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Nieve, oro y carmín por Adriana Sebastiana

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Notas del capitulo:

¡Hola!
Ya es el séptimo capítulo, por fin.
Disfruten la lectura.

 

Sé que es un poco tarde para aclararlo, pero el zorro es un "zorro rojo común", no es de los que cambia el pelaje según las estaciones. Ya saben, este es el típico animal con pelaje rojizo con patas negras, ojos dorados (bueno, heterocromía en este caso), orejas grandes y puntiagudas, hocico alargado y una enorme cola erizada.

Séptimo capítulo

Explicaciones

 

Se miraron un largo instante, era como si todo a su alrededor se hubiese congelado. Ninguno parpadeó, y esa magia de la noche los invadió. Compartían la misma fantasía de luciérnagas y colmillos afilados en la oscuridad. El zorro fue el primero en romper el silencio, gruñó y su nariz se arrugó apenas, movió sus patas negras y se acercó a Raymond para olisquearlo un poco.

—¿Qué fue eso? —cuestionó el muchacho con la voz temblorosa.

El animal solo asintió y lamió su pata derecha, se puso cómodo en el camino de piedra.

—Esperaré a que regreses, así que date prisa.

Raymond no lo pensó dos veces y corrió al pueblo pese al dolor de atosigaba sus músculos. Las cubetas sonaban tan vacías, así que las llenó de golpe, sus mangas se habían mojado, y agua helada goteaba al suelo. La gente se había marchado, solo un par de antorchas y hombres entrando en sus casas. En un santiamén, las nubes habían cubierto todo, y los pocos rayos del sol se despedían de su jornada.

Caminó lo más rápido posible de regreso, solo escuchó un par de insectos nocturnos en el proceso, nada más. Seguro en el verano habría miles de mariposas revoloteando por doquier…

—Ya era hora…

 

Raymond dio un respingo, salpicando un par de gotas en el sendero. Relajó los brazos y las cubetas dejaron de ondear el agua. El zorro volvió a sentarse, y con esa poca luz se veía más pequeño. Se fijó nuevamente en sus rasgos y en cómo se las ingeniaba para producir sonidos humanos, ¿por qué hablaba?

—Perdón. —replicó al darse cuenta de la impaciencia del animal, era gracioso que tuviera una personalidad tan quisquillosa; sin embargo, Raymond era experto en ocular sus pensamientos y emociones.

Como le había mencionado su padre años atrás, solo era el retrato de su madre, y que, aunque gozara de gran belleza, estaba inerte. No le había molestado aquella referencia, ni antes, ni ahora que los recuerdos inundaban su mente.

—No te quitaré mucho tiempo.

Fue Raymond quien asintió en esta ocasión.

—Voy a acercarte a la casa de la anciana. —el animal respiró pesadamente y se adentró varios metros en el bosque. El joven le siguió, cargando los recipientes con agua. De verdad esperaba regresar pronto, el sol estaba a punto de irse y el frío de esa noche le estaba calando los huesos.  —Creo que aquí está bien. —nuevamente tomó asiento, enrollando ligeramente su larga cola en las patas delanteras.

—¿Es sobre el bosque y las pesadillas que he tenido?

—Exactamente, muchacho. Es algo que me desconcierta y quiero liberarme de esta aprehensión lo más pronto posible. Las cosas se pondrán más duras aquí, y no quiero perder el tiempo con hadas de cantan y arroyos imaginarios.

—¿Imaginarios?

—He vivido un par de años en este lugar y nunca me he topado con un arroyo de piedras blancas. No con uno que tenga una hilera perfecta de piedras blancas…

—¡¿Dijiste hadas?!

—Sí, lo dije. En el sueño había hadas, flores, lobos y ese arroyo imaginario. Y bueno, muchos árboles…

—¡Eran luciérnagas! Las vi muy bien. —replicó el muchacho. No quería imaginar a esas criaturas infernales… ¡Las luciérnagas eran mucho más creíbles!

—¡Si me sigues interrumpiendo te muerdo! —bufó con la cola erizada.

Raymond cayó de trasero y mantuvo la boca cerrada hasta que el animal le dejara acotar algo. El zorro parecía satisfecho con la actitud que su interlocutor había tomado.

—Eran hadas, quieras o no creerlo. No es fácil verlas, pero ten la seguridad de que algo va a pasar, y será pronto. En unas semanas, al parecer, cuando sea invierno y caiga la primera nevada... Las hadas siempre advierten el peligro, pero es difícil que se manifiesten. Generalmente se mantienen al margen... —El zorro miró el cielo. Polaris había aparecido, pero una nube enorme la cubría con lentitud. —Yo tampoco entiendo porqué estoy conectado a ti. Soy sensible a este tipo de ‘cosas’, como te lo había comentado, soy una existencia especial. —relamió su pata derecha y continuó con el relato. —En fin, me he ido por las ramas. Lo que necesitamos hacer es mantenernos en contacto, vernos un par de minutos al día, no me gusta el olor que desprende la casa humana en la que vives. —arrugó la nariz, dándole validez a lo que acababa de decir. —Evita a otros animales, sobre todo a los lobos. No se acercan tanto a esta parte del bosque, sin embargo, es mejor estar atentos. Si los escuchas, mantente a salvo.

