Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Dulce veneno por Arawn87

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola todos los lectores y lectoras. Vengo a dejar la segunda parte y final de este corto ligero con tintes románticos.

Espero les guste.

Parte 2

 

Pasaron dos semanas y todo funcionaba con normalidad. El Patriarca había regresado de su viaje y los dorados continuaban sus rutinas diarias haciendo rondas, explorando y entrenando. Afrodita volvió a sus actividades apenas dos días después de aquel episodio y Milo notó de inmediato que se encontraba más pálido y ojeroso de lo normal. Cuando lo vio aparecer en el coliseo tuvo que aguantar las ganas de acercarse y preguntarle cómo estaba, se vería demasiado sospechoso, y prefirió esperar hasta que terminara la práctica. Sin embargo, el pisciano se largó sin siquiera mirarlo y esa actitud se repitió los días posteriores. Al parecer, Afrodita pensaba mantener su relación en la acostumbrada fría diplomacia y eso no le agradó a Milo, ¿acaso no recordaba que fue él quien lo ayudó? No esperaba un “gracias”, pero al menos un trato un poco más cortés.

La oportunidad de acercarse al pisciano llegó poco después, cuando Shion decidió enviar a la mayoría de la elite a supervisar los distintos centros de entrenamiento alrededor del mundo, dejando solo a dos en el Santuario por motivos de protocolo. Uno de los que se quedaría era Afrodita, y el otro, por una tremenda “casualidad” sería Milo.

- Ustedes estarán a cargo de vigilar que todo funcione bien en el Santuario, y por supuesto, de reportar de inmediato si surge algún inconveniente –fueron las órdenes directas del Patriarca, quien miraba seriamente a ambos dorados arrodillados frente a él.

- Si señor –respondieron al unísono.

- Bien, eso es todo… Afrodita, puedes ir a descansar antes de que comience tu ronda nocturna –comunicó al pisciano, quien tras una breve inclinación de cabeza se levantó para ir a encerrarse en su jardín, dejando solos a Milo y al Patriarca.

El salón quedó en silencio hasta que los dos presentes oyeron la gran puerta cerrarse, anunciando la salida del último guardián. El santo de escorpio comenzó a impacientarse ante el largo mutismo de Shion. No le había ordenado retirarse pero tampoco decía nada, solo se dedicaba a observar al frente, casi sin pestañear.

- Milo –se sobresaltó al oír su nombre, pero recuperó rápidamente la compostura.

- Diga, Santidad –respondió solemne.

- Además de tus obligaciones como Santo, deseo pedirte de favor que vigiles a Afrodita.

- ¿Eh? –fue todo lo que pudo decir ante tan inesperada petición. El Patriarca sonrió comprensivo.

- A estas alturas deberían saber que nada escapa a mis ojos, Milo de Escorpio –indicó sutil. No fue necesario agregar nada más, ambos sabían a lo que se refería.

- Si Santidad, haré como ordene.

- Cuento con ello –finalizó la máxima autoridad, para luego darle el pase de retirada.

Milo bajó las escaleras con lentitud, viendo fijamente hacia el emblema de los peces. Dos peces que nadan contra la corriente, tan opuestos y contradictorios como el guardián que los representa. Cruzó el templo mirando disimuladamente en todas direcciones, esperando encontrar al sueco, pero aquello no ocurrió y terminó yendo hacia el suyo, inusualmente pensativo.

Entrada la noche, Afrodita cruzó por el octavo templo de camino a su guardia y Milo se asomó para verlo perderse escaleras abajo. El Patriarca le había pedido que lo vigilara, pero era difícil hacerlo sin que el otro se diera cuenta. Ellos no eran precisamente amigos y estaba seguro de que Afrodita lo enviaría a volar si sospechaba algo. Sin embargo, admitía que también le inquietaba su situación, el haberlo visto tan mal le produjo una extraña sensación en el estómago, esperaba no repetir esa experiencia. Y no era lástima, estaba sinceramente preocupado, después de todo era un compañero de armas a quien conocía de niño y que le prestó cobijo a pesar de su borrachera. Después de eso pensó que el sueco no era tan malo como aparentaba la mayor parte del tiempo.

Los días pasaron y ambos dorados a cargo apenas se dirigían la palabra. Afrodita parecía evitar a Milo a toda costa y este se sentía cada vez más frustrado, ya que veía que el estado de su compañero no era el mejor, lucía fatigado y en ocasiones le costaba coordinar los pasos. No podía imaginar lo que estaría padeciendo al tener que acostumbrarse bruscamente al veneno en su sangre, deseaba ayudarlo, pero apenas intentaba acercarse el otro salía con alguna evasiva y desaparecía. Estaba a punto de perder la paciencia y obligarlo a golpeas a que aceptara su apoyo.

