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Aurantium Lilium por Maeve

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Notas del capitulo:

¡Hola!<3

Aquí os traigo el nuevo capítulo, recién terminado. Apenas he tenido tiempo de releerlo, pero tengo fe en que no contenga muchos errores. Va a ser tranquilito en cuanto a Ichigo, no tanto en lo referente a Grimmy y lo que pasa por su cabeza. La calma antes de la tempestad, y tal.(?)
Por cierto, creo que es un poco tonto decirlo a estas alturas, pero como dato curioso, los títulos de los capítulos son nombres de flores, elegidas según el Hanakotoba, al igual que el título. ¿Voy a dar explicaciones más concretas de esto con el tiempo? Sí, pero tardaré porque no me gusta dar pistas. Soy un despojo humano, lo sé.

¡Nos vemos en las notas finales!

La resaca atacó con fuerza, en forma de dentelladas de dolor conocido que me arrancaron el sueño a pedazos. La ventana estaba tapada en su mayor parte, pero los retales de luz solar que la atravesaban fueron suficiente para hacerme cerrar los ojos y gruñir. Los recuerdos de la noche anterior parecían haberse hundido en el alcohol de mi sistema, y los aguijonazos que me causaba intentar rememorar hicieron que perdiese interés en ello. Tras unos minutos abrí una rendija entre mis párpados, no sin antes colocar la sábana bloqueando la luminosidad. Estaba en mi habitación, en mi cama, en la cual se situaba otro cuerpo además del mío. Nada nuevo. Palpé a mi lado, en un intento estúpido de adivinar la identidad de mi acompañante. Mis dedos tocaron piel suave y caliente, luego mechones de una cabellera sedosa y después, otra extensión de piel. Pronto comprendí que allí había no una, sino dos personas aparte de mí. Mi cabeza se quejó cuando pensé quiénes podrían ser, e instantes después, como una broma cruel, una imagen de mi conversación con Shinji apareció, un fogonazo que me cegó. Me incorporé a toda prisa, con el mundo dando vueltas de campana alrededor. El corazón brincó en mi pecho al ver cabello rubio extendido sobre mis sábanas claras, y un nudo desagradable se formó en mi garganta, amenazando con transformándose en náuseas. Pero mis movimientos debieron despertarle, y las sensaciones desagradables se vieron mitigadas cuando los ojos que se clavaron en mí resultaron ser grises, en lugar de castaños como había llegado a temer.

 

—Buenos días —habló el chico, mientras estiraba los músculos de su espalda con un movimiento que imagino pretendía ser sensual. Me dolía la cabeza y mi humor estaba demasiado deteriorado como para prestar atención a esos detalles—. Ha sido una buena noche, ¿verdad? —comentó con picardía.

—No ha debido ser demasiado memorable, porque no me acuerdo. —Bien, eso no era justo, dado que no recordaba absolutamente nada. Pero él no tenía por qué saber eso.

—Eso puede tener algo que ver con la borrachera que llevabas. —Casi creí ver una de sus cejas, rubias y delgadas, temblar mientras trataba de mantener su faceta agradable.

—No te creas, suelo recordar las cosas importantes por muy ebrio que esté. —Mentira, de nuevo. Pero mi mal talante me exigía molestar a alguien.

—Bueno… siempre podemos repetir a ver si así recuerdas algo, ¿no?

—No va a poder ser —respondí, abandonando la cama tras hacerle a un lado, puesto que se había acercado demasiado—. Tengo cosas que hacer. Tú y él —señalé al otro chico, que seguía dormido— deberíais iros.

—¿Tan pronto?

—¿Qué esperabas? ¿Quedarte a vivir? —Nada más decir esto tuve que abofetearme mentalmente, ya que el recuerdo de Ichigo y su rechazo a esa misma oferta cruzaron mi mente.

—No, pero al menos esperaba que no fueses un gilipollas —reprochó en una espetación ácida.

—Mala suerte. —Me encogí de hombros, agarré unos pantalones holgados de pijama y abandoné la habitación.

