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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Hola, gente! 

Lamento mucho la tardanza. No tengo excusas que darles, sólo informarles que desde ahora las actualizaciones serán 1 vez al mes (quizás dos veces al mes, pero eso será extraño) Resulta que, aprovechándome de una beca que me dieron, comencé a estudiar mi segunda carrera... y los horarios son horribles; desde 8 de la mañana hasta 6, 7 de la tarde y sólo tengo libres los viernes, que los uso para trabajar. Es una carrera del área de salud (Preparación física, que es... en pocas palabras, una carrera que te enseña a ser personal trainner xD) y eso implica mucho físico y estoy utilizando el 80% de mi tiempo libre a entrenar. Así que las actus se están haciendo difíciles. 

Ni loca lo dejo, si es lo que se preguntan. No, ni loca. Ahora estamos en la mejor parte. Pero sean pacientes y estén atentos a la página de facebook. 

Ahora, sobre el capítulo; es un capítulo largo, muy largo, donde verán lindas facetas de algunos personajes y otras muy terribles de otros :( Así que sì, es de alto impacto xD espero que lo disfruten. 

Abrazos para todos :3 

Capítulo 46






   —¡No te desmayes ahora, Reed! —Terence intentó mantenerme despierto. A pesar de sus palabras y de que sabía que él estaba preocupado por mí, su voz no decía lo mismo. Él estaba riendo, estaba riendo como un loco—. ¡Por favor! —Sus manos aferradas a mi espalda, su boca tan, tan cerca de la mía y el aire golpeando brutalmente contra mí nuca me obligó a espabilar un poco más—. No puedes perderte esto —sonrió. Y yo intenté sonreír de vuelta. Estábamos volando—. ¡Jodeeer! ¡Me hace cosquillas! —rio, más fuerte. Yo también sentí el hormigueo en mi estómago y me esforcé por mantenerme despierto. Él tenía razón, no podía perderme esto. Definitivamente.

Y es que estas oportunidades se dan muy pocas veces en la vida.

Me aferré un poco más a Terence cuando di un vistazo hacia abajo, como si nuestros cuerpos pudiesen estar aún más unidos con todos esos cinturones y seguros que me amarraban a él. Sí, estábamos volando. Nos habíamos estado deslizando por cables que recorrían metros y metros entre edificios, y por el que nos movíamos ahora no parecía tener fin. Los recuerdos de cómo llegué ahí eran borrosos, lo único que sabía es que ahora mismo estaba con mis piernas cruzando su espalda, “sentado” de alguna forma sobre el regazo de Terence que también estaba en una posición que se asemejaba a la de estar sentado. No podía moverme, las personas que me habían subido aquí habían hecho un gran trabajo sujetándome a él, y tampoco quería hacerlo. Supuse que mi herida que parecía estar secándose a través de las improvisadas vendas al viento dolería más si realizaba cualquier movimiento.

 

    —¿No le tenías miedo a las alturas? —pregunté apenas, apoyando mi cabeza contra su hombro, inspirando profundamente el olor de su cabello y viendo rápidamente el paisaje pasar. Las calles y el desastre de la ciudad no se veían tan horribles si lo mirabas desde arriba. Incluso el panorama me pareció lindo; la vegetación invadiendo los edificios, los pequeños bosques que se extendían hasta las avenidas, los pájaros volando cerca de nosotros. Todo eso era algo que nunca había visto. Y era maravilloso.

 

   —Los miedos están para vencerlos, Reed.

 

«Algún día venceré los míos». Pensé, pero en vez de decir eso, dije:

 

   —El paisaje es precioso.

 

Su respuesta, fue una risita baja.

 

    —Disfrútalo entonces, que está a punto de acabarse —miré otra vez hacia abajo, el panorama comenzaba a cambiar; las calles se volvieron más oscuras, los edificios más destrozados y el grupo de muertos que deambulaba abajo pareció aumentar su número drásticamente. ¿Por qué parecía que nos dirigíamos al mismísimo infierno?

 

   —¿D-Dónde estamos? —balbuceé.

 

   —No sé —Terence me abrazó más fuerte, como si quisiese mantenerme más seguro aún—. Pero los hombres que nos subieron acá dijeron algo de que nos llevarían con “La Resistencia”, aunque no entiendo por qué eligieron un lugar tan feo y peligroso para vivir.

 

   —Está lleno de muertos.

 

   —Sí, pero mira —apartó de mí una de sus manos para apuntar a algún lugar y yo cerré los ojos con fuerza, ante la estúpida ilusión de creer que sin su agarre caería en caída libre. Al recordar todos los cinturones y darme cuenta que nada ocurría, volví a abrirlos—. Está lleno de barreras. Hay un muro gigante ahí…, y ahí también—La mirada de Terence quedo fija  sobre una especie de fortaleza, un asentamiento que parecía levantarse de las cenizas que habían dejado ríos de muerte y destrucción—. Este lugar es…

 

    —Parece una base militar —interrumpí—. ¿Existía un lugar como este en medio de tanto caos?

 

   —No… —Terence parecía pasmado, seguramente el sitio le asombró mucho—. No sé. Este lugar…  —reaccionó cuando cruzamos la muralla más grande, desvió la mirada y me sujetó con más fuerza aún—. Atento. Vamos a aterrizar.

 

Me reí. Cómo si pudiera hacer algo en la situación en la que estaba.

 

Unos brazos nos recibieron,  más suavemente de lo que pude haber imaginado y un montón de gente nos rodeó. Estaba lleno de personas ahí, muchos de ellos armados, pero ninguno apuntándonos.

 

   —¡Asegurados! ¡Uno de ellos tiene una herida profunda!

 

Sentí como lentamente las correas y cinturones que mantenían a Terence y a mí unidos comenzaban a ser soltadas una a una, pero yo no dejé de abrazarle hasta que la última estuvo en el suelo e incluso un poco después de eso no le solté. La cantidad de personas que había ahí era intimidante.

 

   —¿Estás bien? —Un chico delgado y de cabello castaño con visibles rasgos orientales se nos acercó, hablándonos en un inglés demasiado correcto para pertenecer a este país—. ¿Eso es una mordida?

 

   —No, no es lo que tú crees —contestó aceleradamente Terence y se posicionó delante de mí, para protegerme—. Es decir, sí es una mordida, pero a él no le hace daño.

 

   —¿No le hace daño? —El chico encarnó una ceja—. ¿Me estás jodiendo, verdad? ¿Cómo llegaron aquí?

 

   —Ese chico… —Terence elevó las manos sobre su cabeza, en son de paz—. Teo dijo que lo explicaría todo al llegar. Viene un poco más atrás. Nos envió primero para que trataran su herida —Se refería a mí.

 

El chico sonrió. Tenía una sonrisa tierna, que endulzaba su rostro aún más de lo que ya era, haciéndole parecer casi una chica. —Bien —dijo—. Si Teo los envió aquí debe ser por una buena razón —rodeó a Terence que seguía quieto como una roca, levantando las manos, y me habló directamente—. ¿Puedes caminar por tu cuenta, no? ¿No vas a desmayarte?

 

Asentí con la cabeza.

 

   —Estoy bien —dije. Pero era mentira. No sabía cuánta sangre había perdido, ni por qué estaba tan cansado. Lo único que sabía es que estaba a punto de caer al suelo, pero no iba a demostrar debilidad ante extraños.

 

   —Bien, síganme los dos. Los llevaré con Morgan.

 

Terence me ofreció su hombro para andar. No dudé en aceptarlo.

 

   —¿Es mi idea, o he oído el nombre Morgan antes? —preguntó.

 

   —Scorpion lo mencionó hace un rato… —contesté—. Y Aiden también lo hizo una vez, en la isla… —agregué, comenzando a hacer memoria—. ¡Dios santo! —exclamé.

 

   —¿Qué? ¿Qué pasó?

 

   —Morgan es la persona que Aiden vino a buscar a esta ciudad —dije, en un escalofrío de repentina alegría que me recorrió de pies a cabeza y me inyectó nueva dosis de energía. Terence se detuvo y por consecuencia, yo también.

 

   —Tienes que estar bromeando —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja adornándole el rostro—. ¿Estás seguro?

 

   —Completamente.

 

Me abrazó de pronto y la exaltación con la que lo hizo dolió en mi hombro herido y en todo mi cuerpo, pero no me quejé. Entendía perfectamente lo que sentía, yo estaba experimentando exactamente la misma felicidad.

 

Habíamos llegado a nuestro destino. Por fin, después de tanto tiempo.

 

   —¡Eh! —El chico oriental nos gritó desde más adelante—. ¿¡Qué están haciendo ahí parados!? ¡Apresúrense! ¡Debo atender al resto! ¡No tengo todo el día!

