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Adolescencia en su punto. por kenni love

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Tadashi ardía. Kei hacía algo con la mano que lo dejaba sin habla, siendo capaz de sólo jadear y aferrarse a los brazos de su novio. De alguna u otra manera habían logrado llegar a la cama. Tadashi ahora se encontraba debajo de Kei y se deleitaba con la expresión de su hermanastro: su ceño estaba fruncido, sus ojos cerrados y los labios apretados. Los miembros de ambos eran frotados por las manos de Kei, rozándose entre si, causando espasmos por todo el cuerpo de Tadashi.

De todos los sentimientos que invadían a Tadashi, la felicidad era el más fuerte. Había pasado noches sin dormir, con preguntas que él no sabía por qué aparecían. Había sentido odio hacia si mismo al masturbarse y correrse pensando en Kei. Había creído que el resto de su vida estaría junto a su hermano, pero nunca lo suficiente. Tadashi había pasado por mucho. Por eso, tenerlo así de cerca, saber que Kei se sentía de la misma manera, que lo amaba y deseaba como Tadashi había hecho por tanto tiempo, lo volvía inmensamente feliz. Y quería hacer feliz a Kei, hacerlo sentir bien, que los dos se llenaran de placer y alegría; quería ser uno con él.

–Kei –pronunció entre jadeos. El mencionado abrió los ojos lentamente, sin detener el movimiento de sus manos. Tadashi puso un poco de presión en los brazos de su hermanastro y los empujó, dando a entender que quería que se detuviera. Kei lo obedeció, cuestionándolo con la mirada–. Yo…mmm…¿Quieres hacerlo? Me refiero…tú…

–Te dije que no preguntaras eso. –Kei había desviado la mirada, claramente avergonzado de la situación. El acelerado corazón de Tadashi dio un brinco inusual, y, súbitamente, el pánico lo atacó. Era su primera vez, la de Kei también y Tadashi no estaba muy seguro de cómo hacerlo. Había visto videos, pero ninguno daba detalles, sólo lo hacían.

El rostro de Tadashi mostraba su nerviosismo de tal manera que Kei suspiró y se quitó sus gafas, dejándolas en algún lugar de la cama. Tadashi observó a su hermanastro bajarse del catre y caminar hasta la cómoda situada al fondo de la habitación. Revolvió uno de los cajones y, después de unos segundos, regresó junto a Tadashi con algo en las manos. Kei depositó los objetos en el pecho de su hermanastro y, haciendo todo lo posible para no mirarlo, dijo:

–Investigué un poco…leí varios artículos sobre cómo hacerlo sin lastimarnos… –Tadashi abrió los ojos perplejo, incrédulo de lo que había escuchado.

–¿Cuándo…compraste esto? –Kei se encogió de hombros y tomó la pequeña botella y el sobre rectangular del pecho de Tadashi.

–No hace mucho. –Tadashi no pudo evitar reírse un poco, externando así lo nervioso y feliz que estaba. Enredó los brazos alrededor del cuello de su novio y lo abrazó con fuerza.

–Gracias, Kei.

 

La extraña sensación de encontrarse en algún punto entre la tierra y el cielo invadía a Tadashi, mientras su cuerpo y el de Kei bailaban una danza sincronizada de deseo y pasión. Kei se aferraba a Tadashi con el temor de que en cualquier momento este desapareciera, despertando del mejor sueño de su vida. Y, Tadashi, se drogaba con el aroma de su hermanastro, grabando con fuego en su memoria la sensación de su piel, de sus dedos, del movimiento de sus caderas, de sus gemidos, de sus labios, de su miembro dentro de él, de Kei en alma y cuerpo.

Tadashi volaba y caía y volvía a volar. Estaba seguro de que sus acciones eran completamente diferentes a las de los videos que había visto con anterioridad, puesto que Kei y él se movían torpemente, se detenían y volvían a continuar, buscaban diferentes posiciones, maneras de sentirse mejor. Pero a Tadashi no le importaba que fuera imperfecto; para él, las sensaciones que Kei le causaba eran las justas y necesarias para volverlo loco y hacerlo anhelar por más. Nada era suficiente y todo era demasiado. Su cuerpo demandaba atención, demandaba por Kei, demandaba encontrar una manera de que todo ese éxtasis saliera de sus ser y embriagara a su novio, a su amigo, a la persona que lo había vuelto lujurioso y pasional.

El tiempo pasaba sin pasar. Bien pudieron haber estado haciendo el amor por minutos u horas, por días o meses, por años o siglos. No hubo inicio o fin. Sólo Kei y sus labios, sólo Kei y su mirada que lo llevaba al orgasmo, sólo Kei y nada más. 


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