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Aurantium Lilium por Maeve

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Notas del capitulo:

La cola para partirme las piernas, a la derecha. Porque sí, actualizo tarde. Lo sé. Matadme. En serio, hacedlo.<3<3 Lo siento mucho y no volverá a pasar. ;u;
He tenido una crisis con Ririn (en parte esa es la causa de que haya tardado en publicar el capítulo). El hecho es que la introduje con idea de hacer que fuese un personaje totalmente secundario, sin ninguna relevancia en la historia. Porque a mí Ririn no me gusta, estaba aquí para puro relleno; de hecho en principio su papel lo iba a tener Hiyori, pero pensé otra cosa para ella y la puse de parche. ¿Qué ha pasado entonces? La hecatombe. Empecé a escribir fragmentos de capítulos venideros y descubrí que iba a tener que hablar sobre ella más de lo que pensaba. Y no quiero. Así que consulté con mi bella fangirl loca y su inestimable contribución fue decirme que mandase a Ririn al hospital y en el último capítulo dijese que se murió. TENTADA ESTUVE (not really, pero habría sido gracioso x'D). Pero bueno, al final llegamos a la conclusión de que lo mejor era solucionar mi crisis emocional con Ririn ahora, editar las dos veces que se la mencionaba en el capítulo anterior, sustituirla por Hiyori y arreando. Me gustaría decir que esto de editar capítulos no es común en mí, pero mentiría; intento evitarlo, pero soy tan desastre que termino cambiando cosas sobre la marcha. Pero siempre os avisaré en las notas para que no penséis que estoy loca.~ Y serán detalles de un capítulo para otro, no es que vaya a decir de pronto "¿Os acordáis de lo que pasaba en el capítulo uno? Ya, pues me lo comí".
Y os dejo ya leer. Nos vemos en las notas finales.<'3

Por la mesa del café, como un mantel, se extendían hojas de apuntes que había comenzado a sacar de mi mochila al recibir un mensaje de Ichigo diciéndome que no estaba seguro de si podría ir a nuestro encuentro. Al instante le dije que no habría problema, que le esperaría estudiando hasta que llegase, pero después de más de hora y media, un café y un zumo de naranja, empezaba a arrepentirme.

Me había costado no preguntarle por teléfono si le interesaría venir a vivir a mi piso; quería decírselo en persona y había logrado contenerme, pero esperaba poder soltárselo cuanto antes. En parte por mí mismo, y, por otro lado, para que Gilga dejase de molestarme. El tipo parecía más interesado que yo mismo en ver si teníamos nuevo inquilino o no. Sin darme cuenta, había estado trazando rayas irregulares sobre el papel mientras hablaba. Líneas azules se retorcían como serpientes en los márgenes, hasta que mi descuido las había hecho ensartar alguna que otra letra. Maldije e hice a un lado los folios, en un montón desordenado, al ver que el camarero se acercaba con el sándwich que había pedido para mitigar un poco la desagradable sensación del líquido rebotando en mi estómago vacío.

 

—No pensé que seguirías aquí. —Miré por encima de mi hombro a Ichigo, que me observaba con un gesto de disculpa esculpido en el rostro. Se mantuvo así un par de segundos, supongo que esperando a ver si estaba enfadado. Por alguna razón, no lo estaba, aunque sentía que debería—. Lo siento por tardar tanto, tenía cosas que hacer —se excusó, a la vez que se dejaba caer en la silla frente a mí.

—No pasa nada. Estaba pasando un rato muy divertido mientras te esperaba. —Irónico, señalé al montón de papeles que ocupaban más de media mesa.

—Me lo imagino. —Extendió su brazo, envuelto en la manga larga de una camiseta oscura, y cogió uno de los folios. Frunció el entrecejo mientras trataba de descifrar lo que ponía allí, e incluso comenzó a mordisquear su labio inferior, tirando de la carne suave con sus dientes—. No entiendo absolutamente nada —concluyó, y devolvió la hoja a su lugar.

—Me preocuparía bastante que lo entendieses estudiando literatura.

—No, lo digo por tu letra, es terrible. —Mantuvo una expresión seria, hasta que comenzó a reírse de mi cara de fastidio. Arranqué un trozo del pan que me estaba comiendo y se lo tiré a la cara. Nell me había terminado por pegar su costumbre de usar la comida como arma arrojadiza—. Es broma, no llores —se burló.

—Vete a la mierda.

