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Sombras y luz por Liyis

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Notas del capitulo:

Hola mazapanes!
Nos pude actualizar y no creo poder hacerlo antes del fin de semana. Pero bueno.

Es triste.

Disfruten.

De regreso a casa me arrepentí completamente. Había olvidado que Adam quería verme. Ya sabía que era de lo que quería hablarme. Esperaba que esa no haya sido la última vez que lo vea. Detuve mis pasos un segundo, presionando mis puños y mis ojos. Me estaba rompiendo.

Cuando llegue me sorprendí de ver el auto de Richard en el garaje. No me podía pasar nada más. Al entrar subí las escaleras haciendo el menor ruido posible para que Richard no se percatara de mi presencia. Pero por desgracia, Richard nunca estuvo en el piso de abajo.

La puerta de mi habitación estaba abierta y pude ver su melena naranja asomarse un poco por ella. ¿Qué hacía ahí? Me acerque un poco. Richard nunca había entrado antes a mi habitación que no sea para recordarme algo, y esta vez el no tenía nada que hacer ahí. Fui tan silencioso como estaba acostumbrado. Estaba hablando, tenía su celular en la mano.

—No puedo creer que la hayas perdido… —replicaba. Yo me quede a un lado de la puerta cuando entro al pequeño baño que acompañaba mi cuarto. Pude observar por el reflejo de mi espejo lo que hacía, revisando en los cajones y sacando mi cepillo de dientes. Lo metió dentro de una bolsita resellable de plástico.

—Sera la última muestra que te envié. Más te vale que demuestres que ese niñato es el que estamos buscando o perderás tu trabajo. —más silencio. ¿De quién hablaban? ¿Para qué quería eso? —Casarme con Ellen era algo necesario, no te confundas, nunca pensé que iba a fallecer… no ha arruinado mis planes, simplemente hubieran sido más fáciles con ella viva. Ahora tengo que mantener a su mocoso malcriado dominado y no tengo más tiempo para ello. Así que quiero que todo el proceso sea rápido y eficiente. —colgó.

No perdí el tiempo y comencé a alejarme del cuarto lo más rápido posible, bajando las escaleras lo más rápido. Pero tropecé y termine en el piso.

—¿Que estás haciendo ahí? —por desgracia, Richard me escucho.

—N-nada. —murmure —llegue.

—¡¿Y que es lo que esperas?! Quiero la cena lista y esta casa es asquerosa así que límpialo todo.

Me levante a duras penas. Me había golpeado muy fuerte. —Si… —corrí a la cocina. Me esperaba un fin de semana muy largo.

 

 

Estaba muy cansado y me dolía todo el cuerpo. Las vendas que llevaba alrededor del cuerpo no me dejaban menear la sopa y evitar que se quemara, y al menos la parte de arriba de mi cuerpo estaba caliente con el calor de la estufa. Porque mis pies se estaban helando. Me sentía muy mal y tenía sueño. El golpe en mi costado había sido peor de lo que pensé, temía un moretón enorme que parecía que cada vez se ponía más negro, por más que intentara ponerle algún remedio y vendarlo no lograba calmarlo, en especial cuando Richard se enfadaba conmigo y terminaba empujándome o golpeándome con la pared. Aún estaba conmocionado por esa llamada que había escuchado, pero tenía terror de preguntar, o más era el terror de que Richard se enterar que estaba ahí. Me di cuenta que comenzaba a caer dormido, pero es que no podía dormir en el ático y no sé porque, esta vez me sentía más débil de lo normal. Mis fines de semana no eran agradables. Pero solo tenía que aguantar un poco más, Richard se iba hoy.

Escuché sus pasos acercarse a la cocina. Comencé a girar la cuchara más rápido.

Solo gire un poco para asegurarme de que estaba detrás de mí, llevaba su maleta con sigo, su celular y las llaves del auto. Perfecto.

—Me iré dentro de poco. —lo mire por completo. Apague el fuego. Es raro, usualmente solo se va. No dije nada. —No podre venir la próxima semana. —lo mire sorprendido, trate de hacer lo posible por no intentar alégrame. —Estaré en un viaje antes de finalizar el año. Pero antes de que comiences a celebrar, te advierto que mi hijo va a venir a cuidarte, así que más vale que no intentes nada estúpido.

Mi intento se sonrisa se borró. No, no quería. No podía ser posible. —T-tu... ¿Tu hijo? —volví a repetirlo para que se me quedara memorizado. ¿Pero cómo podía olvidarlo? Ahora era imposible olvidarlo.

—¿Tienes algún problema? ¿A caso te molesta? —hablo dulcemente, burlándose de mí.

