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Aurantium Lilium por Maeve

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!<3

Me he retrasado un poco respecto a la fecha en la que quería publicar porque mi pobre y pequeña beta reader estaba hasta el cuello de cosas que hacer. ;u; Peeeero, aquí está el capítulo.

Además, después de un par de actualizaciones, confirmo que voy a dejaros un capítulo nuevo, como máximo, cada siete días. No puedo prometer un día exacto porque terminaría adelantándome o fallando casi siempre, pero espero que os valga así.<'3

En fin, y aquí seguimos, con el ritmo lento de inicio de fic y presentando personajes.

Las horas de trabajo pasaban a un ritmo tortuoso. Un martes por la mañana no era precisamente el momento de mayor afluencia en la tienda, y eso me había dejado tiempo de sobra para inquietarme a mí mismo con mil y una cuestiones —cada cual más ridícula que la anterior— en cuanto a mi reunión con Ichigo. Pese a no haber apenas clientes, la encargada revoloteaba de un lado a otro del establecimiento, lo que me llevaba a tener que sacar el móvil a escondidas, procurando no ser visto. No es que me diese miedo que me encontrase distraído, pero mi paciencia no estaba dispuesta a soportar una de sus interminables charlas sin soltarle una grosería, cosa que me llevaría a quedarme más de lo debido allí, discutiendo con ella. Observé a mi alrededor y localicé un retazo de cabellos magenta asomando tras una de las barras en las que descansaba la ropa, que atravesaban la tienda de un lado a otro. Aproveché el momento para, amparado por el mostrador, sacar el móvil de mi bolsillo y comprobar, por enésima vez en lo que iba de mañana, mis mensajes. Suspiré con pesadez al encontrar tan solo los acostumbrados: una veintena de Nell y otros tantos de diversas personas poco relevantes, tales como Gilga. Ichigo no había respondido desde que le enviase la dirección de mi trabajo, la noche anterior, y el no tener confirmación me ponía nervioso. Tacones chasquearon contra las baldosas bruñidas, animándome a esconder de nuevo el aparato entre los pliegues de mi ropa.

 

—Te veo mirando mucho el reloj, Grimmjow. —Comentó con ligereza Riruka. Durante un segundo pensé que iba a recriminarme haberme visto con el móvil, y prácticamente sentí mi lengua saltar con una respuesta afilada a punto para ser lanzada. Por suerte, me frené a tiempo—. ¿Esperas a alguien? —Clavó los codos en el mostrador y apoyó la barbilla sobre sus dedos entrelazados. Los ojos que yo mismo había catalogado como demoníacos en más de una ocasión, debido a su intenso color burdeos, se ocultaban parcialmente tras sus párpados entrecerrados, aguardando por una respuesta.

—Sí, según termine el turno me iré a follar. —Saboreé cómo su boca se crispó, a la vez que sus cejas cayeron, formando una perfecta mueca de repulsión. Riruka no era precisamente una niña cándida, pero mi forma de hablar sobre el sexo la desagradaba en exceso. Lo que yo usaba como una diversión.

—Eres un cerdo —sentenció, antes de darse la vuelta, sacudiendo airosa sus coletas en mi rostro. Pateó el suelo, evocando a una cría con un berrinche, y volvió a su tarea autoimpuesta de revisar que cada prenda estuviese colocada tal y como a ella le gustaba.

 

Volví a distraerme con las ideas que aleteaban por mi cabeza, atrapándolas al vuelo e intentado exprimirlas al máximo, con la esperanza de que la siguiente vez que comprobase la hora en el pequeño reloj digital que reposaba a mi lado, pudiese irme. Tuve que desechar mi pasatiempo cuando la aguda voz de mi compañera de trabajo se alzó, saludando a un nuevo cliente. Alcé la mirada para juzgar al recién llegado; cada vez con más frecuencia acudían a la tienda personas que querían verme además de comprar, sobre todo grupitos de chicas que se daban codazos unas a otras y soltaban risitas cuando les sonreía o hablaba. Por norma general, no me interesaban en lo más mínimo, aunque siempre estaba dispuesto a prestarles algo de atención a cambio de ver mi ego subir. Pero, esta vez, un cabello naranja me dejó estático, sin saber qué hacer. Porque me estaba mirando fijamente, acercándose como si no pasase nada por llegar casi veinte minutos antes de la hora que habíamos acordado. Como si no necesitase prepararme psicológicamente antes de verle, o pensar qué tenía que decir. Quizá él no había reparado en eso porque ninguna persona normal lo necesitaría.

