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Recuerdos por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Este es un fic muy corto, más cosas que eran muy largas para poner en el fic original, pero que quería contar.

Debió saberlo. Estaba mintiendo. Le había mentido y se había acostado con él. Le había marcado el cuello con violencia. Sin el sopor del alcohol y el deseo había recordado que sólo la marca del celo podía generar un vínculo, una mordida como esa era un sistema de apartado, una burla, una deshonra. Era una letra escarlata marcada para siempre en su cuello.

Despertó sólo, y cuándo bajo, cabello alborotado y sonrisa tonta, Hannibal había desaparecido, nadie sabía dónde estaba, Beverly le dijo que no volvió a la escuela luego de eso y eventualmente dejó de hablar con Brian debido a su poco interés en cooperar con el paradero de su supuesto amigo. Se reencontraron en la universidad, pero el interés de Will por contactar a Hannibal había disminuido igual que el de Beverly por el muchacho.

Beverly lo había mirado boquiabierta mientras bajaba, vulnerable en busca de un sueño que se fue antes de que nadie en la casa estuviera despierto. Estaba sorprendida de que Will pudiera actuar de ese modo tan espontaneo e irresponsable. Lo había visto charlar y besarse con ese alfa apuesto, lo celebró incluso, pero acostarse con él, dejarle marcarlo de esa forma. Eso no era nada como él.

No dijo nada, Will tenía la miseria reflejada en el rostro. El camino a casa luego de eso fue largo y silencioso, una verdadera pesadilla. Cuándo finalmente llegó su padre lo supo de inmediato, apestaba a alfa, y no podía tener una bufanda al cuello por siempre. Estaba postergando lo inevitable.

 Su padre reacciono justo como se esperaba, le dio un castigo de meses, le gritó, lo dejó sin cenar ese día. Estaba furioso por su estupidez, porque eso no era lo que esperaba de su hijo, su omega bien portado con calificaciones perfectas, su orgullo. La decepción en su voz apuñalo a Will aún más profundo que esa mordida deshonrosa que trataba de ocultar en la escuela. Sus calificaciones bajaron peligrosamente.

Lloró durante un par de días. No comía, no hablaba y pasaba toda la tarde durmiendo. Esperaba que al despertar se encontrara con que todo había sido una pesadilla y Hannibal estaría a su lado, sonriendo y besándole, cumpliendo sus promesas. Pero no sucedió. No importaba cuánto llorará Hannibal no volvió, luego de una semana ya no había nada en su cuerpo que llorar, nada que lo hiciera sentir mejor.

Y  Will pasó rápidamente del llanto a la rabia. Estaba furioso con Hannibal, consigo mismo, con Beverly por presentarlos, por no saber nada del sujeto, ni su nombre, ni su teléfono. Estúpido… Ahora estaba sucio y lo sabía. Sucio, manchado por un alfa que se había burlado de él, que lo había enamorado con palabras y caricias, que lo había hecho sentir especial cuándo no valía nada, ahora lo sabía, más aún ahora lo aceptaba.

Los alfa que coqueteaban con él antes lo evitaban, sin duda podían oler a otro en él, aún si Will se frotaba cada vez que se bañaba y se cubría de loción después. Estaba manchado. Manchado por ser uno de esos ilusos que se dejan seducir por cualquiera para darle justo lo que había querido. Le había dado su primer beso, su primera vez. Maldito mil veces.  Se habría marchado con él, habría dejado su vida atrás, sería un buen omega doméstico, tendría sus crías. Le habría dedicado su vida. Bueno ese fue su error. Su último error. Bien, que no coqueteen con él, Will Graham no necesita un Alfa.

