– Oye, Yuu. – El mencionado desvió la mirada del televisor y la posó en su hermanastro.
– ¿Qué?
– Cuando… le dijiste a Asahi-san que lo amabas, ¿no te dio miedo? – Yuu se quedó pensativo por unos segundos, tratando de recordar cómo había sido ese momento.
– No lo sé. Tenía como ocho años cuando se lo dije.
– No, eso ya lo sé. Me refiero a hace poco, cuando recién regresó. – Yuu frunció el ceño, sin comprender del todo a lo que se refería Ryuu.
– Pues ya lo sabía, sólo se lo recordé.
– ¿Y no tuviste miedo? Me refiero a que te rechazara.
– No iba a dejar que me rechazara. – Ryuu no pudo evitar admirarse de la determinación y valentía de su amigo. Si tan sólo él tuviera un poco de ese valor, se atrevería a confesar sus sentimientos. Pero Ryuu no solamente era cobarde, sino que moría de miedo, de terror. No quería que la situación empeorara, que Kiyoko-san sintiera lástima de él o causar problemas a su familia. Yuu había corrido con la suerte de que su ser amado correspondiera sus sentimientos; y Ryuu estaba seguro de que no tenía esa carta a su favor.
Los chicos siguieron viendo la televisión en la sala. Aprovechaban la oportunidad de que sus hermanos estuvieran en sus habitaciones y que sus padres siguieran en su trabajo.
– Sabes, Ryuu, deberías de intentarlo.
– ¿Intentar qué?
– Declarártele a mi tía. – Ryuu abrió mucho los ojos y estalló en risas.
– ¿Estás loco?
– No, pero es lo mejor que puedes hacer. – Ryuu observó a su hermano sin creer que en verdad le estuviera diciendo eso.
– Claro que no. Ella va a rechazarme.
– Eso no lo sabes. – Yuu volvió a desviar la mirada del televisor y miró a su hermanastro directamente a los ojos. Su rostro estaba serio, como si la situación fuera de vital importancia. – No sabes qué pasará si no lo intentas. Es mejor decir que lo intentaste a que te estés preguntando por el resto de tu vida qué hubiera pasado si lo hubieras intentado. Si ella es la persona que amas, haz todo lo posible por tenerla. No te rindas tan fácilmente. Además, ya te había dicho que tienes todas las oportunidades del mundo. – Yuu sonrió y Ryuu se sintió cálido y conmovido por las palabras de su amigo. Desde pequeños, Yuu siempre le había dado ánimos para todo, siempre estaba con él cada vez que necesitaba el apoyo de alguien, un hombro en el cual poder recargarse. Ryuu no sabía cómo sería su vida sin su hermano, y tampoco quería imaginársela.
– Gracias, Yuu. – Respondió con una sonrisa en el rostro y con el corazón en la mano.
– Bueno, ¿y qué esperas?
– ¿De qué hablas?
– ¿Qué esperas para ir y decírselo? – La expresión de Ryuu se transformó en una mueca de pánico y sorpresa.
– ¿Ahorita?
– ¡Pues sí! ¿O se lo vas a decir cuando ya tengo hijos? – Yuu empujó a Ryuu fuera del sillón y este se quedó de pie, perplejo y sin creer lo que estaba sucediendo. – Y no te preocupes, yo te cubro con nuestros padres.