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Our little flame por FireBlueFlames

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Notas del capitulo:

Capítulo para iniciar el día ^^ O por lo menos acá en México, que son casi las 10 de la mañana :B

Actualizo tan pronto porque la verdad es que no me he sentido de lo mejor, y no sé, pensar que las personitas que leer esto y les gusta me alegra un poquito je. De nuevo el insomnio me tortura y mejor quise traerles más de esta historia :D Estoy toda loca con esto de las actualizaciones xD Lo siento <3

La canción para este tercer capítulo es: Hinder-lips of an angel

 

Bueno, les dejo leer

Marco corría por una poco concurrida playa, debido a que aún era temprano. Siempre había sido una costumbre suya hacer algo de ejercicio por las mañanas, pues le ayudaba a despejar la mente y liberar toda la tensión que solía tener cuando el trabajo de acumulaba. Aunque era precisamente gracias a ese trabajo que estaba librando momentáneamente tener que arrodillarse frente a Bay ante cientos de presentes y pedirle matrimonio. Le fastidiaba el tener tan presente la obligación que debía cumplir, tener que pensar en aquello todos los días por una u otra cosa era algo que su mente ya no podía soportar.

Se detuvo un momento a mirar el océano, escuchando el sonido de las olas rizándose sobre la arena y el canto de las aves que volaban por el amanecer.

A veces quería poder ser como una de aquellas criaturas, tan libres y faltas de preocupaciones. Aquello era algo que sabía que nunca compartiría con su prometida. Las ganas de perderse en algún rincón del mundo, de recorrer hasta el más recóndito lugar de la tierra, disfrutando de la lluvia, oliendo la tierra mojada. Bay no era precisamente una chica superficial y caprichosa como la mayoría de las mujeres de sociedad, pero tampoco era el espíritu más libre del mundo, ella prefería quedarse en casa, o pasear por la ciudad y vivir rodeada de las comodidades con las que había crecido. Marco en cambio prefería darse una escapada a una aventura en cuanto podía, le gustaba dormir bajo las estrellas, improvisar y viajar a algún lugar cercano y aún desconocido. A pesar de que fue adoptado a temprana edad por Edward Newgate sus instintos de aventura no habían menguado ni un poco al ser rodeado de lujos y atenciones.

Miró el reloj en su muñeca y se dio cuenta de que debía volver, tenía un poco de trabajo que cumplir antes de la cena. Pero antes de volver a la realidad quería hacer que su burbuja de felicidad durara un poco más. Se apresuró a volver a casa, darse una ducha y vestirse. A penas se despidió de su padre y sus hermanos cuando partió hacia aquel conocido café, ese que ha frecuentado en todos esos días, y en el que está su mejor alivio para su caótica vida.

Al llegar encontró a Ace, quien ponía todas las cosas en su lugar, pues era obvio que acababa de abrir el local.

—Marco, viniste temprano —le saludó el pecoso con su acostumbrada sonrisa.

—Sí, hoy estaré un poco ocupado —se lamentó Marco.

—¿Qué extraña petición tienes hoy? —preguntó divertido el menor.

Todos los días en los que Marco había ido al café pedía al pecoso alguna cosa, desde escoger su bebida hasta sorprenderle con algún dulce o postre o alguna variedad de té que no conocía.

—¿Sabes cocinar? —cuestionó mientras tomaba asiento en su acostumbrada mesa al fondo del local. Un lugar donde no sería visto tan fácilmente y donde podía hablar con Ace sin demasiado miedo de que alguien los sorprendiera.

—Sí, ¿por qué? —respondió el moreno.

—No he desayunado, así que, ¿podrías hacer algo para mí? —pidió el ojiazul con una arrebatadora sonrisa que ruborizó al pecoso.

Ace desvió la mirada, todavía no se había acostumbrado completamente a la presencia del mayor, ni a la rapidez con que ambos comenzaron a hablarse como si fueran viejos conocidos. Además de que el rubio le había visto sonrojarse tantas veces en tan poco tiempo que era vergonzoso.

—Claro.

Era muy raro que algún cliente pidiera algo para comer en aquel café, pero por suerte había algunos ingredientes que podría usar. Le dijo a Marco que haría una tortilla de huevo con queso, a lo que el mayor asintió y esperó pacientemente mientras leía el periódico, como todos los días. El pecoso le sirvió la comida y se sentó con él un momento, pues aún era temprano y no era probable que llegara ningún cliente, incluso Sanji tardaría un rato más en aparecer.