 

Nada más salir al pasillo los rayos de luz se clavaron en mis retinas como espadas, hierros ardientes atravesando la carne hasta llegar al cerebro. En el baño observé mi rostro, marcado por unas ojeras violáceas que demostraban lo poco que había dormido, mientras en mi cuello y clavículas destacaban marcas de un tono mucho más rojizo; por lo visto uno de esos dos (o ambos), había sido bastante efusivo. En un intento vano por borrarlas, al empapar mi cara en agua helada permití que resbalase, incluso hasta mi torso desnudo. Obviamente, no surtió efecto, y los vestigios siguieron allí, inmutables.

Un poco más despierto, aunque no menos adolorido, deshice el camino hasta mi habitación, con la firme idea de echar a esos dos, volver a mi cama y descansar lo que quedaba de día. Si esperaba algún tipo de espectáculo de amante despechado, no lo obtuve. Y lo agradecí. Cuando abrí la puerta ambos estaban terminando de vestirse; el rubio me miró con fiereza, y el otro me ignoró, demasiado concentrado en atar sus deportivas.

 

—¿Qué pasa, nos vas a echar sin vestirnos siquiera? —gruñó. Cada vez que lo miraba se difuminaba un poco más la tirantez instalada en mi cuerpo al haber pensado que se trataba de Shinji, puesto que, más allá del cabello rubio (mucho más largo en este chico), no se parecían en nada. Tenía la piel morena, y aun así macilenta, una extraña combinación; ojos pequeños y afilados; barbilla en forma de punta de flecha y un céfiro de malicia que lo envolvía todo. Un atractivo comparable al de una serpiente, elegante y lista para atacar. Pero, por mi parte, seguía de un terrible humor para hacer caso a esto.

—Tienes suerte; aún te quedan dos minutos antes de eso. —Le dediqué mi mejor sonrisa, la más torcida posible.

—Serás… —El insulto se vio interceptado en el aire por la voz del otro muchacho, al que aún no había prestado atención.

—Déjalo, Calius. —Hasta el momento tan solo había visto su pelo, negro y corto. Pero cuando giré a mirarle fue como recibir un impacto directo en el pecho, de esos que te roban el aliento. No por el chico en sí, sino por a quién evocaba. Sus ojos eran azules y más rasgados que los de él, sus cejas menos densas y una pequeña cicatriz que no debería estar allí partía su labio tanto inferior como superior; aun así, a mis ojos, estaba claro que era un esbozo erróneo de Ichigo, con una paleta de colores insólita. No decidía qué creer, si en la remota posibilidad de que fuese casualidad, o en la obviedad de que el alcohol me había guiado a buscar lo más parecido posible a lo que quería. Mi irritación aumentaba por momentos.

—Daos prisa —farfullé, y volví al corredor.

 

Quise darme un cabezazo con la pared, pero en cambio apoyé la espalda en ella y exhalé algo que en mis oídos pareció un quejido. Acostarse con desconocidos, bien, era normal en mí. Emborracharse, también lo era. Pero si había juntado ambos factores para hacerme creer que me acostaba con mi amigo, eso era terrible y penoso. Y muy preocupante.

La puerta del cuarto de Kensei se deslizó, madera contra madera, permitiéndole encontrarme arrumbado en medio del pasillo.

 

—¿Qué haces ahí? Pareces un fantasma.

—Ojalá. —Inclinó la cabeza, sin comprender nada. Cuando mi explicación no llegó, alzó los hombros y cambió de tema.

—¿Cómo ha ido la noche? —Justo en la herida abierta. Afilé las pupilas y le lancé una mirada de advertencia. Pero Kensei era demasiado torpe como para pillar una indirecta si esta no le golpeaba en la cara—. Me fui pronto, ¿pasó algo interesante? —Iba a responderle que se fuese a la mierda. Pero las palabras se atascaron en mi garganta, como si fuese una manguera que alguien hubiese pisado para no dejar pasar el agua. Creía que había tenido suficientes emociones por una mañana, pero el mundo no estaba de acuerdo.

