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Veneno y antídoto por LadyBondage

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Notas del capitulo:

Muchas gracias por la espera, se que dije que ayer actualizaria pero por cuestiones personales no pude. Les dejo este capitulo, con el cual arrancamos la ultima temporada del fic, espero sea de su agrado y una vez mas; gracias por todo. Respondere sus comentarios a pasitos de tortuga pero lo hare, eso es promesa. 

 

A leer. 

Tormenta

[1]

 

Sólo dejaba de llorar cuando se dormía, y al despertar volvía a la misma rutina; echado en la enorme cama que compartió con su esposo mientras sendos lagrimones descendían de sus ojos azules. Rendido, sus parpados caían y finalmente volvía a sumirse en sueños afables donde Sasuke le sonreía amable y le tomaba de la mano tan dulcemente que Naruto lo había llegado a sentir jodidamente real aunque nada de eso lo era.

Porque Sasuke no volvería a su lado, nunca más.

 

—Me temo que si sigue así; morirá de inanición.

 

Apenas habían pasado más de diez amaneceres desde aquella noche trágica. Konoha se recuperaba, a pasos lentos, pero lo hacía. Y Minato continuaba junto a su hijo incluso en las noches más obscuras, aguardándolo fuera de sus aposentos. Preocupado por el semblante decaído de su hijo, llorando con él y compartiendo los silencios. Naruto había muerto con Sasuke, no había rastros de su pequeño en ese chiquillo rubio. Ya no. Y lo comprendía a la perfección. Perder al amor de tu vida es el golpe más grande para un ser humano. Él perdió a su esposa.

 

—Haz todo lo que éste en tus manos para que mi hijo vuelva a sonreír, Sora. Pero hazlo pronto antes de que Naruto no vuelva a ver la luz del alba. —Minato tiene unas enormes ojeras bajo los ojos, en poco tiempo había perdido más peso del que nadie se hubiera imaginado.

 

Tsunade le echa una mirada crítica, su hijo y nieto estaban al borde de la muerte. Lo que era peor, durante una revisión rutinaria que le hizo a Naruto para sopesar su estado de salud descubrió algo inquietante que en otros momentos alegraría a todo el pueblo empero, en momentos de tensión sólo avivaba la incertidumbre.

 

Naruto estaba en cinta.

 

—Sora, déjanos a solas. Por favor —pide de manera amable. El sacerdote blanco asiente despacio, se retira en silencio bajo la mirada almíbar de la Reina Madre.

 

Minato expulsa el aire que había contenido momentos antes, preocupado revisa unos cuantos papeles que no había podido detallar por el pobre estado de su hijo.

 

—No sé qué hacer, Naruto no quiere comer, llora todo el tiempo, y…

 

Tsunade había esperado pacientemente las palabras de su hijo. Quería decírselo con urgencia, Minato se sensibilizaría más ante la noticia pero seguro con su ayuda podrían levantar a Naruto del hueco donde se había hundido.

 

—Cariño, lo sé, lo sé. Nuestro querido Naruto está devastado, ha perdido a Sasuke. Nosotros perdimos a muchas personas importantes. Gracias a los dioses las muertes fueron menores a lo que esperábamos, Madara y Fugaku se recuperaron exitosamente, lamento mucho que Fugaku haya perdido a sus dos hijos. Él tampoco está bien —. Era verdad. Cuando Fugaku abrió los ojos después de tres días dormido, lo primero que salió de su boca fue una pregunta escueta, él pedía ver a sus dos varones.

 

La Reina Madre con pesar en la mirada le dio el pésame. Fugaku gritó, lloró y luego se encerró en una habitación; bebía y lloraba, lloraba y bebía. No había orden, sin embargo, hacia lo mismo desde que supo la aterradora verdad.

Vencieron al enemigo, Orochimaru se llevó las vidas de sus seres queridos como consuelo y eso la enfurecía.

 

—Madre, Naruto morirá. No se levantará más, mi hijo no puede con tanto dolor. Yo moriré con él.

La rubia se precipita junto a su hijo sosteniéndole de los hombros con firmeza. En sus años de juventud no tuvo un gesto cariñoso hacia él, más interesada en convertirlo en un excelente monarca. Ahora se arrepentía de su dureza como madre, pues en situaciones agobiantes no sabía cómo actuar.

 

—Lo hará, Naruto se repondrá. Él está embarazado, hijo.

 

Minato se pone de pie rápidamente, ojos clavados en la mirada dulcificada de Tsunade.

 

— ¿Cómo dices? —su voz sale atropellada.

—Naruto está en estado, necesita de nosotros. En cuanto lo sepa, estoy segura que saldrá de esto. —Dice impasible.

 

Para Minato hay una mezcla de emociones; desde la felicidad hasta el miedo. Estrecha entre sus brazos a Tsunade con una fuerza implacable, la fémina abre los ojos atraída por la reciente sorpresa. Su hijo no le abrazaba con frecuencia.