Cuando llegó la cuarta noche desde que los demás partieron a sus misiones, Milo se encontró a sí mismo en el techo de su templo, mirando inquieto hacia la lejanía. Afrodita debía regresar hace dos horas de sus rondas para cambiar lugares con él, mas no daba señales de vida. Normalmente iría donde el Patriarca a pedirle que tratara de encontrarlo con sus poderes mentales, pero a su ilustrísima se le había ocurrido subir a Star Hill esa misma tarde y aún no bajaba. Todo parecía una confabulación para poner a prueba sus nervios. De un momento a otro, se levantó como resorte, un mal presentimiento le vino de pronto y ya no podía seguir esperando. Guiado por su instinto, partió en búsqueda de su compañero rogando porque aquella opresión que sentía fuera solo producto de su paranoia. Los dioses no lo escucharon esta vez.

Tras casi una hora de búsqueda, se le ocurrió ir hacia aquel pequeño riachuelo donde solía espiar a Afrodita cuando eran niños y fue ahí precisamente donde lo encontró. Su compañero estaba inconsciente en el suelo, su cuerpo se contorsionaba en pequeños espasmos y había una gran mancha de sangre junto a su boca. La armadura de piscis descansaba junto a él, emitiendo un débil e intermitente brillo dorado, como si sintiera el sufrimiento que padecía su portador. Milo se arrodilló junto a él y le tomó el pulso, suspiró aliviado al sentir que se normalizaba, pero no pudo evitar las ganas de patear al mundo por el estado en que se encontraba su compañero, ¿cuánto más tardaría en acostumbrarse al maldito veneno?, recordó oír a Shura mencionar que su cuerpo podía colapsar si no era pronto… se mordió el labio ante esa imagen y sacudió la cabeza para desecharla. Lo siguiente que hizo fue tomarlo en brazos y volver a su Templo... pero no el Templo de Afrodita, el suyo, porque ahí es donde el sueco se iba a quedar hasta que se recuperara. No importaba si compañero gritaba y pataleaba, él necesitaba estar con alguien que pudiera ayudarlo en cualquier momento y viviendo recluido en Piscis no lo tendría. Tal vez era su imaginación, pero Milo estaba seguro de que sintió el tintineo de la armadura, como aprobando su decisión. Sonrió ante ese pensamiento.

Pasó toda la noche en vela al cuidado del doceavo guardián, hasta que llegó el alba y con él se abrieron los profundos aguamarina del durmiente.

Afrodita parpadeó repetidas veces y comenzó a incorporarse con lentitud, observando cuidadosamente alrededor. Había notado de inmediato que no estaba en su habitación y le inquietaba saber dónde fue a parar luego de perder la conciencia.

- Buenos días Piscis –la inconfundible voz de Milo le hizo voltear bruscamente en su dirección, ocasionándole un leve mareo- Despacio, acabas de despertarte luego de una muy mala noche.

- Ya veo –respondió suavemente, dejando que el menor acomodara las almohadas en el respaldo de la cama, quedando al fin plácidamente sentado- ¿Cómo llegué aquí? –preguntó en voz baja, sentía la garganta seca y le dolía hablar. Milo carraspeó viéndose algo incómodo, pero en seguida respondió.

- Te encontré tirado junto al riachuelo… -explicó calmadamente, Afrodita solo asintió y no preguntó más. En su lugar, el sueco intentó levantarse de la cama- ¿Qué crees que haces?

- Regreso a mi templo, qué mas -respondió con obviedad.

- No, mejor quédate aquí. Si vas a tu templo no podré cuidarte…

- ¿Disculpa? No necesito que me cuides –reclamó indignado. Ni en sus peores pesadillas dejaría que uno de los mocosos cuidara de él, antes muerto que deberles un favor.

- Claro que si, ayer mismo si no te hubiera encontrado ahora no la cuentas –refutó frunciendo el ceño, no iba a ceder ante la negativa de su compañero.

- No volverá a ocurrir –aseguró acomodándose los zapatos.

- Afrodita, entiende, no puedes estar solo. Hasta que te acostumbres a ese veneno en tu sangre debes permanecer con alguien a tu lado para… -la disuasión se detuvo en seco al ver la cara de desconcierto que ponía el sueco.

“Oh, Oh” pensó Milo. Aquella expresión era una clara muestra de que Afrodita no tenía idea de que él sabía sobre su condición, maldita fuera su suerte, ¿cómo es que sus amigos no le comentaron nada?, “par de malnacidos” insultó para sus adentros.

Afrodita se levantó bruscamente, sintiendo enormes deseos de cortar un par de lenguas, una italiana y otra española para ser exactos. Ahora menos que nunca se quedaría en ese lugar, su orgullo no soportaría que Milo lo mirara con lástima. Sin embargo, su  huida no funcionó. Apenas alcanzó a dar un par de pasos cuando sintió al mundo dar mil vueltas y perdió el equilibrio, librándose de chocar contra el suelo gracias a que el griego lo sujetó a tiempo.

- Olvida tu maldito orgullo, necesitas ayuda y yo soy lo único que tienes disponible –dijo mirando fijamente al mayor, presionando sus brazos con fuerza- Quédate aquí, al menos hasta que vuelvan tus amigos…

- Lo agradezco pero no necesito tu ayuda –rechazó obstinadamente la mano ofrecida, intentando zafarse de su agarre, sin resultado.

- ¿Ves? En condiciones normales no te costaría soltarte –Afrodita le dedicó una mirada furibunda, pero tenía razón, apenas lograba enfocar la cara de Milo.

