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Vida De Perro por LePuchi

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Durante casi una semana Javier y yo habíamos estado prácticamente al borde de los nervios esperando el día en que se llevarían a cabo nuestras respectivas citas… aunque a decir verdad sólo la de el podía considerarse como tal, lo que a mí me aguardaba era simple y llanamente una salida amistosa.
Al buen grandullón las cosas le habían resultado bien y su expectación terminó ayer, viernes por la tarde. Desde entonces estaba feliz porque al parecer todo marchó de maravilla, su dicha se notaba a kilómetros de distancia y como nada podía ocurrir sin que los Radosta se enterasen los tres nos alegrábamos por Javier; quien era todavía más introvertido que yo, pero aún con ello era buen muchacho desde siempre y Linda, la mujer del sushi, parecía ser igual de agradable que mi amigo.
Sin embargo, yo ya no estaba tan segura de que iba a hacer. Después de todo, fuera el tipo de salida que fuera, ¿qué hacia yo invitando a Andrea al auto cinema el sábado por la noche?
— Imbécil —me recriminé apoyando la frente en el rígido plástico negro del volante del auto, el único auto, aparcado en el subterráneo lugar—. Debiste cancelar, tuviste una semana entera.
Pero no lo había hecho y ahora ya era demasiado tarde para arrepentimientos que de haber llegado un minuto más tarde a casa seguro no tendría, si sólo el autobús se hubiese retrasado un poco o si Jared o los mellizos me hubiesen retenido un momento más no habría contestado el teléfono.
Empezaba a tener una relación de amor-odio con ese aparatejo.
Como sea, de todas formas, lo había tomado despreocupadamente y dicho «Hola» con una boba sonrisa por lo que me aguardaba solamente unas horas después, estaba emocionada por ir al auto cinema, sí… por lo menos lo estaba hasta que la inconfundible voz de Yazmin al otro lado de la línea me saludó con inusitado entusiasmo.
La sensación que tuve al escuchar su voz luego de un buen tiempo sin hacerlo fue totalmente extraña y violenta pues me obligó a volver de un tirón a una realidad que durante algunos días perdiera completamente de vista. Y era una realidad abrumadora. Hablamos un rato y aunque no dijimos nada relevante, la sensación de malestar no se me fue del cuerpo ni durante ni después de terminada la llamada.
Tampoco ahora me había pasado del todo por lo que tuve que reprimir el impulso de despotricar improperios contra Yaz por ser malditamente inoportuna; en lugar de eso apreté con fuerza el volante y resoplé riéndome de lo ridículo que me parecía todo este drama de telenovela barata.
Solté el volante y permanecí mirando sin mirar a través del cristal del parabrisas, dejando que la nostalgia contenida en aquella última frase calara hondo en mí interior.
— Carajo —tomé las llaves del portavaso y me dispuse a encender el coche, ponerme el cinturón de seguridad y revisar que todo estuviera en orden para marcharme. Haciendo todo con detenimiento anormal, sabiendo que sólo estaba retrasándome sin sentido—. Creo que aún protagonizamos una telenovela barata Yaz —le murmuré al vacío coche antes de ponerlo en marcha para salir por fin del aparcamiento.
 
A pesar de toda la demora innecesaria pude llegar incluso con algo de tiempo de sobra al lugar donde se suponía me encontraría con Andrea gracias a que aquellas horas de la tarde el flujo de carros discurría en sentido contrario al que yo me dirigía, después de todo era hora de volver a casa y yo me encaminaba al distrito de oficinas y edificios laborales de Glikyhomb. Faltaban unos pocos minutos escasos así que detuve el vehículo frente a un extraño edificio de hormigón de varios pisos con algunas ventanas pequeñas y me dispuse a esperar a Andrea, intentando adivinar desde donde lo haría.
No había demasiado que contemplar, si bien las construcciones en mi barrio eran semejantes entre sí estaban, por lo menos, pintadas de colores vivos. No era el caso de ese sitio, pero al ver a los hombres embutidos en sus prolijos trajes cargando con su reluciente maletín de cuero entendí que allí no tenían porque buscar algo bonito, bastaba y sobraba con que todos los edificios, los enormes edificios que se veían desde la azotea del apartamento, fuesen funcionales.
