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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

¡Buenas, gente! 

Vengo de pasada a dejarles el último capítulo de este especial. Espero que lo disfuten. Qué va... sé que lo harán xDDDDDDD

"Siete"

 

Mi mano roza con la funda del revólver, ansiosa por sacarlo de ahí. Me muero de ganas, no voy a negarlo; me encantaría estar reventando cabezas infectadas ahora mismo, pero no. Lo hemos discutido y… aunque jamás llegaré a admitirlo, a la hora de planificar golpes, tus tácticas siempre son las que funcionan. 

Eres más de esperar, analizar y valorar antes de actuar, ¿no? Pero yo siempre he creído que el ataque es la mejor defensa. Y, seamos sinceros, sé que en el fondo amas el factor sorpresa. 

   —Bueno, bueno. ¿Hasta qué año esperaremos? —La voz de Damon, al otro lado de la línea, me saca una sonrisa. Este chico me cae bien. 

   —Silencio, demonios —gruñes. 

Tomo el radio y hablo: 

   —Ja. Nunca pensé que lo diría, pero el chico tiene razón, Cuervo —Llevamos más de media hora quietos en la misma posición. No sé qué demonios esperas. ¿Es por la horda? ¿Te parece demasiado amenazante? Cualquiera diría que estás asustado. 

Pero «miedo» es una palabra que no está en tu diccionario. 

   —Entremos ahora. 

   —No, Damon, espera un poco más. Maldición… sabía que debíamos traer refuerzos.

   —¿Perdón? 

   —Sí, ¿qué diablos dices? ¿Crees que conmigo no será suficiente? —gruñí. 

   —No, lo que estoy diciendo es…

 

   —¡Voy a salir! —A mi izquierda, el idiota aprendiz de cazador con el que te has encariñado durante el último tiempo, deja su puesto y se adelanta hacia la fábrica. 

   —¡No! —te oigo gritar y suelto una risa—. No te preocupes, imbécil. Yo me encargo de él. 

   —Eso te pasa por adoptarlo —digo, cuando pierdo a ambos de mi vista. Se han metido en un callejón que no logro alcanzar. 

   —¡No he adoptado a nadie, carajo! 

Escucho disparos. 

   —No hagan tanto ruido, idiotas —No obtengo respuesta de ninguno—. ¿Cuervo? 

En ese momento veo a una horda entrar al callejón. Diría que tengo un mal presentimiento, pero con los años me he olvidado cómo es aquella sensación. Escucho más disparos y, entonces, no oigo nada más. 

Nada de nada. 

Sólo los gruñidos de los infectados. 

   —¿Cuervo? —No contestas. Y todo parece empeorar un poco más, porque veo a más zombies aproximándose. Tengo que moverme; me deslizo entre los esqueletos de los coches que, luego de años de abandono, lluvias y viento, no son más que una masa de chatarra a medio destruir. ¿Lo entiendes ahora, ¿no? Esto es lo malo de planificar un ataque: siempre está la posibilidad de que todo se vaya a la mierda. 

Me dirijo hacia el camión que hemos dejado estacionado a dos o tres cuadras más allá. Tardo veinte minutos, quizás más, en llegar, porque estamos en «zona cero» y si hay un lugar peligroso en esta ciudad de porquería, es éste. La idea original era entrar silenciosamente a la fábrica de armas, pero probablemente tú y tu cazador necesiten un aventón de emergencia, por lo que me estoy adelantando. 

Pero como dije: estamos en «zona cero». 

Y aquí nada resulta como se quiere. 

Hay un grupo delante de mí. Desenfundo mi cuchillo y los cuento mentalmente: son veintidós y parece que no me han visto, pero eso no dudará demasiado. He sido ruidoso, van a descubrirme. 

Disfruto de uno o dos segundos de silencio antes de que uno me note, voltee hacia mí y suelte un grito para avisar a todos los demás. 