- No pienso deberte un favor –susurró como hablando consigo mismo, ante lo cual Milo sonrió. Era bien conocido hasta donde podía llegar la terquedad del sueco.

- No lo veas como un favor, sino como una devuelta de mano –soltó una risilla ante la cara de confusión que le ofreció el mayor- ¿Ya lo olvidaste? me diste asilo cuando fui a parar a tu templo por accidente… la noche del cumpleaños de Camus…

- Oh –ya lo recordaba.

- Incluso tuviste que arrastrarme hasta tu sofá, he querido pagarte el favor desde ese entonces –dicho eso, acercó un poco más a Afrodita hacia su rostro- Dame en el gusto, solo esta vez. Por favor… -finalizó casi suplicando. El pisciano entrecerró los ojos, observándolo suspicaz.

- El Patriarca te lo pidió ¿verdad? –aquella acusación sorprendió tanto al griego que descuidó su agarre y el mayor terminó soltándose- Por supuesto que sí, a ese viejo no se le escapa nada, maldita sea –refunfuñó viéndose cada vez más molesto, dirigiéndose nuevamente hacia Milo- Mira mocoso, no necesito tu compasión, ni la de Shion, ni la de nadie. Si quieres hacer tu buena obra del día tendrás que buscarte a otro…

Milo se encontraba pasmado cuando Afrodita pasó junto a él para dirigirse a la salida, no podía creer que el sueco se refiriera al Patriarca de esa manera tan insolente. Tras algunos segundos estáticos al fin reaccionó y lo siguió rápidamente, alcanzando a detenerlo cuando comenzaba a bajar las escaleras rumbo a Sagitario. Forcejearon un rato mientras Milo intentaba que se tranquilizara y entrara en razón. Por supuesto, el otro no lo escuchó.

- ¡¡Suéltame de una vez!! ¡¡O juro que te usaré de florero!!

- ¡¡Por favor!! Si apenas puedes caminar, cómo vas a hacer para lanzarme siquiera una de tus rosas –reclamaba el menor, ya un poco harto de la situación- Deja de ser obstinado y acepta mi ayuda…

- ¿¿Sabes por dónde puedes meterte tu ayuda?? –respondió sarcástico- mascota del profesor, ve a reclamarle al Patriarca por dejarte de enfermero… y encima a ti, cuando no sabes ni aplicar una curita… -tras decir eso logró soltarse de un brazo, pero Milo le asió con más fuerza el otro -¡¡Ouch!! ¡¡Suéltame ya, animal!!  

- ¡¡Primero cálmate, maldito histérico!! ¡¡Deja de… ouch!! –Se quejó cuando el otro mordió el brazo que lo mantenía sujeto, consiguiendo que al fin lo liberara, y salió corriendo a tropezones rumbo a su templo- ¿¿Es en serio?? –se preguntó estupefacto el escorpión, sobándose la zona herida. Una repentina ira se apoderó de su cuerpo, eso era todo, ya no tendría consideración.

No fue muy difícil volver a alcanzarlo, pues su estado le hacía perder velocidad. Justo antes de que el pisciano ingresara a Sagitario, Milo lo jaló nuevamente del brazo, solo para atraerlo hacia él y de un rápido movimiento tomarlo sobre su hombro, como si fuera un saco de arroz. Afrodita de inmediato comenzó a revolverse y golpearle la espalda con sus puños, pero Milo intentó ignorar todo eso, más los insultos y amenazas sobre diez formas diferentes de morir. Su paciencia llegó hasta la mitad de las escaleras entre los templos, donde acalló los reclamos del sueco con unas sencillas palabras.

- Afrodita, juro que si no te callas y dejas de golpearme en este momento te voy a nalguear hasta cansarme –advirtió con inusual seriedad, para que no cupiera duda de la veracidad de su amenaza. Fue santo remedio, el mayor detuvo de inmediato sus intentos por liberarse.

Apenas llegaron a la habitación, Milo lo dejó sobre su cama, alejándose un par de pasos solo por precaución.

- Si tanto te interesa cuidarme ¿por qué no lo haces en mi templo? Los deseos del enfermo debieran tener prioridad –reclamó el pisciano, incorporándose sobre sus codos. Quería pararse y moler a goles al griego, pero no le quedaba energía para eso.

- De hecho, pensaba proponértelo hace un rato. Pero con tu maldita actitud lograste cabrearme lo suficiente para olvidar mi generosidad, así que te quedarás aquí –Afrodita se mostró contrariado.

- ¿¿Quién te crees que eres mocoso??

- Soy tu compañero de armas y la persona que te va a cuidar para que no termines muerto en algún rincón escondido del Santuario… y no, no lo hago por lástima ni porque me lo ordenara el Patriarca, lo hago porque quiero, porque me preocupo por ti y deseo que te recuperes pronto ¡¡y me importa un carajo si te gusta o no!! –Sentenció con autoridad- Descansa mientras preparo el desayuno, ¡¡y pobre de ti que intentes escapar porque cumpliré con mi amenaza!! ¡¡juro que la cumpliré!! –Milo salió de la habitación azotando la puerta apenas terminó su discurso, dejando a un estupefacto Afrodita en su interior.