Iniciaron una alegre plática, como ya era costumbre entre ellos. Siempre hablaban sobre cualquier cosa, cambiando de tema muchas veces sin darse cuenta y riendo ante lo que ocurría en la vida del otro. A pesar de que Marco nunca revelaba a Ace su verdadera vida, procuraba contarle pequeños detalles que no le evidenciarían. El ojiazul sabía que estaba equivocándose al acostumbrarse a la presencia de ese chico, y al esconderle su verdadera identidad, pero no quería perder a ese pecoso. Aunque era varios años menor que él y que no compartían la misma clase social no podía dejarle ir, y comenzaba a preguntarse hasta qué punto le quería para permanecer a su lado. El rubio tuvo que despedirse rápidamente y dirigirse a la oficina, dejando al menor con una sonrisa, diciéndole que volvería y deseándole una feliz navidad.

Si hubiese sido decisión suya habría mandado al demonio la cena con la familia de Bay para poder pasar la noche con Ace, pero no podía evadir ese compromiso y toda su familia esperaba verlos juntos por primera vez como una pareja.

El moreno pasó el resto del día trabajando, de nuevo una gran cantidad de gente llenó el local y para el final del día estaba molido. Al llegar a casa se dio una ducha caliente y se puso la ropa más holgada y cómoda que pudo encontrar en su armario, pidió una pizza, preparó una descomunal cantidad de palomitas y se dispuso a permanecer toda la noche viendo tantas películas de terror como su cansado cuerpo le permitiera. Era su primera navidad solo y, sin embargo, no se sentía desdichado ni abatido. Por alguna extraña razón Marco le hacía feliz incluso cuando no estaba presente, sólo parecía dejar en él una constante alegría que se mostraba como una estúpida sonrisa cada que lo rememoraba. Pensó que tal vez el haber conocido a ese hombre fue un regalo de sus padres, una manera de asegurarle que no debía sentirse solo, y que alguien más podría llenar en su vida los espacios que tenía.

Las cosas en su rutina diaria habían cambiado demasiado rápido, pero le agradaba la manera en que pasa los días ahora, le gustaba tener una ilusión con la cual despertar todas las mañanas, y que le hiciera compañía cuando dormía por las noches.

Mientras Ace era un mar de añoranzas, Marco acudía, llevando del brazo a su prometida, a celebrar otra navidad más. Bay estaba hermosa en aquel vestido negro, pero el rubio no tenía cabida en sus pensamientos para nada que no fuera ese moreno. Era algo ajeno a todas las miradas y exclamaciones a su alrededor, todos los presentes estaban fascinados con la nueva pareja, alagándoles por lo bien que se veían juntos, pero la sonrisa del ojiazul no pertenecía a ese momento. Después de todo nadie le había dicho que no podía soñar mientras cumplía con sus deberes.

Su futuro suegro parecía estar realmente feliz con la imagen de su hija tomada del brazo del hombre al que amaba. Si bien el arreglo con la familia Newgate traería beneficios para su fortuna, era la felicidad de su hija la que le había impulsado a ofrecer un compromiso entre el mayor de los hermanos y su princesa. Estaba seguro de que ella podía ganarse el corazón de cualquier persona, y que el ojiazul no le fallaría, pues ante todo era un caballero.

Antes de la cena todos degustaron del mejor vino y hablaron animadamente. Thatch miraba a Marco mientras éste hablaba con su prometida y sus amigas. Había algo diferente en su hermano, eso era seguro, pero dudaba que fuera por la idea de estar presente en una fiesta de alcurnia, demostrando ante todos la buena pareja que formaba con Bay. Luego de un rato las personas comenzaron a entrar al comedor y el castaño llamó discretamente a Marco, alejándose un poco del resto de los invitados.

—Antes no te emocionaba ir a comprar muebles, y ahora cualquiera diría que hasta pareces feliz —espetó Thatch en tono burlón.

El rubio sonrió y miró a su hermano con sus destellantes orbes azules.

—Estoy feliz, Thatch. Pero por razones diferentes a las de todos aquí —contestó antes de rodear el cuello del castaño con un brazo y comenzar a andar para reunirse con todos.

Aquella respuesta y la repentina felicidad de Marco hubiera inquietado a cualquiera que no le conociera, pero Thatch sabía que su hermano era una persona que no faltaría a su palabra por nada del mundo, menos aún sería capaz de lastimar a su prometida con un amorío, por lo que dejó pasar la situación e intentó disfrutar de la fiesta.