Corro hacia mi izquierda para refugiarme en los coches abandonados. Debo llegar al camión, pero para eso tengo que atravesar toda la horda. Dos me alcanzan y se abalanzan sobre mí; le atravieso la frente al primero y al segundo lo embisto contra una muralla; una, dos, tres y las veces que sean necesarias para que su cabeza reviente. Me muevo otra vez, esa es la base para sobrevivir en un lugar como este: nunca debes quedarte quieto. 

Soy yo el que avanza hacia los próximos dos que veo, y repito el proceso con ellos también; una embestida, otra puñalada. A veces soy metódico, sí. Creo que tú me has enseñado eso. Vuelvo a hacerlo una vez más antes de que el resto se acumule y me rodee. Estoy atrapado sobre el techo de un coche, y entonces escucho: 

   —¿Scorpion? —Tu voz apenas se escucha, pero la reconozco—. Damon y yo acabamos de llegar a la fa...ca —La comunicación se entrecorta un poco y cojo el radio para contestar. 

   —¡Denme un respiro, chicos! —digo, mientras mi mano desenfunda el revólver sin dudar—. Estoy un poco ocupado ahora. Entren a la fábrica… —tres de ellos logran escalar y se me plantan en frente. Esquivo a uno que se lanza a morderme, pero al otro debo dispararle—. ¡Ah, estos malditos zombies hijos de puta! —No hay tiempo, dejo el comunicador en el bolsillo trasero de mi pantalón y sigo disparando—. Cabrones… —Ya no hay vuelta atrás. Vacío el cargador dos veces, mientras corro como un cobarde hacia el camión. Ellos me siguen y gruñen tras de mí, escucho sus pasos y cómo se chocan los unos a los otros por alcanzarme. Mientras huyo, cargo el arma una vez más y la vuelvo a vaciar. 

Cierro la puerta del camión y le arranco la mano a uno de ellos en el proceso. Me dejo caer en el asiento de conductor y respiro, porque la carrera me ha dejado sin aliento. 

No me inmuto cuando uno de los que han quedado vivos salta sobre el capó e intenta romperlo. Pero no lo hará, estoy seguro. 

Dejo los pies sobre el manubrio, meto un CD en la radio y enciendo un cigarrillo. Te molesta que fume dentro del coche, pero no estás aquí ahora, así que lo disfruto sin culpas, mientras el grupo de zombies se amontona alrededor de mí. 

Calo profundo y le subo el volumen. Quizás eso lo atraerá más, pero tampoco me importa demasiado. Estoy seguro aquí. 

Meto la mano en la guantera y saco una botella de vodka. Si hay algo que nunca falta en nuestros viajes, eso es el alcohol. Y tenemos de sobra. Hace un poco de frío y un trago me vendría bien, así que doy un sorbo, y luego otro, y otro.

Voy por la mitad de la botella cuando escucho una explosión. 

Y tengo algo así como un mal presentimiento. 

Enciendo el motor y me pongo en marcha. No, no es un mal presentimiento, sé que ha ocurrido algo malo. Tus planes se han ido a la mierda otra vez y quizás me necesites. Acelero cuando, a lo lejos, noto humo saliendo de entre los edificios abandonados. 

Y, si mi mapeo mental no falla, es la fábrica la que está en llamas.  

Los infectados, que se habían aferrado al camión como polillas sobre una lámpara, vuelan cuando asciendo la velocidad hasta llegar a los setenta kilómetros por hora. No es fácil maniobrar a este bebé, pero siempre me he considerado un buen conductor. 

Le doy otro trago a la botella y le hablo al radio. 

   —¿Cuervo? —pregunto. 

   —¡Scorpion! —No te escuchas muy tranquilo. 

   —¿Me oyes? 

   —¡Necesitamos refuerzos! —gritas. Demonios, no. No estás tranquilo—. ¡Nos encontramos con unos bastardos en la fábrica, uno de ellos inició un incendio y ahora Damon está atrapado dentro! 

«Mierda, ese chico de nuevo….»

