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Sounds like Heaven  por namy chan

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"Un beso es aquel que te doy porque lo siento, porque me une mas a ti en cada instante, porque deseo que esa boca sea sólo mía. Es ese instante congelado en el tiempo que por un segundo me hace olvidar quien soy."
 
 
 
Durante su estadía en esa casa y bajo los cuidados de aquella amable enfermera Allen generó cierta curiosidad por cada cosa que veía preguntándose el porque existía, para que fin y como se llamaba. Todo lo guardaba para si casi en forma recelosa al no poderlo compartir con nadie más siendo que la única persona con quien hablaba era un completo asno si de relaciones se trataba, por lo que, una tarde en la que la enfermera lo vio cogiendo un gran libro de uno de los estantes, de los mas bajos al haberse tirado y arrastrado hasta llegar a ellos, agradeció que la mujer lo tomara y le ayudara a volver a la cama dispuesta a contarle los escritos de ese libro en letras que jamás había visto. 
 
"Cultura japonesa" Decía entre garabatos sobre la portada. El lugar en el que Kanda había nacido, uno sitio enigmático en donde vio entre ilustraciones que sus rasgos eran compartidos por toda la población al igual que él con sus hermanos teniendo como singular caracteriza las orejas puntiagudas, en cambio los japoneses se caracterizaban por sus ojos, un rasgo de oriente a palabras de la mujer. Le presidida la comida, sus vestimentas largas telas estampadas para las mujeres, un montón de ropa acumulada pero bien acomodada, llamativa que daba en las damas una imagen de muñecas, elegantes. Mientras que los hombres se mantenían mas serenos entre tonos mas fuertes, oscuros que imponían con poder... ¿Como se vería Kanda usando ese vestuario? Seguramente mejor que nadie. Lo imaginó vagamente con un una simple yukata negra, con el cabello pobremente amarrado en una coleta baja y su tipico semblante de amargado. 
 
No se vería mal pero definitivamente su atuendo predilecto fue el que se plasmó en el cambio de página. 
 
Samuráis. Guerreros, soldados, sirvientes, elite, mostrando la fortaleza de sus armaduras, blandiendo sus espadas para la batalla... Katanas del más fino filo, letales con solo un movimiento certero. Eran maestros de la artes del combate, ágiles pese al peso sobre ellos y honorables hasta el último momento, siguiendo su propio código. El asombro entre cada relato de la rubia le fascinó, fue como conocer a los guerreros de las profundidades, de su tierra que cuidaban su hogar de enemigos. 
 
Y así lo imaginó a él, siendo un samurái, el mejor de todos gracias a su carácter, a la perseverancia de sus acciones y esa forma de ser tan tonta que solo Kanda podría sacar provecho. Y también fue estúpido de su parte, arrastrar ese recuerdo sólo por sentir la imponencia del mayor ante su desnudes. Este nuevo recuerdo se plasmaría mejor en su memoria aunque no lo quisiera así ya que también se tornaría uno de los más vergonzosos.
 
 
—Aquí... —la suave fricción de la seda sobre todo su pecho llegó haciéndole leves cosquillas en cuanto se giró sobre su cuerpo. La reacción de sus piernas fue el temblar hasta acoplarse en una posición cómoda, ambas rodillas flexionadas y la mitad del cuerpo alzado dejando totalmente expuesta su entrada hacia Kanda—. Ponlo aquí... —lo necesitaba con urgencia, los ruegos de su instinto ya no pudieron posponerse más, deseaba ser tomado por él.
 
La suerte estuvo de su lado gracias a la posición, pudo esconder el rostro sobre una de las almohadas, se embriagó por el aroma de su shampoo y prefirió acabarse ese aroma mientras una de sus manos separaba sus glúteos en un llamado desesperado por sentirlo. Era tan bochornoso que su rostro se sintió arder. 
 
El silencio del azabache creó cierto nerviosismo ¿Y si se retractó? Realmente ambos no pensaron en sus acciones y justo cuando Allen se planteó hacerlo su intimidad fue tocada, una sutil caricia como antesala al introducir después un dedo en su interior. 
 
—¿Q-Qué haces? —la sensación fue extraña, se tornó incómoda cuando un segundo dedo le siguió. 
 
—Dilatandote, grandísimo idiota —solo Kanda lograba romper la burbuja de erotismo que le envolvía. Mejor se hubiese quedado callado y ya, pensó—. ¿O quieres que entre así?
 
—... Si —no titubeó, solo le costó encontrar una voz menos suplicante para responder—. Hazlo ya 
 
No había cambiado de posición para morirse de vergüenza y exponerse de tal forma, dejó todo pensamiento coherente por él atrás y justo ahora esos mismos pensamientos amenazaban con volver. —Si no quieres hacerlo solo... Solo para, alejate —mordió su labio inferior como pausa, ese tonto no paraba de mover los dedos en su interior de forma más fácil y constante, borraba los hilos de sus pensamientos por segundos—. ¿Me estas escuchando Bakanda? No sigas, no quie... ¡Ah!
 