—Buenos días, Grimmjow. —Shinji saludó con naturalidad, agitando una mano y conteniendo con la otra un bostezo. Todo esto desde la habitación de Kensei.

—¿Pero qué cojones? —inquirí al aire.

 

La puerta de mi habitación se abrió, y dos indeseables más se unieron a la espontánea reunión mañanera que se había conformado en el pasillo. La sensación desagradable de mi estómago, que se había escondido hasta el momento, reapareció, una manifestación poco sutil del espanto que constituía que el rubio imbécil viese los ocupantes de una sola noche que habían pasado por mi cama. Kensei, ajeno a todo, emitió un silbido suave.

 

—Vaya, parece que te has divertido. —Si las miradas matasen, la mía habría frito a mi casero en ese instante.

—Al parecer no lo suficiente —espetó con veneno ácido el, por desgracia, más charlatán de mis invitados.

—Vaya, ¿y por qué será eso? —Shinji esgrimía una sonrisa zorruna, aumentando mi odio por él de forma exponencial—. De todas formas —al parecer no había terminado de hundirme; siguió hablando sin perder un instante de mi reacción—, es bueno ver que tienes el corazón tan grande como para que te interese Ichi y también ellos —señaló a los aludidos con un gesto vago de su mano. Apreté la mandíbula tanto que mis dientes chirriaron, comprimí mis manos en puños, las uñas clavándose en sendas palmas.

—Kensei, enséñales tú dónde está la puerta.

 

Desoí sus quejas, y las silencié con un sonoro portazo que no logró reflejar mi furia. De vuelta en mi habitación, esta vez solo, mi garganta vibró con un gruñido de frustración. Arranqué las sábanas de la cama a tirones, pareciéndome mejor idea que dar un puñetazo, que luego pudiese lamentar, a cualquier cosa. Lancé el amasijo de tela a algún punto de la estancia, y me desplomé en el colchón desnudo.

Estaba jodido.

 

»»-------------¤-------------««

 

Llevaba días sin hablar con Ichigo, y él tampoco había intentado contactar conmigo. Retrasaba todo lo posible el momento de enviarle un mensaje, por miedo a que no respondiese, o peor, que sí lo hiciese, de forma negativa. Tampoco me había atrevido a preguntarle a Shinji si le había contado algo. Es más, había volcado todos mis esfuerzos en evitarle, cosa que se complicó drásticamente cuando se mudó a la habitación del final del pasillo. Esto me había llevado a pasar el menos tiempo posible en las zonas comunes del piso, así que cuando no estaba en clases o trabajando me encerraba en mi cuarto. La buena noticia es que allí no había televisión, así que por puro aburrimiento terminé por estudiar. La mala ya estaba dicha: me aburría. Así que agarré el teléfono y marqué al primer número en mi lista de llamadas recientes.

 

—Espantapájaros —saludé cuando los pitidos murieron.

—Hey. ¿Has salido? No te he oído.

—No, estoy en la habitación.

—Tío, ¿me estás llamando desde el otro lado del pasillo?

—Sí. —Cambié rápido de tema; no quería escuchar su opinión acerca de mi fobia al nuevo inquilino—. ¿Vamos a algún lado?

—Depende, ¿te ves capaz de salir de tu cuarto e ir hasta la puerta? —Un chasquido molesto de lengua le calló—. Me tomaré eso como un sí. ¿A dónde vamos?

—No sé. ¿Llamamos a estos y nos acoplamos en su casa?

—Para qué llamar. Vamos para allá.

 

Fuera cada vez hacía más frío; noviembre había entrado con fuerza, temperaturas bajas y lluvias heladas. Las sudaderas y chaquetas se ocultaban bajo los abrigos, aunque por suerte no todos eran como el que solía llevar Gilga: una gabardina oscura, que llegaba hasta sus rodillas y conseguía transformarle de espantapájaros a la viva imagen de La Muerte.

