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Juliet's Dope por Higiri_

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Las armaduras de los soldados se escuchaban pesadas en comparación de los pasos de los anfitriones, quienes en conjunto subían las escaleras de la mansión, ya rumbo a el salón principal. Koichi mantenía la mirada baja, fija en cualquier detalle, aunque sea el más mínimo en la fachada, todo con el propósito de evitar cruzar la vista con el general, de quien sentía de vez en cuando una mirada esporádica sobre sí. Esto era más que suficiente para ponerlo nervioso, ya que de por sí la mera presencia de este lo incomodaba, no necesitaba que este extraño tuviera todo el tiempo los ojos sobre él.

Las enormes puertas de la mansión los recibieron con algunos sirvientes, listos para atender cualquier requerimiento de sus superiores. Al llegar, Yuichiro se apresuró a indicar a sus criadas y sirvientes todo lo que debían hacer para preparar las habitaciones para sus invitados.

Notando lo que su anfitrión hacía, Tsuzuku se acercó a este.

-Yamane-san, si me permite interrumpir, solo prepare una habitación, mis hombres no se quedarán esta noche, deben regresar al pelotón de reconocimiento. Pero tanto ellos como yo agradecemos de antemano su hospitalidad.

-Si usted lo dice Takefuchi-san…

-Realmente preferiría estar un poco alejado de la milicia en mi estadía en su mansión, si usted lo permite, claro está.

-Una decisión respetable General. Enviaré a mis criados a preparar una habitación para usted en el ala principal.

Tsuzuku agradeció fugazmente. Y solo decidió distraerse un poco detallando la mansión, ciertamente debía admitir que estaba impresionado, aunque se tratase de un señor feudal de una muy buena posición económica, su hogar se asemejaba más a algo digno de un Shogun. Los paneles y la madera de sus marcos se notaban costosos, igual que todas las ornamentaciones de paredes y columnas. Había caligrafías de finos trazos decorando el salón principal, se notaba la dedicación puesta en estas, ya que una caligrafía de este tipo debía manejarse con inspiración y paciencia.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de una chica.

-Takefuchi-sama, si desea pasar, su habitación esta lista.- La chica, Hana, una de las criadas y la más reciente adquisición de la familia Yamane, era de complexión pequeña y frágil, por lo que se veía, a comparación del hombre a su lado, como una niña pequeña. La criada, se dirigió al general con una pequeña reverencia, esperando la respuesta de este.

En lugar de decir algo, Tsuzuku volteó hacia donde estaba Yuichiro, junto a Misano y su hijos.

-Yamane-san, si no es molestia, pasaré a la habitación que las criadas terminaron de preparar. Ha sido un viaje largo y quisiera descansar un poco.

-Adelante general. Está a su disposición mientras se encuentre aquí. Hana lo llevará- Dijo extendiendo su mano para señalar a la chica.- Y si requiere de algún detalle para su comodidad, no dude en hacérnoslo saber mediante cualquiera de mis sirvientes. Todos tienen instrucciones claras para nuestros invitados, en especial para usted.

-Se lo agradezco Yamane-san.

Dicho esto, se retiró del gran salón, su figura desapareciendo entre uno de los grandes pasillos, siguiendo a la criada.

--//--

Koichi cerró con fuerza el panel de su habitación. Había salido casi corriendo del salón, tras la vista de desaprobación de su padre, que a este momento le sorprendía que no hubiese ya irrumpido para sacarle a rastras y devolverlo a su ‘faceta social’, a la que ya estaba acostumbrado a pertenecer. Sonreír, saludar respetuosamente con una reverencia y siempre fingir que amaba ser tratado como el objeto que su familia le consideraba.

Pero esta vez era diferente. Totalmente diferente. Creía que podría estar bien ante este primer encuentro, mantenerse estable, o por lo menos estoico ante ese hombre, pero al parecer esto concluyó de la manera menos esperada, al menos para él. La resignación era algo que aunque doloroso, era soportable, ya que se decía vanamente a sí mismo, que sería por el bien de su familia, pensaba en su hermano, incluso algunas veces en su madre. Pero al conocerle cara a cara, al ver a los ojos la personificación de quien sería sus cadenas por lo que le restaría de existencia, no era tan sencillo como creía.

Decidió solo sentarse en frente de su tocador, Verse al espejo en intentar calmarse. Entre todo su torbellino de emociones, recordó a su fiel sirviente, y no dudó un instante en ponerse de pie y sacar la cabeza por entre un pequeño espacio al abrir el panel.

-¡Ryoga!, ¡Ryoga!- Vio a todas direcciones, buscando indicios de este, pero al no ver ninguno, resopló con frustración y entró de nuevo a su habitación.