—Con lo que he tardado en llegar estoy seguro de que no quieres que me vaya tan pronto. —De nuevo la culpabilidad cruzó su rostro—. Lo siento por haberte tenido tanto tiempo esperando. De verdad.

—No pasa nada. Si apruebo mi siguiente examen tendré que agradecerte por tenerme aquí, lo suficientemente aburrido como para ponerme a estudiar, naranjita. —Hizo una mueca, pero no dijo nada, aceptando el apodo como penitencia justa por su retraso.

—¿Quieres que vayamos a algún lado? Debes estar aburrido de este sitio.

—¿Qué indecente plan de viernes noche tienes pensado para mí? —Estiré mis labios en una sonrisa torcida, y le brindé una mirada libidinosa. Me correspondió con un resoplido y una rotación displicente de sus ojos.

—Iba a sugerir ir a ver una película.

—Vaya, esperaba algo más… placentero. —Hubiese seguido divirtiéndome a su costa, de no ser porque las arrugas que se formaban en su ceño se pronunciaban cada vez más, amenazando con oscurecer totalmente sus ojos bajo las cejas anaranjadas—. ¿Qué película podríamos ver? —añadí antes de que retirase la propuesta.

—Ni idea. No sé lo que está en cartelera ahora mismo.

—¿Nos acercamos a ver?

 

Asintió, así que le hice una seña al camarero para que se acercase a entregar la cuenta. Dejé caer un billete en la bandejita plateada. Guardé mis cosas, los papeles arrugándose con un sonido crepitante. Ichigo me miró con una ceja alzada al ver la nula delicadeza con la que lanzaba las cosas al interior de mi mochila, pero no dijo nada. Esperó a que estuviese listo, y salimos juntos al exterior, sin esperar que me diesen la vuelta de mi pago. No acostumbraba a ir dejando propina, pero teniendo en cuenta que había pasado allí horas con una pobre consumición, podía hacer una excepción.

En cuanto puse un pie en la calle tuve que abrir, una vez más, mi bolsa, ya que el tiempo había refrescado considerablemente y mi fina camiseta no me protegía de ello. Atrapé mi sudadera, sepultada bajo los apuntes, y me la pasé por la cabeza, dejando mi pelo revuelto cayendo sobre mis ojos, como un dosel celeste. Cuando lo peiné hacia atrás, mi vista se fijó en la sonrisa estúpida que esbozaba Ichigo mientras me miraba.

 

—¿Qué pasa? —le pregunté extrañado.

—Nada —respondió, echando a andar. Me apresuré en seguirle, un par de pasos por detrás—. Es sólo que pensaba que no te pondrías nada, por hacerte el machito, y te morirías de frío —rió. Me puse a su altura y choqué mi hombro con el suyo, empujándole de forma juguetona.

—¿De verdad parezco tan imbécil? —Me observó como si le hubiese hecho una pregunta estúpida y obvia a partes iguales.

—Sí. —No dudó ni un instante. Me miró unos segundos y se rió de mi cara de fastidio. Empezaba a darme cuenta de que disfrutaba tanto de molestarme como yo lo hacía de enfadarle.

—¿Ya opinabas eso de mí en el hospital? —le pinché.

—Si te sirve de consuelo, la opinión mejoró bastante cuando empezamos a hablar. Después entramos en confianza y lo estropeaste —fingió disgusto de una forma totalmente sobreactuada, que me incitó a empujarle de nuevo con un suave choque en el que sentí sus huesos afilados a través de su chaqueta.

—Entonces, ¿qué opinabas cuando aún no habíamos hablado? —Me escrutó en silencio, por el rabillo del ojo; parecía dudar si responderme.

—Pensé que eras un imbécil bravucón que se habría metido en una pelea callejera. Tampoco estaba tan lejos de la realidad —concluyó, mordaz. Tras unos segundos sin palabras entre nosotros, me sorprendió volviendo a hablar—. Y que eras guapo —Lo añadió casi a regañadientes, pero bastó para que una sonrisa engreída se hiciese hueco en mi rostro.

—Me voy a quedar solo con lo último —reí. Esta vez fue a mí a quien le tocó recibir un empellón de su parte.