Clavó uno de sus huesudos dedos en el botón del timbre, y lo mantuvo durante varios segundos, concretamente hasta que Szayel abrió.

 

—Joder, ya va. —Miró de arriba abajo a Gilga, y lanzó un grito al interior de la casa—. Ulquiorra, sal, que parece que tu pinta de emo por fin ha atraído a La Parca.

—Que te den. Voy a pasar, se me congela el culo.

—Cómo negarme a tan encantadora petición —satirizó Bubblegum.

 

La habitación de Nelliel estaba abierta, y de ella escapaba la música pop coreana que utilizaba para ponernos a todos de los nervios. Como espectáculo principal, ella se situaba en medio del salón, bailando como una posesa y saltando, su melena aguamarina, incapaz de seguir su ritmo, volando en todas las direcciones. Ulquiorra y Tier, cada uno en una esquina del sofá, pretendían ignorarla, él centrado en un libro y ella con los auriculares enterrados en los oídos y los párpados caídos.

 

—¡Grimmy! —La bailarina se lanzó sobre mí, enganchándose de mi cuello, consiguiendo que jadease en busca de aire.

—Un día le vas a matar —comentó Ulquiorra, clavando sus ojos verdes en nosotros, por encima de las páginas de “Flores en el Ático”.

—Y más pronto que tarde —asentí—. ¿Y eso? —señalé el libro que sostenía—. ¿Una novela rosa? —Los ojos inexpertos dirían que su expresión no cambió para nada, pero yo pude ver la ínfima arruga que se formaba bajo sus gruesas cejas, signo inequívoco de desacuerdo. No contestó, en lugar de eso volvió a enfocar su atención entre las páginas, en la tinta.

—Baila conmigo, Grimmjow —pidió Nell. Era como una cría, siempre queriendo que alguien jugase con ella.

—Díselo a Gilga, seguro que está encantado. —Mi dignidad no hubiese soportado otro embiste en estos días, y bailar lo que ella quería, lo era. Me senté en medio del sofá, aprovechando el espacio libre para repantigarme a mi gusto. El espantapájaros realmente había accedido a la petición de Nelliel, y ahora ambos se meneaban al ritmo de la música (más o menos), con movimientos erráticos que se interrumpían por sus continuos empujones mutuos. No me molesté en encender el televisor; aquello era más divertido.

 

—¿Y bien? —Enfrenté a Tier, que me examinaba con solo uno de sus orbes esmeralda abierto y un oído libre de audífonos.

—¿Y bien qué? —Se deslizó por el sofá, hasta situarse a mi lado, antes de responder.

—¿Qué te pasa? —La miré con más atención; sus facciones se apreciaban relajadas, pero la expresión en sus ojos no. Estaba seria, más de lo normal. Esto se daba cuando tenía que hablar de algo que consideraba importante con nosotros.

—El nuevo inquilino es un dolor en el culo —simplifiqué. En el momento en que quisiese hablar de mis problemas, ella sería la primera en oírlos. Porque Gilga era demasiado desastre para dar buenos consejos, Szayel se partiría de risa, Nelliel querría solucionarlo todo con un abracito y Ulquiorra era un inepto sentimental. Tier era la única de esa panda de locos con la que poder hablar algo y esperar una respuesta decente. Pero, entonces, aún no tenía ganas de esa respuesta.

—¿Ha hecho algo malo?

—Existir.

—¿Y hasta que deje de hacerlo seguirás escondiéndote aquí y en tu habitación?

—Puedo apresurar que eso pase —sonreí—. Oye, ¿tú cómo sabes…? —No me hizo falta concluir la pregunta: Gilga y Nell estaban quietos, escuchando nuestra conversación. Cuando vieron que les prestaba atención disimularon penosamente, fingiendo que intentaban aprender una coreografía, demasiado compleja para la pobre coordinación del gigante.

—Se aburre si tú no estás animado.