—¿Debo hacer algo más? ¿Puedo contarle ese sueño a mi abuela?

El zorro dudó varios segundos, pero otra opinión le serviría.

—Puedes hacerlo, pero no le hables de mí o de nuestros encuentros.

Raymond lo entendía. No quería intrusos, ni perturbar a esa mujer que tan bien le había tratado estos días.

—Ahora es momento de que regreses, no está tan oscuro.

—Está bien… ¿puedo hacerte una pregunta? —tomó los baldes de nuevo y empezó a caminar por la pequeña pendiente de vuelta a casa.

—Ya acabaste de hacerme una pregunta… —respondió con aspereza.

—Otra pregunta. —se corrigió y el animal no emitió sonido alguno. Eso sería un sí. —¿A qué te refieres cuando hablas de ti mismo como una «existencia especial»?

El zorro lo meditó de nuevo, se detuvo en el camino, pero Raymond siguió adelante. No quería llegar todavía más tarde, además de que confiaba en la promesa del animal de acompañarle. Y así sucedió.

—Quizás te lo cuente en otra oportunidad. —replicó afligido. —De momento, no hagas más preguntas. Caminas muy lento.

—Te recuerdo que llevo una carga…

 

Raymond descansó en el sillón más cómodo que encontró, tomó la manta de la vez anterior y calentó su cuerpo, junto a la camisa que se acababa de poner. Relajó sus hombros. Su estómago rugió.

—¡Cierto! Ya es hora de que mi abuela haya llegado…

El muchacho recorrió la casa un par de veces, con la manta encima, por supuesto. Se negaba a pescar un resfriado a estas alturas. Fue a la cocina y comió una pieza de pan con agua tibia. Esperó de nuevo en el sillón, pendiente de cualquier ruido que indicara que la mujer haya llegado. Sus ojos empezaban a pesarle. Se sacó los zapatos y se acurrucó todavía más.

—¡Raymond, vete a dormir en tu cuarto! —gruñó la anciana. El joven chilló y pegó un brinco del susto. ¡¿Por dónde había entrado la anciana?! No había percibido su presencia sino hasta que estaba frente a sus narices.

—Abuela, estaba esperando a que llegaras.

—Yo regresé justo al anochecer y vi que no estabas. Fui al almacén a dejar algunas cosas. —repuso con el ceño fruncido.

—… —Raymond miró a otro lado, incómodo.

—¿Por qué te has metido en mi almacén sin mi permiso? —lucía mucho más molesta que antes.

—Creí que sería una buena idea hacer la limpieza de ese lugar… estaba lleno de polvo y telarañas.

—Eso no responde mi pregunta. —soltó aire —¿Por qué no me pediste permiso?

—Lo siento. Era una sorpresa, te lo iba a decir apenas llegaras… —bajó la cabeza. Había sido su error, y aunque sospechaba que ese tipo de confianza de su parte le hubiese molestado, lo hizo de todas formas. —No volverá a pasar.

—Espero que no… ¿Y ya comiste?

Raymond asintió, pero la mujer insistió en preparar una infusión de hierbas y calentar el estofado de hace dos días. No iba a echar a perder la comida que tanto le había costado cazar. Al cabo de media hora, estaba todo listo. Sirvió dos platos, y Raymond la ayudó con la tetera y el pan.

«Es un poco pesado para la cena» meditó, pero agradecía tener que comer. No recordaba haber estado tan hambriento. Y es que claro, había olvidado almorzar.

Dejaron la comida en el mesón de la cocina, estaba algo sucio, pero no era muy importante. Movieron las hierbas aromáticas, algunas frutas maltratadas y un par de cuchillos. La anciana partió el pan con sus ásperas manos y lo dejó junto a la carne.

—¿Vas a contarme lo que pasó anoche en tus pesadillas?

Raymond asintió e imitó el acto del pan. Le dio un sorbo a la infusión y se quemó la lengua.

—Empezó como un sueño fantasioso… el bosque nocturno iluminado por una enorme Luna Llena. En medio de los arbustos, flores y madrigueras, cinco lobos aparecieron entre sombras. No hacía frío, no en ese momento. Era como si yo no estuviese allí o, mejor dicho, no mi cuerpo, sino una omnipresencia que me dejaba ver todo. De pronto, un cántico se agolpó en mis oídos y retumbó en mi cabeza. —hizo una pausa y comió un poco. Se apresuró a tragar la comida y seguir con su relato. Quería tararear esa canción, pero fue imposible, la había olvidado. Era inefable, sin sentido, sin forma. —Luego estaba en mi habitación, tenía tanto miedo que al ver mis manos estas parecían palillos transparentes, mis piernas temblaban y se formó un nudo en mi garganta que apenas me dejaba respirar. Un espejo se materializó frente a mí, y me vi reflejado, como es natural, pero en unos instantes se rompió en cientos de pedazos…

 

El grupo siguió un rastro hacia el río Rin, cerca de un castillo cubierto de plantas forestales. Olfatearon el aire, y sin hacer ruido, regresaron a la cueva. Quizás de regreso podrían cazar alguna presa.

Notas finales:

¡Nos leemos en una próxima oportunidad!


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