 

Una vez en el cine discutimos durante largo rato delante de los gigantescos carteles sobre qué película ver. Yo insistía en entrar a una de zombis con todo el aspecto de ser malísima, pero Ichigo se negaba, señalando un estúpido filme de superhéroes. Tuve que dar mi brazo a torcer cuando arrugó su nariz, haciendo un mohín que me pareció incluso tierno. Cogimos un cuenco de palomitas y un par de bebidas que costaron casi tanto como las propias entradas, y abandonamos la luz amarillenta del pasillo por la penumbra de la sala de proyección. La película aún no había empezado, pero las luces ya se encontraban apagadas, por lo que, una vez la oscuridad nos acogió, tuvimos que guiarnos por las pequeñas luces que destellaban en cada escalón, señalando la hilera de asientos que presidían. Sus pequeños haces de luz azulados cortaban la negrura verticalmente, consiguiendo que pareciésemos espectros vagando. Ichigo había tenido que ceder, a cambio de la película, el derecho a elegir asientos, por lo que fuimos hasta la última fila; siempre me sentaba allí cuando iba al cine, normalmente por ir acompañado y saber que no acudía tan solo por el visionado. En esta ocasión no era así, pero ya era una costumbre. Nos hundimos en los mullidos asientos y pusimos el cuenco, del que escapaba un fuerte olor mantequilloso, en el medio. Cuando metí la mano para capturar un par de palomitas, noté que el nivel al que llegaban las mismas era mucho más bajo que hacía unos minutos, cuando las compramos. Clavé mis ojos en Ichigo, que me devolvió la mirada encogiéndose de hombros, sabiendo lo que pensaba decirle sin necesidad de hablar. Aproveché mi molestia simulada para mantenerme observándole unos segundos más, la luz azulada haciendo un contraste extraño y cautivador con el naranja de su pelo. Estaba tan distraído con su atractivo que no me di cuenta de cuando acercó una de las golosinas, blanca y suave, a mis labios. Con su mano tan cerca de mi boca, me quedé congelado, queriendo lamer y mordisquear sus dedos, solo para comprobar si se sonrojaría como me imaginaba. Cuando volví a mis cinco sentidos, mis dientes se arrastraban ya por su delgado índice, halando la palomita con mi lengua.

 

—¿Venganza? —susurró, divertido. Di las gracias porque no se percatase de la intención real de aquella acción.

—Sí. —Mi voz desbordó de mis labios como un murmullo ronco. Se rió un poco, sin darse cuenta de nada, ni siquiera del estremecimiento que me recorrió de arriba abajo acompañando su carcajada.

 

Quedamos en silencio cuando comenzó la película, él centrado en verla, y yo sin saber cómo contenerme de hacer una estupidez. Pasé una hora reprimiendo comentarios para no dar pie a la situación de tener que inclinarme sobre él para susurrarle algo, haciéndome a un lado cuando se apoyaba en el reposabrazos entre nosotros por miedo a querer cogerle de la mano, e incluso fingiendo no oírle en el par de ocasiones que me habló. Actuando como un auténtico estúpido por no saber cómo reaccionar en una situación desconocida.

 

—¿Pasa algo? ¿No te ha gustado la película? —Parpadeé un par de veces, perdido en confusión. Enfoqué el rostro inquieto de Ichigo, y negué despacio con la cabeza.

—No, ha sido más entretenida de lo que esperaba. Me imaginaba a tíos con mallas ajustadas —bromeé, tratando de parecer igual que siempre. Lo conseguí, ya que Ichigo expulsó una risa suave.

—¿Hace cuánto no veías una de superhéroes?

—Desde la última vez que me obligaron a ver una de Batman. —Ensayé una mueca artificiosa que le hizo reír, una vez más—. ¿Eres de esas horribles personas a las que les gusta ver los créditos?

—No, tienes suerte.

 

Descendimos las escaleras, ahora con la luz cetrina de los focos iluminando el camino. Abrí la puerta y le dejé pasar primero. No debí hacerlo. Llevaba los pantalones oscuros que se había comprado conmigo, y no pude (o no quise) evitar que mis ojos ascendiesen por ellos hasta la zona dónde se ajustaban en torno a su culo. Giré la cabeza bruscamente y me apreté el puente de la nariz hasta que un latigazo de dolor destelló en mi entrecejo, alejando mi mente de lo que estaba pensando. Me estaba comportando como un maldito baboso, y eso me hizo dudar de comentarle lo del piso. Si actuaba así después de una tarde con él, ¿qué pasaría si le tenía en la habitación de al lado todo el tiempo? Quién sabe, a lo mejor terminaba metiéndome en su cama una noche, o algo peor. La bofetada del frío exterior, que no dejaba de aumentar, ayudó a despejarme. En esta ocasión no me puse la chaqueta; agradecía la baja temperatura dentelleando mi piel, dándome algo más en lo que pensar.