Siento caos cerca; más zombies, más calor en el ambiente —aunque esto probablemente se deba al alcohol—, y más «espesor» en el aire. 

   —Pero… —dudo, con el radio contra mi boca—. ¿Tú estás bien? 

   —¡Necesitamos ayuda! —parece que me estás rogando—. ¡Ahora, Scorpion! 

Sonrío. 

   —Tus deseos son órdenes, Pajarito. 

 

*    *    *   

 

El calor me quema la garganta y no, sé que esta vez no es por el vodka. Despierto con la cabeza apoyada contra el volante del camión y un rastro de sangre en mis labios. La bocina está sonando por la presión de mi frente, así que me aparto para que deje de hacerlo o el ruido me partirá el cerebro. 

Hay humo y escombros en todas partes.

Y entonces recuerdo que acabo de estrellarme contra la puerta de la fábrica. 

Te veo aparecer afuera y pareces enojado. Me gritas, pero no logro escucharte. Haces gestos para que mire el suelo. Y veo a Damon tirado. 

«¿Lo he atropellado?», por unos segundos la idea me alarma un poco. Era un buen chico, a pesar de todo. Tenía buena puntería y peleaba muy bien. 

Pero el cabrón se levanta. 

Y parece que vas a saltar de alegría. 

La música sigue sonando dentro del coche y le bajo el volumen, porque todavía me duele la cabeza. Le doy los últimos tres tragos a la botella para aplacar el dolor y los invito a entrar. Primero entra él, con la cara negra por el humo y un raspón en la mejilla, y luego tú; agitado por el cansancio y salpicado en mierda de zombie. 

Me pongo duro de sólo oírte jadear. 

   —¡Casi lo matas! —me gritas, mientras cierras la puerta—. ¿¡Tenías que ser tan brusco para entrar!? 

   —Tú pediste que tirara la puerta —me rio. Tienes el rostro fruncido y la boca apretada, y parece que dirás algo más, pero entonces volteas hacia Damon y le gruñes, sólo como le gruñes a tus hombres. 

   —¡Y tú! —Joder, estás muy enojado—. ¿¡Podrías dejar de intentar morir al menos por cinco minutos!? ¡Esta ya es la séptima vez! 

   —¿Siete? —intervengo—. ¿Se ha salvado siete veces? 

   —Sí —Por fin sientas en el copiloto y puedo echar a andar el motor nuevamente—. Este bastardo tiene suerte —doy marcha atrás para salir y entonces miras a tu alrededor—. ¿Qué hora es? —preguntas. 

   —Tarde —contesta Damon y suspira—. Al menos tenemos algunas armas —Y, dicho esto, extiende otra botella hacia ti. 

Me miras y luego te fijas en la botella de vodka vacía. 

   —Alguien ha comenzado la fiesta sin nosotros. 

   —Y está un poco mareado para seguir manejando —Es mentira, pero estoy cansado—. Quedémonos en algún sitio. 

«Algún sitio» puede ser cualquier parte y, en este caso, escogimos un viejo almacén vacío en el que seguimos bebiendo. Tu pequeño cazador ha desaparecido desde hace un buen rato y yo voy por mi quinta botella, si no me equivoco. 

Te veo tambalear de aquí para allá. Casi parece que bailas. Y nunca te lo he dicho, pero me encanta verte bailar. 

Me pongo de pie y te sigo cuando desapareces de mi campo de visión. Estamos en noche cerrada y ninguno de los tres revisó muy a fondo este lugar, por lo que podrían haber infectados. Sigo el sonido de tus pisadas. Con los años, el repiqueteo de tus botas se me ha hecho inconfundible. Te atrapo antes de que te dejes caer sobre una muralla. 