Sólo uno de los edificios se salvaba del monótono gris del hormigón y la azulada transparencia de los cristales, desentonando porque era ligeramente más bajo y ancho que los demás y porque su entrada era muy diferente. En principio los achaparrados árboles delante de él, a diferencia de las descuidadas matas frente a los otros, poseían un saludable tono verde que amarilleaba en algunas de sus hojas centrales y adquiría un tono entre naranja y marrón en las más bajas. Su puerta principal era mucho más grande de lo normal para un edificio de oficinas y eso sin mencionar lo ornamentados que estaban sus marcos dorados; frente a la puerta de cristal había una escalera de anchos peldaños y al pie una especie de tramo de carretera que se conectaba directamente con la vía principal para que los automóviles pudiesen entrar libremente. La fachada tenía un agradable color arena y algunos farolillos oscuros, que sin duda se encenderían en unos minutos más, pendían de los pilares, tenía demasiados adornos dorados para mi gusto, pero cada detalle en conjunto le confería un aire de sofisticación y sobriedad.
Arriba de la marquesina de la puerta principal una serie de banderas ondeaban al compás de la fresca brisa y por encima de todo el enorme logo metálico, color marrón oscuro, de la cadena hotelera propiedad de Cristophe Barlow, el hombre mas rico del país y el mismo tipo que intentaba construir uno de sus hoteles donde estaba el cubil, contemplaba impasible a todos los que entraban en el lugar.
Era un edificio elegante, pero imaginarme algo así en Bahía Plak me resultaba imposible, si lo construían así iba a desentonar igual que aquí pero allá sería un resultado todavía más nefasto.
Un par de golpes en el cristal del auto me espabilaron, era Andrea la que tocaba. Me bajé con prisas del auto.
— Hola —le saludé una vez abajo.
— Que gusto me da volver a verte —dijo y me besó la mejilla como saludo—. Lamento haberte hecho esperar, el último cliente fue un verdadero reto.
— ¿Cliente? —fruncí las cejas con duda.
— Claro, uno de mis clientes quería un paquete especial y... —se interrumpió de repente como entendiendo por fin que no tenía idea de lo que me hablaba pues le miraba sin entender y creo que ambas caímos en la cuenta que yo aún no tenía ni idea a qué se dedicaba la mujer frente a mí, de hecho, había muchas cosas que todavía no sabía acerca de ella. Conocía su nombre y eso ya de por si era mucho—. Creo que aún no te digo en que trabajo ¿verdad? —moví negativamente la cabeza—. Bueno en mi defensa puedo decir que tú tampoco me has dicho a que te dedicas.
Me extrañé, yo habría jurado que se lo dije… Sí, estaba segura que lo había hecho cuando estábamos abriendo la botella de cerveza.
— Yo te dije a que me dedico, bueno una parte.
— Refréscame la memoria ¿quieres?
— Soy profesora, imparto clases en la preparatoria pública de Glikyhomb.
— Espera, espera ¿en verdad eres profesora? —se rió—. Cielos, creí que bromeabas.
— No —me reí yo también—. De verdad soy profesora, puedo enseñarte mi pase al estacionamiento de profesores si no me crees.
— Pero ¿cómo puedes ser profesora si no eres mayor que yo?
— ¡Y quién dice que no lo soy!
— ¡Claro que no lo eres! —exclamó tendiendo los brazos hacia mí—. Es decir, mírate ¿te has visto en un espejo?
— Todos los días —respondí sin contener la risa, todo esto era muy raro—. ¿Cuantos años te piensas que tengo?
— No sé, ¿veinte? ¿Veintidós?
— ¿¡Qué!? —la risa se transformó en carcajadas. ¡Estaba (incluso con la estimación más alta) quitándome casi cuatro maldito años?—. Aguarda un segundo, estoy que no me lo creo.
— No te rías, dime cuántos años tienes, si antes tenía curiosidad ahora tengo más.
— Vallamos a tomar algo, ¿has comido ya? A mí tanta risa me ha dado hambre.
— ¡Eh! No cambies el tema y no, no he comido aún.
— Mira, es obvio que nos falta mucho por decirnos así que vallamos a tomar algo a un sitio donde podamos charlar y comer algo.
— ¿Y la función?
— Estamos a tiempo, comienza a las 8:30 así que nos quedan algo menos de dos horas.
— De acuerdo, vallamos a comer, también muero de hambre.
Así lo hicimos, montamos en el auto y fijamos rumbo al Shelby. No quedaba muy lejos de donde nos habíamos encontrado así que tras un corto viaje en el que siguió insistiendo con el tema de mi edad llegamos al frente de un carrito de comida rápida, no estaba segura de que fuese buena idea comer algo de allí, me encantaba la comida basura, pero me parecía un poco mundano para llevar a alguien que no fuese Alex o Javier.
Pero al parecer no tenía inconveniente con ello.
— Hacia un tiempo que no visitaba un sitio como este —dijo. Era un sitio sencillo, con hamburguesas, perritos calientes y malteadas por menú; toda una deliciosamente perfecta bomba de grasa y azúcar—. A Lena no le gustan demasiado estos lugares.