—Yo... no... —el temblor de mi labio lo decía todo.

—¿Tienes algún problema con mi hijo? —Richard se acercó más a mí, y se cruzó de brazos. Intimidante.

—Ninguno... —susurre. Pero no  podía mantenerle la mirada, observe su pecho, detrás de ese saco estaba la bolsa donde llevaba mi cepillo de dientes. Me pregunto, si él no se cuestionó que yo me daría cuenta que no estaba.

—¿Qué es lo que estás viendo? —me sujeto del mentón, apretando mi mandíbula cada vez más fuerte y me obligo a mirarlo. Apenas y podía evitarlo. —¿Crees que no me di cuenta —lo mire asustado. —de porque fue tu pequeña caída de las escaleras? —gemí de miedo cuando sentí su mano subiendo por mi camisa y acariciando los vendajes de mi costado, caricia que comenzó a apretarme hasta que grite por el dolor y caí de rodillas al piso.

—¿P-porque haces esto? —pregunte, ahora quería saber. Saber porque tenía que estar sufriendo todo esto.

Richard suspiro. —De acuerdo. Te lo diré... —pero entre sus palabras, uno que otro toque de burla no faltaba. —De todas formas, estoy seguro que escuchaste demasiado… Harrison Wells fue uno de los inversionistas más ricos y significativos en mi compañía. Pero desde que el pereció mi empresa comenzó a caer y mis otros inversionista comenzaron a perder confianza y no puedo dejar que eso pase. Necesito de vuelta las ganancias del apellido Wells.

Lo mire extrañado, sin entender a qué venia eso y sobando mis costillas, el levantó su pie y sin problema lo enterró en mi pecho lentamente obligando a pegarme a la pared y perder el aire. —No tienes idea de que es lo tiene que ver contigo ¿verdad? —se burló. —Hay evidencias que demuestran que Harrison Wells dejo una rica herencia a su preciado hijo y su madre. —quitando su pie de mi estómago, me obligo a levantarme. Me sujeto de los hombros y me empujo contra el muro, del fregadero. Le tenía miedo, lo admitía —Un niño que dejo a los dos años, nacido el 9 de Febrero del nuevo siglo. Para poder ser un gran inversionista. Su muerte fue temprana, pero él los había estado siguiendo —el relato comenzaba a tener sentido ahora, pero… de todas formas, no me parecía posible. —Mis detectives recolectaron todas las evidencias, y al final de todo estaba ustedes con el apellido Brooks. El Sr. Wells les dejo la herencia y pidió contactar con tu madre. Tu madre no era del todo consiente del dinero que ahora tenía en sus manos, solo necesitaba más tiempo para convencerla y que dejara el testamento a mi nombre, pero ella también murió. —su sonrisa se ensancho, otro golpe a la pared, me queje —Por eso solo quedas tú, primero tengo que comprobar que eres su hijo, y después, solo necesito que cumplas los dieciocho.

Pego su cuerpo con el mío y yo, dejándome ganar por el medio, retrocedí tanto tratando de escabullirme que provoque que todos los platos que estaba fregando hace unos momento cayeran al piso con un estruendoso sonido y todos se convirtieron en puros cristales esparcidos por el piso. Yo grite un poco y Richard se enojó.

—¡Maldita basura! —se jalo del cabello y me hizo alejarme, caminando por los vidrios y pinchando mis pies descalzos. —¡Mira lo que has hecho! ¡Vas a temer que pagarlos y vas a limpiar todo!

—¡Lo siento! —grite de nuevo por el miedo. Mientras con mis manos sostenía la parte donde me sujetaba. Como si quisiera soltarlo o como si quisiera que la dejara ahí, para que no jalara más fuerte. —Perdón... —volví a gemir.

—¡Si tanto lo sientes entonces acepta tu castigo! —jalo más fuerte. De inmediato, me tenía subiendo las escaleras y golpeando mis pies. Paramos en el pasillo abrió el ático y me empujo adentro de nuevo. Pero no podía quedarme ahí.

—¡Espera! ¡No puedes dejarme aquí! —no sabía cuánto tiempo lo haría. Ignore el dolor de mi cuerpo para tratar de pelear por la salida. No podía quedarme encerrado. Nadie me oiría, nadie vendría a ayudarme.

—Claro que puedo… —sonrió. —mi hijo llega en tres días, diviértete, Luca Wells. —cerro y escuche el sonido de la llave trabar la puerta. Grite y seguí suplicando para que me sacara. Me levante y corrí a asomarme por las ventanas. Solo fueron unos instantes para verlo caminar tranquilamente hacia su auto. Incluso saludando a algunas vecinas. Cuando no pude sostenerme más de puntitas deje de asomarme y luego escuche el auto marcharse. Estaba encerrado...

