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Tradiciones Rotas. por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Luego de desparecer por andar escribiendo el otro fic jajaja, reaparezco con este nuevo capítulo, gracias por los comentarios y todo el apoyo.

 

CAPÍTULO VI

OMEGAS

 

— ¿Por qué haces esto? ¿Es acaso un simple capricho? — El beso había terminado y tras superar el temblor de su cuerpo y sus piernas se alejó del león para mirarlo a los ojos.

—No, Saga, no es un simple capricho, no me atrevería arriesgarlo todo por un simple capricho, ni mucho menos me atrevería a poner a otro en riesgo— dijo el león devolviéndole una intensa mirada—Sé que esto no es lo correcto, lo pensé desde el momento en que salí del templo del patriarca ese día, pero por más que intenté dejarlo pasar no pude, duele aquí, en mi pecho al recordar que estabas tan cerca pero tan lejos— prosiguió, Aioria puso la mano de Saga en su pecho para que este lo sintiera.

— ¿Acaso es que no te gusto? ¿No sentiste lo mismo cuando nos encontramos en el baño de templo? ¿No sentiste ese sentimiento que iba más allá del mero instinto? Si, Saga, soy un alfa y tu un omega, pero no soy cualquier alfa, he soportado duros entrenamientos, he sentido la esencia que emanan ustedes en el celo durante varias de mis misiones, pero nunca sentí nada como lo que sentí ese día— Saga abrió sus ojos al escuchar a Aioria, su pecho palpitaba amenazando en salirse de su tórax en cualquier momento, no era común en él quedarse sin palabras, no era para nada común no tener alguna frase para tomar el control de la situación.

—Respóndeme, Saga ¿No te sientes igual cuando me acerco, cuando te beso, cuando mi piel toca la tuya? Dímelo, se capaz de menguar mis esperanza mirándome a los ojos— la voz de Aioria se había alterado, su tono había aumentado, sentía ese desborde de cosmos del león atravesar el cuerpo de Saga llenándolo de una calidez casi divina.

—No, Aiora, no siento lo mismo que tú y si lo sintiera sólo sería instinto— Intentó hacerlo, intentó mantener su mirada en alta, sus ojos verde azulados contra la mirada esmeralda de Aioria, pero no pudo, al primer “no” su mirada cayó enfocándose en cómo su mano que hormigueaba aún descansa en el palpitante pecho de Aioria.

—Dímelo a los ojos, no te creeré hasta que lo hagas, apenas nos conocemos, con suerte sabemos nuestros nombres, pero sé que si fuese verdad lo que dices me mirarías a la cara, anda, dímelo, Saga— Aioria con su mano derecha levantó el mentón del gemelo para mirar aquellos hermosos ojos que ahora se veían más cristalinos y más brillantes—Dime que soy un estúpido al creer alguien tan bello como tú sería capaz de fijar su atención en mí.

—No puedo—respondió Saga levantando su voz— No puedo decírtelo, sé que está mal, sé que no es lo correcto, sé que pasé la mayor parte de mi vida encerrado en el templo del patriarca para que esto jamás ocurriera, pero me siento de la misma manera al verte, no sé qué significa, tampoco entiendo que sentimiento es, pero me gusta— al terminar sus palabras su boca fue reclamada una vez más, sus ojos se cerraron al sentir como su boca era devorada por las fauces de un león hambriento, tembló al sentir como sentía que la faltaba aire y sus piernas flaqueaban.

Saga sintió la fría piedra del pilar al hacer contacto con su espalda, sintió su propia boca seguir el ritmo de los besos de Aioria, por primera vez no se sentía que él era el que mandaba, que no era el que debía ser el líder, que se sentía cómodo siendo guiado por otro y el sentimiento se engrandecía aún más al saber que ese otro era aquel castaño de ojos verdes que había dado vuelta su mundo.

El beso paró y enfocaron sus ojos en el otro, una enorme sonrisa se dibujó en los ojos de Aioria además de un tono rojizo sobre sus mejillas, el tibio aliento de su boca chocaba contra los labios entre abiertos de saga que se encontraba casi en el mismo estado que el otro, su pálidas manos se posaban en los brazo color canela del león mientras que el otro con algo más de confianza posaba su mano derecha en el rostro de Saga y la izquierda rodeaba su cintura.

— Aioria, ya es hora de que me vaya— La mano áspera del león seguía rozando con cuidado la mejilla pálida de Saga, su mirada verdosa estaban casi hipnotizados por los labios coral del geminiano.

— Quédate un poco más— El cuerpo de Aioria se apretó aún más con el del gemelo y este no se incomodó frente a la necesidad de cercanía del otro.

—No puedo, debo volver, no puedo ausentar mucho tiempo del templo sin que nadie lo note— lo que decía Saga en algo era cierto, si no aparecía pronto por ahí alguien se daría cuenta que no estaba, y ese alguien no eran los guardia, no eran los que servían en el templo, no, ese alguien iba a ser Afrodita, y aun no estaba preparado para escuchar el “te lo dije” de su amigo.