— ¿Te gustan a ti?
— Seguro, no hace ningún mal comer papas fritas y hamburguesas de vez en cuando. 
— No puedes decirle que no a una buena hamburguesa.
— Desde luego que no.
Ella pidió una hamburguesa con patatas fritas y yo un par de perritos calientes con bacon, ambas pedimos un enorme vaso de Happy-Cola. Con la comida en las manos fuimos a sentarnos a un parquecito cercano, las bancas estaban llenas así que ella sugirió sentarnos en la acera.
Los dioses me perdonen, pero no pude, por más que lo inténtate, evitar comparar a Andrea con Yazmin. La conclusión fue que eran polos opuestos, comer basura grasosa en la acera de algún parque era impensable para mi prometida.
— Esto está bueno —dijo después de comerse una patata.
Lo estaba, muy, muy bueno.
— Ahora vas a decirme que edad tienes.
— ¿Segura que quieres saberlo?
— Segura.
Saqué la billetera del bolsillo y revolví su contenido hasta que hallé la credencial que la preparatoria me había dado en mi primer día de clases, además luego de vacilar un segundo tomé también el permiso de conducir.
— Incrédula —le dije dándoselos.
Los observó, comparándolas con duda, un tiempo largo mientras yo bebía la Happy con una pajita de color azul.
— ¿No son falsas?
— ¿Por qué necesitaría falsificaciones?
— ¿Para comprar alcohol? Yo que sé —se río, en su risa se percibía que todavía no lo creía.
— No, juro que son auténticas.
— Entonces tienes casi veintiséis años… no pareces de esa edad.
— Lo sé, créeme, ha sido así toda la vida. ¿Cuántos tienes tú?
— Veinticuatro, recién cumplidos.
— Así que sí soy mayor que tú.
— Tampoco tanto, son sólo dos años.
— Dos años son dos años, cuando tú naciste yo ya hablaba y caminaba.
— No tengo argumentos para rebatir eso. Así que eres una profesora, ¿qué es lo que enseñas?
— Biología intermedia.
— Entonces eres bióloga ¿no? Una bióloga profesora de veinticinco años.
— Sí y tú eres alguien de veinticuatro que todavía no me dice cómo se gana la vida.
— Bueno —titubeo, rara vez parecía insegura de decir algo, pero ahora era una de esas veces escasas—. Estudié diseño.
— ¿Diseño?
— Diseño, sí. Nunca supe dibujar ni hacer nada de esas cosas artísticas pero suelo ser demasiado terca y me empeciné en terminarla fuese como fuese, necesitaba demostrarme a mí misma que era capaz de hacerlo.
— ¿Cómo con la Coirm?
— Sí, así mismo —se rió—. Ahora mismo no me dedico de lleno al diseño, trabajo en una agencia de viajes.
— Agencia de viajes, eh, con que sí —murmuré—. Entonces cuando necesite unas vacaciones de todo acudiré a ti ¿qué te parece?
— Harías una excelente elección —me guiñó—. ¿Qué me dices tú, siempre quisiste ser bióloga?
— Yo quise ser muchas cosas —le dije.
— ¿Por ejemplo?
— Quería ser escritora —sonreí encogiéndome de hombros.
— ¿Y por qué no lo hiciste?
— No tengo el talento de McClellan —me metí una papa frita a la boca—. Además, tengo faltas de ortografía —me reí—, a veces me equivoco al escribir valla y vaya.
— ¿De verdad? Pero eso es una tontería, yo creo que con todo y eso serías una buena escritora, aun así, creo que tienes más pinta de una mujer de ciencia —se rió—. Pasa que así como a Lena pienso que tu profesión te queda bien.
Fruncí el entrecejo sin darme cuenta realmente.
— No —dijo.
— ¿No, qué?
— No es cómo crees, conozco era mirada que acabas de poner, pero entre Helena y yo no existe esa clase de relación. Es mi mejor amiga, desde siempre… y si tuviese algo más con ella ten por seguro que no estaría aquí contigo —sonrió con coquetería antes de beber de su soda—. Puedes interpretar eso como quieras.
Sonreí con incomodidad y al ver la dorada alianza de mí dedo el primer sentimiento se transformó en vergüenza; volví la mirada a ella encontrándome con sus ojos observándome también.
— Lo lamento —me disculpé toqueteando el anillo nerviosamente.
— ¿Por qué? —inclinó la cabeza a un lado.
Levanté la mano izquierda, dejándole ver el aro dorado y contrario a lo que esperaba comenzó a reírse.
— Ya lo sabía, lo noté en el Varano.
— Comienzo a asustarme —solté una risilla nerviosa—. ¿Eres psíquica o algo?