—Pues podría dedicar ese tiempo a sacarse los mocos en vez a joder contando problemas ajenos —espeté. Tier me miró unos segundos en silencio, después de los cuales me sorprendió enarcando una ceja.

—De todas formas no habría tardado en darme cuenta. —Chasqueé la lengua, displicente.

—Voy a por una cerveza —concluí, a la vez que me incorporaba.

—Sírvete.

 

Volvió a colocarse los auriculares, selló de nuevo los ojos con sus pestañas rubias y se envolvió en su hermetismo habitual.

En realidad, aún no había pasado nada, o al menos no había confirmado que así fuese. Aparte de un compañero de piso insoportable —cosa a la que ya debía estar acostumbrado por Gilga—, no tenía palabras de odio o rechazo de Ichigo, ni nada por el estilo. Hasta que no sucediese algo verídico, más allá de una situación tensa, no iba a molestar a Tier con ello.

Las cervezas estaban donde siempre, en una esquina del frigorífico. Al contrario que en mi piso, donde todos estábamos de acuerdo en qué beber, aquí había al menos tres marcas distintas. Por suerte Szayel tomaba la misma que Gilga y yo, por lo que siempre le robábamos a él. Se quejaba, pero no lo suficiente para disuadirnos. Alargué la mano; algunas llevaban poco tiempo refrigerándose y aún estaban calientes, así que paseé mis dedos por varias hasta dar con una, escondida al fondo, que estaba fría. La cogí y me di la vuelta, para que un grito estallase en mi cara.

 

—¡Buh! —El botellín se escurrió entre mis dedos, siendo atrapado en el último momento por unas manos finas.

—¡Joder, Nelliel! —grité—. ¿¡Qué coño haces!? —No todo el mundo podría reírse teniéndome a un palmo de su cara vociferando, pero ella sí. Exhaló una carcajada infantil, y agitó la bebida de un lado a otro.

—Lo siento, pero estabas tan distraído… —se disculpó, aun cuando sus labios se mantenían alzados.

—¿Estaba tan distraído que te pareció buena idea matarme de un jodido ataque al corazón? —Arranqué la cerveza de sus manos, viendo que si seguía agitándola así se le caería.

—No exageres. —Bufé y la esquivé para volver al salón, pero me agarró del brazo, clavando sus uñas en la tela de la camiseta—. ¿Estás bien? ¿Tier te ha ayudado?

—Sí —mentí.

—¿De verdad? —Incrustó sus ojos avellana en los míos, severos.

—De verdad.

—Me alegro. No quiero verte triste. —Apretó sus brazos a mi alrededor, a lo que correspondí con un par de palmaditas en la cabeza. Al instante la seriedad del momento se esfumó—. Bastante mala leche tienes ya cuando estás contento. —Cambié los toques cariñosos por un golpe seco con los nudillos. Desoí sus quejidos y volví al salón.

 

Szayel había ocupado mi sitio en el sofá, y fisgoneaba el libro de Ulquiorra por encima de su hombro. Este era consciente de ello, pero mientras no hablase lo ignoraría. Aunque, claro, el chicle no tardó en estropearlo; susurró algo en su oído, viendo la mueca siniestra que cruzó su rostro, con toda posibilidad desagradable. Ulquiorra reaccionó como cabía esperar de él: cerró la novela, manteniendo el índice dentro para marcar la página, y golpeó con el lomo la cara de Szayel, cuyas gafas y expresión quedaron descolocadas.

 

—Qué, ¿ya has enfadado a Draculín? —Se colocó las lentes con envidiable decoro, sabiendo lo que acababa de suceder.

—Parece que sí. Pero tampoco tenía que golpearme —farfulló.

—Eso, Ulqui, ¿no conoces la norma no escrita? —Gilga había acudido raudo, llamado por la discordia—. No pegues a la gente delicada y con gafas, se pueden romper —se burló.

—¿Y vosotros no conocéis la regla de no molestar a la gente cuando lee? —replicó, dejando el libro a un lado. Sabía que ya no iba a poder seguir con su lectura.