Mas la burbuja de felicidad en la que Marco estaba no era tan resistente como para evadirle de la realidad para siempre. Bay atrajo la atención de todos hacia el tema menos deseado por el rubio, quien sólo pudo poner una falsa sonrisa cuando su prometida sirvió el postre que tanto se había esmerado en aprender a hacer con ayuda de las sirvientas. Los comentarios de sorpresa y felicitación no se hicieron esperar, mientras le aseguraban a Marco que era un hombre afortunado al tener a una mujer que se esmeraba tanto por aprender algunas cosas para atenderle lo mejor que pudiera.

—Lo sé, tengo suerte —dijo Marco con fingida felicidad mientras estrechaba la mano de Bay, que le miraba con una radiante sonrisa, la ilusión haciendo brillar sus negros ojos.

Ese contacto no podía igualarse en nada al ligero roce que sus manos habían tenido con las de Ace. Ni todo el tiempo del mundo tomado de esa mano podría compararse a los segundos de cálido contacto que había mantenido con el moreno. Esa delicada mano que era estrechada por la suya no provocaba en él ni el más mínimo sentimiento, no le aceleraba el corazón, ni siquiera le ponía nervioso o le llenaba de orgullo. Quería a Bay, sí, pero ella no podría competir jamás con los crecientes sentimientos que Ace había comenzado a hacer surgir en Marco con apenas sonreírle y compartir algunos momentos en ese café. El rubio maldecía silenciosamente a todos mientras seguían conversando sobre su fingida relación con la chica, no quería tocar ese tema, no quería planear cosas, no estaba emocionado por su futura vida, pero eso a los presentes les era indiferente. Ellos sólo veían la máscara de alegría que vestía. Todos excepto Thatch, quien veía a su hermano y enarcaba las cejas cada que sus miradas se cruzaban, cuestionando silenciosamente al ojiazul y sabiendo que no le agradaba ni una pizca ser el centro de atención, menos aún con el tema de su boda.

Cuando todos hubieron terminado de comer la familia de la peliazul pensó que era el momento perfecto para que los novios abrieran la pista de baile. Sin nada de entusiasmo, pero mostrando una sonrisa Marco guío a su pareja hasta el centro del salón y comenzaron a bailar. Ambos se movían con una gracia envidiable, complementando los movimientos del otro y deslizándose por la habitación sin esfuerzo alguno. Bay miraba a su prometido mientras sentía la felicidad inundarle, aquel era el momento que había estado esperando, danzar con el hombre de su vida ante las miradas de sus seres queridos. Y ese momento sería aún más perfecto cuando finalmente contrajeran nupcias.

Marco miraba a la chica entre sus brazos sin prestarle verdadera atención. En su mente se encontraba con ese chico que le quitaba el aliento, en algún lugar lejano, acurrucados y disfrutando de la cercanía del otro. Sólo así podía inyectar algo de felicidad a su mirada, sólo así podía demostrar sentimientos que no iban verdaderamente dirigidos a la peliazul. Pero qué más podía hacer, no quería cortar todas sus ilusiones cuando ella parecía ser un mar de dicha, incluso si él se sentía la persona más infeliz del mundo. Después de todo, si su vida iba a ser así de ahora en adelante era mejor irse acostumbrando a fingir para las personas, disfrazando sus verdaderos anhelos y sonriendo para las multitudes.

Al final de la noche y cuando por fin estaba de vuelta en su habitación, dio un gran suspiro de alivio, agradecido de que ese suplicio al fin hubiera terminado y se metió en la cama. A pesar de que la fiesta no había sido completamente agradable, a Marco le sorprendía la rapidez con que podía deslindarse de toda la amargura con sólo evocar a Ace a su memoria. Una idea llegó a su mente luego de aquella mañana en el café y de recordar algo que el pecoso le había dicho el primer día que había ido a verle. Ya encontraría una buena manera de ejecutar su plan sin que su familia sospechara nada. Miró por la ventana y el cielo estrellado parecía resplandecer ante su alegría. Era como si a veces todo su entorno se volviera en su ayuda, vitoreando su felicidad y aguardando por otro día.

Notas finales:

Ayñ :3 Vamos avanzando *O*

Esto se va a poner todo intenso UuUr ¿Algún review para su servidora?

Nos leemos luego <3


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