 

—Hola. —Se plantó frente a la caja, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros ajustados (detalle que noté al instante) y una pequeña sonrisa adornando su rostro—. Terminé antes de lo que pensaba las clases y pensé en venir a buscarte y aprovechar para mirar algo de ropa. —Una de sus palmas abandonó su escondite para frotar su nuca con nerviosismo. Debió notar mi expresión estupefacta, porque no tardó en preguntar—. ¿Te molesto?

—No —negué con la cabeza—. Solo me has sorprendido.

—Espero que para bien —bromeó.

—Mientras no lleves una pistola escondida para saquear la tienda, es para bien. —Ya recuperado del impacto inicial, parecía que algo de elocuencia volvía a mí.

—Lo siento, hoy he dejado las armas en casa. —Se encogió de hombros y paseó la mirada por el lugar—. Nunca había estado aquí. Soy tan vago para buscar ropa que llevo yendo a las mismas dos tiendas desde que llegué a esta ciudad —confesó.

—Espero que desde ahora vengas más —manifesté coquetamente—. Ya sabes, la ropa está bien, pero además tienen al dependiente más guapo que podrás encontrar.

—No estoy seguro de que eso sea suficiente razón para venir, pero si ese dependiente hace descuentos especiales me lo pensaré. —Solté una risotada ácida y señalé a Riruka.

—Si esa mujer se entera de que te rebajo algo en lo más mínimo me mandará de vuelta al hospital de una patada. —Se giró a contemplar a la susodicha, la cual nos dirigió una mirada cargada de oscuras advertencias. Estaba claro que ya se había dado cuenta de que Ichigo no era un cliente cualquiera, y la idea de alguien distrayendo al personal sin intención de dejar su dinero no le gustaba.

—Parece que quiera matarme.

—Quiere matar a todo el mundo —le expliqué—, pero cuando la gente gasta dinero se molesta en disimularlo. ¡Riruka! —Alcé la voz para que me oyese, lo que tomó como una invitación para acercarse y hacer más patente aún su irritación.

—Qué. —Seca, como siempre que el mundo no funcionaba siguiendo con exactitud sus órdenes. Ni siquiera había sido una pregunta, más bien una exigencia.

—Quédate en la caja, vamos a buscarle ropa. —Miró a Ichigo de arriba abajo, y después a mí, una de sus cejas convertida en un perfecto arco. Recordé nuestra conversación de antes y recé por que no dijese nada sobre el tema de “irme a follar”.

—No estás aquí para ir de compras con tus amigos —comentó, con especial retintín en la última palabra. La maldije internamente, y esperé que eso fuese todo lo que iba a decir al respecto.

—Que le conozca no hace que deje de ser un cliente —rebatí. Clavó sus orbes en los míos durante cinco largos segundos, y tras el magenta de los mismos pude ver con claridad la duda que cruzaba su cabeza: mandarme a la mierda o hacerme el favor y apuntarlo como una deuda. Al parecer, se decidió por la segunda, ya que farfulló unas cuantas palabras poco elegantes y me sacó a empujones del espacio tras el mostrador. Antes de que cambiase de opinión, tiré de Ichigo lejos, por uno de los pasillos laterales formados por los muebles bajos plagados de ropa masculina—. ¿Qué necesitas?

—Unos pantalones y un par de camisetas.

—Entonces… —Alargué mi mano y alcancé una prenda que colgaba de una percha para mostrársela, acompañada de una sonrisa torcida—. ¿Qué tal esta? —Miró alternativamente entre el trozo de tela y mi rostro, con el ceño tan fruncido que parecía que alguien estuviese obligándole a bajarlo con sus dedos. Era una camiseta gris, con los laterales tanto del cuerpo como de las mangas abiertos por una línea de agujeros ovalados, que dejaban gran parte de la piel al descubierto.

—Eres —comenzó a decir, con lentitud— el peor dependiente del mundo si crees que me voy a poner eso. En serio, cambia de trabajo.