Una vez fuera del cuarto, Milo apoyó su espalda contra la puerta sintiendo su corazón bombeando a mil. Sus piernas flaquearon y se deslizó lentamente hasta tocar el suelo, quedando con las rodillas recogidas e intentando recuperar la calma. No podía creerlo, realmente se atrevió a hablarle así a Afrodita, gritándole y ordenándole… iba a matarlo, el sueco iba a matarlo cuando se recuperara, eso era seguro. Se sacudió el cabello con ambas manos y fue a preparar el desayuno, si iba a morir al menos no lo haría con el estómago vacío.

Pensó en dejar un mensaje con los guardias del Patriarca para informar que se quedaría en su templo cuidando del Santo de Piscis. Pero recapacitó a tiempo, primero porque no quería dejar solo al escurridizo pez, y segundo porque este se enfadaría aún más si sabía que habló con terceros sobre su estado. Mejor esperar a que Shion bajara de Star Hill y así comunicarse con él vía cosmos, confiaba en que no lo reprendería por ayudar a un compañero, menos aun cuando fue el mismo quien le pidió que lo vigilara. No le hacía sentido que fuera precisamente a él a quien encargara esa tarea, es decir, Afrodita tenía dos amigos de confianza ¿por qué no dejar a uno de ellos?, las decisiones del Patriarca a veces eran muy confusas.

Una vez terminó de reflexionar, vertió el agua caliente en la infusión de lavanda que Camus le había regalado alguna vez, con la esperanza de que ahora ayudara a Afrodita a relajarse. Tomó la bandeja con el desayuno, respiró hondo y volvió a su habitación, donde lo esperaba un bello y malhumorado escandinavo.

- Preparé tostadas con huevo y una infusión, espero que te guste –dijo acercándose al mayor, quien lo veía sentado a la orilla de su cama, mostrando el ceño fruncido- sería bueno que lo bebieras caliente, le hará bien a tu cuerpo –continuó hablando ante el mutismo del otro, dejando la bandeja junto a él.

- Gracias –susurró en respuesta. Afrodita reconocía que moría de hambre, pero no sabía cómo comportarse. Tener a Milo cuidando de él era algo demasiado surrealista.

- De nada, ¿por qué no te acomodas en la cabecera y apoyas la espalda? Estarás más cómo así… si quieres –el mayor asintió ante su sugerencia, pero aún sin mirarlo directamente.

Milo suspiró, por un lado estaba feliz de que al fin Afrodita le hiciera caso en algo, pero también un tanto decepcionado de que se mostrara tan apático y desconfiando con él. Es cierto que nunca fueron amigos, pero tampoco se odiaban ni mucho menos, y tras el suicidio colectivo en el Muro de los Lamentos, más la hazaña de Asgard, era de esperar que ahora todos se trataran con un poco más de simpatía y amabilidad.

Tomaron desayuno sumidos en un muy incómodo silencio, ninguno sabía qué decir, hasta que las arcadas de Afrodita interrumpieron la quietud.

- ¿Te sientes mal? –preguntó preocupado el escorpión. Afrodita se tapaba la boca con una mano y daba profundas respiraciones.

- No, no… bueno, un poco… no puedo tragar mucha comida últimamente –confesó algo apenado- Pero estoy bien.

- Vaya… -murmuró- ¿y sabes cuánto más tardarás en acostumbrarte? –inquirió interesado, recibiendo un encogimiento de hombros como respuesta, seguido de un profundo bostezo.

- Tengo mucho sueño… -comentó Afrodita, restregándose los ojos.

- Oh, claro… descansa

- Lo haré en mi templo… agradezco tu hospitalidad Milo, pero no duermo bien afuera –fue el último intento de Afrodita por convencer a Milo de que lo dejara ir, pues ya no tenía fuerzas para escapar. Sin embargo, la respuesta del escorpión fue sonreír con malicia y acercar un poco su rostro hacia el mayor.

- Buen intento –susurró- recuéstate y descansa. Si necesitas algo estaré en sala –y sin dar espacio a réplica, tomó la bandeja y salió de la habitación, dejando a Afrodita, nuevamente, con ganas de darle un buen golpe.

“Ya verás cuando me recupere maldito bicho” pensó en su interior el de Suecia y terminó recostándose para descansar. Realmente se sentía agotado, demasiado, no sabía cuánto más resistiría su cuerpo. Quién sabe, tal vez esta si sería su muerte definitiva. Contrario a lo que esperaba, ese pensamiento lo hizo sentir aliviado, “mejor intento dormir” se dijo, y cerró los ojos entregándose al mundo de los sueños.