—¿Y a quién estás llamando delicado, palo de escoba? Mides dos metros y pesas la mitad que yo.

—Pero eso es porque estás gordo, Cotton Candy. —El pelo rosa daba de sí para infinitos apodos ridículos, y nosotros lo explotábamos al máximo.

—¿Por qué no dejáis de discutir y venís a bailar conmigo? —Nell también se unió, acusando rápidamente la falta de atención.

—Tú lo has dicho, porque están discutiendo —le expliqué—. Y déjales que sigan, esto es aún más divertido que ver a Gilga con estertores al ritmo de música coreana.

—Prueba tú, a ver si te parece fácil —me retó el mencionado. Sonreí y negué con la cabeza.

—No quiero que os desmayéis si empiezo a mover el culo. —Al unísono, como ensayado, todos resoplaron.

—Buena suerte con eso.

—Nell. —La voz calma de Tier nos interrumpió. Había abierto ambos ojos y hecho a un lado su reproductor de música—. Ve a por una película y pónsela, a ver si se callan.

 

Asintió y salió corriendo, en busca de algo con lo que entretenernos. Volvió al momento, con una recopilación de DVDs que todos miramos con horror.

 

—Ni de coña —declaré.

—No vas a poner eso —secundó Szayel, con la cabeza de Ulquiorra asintiendo enérgicamente a su lado.

—Pues a mí me gusta. —Gilga, como siempre, nos llevaba la contraria a todos.

—Tú cállate. —Desde mi posición, sentando, le lancé una patada que esquivó sin problemas.

—Vamos, será divertido. —Nelliel insistía, zarandeando de un lado a otro la tetralogía de películas de Crepúsculo frente a nuestros ojos, en una edición limitada que me hacía preguntarme por qué era amigo de esa mujer.

—Igual de divertido que cortarse las uñas con tijeras de podar.

 

Por mucho que nos quejamos, terminamos viendo la primera película. Y la segunda. La tercera y cuarta fueron demasiado para nuestro corazón, y estipulamos prescindir de ellas. Aunque Gilga no pudo con el “suspense”, y para nuestra desesperación interrogó a la experta en vampiros.

 

—Resumiendo, la tipa se queda embarazada del vampiro y la criatura se la come desde dentro. —Bubblegum finiquitaba así la conversación.

—Eso suena a una peli mala de terror —comentó Nell, con el gesto torcido.

—Peor aún: suena a una película romántica mala que se mete en el campo del terror y lo convierte en algo cursi —se burló, hasta que ella le propinó un golpe, callándole—. Me pido elegir la siguiente, no aguantaré algo parecido a esto.

—No. Tú elegirás algo que se basará en un noventa por ciento en sangre y tripas abiertas —protestó.

—Creo que prefiero eso a lo que acabamos de ver. —Clavó una mirada oscura en mí, exigiendo mi silencio. Pero mi estupidez me impulsaba a seguir hablando—. Tú nos haces vomitar con vampiros maricas y purpurina, y nosotros a ti con gore. Es justo.

—Bueno —nos cortó Gilga—, me encantaría ver a qué conclusión llegáis, pero algunos trabajamos e intentamos hacer algo productivo con nuestra vida.

—Estás tardando en irte —espetó Ulquiorra. Parecía que Crepúsculo había podido con su temple.

—Me voy contigo; tengo que pasar por la biblioteca y así no veo lo que elijan. Tier, ¿vienes?

—Sí. —Los tres se enfundaron en sus abrigos y recogieron sus cosas de la mesita de la entrada.

—Espantapájaros. Se te olvida algo —Me miró, interrogante—. Tu dignidad, creo que se te ha caído por ahí —señalé al lugar en que había bailado, pocas horas antes. Escuché la risita aguda y poco sutil de Szayel, combinada con la grave e interiorizada de Ulquiorra.

—Gilipollas. —Me enseñó el dedo medio y siguió a las chicas al exterior. Aguardamos unos segundos antes de volver a hablar, cuando el chasquido de la puerta cerrándose nos aseguró que no nos podía oír.