—Eres tú el que ha venido a una tienda de ropa alternativa. —Amplié mi sonrisa aún más, llenándola de dientes.

—He visto camisetas normales. —Arrancó la prenda de mis manos y volvió a dejarla en su sitio—. Si no me enseñas algo que me guste no compraré nada y tu jefa se enfadará —advirtió con malicia.

—Está bien. —Alcé las manos en señal de rendición—. Y yo que pensaba hacerte toda una estrella del rock.

 

Ichigo de verdad era un vago para elegir ropa; no se molestó siquiera en dar una vuelta completa a la tienda para elegir. Terminó con una sencilla camiseta borgoña, cuyo único detalle eran los imperdibles que unían los cortes de las mangas; otra negra, llena de desgarrones que no lograban atravesar la tela, y unos pantalones oscuros. Una vez pagó, Riruka me obligó a volver a mi puesto en la caja, pese a que no quedaban más de diez minutos para el cierre de mediodía. Tuve que atender a un par de clientes rezagados que aún ojeaban entre los pasillos, y después pude despedirme para dejar a mi siempre hostil compañera encargándose de echar la llave. En eso Ichigo y ella se parecían: siempre tenían el ceño fruncido. Aunque a uno de ellos le sentaba mejor.

Paseamos juntos por las calles del centro, en busca de un sitio que a ambos nos gustase. Al final terminamos en una hamburguesería cualquiera, sentados en un rincón apartado para huir del barullo que rodeaba la zona de cajas. Me contó que ya había retomado sus clases, que asistía con normalidad a la universidad, y nimiedades varias.

 

—¿Qué estudias? —Era curioso, con todo lo que habíamos hablado en nuestros días ingresados jamás había salido a flote un tema tan básico.

—Literatura. —Hizo un mohín molesto, arrugando la nariz, cuando me mantuve mirándole por más tiempo del normal, sin pestañear—. ¿Pasa algo?

—No te pega nada —confesé.

—Todo el mundo me lo dice —exhaló, negando con la cabeza—. ¿Tú estudias algo?

—Sí. —No supe si ofenderme por la forma en la que había enunciado su pregunta. A lo mejor estaba demasiado a la defensiva, acostumbrado a que la gente diese por hecho que me dedicaba a vivir de fiesta en fiesta.

—¿Puedo saber el qué? —dijo, al ver que no iba a darle más información.

—Ingeniería mecánica. —Pude disfrutar, casi a cámara lenta, cómo una patata frita se quedaba suspendida a la altura de su boca y sus ojos se abrían hasta un punto en el que resultaba cómico, dos canicas pardas atrapadas en una mímica de sorpresa.

—Y yo soy al que no le pega su carrera.

—¿No quedaría bien como mecánico?

—Sí —no dudó ni un segundo antes de contestar—, lo que no me imaginaba es que estudiases una ingeniería. ¿No te aburre?

—Algunas asignaturas me matan —revelé—, pero, en general, supongo que me gusta. —Di un bocado a mi hamburguesa, tarea dificultada por el ridículo tamaño de la misma—. ¿Tú por qué te metiste a literatura?

—Me gusta leer desde siempre, especialmente novelas de los siglos XIV y XVIII. —Cuando me quedé mirándole, esperando más detalles, se encogió de hombros—. Soy un nerd. Entre eso y el pelo naranja no sé cómo sobreviví a secundaria —rió.

—A mí me gusta tu pelo, naranjita. —Envolvió sus labios en torno a la pajita que asomaba de su vaso de refresco a la vez que, con toda la parsimonia posible, me enseñaba su alargado dedo medio.

—¿Recogiste las películas? —preguntó, mientras hacía desaparecer una patata tras otra.

—Sí, cuando fui a verte y me dijeron que no estabas me las dieron.

—Gracias por habérmelas dejado. —Sonrió y casi creí ver su ceño relajarse—. Y gracias por haber ido a verme. —Lo dijo con un tono de voz tierno, acorde con la emoción que mostraban sus ojos. Su dulzura cayó sobre mí como chocolate muy caliente, derritiéndome por completo, reduciéndome a una masilla inútil.

—De nada. —Desvié la mirada y me llené la boca de comida, evitando añadir nada más, a riesgo de soltar alguna estupidez de la que arrepentirme. Un confortable silencio floreció entre nosotros, pero terminó deshojado por la voz de Ichigo.

