– Sí, estoy a punto de salir.
– ¿Qué? Llevas bañándote desde antes de que saliera a correr.
– Sí, perdón. Salgo en unos minutos, mientras regresa a tu habitación. – Tadashi escuchó con claridad el pequeño gruñido de disgusto que emitió Tobio, estuvo atento a los pasos de este y al sonido de la puerta de su habitación al cerrarse.
Tadashi se secó y se vistió rápidamente. Destapó la bañera y, mientras esta se vaciaba, limpió toda el agua que había regado. Kei no dejaba de seguirlo con la mirada, y eso lo ponía aún más nervioso. Sus manos temblaban y estuvo a punto de caerse en dos ocasiones. Su mente seguía en estado de shock, incapaz de asimilar lo que había pasado. Kei sabía sobre sus sentimiento, lo había sabido desde quién sabe hace cuánto tiempo. ¡Tal vez incluso desde que eran niños! Eran tantas las emociones que lo invadían que no estaba seguro de sentir algo. Kei seguía observándolo, de manera tan penetrante que Tadashi alucinaba con escuchar el caos que también se había generado dentro de su hermanastro.
Después de lo que pareció una eternidad, ambos chicos salieron del baño. El aire fresco del exterior aclaró un poco los pensamientos caóticos de Tadashi. Kei entró a su habitación, sin esperar a que Tadashi lo hiciera. Este, incapaz de volver a entrar a un cuarto en donde se encontrara su hermanastro, se dirigió al cuarto de Tobio y su hermano Shouyou, y tocó la puerta, avisando que el baño ya estaba desocupado. Tobio salió, su ceño estaba fruncido y pareció no haberse dado cuenta de la presencia de su hermanastro. Tadashi lo observó, dándose cuenta por primera vez en once años lo parecidos que eran Kei y Tobio.
– Tadashi, ¿piensas quedarte parado toda la noche? – La cabeza de Kei se asomaba por la puerta. Tadashi hizo un análisis rápido de la expresión facial de su hermanastro; lucía tranquilo, como si no hubiera escuchado que el tipo que consideraba su hermano y mejor amigo estuviera enamorado de él desde la primera vez que se conocieron.
– No, Kei. Lo siento. – No muy seguro de lo que hacía, Tadashi caminó a su habitación con el corazón saltando de su pecho. Entró temblando y cerró la puerta con ganas de salir huyendo. Cada vez que Tadashi pensaba en la reacción que tendría Kei cuando se enterara que estaba enamorado de él, se imaginaba el infierno mismo; en sus imaginaciones había palpado más de una vez el desprecio de Kei, el caos generándose en su casa, sus padres peleando, sus hermanos rechazándolo. Todo lucía perdido y devastado. Sin embargo, la imagen que se presentó ante él en cuanto entró a la habitación era completamente diferente. No había lágrimas, ni dolor, ni miradas de odio y desprecio. Solamente estaba Kei, preparando su cama para irse a dormir, cambiándose la ropa por la pijama y dejando sus lentes en el buró mientras se metía dentro de sus sábanas y buscaba una posición cómoda para descansar.
– Apaga la luz y duérmete de una vez. Mañana no te voy a despertar si te quedas dormido. – Tadashi observó a su hermanastro por unos segundos y, al mismo tiempo que bajaba la mirada y una sonrisa enorme surcaba su rostro, dijo:
– ¡Sí, Kei! – Su voz sonó un poco alta, con demasiada energía, impregnada de esa sensación de calidez que inundaba su cuerpo y hacía sentir a Tadashi como nunca antes en su vida.
– Cállate, Tadashi.
– Lo siento, Kei.