 

Le tomé la mano a Terence, aprovechando la nueva energía que me había dado este descubrimiento. Él soltó una risita a mi lado.

 

   —¿No te parece una chica adorable? —me dijo. Le di un codazo, con toda la fuerza que fui capaz de reunir—. ¡Ay! ¿Qué te pasa?

 

   —Es un chico, pelirrojo tonto.

 

  —Tienes que estar bromeando.

 

En ese momento, Ethan aterrizó sobre la azotea en la que estábamos y segundos más tarde le siguió Aiden. No sé qué pasó con ellos luego de eso, porque ya habíamos llegado a las escaleras para comenzar a bajar. Sólo le oí gritar a Aiden, con una mezcla entre entusiasmo y asombro en su tono que jamás había oído en su voz:

 

   —Yo conozco este lugar.

 

Suspiré, mis músculos se relajaron y me sentí seguro otra vez porque supe que habíamos llegado, que habíamos encontrado nuestro Dorado, ese lugar en el que nos habíamos embarcado en su búsqueda y por el que habíamos pasado muchos infiernos para alcanzar. No sabía qué pasaría conmigo ahora, pero podía estar tranquilo. Sea lo que fuese que viniese de ahora en adelante, sería para bien.

 

   —Reed… —La voz de Terence llegó a mí, lejana, a pesar de que caminaba a mi lado—. ¿Qué pasa? —Los escalones que pisaba tambalearon, se expandieron y se contrajeron a una velocidad pasmosa frente a mis ojos y el suelo se abrió, como en una pesadilla. Perdí el sentido del equilibrio y mi vista se nubló—. ¡Reed!

 

Todo se volvió oscuro.

 


 

 

 

                                                                                        (*    *   *)

 

 

 

Me costó volver a ver la luz nuevamente. Primero, sentí el cansancio acumulado de días, noches y semanas enteras en las que no me había detenido un sólo segundo, en las que había dormido con un ojo abierto y en las que mi cuerpo no había tenido tiempo de analizar sus heridas y lesiones. Segundo y como era de esperarse, todos mis músculos ardieron, acalambrándose al mismo tiempo y obligándome a despertar. Pero antes de abrir los ojos intenté enfocarme y concentrarme en el dolor de mi última herida que invadía todo mi hombro, pero no de la forma en la que esperaba. Dolía menos, era un dolor controlado y soportable, un dolor punzante, pero estático, mantenido en el tiempo. Era un dolor al que eventualmente iba a acostumbrarme.

 

Supe en ese momento que estaba mejor.

 

   —Ya despertaste, tigre —Una voz conocida me obligó a abrir los ojos y una luz cegadora en el techo me obligó a cerrarlos nuevamente y  parpadear para acostumbrarme a ella—. No te esfuerces mucho, ¿está bien? —volví a abrirlos. Jesse estaba sentado en una silla al costado de la cama en la que yo estaba arropado como una oruga. Ni siquiera mi madre me cubría tanto durante las noches de invierno—. Tómalo con calma, iré a avisar que despertaste —se levantó y caminó hacia la puerta. No sé si era efecto de la intensa luz de la habitación, pero él lucía glorioso hoy; traía el cabello, limpio y brillante, suelto por los hombros y ropa nueva. Su cara estaba limpia también y olía a jabón—. Ah, antes que me olvide. Aiden me contó hace un rato que  Ada y Lancer están con una tal “Viuda”. No sé quién es, pero al parecer es una aliada.

 

Mi cuerpo se estremeció por dos razones; si él estaba desarmado y tan calmado era porque estábamos realmente seguros en este lugar y Ada también lo estaba. No sabía quién era Viuda, pero si Aiden decía que era de las buenas entonces podía estar tranquilo. Mis músculos ardieron un poco más cuando un escalofrío de pura satisfacción me recorrió de pies a cabeza.

 

   —Pareces un ángel, Jesse —balbuceé como respuesta, sin saber qué más decirle. Gabriel era el Arcángel mensajero en la biblia, ése que se encargaba de dar las buenas noticias. Si Gabriel existió alguna vez, de seguro lucía como Jesse. 

 

   —Qué cosas dices, Reed —rio él, antes de salir de la habitación y cerrar la puerta.

 

Me quedé solo, en una habitación de paredes blancas y suelo que olía a limón, recostado sobre una cama de hospital, con una venda en mi hombro y parches sobre otras partes de mi cuerpo. Había tres camas en la misma habitación. ¿Esta gente tenía hospitales en su refugio? ¿En qué lugar estábamos, exactamente?

 

Oí la carrera de pasos acercándose.

 

   —¡Reed! —Terence abrió la puerta estrepitosamente—. ¡Dios, Reed! —caminó rápido hacia mí y yo me enderecé y me senté sobre la cama para recibirlo en un abrazo. El aroma a césped húmedo de su pelo estaba parcialmente cubierto con otro aroma más fuerte, manzanilla, quizás—. ¿Cuándo pararás de asustarme de esta forma? —se quejó contra mi hombro.

 

   —Lo siento… —dije, medio riéndome. La idea de verle tan preocupado me hizo gracia por alguna razón—. Pero creo que ya estoy mejor.

 

   —¡Gracias al cielo! —Ethan entró en la habitación alzando los brazos de forma dramática y tras él entraron Aiden y otra persona que no conocía; un hombre calvo, de unos cuarenta y tantos y de piel oscura. No tuve que preguntar quién era, por algún motivo ya lo sabía. Debía ser Morgan—. Creí que Morgan te había secado por dentro… —Ethan se nos acercó cuando Terence y yo nos separamos y tomó asiento en la silla que estaba a mi lado. Acercó su mano a mi rostro y pellizcó mi mejilla—. Él tiene la manía de drenar a la gente, pero no es una mala persona.

 

   —¿M-Me sacaron sangre? —balbuceé, algo confundido.

 

   —No lo asustes, Ethan —se burló Aiden.

 

El hombre que estaba con ellos me sonrió cuando ambos cruzamos una mirada. —Está exagerando —me guiñó un ojo—. Sólo tomé una muestra —se acercó a la cama también, con pasos lentos y firmes que resonaron en toda la habitación—. Soy Morgan, el médico de La Resistencia. Sé que puede sonar algo apresurado, pero necesito hacerte unas preguntas.

 

   —Antes de eso, Morgan… —Cuervo apareció bajo el umbral de la puerta. Vestía unos jeans que le quedaban anchos y que apenas eran sujetos por un cinturón a la altura de sus caderas, una camiseta blanca manga larga y sin cuello y unas converse rojas, demasiado diferente a sus clásicas botas militares y a la oscura ropa con la que solía vestir. Su cabello seguía cayendo suelto por sus hombros como la última vez que lo vi, sólo que ahora estaba limpio y él se veía mucho más descansado que la última vez. Las ojeras en su rostro habían desaparecido y el color había vuelto a sus mejillas. Estaba muy, muy distinto.

 

   —Ah, tú también despertaste —comentó Morgan, volteándose hacia él.

 

   —¿Cuánto me hiciste dormir?

 

   —Yo no hice nada, tú caíste rendido apenas entraste a este lugar… —lo miró a él y luego me miró a mí—. No puedo imaginar por todo lo que han tenido que pasar para dormir durante día y medio.

 

Cuervo y yo cruzamos una mirada. Sólo nosotros sabíamos por lo que habíamos pasado.

 

   —¿Casi dos días? —preguntó y miró alrededor—. ¿Dónde está Scorpion? Supongo que no ha hablado contigo.

 

   —Hubo un pequeño inconveniente en una de nuestras murallas. Un derrumbe… —contestó Morgan—. Nos avisaron de él mientras ustedes llegaban. Tuvimos que improvisar. Scorpion se ofreció a ayudar junto a un grupo de sus hombres. Deben estar por volver, las reparaciones no suelen tardar más de dos días. Yü y Teo los están comandando.

 

   —E-Él… —Cuervo tartamudeó—. ¿Él se ofreció a ayudar? —No se atrevía a creerlo. Yo tampoco.

 

   —¿Él aceptó que alguien más le diera órdenes? —Ethan sonaba igual de sorprendido

 

   —¿Ese bastardo ayudando? De seguro es broma —se burló Terence.

 

   —Chicos, chicos… —La sonrisa de Morgan fue conciliadora—. A veces, la gente puede comportarse.

    —No ese maldito —siseó Aiden.

    —Estoy de acuerdo —Terence le apoyó.