—¿Esta tarde tienes clases?

—Sí —torcí el gesto—, un par, pero empiezan más tarde. —Él se rió de mi mueca, con un sonido parecido al de agua brincando en los cantos lisos del fondo de un río.

—Y parece que ninguna divertida.

—No demasiado. ¿Tú que vas a hacer?

—Estar con mi novio. —De nuevo contorsioné mi rostro con desagrado, esta vez de una forma más disimulada, lo suficiente para que Ichigo, atrapado en su nube de alegría, no lo captase.

—¿Cuándo volvió? —Hice la pregunta, casi obligada, y me distraje de oírle responder dando sorbos cortos a mi bebida. Hacía bastante que no tomaba nada que no fuese alcohol o agua (el café hirviendo no contaba), y el refresco me resultaba demasiado dulce, aunque el cosquilleante gas ayudaba a adormecer mi lengua e ignorarlo.

—El viernes pasado; fue a buscarme al hospital.

—Qué suerte —comenté distraídamente.

—Lo sé. —Trazó una sonrisa suave a lo largo de sus labios y cambió de tema—. ¿Tú ya estás bien del todo?

—Sí. —Le enseñé mi brazo, antes lastimado, y lo moví de un lado a otro como demostración—. Unohana me dijo que ya no tenía que llevar la cosa esa de plástico.

—Muñequera, lo llaman los expertos —bromeó. Le quité importancia con un gesto desdeñoso y robé la última patata frita que continuaba intacta en su plato. Esto me ganó una mirada venenosa, furibunda, y una patada por debajo de la mesa directa a mi espinilla que me arrancó un quejido.

 

Terminamos de comer con tranquilidad, siendo el último Ichigo, ya que su postre era un brownie que chorreaba chocolate líquido cada vez que pinchaba el tenedor en él, lo que lo llevaba a tener que recogerlo del plato, al principio con el propio cubierto y más tarde con el dedo. El bizcocho no fue suficiente para su insaciable necesidad de dulce, y cuando íbamos a pagar decidió añadir a la cuenta un batido de fresa.

Fuimos juntos hasta la boca del subterráneo, situada a un par de calles. Omití el detalle de que tendría que caminar veinte minutos hasta mi casa, mientras que el autobús me dejaba al lado, cuando tomamos juntos el mismo metro. Estuve tentado de ofrecerme a acompañarle a su casa, pero sabía que no tenía tanto tiempo hasta mis clases de la tarde, y aún debía pasar a buscar mi mochila, así que me apeé antes que Ichigo y me despedí agitando la mano, aun cuando las puertas ya se encontraban cerradas y él no me miraba.

 

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Kensei entró en el piso sin ningún cuidado, permitiendo el paso de un desagradable soplo de aire frío que me erizó la piel. Su cabello plateado dejaba escapar pequeñas gotas que recorrían su piel tostada hasta perderse bajo el cuello de su camiseta. Contempló, con ambas cejas alzadas, cómo su sofá se encontraba ocupado de punta a punta por un variopinto grupo de personas, todos conocidos para él. Fuera, los truenos de la primera tormenta del otoño restallaban, recordándonos la suerte que teníamos de no tener que salir hoy. El recién llegado sacudió su pelo y colgó la chaqueta de cuero negro que había estado sosteniendo en el perchero.

 

—Hola, ¿eh? —Si esperaba un saludo, no lo recibió. Tan solo una palomita, lanzada con impresionante puntería por Nell hacia su cara, y un par de siseos pidiendo silencio le respondieron. Él se encogió de hombros, como si no le importase, y desapareció por el pasillo.

 

Nelliel y Ulquiorra habían llegado hacía ya un par de horas y, al descubrir emitiéndose un maratón de la serie a la que estaban enganchados, habían decidido nuestro plan para el resto de la tarde sin consultarnos. Gilga y yo esperábamos que cuando Tier y Szayel llegasen discutirían con ellos para salir, pero al parecer el vivir en la misma casa que los otros dos no les había permitido escapar a la fiebre por los vikingos perfectamente depilados. Y, tras una veintena de spoilers y explicaciones detalladas sobre quién se había acostado con quién, el espantapájaros y yo también estábamos interesados hasta cierto punto, sobre todo en ver cuándo moriría el protagonista. Ya teníamos apuestas sobe ello.