Tras terminar de lavar los platos, Milo decidió volver a la habitación para checar al enfermo, encontrándolo dormido, tendido de espaldas bajo las sábanas. Esta vez el pisciano ofrecía una expresión serena y Milo se detuvo a observarlo. Lo recorrió con la mirada, realmente parecía un ángel. A pesar de la palidez y las ojeras producto de su condición actual, la imagen que proyectaba era la misma, peligrosamente inocente, y por supuesto, acompañada de ese hipnotizante aroma  rosas que lo seguía a donde fuera. Por inercia, el griego se acercó al durmiente y sin pensarlo depositó su índice en el pequeño lunar bajo el ojo izquierdo de su compañero, vigilando que el otro no despertara. Sintió su corazón acelerarse, no sabía por qué. Deslizó su dedo suavemente, contorneando las mejillas, hasta posarlo en los rosados labios, sintiendo algo extrañamente familiar en todo eso.

Milo pensó que Afrodita debía poseer alguna especie de magnetismo incorporado, porque lo estaba atrayendo hacia él sin que pudiera evitarlo, su cerebro le decía que no lo hiciera, pero su cuerpo no obedecía, y terminó posando sus labios sobre los suecos. Fue un ligero rose que pronto comenzó a profundizarse hasta llegar a tocarlos con la punta de su lengua, provocando un ligero estremecimiento en el mayor. Entonces se apartó de golpe, retrocediendo algunos pasos y sintiéndose repentinamente acalorado. Respiró un poco más aliviado al ver que Afrodita no se había despertado. Volvió a acercarse, esta vez arrodillándose en junto a la cama, observando  desde esa altura el delicado perfil de su compañero.

- Fresa… -dijo en voz baja- sabes a fresa –y por algún motivo, reconocer eso le alegró.

Tras comprobar que su paciente se encontraba bien, dejó la habitación para no seguir perturbando su sueño.

Se arriesgó a salir un rato y dejar a algunos Santos de Palta a cargo de sus tareas, ya que había decidido dedicarse exclusivamente al cuidado de Afrodita hasta que se recuperara. Al volver vio que su compañero aún dormía, realmente debía estar agotado. Sin embargo, al menos ya no se quejaba y no le había dado fiebre, eso debía ser una buena señal.

Como Afrodita no despertaba, decidió prepararse algo ligero para almorzar y al poco tiempo fue vencido por el cansancio. Se recostó en el sofá de la sala para intentar recuperar algo del sueño perdido, pero en lugar de eso su cabeza fue rápidamente inundada por un montón de imágenes. Vio un prado de rosas rojas y a un hermoso niño peli celeste que las cuidaba, luego llegó esa sensación de cosquilleo en los labios y el inconfundible sabor a fresa, su fruta favorita.

Despertó de un brinco sintiendo que había tenido una epifanía. Llevó la mano a su antebrazo mordido por Afrodita y la sensación de deja vu regresó. Luego, su vista se dirigió a su mano derecha y entonces recordó la improvisada venda que hizo el pisciano para curarlo. Era un recuerdo tan antiguo y que había mantenido tan enterrado que casi parecía de otra persona… “ese pez me dio mi primer beso” y esa es la parte más inquietante, pero contrario a lo que esperó, no sintió molestia o asco. Posó un dedo sorbe sus labios volviendo a pensar en el dulce sabor a fresa, no sabía por qué encontraba ese gusto en la boca de Afrodita. No es que fuera un experto en dichos temas, pero había tenido algunos encuentros durante su adolescencia y ningún beso le supo a nada, todos eran insípidos.

- Porqué a mi… –se lamentó en voz alta, pasándose una mano por el cabello. Ahora no sabía como volvería a ver y hablarle al mayor, menos aún, teniendo la duda de si este recordaría aquel episodio de niños o lo habría borrado igual que él.

En ese momento, Milo sintió el llamado del Patriarca solicitando su inmediata presencia en el templo principal. Sin perder tiempo, se arregló un poco y dio un último vistazo al durmiente antes de salir al encuentro con la máxima autoridad. Mientras subía los nervios comenzaron a apoderarse de él, pensando en que tal vez el Patriarca sabía que había abandonado sus deberes para cuidar de Afrodita… pero siendo por el bien de un compañero, no debería castigarlo ¿o sí?

La reunión duró cerca de una hora. Milo respiró tranquilo al ver que Shion no lo regañaría, solo quería saber cómo estaba Afrodita e incluso le encargó que se preocupara exclusivamente de él y le mantuviera informado de su estado. El griego aprovechó ese momento para indagar sobre lo que ocurría realmente con el sueco, pues si alguien debía saber era el Patriarca.

- Es similar al caso de su antecesor, pero afortunadamente, no será igual –Shion respondió tranquilamente- La sangre de Afrodita será mortal dependiendo de su voluntad, el veneno no se manifestará por sí solo, por tanto, no tendrá que vivir aislado del mundo.

- Me alegro mucho –dijo sinceramente aliviado. Luego volvió a interrogar- ¿sabe cuánto más tardará en acostumbrarse? Su cuerpo se debilita cada vez más –el lemuriano negó con la cabeza.

- Es difícil determinarlo, ya que Afrodita no recibió el entrenamiento desde niño y su cuerpo debe acostumbrarse de golpe –indicó con seriedad, notando el semblante preocupado de Milo- Pero descuida, tu compañero es más fuerte de lo que parece, estoy seguro de que resistirá.

- Si señor… -murmuró en respuesta, viéndose inseguro.

