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Desnudo ante los ojos del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del fanfic:

Bueno, advierto que he tenido cuidado con los spoilers pero el que no haya llegado hasta el punto del manga/anime más allá del capítulo 390 o así (Archipiélago Sabaody y siguientes) es posible que lo considere spoiler. De todas formas, el argumento no tiene nada que ver con el manga/anime, es solo un desvarío de esta mente retorcida (<3) Así que, al que a pesar de esto le interese y quiera leerlo, ¡bienvenido! Y que lo disfrute igual que todos los demás :)

Notas del capitulo:

¡Hola a todos! Aquí estoy presentando mi primer fic

Os comento que dentro de mis posibilidades, iré actualizando el fic cada semana (seguramente entre sábado y domingo). Y nada más, ¡espero que os guste!

 

Matizo que aunque haya puesto en las advertencias "sadomasoquismo", se trata de algo suave, vamos es más bien un juego que masoquismo propiamente dicho, por si alguien se hacía ideas más retorcidas de lo que en realidad son :P Pero por si acaso, preferí ponerlo en la descripción.

Y por supuesto, los personajes no son míos, ¡gracias Oda-sensei!

Zoro estaba sentado en las escaleras del vestíbulo del castillo con el periódico en las manos. Perona, la princesa diabólica, había dejado su paraguas a un lado y estaba colocada a la espalda del espadachín, terminando de cambiarle las vendas de todas las heridas que cubrían su cuerpo. Los ojos de Zoro no se separaban de la fotografía que ocupaba la primera página del periódico. Después de las últimas noticias de la Gran Guerra de Marineford, lo último que había esperado era ver a su capitán volver a aquel lugar lleno de malos recuerdos para él. Sin embargo, aunque había tardado media hora en descifrar el mensaje de Luffy, por fin comprendía lo que su capitán quería que hicieran. Esperar. Reunirse una vez más, pero no en un plazo de solo tres días. Dos años. En el fatídico Archipiélago Sabaody.

- De acuerdo, capitán. Hasta entonces.

El espadachín se levantó de un golpe. Lanzó el periódico contra la escalera y empezó a bajar con mucha energía.

- Eh – se quejó la princesa -. Aún no había terminado.

- Da igual. No tengo tiempo para eso. Tengo que empezar a entrenar cuanto antes.

- Pero si apenas puedes moverte, espadachín cabeza hueca – insistió ella -. Qué desagradecido eres.  

De repente, la pesada doble puerta del vestíbulo del castillo se abrió, lentamente. Zoro se detuvo y se volvió hacia la persona que caminaba tras el portón. Llevó inconscientemente la mano hacia las katanas, pero al no encontrarlas recordó que estaban en una de las habitaciones del castillo. Maldijo en silencio mientras esperaba a ver a quién pertenecían los firmes pasos que se adentraban en el enorme edificio de piedra.

Con elegancia desmedida, un hombre de complexión fuerte y piel blanca como la nieve entró en el vestíbulo, clavando al instante aquella mirada hipnotizante en Zoro. Dracule Mihawk, el mejor espadachín que el mundo conocía al que llaman Ojos de Halcón, se cruzó de brazos frente al pecho y ladeó la cabeza al reconocer al afamado espadachín de las tres espadas de la tripulación de Monkey D. Luffy. Estaba en un estado físico deplorable y, a pesar de eso, por alguna razón que no llegaba a comprender le encontraba un encanto que no podía obviar.

- Debo reconocer que me has sorprendido, Cazador de piratas Roronoa Zoro – fue lo primero que dijo, con su fuerte y penetrante tono de voz -. ¿Qué estás haciendo aquí?

Se acordaba de él, de su nombre. Eso le encantó.

- No he venido de visita – respondió a su pregunta -. Si pudiera, ya me habría ido.

- Supongo que mis amigos de ahí fuera te lo impiden, ¿verdad?

Dracule señaló hacia el exterior. Los gorilas imitadores eran extremadamente fuertes. En las condiciones en que su cuerpo se encontraba, no había podido vencerles. Y aunque le costase aceptarlo, con su nivel de habilidad tampoco habría logrado derrotar a esos molestos animales.

- No hace mucho que vi a tu capitán – dijo de repente Mihawk -. Su aspecto distaba mucho de ser saludable.

- ¿Estuviste en Marineford? – exclamó Zoro. Luego su gesto de sorpresa cambió a uno de mofa -. Oh, claro, cómo no. Eres un Shichibukai. Un perro del Gobierno. Era obvio que ellos tirarían de la correa y tú te lanzarías a morder, luchando contra la escoria pirata. Aunque tú mismo seas uno.