Un tercer dedo le invadió haciéndole perder por completo la razón. Dolía, se abría paso entre sus paredes pero la vez el nipón había creado un movimiento constante que tocaba en veces cierto punto que Allen no creyó tener y que, justo en ese momento le hacia jadear. Su vientre bajo cosquilleaba, su propia hombría suplicaba atención y supo que estaba en el límite. 
 
—No hay nada más que quiera hacer ahora que follarte, Allen 
 
El nombrando perdió el recuerdo de como respirar al escucharlo, un quejido involuntario se produjo ante el vacío de ya no sentir invasión alguna. Quiso replicar molesto, preguntar asombrado de por fin escucharlo decir su nombre, decir lo que fuese sin embargo pareció que también olvidó el como hablar correctamente.. Ninguna palabra salió de él, nada coherente y sólo una exclamación de sorpresa al sentir una calidez rozando su entrada de forma peligrosa.
 
Supo lo que era e inconscientemente alzó más las caderas.
 
Allen era un imbécil al creer que Kanda se retractó. Sería muy estúpido de su parte parar a la mitad de todo por razones que ni valían la pena pensar. Debió agradecerle el ser considerado con él al preparlo y a la vez fue beneficioso para el nipón hacerlo ya que su interior era jodidamente estrechó.
 
Entró de forma lenta, clavó ambas manos en los extremos de la cintura del albino conforme se abría pasó entre sus paredes. Ni toda la preparación pudo haber sido suficiente para aminorar la sensación de prisión en el miembro de Kanda, y se sintió bien, malditamente bien. Esa sensación se mantuvo por mucho adornándose entre los gemidos del menor, los leves temblores que percibió en su cuerpo que aumentaron de forma errática junto a la voz de Allen al momento de entrar por completo en él. Espasmos que lo aprisionaron y que casi le hicieron perder el control. 
 
Allen llegó al clímax con tan solo penetrarlo y él no estuvo remotamente cerca de sentir su propio orgasmo.
 
—E-espera, Kanda... Uhm... —el sirenio todavía no se recuperaba del mar de sensaciones. El dolor seguía ahí, una leve molestia que fue opacada al correrse entre las sabanas, manchando su vientre y provocándole un placer momentáneo, uno que prontamente se vio reducido al sentir al japones moverse dentro suyo—. Ah...
 
No tuvo filtro, su voz escapaba en gemidos, en veces ahogándose contra la almohada, otras saliendo de forma más centrada y retumbando contra la habitación cada que su amante llenaba por completo su interior. El sirenio descubrió lo bien que su cuerpo se acoplaba al de Kanda, como una pieza de rompecabezas que no sabía que le hacia falta. Una unión que sin preverlo lo hizo con la persona que mas detestaba de ese mundo y que de forma irónica lo estaba llevando a la gloria de forma carnal.
 
Kanda le gustaba, sólo eso.
 
Alivió el inmenso calor de su cuerpo con cada vaivén creando de forma inmediata un nuevo deseo que se enfocaba en el azabache.
 
‹ Más ›
 
El albino suplicó entre pausas. Más, de todo, porque no le bastó, porque conforme el placer aumentaba también lo hacian las ganas de seguir a otro nivel. Porque lo sabia, que Kanda no podía ser así de blando en un acto tan apasionado y que, pronto obtuvo lo pedido en cuanto su amante arremetió contra suyo.
 
Las embestidas fueron demandantes, precisas, tocaron el punto preciso que provocó en Allen más de una oleada de placer. Clamó el nombre del japonés entre gemidos rasgando su garganta ante el tono de voz empleado y que se mezcló con los múltiples sonidos de la habitación; logró escuchar la pesada respiración de Kanda rozando su oído en cuanto este se inclinó sobre él, los jadeos graves causados por la presión que el albino daba en su interior sin saberlo. En compañía el rechinar de la cama, la cabecera golpeando al son de las embestidas la pared y como si no fuese poco en sonido obsceno de ambas anatomías chocando. 
 
 
—Para... ¡Ah! ¡Para! —la súplica de Allen se quedó sin ser escuchada, Kanda la tergiversó y embistió con más rapidez sabiendo lo que se avecinaba. Lo sintió ante los nuevos espasmos apresando su virilidad cuando el albino culminó por segunda vez, creando la propia sensación de cosquilleo que terminó en un orgasmo le siguió. Vertió toda su esencia dentro de Allen dando fin al encuentro entre respiraciones irregulares de ambas partes. 
 
 
 
 
—Kanda... —Allen dejó caer por completo su cuerpo sobre la cama, exhausto y con unas inmensas ganas de dormir— ¿Puedo quedarme aquí hoy? Contigo
 
El aludido no dijo nada tras salir de su interior. Se levantó poco tiempo después a lo que Allen percibió como un no. Hubiese llorado de no estar tan cansado, el rechazo después de un encuentro como el que tuvieron fue tal que la sensación amarga se instaló en su pecho y que estuvo seguro que le seguiría por mucho. 
 
 
Para asombro del sirenio una manta le cubrió y la calidez del cuerpo del mayor llegó a su lado. 
 
 
—Duerme
 
 

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