    —Y yo —rio Morgan—. Pero necesitábamos manos en ese momento y él nos la ofreció. Sé que Scorpion es un bastardo desalmado y no me malentiendan… —miró directamente a Aiden y a Ethan—. Merece lo peor, pero no pude negarme en ese momento. Además está con los chicos, si él intenta una locura, de seguro ellos lo sabrán llevar correctamente. Y por llevarlo correctamente me refiero a que van a dispararle si intenta algo.

 

Cuervo estornudó.

 

   —¿Estás bien? —le preguntó Aiden.

   —Sí… —volvió a estornudar y luego se tapó la nariz y la boca con el antebrazo—. Es sólo el maldito limpiador de pisos.

   —¿Le tienes alergia a la metilisotiazolinona? —se burló Morgan.

   —No sé de qué hablas, viejo —Cuervo estornudó una tercera vez—. Lo único que sé es que ese aroma a limón va a matarme.

   —No es el aroma a limón… —replicó el médico—. Es uno de sus componentes químicos —se acercó a Cuervo y lo sacó de la habitación—. Ven, te daré un antialérgico antes de que sufras un ataque de asma. Lo necesitarás, todo está limpio en este lugar. Veámonos en el comedor, chicos.

 

   —Claro.

 

   —¡Esperen! Iré con ustedes —Terence salió tras ellos—. Hay que buscar al resto y hoy tuve la oportunidad de ver el comedor. Es grande, pero me aseguraré de guardar una mesa —se despidió con la mano de todos y salió disparado por la puerta.

 

La actitud con la que Terence salió me pareció extraña, pero no tuve tiempo de preocuparme de ella. Un tenso silencio se formó en el ambiente cuando los tres abandonaron la habitación y algo ocurrió con Ethan y Aiden; algo en sus rostros cambió, algo que yo no alcanzaba a comprender pero que sí noté. Algo que tenía que ver con la irrupción de Cuervo y con lo que le estuvo a punto de decir a Morgan y que de alguna forma, los chicos habían evitado con esa conversación casual que habíamos compartido todos.

 

Pero fue demasiado obvio como para no darse cuenta.

 

   —¿Qué pasa con esas car...? —intenté preguntar.

 

   —¿Puedes levantarte, no? —me interrumpió Aiden. Claro que podía levantarme, el dolor en mi hombro no era lo suficientemente fuerte ahora como para mantenerme tirado en la cama. Además que estaba hambriento. Me puse de pie y rechacé con un gesto el brazo que Ethan me tendió. Busqué mis zapatillas en el suelo pero no las encontré, a cambio, unas pantuflas de felpa estaban a un costado de la cama y supuse que eran para mí—. Verás… —comenzó él y nos hizo un gesto para que le siguiéramos. Caminé arrastrando los pies hacia la puerta—. El hombre que Cobra ha estado torturando por todos estos años es el desaparecido líder de La Resistencia.

 

Me detuve abruptamente bajo el umbral y tardé dos o tres segundos en procesar la nueva información y darme cuenta de la gravedad de esas palabras.

 

Sonreí. Una sonrisa nerviosa, resultado de la mezcla de sentimientos que me invadió en ese momento.

 

   —Eso significa que cuando ellos se enteren, estallará la guerra de inmediato —analicé.   

 

   —Exacto. Por eso no le habíamos dicho nada a Morgan. No sabíamos cuándo tú y Cuervo iban a despertar.

 

   —Dios… —No sabía cómo sentirme respecto a esta situación. Estaba feliz, sí, porque había tenido la oportunidad de ver la coordinación que tenía esta gente y si Cobra tenía a su líder, era innegable que ellos se unirían a nosotros. Pero eso significaba que el enfrentamiento se desataría ahora y, aunque sonara egoísta de mi parte, esta no era mi guerra y yo casi la había olvidado. La Hermandad y todo lo que ocurrió durante este tiempo me habían hecho olvidarla.
 
Pero en ese momento me di cuenta que el temido Cobra del que todos hablaban nunca había estado tan cerca como ahora.
 

Y me sentí aterrado, porque sabía lo que una guerra significaba.

 

   —Te habrás dado cuenta que Morgan ya sabe de tu condición… —prosiguió Aiden, mientras nos guiaba a todos por un pasillo parecido al de un hospital, con muchas habitaciones y otros pasillos a los costados. Pero Aiden parecía conocer perfectamente el camino. Seguramente estuvo aquí antes—. Y es muy probable que él quiera protegerte…

 

   —Estás loco. Yo iré —interrumpí. Esta no era mi guerra y no iba a serlo nunca, pero ya estaba en esto. Y no era sólo mi vida la que estaba en juego, la vida de dos personas a las que Dania apreciaba estaban en riesgo también, no me había olvidado eso. No podía mostrarme insensible ante el llamado de auxilio de mi hermana, así como no podía mostrarme insensible ante el desesperado intento por liberar a un hombre. Yo había vivido el cautiverio en carne propia, sabía lo que era el encierro, sabía cómo se sentía el ser un esclavo, en no tener el poder de decidir sobre tu propia vida. No podía negarme a eso.

 

Aiden suspiró. —Supuse que dirías eso.

 

Un ruido llamó mi atención. Una voz. Miré a los chicos que caminaban delante de mí pero ninguno pareció percatarse de ella. Ni siquiera Ethan.  

 

   —Tengo que hacer algo… —dije, deteniéndome unos metros más allá de donde había oído el ruido. Miré hacia arriba, un cartel con los símbolos universales de hombre y mujer señalizaba el camino hacia los baños. ¿Incluso tenían más de un baño en este lugar? ¿Qué era esto?

 

   —¿Del uno o del dos? —me preguntó Ethan—. Podemos esperarte.

 

   —Del dos… —mentí. Ni siquiera tenía ganas de orinar—. L-Los alcanzaré después.

 

   —Bien. La señalética que indica la dirección del comedor está al final del pasillo.

 

   —Está bien… —me metí en el pasillo que indicaba la dirección de los baños y me quedé ahí, esperando a que se fueran, con el corazón en la garganta y con unas inmensas ganas de salir corriendo de vuelta, donde había oído ese sonido. Les vi doblar al final del pasillo y me apresuré a volver sobre mis pasos, intentando no hacer demasiado ruido. Estaba seguro que la había oído, durante tan sólo un segundo. La voz de Terence, la conocía perfectamente, la tenía en mi cabeza todo el tiempo.

 

Retrocedí hasta encontrar el sector en la que la había escuchado. Había varias puertas en ese pasillo, pero estaba seguro que sabía de qué habitación la había oído salir. Me acerqué a la puerta y apoyé mí oído contra la madera:

 

   —No sé de qué me estás hablando —escuché.

 

   —Sí lo sabes… —La voz de Terence se oía enojada o frustrada. O ambas—. Cuando estábamos en el coche dijiste que me habías visto borracho una vez. No creo que me hayas visto borracho a los nueve años.

 

   —Están las historias de Facebook, amigo—bromeó la otra voz. Pegué mi rostro aún más contra la puerta. Terence debía estar hablando con Uriel.

 

   —¡Deja de mentirme! —gritó—. ¡Sé perfectamente que sabes quién soy! Y yo necesito saberlo también. 

 

   —¿Para qué?

 

   —¿Eh?

 

   —¿Para qué quieres saber quién eras antes? Tu vida está perfecta justo ahora.

 

En ese momento recordé la pequeña sesión que Terence y yo tuvimos en la guarida de Scorpion. Recordé el vagón de tren, el frío, la oscuridad, la maldad representada  en un soldado y el miedo…

   —Sólo dime quién soy… —se me erizó la piel de la nuca cuando oí el temblor en la voz de Terence, como si le estuviese rogando a Uriel para que hablara. ¿Era tan oscuro su pasado para que él no quisiese contarle? ¿Su vida estaba llena de traumas? ¿Qué era lo que Uriel quería ocultarle de sí mismo?

No oí nada dentro de la habitación por varios segundos. Y entonces, unos pasos de indecisión se escucharon, moviéndose arrítmicamente de un lado para el otro. Un pie nervioso golpeó contra el suelo tres veces y Uriel soltó un gemido de exasperación o resignación. No supe cuál de las dos emociones inundaba su voz en ese momento.

   —Bien. ¿Has oído hablar de los Lobos? —preguntó, por fin.

«…Y el miedo, representado por un lobo» Todo pareció calzar en mi cabeza entonces. Sentí mi corazón acelerándose.

   —¿L-Los lobos? —Terence no pudo evitar tartamudear, porque seguramente pensó lo mismo que yo y la idea le aterró por dentro. Un soldado, un animal… sólo conocía un concepto donde esas dos palabras podían unirse.

Mis rodillas temblaron y sentí que estaba a punto de caer.

¿Terence un cazador? No, imposible… no podía ser.