 

—Eso espero madre, eso espero…

 

 

[2]

 

Tose raudo, huele a tierra mojada, a sol y a sal. Abre los ojos lentamente, pesan y duelen. Pero no le es impedimento para ponerse de pie con algo de torpeza, el dolor apabulle cualquier queja. Arrastra los pies sin dirección alguna.

Todo a su alrededor es desconocido para él. La sensación de humedad lo recorre de la cabeza a los pies, lleva ambas manos a su mata negra, sus dedos se empapan de una viscosidad extraña. Mira sus dedos; sangre fresca.

 

— ¿Dónde estoy? —todo esta desierto, fango y hierbas por doquier.

 

Un crujido, unas pisadas y luego unas risotadas infantiles. Él gira su cabeza con destreza, el mareo no le impide enfocar sus orbes hacía el bosquejo.

 

—Mira, ese hombre es muy alto —una voz dice, frágil como la seda.

— ¡Espera, Yazij, no te acerques! —pero el infante hace de oídos sordos y acorta sus pasos frente al sujeto que se alza imponente frente a él.

—Se-señor está herido —afirma un niño de grandes ojos avellana y piel morena. Una túnica de lino gris cubre su cuerpecito y unas sandalias adornan a sus pequeños pies.

 

Él no puede aguantar más: se viene abajo sosteniéndose de los hombros del niño. Éste suelta un grito ahogado.

 

— ¡Te dije que no te acercaras a él!

— ¡Ve por papá, él pesa mucho! —exige el niño tratando de soportar el bulto en el que ahora se ha convertido el hombre de cabellera negra.

 

Su hermana asiente, corre en dirección contraria en busca de su padre.

 

 

[3]

 

Madara aprieta los labios.

 

Tsunade estaba a su lado, con una mediana sonrisa cubierta de disculpas que no se atrevía a expresar. La Reina se sentía profundamente culpable del ataque a su reino y de las muertes de sus familiares.

 

—Sé que mi presencia no es bien recibida aquí —señala ella, con su voz quebrada. Madara menea la cabeza negándose a lo dicho.

— ¿Cómo podría culparte de algo que no ha sido tu causa, mi bella señora? —se esfuerza por ser amable, el dolor corrompe su alma todavía.

 

Itachi y Sasuke estaban desaparecidos, pero todo Konoha ya los daba por muertos. Y su hermano también, eran sus únicos hijos, los herederos legítimos. Quería a esos muchachos como sus propios hijos, los quería tanto que pensar en ellos dolía como el infierno.

 

—No es necesario menguar mi pena. Sasuke e Itachi dieron sus vidas por mi reino, eso no me exime de culpa alguna.

 

Tsunade abatida, cae en una silla y Madara se acuclilla frente a ella. Sus miradas se encuentran: han envejecido. El tiempo no perdona y lastima.

Cuando niños, solían irse a las Colinas Venenosas, famosas por sus lechos de la muerte, una extraña planta de color negro peligrosa y hermosa. Un veneno capaz de matar hasta al más fuerte de los hombres. Ellos amaban emprender largas caminatas por sus alrededores cuando Madara visitaba Konoha, y era acompañado por la bella reina.

Eran tiempos maravillosos, jugaban cerca de una rivera de aguas dulces mientras se constaban historias de sus pueblos, aprendiendo la cultura de sus reinos.

 

—Mis sobrinos hicieron lo que el deber les indicó. Amaban Konoha a su manera.

—Pero no debían morir así, muchachos tan jóvenes, llenos de vida y Sasuke…, oh mis dioses, Sasuke iba a ser padre.

 

Madara toma el rostro de la Reina Madre abruptamente. Ojos negros fijos sobre orbes almíbar.

 

— ¿Qué has dicho? —cuestiona entre dientes. Tsunade pasa saliva.

 

La reina no pudo ocultar su desdicha, lagrimas desbordándose por sus mejillas. Madara endulza la mirada, estaba siendo rudo sin razón alguna.

 

—Naruto está en espera.

 

La noticia debió alegrarlo en algún momento. Un sabor amargo recorre sus labios. No podía sentirse dichoso, lamentablemente esa noticia termino por destrozarle los ánimos.

 

Y Tsunade lo supo.

 

 

[4]

 

El caballo galopa estrepitosamente, dejando una nube de polvo tras de sí. El jinete espolea al cuadrúpedo afianzándose de las riendas. Las manos resbalan de la correa de cuero debido al sudor. No puede negarlo, Gaara está nervioso. Apenas había recibido el informe de un campesino y no necesitó pensárselo mucho. Justo ahora se encontraba cruzando los Bosques de Setas.