- No eres quien para juzgarme, Roronoa.

- Eres la escoria de la escoria, Ojos de Halcón – escupió el espadachín.

- Soy un pirata que mata piratas. ¿Acaso no hacéis tus amigos y tú lo mismo?

- Lo hacemos. Solo que si matamos es porque queremos, no cuando un Almirante de la Marina nos lo ordena desde su despacho para ahorrarle el trabajo y limpiarle la mierda – respondió Zoro.

- ¿A qué viene esa reacción, espadachín? ¿Es que te he decepcionado?

- Para que alguien te decepcione debes admirarle. Y lo que yo admiro de ti, es tu habilidad, no el cómo o para qué la uses. Así que no, me es indiferente – aseguró él.

- Y después del discurso, ¿te importaría decirme qué pensáis hacer tu amiga y tú en mi castillo? No habéis sido invitados.

- No soy su amiga – se quejó Perona desde lejos.

- Si no vas a ejercer de anfitrión y pretendes echarnos, entonces podemos pelear si quieres – sonrió Zoro de forma socarrona -. Cuando te derrote, me quedaré en tu castillo.

- No hagas eso, Roronoa. –El gesto de Mihawk se volvió ligeramente más serio -. No alardees cuando estás medio muerto. Es lo más patético que he visto.

El Shichibukai descruzó los brazos y caminó despacio hacia Zoro. Por un instante, la presencia de ese hombre le inmovilizó por completo. Mientras se acercaba, sentía como si su cuerpo quisiera echarse a temblar. Mihawk se detuvo a su lado, sin mirarle.

- Puedes quedarte. No hagas ruido. No me molestes. Como si no existieras, Roronoa.

- Podría intentar matarte mientras duermes – dijo entonces Zoro.

Se estaba tirando un farol. Zoro nunca acabaría con la vida de un oponente de esa forma tan deshonrosa. Su moral no se lo permitía. Y Dracule lo sabía. Aun así, esbozó una sonrisa de suficiencia y respondió. 

- Estoy esperando que lo hagas.  

El hombre siguió andando y desapareció por uno de los pasillos del castillo. Zoro respiró hondo y echó a caminar hacia la habitación que había elegido. Perona le siguió, hablando en voz muy alta. Al ver que el espadachín la ignoraba, se quejó y luego se desvió del camino hacia su propio cuarto.

Zoro se había llevado una sorpresa bastante amarga al ver llegar al Shichibukai. Mirarle le recordaba aquella derrota tan patética que había protagonizado tiempo atrás. Ahora era mucho mejor que entonces. Pero seguía sin ser suficiente. Por un momento, había estado a punto de preguntarle por lo sucedido en Marineford. Quería saberlo pero no sabía si estaba preparado para conocer la desesperación más absoluta que había vivido Luffy. El cazador tenía un agujero enorme en el pecho provocado por la preocupación. ¿Dónde estarían los demás? ¿A dónde iría Luffy ahora? Por más que se dijese a sí mismo que tenía que ocuparse de su propio futuro en aquel sitio al que había ido a parar, debía reconocer que sus compañeros acaparaban toda su inquietud.

Se sentó en la cama y se dejó caer sobre la almohada. Era extraño dormir en un lugar tan grande. Pero aún más raro era no poder levantarse a media noche y deslizarse como una sigilosa pantera bajo las sábanas del cocinero pervertido. Aunque en realidad, el pervertido era él. Adoraba la forma en que se sonrojaba cuando le acariciaba, esa forma de hablar rechazándole mientras se aferraba a él y jadeaba. Cerró los ojos con aquella imagen dibujándole una sonrisa.

 

A veces se quedaba dormido abrazado a Sanji. Aunque el rubio le daba la espalda como si le odiase, siempre entrelazaba los dedos con los suyos; era su forma de decirle que no quería que se fuera. Zoro abrió los ojos despacio. El pelo dorado de Sanji se desparramaba sobre la almohada. Le besó la nuca y se desembarazó de la sábana. Se puso los pantalones y subió a la cocina sin hacer ruido. Cogió una botella de agua de la nevera antes de volver a la cubierta. Respiró hondo. El olor del salitre entró por su nariz, recordándole lo agradable que era. Pero de repente, un ruido sordo le aturdió. En la parte trasera del barco, una enorme estaca metálica atravesaba la madera de lado a lado. Dejó caer la botella de agua al suelo y en ese momento, se escuchó la voz de Usopp desde la parte superior del mástil, donde hacía guardia.

- ¡Nos atacan! ¡Despertad!