Me obligué a volver en mí mismo cuando oí una puerta abriéndose, dos o tres habitaciones más allá. Me aparté de la puerta, me agaché por inercia y fingí abrocharme los cordones, pero no traía zapatillas, así que comencé a acariciar mi tobillo.

   —¿Reed? —volteé para ver a Cuervo y Morgan observándome extrañados—. ¿Estás bien?

   —E-Estoy bien —balbuceé—. Volví a buscar algo y el tobillo comenzó a dolerme, eso es todo.

   —¿Quieres que te revise, chico? —me preguntó Morgan. En ese momento, la puerta de la habitación donde Uriel y Terence habían estado hablando se abrió y ambos salieron al pasillo.

   —No, está bien.

   —¿Reed? ¿Qué haces aquí? —preguntó Terence al salir—. ¿E-Está todo bien? —parecía nervioso; estaba pálido y sus hombros estaban demasiado tensos como para no notarlo. ¿Qué le había dicho Uriel? ¿Habían salido porque escucharon nuestras voces afuera? ¿Qué eran los Lobos?

   —Todo… —quise mirar dentro de sus ojos tricolor que cambiaron lentamente por la luz solar que entraba por las ventanas del pasillo y golpeaba sobre ellos, quise que esos ojos me hablaran, que dijeran lo que sabían, si es que sabían algo. Y es que yo también tenía derecho a conocer su pasado—. Todo bien —mentí, y me asombré de mí mismo. Yo era un mal mentiroso, pero sin embargo había mentido más de dos veces en un par de minutos.

   —Más tarde veremos si te torciste o no. ¿Puedes caminar? —Morgan se adelantó y reanudó la marcha con pasos rápidos y apretando los puños a los costados de su cuerpo—. Por el momento vamos al comedor. Debemos hablar con todos sobre lo que Cuervo acaba de contarme… —dijo. Descubrí a Cuervo buscando mi mirada y ambos la sostuvimos por algunos segundos.

   —¿Le dijiste? —pregunté, sin hablar, sólo moviendo los labios. Él asintió con la cabeza. 

Terence me ofreció su brazo para ayudar a levantarme y lo rechacé con toda la amabilidad posible.

   —Está bien —le sonreí—. Puedo solo… —me levanté, me crucé de brazos y fingí estar molesto—. ¿Ya conseguiste una mesa?

 

   —C-Claro que sí.

 

   —Estás mintiendo —le di un codazo y me reí—. Corre a conseguir una o todos tendremos que comer de pie.

Terence sonrió, y reconocí en su rostro la angustia que se dibujaba en él cada una de las veces que quería decir algo, pero que no sabía cómo expresarlo. No iba a presionarlo ahora, sobre todo porque quería hacer mis propias investigaciones, porque quería averiguarlo por mí mismo, porque no quería creer la única teoría probable en la que podía pensar ahora.

   —Tienes razón. No puedo dejar al príncipe de pie, menos si apenas puede caminar… —dijo él, medio riéndose e hizo una pequeña reverencia antes de echarse a correr por el pasillo, esta vez seguramente a buscar una mesa. Me quedé unos segundos con los ojos anclados a su espalda, mirándolo cómo se alejaba y sentí que algo ocurría entre nosotros; una desconexión, un vacío que no alcanzaba a comprender del todo nos separaba ahora. Era mi culpa. Estaba dudando. Estaba dudando de él.

Me sentí un miserable.

Uriel se unió a Morgan y Cuervo y yo quedamos atrás.

   —¿Estás bien? —me preguntó. Comencé a caminar y él se me quedo viendo, aparentemente sorprendido—. Sí que lo estás —recalcó, cómo acusándome de algo—. ¿Estabas fingiendo?  —me alcanzó y caminó a mi lado.

En vez de responderle una pregunta que era claramente obvia, opté por ir  al grano:

   —Dime una cosa, Cuervo.

   —¿Mmm…?

   —¿Has oído hablar de “Los Lobos”? —mi pregunta fue directa y concisa, dejando claro en mi tono de voz que exigía respuestas igual de concisas. Él hizo el ademán de detenerse, pero no lo hizo, sólo bajó el ritmo de sus pasos y yo le imité.

   —¿Los lobos? —vaciló—. ¿Te refieres a los animales?

   —Claro que no, lo sabes —dije y él alzó una ceja y torció la boca, como si no entendiera de lo que le hablaba—. ¿Nada de nada? —insistí—. ¿Algún grupo de cazadores llamado así?

   —No soy una enciclopedia de E.L.L.O.S —gruñó él, medio en broma, medio enfadado y tuve que lanzarle una mirada cargada con toda mi angustia de ese momento para que me tomara en serio—. Pero conozco el nombre de cada uno de los escuadrones de esta región. Había oído sobre tigres, medusas e incluso búfalos, pero jamás había escuchado nada sobre unos tales “Lobos” —me detuve de golpe, él frenó conmigo.

   —¿Me estás diciendo la verdad? —gimoteé.  

   —Completamente —No supe si la inexpresiva y vacía mirada de Cuervo me engañaba o no, pero esta vez confiaría en su palabra—. Vale, si recuerdo algo prometo decírtelo —levantó una mano e hizo un saludo de boy scout.

Suspiré, porque Cuervo era un cazador y si él no reconocía el nombre significaba que yo estaba equivocado, que Terence no era uno de ellos y todo esto era una falsa alarma, una retorcida alucinación provocada por mi mente nerviosa. Quizás los “Lobos” era otra cosa, quizás era el nombre de una escuela, de un grupo o de una pandilla.

¡Claro! Una pandilla. Cómo no lo pensé antes.

Terence era la clase de persona que imaginaría en una pandilla. 

 

   —Gracias —solté todo el aire que había estado conteniendo en mis pulmones en una sola exhalación. Ahora sólo quería echarme a correr hacia el comedor para encontrar a Terence y lanzarme a sus pies a rogarle perdón. Era un idiota. ¿Cómo pude haber dudado de él?

Cuervo me dio un pequeño golpe en el brazo.

   —Relájate, Reed —me sonrió. Las sonrisas siempre le iban  bien al rostro de Cuervo; suavizaban sus rasgos, le hacían parecer más amigable y menos a la defensiva. Sonreí también y le devolví el golpe, aunque muy suavemente. Y es que con él había que tener cuidado, relacionarse con Cuervo era como caminar sobre brasas ardiendo. Pero tomaría mis riesgos. Algo me decía que tras toda esa fachada oscura que tenía y a pesar de todo, él en el fondo era un buen hombre.

   —Al parecer ya estás mejor —le dije, dejando el tema de los lobos atrás y centrándome en lo otro que últimamente me preocupaba—. No creí que serías capaz de sonreír de nuevo. Después de lo que pasó en La Her…

   —Fue inevitable, ¿no? —me interrumpió—. Era lo que tenía que hacer.

No, no era lo que tenía que hacer y no, no era inevitable. Pero no se lo dije, porque mi opinión en este caso no importaba y porque supe que él todavía no quería hablar de eso.

Y también supe que él estaba buscando una forma de negarlo.

Probablemente no estaba bien y quizás hace un tiempo hubiese opinado lo contrario, pero mentirse así mismo era una buena forma de sobrellevar esta clase de situaciones.

   —Era lo que tenías que hacer —repetí, apoyándolo y siguiéndole el juego. Poco a poco y a pesar de que creía que era malo en esto, comenzaba a convertirme en un mentiroso, en un cínico. Pero las mentiras a veces eran buenas y la negación era un excelente método de defensa propia que ayudaba a continuar. Antes de que Cuervo decidiera engañarse así mismo de esta forma, él ni siquiera había dormido.

Supuse que en este caso estaba bien.

Supe que algo iba mal apenas entramos en el comedor e instintivamente me quedé de pie, quieto bajo el umbral. Cuervo se detuvo también, porque seguramente sintió lo mismo que yo al ver a Morgan en medio del lugar con las manos en alto para llamar la atención. El lugar estaba lleno, ahí debía haber más de setenta personas sin incluir a mi grupo que estaba apiñado al fondo, ocupando dos mesas lo más alejadas posible de las otras. Todo estaba en silencio, Scorpion y sus hombres, Teo y el chico oriental habían llegado por la otra puerta y se encontraban de pie también, escuchando.

Habíamos llegado en el peor momento posible.

   —Bueno, chicos… —Morgan hablaba fuerte y claro y en las primeras y casi imperceptibles arrugas de su rostro se notaba toda la experiencia que un líder, o un segundo al mando, debía tener—. Les tengo una información muy importante, pero necesito que se lo tomen con calma —Nadie dijo nada, señal de que todos estaban oyendo muy atentamente—. Esto es difícil, pero iré al grano… —hizo una pausa dramática para tomar aire. Lo lanzaría así, sin más—. Steve sigue vivo. Cobra lo tiene secuestrado.