 

—Te vas a helar. —Ichigo me dio un golpecito en el brazo, una acción inocente que cosquilleó por todo mi cuerpo.

—Oye —empecé a articular, despacio—, había algo que quería decirte. —Debí captar su atención, puesto que se giró a examinar mi cara mientras hablaba. Callé unos segundos, considerando si en realidad aquello era buena idea, pero me pareció estúpido detenerme a esas alturas—. Vivo en un piso compartido con algunos amigos, y nos sobra una habitación. Había pensado que si vives solo a lo mejor te gustaría venirte. Es barato, y no molestamos demasiado…

—Me gustaría mucho —con apenas tres palabras me tuvo prácticamente dando saltitos de forma muy poco masculina en el sito—, pero ya vivo con mi novio.

 

Mierda. Había sido tan obvio todo el tiempo. Vivía fuera de su país, lejos de su familia, y con su pareja en la misma ciudad. Cualquiera lo hubiese imaginado, mientras que yo ni pensé en ello. De alguna forma di por hecho que el mayor impedimento que podía surgir era que no me atreviese a proponérselo, como si él no pudiese rechazarme. Toda mi idea había sido una estupidez desde el principio. Ahora, lo único que restaba era mantener la compostura. Por lo que recluí todo mi malestar a un recoveco lóbrego de mi mente, y procuré dejarlo allí olvidado.

 

—Claro, no lo había pensado. —Moví mis hombros de forma casi imperceptible, pretendiendo conseguir un gesto que demostrase que no me importaba.

—Pero creo que tengo un amigo al que podría interesarle. ¿Quieres que le de tu número y habléis?

—Pues… —En realidad, si no era Ichigo, me daba igual quién fuese el nuevo inquilino—. Sí, claro, díselo.

—Genial. —Me ofreció una sonrisa cálida y devolvió la vista a su móvil, que, recién encendido, vibraba como loco con la llegada de los mensajes acumulados durante la película—. Tengo que irme —comunicó.

—Vale. ¿Quieres que te acompañe? —Pregunta tonta; lo más que podía suceder si iba con él era que conociese a su novio. Y no era precisamente la ilusión de mi vida. Pero nunca fui bueno cerrando la boca a tiempo.

—No hace falta, gracias.

—De nada. —Pateé el suelo un par de veces, sin saber qué más podía decir—. Entonces… adiós, supongo.

—Hasta el próximo día.

 

Se alejó calle abajo mientras yo le miraba marchar, con toda probabilidad presentando un aspecto penoso. Al menos no había notado mi comportamiento extraño, porque si no estaba seguro de que no habría sugerido de ninguna forma el volver a vernos. Ni el dejar a un amigo suyo estar cerca de mí, creo. Entonces fue cuando reparé en las consecuencias que podría suponer tener a alguien cercano a él viviendo en la misma casa. Era posible que le contase lo que hacía; había cosas que no importaban, pero no quería, de ninguna manera, que se enterase del desfile de chicos que solían pasar por mi cama. Ni de las ocasiones en las que no volvía a casa para dormir. Y tampoco de mis borracheras y estupideces. Porque estaba seguro de que eso no le gustaría.

Y, con esa serie de pensamientos inútiles, me dirigí a coger el autobús de vuelta al piso.

 

»»-------------¤-------------««

 

Por la mañana topé con Gilga y Kensei en la cocina; ambos estaban desayunando y en el aire aún flotaba el olor a comida quemada de alguna de las creaciones culinarias del espantapájaros. Arrugué la nariz y me acerqué a investigar qué desastre había organizado esta vez.

 

—¿Qué cojones es eso? —Remarqué cada palabra, intentando plasmar la impresión (negativa) que me causó ver esa mezcolanza. Hubiese pasado sin problemas por vómito.

—Cereales con zumo de naranja. Está bueno. —No me explicaba por qué había hecho esa mezcla, ni cómo podía conseguir que algo tan simple pareciese tan asqueroso. Se metió una cucharada a la boca y siguió hablando a la vez que masticaba—. Había tostado pan, pero se me quemó un poco y preferí tirarlo. —Sabiendo los estándares alimenticios de Gilga, las tostadas debían haberse reducido a carbón para que las desechase.

—Tío, te vas a morir antes de los treinta si sigues comiendo esa mierda.

—Lo que me extraña es que no se haya muerto ya —intervino Kensei, que tomaba un, bastante más apetitoso, café con galletas—. Debe tener el estómago forrado de titanio.