Un sonido de alarma recorrió el barco. Todos se levantaron y salieron a la cubierta superior en pijama. Usopp bajó por la cuerda y de pronto, un disparo resonó en la noche, rompiendo su calma. El cuerpo del tirador cayó al suelo del barco con aplomo. Abatido. Luffy corrió hasta él y se agachó a su lado. Sus gritos podrían oírse en cualquier rincón del mundo. Usopp tenía un disparo en el pecho, en medio del corazón, que había acabado en un instante con su vida.

- ¡¡AAHH!!

En aquel momento de debilidad, aparecieron rodeándoles un sinfín de barcos de la Marina. Junto a ellos, había algún que otro barco pirata, como si se hubieran aliado para derrotarlos. Kid, uno de los peores piratas que podía conocer la Nueva Era, saltó al barco sin previo aviso y atacó a Franky por la espalda. El cyborg se defendió. Pero su oponente apenas tardó unos segundos en sujetarle la cabeza y arrancársela. Los gritos de dolor y rabia del resto de sus compañeros volvieron a reverberar.

Por su parte, el Almirante de la Marina Kizaru lanzó por la borda a Brook. Si nadie rescataba al esqueleto, estaba perdido. El cazador de piratas intentó caminar hacia la balaustrada para saltar, pero cientos de marines se lo impidieron. Sus espadas salieron de la nada y él las cogió al vuelo. Sin embargo, al intentar desenvainarlas, éstas se resistieron a su fuerza y se quedaron dentro de sus fundas, como si estuvieran pegadas. Zoro empezó a temblar de desesperación.

No pudo hacer nada mientras una de esas enormes estacas metálicas se clavaba en el pecho de un Chopper que cayó sobre el césped sin vida en el cuerpo. Nami gritó un instante antes de que una precisa bala atravesara su corazón. Una lluvia de lanzas acabó con el aliento de Nico Robin, que fue incapaz de defenderse al verse privada de sus poderes.

- ¡¡NO!!

Zoro volvió la mirada hacia Luffy. Peleaba contra Kurohige. Después de todo lo que había pasado en la Gran Guerra, Luffy solamente buscaba venganza. Cegado por ese sentimiento, la ira, la rabia, el dolor, se lanzó de forma desesperada a por su oponente y éste, después de reírse, atrapó a Luffy en una oscuridad de la que no pudo salir.   

El espadachín tiró las espadas al suelo entonces y corrió hacia Sanji. Le sujetó de la mano y trató de salir corriendo con él, pero el cocinero no se movió. Al girarse a mirarle, el cazador vio el puño envuelto en lava de Akainu atravesando el cuerpo del cocinero; parecía que al Almirante le gustaba matar así a sus víctimas. Zoro contuvo el aliento hasta casi ahogarse. Se dejó caer al suelo y acomodó el cuerpo quemado y sangrante del rubio contra él. Sanji le miró, entre espasmos, mientras se debatía por seguir respirando.

- Por favor… por favor no… - gimió Zoro, acariciándole la cara con la mano manchada de su sangre.

El cocinero dio un par de bocanadas ahogadas más antes de que su cabeza cayese contra el pecho del cazador, inerte. Sus ojos desenfocaron toda imagen y su pecho dejó de moverse bajo los latidos de su corazón. Zoro se aferró con fuerza desmedida al cadáver del rubio y entonces, gritó.

 

Gritó. Como nunca antes lo había hecho. Su respiración estaba ahogada y sentía un sudor frío recorrerle toda la espalda. Se incorporó de un salto de la cama. Su corazón latía tan desesperado y desbocado que incluso las heridas le dolían.  Miró sus manos, que le temblaban de forma descontrolada. No había sangre en ellas. Las sábanas estaban húmedas y revueltas. Estaba solo. Levantó la mirada hacia la estancia. Una habitación muy grande, de piedra, con un enorme ventanal que daba al bosque, ahora a medio cerrar por las cortinas color escarlata. No estaba en el barco. No les atacaban. No había muerto nadie. 

Una pesadilla. Había sido una pesadilla. Horrorosa. Al comprenderlo, se dejó caer sentado en la cama y trató de tranquilizarse. Apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en sus manos. Cerró los ojos, apretándolos con fuerza. Había sido el peor sueño de toda su vida. Su subconsciente le estaba dando un toque, un aviso de alerta. Las cosas a partir de ese momento iban a cambiar, a ser completamente diferentes. Más peligrosas. Si quería que su pesadilla siguiera siendo solo eso, tenía que hacer algo. Y tenía que hacerlo ya. 