- Créeme Milo, si pensara que su vida peligra, ya hubiese tomado otras medidas. Solo necesita que alguien lo acompañe en este proceso –continuó la máxima autoridad- De todos modos, insistiré en que me avises de inmediato si ocurriese algo inesperado.

- Por supuesto Santidad –respondió sintiéndose un poco más tranquilo ante la seguridad de que Afrodita no moriría.

Shion continuó con el tema informándole que los demás dorados regresarían en tres días y que entonces encargaría a Death Mask que atendiera a Afrodita, ante lo cual Milo frunció el ceño y se negó de inmediato.

- No tengo problemas en seguir cuidándolo, Santidad –dijo deseando que el pisciano se mantuviera bajo su cargo y de nadie más, ¿desde cuándo tenía ese sentimiento de posesión hacia Afrodita?, vaya Atenea a saber, pero él no era de los que se cuestionaban demasiado, simplemente hacía lo que quería y sentía en el momento.

- Podrías hacerlo, siempre que Afrodita esté de acuerdo…

- Lo está, no se preocupe –aseguró con convicción. Aunque en el fondo, y conociendo el carácter de su compañero, dudaba que eso fuera cierto.

Para su sorpresa, Shion sonrió con amabilidad y aceptó que el sueco siguiera indefinidamente bajo su cuidado. Luego dio por terminada la reunión y lo autorizó a retirarse.

Milo corrió todo el camino hasta su templo, feliz de tener el consentimiento del Patriarca para ser el guardián de Afrodita. Quería llegar lo más rápido posible con su bello y obstinado paciente. Rogaba porque siguiera dormido, para así poder contemplarlo una vez más. Ahora que había recordado aquel episodio sentía una creciente necesidad de estar cerca de él. Podía sonar ridículo, pero no todos los días te vuelves a encontrar con la persona que te dio tu primer beso y en la cual no dejaste de pensar durante meses, ¿cómo pudo olvidar aquel episodio?... oh claro, la guerra civil, batallas, muertes varias y todo eso. En fin, ya no importaba.

Ingresó con cuidado a sus estancias y caminó casi en puntitas hacia su habitación, abriendo la puerta de a poco, procurando hacer el menor ruido posible.

- ¡¡Maldita sea!! –Gritó a todo pulmón cuando encontró la cama vacía, y no solo eso, ningún rastro del pisciano alrededor- ¡¡Lo sabía!! Debí dejarlo amarrado, amordazado y con la puerta trabada… -reclamaba hacia la nada, para después dejarse caer pesadamente en el sofá.

Masajeó sus sienes con cierta desesperación. Recién había obtenido el permiso del Patriarca para ser enfermero personal y lo primero que hacía era perder al paciente, debía encontrarlo rápido a como diera lugar. Repasando, no lo había sentido en el templo de Piscis cuando cruzó por ahí, ni en ninguno de los que seguían entre ese y el suyo. Solo había una dirección donde buscar, hacia abajo. Partió de inmediato, sin preocuparse de tomar un mayor abrigo a pesar de que estaba helando.

Estuvo al menos una hora recorriendo el Santuario, preguntando a todo el que se cruzara, sin resultado. Llegó a pensar que al demente de Afrodita se le había ocurrido salir de paseo a Rodorio, pero desechó la idea, ya que el sueco apenas y lograba caminar bien. Meditó varios minutos dando vueltas en círculo hasta que finalmente su cerebro hizo “click” y corrió a toda velocidad hacia ese lugar, rogando encontrarlo.

Ahí estaba, nuevamente junto al arroyo, sentado sobre una roca con los pies en el agua, balanceándolos de un lado a otro, pésimamente abrigado y encima fumando un cigarrillo. Milo sintió enormes deseos de estrangularlo, “y después yo soy el mocoso” pensó algo cansado.

- ¡¡Afrodita!! –Gritó su nombre y el otro se sobresaltó ante el llamado, girando bruscamente en su dirección y otorgándole su mejor cara de fastidio- También me alegra verte, pescadito… -comentó sarcástico, una vez llegó junto a él.

- ¿Qué quieres? –preguntó en voz baja, desviando su atención al arrollo.

- Es bastante obvio, vine a buscarte –respondió cortante- ¿por qué saliste del templo?

- Me sentía ahogado…

- Pudiste esperarme para salir juntos, no es bueno que andes solo –replicó con firmeza, el otro soltó un bufido como respuesta- Eres bastante insoportable cuando quieres –agregó sintiéndose irritado. Milo trataba de ser comprensivo con el sueco, pero vaya que se lo ponía difícil con esa actitud de los mil demonios.

- Nada te obliga a cuidar de mí, solo lo haces porque eres un niño bueno que no se atreve a decirle “No” a Shion –contraatacó Afrodita, levantando la cabeza para volver a mirarlo, esta vez desafiante- Puedes irte ahora mismo si quieres, yo me quedaré hasta que me aburra –continuó mientras daba una última calada a su cigarrillo.

- No me voy a ir… ya te lo dije, hago esto porque yo lo deseo –volvió a insistir, mirándolo muy seriamente, a ver si lograba que le creyera.