—Además de un sentido del gusto terrible.

—Tampoco es para tanto. —Hizo algo similar a un mohín, que en su cara resultaba más bien un gesto atemorizante.

—Lo que tú digas. Pero yo no lloraré tu muerte. —Habríamos seguido discutiendo, pero mi móvil, aislado en el bolsillo de mi pantalón de pijama, reclamó atención con su estridente tono de llamada. Era de un remitente sin registrar en mi agenda; nada nuevo, dado que mi número era casi de dominio público.

—¿Diga?

—Buenos días. ¿Eres Grimmjow? —Una voz masculina se coló por la línea, con un deje en la forma de hablar de lo más curioso.

—Sí. ¿Y tú eres? —Seguramente un chico que me había visto en alguna fiesta y había pedido mi teléfono. O un chico que había hecho algo más que verme y quería repetir.

—Shinji. —No me sonaba su nombre, pero ese hecho no me decía nada de hasta qué punto habíamos intimado.

—Lo siento, no me acuerdo de ti.

—No nos conocemos —rió un poco—. Soy amigo de Ichigo. Llamo por lo del piso. —Me había contactado más rápido de lo que esperaba; no había tenido tiempo aun de pensar qué hacer respecto a ese tema. Mi cerebro discurrió a toda velocidad qué opciones tenía. Podía decir que la habitación ya estaba cogida. Pero sería raro que hubiésemos conseguido un inquilino en el lapso de apenas una noche. Era una mentira ridícula, y que seguramente me haría quedar mal con Ichigo. Tenía que buscar otra idea—. ¿Grimmjow? —El reclamo al otro lado de la línea me catapultó fuera de mis pensamientos.

—Sí, espera. Te voy a pasar al dueño para que hables con él. —No se me ocurrió nada mejor que desentenderme. Le tendí el aparato a Kensei, sin ninguna explicación de por medio, y metí la cabeza en la despensa, en busca de algo que desayunar. Cuando volví a la encimera un ojo nuboso estaba clavado en mí.

—¿No se lo has dicho a ese chico? —Gilga alzó las cejas de forma sugestiva, aguardando una explicación.

—Sí —volqué una desmesurada cantidad de Choco Krispies en un bol, a la vez que hablaba, evitando mirarle—, pero no podía, así que se lo dijo a un amigo suyo.

—Ya veo —dijo por toda respuesta. A veces incluso él captaba cuando no era el momento de sacar un tema a colación.

—Dice que se pasará esta tarde a ver el piso —informó Kensei. Se había retirado al pasillo para hablar, lo que, sumado a la poca atención que estábamos prestando, suscitó que no oyésemos nada de la conversación. Pero aparentaba haber ido bien.

 

Habitualmente detestaba salir a correr solo. Siempre terminaba arrastrando a alguien conmigo, habitualmente alguno de mis compañeros de piso, pero una vez incluso convencí a Ulquiorra y Szayel de acompañarme. Ambos echaron los pulmones, el corazón y demás órganos internos al suelo en menos de un kilómetro. No hice mucho ejercicio, pero lo compensé riéndome. El hecho es que ese día no me apetecía ir con nadie. Ni siquiera ponerme música. Solo salir a patearme la ciudad. Y eso hice, hasta que el pulso me palpitó en los oídos como un tambor insistente, el costado pulsó con los pinchazos intermitentes del flato y la tela de la camiseta se pegó a mi piel como una segunda dermis. Aun cuando mi cuerpo no estaba dispuesto a correr más, seguí forzándolo a seguir adelante. Como resultado de mi estupidez tuve que descansar casi media hora, tirado bajo un árbol en un parquecito, hasta que me sentí capaz de volver a correr, al menos, hasta mi casa.

A mi regreso Gilga había desaparecido, y la puerta del cuarto de Kensei estaba cerrada, así que agarré una bolsa de patatas fritas y me tiré en el sofá a mentirme a mí mismo haciéndome creer que estaba estudiando.

 

—¿Has comido? —Kensei me sobresaltó, consiguiendo que la colilla del cigarro que se ahorcaba entre mis labios cayese sobre los apuntes. Gruñí y me apresuré a arrastrar la ceniza antes de que quemase el papel, pero no lo libré de un feo manchurrón grisáceo.

—Cogí una bolsa de patatas hace un rato.

—Comida totalmente equilibrada —bromeó—. Oye, quita tu mierda de la mesa antes de que venga el chico este; al menos tenemos que disimular un poco que esto es una pocilga.