Con la resolución que le caracterizaba, y envalentonado de alguna manera por el miedo inconsciente que había pasado, el espadachín se levantó de nuevo y salió de la habitación. Perona se asomó por su puerta con disimulo. No había ser en el castillo que no le hubiera escuchado gritar de pánico. Zoro alcanzó las puertas dobles del salón del castillo y las abrió de un tirón. Además de un sofá de estilo muy antiguo tapizado en rojo, una mesa de madera maciza y una lámpara, había un sillón individual tapizado en el mismo color que el otro, haciendo juego también con las cortinas. En ese sillón de respaldo alto se recostaba Dracule Mihawk, su anfitrión. Éste levantó la mirada hacia la puerta al escuchar el estruendo, aunque no dijo nada.

El cazador caminó hacia él, despacio. Sudaba bastante y aún parecía respirar entrecortado. De repente, el espadachín se dejó caer de rodillas en el suelo, con aplomo, como si sus propias fuerzas le hubieran fallado.

- ¿Vienes a disculparte? – le preguntó el Shichibukai.

- No. Sinceramente, no es eso. –Tragó saliva antes de seguir hablando -. No me retracto de nada de lo que dije.

- ¿Entonces? ¿A qué se debe esto?

Zoro apoyó las manos en el suelo de piedra e inclinó la cabeza hasta casi rozar el empedrado. Mihawk contuvo un gesto de asombro. Perona, a un lado, ahogó un grito de sorpresa.

- Quiero que me entrenes, Mihawk – pronunció en voz bien alta.

El hombre cogió la copa de vino tinto que tenía sobre la mesilla al lado del sillón y se deleitó con un sorbo.

- ¿Qué te hizo pensar que accedería a semejante despropósito? – quiso saber.

- No lo sé. Pero aún a riesgo de no saberlo, estoy aquí de rodillas suplicándote que me ayudes.

- ¿Ayudarte a derrotarme? Tienes agallas. Y si mal no recuerdo, estás lo suficientemente loco como para intentarlo.

Mihawk recordaba la primera vez que había visto a Roronoa Zoro. Apenas era un muchacho. Temerario e inconsciente, le había desafiado sin una pizca de temor creyendo que estaba a su altura. Sin embargo, a pesar de no ser rival para él, Mihawk sabía que podía ser digno de una lucha a su nivel, en el futuro. Le había dejado vivir sólo por ello, con la curiosidad de si sobreviviría el tiempo suficiente como para enfrentarse a él. Y allí estaba, en su territorio, aunque la situación era diferente de la que Dracule había imaginado.

- No. No tengo intención alguna de vencerte ahora – confesó.

- ¿Por qué, Roronoa? ¿No era tu sueño superarme?

- Hay cosas más importantes en este momento – respondió.

- ¿Y por qué bajas la cabeza ante mí de esa manera tan desesperada? – insistió Mihawk -. Tenías orgullo.

Por un instante, evocó las palabras del cazador cuando le había dado el golpe final en su primer combate, si así se podía llamar. “Una herida en la espalda es una deshonra para un espadachín.” Hablar de honor, viniendo de un novato de la Nueva Era, era algo que realmente le había impactado.

- ¿Dónde lo has dejado? – añadió.

- No se trata de orgullo, maldita sea – gruñó Zoro -. Yo… sólo quiero ser el mejor. Necesito serlo.

- Sería un loco o un estúpido si te convirtiese en mi propia debilidad, ¿no te parece?

- Es cierto que he vivido con el único propósito de ser mejor que tú – admitió -. Pero ahora, todo es diferente. Lo que ha pasado en Marineford… yo debería haber estado allí. Debería haber estado con Luffy. Debería haber sido lo suficientemente fuerte como para evitar que nos alejasen a todos de él. Pero no lo fui. Y eso me hace sentirme débil, inútil, hace que me frustre y que pierda de vista incluso mi propio sueño. No puedo seguir así.

- ¿A dónde quieres llegar, Roronoa?

- No te pido que me hagas fuerte para vencerte, Mihawk. Te pido que me hagas fuerte para proteger a las personas que me importan de verdad. 

- Aunque tengas pinta de cachorro perdido, ya eres un hombre fuerte si tienes semejante convicción – hizo notar Dracule. 

- No lo suficientemente fuerte. Y por la gente que quiero, tengo que serlo aún más.

Había cambiado. El muchacho estúpidamente valiente al que se había enfrentado por pura curiosidad, le acababa de demostrar lo mucho que había madurado. La vida que había vivido hasta el momento le había convertido en un hombre. Uno valiente, perseverante, orgulloso y loco a partes iguales. Con ese balance, Roronoa Zoro podía llegar a ser el mejor, algún día. Ya no lo dudaba.