Su castigo no valía nada. No tenía miedo, sólo rabia. Saltaba de su ventana al techito un piso abajo y se escapaba de casa casi cada noche. Iba y venía,  sin saber muy bien que pretendía encontrar. Un omega solo vagando en la noche era peligro potencial. A ese paso casi esperaba ser atacado, que otro borrara ese olor a Hannibal que persistía en su piel. “Te llevaré conmigo”, a la mierda. Ese mentiroso desalmado. Will lo odio de verdad, odio saber que no podía vivir sin él pero no tenía alternativa.

En uno de sus viajes, deambulando en una tienda 24 horas conoció a Matt.

Matt era un alfa, alto, cabello castaño, fuerte. Con músculos marcados y tatuajes, un chico malo, rebelde, que compraba alcohol con una identificación falsa y que ignoró el olor de otro en Will en cuanto lo miró a los ojos.

—Hey. —Le dijo, Will lo miró por sobre la barra de chocolate que masticaba distraídamente afuera de la tienda. — ¿Qué hace un omega tan solito a esta hora?

—Comer chocolate. — Había respondido, esperando que su actitud aburriera al alfa, no sucedió, soltó una carcajada.

— ¿Eres un cabrón eh? Me gusta, los omega son siempre tan aburridos… Soy Matt.

—Will.

— ¿Quieres un café para ese chocolate Will?

— ¿Tienes auto?

—Todo un cabrón, haha. Sí, tengo auto. ¿Por?

—Cómprame un café y te diré porque. — Susurró Will poniéndose de pie, Matt lo miró curioso y lo siguió hasta la tienda y más tarde a su auto. Era un bonito auto, su familia debía tener dinero. Terminaron en el asiento de atrás antes de que el café estuviera frío. Abrirle las piernas a alguien más se sentía como la venganza perfecta. Joder, sí, iba a joderse a ese desconocido hasta olvidar a Hannibal.

 Dejó que lo marcará, se dejó cubrir de semen, de rasguños. Se dio el lujo de gozar de lo pronto que Matt había descubierto su próstata y lo sensible que era.  No era especialmente cómodo, apretados en un auto, sus piernas sobre la tela áspera del asiento mientras Matt devoraba su cuello, su pecho y el hacía lo posible por no perder la cabeza con cada estocada certera. Era mejor que Hannibal, lo había decidido cuándo se vino por primera vez. Tal vez no era cierto, pero lo hacía sentir mejor.

Dejó que Matt le ayudara a descubrir su gusto por el sexo oral, por las suaves mordidas en su cuello, que le invitara comida, dulces. Matt gustaba de él. Sería tan fácil quedarse con él. A Matt no le importaron las mordidas de Hannibal cuándo las vio, sólo lo abrazó más fuerte.  Tal vez aún podría casarse con un buen alfa y tener la vida que soñaba.

Tal vez si se aferraba a esa fuerte espalda, enterrando los dedos en ella y empalándose en un miembro grande y ardiente como el que lo atormentaba, podía olvidarse de todo. Podría borrar de su piel todo rastro de quien lo había herido.  Matt era apasionado, lo follaba fuerte contra el asiento del auto, contra la ventana o en su casa siempre vacía. Era la única forma en que Will podía calmarse, gritando el nombre de alguien más luego de venirse con entusiasmo.

Desquitaba su dolor con besos apasionados, su frustración con caricias y cumplidos, y su odio agitando las caderas, cabalgando a un alfa que no quería pero necesitaba desesperadamente., exprimiéndole cada orgasmo como un premio que esperaba restregarle en la cara a Hannibal algún día.

No quería a Matt, sólo quería venganza, una segunda oportunidad,  quería olvidarse de todo y de todos mientras trataban de guardar silencio, azotándose contra la puerta de baños de restaurantes y detrás de los arbustos cuándo tenían sexo en el parque. No sabía mucho de Matt, no quería saber sólo sabía que no le importaba una marca como la que tenía y que no dejaba las suyas. Tal vez esperaba que Will le ofreciera su cuello con el celo. Con tal de olvidar a Hannibal lo habría hecho. Matt estudiaba para entrar a la escuela de medicina, sería un buen padre si tenían cachorros. Era buen sexo, sexo que lo hacía olvidar. Eso sería suficiente. Podía vivir el resto de su vida con ese chico, tal vez la respuesta, la solución estaba frente a sus ojos.