Los gritos de asombro y preguntas rápidas lanzadas en todas direcciones inundaron el lugar:

   —¿¡Cómo!?

   —¿¡Todo este tiempo!?

   —¿¡De dónde sacaste esa información!?

Vi a Cuervo abrir la boca para alzar la voz y contestar todas esas interrogantes, pero alguien le interrumpió antes.

   —Hace cinco años, dije que encontraría a Cobra… —comenzó Scorpion, sentándose sobre una mesa y cruzándose de brazos. Todas las miradas se centraron en él y por un momento, me pareció que le desagradó la idea de tener tantos ojos encima—. Y lo hice, pero me ofreció un trato y lo dejé ir. En mi defensa, diré que nunca imaginé que ese hijo de puta sería capaz de… —calló de pronto y soltó un gemido. El chico oriental se había lanzado sobre él y le había dado un puñetazo—. ¿¡Qué carajos!? —gritó, pasándose el dorso de la mano por la mejilla y clavando los ojos en el chico, llenos de rabia. Agradecí que Scorpion estuviera desarmado, porque de haber portado un arma le habría disparado de inmediato—. ¿Qué te pasa?

   —¡Yü! —gritó Morgan, llamándole la atención al chico que había golpeado—. ¡Debes calmarte!

   —¿¡Cómo quieres que me calme!? —Yü y Scorpion estaban siendo sujetos por varias personas que intentaban separarlos—. ¡Este imbécil tuvo a Cobra y le dejó escapar! ¡Con Steve a cuestas! —Yü estaba descontrolado, imaginé que Steve significaba mucho para él—. ¡Hijo de puta!  ¡Voy a matarte!

Scorpion soltó una carcajada ruidosa.

   —¡Ven y atrévete, planucha! —se burló, intentando luchar contra sus seis hombres que le sujetaban por los brazos—. ¿¡Crees que me importa lo que le pase a tu jodido Steve!? ¡Deberías agradecerme que trajera la información!

   —¿¡Qué!? ¡Tú no trajiste una mierda! ¡Estaban a punto de ser devorados cuando les encontramos!

Scorpion logró zafar un brazo y golpeó al chico. En ese momento, todo se descontroló; algunas personas de La Resistencia se levantaron e intentaron abalanzarse sobre Scorpion, los cazadores soltaron a su líder e intentaron defenderlo, uniéndose todos en una pelea.

   —Basta —gruñó Cuervo, comenzando a caminar en enormes zancadas hacia el centro de la riña. Algunos de sus hombres se levantaron también y le hicieron compañía. Se metió en el medio de todo y buscó a Scorpion, que estaba sobre un pobre tipo, golpeándole sistemáticamente—. ¡Basta, demonios! —gritó, agarró a Scorpion de la chaqueta y lo empujó hacia atrás. No fue el rugido que Cuervo soltó lo que hizo callar a todos y detener la pelea, fue el gancho que asestó contra la mandíbula de Scorpion, tan fuerte que éste se desplomó inconsciente, así, sin más.

Todo, absolutamente todo quedó en silencio.

Los cazadores se miraron entre ellos, tensos, sin saber cómo reaccionar; tenían dos líderes y uno había dejado inconsciente al otro, pero éste otro lo tenía más que merecido. Y creo que todos sabían eso.

Sólo un llanto se escuchó en el lugar. Era Yü, quien sollozaba incoherencias sobre Steve que desde mi posición no alcanzaba a comprender del todo. Teo le abrazaba, intentando consolarlo.

   —No es momento para pelear entre nosotros —Cuervo rompió el silencio y se agachó para levantar a un dormido Scorpion y cargarlo en sus brazos. Tenía que admitirlo, así me caía mucho mejor: callado y tranquilo, aunque estuviese inconsciente. Por mí que se mantuviese así por siempre—. Lo hecho, hecho está: ya la cagamos y dejamos que Cobra se escapara con Steve —dijo, con tono áspero—. Y no es sólo nuestra culpa, ustedes también son culpables de esto. Nunca lo buscaron lo suficiente… —ignoró olímpicamente todos los alegatos, pretextos e insultos que la gente de La Resistencia le lanzó cuando dijo eso. Las ofensas ajenas parecieron resbalar de él y continuó hablando—: Si hubiesen indagado más en su desaparición, eventualmente lo habrían encontrado. El problema es que todos pensaron que estaba muerto, pero yo no soy quién para juzgar eso. Yo también lo habría hecho —se dirigió a la salida, aun cargando a Scorpion  y se detuvo a mi lado; en ese momento me fijé que el rubio parecía muy cansado, a pesar de que su rostro se había relajado por estar desmayado y las duras facciones que tenía ya no se veían tan duras. Pero tenía la cara sucia y con algunos cortes y la ropa deshecha. Pensé que Cuervo le había hecho un favor al noquearlo de esa forma—. En estos momentos, todos nosotros tenemos algo en común. Aunque no lo crean, yo también quiero cargarme al cabrón de Cobra y salvar a Steve. Nadie se merece lo que ese hijo de puta le ha estado haciendo… —cruzó la puerta para marcharse—. Concentrémonos en eso.

Otro espeso silencio se mantuvo entre todos nosotros. Personalmente, yo me quedé callado para escuchar los pesados pasos de Cuervo alejándose por el pasillo, para asegurarme de que se había ido antes de pensar en decir pío siquiera, y me pareció que todos hacían lo mismo. Cuando Cuervo habló fue pura tensión; lo hizo con voz hosca y el rostro rígido, quizás porque en ese momento él fue el único que estaba fuera de la situación, el único al que realmente no le afectaba. Él no era lo suficientemente sentimental para sentirse verdaderamente mal por Steve, ni tampoco era su amigo. Él hablaba desde la moralidad de un hombre que debe hacer lo que debe y punto. Y por eso sus palabras sonaron a regaño para todos nosotros, sobre todo para La Resistencia, porque en estos momentos debíamos estar unidos porque teníamos asuntos en común y ya. Nuestro asunto en común era Steve y Cobra y debíamos trabajar por ello, no discutir entre nosotros.

Poco a poco, me parecía comprender mejor la oscura mentalidad de Cuervo, que, paradójicamente, cada vez me parecía menos oscura.

Pasado un minuto, Morgan carraspeó la garganta y habló:

    —Ya lo oyeron. Debemos estar unidos ahora. Sé que ustedes, cazadores, no tienen motivos para ayudarnos y nosotros no tenemos motivos para confiar en ustedes. Pero ya estamos juntos en esto, y vamos a llegar lo más lejos posible… —dijo y pasados unos segundos añadió—: Quién sabe, quizás más adelante incluso podamos llevarnos bien. Ya hemos trabajado juntos y los tiempos no están para riñas entre los vivos y por lo que sé, desde la desaparición de E.L.L.O.S ustedes no le deben lealtad a nadie… —recorrió con sus ojos oscuros a todos los cazadores que habían vuelto a sus mesas, sólo ocupadas por ellos—. Salvo a ustedes mismos, claro. Pero confió en que podremos colaborar. Viuda entendió muy bien eso.

Caleb, quién no se había lanzado a la pelea sino hasta que La Resistencia intentó atacar a Scorpion, levantó la mano desde su silla y sin dejar de masticar el trozo de pan que se estaba comiendo, dijo—: Gracias, Doc. Vamos a tenerlo en cuenta —A su lado, Eobard asintió con la cabeza y otros cazadores más le imitaron. Morgan sonrió e inconscientemente yo también lo hice, porque quizás esto era el inicio de una tregua. O una alianza. Y aunque yo no tenía idea quiénes eran los de La Resistencia y mucho menos conocía a los cazadores que, hasta ahora, me habían parecido nada más que un montón de violentos sin moral y sin corazones, había comprobado que había ciertas excepciones. Quizás esta alianza también lo era, y era mejor que nada.

La calma volvió al ambiente y decidí caminar hacia las mesas donde había visto a mi grupo, pero cuando llegué me sorprendí al notar que éste se había agrandado un poco más. Casi todos estaban ahí, pero Morgan, Teo y Yü también estaban. Casi había olvidado por qué habíamos logrado llegar aquí con vida: porque aquí había gente que mis amigos conocían.

Había un puesto vacío entre Terence y Uriel, y aunque no me agradó la idea de verles tan juntos y mucho menos me agradó el estar sentado entre ellos después de oír lo que oí, caminé hasta allá para usar esa silla. Dania estaba sobre las piernas de Uriel y cuando me vio, estiró los brazos para que la levantara. Me estremecí, porque la última vez que le vi hacer eso ella tenía cinco años, y porque solía hacerlo sólo cuando estaba asustada o nerviosa.