Kensei no tardó en volver a hacer acto de presencia, con unos pantalones holgados de chándal y una camiseta de tirantes, que se adhería a los músculos de su torso y descubría los de sus brazos, ejercitados gracias a su trabajo como entrenador personal. Cogió una lata de cerveza y se apoyó en la barra de la cocina, mirando con desinterés la pantalla.

 

—Bueno —formuló al finalizar el episodio—, ¿ya puedo hablar sin que nadie me mate?

—Tienes cinco minutos exactos —declaró Tier. Era el tiempo de publicidad que habían anunciado hasta el comienzo del siguiente capítulo.

—Da gusto tener invitados —ironizó. Se alejó de la cocina hasta quedar delante de nosotros—. Sabéis que hay una habitación libre aquí desde siempre, ¿verdad? —Un «ajá» unánime le respondió. Claro que lo sabían. Todos ellos habían dormido en ella alguna vez—. Pues ahora mismo me vendría bien el dinero, así que buscad un nuevo inquilino. —Gilga y yo nos miramos con sorpresa, su único ojo tan abierto que parecía a punto de rodar fuera de la cuenca. No sabíamos nada de eso.

—Pero, Kensei —emprendió con sus quejas—, somos casi una familia feliz, no quieras adoptar a otro niño que no puedes mantener. —Casi pude sentir una espetación ácida fraguarse en los labios de nuestro casero, pero antes de que replicase, Gilga pareció pensar algo—. Excepto si está bueno. Si es guapo lo acepto.

—Si está bueno me lo pido —intervine.

—De hecho —Kensei interrumpió, a punto de estallar—, había pensado en una chica. A lo mejor tenemos suerte y limpia lo que ensuciéis. —De nuevo una palomita voló desde las manos de Nell, hasta alcanzar su objetivo, peligrosamente cerca de uno de sus ojos.

—Cerdo machista —bufó. No podía verla, pero conocía de sobra el mohín de nariz y cejas fruncidas que estaría dibujado en su rostro.

—Es broma, Nelliel. Verte a ti me convenció de no confiar en que las mujeres seáis ordenadas —siguió burlándose Kensei, con un resoplido de ella puntuando la oración.

—Grimmy ya tiene claro a quién va a darle la noticia, ¿verdad? —El sobreactuado tono dulzón de Gilga, aparte de estar a punto de causarnos una indigestión, provocó que seis pares de ojos (y el del espantapájaros), se fijasen en mí.

—¿A quién vas a traerte? —Nell no apartaba su mirada de mí, analizando cada músculo que se movía bajo mi piel, una sonrisa boba dividiendo su rostro.

—Seguro que alguien que folle bien. —La expresión de Szayel no era mejor que la de ella, aunque se asemejaba mucho más a la de un maniaco.

—No estoy seguro de querer otro amigo tuyo bajo mi techo —interrumpió Kensei—. El caso, que preguntéis por ahí si a alguien le interesaría venirse a vivir aquí. Pasáis mi número, o se lo pedís a Grimmjow si no lo tenéis.

—Vale. —Fue una respuesta al unísono, como si hubiese sido ensayada. En realidad lo que sucedía es que la canción de inicio de la serie había reclamado la atención de todos, y querían que dejase de hablar, lo que también logró que olvidasen interrogarme. Cuando abrió la boca para añadir algo más, Ulquiorra se adelantó con su tono impersonal.

—Se acabaron tus cinco minutos de gloria. Cállate. —Los demás secundaron asintiendo con la cabeza, sin despegar los ojos del televisor, cuyo brillo competía con el de los rayos que se filtraban por los grandes cristales del balcón.

 

Kensei gruñó y nos hizo una seña para que le hiciésemos un hueco. Al momento noté cómo me aplastaban contra el brazo del sofá, Szayel clavando su codo en mi costado sin ninguna delicadeza, para obligarme a replegarme. En incómodas posturas, unos sobre otros, y con huesos ajenos hincándose en nuestros cuerpos, fuimos cayendo dormidos. Un grito de Nell nos despertó unas horas después; había sido ocasionado por el descubrimiento de una mancha de baba en su camiseta, obra de Gilga que había dormido sobre su hombro.

