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Tradiciones Rotas. por Whitekaat

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Notas del capitulo:

He aquí frente a ustedes el penúltimo capítulo.

Es algo corto, lo sé, quizás no tan satisfactorio como deberia ser, pero es justo y necesario que sea de esta forma.

Ha sido un largo camino hasta ahora, más de un año con este fic, uno que probablmente temrinará durante el mes de diciembre.

Espero les siga gustando y sigan leyendome, son los mejores.

 

 

 

CAPÍTULO XXII

TENSIÓN

 

El ambiente era tenso, al igual como lo estaba siendo desde hace unos meses atrás, no había una conversación fluida, más bien aquellas agradables palabras que se dedicaban entre ambos pasaros a ser sólo frases escuetas que sólo servían para evitar el silencio total, Aioria se preguntaba así mismo que había cambiado, por qué las cosas no estaban del todo bien entre ellos, él seguía junto a Saga, no lo atosigaba, cumplía con sus deberes de caballero y con el poco tiempo que le quedaba para descansar lo hacía buscando los brazos del omega, su cariño y calor.

Pero eso había cambiado, siempre había una excusa de por medio entre un abrazo, siempre había algo que hacer entre la fogosidad de un besos, la mente se Saga no estaba junto a él, no, y él lo sabía muy bien, desde aquella nueva premonición que el hombre de cabellos añil le había contado, algo había cambiado, algo que vio, pero no lo dijo y tal vez, sólo tal vez era aquello lo que desencadenaba su situación actual.

— ¿Saga, que sucede contigo? — Para el patriarca podría ser una de las primeras veces que veía aquella mirada tan seria dedicada a él, se veía la molestia en los ojos verdes del león y no podía culparlo de aquella actitud, no cuando llevaba dos meses huyendo de él sin darle alguna razón.

— Ya te lo dije Aioria, estamos en momentos complicados, te conté lo que vi la última vez en Star Hill, ellos volverán y habrá una lucha, necesitamos estar preparados para eso, el santuario depende de ustedes porque yo no podré estar en ese momento para apoyarlos. — Saga huía de su mirada lo más que podía, sus ojos apuntaban directamente a su taza de té, sabía que el otro podía sentir su nerviosismo por su lazo, sabía que el otro estaba preocupado por él pero no podía decirle de aquel hijo, no cuando una guerra se avecinaba.

— Trato de comprenderlo y lo sabes, pero aún no me dices por qué no estarás con nosotros en ese momento, tú sin la ayuda de nadie podrías enfrentarte a ellos, pero dime que sucede, que más hay ¿Por qué no confías en mí? — Aioria se acercó y tomó su rostro con ambas manos para que lo mirara directo a sus ojos, ambos podían ver lo que en los otros se transmitía unos con miedo contra unos verdes llenos de tristeza.

— Entiendo… cuando confíes en mí búscame, ahí estaré, hasta luego Saga — Los ojos del mayor se humedecieron cuando los otros dejaron de mirarlo, Saga no habló, no dijo nada para evitar que el otro se fuese, aunque tuviera las palabras atascadas en su garganta, no pudo hacerlo otra vez y vio como el león se marchaba de la cocina con su semblante decaído lastimando a ambos corazones.

 

 

***°***°***°°***°***°***

 

El pisciano temblaba, su rostro se mantenía en un completo asombro mientras su amigo lo miraba con una sonrisa en su rostro al verlo, Afrodita tenía sus manos en el abultado vientre de Saga sintiendo como aquella pequeña vida que se formaba daba pequeños golpes contra su abdomen, Afrodita por unos segundos sintió ganas de llorar, un sentimiento de algo parecido a la tristeza se depositó en su garganta haciendo que hasta tragar saliva fuese difícil, sus ojos se humedecieron y enrojecieron, su pecho se contrajo hasta que el sollozo salió desde sus labios.

— Saga, esto es maravilloso, es hermoso. No es justo esto, no es justo que no puedas decirle a Aioria, no es justo que esos malditos jueces quieran luchar otra vez, no es justo que allá afuera se nos discrimine por ser capaces hacer algo tan maravilloso. — La voz del pisciano se escuchaba acongojada y llena de molestia, Saga entendía lo que el otro pensaba, era algo que siempre hacía, no era la primera vez que odiaba a todo ese retorcido mundo por lo mismo y sus ojos se unieron a aquel húmedo sollozo de su mejor amigo.