Antes de sentarme, la tomé y la abracé.

   —¿Qué pasa? —le pregunté, pero miraba a Uriel y Terence, que también me veían a mí.

Uriel se rascó la cabeza.

   —Desde que llegamos, Dania ha tenido pesadillas —comentó, mirándome directamente a los ojos. La diferencia de colores entre sus iris me perturbaban un poco; era imposible dejar de mirarlos—. Sólo es eso… —dijo y se encogió de hombros, restándole importancia, pero su mirada me decía que había algo más.

   —Si me lo permiten… —añadió Terence—. Este lugar es un poco escalofriante. Entiendo a la niña.

   —¿Te asusta, Terence? —sonreí de medio lado. No creí que él fuera la clase de chico que le temiera a los hospitales.

   —Más bien me inquieta. No sé por qué, pero desde que llegamos aquí no he dejado de temblar.

Solté una risita y me senté entre ambos, con Dania sobre mis piernas. Uriel me lanzó otra mirada que me hizo sentir incómodo. Supe que quería decir algo, pero que no se atrevía. No aquí al menos. ¿Quería hablar sobre Terence? ¿Sobre lo que yo secretamente había oído? ¿Me había descubierto?

   —No tienes plato, ¿o sí? —me preguntó. Miré mi sitio vacío en la mesa y noté que no, no lo había traído. Pero esa pregunta era demasiado obvia.

   —No tengo uno.

   —Yo tampoco. La barra de comida está al otro lado. Iré por un plato para ambos —dijo y se levantó. Me levanté tras él, porque no me tragaba que esa repentina amabilidad fuera sólo eso.

   —Voy contigo. Soy quisquilloso en cuanto a comida —mentí, y esperé que Terence no sospechara nada. Él me había oído decir que alguna vez comí ratas. Si comes eso, no puedes ser quisquilloso.

Lo alcancé y atravesamos el lugar juntos y en silencio por más de medio metro. Hasta que mi ansiedad me superó:

   —¿De qué querías hablar? —susurré. Él me miró y luego echó un disimulado vistazo hacia atrás, para comprobar la distancia que nos separaba de las mesas donde habíamos dejado a los demás.

   —Espera —me dijo y supe que de lo que sea que quisiera hablar, era algo importante y era secreto. Avanzamos por lo menos tres metros más—. Es sobre Dania —soltó.

Un escalofrío subió por la punta de mis pies y mis sentidos se pusieron en alerta.

   —¿Qué pasa con ella?

   —Creo que sé el porqué de las pesadillas que ha tenido desde que llegamos.

El escalofrío que sentí llegó hasta mi espalda, y subió más arriba todavía. No fui capaz de responder, así que sólo dejé que continuara hablando.

   —¿Sabías qué era este lugar antes? —preguntó, y yo negué con la cabeza—. Este sitio era la base de operaciones más importante de E.L.L.O.S de este país, y aquí se encontraban casi todos los peces gordos cuando el grupo de tus amigos y los escorpiones junto a los cuervos llegaron y lo quemaron todo… —me examinó un segundo, seguramente preguntándose si yo conocía ya esta historia o no, pero al ver mi expresión se dio cuenta que poco estaba yo enterado de los acontecimientos—. No sé los detalles, pero entraron, liberaron a los ceros que mantenían aquí y derrumbaron este lugar. E.L.L.O.S se desarticuló después de eso —me hizo un gesto con la cabeza cuando llegamos a las barras y ambos saludamos al hombre que estaba detrás. Nos sonrió ampliamente y nos entregó una bandeja a cada uno. La comida era simple; un pan, un trozo de carne y algunas patatas salteadas con verduras, nada que necesitara gran elaboración, pero para mí era el cielo. Se me hizo agua la boca, literalmente. Olfateé el plato dos segundos antes de volver a centrar toda mi atención en él—. A lo que quiero llegar es… —titubeó, era la primera vez que le veía hacerlo y eso sólo me hizo estar más alerta. Él no aparentaba ser la clase de hombre que vacilaba a la hora de decir algo, él más bien parecía de esos que siempre van con la verdad por delante, por muy dura que ésta fuese—. Se hacían muchos experimentos aquí, muchos. Y creo que Dania fue uno de ellos.

Tuve que detenerme en seco al sentir mis rodillas tambalear. Apreté la bandeja entre mis manos con todas mis fuerzas.

   —¿Un experimento?

   —Sí, corrían rumores de que Wolfang, el médico que trabajaba en este lugar, estaba desarrollando una cura. Todo el tiempo creí que la cura la habían hecho a partir del virus, pero al parecer no fue así. Al parecer, la cura simplemente apareció aquí, por alguna razón. ¿Cómo fue que Dania llegó a esta ciudad?

Tuve la horrenda necesidad de buscar una silla, pero me contuve. Terence nos estaba mirando a ambos y me obligué a reanudar el paso, aunque más lento. No volvería a la mesa hasta oír todo lo que tenía que decir Uriel.

   —Estábamos en un barco —contesté—. Un buque de guerra comandado por Shark, un cazador… —Él asintió con la cabeza compresivamente, dándome el paso a seguir hablando —: Un día, el buque desembarcó y Shark se reunió con unos hombres. En ese momento me arrancaron a Dania y se la llevaron junto a más niños. No… —titubeé  y sentí vergüenza de mí mismo—. No pude hacer nada.

   —E.L.L.O.S solía experimentar con niños… —comentó él, en tono neutro, y no hizo ningún comentario o juicio sentimentalista sobre lo que pude haber hecho o no cuando se llevaron a mi hermana—. Quizás la trajeron aquí para eso, y cuando le inyectaron el virus descubrieron que era inmune. Entonces nació la cura.

Miré en dirección a Dania, que estaba ocupando mi lugar; hincada en la silla mientras jugueteaba con el cabello de Terence. Aún no comprendía a qué se debía el afecto que ella parecía sentir por él, pero no era momento para preguntarme eso. Si alguien le había hecho algo malo a Dania, esperaba que estuviera enterrado veinte metros bajo tierra y si no lo estaba, yo me encargaría de que lo estuviese. Hace cinco años yo era un niño, era un cobarde que no pudo hacer nada por ella. Ahora era distinto.

   —Estoy seguro que ella estuvo secuestrada aquí por un tiempo… —continuó Uriel, mirando en la misma dirección que yo—. Cuando Cristina la trajo, sus brazos estaban llenos de pinchazos, además de estar desnutrida y traumatizada… —me miró severamente, pero la dureza en su mirada no iba dirigida a mí, sino más bien al contexto de su relato, a lo terrible de la situación—. No sé qué ni cuánto recuerda, nunca hemos querido hablarle de eso.

Pero yo sí necesitaba hablarle. Necesitaba saber hasta dónde la habían herido. Necesitaba saber si ya se había recuperado, si podía crecer psíquicamente sana. Necesitaba saber qué tan profundo era el daño.

Contuve una repentina angustia y apreté los ojos para no llorar.

   —Gracias por decirme esto, Uriel.

   —No me agradezcas. Lo hago por ella. La quiero.

Le miré a los ojos y fui  incapaz de contener  un par de lágrimas que corrieron rápidas por mi rostro. —Gracias por eso también.

Él sonrió de vuelta.

   —Eres justo lo que el pelirrojo merece —dijo, y reanudó la velocidad de su paso.

   —Espera —quise detenerlo y alcanzar su ritmo—. ¿Qué sabes de él? Sé que fuiste más que un compañero de primaria —Uriel no contestó, y yo no insistí. Habíamos vuelto a la mesa.

   —¿Todo bien? —me preguntó Terence.

   —Todo bien —contestamos al unísono.

Hablaríamos después de eso.

Senté a Dania en mi regazo y comencé a comer, ella ya se había terminado su plato para cuando yo volví. Quería interrogarla, quería sacarle toda la información posible sobre lo que le habían hecho, pero no haría nada de eso. No era un idiota, ir de frente con un millón de preguntas no haría más que revivir el daño. Intenté desligarme de ese tema, aunque fuese durante el almuerzo.

Rocé el cabello de mi hermana con la mejilla:

   —¿Sabes que tengo un amigo que hace peinados geniales? —le comenté al oído, pero lo suficientemente alto como para que el resto me escuchara. Miré directamente a Jesse y él sonrió, estaba sentado justo frente a nosotros—. Si quieres podría pedirle que te haga algo en el cabello.

Ella me miró, y luego miró a Jesse quien la saludó juguetonamente con la mano, como diciendo: “sí, ese soy yo”. Dania se rio y correspondió el saludo.