Te abrazo por la espalda para sujetarte y tú pegas tu trasero a mí. Me has dado una señal y eso es todo lo que necesito. Todavía hueles a sudor y eso me gusta todavía más. Te volteo hacia mí, envuelvo tu cintura y te guío hacia alguna parte. Busco un lugar más cerrado y privado. Un lugar donde pueda destruirte. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntas entre balbuceos apenas entendibles. Idiota, no actúes como si no lo supieras. Te dejas arrastrar por mí, en medio de la oscuridad absoluta, sin oponer resistencia alguna. Y lo agradezco, porque siento los brazos como gelatina; torpes y débiles. El alcohol y la batalla de hoy me han pegado duro y quizá no tengo las fuerzas que me gustaría ahora mismo.  

Me golpeo la rodilla con un mueble y tambaleamos para no tropezar. Entonces te ríes y yo te sigo. A veces, y sólo en ocasiones como esta, tu risa se me hace melodiosa y contagiosa. 

   —Oye… —dices en voz baja. Tu respiración está muy cerca; la siento golpear contra mis labios y eso dispara en mí la necesidad de devorarte. Quiero succionar esa piel y morderla hasta dejar rastros, quiero oír ese aliento agitado y a punto de detenerse. Quiero sentir tu cuello entre mis dedos y tus manos aferrándose a mi espalda para recuperar el aire. Ya no puedo soportarlo más y, sin querer controlarlo tampoco, te empujo para hacerte caer ahí dónde estás—. ¡C-Cuidado, idio…! — parece que vas a gritar, pero entonces me monto sobre ti y sostengo tu rostro. Eso te silencia y, por un momento, me parece que puedo ver tu ojo brillando en la oscuridad. Deslizo el pulgar por tu mejilla y tiemblas bajo mi cuerpo. 

   —Eres tan jodidamente fácil —me burlo. No contestas, porque de seguro estás de acuerdo conmigo. Pareces confirmarlo cuando me envuelves con tus piernas y me acercas más a ti—. Puta —susurro contra tu piel. 

Y gimes ante mi ofensa; tu voz se escucha suave y retumba en mis oídos hasta hacerme temblar. Te quito la chaqueta mientras lamo tu cuello y te desvisto en medio de insultos que sé, muy en el fondo, amas. Te encanta que te recuerde la basura que eres, que enaltezca tus defectos y resalte tus errores.

Me detengo durante un par de segundos a forcejear con la hebilla de cinturón. 

«Joder, cómo lo odio.»

Tus manos son muy hábiles y hacen el trabajo también. Metes los dedos bajo mi sudadera y, tal y como lo has hecho un millón de veces, me la quitas sin que siquiera la sienta rozar contra mi piel.

No me lleva más de dos minutos tenerte en cuerpo entero. Está oscuro, apenas logra entrar uno que otro rayo de luna que se cuela bajo la rendija o a través de los espacios que la madera mal clavada ha dejado en la ventana, pero eso no me detiene. No necesito verte cuando puedo tocarte. Deslizo mis manos por tus piernas duras y planto mis dedos en tu cadera, sólo para sentir cómo te retuerces. 

«Sólo te estás imaginando lo que estoy a punto de hacerte y eso te mata de deseo»

No estoy acostumbrado a hacerlo, pero me tomo mi tiempo para recorrerte. El tacto con tu pecho se siente áspero debido las cicatrices y el relieve que sigue un camino por tu cuello hasta tu rostro. Las viejas heridas parecen formar un mapa en el que es muy fácil perderse. Esa es la principal razón por la que no suelo seguirlo. 

Entro en ti cuando mis manos envuelven tu garganta. Entonces intentas gritar, pero la voz no te sale. Y nunca te lo diré, pero adoro el sonido agónico que sale de tus labios cada vez que lo hago. Te tomo como siempre; dándote todo sin preguntar nada. Pero te gusta, lo sé, porque a medida que me hundo en ti, más pareces disfrutarlo. Tu respiración se acelera y ya no es por la asfixia, porque ahora es mi boca la que está en tu cuello que muerdo y lamo a gusto. Y es que eres delicioso, Branwen. 

   —M-Más —gimes cuando te jalo del cabello y clavo las uñas en tus costillas—. Scorpion… —Mi nombre escapa de tu boca como un suspiro, y eso me calienta, porque la voz te tiembla al pronunciarme y tus piernas se estremecen al tenerme—. Mmm… —salgo para darte la vuelta.