- Te entrenaré –decidió entonces.

Zoro levantó la mirada hacia el hombre, mostrando una mezcla entre alivio y agradecimiento.

- Con una condición – añadió Dracule.  

- ¿Sólo una?

- Cada vez que falles, serás castigado. Te haré recordar lo que significa perder algo cuando no eres capaz de vencer.

- No me dan miedo tus castigos, Mihawk – aseguró Zoro.

- ¿Estás dispuesto a aceptarlo?

- Tengo que hacerlo. Tal y como soy ahora no puedo seguir adelante.

- Aprenderás a base de dolor, Roronoa – le advirtió -. Y tal vez – añadió, bajando la voz y jugando con la copa que sostenía en la mano -, de placer.

Zoro entrecerró los ojos y escudriñó al mejor espadachín del mundo. Él era su meta. Pero aquello tenía que hacerlo, no sólo por superarle o por superarse a sí mismo. Sino por las personas que consideraba su familia y por las que peleaba. Por sus compañeros.

No tenía ni idea de qué era lo que rondaba la mente de Dracule Mihawk, y tampoco podía leerlo en su penetrante, firme e indescifrable mirada. Aún a riesgo de lo que ese hombre pretendiera, no tenía más remedio que ceder ante el que sería su nuevo mentor.

- Haz lo que quieras – respondió el espadachín.

- Está bien. – Dejó la copa sobre la mesilla que había al lado del sillón y cogió en su lugar el libro -. En cuanto tus heridas mejoren, empezaremos.

Mihawk apartó la mirada del espadachín y se concentró en la lectura.  

- ¿Cómo que cuando mejoren? – dijo entonces Zoro, poniéndose de pie todo lo rápido que pudo -. Yo quiero empezar ahora mismo.

- ¿Y en ese estado desastroso en el que te encuentras qué pretendes hacer, eh? ¿Dejarte matar? – le preguntó, sin levantar los ojos hacia él -. No. No debes precipitarte. Tienes tiempo, ¿no es verdad?

Zoro recordó el mensaje de Luffy. Dos años. Era mucho tiempo, pero él no podía perderlo sin más. Si Mihawk no quería empezar todavía, lo haría por su cuenta. El espadachín dio media vuelta para dirigirse a la puerta.

- No seas inconsciente – le detuvo Dracule -. Si no te recuperas antes de empezar a entrenar, nunca estarás bien. Y entonces, jamás llegarás a aprovechar todo tu potencial.

- ¿Y qué pretendes que haga? ¿Quedarme sentado esperando?

- No. Ejercita tu mente, sin descuidar el cuerpo claro. Pero nada de combates, ni de levantamiento de pesas. No te sobre esfuerces.

Él no acostumbraba a acatar órdenes que no provinieran de Luffy. Ni siquiera en la cama con Sanji, donde era él quien solía tener el control. Zoro chasqueó la lengua, cruzó la puerta y salió del salón.

- Sabes que no va a hacerte caso, ¿verdad, Ojos de Halcón? – soltó Perona, acompañado de una risilla.

- Ve con él – le pidió, sin volverse tampoco a mirarla a ella -. Cuando se haya curado de sus heridas, avísame.

- ¿Quién te has creído que soy yo, eh? – exclamó la princesa.

- Si vas a vivir en mi castillo, serás alguien que hace lo que yo quiera que haga, ¿he hablado suficientemente claro, princesa?

Perona gruñó por lo bajo pero salió flotando del salón tras el espadachín.

En contra de su pronóstico, Zoro se comportó como un buen enfermo. Madrugó cada día durante los siguientes meses para meditar, tratando de encontrar un poco de calma y analizar lo que era y no era capaz de hacer en el punto en que se encontraba. Recorrió el castillo de arriba abajo caminando y utilizó el patio para dar unas carreras. Horas y horas de meditación en soledad hicieron su trabajo, logrando que su concentración mejorase bastante e incluso, que lo hiciera su paciencia. Perona se había convertido en su sombra y poco a poco dejó de molestarle la presencia de la princesa diabólica.

Tras tres meses de ejercicio muy moderado y una recuperación satisfactoria, Zoro se presentó una mañana frente a Dracule Mihawk, armado con sus tres espadas. Preparado para hacer lo que tuviera que hacer. 

Notas finales:

¿Y bien? ¿Qué os parecido hasta aquí? Es un poco pronto para preguntar supongo, pero me encantará saber vuestra opinión y lo que pensáis aunque sea el primer capítulo ^^

Responderé a todos sin falta, ¡prometido! 

¡Gracias por leer!

 

Erza.


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