   —Encantado le haría unas lindas trenzas a tu cabello —Jesse le guiñó un ojo—. Podemos agregarle flores.

   —¡Flores! —exclamó Dania.

Le sonreí e Jesse y musité un “gracias” sólo moviendo mis labios.

   —Eh, Reed —estaba masticando mi última patata cuando oí mi nombre. Dalian llegó por detrás y me abrazó—. ¿Has visto los jardines de este lugar? ¡Son enormes! Sophie quiere salir un rato y jugar, pensábamos que Dania y tú podrían venir.

Un pequeño respingo de Dania sobre mi regazo me indicó que la decisión ya la había tomado ella.

   —Claro —bajé a Dania y me puse de pie—. Podríamos conseguir un balón y quién sabe, jugar fútbol o algo —miré a mi hermana de reojo—. Aunque no lo creas, a esta muchacha le encantaba el fútbol. Apuesto que aún eres fan de Swansea, ¿no, Dania?

   —Lo sería, pero todo el plantel está muerto ahora.

Regen, que tenía a Sophie cargada sobre sus hombros, explotó en una carcajada cuando oyó eso.

   —Triste, pero cierto —comentó, aún medio riéndose—. Entiendo tu dolor niña, yo también era fan de Swansea.

   —Voy con ustedes —Aiden se levantó—. Quiero ver cuánto ha cambiado este lugar.

   —Iré en un rato —agregó Ethan.

   —Si van a armar un partido de fútbol, cuenten conmigo —dijo Teo.

   —Creí que un ñoño como tú no jugaba fútbol —se burló Aiden.

   —¿Ñoño? —replicó el otro—. Ve al arco y observa cómo este ñoño te marca goles sin parar. Sólo podrás verlos pasar.

   —Ya veremos, Ronaldo. 

Entre risas y bromas, Aiden, Teo, Regen, Dalian, las niñas y yo salimos del comedor. Necesitaba despejarme de toda esta tensión, de lo que le había oído decir a Uriel sobre mi hermana y de su conversación con Terence, pero sobre todo de que estábamos a punto de enfrentarnos a Cobra. Ahora mismo estábamos en un oasis, y debíamos aprovecharnos de eso. Por hoy, estábamos seguros. Nunca me sentí tan a salvo.

   —Esperen un minuto, iré a ver si Cuervo necesita algo. O si está bien —dijo Aiden, doblando por el pasillo.

   —Voy contigo —le seguí. Por algún motivo, Aiden estaba preocupado por Cuervo; seguramente le tenía nervioso pensar que Scorpion podría tomar represalias contra él cuando volviese en sí y se diese cuenta de quién lo había mandado a dormir. Por mi parte, a mí me preocupaba que Aiden estuviese presente si la furia de Scorpion se desataba. Ya me había dado cuenta que el líder de los cazadores disfrutaba molestándole. 

   —¡Estaremos afuera de esta torre! —le gritó Teo—. Recuerdas el camino, ¿no? —Aiden levantó un pulgar para asentir.

   —Te preocupa Cuervo —le dije cuando le alcancé. Ambos caminábamos hacia la enfermería donde yo había despertado aquella mañana, el único lugar donde podrían estar. Él me escrutó con la mirada, como si estuviera balanceando las cosas, dudando si podía confiar en mí o no. Volvió la vista al frente luego de unos segundos.

   —Ha estado distinto —comentó—. Y sé que no debería preocuparme… —volvió a mirarme, inseguro de sí mismo, y jugó con un mechón de su cabello, gesto típico de él cuando estaba nervioso—. Es decir, él siempre ha estado en el bando de los malos, y es compañero del hombre que más odio en este mundo… —comenzó, sin mirarme, y me dio la sensación de que se estaba sincerando conmigo, que lo que estaba diciendo no había podido hablarlo con nadie más, porque nadie podría comprenderlo del todo. Quizás yo sí, porque no había vivido nada de lo que ellos pasaron en este lugar y porque ignoraba la verdad de la relación que tenía Aiden con los cazadores—. Pero hace mucho tiempo, él hizo algo por mí y desde ese momento no pude verlo nunca más como uno de los malos.

Asentí con la cabeza lentamente, y por su expresión noté que él esperaba otra reacción de mí. Quizás creyó que iba a gritarle, que iba a llamarlo loco o algo por el estilo. Pero a mí me hacía mucho sentido lo que él decía.

  —Así que… —comencé—. Estás tremendamente agradecido con él y por eso has llegado a tomarle cariño —concluí. Aiden metió una mano a todo el cabello que le caía sobre la cara y que le cubría casi la mitad de ella y lo lanzó hacia atrás. Apretó los labios y se puso rojo hasta las orejas.

   —Algo así.

Me encogí de hombros: —Me parece bien. Cuervo no parece tan mal tipo después de todo. A pesar de todo lo que ha hecho.

   —¿Todo lo que ha hecho? —inquirió.

   —E-Es decir… —titubeé—. Ya sabes, lo de ser un cazador y todo eso.

   —Quién sabe… —Aiden tomó la manilla de la puerta para abrirla—. Quizás ser un cazador no es tan malo —dijo, antes de entrar. No respondí y él tampoco volvió a hablar, ambos nos quedamos ahí, quietos y en silencio. Scorpion estaba tendido sobre una cama y seguía inconsciente, Cuervo estaba sentado en la silla que estaba a un costado, con la cabeza y los brazos apoyados sobre las piernas de Scorpion y también estaba dormido. Miré a Aiden, conmovido. Si no supiera lo que cada uno de ellos había hecho, si pudiera salirme del contexto y ver todo desde fuera, como un mero espectador que no sabe nada sobre las atrocidades que estos cazadores seguramente han cometido a lo largo de su vida, la escena me habría parecido tierna.

   —Pobre… —mascullé, muy, muy bajo—. Debe seguir cansado.

   —No ha comido —susurró él y rodeó la cama para mirar todo más de cerca. Le seguí—. Mierda, me gustaría tener una cámara ahora mismo —bromeó. Me reí y entonces Cuervo se movió.

   —¿Qué…? —El pelinegro despertó, abrió los ojos con lentitud y parpadeó un par de veces—. ¿Qué están haciendo? —balbuceó, y tardó unos cinco segundos en darse cuenta que se había dormido. Se enderezó en un respingo—. ¿Qué hora es?

   —No ha pasado mucho desde que saliste del comedor, pero no has almorzado. ¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó Aiden.

   —N-No… —Cuervo se sacudió el cabello, aún aturdido—. Iré yo mismo, gracias —se levantó y miró a Scorpion sobre la cama.

   —Creo que le diste fuerte —me aventuré a bromear.

   —Se lo merecía —contestó—… ¿qué hacen aquí?

   —Nada —Aiden se encogió de hombros—. Sólo pasábamos —me miró y yo asentí con la cabeza. No habría forma de explicarle a Cuervo nuestros verdaderos motivos para estar aquí, porque tampoco estaban muy claros. Sólo la preocupación nos había traído.

Pero no había nada de qué preocuparse.

Cuervo se sacudió las manos en los jeans: —Iré a comer o mi Doc va a regañarme —bromeó y caminó hasta la puerta.

   —No seas exagerado, nunca te impuse una dieta o algo así —contestó Aiden.

   —Sí, sí, pero estoy seguro que de haberte dado más confianza me habrías mostrado tu yo-nutricionista —esperó bajo el umbral, con la puerta abierta para que nosotros saliéramos primero—. Eh, Aiden. Deberías dejarte el cabello así, casi había olvidado cómo lucía tu rostro despejado —comentó cuando él pasó por su lado, pero esas palabras parecieron lograr el efecto contrario en Aiden, quién se echó nerviosamente el pelo que había recogido hacia delante otra vez—. No, no, idiota —Cuervo atrapó su mano en el aire y volvió a colocar un mechón de cabello castaño tras su oreja—. ¿No me oíste? Te ves bien así. Esa cicatriz es linda.

   —¿Linda? —replicó Aiden, medio riéndose.

   —Sí, linda. Se te ve bien, te hace parecer más hombre —cerró la puerta y se adelantó—. Iré rápido, no quiero quedarme sin comida —se echó a correr pasillo abajo. Aiden y yo nos quedamos atrás.

   —Eh, Reed.

   —¿Sí?

   —¿Te parece que me vería menos hombre sin esta cicatriz? —preguntó, él sonaba realmente inseguro. Aguanté una carcajada.

   —Me parece que, si te hicieras un moño, parecerías una chica con músculos. Pero sí, esa cicatriz te da un toque —le sonreí—. Hazle caso a Cuervo y déjate el cabello así.

