A la hora del receso, Tobio decidió desayunar detrás del gimnasio. El día estaba nublado y había una ligera llovizna, aunque eso no le importaba a Tobio. Lo único que quería era no ver a Shouyou y lo más probable era que si se quedaba dentro de su salón, su hermanastro pasaría por el pasillo y Tobio lo vería por la ventana; y ya tenía suficiente con tener que convivir con él todas las tardes y dormir juntos. Su situación sería un poquito más fácil si Shouyou no fuera su hermanastro y Tobio no estuviera enamorado de él.
La lluvia comenzaba a intensificarse y Tobio se vio obligado a tener que desayunar en el lugar donde solía estar con Shouyou. Sentarse ahí solo y con el sonido de la lluvia como su único compañero, hizo sentir a Tobio realmente triste. Extrañaba la voz de Shouyou, extrañaba sus peleas, extrañaba su risa, su sonrisa; no lograba concentrarse en los entrenamientos y su corazón dolía cuando su hermanastro practicaba con el otro acomodador, cuando festejaba un remate que había sido acomodado por alguien más, y, cuando después del entrenamiento, regresaba a casa con Ryuu y Yuu y lo dejaba a él solo en la fría noche. Tobio extrañaba a Shouyou como nunca había extrañado a nadie, y lo que más lo lastimaba era que lo tenía tan cerca, pero a la vez era inalcanzable. Aunque eso no era lo peor. Tobio podría no estar sufriendo tanto si su hermanastro no fuera cruel con él, porque las miradas extrañas que Shouyou le lanzaba lo ponían tan nervioso que era incapaz de pensar con claridad; porque oír como se movía inquieto durante la madrugada le quitaba el sueño; porque esa tensión que se creaba cada vez que estaban en su habitación, y hacía sentir a Tobio caliente y excitado, lo estaba matando lentamente. Tobio quería detener ese trance, más no deseaba empeorarlo. Se sentía como un gato enjaulado.
La lluvia seguía cayendo y Tobio estaba tranquilamente desayunando el obento que Sawamura-san había preparado. No escuchó que alguien se acercaba, y al ver el rostro empapado de Shouyou asomarse, su corazón dio un brinco de susto.
– Hay algo que tengo que decirte. – Shouyou lo miraba desde arriba, chorreaba agua de la ropa y su cabello estaba pegado a su cara. Tobio no respondió pero lo incitó con la mirada a que siguiera. – Creo que me gustas.
– ¿Qué? – La lluvia caía fuerte y ruidosa. El rostro de Shouyou lucía serio y decidido.
– Lo he estado pensando bien en estos días, y creo que me gustas. – Al escuchar las palabras de Shouyou, Tobio supo de inmediato lo que estaba pasando y esa extraña euforia que se había acumulado de golpe en su pecho, se esfumó al instante.
– ¿Acaso eres un idiota?
– ¡¿Por qué me dices idiota cuando deberías de estar feliz?!
– ¿Sabes lo que gustar significa? – El rostro enojado de Shouyou se suavizó un poco y un entrecejo de duda se hizo presente.
– ...¡Claro que lo sé! Es cuando quieres estar con esa persona y piensas mucho en ella, ¿no?
– Es cuando no puedes dormir por culpa de esa persona, no puedes comer, no puedes concentrarte; no puedes dejar de imaginar cómo sería ser su pareja, hacerla feliz. Quieres besarla, tocarla, hacerla sentir bien. A ti no te gusta nadie, sólo estas confundido.
– ¡Déjame demostrarte que lo que digo es verdad!
– Ni siquiera estas seguro de lo que sientes, no puedes demostrarme nada.
– Tobio, por favor. ¡Haré lo que sea! –Tobio observó directamente a los ojos de Shouyou y encontró determinación en ellos. No quería hacerse ilusiones, y estaba seguro que los “sentimientos románticos” que Shouyou tenía por él no eran nada más que una extraña conclusión de la mentecita loca e inocente de Shouyou. Todo era un gran y doloroso malentendido.
– Bésame.
– ¡¿QUÉ?!
– Ahí lo tienes. Estas confundido. Ahora déjame en paz. – Tobio retomó su desayuno e ignoró por completo la penetrante mirada de enojo que le lanzó su hermanastro. Un par de segundos después, Shouyou se fue. Pero Tobio sabía que eso no era todo. Shouyou no era alguien que se rendía fácilmente. Los nuevos problemas de Tobio apenas estaban comenzando.