 

Me senté y me encogí en el piso, presionando mi cabeza, tratando de mentalizarme. Todo lo que me estaba pasando, era solo por dinero. Comenzaba a entrar en completo pánico, revise por lo que tenía a la vista, aún era temprano, pero en el rectangular espacio, habían cierta partes donde el sol no iluminaba, y las ideas de los monstruos regresaba. Primero tenía que salir de aquí.

Encontré una palanca oxidada de lo que parecía un viejo juguete de madera, pero era dura. No perdí tiempo en encajarla en el seguro y comenzar a empujar con la esperanza de que la puerta se abra. Me costó trabajo, pero nunca pare de golpearlo hasta que se rompió. Fue mi desesperación de salir tan rápido que no use la mitad de las escaleras para poder tocar el piso.

Baje las segundas escaleras hasta la cocina, como si alguien me estuviera persiguiendo y yo tenía que escapar para que no me alcanzara, para que no me atrapara y me volviera a encerrar. Resbale, por los vidrios rotos esparcidos y caí al piso. Me quede unos momentos ahí. Me dolía la cabeza y me esforcé para arrastrarme hasta que me quede recargado en la estantería de la cocina. Observe el salón.

Era tan grande.

De repente sentí como mi nariz ardía, movía mis pies y parpadeaba varias veces, mi respiración se aceleraba y empezaba a llorar otra vez. De repente, todo mi rostro lo sentía más caliente. Mi nariz enrojecía, y mi cabello se pegaba a mi cara. Llorar era horrible. Por eso quería dejar de hacerlo. Apenas un gemido y ya tenía mocos en la nariz que no me dejaban respirar, e inevitablemente, sentías que te asfixiabas.

Era muy temprano y la luz entraba por la ventana apenas un poco lejos de mí. Tenía frio, pero por más que quisiera acercarme para poder calentarme, no me movía.  Me quedé ahí, quieto. Con la luz esperándome, si no me acercaba pronto se iría, me dejaría solo y lo único que me quedaría de ella sería el pequeño calor que dejo en el piso de loseta, pero poco a poco su presencia comenzaría a hacerse fría hasta desaparecer. Y de nuevo vendría el frio.

Maldito Richard, como lo odiaba. ¿Cómo me sentía incapaz, apenas unos meses atrás, de odiar a alguien? ¿Cómo podía ignorar a las personas y fingir que no me importaban, así como a ellos yo no lo hacía? ¿Cómo me olvidaba de los problemas con facilidad? Siempre era feliz ignorándolos, nunca fueron tan difíciles. Yo era feliz todo el tiempo, y cuando estaba triste, era un sentimiento tan melancólico, doloroso… era algo tan… horrible, que no me gustaba sentirlo más de dos días. No me imaginaba como las personas deprimidas podían soportar el dolor tanto tiempo. Sin darme cuenta comenzaba a convertirme en una de ellas.

De repente mi tiempo en el cementerio comenzaba a hacer efecto. Mi odio hacia Richard empezaba a empujarme a hacer algo. Mis padres estaban  muertos y la herencia no le pertenecía a nadie. Si yo moría también…

Tal vez morir no era tan malo.

No me costaría mucho tiempo hacerlo. Nadie se daría cuenta, a nadie le importaría. Y podría molestar a Richard. Observe los pedazos de vidrio regados por el piso. Eso hacía que fuera aún menos malo. Ya no tendría problemas. Ya no me pasaría nada malo. Ya no me iba a doler.

Nunca había parado de llorar. Como un niño pequeño. Tome un cristal, pequeño y afilado, lo suficiente para que me pinchara un dedo con tocar la punta. Yo no valía tanto la pena, nadie tenía que decírmelo. Nadie se preocuparía por mí. A nadie más le dolería. Respira profundo. No me sucedería nada... estaría bien.

Comencé a rasgar la piel de mi muñeca. Dolía, escuchaba el sonido del vinilo de los 50’s de la casa de la señora Stone, escuchaba la silla de la vieja Mereedith mecerse en el sol. Escucha los pajaritos volar y la sensación del frio con la nieve caer. Termine de cortar una, y con un poco de temblor tratando de ignorar la sangre continúe con la otra.

Pero luego… me detuve. Cuando comencé a sentir que mi pantalón se mojaba, cuando note como la sangre brotaba sin detenerse. Me tense. Me asuste y por un momento sentí que eso no era normal. Era una línea horizontal perfecta para crear la hemorragia que ahora estaba pasado.