- Has lo que quieras –fue la indiferente respuesta.

Si había algo que a Milo le molestaba era que lo ignoraran, y peor aún, si además lo trataban como un gusano insignificante. Afrodita no lo tomaba en cuenta, lo veía como si valiera menos que la colilla que acababa de tirar y no podía tolerarlo, ¿de verdad era el mismo niño que atendió sus cortes y luego le dio su primer beso? Tras preguntarse eso meditó algunos segundos, con su vista fija en aquel perfecto perfil, y luego esbozó una pícara sonrisa. Caminó los pasos que lo separaban del mayor y se sentó a su lado, con las piernas cruzadas para no mojarlas en el agua.

- Hoy recordé algo interesante –volvió a hablar Milo. Afrodita lo miró de reojo- cuando éramos niños, una vez llegué sin querer a tu zona de entrenamiento y comencé a pisar tus rosas ¿lo recuerdas?

- No –fue la seca respuesta, pero Milo no se dejó amilanar.

- ¿Estás seguro? Porqué ocurrió algo importante para ambos… -continuó sonriente- incluso usaste tu camisa para curar una herida en mi mano…

- Dije que no me acuerdo Milo –repitió Afrodita, centrando su atención en el agua.

- Haré que lo recuerdes…

Sin previo aviso, el griego tomó por la nuca a su obstinado compañero y lo acercó bruscamente para rememorar aquel inocente primer beso. Solo que esta vez no fue nada inocente, y aprovechando el desconcierto del mayor, comenzó a introducir su lengua en aquella dulce cavidad escandinava, sintiéndose extasiado al saborear nuevamente el delicioso gusto a fresa que solo esos labios le podían entregar. Se perdió en ese intenso cosquilleo a tal grado que bajó al guardia y no anticipó el empujón que le brindó Afrodita para separarse.

- ¿¿Qué te pasa imbécil?? –Gritó enojado, alejándose y poniéndose de pie- ¿Cómo te atreves a hacer eso? –siguió reclamando, pero lejos de sentirse avergonzado, Milo ensanchó su sonrisa.

- Solo te estoy devolviendo el favor, Afrodita… después de todo, fue lo mismo que tú hiciste en aquel entonces –dijo casual, mientras se levantaba con lentitud. Entonces, por fin pudo ver lo que anhelaba, el sonrojo del Santo de Piscis, incapaz de ocultarlo con esa piel tan blanca que poseía.

- Ay por favor, éramos un par de chiquillos, no lo tomes como excusa para justificar tu estupidez –Afrodita hablaba cada vez más molesto, lo cual se contradecía con el carmesí de sus mejillas. Se acomodó rápidamente los zapatos y luego fue hacia Milo para dar una última advertencia- Vuelve a hacer algo así y te lo haré a pagar aunque sea a patadas –finalizó dándole un picotón en el pecho con su dedo índice, lo cual aprovechó el escorpión para agarrarle la mano- ¡¡Oye!!

- Entonces si lo recuerdas… -comentó Milo, esbozando una sonrisa, como si no hubiese escuchado lo que Afrodita acababa de decirle- Te ves aún más lindo cuando estás nervioso –agregó para molestar al otro. Aunque lo dijo sinceramente, pues ese colorido en el rostro del pisciano lo volvía más apetecible a sus ojos.

- No eres más que un mocoso idiota –soltó apretando los dientes y tirando bruscamente de su mano para soltarse del agarre de Milo. Sin embargo, este movimiento hizo que se mareara y perdiera el equilibrio, cayendo de rodillas al piso, seguido de un preocupado griego quien se agachó frente a él.

- ¡¡Lo siento!! ¿Te hice sentir mal? No fue mi intención, yo solo quería que me prestaras algo de atención… -se disculpaba sin parar el octavo guardián, mientras apoyaba sus manos en los hombros del sueco, buscando sus ojos- Afrodita… -lo llamó suavemente, esperando que levantara la cabeza. Afortunadamente, lo hizo- Volvamos a mi templo, deja que me ocupe de ti, por favor…

- No Milo –se negó quitando las manos del otro, pero este, sin rendirse, lo tomó del rostro.

- Por favor, quiero cuidar de ti, y no porque el Patriarca me lo pidiera, te lo juro…

- Gracias, pero no quiero ni necesito tu lástima, Escorpio –volvió a negarse, apoyando sus manos en los antebrazos griegos, para intentar alejarlos de su rostro- Suéltame Milo… -exigió al verse sin energía suficiente para apartarlos por la fuerza. El menor lo ignoró nuevamente.

- Créeme Afrodita, no es lástima, eres demasiado insoportable para inspirarme ese sentimiento –Afrodita lo miró sorprendido- ¿Qué? Sabes que me gusta ser sincero. Eres altanero, burlón, desconfiado y terco como pocas personas que he conocido, ¿cómo podría tenerte lástima cuando la mayoría del tiempo deseo darte un par de bofetadas para que me hagas caso? –finalizó con voz tranquila, recuperando su seguridad anterior.