—Mírale, tan homosexual que es, pero se las lleva a todas. —Me reí y encogí de hombros.

—Eso no importa, ya sabemos dónde está la pareja entre esos tres. —El chicle me miró como si no entendiese de qué hablaba—. ¿Qué?

 

»»-------------¤-------------««

 

A petición de Gilga, estaba tratando de no odiar al rubio. Según él no era mal tipo, incluso le parecía divertido. Aunque creo que hubiese intentado convencerme de que una piedra lo era con tal de hacerme volver a las zonas comunes del piso; mi habitación solía estar cerrada con llave cuando me echaba a dormir o estudiaba, y eso no le permitía entrar a molestarme con la libertad que a él le gustaba. El tema con Shinji era que no conseguía no querer darle un puñetazo cada vez que lo veía. Me contenía porque el tipo no me había hecho nada, pero en todo momento me encontraba como una cuerda demasiado tensada, preparado para saltar al más mínimo roce. Igual que en ese instante.

 

—Rubio, muévete. —Levanté el pie y le di un golpecito en la rodilla, esperando que reaccionase. El café que se transparentaba entre sus pestañas me analizó. Café. Ese era el color exacto de sus ojos. Una razón más para odiarle.

—¿Por qué? ¿No quieres sentarte a mi lado? —Palmeó el cojín libre a su derecha. Mi ceja se movió incontrolable arriba y abajo, un tic surgido por no obedecer a mi cuerpo y apartarlo de una patada.

—No. Y además, ese es mi sitio. —No solía ser precisamente Sheldon Cooper en lo referido a mi lugar en el sofá, pero no quería su culo donde luego iría el mío.

—Bien, bien. —No añadió nada más y por fin se hizo a un lado. No aguantó ni cinco minutos en silencio—. Entonces, ¿por qué te caigo tan mal? ¿O es que te doy miedo? —Me atraganté con mi propia risa cuando dijo eso.

—¿Miedo? —me mofé—. Podría tumbarte en dos segundos.

—Y yo contárselo a Ichi. —La sonrisa se congeló en mis labios, antes de romperse. Mis cejas bajaron y entrecerraron mis párpados—. Así que ahí está el problema. —Él, por el contrario, cada vez esgrimía una sonrisa más amplia y afilada—. No sé qué idea tienes de mí, pero no suelo ir diciendo cosas de la gente a sus espaldas.

—¿Ah, sí? —La incredulidad a sus palabras se clavó en mí.

—A no ser que seas una persona que pueda hacerle daño. —La media luna de su sonrisa se tornaba cada vez más siniestra—. Pero eso no va a pasar, ¿verdad? —Me dio una palmada que pretendía ser amistosa en el hombro, expandiendo una sensación desagradable por mi cuerpo.

—Claro que no —declaré, con más firmeza de la que debería.

—Bien, en ese caso no tendremos ningún problema.

Notas finales:

Ay, Grimmy. Mi pequeño y dulce (pero no mucho) Grimmy. No sé si lo habréis notado, pero es una bolita de nervios y estupidez. Tiene a Ichigo en un pedestal y cree que si le deja saber cualquier cosa de su vida de las que él considera malos hábitos se alejará de él. Tontito mío. Qué malo es estar enamorado, ¿eh? ¿QUÉ? Yo no he dicho eso. Nope. Su relación es muy heterosexual.
Para lo de Cang no os puedo dar una explicación decente; a mí me recuerda a Ichigo desde que lo vi y así ha caído. Sorry not sorry.
Shinji sigue en su línea de bad bitch del fic. Me gustaría deciros que tiene una razón súper profunda para comportarse así, pero... es Shinji. Simplemente, disfruta viendo el mundo arder. x'D Pero ya indagaremos en su personaje.

Como siempre, espero vuestras amenazas de muerte, teorías y amor en la cajita de aquí abajo. ¡Nos leemos!<3


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