestar y los nervios.


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