 

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Bostecé, una vez más de las muchas en que lo había hecho ese día. Riruka llevaba mirándome más de lo normal desde que había entrado a trabajar, a la hora de comer, y parecía estar aguardando a ver la tienda despejada de clientes para acercarse a hablar conmigo. Y eso no me daba buenas vibraciones. Ella solo trataba de entablar conversación conmigo para tres cosas: molestarme con charlas infinitas de temas que no me interesaban, molestarme regañándome por algo, o molestarme a secas. Tres opciones, mismo resultado: yo atacado de los nervios. Aunque no solía costarme demasiado sacármela de encima, para el momento en que lo lograba acostumbraba a ser demasiado tarde, y ya había logrado irritarme.

 

—Grimmjow. —Di un respingo; se había acercado a mí sin que lo advirtiese, lo cual, con sus tacones altos y finos, era todo un logro—. ¿Hoy no viene a buscarte ese amiguito tuyo?

—No; parece que le di bastante el otro día —hice un gesto obsceno, para que comprendiese a qué me refería. Un sonidito desagradable retumbó en su garganta, y sus labios se apretaron hasta convertirse en una línea nívea.

—Pervertido —declaró. Pero no se retiró, siguió preguntando—. ¿Es tu nuevo ligue?

—No. —Las finas líneas de pelo magenta sobre sus ojos se alzaron, y abrió la boca en un perfecto círculo, desconcertada.

—¿Tu novio? —chilló. Seguramente no lo habría notado, pero mientras hablaba iba inclinando el cuerpo sobre el mostrador, acercando su rostro al mío, como si así pudiese oír antes lo que quería saber.

—No. Es un amigo. —Eso aparentó sorprenderla aún más, ya que dejó caer de golpe sus cejas de nuevo a su sitio.

—Creía que tu único amigo era el espantapájaros. —Durante unos segundos me sentí orgulloso de ella por haberle apodado así sin que yo tuviese que decírselo.

—Si fuese así, tendría que haber hecho algo muy malo en mi vida anterior.

—Ya lo has hecho en esta.

—¿El qué? —Fijó su mirada orceína en mí, trazando una expresión displicente que parecía incapaz de contar las cosas que, en su opinión, había hecho mal.

—Me niego a responder. —Con su afán por chismorrear aplacado, relegó el tema al olvido—. ¿El sábado puedes venir? Por la tarde. —En realidad aquello no era una pregunta, más bien una orden mal enmascarada.

—Si no poder quiere decir que me echarás la bronca, puedo.

—Bien. Aquí a las cuatro.

—Sí, señora. —Me habría respondido algo desagradable, pero una mujer entró al establecimiento y tuvo que abandonarme.

 

La llegada de un mensaje vibró en mis bolsillos, alejando mi atención de cómo Riruka atendía a la nueva cliente. Resbalé la yema de mi dedo por la pantalla para revelar las tonterías que el espantapájaros me enviaba, con toda probabilidad, desde alguna de sus clases. «Entonces, ¿cuándo vas a invitar a tu nuevo amorcito a vivir contigo?». Tecleé a toda velocidad una respuesta breve y concisa, «Eres gilipollas», seguida de una carita sonriente. Gilga odiaba que hiciese eso.  Me demostró su aburrimiento tardando menos de diez segundos en replicar. «Puede. Pero tú elegiste aguantarme. ¿Se lo vas a decir?». Traté de desatenderle, pero al vibrar mi móvil sin descanso quedó claro que no iba a aceptar ser ignorado. En menos de un minuto llenó la pantalla del aparato con una decena de mensajes cortos exigiendo respuesta. «Algunos estamos trabajando, no molestes», informé. Una vez más, la réplica no se hizo esperar. «Entonces contéstame a lo que te he preguntado». Pulsé un par de letras, envié un último mensaje, silencié totalmente el aparato y lo arrojé a mi bolsillo, para no volver a sacarlo hasta el final de mi turno.

Me desconcertó oír la voz de Riruka a un volumen excesivo, así como otra tan aguda como la suya haciéndole los coros. Tan solo veía la coronilla burdeos de mi compañera despuntar entre la tela, pero no tardé en imaginar lo que sucedía: Hiyori estaba allí. La encargada era responsable, correcta y mantenía ese humor de perros bajo llave mientras trabajaba, al menos hasta que su mejor amiga hacía aparición y chocaban como dos trenes descarrilados. Mis sospechas se confirmaron cuando ambas emergieron por un pasillo, sin cesar su discusión.