—No, no, no... —Trate de levantarme, pero no podía, mi cuerpo dolía y apenas notaba el dolor de uno de los cristales que se había encajado en mi pierna. Más sangre comenzó a salir de mi pantalón. Tome uno trapo que alcance de la alacena, y lo envolví por toda mi muñeca. Ahora quería que se detuviera pero toda la tela comenzó a teñirse de rojo. Y entonces ya no sabía que más hacer.

Me encogí en mí mismo, cerré los ojos y sentí mis lágrimas resbalar por mi nariz hasta el piso.

Iba a morir.

 

 

 

Muchos decían que era un milagro, un milagro desperdiciado. Una segunda oportunidad que le otorgo dios a alguien que no se lo merecía. Yo era la prueba viviente de ese milagro desperdiciado.

Había sido una milagro que el perro rompiera la puerta trasera para querer entrar.

Había sido un milagro que a la Sra. Davis se le ocurriera entrar por ahí para volver a invitarme a almorzar.

Había sido un milagro que ella no hubiera ido a trabajar ese día.

Había sido un milagro que me cortara mal la piel y todavía haber tratado de detener la hemorragia letal.

Había sido un milagro, que la Sra. Davis me encontrara justo antes de que comenzara a perder la conciencia.

Había tratado de suicidarme.

Lo había hecho.

Y era un milagro.

Porque no lo había logrado.

 

Ahora estaba sentado en la camilla del hospital. Rodeado de paredes blancas. Con grandes puntadas en mis muñecas envueltos en gasas y vendas y sobre esas gasas había unos guantes duros que solo me dejaban mover mis dedos. Parecía que tenía un yeso y literalmente, sentía que me había roto las muñecas. No dejaba de mirar los guantes. Tenía las manos atadas. Cómo si no hubiera sido suficiente que haya suplicado no morir a los dos segundos de ver la sangre correr. Era un milagro desperdiciado.

Esperaba a la enfermera. Después de que me había sacado de la sala donde les hacían suturas a todas las personas que se había cortado con algo y me había dejado aquí se había ido y no había vuelto a entrar. La enfermera era una mujer grande que me había tratado mal todo el tiempo que me atendió. Sus puntadas habían sido dolorosas y muy fuertes, como si quisiera hacerme más daño. ¿A quién le importaba ayudar a una persona que ya no quería vivir?

Estaba solo en la habitación. Esperando…

La Sra. Davis entro junto con la enfermera. De nuevo con uno de sus vestidos, se acercó a mi lentamente y con una pequeña sonrisa, podía notar como y hasta se había esforzado en limpiar sus propias lágrimas. Había llorado por mí.

—Luca... —hablo suavemente, muy suave, como si al hablar fuerte yo fuera a perder el control. —Llame a tu padrastro. No puede venir pero pagara la cuenta del hospital. Por lo pronto, los médicos me dijeron que ya puedes irte, me pidieron que no te dejara solo. Así que... te quedaras conmigo. ¿Sí?

Asentí. Tranquilamente y sin hablar, y más porque me distraía el olor a crema de sus manos. Pero cuando se levantó, esperándome, no estaba seguro de que quería hacer ahora, pero me comenzaba a molestar la mirada de la grotesca enfermera.

Me levanté, sin apoyarme de mis manos y comencé a seguir a la Sra. Davis. Recorrí el hospital, observando a todas las personas, nunca faltaban las que observaban fijamente mis guantes, algunos hacían muecas, desaprobándolo, otros me observaban con una lástima… como si ellos quieran intentarlo en esos momentos.

 

En el camino, sin decir ninguna palabra, me recargue para mirar por la ventana. Todo comenzaba a ser demasiado tranquilo y casi irreal. No recuerdo pensar en nada cuando me corte. Estaba demasiado concentrado en lo que escuchaba a mí alrededor. Tampoco me siento muy diferente ahora. Pero había llegado a la conclusión, de que si quería vivir. El viaje fue en silencio. Y por los caminos llenos de bosques sin hojas de Hampton, aún era temprano, el sol alumbraba y la nieve estaba sobre las ramitas, habían limpiado la carretera y la nieve aun caía un poco.

La señora Davis me miro de reojo.

—Todo va a estar bien, Luca.

Yo igual la mire. Le sonreí de vuelta y me acurruque en el asiento, observando la nieve. Todo... estaría bien.

 

 

 

Desperté. Lo primero que pude observar fueron mis manos con las que me apoyaba y la rasposa tela del sillón en el que me había dormido, en mis manos solo veía mis dedos y mis uñas, el resto ella estaba cubierta por unos guantes ortopédicos muy raros. Fuera de mis manos, en la pequeña mesita de la sala, había un plato con lo que parecía un caldo de pollo con verduras, y un vasito con agua de guayaba. Ambos trastos con decoraciones de florecitas rojas.