Cuando llegamos a mitad de pasillo, tomé un desvío en dirección a los baños.

   —Vuelve tú con los chicos y las niñas —le dije—. Necesito orinar —Esta vez era verdad.

   —Bien, pero no tardes demasiado o comenzaremos el partido sin ti.

Solté una risita como respuesta y me adentré en el pasillo de los baños. Necesitaba lavarme las manos y la cara, y si no era mucho pedir, quizás mirarme en un espejo, había olvidado la última vez que había visto mi reflejo. Quería saber qué tan mal me veía.

Contuve una sonrisa al encontrarme ante dos puertas; una con el símbolo femenino y otro masculino, y una repentina sensación de normalidad me invadió. Era como retroceder en el tiempo y encontrarme frente a los baños de un hospital cualquiera hace cinco años atrás, antes de que el desastre comenzara. Empujé la puerta del baño de caballeros e inspiré profundo al sentir el aroma a productos desinfectantes y a jabón. Abrí las ventanas y el sol entró para iluminar un piso limpio y murallas que estaban impecables, sin manchas de sangre u otros residuos en ellas. Era demasiado bueno para creerlo.

Y entonces lo vi; una corrida de lavamanos y un espejo. Encendí un grifo, me lavé la cara varias veces y me mojé el cabello. Me sequé con mi camiseta y me miré; mi reflejo tenía algunos cortes en la cara, una herida en el labio inferior y varios morados en los hombros y brazos, sin contar el vendaje. Estaba más alto, un poco más fornido e incluso la sombra de una incipiente barba comenzaba a aparecer en mi mentón. La toqué para asegurarme que fuese real, apenas la sentí, pero mi piel raspaba ahí donde se suponía que estaba. Por favor, no. No quería comenzar a afeitarme.

Unos pasos acelerados me alertaron, los oí tan bruscos que me puse en alerta de inmediato y corrí para encerrarme en uno de los cubículos e hincarme sobre el inodoro, para ocultar mis pies. No sabía muy bien por qué me había escondido; por un momento pensé en que los que corrían eran muertos, que habían logrado entrar de alguna forma y que iban a desatar el infierno aquí, también pensé que los hombres de Cobra se habían enterado de nuestros planes y habían invadido a La Resistencia, también barajé la posibilidad de que fuera Scorpion, no quería encontrarme con su furia de cerca si él despertaba. Todo eso lo pensé en un solo segundo.

La puerta se abrió estrepitosamente y alguien resbaló y cayó al suelo, pero volvió a levantarse, corrió hacia el baño que estaba al lado de mi cubículo y empezó a vomitar. Me paralicé por un par de segundos, sin saber bien cómo reaccionar. ¿Debería pararme para mirar por sobre el cubículo y ver quién vomitaba y si necesitaba mi ayuda?

Le oí jadear, gimotear y volver a vomitar. No lo soporté y me levanté para mirar. El corazón me dio un vuelco cuando me asomé.

   —¿T-Terence? —balbuceé, ahogando un grito. Él no pareció oírme, así que salí del baño y abrí la puerta continua que, por suerte, él no había cerrado—. ¿¡Q-Qué pasó!? —me arrodillé junto a él y le tomé el cabello para que no se manchara. No sabía qué más hacer, Terence temblaba y se sacudía con cada arcada. ¿Qué había ocurrido? Hace un rato él estaba perfectamente. ¿El almuerzo le cayó mal? Esa idea no me tranquilizó cuando le oí sollozar, quizás producto del mismo esfuerzo que estaba haciendo al vomitar—. Está bien, estoy aquí… —susurré, acariciando su espalda. Se detuvo un momento y sus hombros se agitaron de arriba abajo antes de que él inspirara profundamente, como si le faltara el aire. Soltó un sollozo más ruidoso, estaba llorando.

   —Soy un cazador, Reed —dijo con palabras ahogadas. Mi mano le soltó y me quedé de piedra, pero me obligué a reaccionar y continué acariciándole.

   —¿Qué estupideces estás diciendo, Terence? —puse todo mi esfuerzo en que no me temblara la voz, pero no lo logré; salió tensa de mi garganta, como vidrio crujiendo y a punto de quebrarse. Él dio un golpe sobre el inodoro que me hizo dar un respingo.

   —¡Qué yo era un maldito cazador! —gritó y tiró de su cabello, aun temblando en el piso y dándome la espalda. Me temblaron las manos, las rodillas y sentí mis dientes trepidando.

Tenía que ser mentira.

   —Imposible… —le dije con todo el autocontrol que encontré para darle a mi voz—. ¿Acaso te lo dijo Uriel…? —Él no respondió—. ¡Contéstame! —lo tomé de los hombros para girarlo y le obligué a mirarme, ambos quedamos arrodillados uno frente al otro, encerrados en ese pequeño cubículo. Sentí las lágrimas picando al interior de mis ojos—. Estás mintiendo… —sollocé, no por mí, sino porque no creía que mi Terence haya sido un asesino antes, él no habría sido capaz de ponerle una mano encima a una persona inocente—. Le pregunté a Cuervo sobre los “lobos”, él dijo que no había ningún escuadrón con ese nombre.

¿Acaso me había mentido?

   —¿U-Uriel te contó?

   —¡No! Los espié mientras hablaban hoy antes de almorzar —Sus ojos me mostraron sorpresa, pero él no iba a detenerse a cuestionar eso. Negó con la cabeza.

   —Uriel no fue quién me lo dijo, pero estuvo a punto de confirmarlo… —se limpió la boca con el dorso de su mano y no me miró a los ojos—. Lo sé yo, he estado recordando todo este tiempo y acabo de tener una visión y…

   —¿Has estado recordando? —repetí, sintiéndome ofendido—. ¿Has estado recordando y no me has contado nada?

   —¿¡Cómo iba a contarte algo si lo único que veo en mis visiones es a mí mismo apaleando y asesinando gente!? —gritó y su voz se quebró aún más—. ¿Cómo iba a…?

  —¡Debiste haberlo hecho! —le grité de vuelta—. ¡Pudimos haber llegado juntos al fondo de esto, pero tú te lo callaste! —me levanté, víctima de un repentino arrebato de furia. Imposible, Terence nunca sería un cazador, ni en este, ni en ningún otro mundo, en ninguna de las otras realidades paralelas que podían estar sucediendo justo ahora. No, ni en un millón de años. Mis piernas tambalearon—. Tú… —Las primeras lágrimas corrieron por mi rostro, sin control—. ¿Tú un cazador? No…no me jodas, Terence…

   —Es Cross… —replicó él, con voz amarga—. Cross Dagger.

Algo hizo clic en mi cabeza.

   —¿D-Dagger? —balbuceé, sintiendo que me faltaba el aire.

«Vamos a llevársela a Dagger » Fueron las palabras de Shark, un momento antes de que se llevaran Amber.

   —No… no —Mis rodillas no dieron más y caí al suelo, abrí la puerta con la espalda y me arrastré hacia atrás—. No tú —sollocé.

Terence, un cazador. Un cazador de apellido Dagger.

   —Reed… —me llamó y gateó para intentar alcanzarme, retrocedí y él me arrinconó contra una muralla—. Lo siento, Reed —quiso tocar mi rostro, pero yo golpeé su mano antes de que llegara a hacerlo.

   —Tú no, Terence… —gemí, sintiendo cómo me agujereaban el corazón. Intentó tocarme de nuevo—. ¡Aléjate de mí! —grité, sin poder contener en absoluto las lágrimas. ¿Él era el Dagger del que hablaba Shark? ¿Amber había llegado a sus manos? ¿Qué le había hecho? ¿Acaso la había torturado? ¿Acaso él le había dado muerte en alguno de sus recuerdos? No tenía la suficiente valentía para averiguarlo. Me levanté con rapidez y corrí hacia la puerta. Él no hizo nada por detenerme.

Por favor, Dios. Él no… 

Notas finales:

Ok sí. Muchos ya lo veían venir. Terence estaba en el bando de los malos antes. Pero cómo llegó ahí y cómo llegó a la isla es otra historia. No lo crucifiquen, aún falta mucho que contar. 

PD1: Todo esto es culpa de Scorpion y Cuervo. Cuando uno ayuda y el otro es amable, el mundo se va a la mierda. 

PD2: Todos habríamos querido una cámara, Aiden. 

PD3: Todos queríamos ver a Cuervo dándole un buen derechazo a Scorpion, lo que nadie imaginó es que lo dejaría durmiendo. Pero a quién engaño! se lo merecía el puto :v 

¿Preguntas, críticas o comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review

Atentos a las noticias. 

Nos leemos pronto :3 


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