 

—¡Tú! —Hiyori me señaló con descaro y se acercó corriendo a mi puesto.

—¿Qué quieres, enana?

—¡No quiere nada! —La otra chica irrumpió, agarrando su brazo y arrastrándola en dirección a la salida—. ¡Ya se va!

—¡No me voy!

 

Contemplé, aún más confuso que al principio, a Riruka tirando de su pequeña amiga, que se resistía manoteando y clavando los talones en el suelo. Esas dos tenían una personalidad de mierda, muy parecida, lo que provocaba que la mitad de su relación se sucediese entre peleas —o eso había entendido yo de los interminables parloteos de mi compañera quejándose—, pero cuando se trataba de mí solían estar unidas en un frente. Iniciaron una querella de cuchicheos furiosos y rápidos que no lograba comprender, hasta que alcanzaron el punto en el que una de ellas dio su brazo a torcer, se separaron y la pequeña rubia se plantó frente a mí, con la barbilla bien alzada para poder mirarme a los ojos y los brazos en jarras.

 

—El sábado damos una fiesta, tienes que venir —dictaminó y esperó, sin moverse un ápice de su intento de postura intimidante, a que respondiese.

—Lo siento, no voy a fiestas de niñas. —Le dediqué una sonrisa irónica que arrugó su frente, casi como una reacción de efecto mariposa. No me importaba ir, pero acceder en primera instancia, sin fastidiarla un poco, no iba conmigo. Golpeó la palma de su mano con fuerza contra el mostrador, y se puso de puntillas, pretendiendo que su mal humor, su única arma, me abofetease.

—Por mí no vengas —bufó Riruka a su espalda—. Es ella la que opina que será bueno llevarte para “animar las cosas”. —Hizo un exagerado gesto de comillas con sus manos a medida que hablaba.

—Oye, tampoco es que yo quiera tenerle cerca. —Su dedo índice me apuntó, como si fuese una mancha terriblemente molesta.

—Genial entonces, no iré y todos contentos.

—Vendrás.

—Tengo cosas mejores que hacer —mentí.

—Si te refieres a trabajar, te cambiará el turno. ¿Verdad, Riru?

—Sí, lo que sea. —Giró sobre sus tacones y se desentendió del problema, ocultándose en la trastienda. A veces daba muestras de inteligencia.

—Bien. —Hiyori cruzó los brazos a la altura del pecho, esbozó una sonrisa satisfecha y asintió un par de veces con la cabeza para sí misma, los mechones blondos de su corta melena agitándose al compás.

—¿Te das cuenta de que no he dicho que sí?

—Si no vas, te haré la vida imposible —amenazó, arrancándome un dramático suspiro.

—¿A qué hora es? —Arrugué el gesto al notar que las comisuras de sus labios se alzaban aún más, descubriendo su afilado colmillo izquierdo, el más llamativo de sus dientes.

—Empezaremos a las doce. Sé puntual.

 

Se marchó sin despedirse, la tela de su gigantesca camiseta blanca ondeando con cada paso que daba. Si no fuese por ese terrible carácter que compartía con su mejor amiga, con su cabello dorado, esas pecas y sus escasos centímetros, parecería una niña inocente. Lástima que, en cuanto abría la boca, recordaba más bien a una pequeña bruja satánica.

Notas finales:

Y ahí queda la cosa por el momento. Ya tenemos las cosas básicas de la vida de Grimmy concretadas: su trabajo, amigos y estudios. Y lo lentito que es con el romance porque illo, en el campo del coqueteo con Ichi tienes la gracia de una piedra. Qué le vamos a hacer, no podía ser bueno en todo. No lo he dicho con doble sentido. Para nada.~

Recordad llenar de amor, odio, amenazas o lo que queráis decirme la cajita de ahí abajo, ¿sí? Hasta una bomba me animaría a seguir escribiendo, así que no os cortéis. Y esto me recuerda que me perdonéis si tardo en responder reviews; últimamente la página me ha dado algunos problemas con ello, pero siempre contesto. ;u;

¡Nos vemos en unos días!


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