Antes de que el pelirrosa terminara por echarse en su futon a lamentarse, unos pasos agitados llegaron al otro lado del panel, y una voz preguntó en medio de respiraciones entrecortadas.

-Koichi-sama? Se… encuentra bien?

-¡Solo entra!

-Si señor-

Ryoga se alarmó al inicio, tras escuchar los gritos de su amo. No le llamaba así desde que era niño, usualmente para caprichos o solicitudes poco relevantes, como desenredar su cabello o porque quería que le cocinasen algo dulce para comer en una tarde fría, pero a medida que el tiempo pasó, solo volvió a gritar de esa manera cuando algo realmente malo sucedía.

Pero en lugar de cualquiera de estas cosas, lo encontró sentado en su futon viendo fijamente un punto cualquiera de la pared. Inicialmente estaba confundidó, pero cuando entró en la habitación y su amo le dirigió la mirada, vió algo en sus ojos, algo que no debía estar ahí, una mezcla de profunda tristeza y ansiedad, junto con otras sensaciones negativas que, ya fuese por preocupación o un intrínsecamente egoísta deseo de no sentirse igual, no quiso descifrar. Al ver esa mirada, allí supo que algo estaba muy mal.

--//--

Tsuzuku entró en la habitación. Para él fue un alivio, ya que era más que obvio que la lujosa habitación de la casa del señor feudal sería mucho mejor que la de sus cuarteles, se sentía mucho mejor de lo que sería usualmente, ya que el trayecto le tomó casi una semana completa a caballo, lo que representaba para sí mismo, un poco más de lo que usualmente aceptaría para tan solo una visita diplomática, pero esto era algo distinto, que por una u otra razón lo ameritaba.

El general Tsuzuku Takefuchi pertenecía a un notable linaje japonés. Tanto milicia como nobleza convergían en él. Siendo hijo de uno de los hombres más reconocidos en el Ejército Imperial Japonés, el General Tadamichi Takefuchi, y de Yuki Matsumoto, hija menor del hermano del Shogun, es decir, uno de los señores feudales nipones de más alta estirpe. Pero esto al igual que reconocimiento por tan solo poseer de nacimiento tal linaje, conllevaba cargar en sus hombros un sinfín de responsabilidades. Una de las cuales estaba allí, en la mansión Yamane para cumplir.

Con alivio el hombre comenzó a retirar las pesadas placas de metal de las que se componía su armadura, luego el traje que llevaba debajo, para quedar tan solo en una pieza similar a un Hakama, cubriéndole de la cintura hacia abajo. Con un fuerte suspiro se echó en el futon, sintiendo sus músculos relajarse al instante. Una de las ventanas estaba abierta, dejando que la suave pero refrescante brisa de otoño entrase, sirviendo para climatizar la habitación, ya que, para ser honesto, todas las investiduras del general no hacían fácil transitar bajo el sol de mediodía.

Solo se quedó viendo hacia uno de los muros, pensando en todo lo ocurrido recientemente, Tsuzuku no era un hombre que meditara demasiado sobre sus asuntos, la mayoría del tiempo, gracias a su vida en la milicia y la necesidad de esto de tomar decisiones rápidas pero eficientes, solo evaluaba la situación no más de lo necesario y actuaba bajo lo que dictaban sus instintos, ni siquiera se consideraba alguien introspectivo, pero esta vez, sin saber aún por qué, mientras estaba en el futon, no podía sacarse de la mente las últimas dos horas, tanto su trayecto como la simple llegada a la mansión. Pensó para sí que probablemente era por la magnitud de las circunstancias, pero luego desechó esa idea rápidamente, recordando como en la guerra había tenido que tomar decisiones más difíciles, y que no solo comprometían su vida, sino las de muchos otros hombres. Allí se dio cuenta. Esto no era una desición, era algo impuesto sobre sí, algo que estaba fuera de su control, por eso rondaba su mente sin cesar. Porque él no había decidido ser el heredero de los Takefuchi, igualmente que no había decidido que Koichi Yamane fuese el ‘reemplazo’ de su hermano, quien había ido a la guerra, por lo tanto el ahora legítimo descendiente más importante de Yuichiro. De igual forma, tampoco se le había consultado al decidir que con la mezcla de ambas familias, por derecho de posesiones, el Shogunato sería suyo. Por lo tanto, debería convertirse en el pretendiente de uno de los Yamane.

Así es, lo quisiese o no, Tsuzuku estaba allí para desposar a Koichi Yamane.

Interrumpiendo su ensimismamiento, se oyeron unos golpes en el marco del pánel que hacía de puerta del lugar.

