Poco a poco desperté, mi cuerpo temblaba y se contraía por el dolor. Sentí como un trapito húmedo pasaba por mi cuerpo limpiándolo, enseguida alce mi vista para ver quien estaba allí; era un hombre de unos 60 años, tenía cabello corto color cenizo, de estatura baja y su rostro tenía varias arrugas, usaba una gafas grandes donde tras estas se ocultaban unos ojos café oscuro, además llevaba puesta una bata blanca.
Observe varios objetos como ungüentos, jeringas, un termómetro, etc.. que reposaban sobre la mesa desgastada, supe enseguida que se trataba de un doctor.
Al terminar de limpiar mi cuerpo, tomo una de la jeringas acercándose para inyectarme.
-Po-por favor no me haga d-daño .. que es eso? …- le dije en un susurro casi inaudible. Nunca me habían gustado los doctores y en esta situación la verdad es que ahora me aterraban.
A pesar de mi pequeña suplica, aquel doctor ni se molestó en mirarme y en cambio siguió con su trabajo aplicándome la inyección.
- Ougg – Un pequeño gritito salió de mi boca por el pinchazo.
Al terminar me giro con cuidado dejándome boca abajo, tomo uno de los frascos el cual contenía un líquido algo espeso color amarillo casi como el aceite; seguido a esto se colocó unos guantes ya que los anteriores los había desechado, vertió el líquido en sus manos y comenzó a meter uno de sus lubricados dedos por mi entrada lastimada, esparcía con cuidado el líquido en mis paredes desgarradas.
- Ahh noo, dueleee … ardeee – pronuncie entre sollozos.
El hombre siguió con lo suyo repitiendo los pasos un par de veces más hasta dejarme totalmente lubricado. Al final se retiró de mi ahora desvirgada entrada, boto los guantes nuevamente, me arropo con la delgada cobija y por último tomo sus cosas y se retiró de la habitación sin decir nada.
-*Que acaso todos son como robots?* – pensé recordando al hombre de negro que traía la comida.
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Después de aquello, todo se volvió una absurda rutina llena de dolor, tristeza, miedo, terror y resignación.
No sabía cuanto tiempo llevaba allí encerrado, no sabía cuando era de día o de noche, no habían horarios, el tiempo solo transcurría en su asombrosa eternidad.
Como siempre el hombre que vestía de negro se dedicaba a traer la comida y ordenar algunas cosas de la habitación. Jamás hablaba ni me miraba, su expresión era igual de fría y así mismo mi miedo hacia el jamás cesaba.
Por otro lado, Torek se aparecía de vez en cuando rompiendo la mínima paz que tenía cuando me encontraba a solas.
Algunas veces me torturaba; me bañaba con agua helada, me latigaba o cortaba mi piel dejando pequeñas heridas con un cuchillo pequeño afilado, otras veces solo me golpeaba hasta el cansancio. Me mostraba una sonrisa macabra y me decía que de esa manera me enseñaba a ser obediente y sumiso.
Cuando no eran torturas, descargaba su estrés violándome; Le encantaba atarme fuertemente para dejarme inmóvil y que estas dejaran marcas en mi piel, dejaba marcas de mordidas y chupetones por toda mi piel, palmeaba mis nalgas y me penetraba como una bestia salvaje en celo. Muchas veces me obligo a tener sexo oral, introducía todo su grosor en mi pequeña boca, sujetando mi cabello, follando mi boca sin parar.
En cada estocada podía sentir arcadas, sintiendo que me ahogaba; al finalizar dejaba salir su semen haciéndome tragarlo todo. Era realmente asqueroso, desagradable y humillante.
Mis gritos, suplicas y llanto jamás fueron escuchados, al parecer eso le emocionaba más, siempre viéndome con deseo y lascivia.
Cuando su humor era aún peor de lo normal, solía torturarme y violarme, me dejaba totalmente demacrado.
Aquel doctor ya avanzado de edad siempre aparecía para hacer las curaciones correspondientes a las heridas de mi cuerpo, hacia chequeos y escribía informes del estado en que me encontraba. Al terminar su labor, como siempre tomaba sus cosas saliendo del lugar sin decir una sola palabra. Cabe decir que, aunque ese hombre se encontraba allí para curarme, mi miedo hacia nunca disminuía.
Todo este ciclo se repetía una y otra vez, haciendo de mi vida un esclavo sexual que servía a los caprichos y deseos de Torek; no tenía derecho a replicar, solo era un prisionero que no tenía permitido desobedecer. Una condena que no permitiría ver la luz del sol de nuevo, una condena como si hubiera cometido el mayor crimen del mundo.
Mi ser se fue apagando con el transcurso del tiempo, mis ojos habían perdido su brillo, mis suplicas desaparecieron hasta que mi boca dejo de pronunciar palabra alguna, ya no me resistía, me convertí en lo que ese hombre quería. Ahora era solo una muñeca sin vida, que solo temblaba y sollozaba porque mi cuerpo así lo hacía sin mi permiso.
Comía, iba al baño y dormía por inercia; mi mente se había extraviado, solo había tristeza y miedo en mi interior, sucumbí ante la oscuridad y poco a poco me perdí.
Moría por dentro lentamente, quería morir, deseaba morir, pues como Torek dijo aquella noche de llamas, “conocí algo que era peor que la muerte!”….