La cara de Afrodita era todo un poema. No sabía si Milo hablaba en serio o solo se burlaba de él, aún intentaba procesar lo escuchado… ¿darle bofetadas?, como si fuera a permitir que alguien le hiciera eso.

- Tienes mucha imaginación… -fue lo primero que salió de sus labios. Milo sonrió amablemente como respuesta.

- Puede ser –comentó- Solo quiero que me dejes cuidar de ti, quiero ayudarte a pasar por esto. Por favor créeme -Afrodita lo miró intensamente durante algunos segundos, pensando que Milo parecía sincero, pero eso lejos de aliviarlo le generó más dudas.

- ¿Porqué? –Preguntó intrigado- ¿Por qué insistes tanto? Nunca hemos sido amigos, porqué tu… -se detuvo sin terminar la frase, estaba nervioso y confundido, demasiado. Se encontraba débil, falto de energía, algo mareado. Lo único que lo hacía sentir bien en ese momento era la calidez del toque de Milo en sus mejillas.

- Yo…bueno, yo… -el griego titubeó por primera vez en ese rato, ¿acaso sabía la respuesta?- Honestamente, no lo sé… solo sé que quiero hacerlo, me importas y quiero cuidar de ti para que te recuperes pronto.

- Death Mask puede cuidarme…

- ¡¡NO!! –el repentino grito provocó un nuevo sobresalto en el mayor– Ni él ni nadie más, solo yo… -insistió ejerciendo un poco más presión sobre su agarre, acercando sus rostros hasta sentir el aliento del otro- Solo yo, Afrodita… -dicho eso, depositó un casto beso en sus labios. Afrodita no lo rechazó, pero lo miró con evidente incredulidad.

- Vaya que eres desconfiado… -comentó un divertido escorpión- Habrá que cambiar eso- y sin previo aviso, volvió a tomar al pisciano entre sus brazos, logrando que saliera de su estupor.

- ¡¡No me cargues como princesa!! –Reclamó enrojeciendo otra vez- ¡¡Y no he aceptado irme contigo!!

- Mira, ya comienza a anochecer…

- ¿¿Me estás escuchando mocoso??

Milo no hizo caso a los alegatos del mayor, solo se dedicó a ofrecerle una sonrisa se triunfo, hasta que el otro terminó bufando y cruzándose de brazos, sintiéndose profundamente insultado… o eso era lo que se obligaba a pensar, porque en el fondo, bien en el fondo de su venenoso ser, estaba agradecido y puede que incluso a gusto con la preocupación que mostraba Milo.

El escorpión caminó con su compañero en brazos hasta llegar a una pequeña loma que ofrecía una buena vista de la playa y el mar, deteniendo su andar en ese lugar.

- Antes de volver quisiera observar el atardecer contigo… -le dijo mirándolo a los ojos.

- ¿Qué?

- Eso, te gustan los atardeceres en el mar ¿verdad? -Afrodita no respondió, solo lo miró extrañado de que el menor supiera eso. Milo adivinó sus pensamientos- Te escuché hablarlo con Death Mask hace unos días, pero yo no creo que sea algo cursi… es más, también me gusta mucho.

El pisciano quedó sin palabras frente a esta cadena de revelaciones y actitudes inesperadas, Milo aprovechó ese estado temporal de serenidad para acomodarlos a ambos en el suelo, sentándose con su espalda apoyada en una roca y ubicando a Afrodita entre sus piernas, estrechándolo protectoramente mientras aspiraba el dulce aroma de sus cabellos. Era increíble que incluso estando en esa condición el pisciano siguiera desprendiendo esa atrayente fragancia. Debía reconocer que le encantaba.

Afrodita se encontraba tan sorprendido por todo que solo se dejó hacer, y para qué negarlo, también estaba cómodo, no sentía frío y tenía una hermosa vista frente a él. Sin duda contemplar los atardeceres era una de sus actividades favoritas, lo ayudaba a relajarse y dejar de pensar. Decidió relajarse y olvidar momentáneamente su resistencia, cuando se recuperara ya se encargaría de que el escorpión pagara sus faltas de respeto, se le ocurrían varias formas interesantes de hacerlo. Pero eso después, por ahora, solo quería disfrutar.

Milo sonrió dichoso al sentir al mayor acomodándose en su pecho e inconscientemente lo estrechó mas entre sus brazos. No recordaba haber estado tan confortable en su vida. Era increíble lo que provocaba aquel bello espécimen escandinavo y la forma en que sus sentimientos hacia él habían cambiado en tan poco tiempo. Quería más, necesitaba verlo, sentirlo, saber que estaba bien, por eso no pensaba soltarlo, sabía que tarde o temprano Afrodita se abriría a él. Sería difícil ganar su confianza, pero le gustaban los retos, y si había algo de lo que tenía certeza era que iba a pescar al pez dorado costara lo que costara o dejaba de llamarse Milo de Escorpio.

 

FIN

Notas finales:

Así termina esta historia. Agradezco a todos quienes se dieron el tiempo de leerla y en especial a quienes además me dejan sus impresiones. Todo ayuda para mejorar.


Ahora maquino algo menos ligero y un poco más largo. Nos vemos en la próxima ocurrencia.


Saludos :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).