 

No quiso decirle a Tsunade porque no pretendía darle ilusiones a la reina sobre un tema íntimo como la desaparición de los hermanos Uchiha. Aunque todo el pueblo clamaba por su eterno descanso, muchos dudaban de que realmente hubiesen fallecido en la explosión del barco. Entre ellos estaba Gaara, quien no se creía para nada que los Uchiha fuesen tan débiles y se dejasen matar fácilmente por una serpiente rastrera como Orochimaru.

 

Apenas pudo contener al animal cuando llegó a una pequeña y lamentable choza. El techo cubierto de paja y mimbre, paredes de arcilla, piso terroso como el de cualquier campesino. A las afueras había un estrecho corral donde pastaban diez ovejas lanudas y sucias.

Gaara desciende del caballo ágilmente, amarra las riendas al corral de las ovejas y a paso firme se dirige a la puerta de la vivienda donde es recibido por una mirada desconfiada.

 

Un niño de tal vez siete años parece decidido a cerrarle en las narices, su mirada inalterable es una muestra de valentía que para su probable edad no estaba nada mal. Considerando los riesgos de hacerle frente a un hombre con la corpulencia y estatura de Sabaku no Gaara.

 

— ¿Quién es usted? —gruñe la pregunta, como un animalillo salvaje.

 

Gaara frunce el ceño.

 

—Me han dicho los campesinos que se encontró a un hombre en el río de esté bosque con una descripción bastante singular y exijo verle. —Responde despreocupado. El menor chasquea la lengua.

 

El forastero de cabellos rojos lo intimidaba de cierta manera. Abrirle la puerta a un extraño fue su primer error, ahora no podía cerrarle y fingir que no le había visto pues la mirada de una curiosa tonalidad que iba desde el azul hasta el verde le produce escalofríos.

 

—Lo lamento pero no puedo dejarle pasar —, proclama el jovencito a punto de cerrar de portazo. Gaara se lo impide.

 

Es más fuerte que él. Empuja bruscamente haciendo que el menor caiga de espaldas contra la tierra.

 

Gaara entra a la casita de paja para encontrarse con velas al borde de la extinción, no hay ni una sola ventana que pueda ventilar el lugar. Halla tres camas en posición vertical, en una de ellas hay un cuerpo alargado, una sábana amarillenta cubre al desahuciado.

 

— ¡Qué hace! ¡Váyase ahora mismo! —el niño le tira del borde de la capa.

 

El pelirrojo le ignora, continua caminando hacía el bulto que yace recostado en la vieja cama. Al llegar junto a él, descubre el rostro sonrojado por la fiebre y los cabellos negros adheridos a la frente.

 

—No puede ser…

 

El menor intenta comprender porque el hombre de cabellos rojos de pronto parece sorprendido y devastado a su vez, con las rodillas en el piso y las manos temblorosas sobre el rostro del pelinegro que encontró esa mañana con su hermana.

 

—Itachi… estás vivo —susurra descompuesto.

 

Uchiha Itachi yacía en esa pobre cama rodeado de velas pequeñas, con una fiebre altísima y el rostro rojo como una cereza. No podía creerlo, tenía que estar soñando. Pero de no ser así, tenía que informar a la Reina Madre, a los Uchiha y a…, no, Naruto no se alegraría de saberlo. Itachi no le importaba. El que supiera que está respirando no le daría la fuerza necesaria para sobrevivir.

 

Naruto no podía seguir así, la razón por la cual había ido hasta esa choza fue el pequeño rubio de quien estaba profundamente enamorado.

 

— ¿Lo conoce? —pregunta el niño, ya sin la desconfianza que adornaba sus facciones. Gaara asiente.

—Tengo que llevármelo de aquí —musita distraído admirando el semblante inconsciente del Uchiha mayor.

 

Itachi no parecía herido en absoluto, tal vez la exposición al sol y a las bajas temperaturas le habían provocado un refriado severo. Seguramente llevaba días así, afortunadamente seguía con vida. Para cerciorarse nuevamente de ello, Gaara se acerca sigilosamente al pecho de Itachi. Pega una oreja del lado izquierdo, donde habita el corazón.

 

Latidos débiles pero constantes. Un soplido emana de la boca entreabierta del azabache. Gaara retira algunas hebras de la frente, levanta el parpado derecho comprobando su estabilidad. No era médico, sin embargo, sabía mucho de medicina gracias a su hermana.

 

—Me lo llevaré a Konoha, él está gravemente enfermo y morirá si no nos apresuramos —dice Gaara determinado.

—No se preocupe, mi padre y yo le bajamos la fiebre desde que el alba acariciaba nuestras tierras. Él vivirá, se lo aseguro —finaliza con una suave sonrisa de canarito.

 

El Sabaku sonríe ameno, gracias a esos campesinos Itachi viviría. Tenía que agradecérselo de una manera muy especial.

 

— ¿Cómo te llamas? —le pregunta al niño.

—Yazij Nook, señor —. El menor se para bien derechito como una tabla. Gaara le regala una caricia en la cabecita.

—Muchas gracias, Yazij.

 


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