Me levanté lentamente, tallando mis ojos. Nunca me di cuenta de cuando me quede dormido.

—Creí que tendrías hambre. —la señora Davis estaba sentada a lado mío. Creo que ella fue la que me despertó.

Observe de nuevo la comida.

El inminente olor a chuletas de cerdo llego a mi nariz. Observe su cocina notando como la carne se cocía y también parecían haber preparado espaguetis. Moría de hambre y estaba dispuesto a negar el humeante caldo de pollo, pero dudaba mucho que me diera un poco de carne con un cuchillo, ni siquiera un tenedor. Entonces me digne a comerlo.

—Gracias...

—¿Esta rico?

—Sí. Tenía hambre.

De nuevo el silencio. Y después... vino la tan esperada pregunta. —... Luca... cariño... ¿porque lo hiciste?

Pare de comer.

Observe el plato.

—No estaba pensando... —murmure. Y era verdad. Estaba más concentrado en lo que ocurría a mí alrededor que en lo que estaba haciendo con los vidrios —lo siento.

—¿Tienes problemas en la escuela o en casa?

La observe de nuevo. A este punto, lo que me sucedía en el instituto era algo que ella ya debería saber. Y lo que me pasaba en casa... tampoco era algo muy difícil de descifrar.

—No es nada grave... solo estaba muy alterado. Me pongo nervioso muy fácil. —admití.

—¿Ansiedad o depresión?

Me encogí de hombros. Observe de nuevo el plato.

—Luca, tu... ¿Ya no quieres vivir?

Seguía mirando el plató. —Si... —pero creo que mi respuesta fue muy falsa —Si quiero, creo que... por más nervioso que este, termino pensando que de algún modo algo va a mejorar y... también soy demasiado cobarde.

—No eres cobarde.

—Tampoco soy valiente... —la mire de nuevo. —No se preocupe. Estoy bien. No tiene que tratarme como psicóloga. No me cortare con lo primero que encuentre. Estoy bien —repetí.

—No tienes que jugar con tu vida Luca...

—No estaba jugando… solo estaba siendo muy estúpido. Gracias de nuevo por la comida... —arrime el plato más lejos de mí —Pero... puedo estar solo, de verdad... —en cuanto note que la Sra. Davis negó con la cabeza sentí que me sería imposible.

—Te quedaras aquí. No voy a tratar de arreglarte Luca. Voy a ayudarte. —me sonrió.

Y yo solo trate de volver a sonreír. No sabía bien a que se refería. Pero esperaba no meterme en más problemas. No había hablado con la señora Davis en un largo tiempo y no dudaba en que supiera que me gusta su hijo. Y como era una incómoda y constante pregunta que se repetía en mi mente no podía evitar preguntárselo.

—Sra. Davis... Us-usted sabe... que yo soy... —me daba miedo preguntar y la mirada inquisitiva que me mandaba lo hacía más difícil —¿que soy homosexual?

Pero a pesar de mis dudas ella me volvió a sonreír. —Si... si lo sé. Y si te preguntas, también sé que te gusta mi hijo.

—¿Y no le molesta?

—¿Porque lo haría? Me agradas mucho. Y a Iván también.

Sonreí un poco más derrotado. —No lo creo... no ahora.

La señora Davis se acercó y tomo mis dedos. Era lo único que podía alcanzar con los estorbosos guantes —Créeme... si lo sé. —acariciaba mis dedos con dulzura y me miraba se cierta manera rara. —¿Quieres dormir un poco más? Te vez cansado. —cambio súbitamente de tema.

—Sí. Gracias, no vendría mal.

—Iván está trabajando y no llegara en unas horas. Así que... ¿Porque no te quedas en su cuarto?

—Amm... sí. —me fui levantando.

—Lamento el desorden. —termino. Y yo solo sonreí más apenado comenzando a subir las escaleras.

La habitación de Iván se veía mejor que la última vez. El escritorio limpio, la ropa arreglada y la cama tendida. Había más espacio, pero seguía oscura. Aún no quitaba su cortina. Estaba tan consternado que me dolía tener que desacomodar su cama al acostarme. Pero estaba cansado. Muy cansado, así que me deje caer. Olía tan bien... me aferre a su almohada antes de caer rendido.

Notas finales:

Los proximos capitulos van a ser narrados por Ivan, ya es la tercera parte de la historia por lo que es el desenlace  y las respuestas de muchas cosas.

Nos leemos.

Liby.


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