— Nah, para nada, sólo soy demasiado observadora —se encogió de hombros—. Eso y también lo sé porque le pregunté a Alan sobre ello —hizo una mueca como diciendo «oh, oh, me atrapaste».
— Y aun así aceptaste mi invitación.
— La habría aceptado de todas formas y si no lo hacías tú iba a hacerlo yo.
— ¿Por qué?
— Ni idea, ¿sabes tú por qué me invitaste? —negué con la cabeza—. Pues lo mismo.
A lo largo de mis veinticinco años en el mundo me había topado con no precisamente pocas personas, todas absolutamente diferentes una de otra y aun así ninguna me había parecido tan intrigante mi tan atrayente como en ese momento me lo parecía Andrea.
— Eres la persona más inusual que he conocido —dijimos al unísono, nos miramos un segundo y rompimos a reír.
Nos levantamos de la acera para acercarnos hasta la taquilla del Shelby. Cuando estuvimos frente al cartel en el que estaba expuesto el título de la película de esa noche tuvimos que releerlo varias veces sin creer lo que ponía.
— ¿Casablanca? —leyó Andrea en voz alta.
— ¿Qué pasó con Hellraiser? —le pregunté a la joven chica encargada de la vender los boletos.
— ¿Hellqué? —me miró como si hablase en una lengua extraña mientras mascaba sonoramente una goma de mascar—. ¡Oh! Te refieres a la horrible película de terror.
— ¿Cómo que horrible? —protestamos—. Es una buena película —le reprochó Andy.
— ¿Qué pasó con ella?
— Pues que la cancelaron —dijo—, no me sorprende la verdad.
— ¿Y Halloween? ¿Y los Gremlins?
— El encargado propuso un cambio de último momento después de verlas y menos mal que fue así ¿quién querría ver algo tan espantoso?
— ¡Pues nosotras! —exclamamos.
— ¿Entonces no compararan los boletos?
— Discúlpanos un segundo —tiré de Andy para alejarnos de la taquilla y darle paso a las demás personas—. ¿Qué quieres hacer?
— Nunca he visto Casablanca ¿y tú?
— Tampoco —miré a nuestro alrededor—. Ya me parecía raro ver tantas parejitas felices, pensaba que eran demasiado valientes.
— Según Lena en la primera cita debe verse algo romántico o espeluznante. Hell es un clásico ¿verdad? —le dije que sí—. Casablanca es la cinta de drama y romance por excelencia según sé.
— Eso creo.
— Vamos a verla —sonrió—. No perdemos nada con hacerlo.
Le compramos las entradas a la chica y nos subimos al auto para poder entrar, estacionamos en la segunda fila de autos. La visibilidad no era buena dentro del coche así que como todos los demás resolvimos subirnos al techo de mi auto para poder ver mejor.
— Espera aquí —le dije cuando estuvimos abajo, rodeé el auto hasta el portaequipaje y saqué una manta gruesa de dentro—. Toma —se la ofrecí.
— ¿Una manta? ¿Por qué traes una manta?
— Es para el trabajo.
— ¿El de profesora? —se extrañó.
— ¿¡Qué!? No —reí—. También trabajo en un laboratorio tres días por semana, somos tres compañeros así que de vez en cuando tiramos una moneda y el ganador descansa durante toda la noche. Claro que no es muy frecuente que eso pase, hay mucho por hacer allí.
— ¡Valla! Eres una mujer ocupada ¿no?
— Realmente no mucho, podemos usar la manta para ponerla en el techo o cubrirnos si hace frío —le dije.
— Es buena idea —asintió. 
— ¿Quieres palomitas?
— ¡Seguro! Y unos nachos también.
 
Esa fue la primera película romántica que veía en mucho tiempo y aunque no era mi genero preferido disfruté mucho verla, en mayor medida porque estaba con Andrea. Cuando hubo terminado ella me dijo que le había parecido buena, a mí también me lo pareció; y coincidimos en que de no haber estado juntas ninguna se habría animado a verla.
—  ¿Aceptarás salir de nuevo conmigo? —le pregunté frente a la puerta del Varano donde me pidió dejarla.
— Desde luego que sí, pero esta vez te invitaré yo —me besó la mejilla y me brindó un corto abrazo como despedida.
Mientras conducía de vuelta al apartamento pensé que no importaba si volvíamos a vernos o no, aquellas horas con Andy me habían sido efímeras y deseaba repetirlas por supuesto pero si la vida se interponía sabía que siempre nos quedaría esa noche en el Shelby.
Sonreí moviendo la cabeza de un lado a otro por mi versión de «siempre nos quedará Paris…» ahora que lo pienso desde que Andrea Quintana entrase en mi vida sonreía más a menudo.


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