-Si…?- Respondió con una voz que no indicaba demasiadas ganas de, que aunque se tratase de sus anfitriones, salir a abrir personalmente, simplemente sus músculos cansados le pedían a gritos, aunque fuese un par de minutos más en el cómodo futon de invitados.

-Takefuchi-sama. El señor Yamane solicita su presencia en el gran salón.- Se escuchó del otro lado la voz de una chica, probablemente de la misma que le guio en un principio hasta la habitación en la que estaba. -Dice que con su familia tendrá una ceremonia de té en la que le expresa sus deseos de que usted asista. Si lo requiere, él también le ha enviado un Haori y un Hakama por si desea cambiar su traje.-

Al final, tras ponerse de pie, abrió el pánel, viendo a Hana del otro lado, con la mirada hacia el suelo y dicho traje en las manos extendidas frente a sí. Al notar la presencia del general no pudo evitar levantar la vista. Este, tras años de entrenamiento en la milicia, lucía un cuerpo, que aunque de contextura natural bastante delgada, igualmente marcada, formando un contraste firme y tosco gracias a varias cicatrices fruto de batallas. Al vestir tan solo de su cintura hacía abajo, fue imposible que la chica no lo viese, inicialmente con un gesto de sorpresa, luego bajando la mirada en señal de disculpa y se dedicó solo a esperar su contestación.

Por su parte Tsuzuku, sin decir una palabra, tomó las prendas de las temblorosas manos de la chica y antes de cerrar de nuevo el panel respondió:

-Puede decirle al señor Yamane que los acompañaré con gusto.

--//--

Ryoga se apresuró a sentarse al lado de su amo, en el suelo, junto al futon, y en gran medida por la preocupación que sentía, mirándole a los ojos e ignorando la norma de como los sirvientes no podían mirar directamente a los ojos a su amo, le pregunto:

-Koichi-sama, se encuentra bien? Escuché su llamado y en cuanto pude llegué.

-Yo… no…- Respondió apenas en un suspiro el pelirrosa. –¿Por qué las cosas deben ser de este modo? Mi padre está vendiéndome a un perfecto desconocido. Me trae sin cuidado si es el futuro Shogun. No… no quiero seguir siendo un objeto Ryoga…- Su expresión cambió, y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos azules, resbalando por sus mejillas. –Está mal… desear ser tratado… como una persona?...

Un impulso, así lo describiría Ryoga en ese momento, pero en ese instante, impuso su figura sobre su amo, abrazándole. Koichi solo se recostó en el pecho de su sirviente, dejando que las lágrimas cayeran sobre su Haori y rodeó la cintura de este con sus manos, sujetando la tela con fuerza.

Ryoga lo sentía sollozar sobre sí, así que se acercó aún más, casi queriendo ahogar el dolor de Koichi entre sus brazos. El sirviente sentía como si nadie más que él pudiera comprenderle, ya que sin juzgarle ni reprocharle absolutamente nada, Ryoga era su esclavo, así de simple. Su libertad no era su decisión, estaba sometido y así permanecería el resto de sus días. En eso sentía cierta admiración, hacia Koichi, ya que en cierta forma había sido vendido casi todos los días de su vida, como el hijo perfecto, quien debía lucirse frente a la élite, quien debía mostrar sinfín de talentos y virtudes impuestas para impresionar a cualquier persona con la que su padre quisiera quedar bien, y ahora como esposo a un total desconocido. Pasar el resto de su vida con alguien con quien había una buena posibilidad de que no le fuera diferente en trato a su familia. Pensó para sí, con cierto atrevimiento, que ser vendido de esta manera era comparable a la esclavitud.

Permanecieron así unos minutos más, hasta que al fin, cesó el llanto del pelirrosa. Ambos, sin separarse buscaron equilibrio al recostarse en uno de los muros de la habitación, aún sentados sobre el futon.

Ryoga sintió a Koichi moverse un poco hacia atrás, por lo que lo soltó de inmediato, incluso temiendo un poco que le recriminara el acto, ya que él era tan solo un sirviente, pero para su sorpresa, quien lucía avergonzado era su amo.

-Ryoga, yo… lo lamento. No suelo comportarme de esta forma…

-Koichi-sama, le ruego, no se disculpe.- Levantándose del futón, hizo una pequeña reverencia ante Koichi, después, viéndole a los ojos declaró. –Haría cualquier cosa en mi poder para garantizar su bienestar.- Hizo una pausa, casi midiendo sus palabras, luego, con voz entrecortada le dijo a su amo- Koichi-sama, no quiero verle sufrir. Y no importa lo que deba hacer, si eso puede devolverle una sonrisa, valdrá lo que me haya de costar.

Con esto último, salió de la habitación. Dejando a Koichi en el futon, sin una sola palabra.


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