Y entonces escucho algo. 

    —Silencio, pajarito —susurro. Tú obedeces y te quedas quieto, con el culo rozando en mi entrepierna—. Shhh… —he visto algo que se ha movido en la oscuridad y lo busco en la habitación. Intento recordar cómo era el lugar antes de verlo y, justo en la esquina, la negrura se vuelve más espesa. 

Sin ser demasiado delicado, te estampo la cabeza contra el suelo. Gruñes, pero no dices nada más. Juego con tus nalgas y me froto entre ellas para que te mantengas así; callado y expectante. Y le hago un gesto a la figura que está a unos metros de mí. 

«Acércate…», le quiero decir. Sé que nos está viendo. Pero no obtengo respuesta. Debe estar aterrado. 

Alcanzo mi sudadera y te cubro la vista con ella. La oscuridad debería ser suficiente, pero con los años no hemos acostumbrado a ella y no quiero que veas absolutamente nada. Aprieto fuerte en un nudo tras tu nuca, para que no caiga, y sonrío ante mi ocurrencia.

   —¿Qué demonios? —preguntas, pero detecto un rastro de risa en tu voz. Lo disfrutas.

   —Quiero ir más allá —te contesto. Te hablo a ti y a esa sombra que nos observa; estoy a punto de darle una razón para moverse. Sin avisar, introduzco mis dedos en ti y entonces te retuerces y gimes entrecortadamente. Tu voz es deliciosa y no hay nadie que se resista a ella. 

«Él tampoco lo hará».

«Acércate», le digo en un gesto, por segunda vez. Él se mueve, seguramente hipnotizado por el placer que transmites, y se planta delante de ambos. No lo ves, pero yo sí; sabía que era él incluso antes de reconocerlo. He notado cómo te mira este chico y la forma en la que sus ojos deslumbran cada vez que te mueves alrededor de él. Voy a darle en el gusto.   

   —Quítate eso… —le ordeno. 

   —¿Qué? —preguntas. 

   —¡Silencio! —quito mis dedos, para entrar en ti otra vez y follarte más duro que antes. Siete, así es el apodo que acabo de inventarle, observa la acción como embelesado y hasta me parece oírlo bufar. Se desviste sin despegarte los ojos de encima y, si hubiera más luz en la habitación, estoy seguro de que le vería sonrojarse cada vez que gimes más alto. 

Abro la boca y me paso la lengua por los labios cuando noto que me mira, para provocarlo aún más. Y también lo veo fijamente; su imagen me agrada, más de lo que debería. 

Levanto tu cabeza y te abro la boca con los dedos. No es una invitación para ti, sino para él. Siete parece entenderlo y se arrodilla delante de tus labios. Suelto una risa, porque tu sigues gimiendo ante mis cogidas y ni cuenta te has dado de su presencia. Te empujo con más fuerza y tu cuerpo se mueve hacia adelante. Entonces sueltas un sonido, como una arcada, cuando él te obliga a tragarle la polla. Intentas apartarte y me parece que estás confundido, así que me inclino sobre ti, busco tu oído y susurro: 

   —Tranquilo, Branwen —te digo, lo más suave que el calor que hay dentro de ti me permite—. Es sólo Siete. 

No te has enterado de su apodo, pero aun así lo captas. Entonces cedes y te dejas follar por ambos. Lo que le sigue es toda una experiencia; me aferro a tus caderas como si fueran la única cosa firme en mi suelo y te doy con todo lo que me dan los músculos. La forma en la que tu cuerpo se sacude hacia el frente afecta a tu joven cazador y, mientras más duro te embisto, más profundo lo devoras, tan hambriento que me sorprendes un poco. Él y tú gimen extasiados por esta locura que no comprendo del todo, y por la cual sólo me estoy dejando arrastrar, y yo araño tu espalda, para intensificar el sonido de tu voz y hundirme en el placer que ambos comparten. Y entonces un pensamiento me llena la cabeza: 

«Eres delicioso incluso cuando alguien más te está disfrutando». 