—Te dejaré ir sólo si prometes que nos volveremos a ver—los ojos de Aioria brillaban bajo la luz de la luna, se veían ansiosos, nerviosos y atentos sólo en lo que Saga iba a decir.

— Mañana, a esta mismo hora te esperaré detrás del templo del patriarca— Saga sonrió de reflejo al ver los dientes blancos del león asomarse, mostrando claro signos de felicidad después de lo que había dicho, Saga sabía en el fondo que algo podría salir mal si ambos se seguían viendo, pero la necesidad del castaño que se había albergado en ser era más poderoso que su juicio.

Saga se separó de los brazos del león y cubrió sus cabellos color índigo con la capucha, Aioria lo miraba fijamente con tristeza en sus ojos, pero no dijo nada, no se atrevía a pedirle otra vez que se quedara, ya que tenía la promesa de que al otro día se verían pero aquello no hacía más amable aquella momentánea separación.

Verlo ahí parado con el hermoso paisaje de la laguna a su espalda, con la luna haciendo brillas sus cabellos marrones, lo cegó y lo incautó, acercó sus pasos hasta estar cerca del menor y le dio un beso en su mejilla dejando a Aioria sin aliento e inmóvil mientras Saga con una sonrisa se daba vuelta y se marchaba con rapidez de la glorieta y se adentraba en el bosque.

El castaño tocó su mejilla y sonrió para él mismo, se juró a sí mismo el proteger a Saga, el proteger su secreto, protegerlos a ambos para que nadie fuese capaz de separarlos ahora que se habían encontrado el uno al otro y sabiendo que no se eran indiferentes, no existía caballero, guerrero, patriarca o Diosa que pudiese apartarlo de Saga.

 

***°***

El geminiano al pasar por la puerta del templo se sintió a salvo, protegido y un tanto ajeno a todo lo que había vivido, dentro de esas cuatro paredes ya no se sentía el mismo chico que había estado perdido en los bosques, no se sentía él, no se sentía estar pisando con sus pies el suelo, era otra vez Arles, el patriarca del santuario aquel poderoso ser a cargo de todo el santuario, aquel símbolo de fuerza, soberanía, templanza, sabiduría, poder y por sobre todo símbolo de algo que él no era y jamás podría ser, un alfa.

Sus pies avanzaron hasta el gran salón y se sentó en el trono que le perteneció a Shion y que ahora le pertenecía, ese puesto el cual no se sentía merecer, porque por mucho que Shion le demostrara lo contrario, sus ideas revolucionarias no cambiarían algo que ha estado impuesto desde hace siglos, los códigos sociales lo tenían a él, a los suyos en el fondo, el eslabón más débil, un objeto, algo desechable, una persona que era más valorada como esclavo que como persona, Shion se empecinó en demostrarle lo contrario, en como la sociedad se equivocaba tanto a él como a Afrodita, pero las directrices de una sociedad no se cambian de la nada, estaba casi en su código genético obedecer a alguien con más poder, doblegarse frente al poder de otro.

Muchas veces tuvo el pensamiento de huir del santuario, forjar su camino lejos de tierra santa, pero sabía que más allá de los templos no había nada bueno para alguien como él, podría estar lejos de la civilización rodeados de alfas las veinticuatro horas del día, pero sabía muy bien lo que ocurría más allá, sabía cómo eran tratados ellos; sólo como un pedazo de carne, obligados a cumplir caprichos de alguien, chicos que apenas salían de su infancia y ya eran obligados gestar hijos, llevar en su vientre el hijo del hombre que abusó de él.

Si se detenía a pensar la sociedad Saga siempre llegaba a la conclusión de que la sociedad estaba más que podrida, que sólo un gran estruendo lograría provocar un cambio, se vió a si mismo muchas veces planeando usar su cosmos para provocar ese cambio, se vió a sí mismo en usar su poder, obligar a esos mismos alfas ir en contra de sus pares, un sentimiento de odio siempre estaba presente en aquellos pensamientos, pero luego cesaban y se calmaban.

Saga en el fondo quería ser ese Saga, ese Saga que no tuvo miedo de pisar las afueras del templo siendo él mismo, recorrer el bosque, sentir el aprecio de otro que conocía parte de su verdad, a Saga le había gustado demasiado ser el Saga que estuvo con Aioria, el Saga al que le dedicaban diálogos de Romeo y Julieta, al Saga que besaban con ternura,  con pasión y fervor.

—Buenas noches, buenas noches, buenas noches. La despedida es un dolor tan dulce, diré buenas noches hasta que sea mañana—Saga recordó las palabras de aquel libro  que tanto había sido nombrado y las hizo propias, las sintió de él.

Saga quitó la tela sobre su cabeza y sus cabellos cayeron gráciles a los costados de sus mejillas y caminó rumbo a su habitación; con Aioria todo era distinto, todo era más claro, más cálido, tan sólo pensar en él todo se volvía mejor, más bello, más esperanzador, aquel muchacho de ojos como los valles y cabellos castaños había tomado algo de él sin que el mismo Saga lo supiera, pero Saga no le importaba que le arrebataran aquello siempre y cuando fuera el león el único capaz de tomarlo.

 

 

 


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