—Cógelo tú y déjalo por mi habitación.

—No soy tu mayordomo, imbécil. Y ya eres mayorcito para limpiar tu basura.

—Pero no soy yo el que va a perder dinero si ese tipo no quiere vivir aquí.

—No, pero puede que pierdas tu casa.

—Está bien, joder… —Cambié el desastre de lugar; junté las cosas esparcidas por el salón en mis brazos y las tiré en el escritorio de mi cuarto—. Dile a Gilga que si le falta algo que tuviese por aquí lo busque en mi habitación. —Me tiré en el sofá, cayendo directamente tumbado.

—Yo lo que entra en tu habitación lo doy por perdido.

—Menos mal que tú no vas a pasar nunca, ¿eh? —Moví las cejas de forma sugerente, hasta que me dio una patada demasiado cerca de la entrepierna.

 

Un par de golpes secos impactaron contra la puerta un par de horas después, sacándonos del sopor en el que nos habían sumido una sucesión de crímenes, reposiciones de una temporada anterior.

 

—¿Puedo pasar? —Una voz masculina, con un deje jovial, se coló en la casa, seguida de unos pasos ligeros. Habíamos olvidado cerrar la puerta, como de costumbre.

—Adelante. —Kensei se puso en pie de un salto, justo a tiempo de dar la bienvenida al chico que se erguía en mitad de nuestro salón. Tenía el pelo rubio, amarillo intenso, liso y en un corte recto a la altura del mentón, además de un flequillo con una marcada forma diagonal.

—Empezaba a pensar que me había equivocado de casa.

—No, no, es aquí. Eres Shinji, ¿no?

—Si te parece es Gilga. —Bufé ante la estúpida pregunta, sin mover ni un músculo del sofá por recibir al muchacho.

—Cierra la boca —me espetó—. Puedes dejar tus cosas donde quieras.

—Gracias. —Depositó su chaqueta y una bandolera de la que numerosos papeles pugnaban por salir sobre el mueble a mi lado. Yo me esforcé en ignorarle, manteniendo la vista fija en el televisor, pero mi obvia apatía pareció no ser suficiente para disuadirle de hablar—. Tú eres Grimmjow, ¿no?

—El mismo. —Continué disfrutando del destripamiento en primera plana que me ofrecía la televisión, haciéndole caso omiso.

—Ahora veo por qué a Ichigo le pareces interesante. —Mi cuello crujió con sonoridad al volverme para mirar al rubio. Me aguardaba con una sonrisa que me recordó a la de Gilga, con esos nácares alineados a la perfección—. ¿Qué? ¿Te sorprende? —dijo el tipo, con la peor pantomima de consternación que había visto en mi vida.

—¿No deberías estar viendo el piso? —Tras unos segundos sin saber dónde mirar, devolví mis ojos al televisor.

—Tienes razón. —Se alejó, primero con el murmullo de la alfombra, luego con el crujido de la madera.

 

»»-------------¤-------------««

 

El rubio se había quedado en el piso toda la tarde para ir a la fiesta con nosotros. Curioso teniendo en cuenta que solo iba a ir yo, pero al parecer Kensei había extendido la invitación a sí mismo y a Shinji sin consultarme, no sin antes convidar al chico a cenar. Me hubiese quejado, pero mi prisa por emborracharme superaba a las ganas de pelear. Eso creía, hasta que ya de camino reparé en que no sería agradable que mañana Ichigo oyese un «oye, ¿sabes ese amigo que me presentaste? Es un borracho libertino». De pronto no sabía qué demonios haría en esa fiesta. Beber zumo y sentarme en una esquina podría haber sido la mejor opción.

Frente al edificio, no se lograba distinguir la canción que escapaba del apartamento, pero el ritmo de la misma retumbaba en los muros. Pegué mi dedo al timbre hasta que Hiyori abrió la puerta. Nos miró con hastío en principio, pero algo a mis espaldas tornó su expresión en una de puro rechazo.

 

—¿Qué haces aquí? —escupió. Al desviar la vista por encima del hombro, capté el ambiente de tensión que se había creado entre Shinji y ella, atrapándome justo en medio. El rubio tenía una sonrisa maliciosa tatuada, mientras los ojos acusadores de la chica pasaron a clavarse en mí—. ¿Tú le has traído?