— Lo sé Afrodita, esto no es justo y al igual que tú lo detesto, pero nosotros somos la muestra de que las cosas pueden cambiar, será algo difícil pero prométeme que mientras vivíamos haremos todo lo que esté en nuestras manos para cambiar esa realidad — las manos de ambos chicos se juntaron entregándose apoyo el uno al otro, lo harían, por ellos, por el otro, por todos aquellos omegas que conocieron fuera del santuario, por todo aquel que no tenía la fuerza necesaria para defenderse.

— ¿Cómo van las cosas con Aioros? — Una sonrisa pícara se formó en el rostro del mayor cortando toda la seriedad del asunto, una sonrisa que no estaba acostumbrado a ser visto, lo cual provocó asombro en el dorado y un sonrojo en su rostro.

— ¿Cómo es que tú…? —preguntó siendo interrumpido a media frase.

— ¿Lo sé? No hay secreto en este santuario que dure mucho tiempo, al menos no para mí, en tierras santa no se mueve hoja sin que yo lo sepa — respondió con orgullo y aquel aire de autosuficiencia que a veces lo rodeaba, logrando que el Francés sólo rodara los ojos.

— Bien,  ya sabes, las cosas van lentas, conversamos, compartimos comidas, queremos conocernos bien el uno al otro, pero eso, hemos estado ocupados con los entrenamiento, con el reclutamiento, con los planes, estrategias y protocolos que seguir frente a  los más de doscientos escenarios catastróficos que nos has mostrado, por cierto, gracias por arruinar mi vida amorosa señor patriarca. — Una mano se posó sobre su frente en una pose dramática mientras cerraba sus ojos y se dejaba caer en el sofá.

— Cuando recuerdes aquellas tácticas para salvar tu trasero cuando yo no esté, me lo agradecerás —le respondió afilando sus ojos contra el menor.

— Saga, hablando de eso ¿Estás seguro de lo que viste? — la habitación se llenó de tensión una vez más, había perdido la cuenta de cuantas veces le habían preguntado aquello y la respuesta era siempre la misma.

— Si Afrodita, ese día yo no podré luchar como todos, les he dicho a todos que mi misión es mantener la barrera cuando aquello ocurra, pero eso no es verdad…—Saga hizo una pausa, era la primera vez que lo diría y como siempre su único amigo sería cómplice de eso— ese día yo daré luz a mi bebé, Afrodita, es por eso que no puedo estar junto a ustedes, escuché su llanto, escuché el sonido de la batalla y es por eso que hago todo esto, yo no estaré con ustedes, no sé qué sucederá conmigo después del parto. —La mano de Saga se tensó, formando un puño y dejando sus nudillos blancos.

El menor suspiró por lo bajo y se prometió a sí mismo que cuando ese día llegara, se encargaría de que ese bebé naciera, de que él y su sobrino estuviesen sanos y salvos cuando la batalla concluyera.

 

***°***°***°°***°***°***

 

Las campanas comenzaron a sonar durante la noche, alertando a todo el santuario, con la luna llena, blanca y brillante sobre el cielo, cada soldado, caballero y amazona dejó el cálido cobijo de sus sabanas y sus armaduras cubrieron su cuerpo, cada persona en el santuario estaba listo para la batalla, eran como un solo cosmos, unidos para superar aquella lucha, estaban dispuestos a defender su hogar, tierra santa, defender el lugar que acogería en un futuro la llegada de su diosa.

Las campanadas seguían sonando mientras un ejército de Sapuris marchaban hacia el santuario, ya sabían de su llegada, sabían que ellos venían por un batalla, una que tal vez decidiría el futuro de la tierra, una batalla que decidiría el rumbo de la guerra santa, un ejército de armaduras color negro encabezados por los tres jueces del infierno, ya no contaban con el factor sorpresa que esperaban, pero para ellos era un mero detalle sabían que esa noche la luna estaba de su parte.

Otra campanada más y un hombre gritando de dolor dentro las paredes de un templo, a medida que pasaban los minutos su pecho subía y bajaba buscando encontrar alivio al respirar, en completa soledad en su habitación, mientras sentía que sus entrañas se partían en dolor, un charco sobre su cama y otra vez su cosmos inestable revolviendo todo en su alrededor.

Una campanada más y la barrera cayó aquella barrera que la diosa Athena dejó tras la última guerra santa se rompió, dejando a la vista aquel imponente santuario a la vista de todos, dando paso a los gritos de batalla y al choque de cosmos.

 

 


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