«Pero sólo yo tendré el último bocado de ti». 

La sola idea me lleva al límite. Puedo compartirte, pero sólo hasta cierto punto. Puedo «prestarte» y puedes creer pertenecerle a alguien más. Te daré ese derecho, Branwen. Puedes perderte en la fantasía de que no me perteneces por completo. 

Pero, al final del día, soy yo quien decide eso. 

Tu voz es una delicia. Estás agitado, pero apenas puedes respirar con Siete en tu garganta. Sueltas gemidos entrecortados y todo tu cuerpo está temblando; tus piernas, tus rodillas, tu abdomen, que se estremece entre mis manos, y hasta tus muñecas. Parece que vas a colapsar en cualquier momento y pensar en ello me vuelve loco. Me acerco a tu hombro, para morderlo, apartar un poco la venda que te cubre e insinuarme en tu oído. Y tú lo disfrutas, como siempre, pero ahora todavía más. Lo sé en ese momento: también estás a punto de perder la razón. 

Lo confirmo cuando, en un gesto arrebatado, te apartas de tu cazador y te alzas para alcanzar su boca. Ambos se besan y, aunque la imagen me molesta un poco, me excita ver cómo pareces alimentarte de sus labios. Te apartas de él, tan sorpresivamente como lo atacaste, y volteas tu rostro hacia mí. Me devoras, me envuelves con tu lengua y por unos segundos me olvido de que hay un tercero con nosotros. Eso sólo hasta que te mueves y noto que has comenzado a masturbarlo. Él te sigue, justo como lo ha hecho hasta ahora, y te envuelve para imitarte. Ambos se dan placer mutuo, mientras tú sigues en mi boca; gimes contra mis labios y te empujas contra mí para hacerme despertar del sueño en el que me has metido. 

Mientras te derrites en mis labios y yo dentro de ti, estiro un brazo para alcanzar el rostro de Damon. Él me ve, con la mirada ardiente y la respiración jadeante, y engulle uno de mis dedos. Lo succiona, lo lame y lo muerde. 

Siento la electricidad del orgasmo que está a punto de tocar, y entonces te follo más fuerte, para que tú también la alcances. Siempre intento hacerte llegar primero, pero el que gana la carrera es él; Damon se corre con tu mano alrededor de su entrepierna y la mía dentro de sus labios. No pasa demasiado tiempo para sentirte a ti, estremeciéndote entre mis piernas. Y entonces yo también me dejo llevar; mi cuerpo tiembla, víctima de un solo escalofrío, y tú pareces anclarte a mí, para recibirme entero. 

Por varios minutos lo único que puede oírse son tres respiraciones que luchan por volver a la normalidad. Tú te desvaneces, cansado como nunca te había visto, y te dejas caer contra mi pecho. En tres minutos ya estás dormido. 

Y sólo quedamos él y yo; uno frente al otro y sólo tú en medio.  

   —Yo… —Damon parece querer hablar. 

   —Escúchame, Siete —le interrumpo. Él calla. 

   —¿Sie…? ¿S-Sí? 

Le doy un golpecito en la misma mejilla que había acariciado hace minutos atrás. 

   —Si te atreves a acercarte a él otra vez, voy a golpearte en la cara tan fuerte que querrás besarme después. ¿Entiendes? —le amenazo. 

   —¿Qué…? 

   —Estoy diciendo que no habrá una octava vez, Siete —Él lo duda y se remueve incómodo en su sitio, pero al cabo de unos segundos, dice. 

   —Vale, lo pillo. 

Ya te he compartido, él ya te ha probado. 

«Pero el que tendrá el último trozo de ti siempre seré yo».

Se necesitan más de siete vidas para tenerte por completo. 

   

Notas finales:

¡Apuesto a que no se lo esperaban! 7w7 

 

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

 

¡Saludos! 


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