—En realidad le ha traído él —señalé a Kensei, que se había echado a un lado intentando huir de la tormenta que se avecinaba—. Así que discutid entre vosotros, yo no quiero saber nada. —Intenté pasar, pero se interpuso en mi camino, estirando sus escasos centímetros todo lo posible.

—Pero él viene por ti —clavó un dedo en mi pecho, acompañando sus palabras—, así que es tu culpa.

—Vamos, hermanita, no te enfades. —Tres pares de orbes, de diversos colores, rotaron hacia él. Dos rebosando sorpresa, y otros opacados por la furia.

—¡Cierra el pico! ¡Y lárgate!

—¿Haces una fiesta sin avisarme y luego me echas? —Sacudió la cabeza de un lado a otro, chasqueando la lengua. Pese a que su carácter no era parecido en absoluto, observándolos tan cerca uno de otro, sí podía apreciar similitudes físicas. Ambos tenían el mismo tono rosado en la piel, y dorado en el cabello, aunque en Hiyori ambos eran más claros. También compartían los ojos afilados, y el iris delgado, de color castaño.

—A lo mejor si no te avisé es porque no te quería aquí —gruñó, recordándome a un gato enfadado—. Además, ¿cómo te has enterado? —Elevó la voz, cubriendo la vibrante música que emanaba del interior—. ¡¿Me has espiado?!

—Claro que no. Ha sido pura casualidad. El mundo es un pañuelo. —Añadió con simpleza, frente a su escepticismo.

—Y alguien debió limpiarse el culo con ese pañuelo. —Dicho esto volvió a entrar en la casa, en apariencia rendida en lo referente a Shinji, ya que dejó la puerta abierta.

 

Pasé al interior sin esperar a los otros dos; hasta el momento la noche (es más, el día entero) había sido una auténtica mierda y pensaba solucionarlo. Llegábamos una hora más tarde de lo acordado, lo que había sido suficiente para que el ambiente estuviese ya viciado con un fuerte olor a alcohol, tabaco y cosas que prefería no identificar. El apartamento que estrenaban mi compañera de trabajo y la cría era grande, más que el mío, y estaba decorado en un estilo moderno y minimalista que no identificaba con ninguna de ellas. De un vistazo rápido localicé donde servirme algo de beber, y, casi a ciegas, llené un vaso de algo con un regusto a alcohol suficientemente fuerte como para tener esperanzas de que acabase con mis sentidos si bebía de más.

Otro escrutinio, algo más pausado, me permitió localizar a Riruka, apoyada en el brazo del sofá, hablando con un par de chicos a los que no les faltaba nada para babear. La verdad es que estaba guapa, con la cabellera orceína suelta y un vestido negro ajustado resaltando sus —escasas— curvas. De no conocerla me habría interesado por ella. Cuando me vio su sonrisa se derritió en una mueca desagradable, haciendo a la vez un gesto desganado con la mano, indicando que me acercase.

 

—¿A qué viene esa cara, Riruka? No hace falta que disimules, sé que estabas esperando a que llegase.

—Lo único que estoy esperando es a que te vayas. —Su rostro, torcido por el asco, me hizo reír.

—Pues siéntate a esperar. Aquí tiene pinta de haber cosas que pueden mantenerme entretenido mucho rato —comenté, lanzando una mirada elocuente a uno de los chavales. Esto me ganó aún más desaprobación por parte de la anfitriona.

—Molesta y te echaré a patadas.

—No te preocupes, me portaré bien —mentí—. ¿Sabes que, sin querer, he traído al hermano de Hiyori?

—¿A Shinji? —Sentí un extraño deleite al sorprenderla, pese a que no duró mucho—. Le dije que no era buena idea invitarte. Queda comprobado que tenía razón.

—Oh, vamos. Si mi hermano pequeño hiciese una fiesta y no me invitase me enfadaría. Tenéis que ser buenas con él —dije poniendo mi voz más meliflua y dejándola caer como miel envenenada.

—Compadezco a cualquier persona que tenga que compartir sangre contigo.

 

Liberé una risotada y me alejé; mi vaso ya estaba vacío y necesitaba más alcohol corriéndome por las venas. Eso mismo es lo que seguía pensando una copa después. Entre la segunda y la tercera hice una breve pausa para fumar algo que me ofrecieron y que en mi estado no fui capaz de determinar. Entre la cuarta y la quinta un chico me arrastró a una esquina. Durante la sexta me senté en la barra de la cocina, tomando un pequeño descanso antes de volver a la carga. Cuando pensaba en levantarme, una voz burlona me detuvo.

 

—¿Ya estás lo bastante borracho? —Miré alternativamente los ojos socarrones de Shinji, la franja  de piel rojiza que se expandía bajo ellos y el vaso de líquido transparente que colgaba de sus dedos.

—Creo que no tan como tú.

—Pese a lo que parezca, estoy perfectamente. ¿Y tú? ¿Te queda algo de raciocinio en el cuerpo? —se mofó de mí con total claridad. Cada vez me molestaba más.

—Suficiente para darte un puñetazo si me tocas los huevos. —De verdad quería dárselo. Y no solo ahora, sino desde el primer momento que lo vi. No había una razón real, Gilga era mil veces más molesto que este tipo, pero todo en él me irritaba más que cualquier cosa que el espantapájaros hiciese. Sencillamente, me caía mal.

—Tranquilo, gatito. —Levantó las manos al aire a la par que las esquinas de su boca, en un gesto que no entendía si pedía paz o la violencia que le había ofrecido antes.

—¿Qué me has llamado? —Fruncí el entrecejo cuando mi lengua se comportó extrañamente, enredándose en mi boca. Quizá sí estaba peor de lo que pensaba.

—Gatito, ¿no te gusta? No te preocupes, pensaré algo más. —Hizo una pausa para beber—. Y cuéntame, ¿de qué conoces a Ichi? —Tardé un par de segundos en reparar en que ese era un apodo para Ichigo.

—¿No te lo ha contado él?

—Hasta ayer ni sabía que existías. —Que tan siquiera me hubiese mencionado frente a sus amigos me molestó más de lo que hubiese pensado—. ¿Entonces?

—Nos conocimos en el hospital. —Apuré hasta la última gota de alcohol que quedaba en mi vaso y lo llené de nuevo.

—Ya veo. Y ahora te gusta, ¿no? —Me atraganté con la bebida, lo que causó que se riese.

—No —acentué la palabra todo lo posible— me gusta.

—¿Y sueles invitar a la gente invitar a la gente que no te gusta a vivir contigo? —Fruncí el entrecejo, pero luego lo cambié por una sonrisa torcida.

—Bueno, te voy a dejar a ti mudarte a la habitación de al lado. No debo ser muy selectivo.

Touché. —El tipo no dejó caer las comisuras de sus labios ni un instante—. Sin embargo, sigo bastante convencido de que Ichi te interesa.

—Es mi amigo.

—Pero solo es tu amigo porque tiene novio, ¿verdad? —Tensé mis dedos contra el cristal, hasta que se pusieron blancos. Y deseé que ese vaso se viese sustituido por su cuello.

—¿Qué quieres que te diga? —El pulso del enfado restalló en mis oídos—. ¿Que sí, que me lo quiero follar? —Sabía que no debía estar diciéndole eso, pero no quería parar, y seguí, convirtiendo mi voz en un gruñido ronco—. ¿Que me encantaría besarle? Porque sí, me gustaría. Pero no quiero que me mande a la mierda por intentar que le ponga los cuernos a su pareja, gracias.

—Eso era justo lo que quería oír —sonrió, satisfecho. Quise penetrar su cráneo solo con la mirada, pero no fue posible—. Ha sido divertido hablar contigo. Hasta luego, Grimmjow. —Se puso de pie y se perdió entre la gente, sin permitir que añadiese nada más.

 

A partir de ahí perdí la cuenta de los vasos vaciados.

Notas finales:

Importante, ¿qué os parece Shinji? En mi caso, es de mis personajes favoritos de Bleach y he disfrutado horrores haciendo que sea una mala perra con Grimmjow, la verdad. c:<

Aquí os podría poner una larga lista de excusas, PERO BLÉH, para qué aburriros con eso. El hecho es que he actualizado tardísimo y merezco morir. Ayer, hablando con una amiga (hola, Lala, sé que estás leyendo esto), le comenté que estaba mala y me respondió diciendo «Pobre, pero no has actualizado». Y cuando le contesté que estaba en ello me amenazó diciendo que haría que me encontrase peor si no actualizaba. x'D Y así ha estado todo este tiempo. Cada vez que me veía me recordaba amablemente que tenía que subir capítulo. Pero actualizaré en el tiempo establecido de aquí en adelante. Pinky promise.<3
¡Hasta la semana que viene! No olvidéis dejarme vuestras bellas palabras, teorías y amenazas de muerte aquí debajo para animarme a no volver a tardar. A esto en mi pueblo se le llama chantaje. :'D


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