Estaba considerando mandar al cuerno a su padre, mudarse con Matt y dejarse marcar en su próximo celo cuándo se dio cuenta. Estaba retrasado. Hannibal había desaparecido hace poco más de un mes. Su celo no había ocurrido cuando le correspondía, y al paso de los días Will se preocupó más y más. Si no estaba en celo… ¿Cómo?

No, eso era imposible. Un omega sólo puede concebir durante el celo. ¿Verdad? No podía tener tan mala suerte.

—Sólo tienes que orinar en la puntita.

—No soy tonto Bev sé leer.

—No me hables así, yo no estoy embarazado a los 16.

—Cállate… no estoy embarazado. —Salió del baño de la habitación de su amiga con la prueba en la mano. Beverly suspiró. Positivo, de nuevo. Habían comprado cada marca disponible en la farmacia, todas habían salido positivas. — Mierda…

—Joder, pudiste pedirme un condón, te lo habría dado. ¿Qué vas a hacer?

— ¿Qué voy a hacer? Me lo voy a sacar, antes de que Matt se dé cuenta.

—Will, piénsalo bien. Ni siquiera te agrada Matt, sólo te gusta su nudo. — Will enrojeció, desviando la mirada.

—Es… grande. ¡Olvida eso! Si no lo saco pronto podrán olerlo, mi padre va a castigarme 30 años más, nadie quiere juntarse con los que quedan embarazados en la preparatoria, estoy arruinado…

—Dale unos días… podría ser de Matt.

—Tú y yo sabemos que no lo  es… Tiene un mes y dos semanas de esa fiesta Bev. No me atrevería a decirle, ningún alfa quiere cachorros ajenos.

—Dile que es suyo, te creerá.

— ¿Y arriesgarme a atarlo a mí con un hijo que podría tener la maldita cara de Hannibal? ¿Qué le diré cuándo nazca rubio eh? No, no puedo hacerle eso. Este bebé tiene que irse. ¿Irás conmigo?

—Claro que sí, Will. Nadie tiene que saberlo.

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Aún con Bev a su lado Will estaba vomitando de los nervios, o de nauseas, no estaba muy seguro. Tenía que hacerlo hoy, si no lo hacía hoy Matt no tardaría en darse cuenta. No soportaría otro rechazo. El bebé se iría, su celo se presentaría en algún momento y  se quedaría con un buen alfa a su lado, eso era todo.

La sala de espera estaba llena de hombres y mujeres en diferente estado de embarazo, todos algo mayores que Will, y si bien él tenía a su amiga casi todos iban con su esposo o su alfa. Sintió el pecho oprimirse de nuevo. Si Hannibal no hubiera  mentido, si estuviera a su lado, le habría dado gusto saber que tendrían un bebé. Se casarían antes de lo pensado. Todo sería mágico.

Pero Hannibal no estaba, sólo Will y un bebé que no quería. ¿No lo quería? Estaba ahí, ahora lo sabía.  En ese consultorio blanco y estéril en el que lo revisaban  se sintió muy consciente de ello. Debió decir que no a un ultrasonido. Debió dejar que la idea de una célula muy grande fuera fácil de matar. Ese nudito blanco dentro de él era un bebé, su bebé. Y estúpido como había sido su encuentro, era producto del amor. No podía. No podía matarlo. Debería, lo sabía. Su vida sería más fácil. Pero este era su error, y debía pagar las consecuencias.

Siempre podría darlo en adopción, llevarlo a término y que una buena familia se ocupara de él. Esa era la mejor opción. Sí. Podría volver a su vida casi como si nada. Podría decírselo a Matt, decirle que ese bebé no formaría parte de sus vidas.

Eso lo dejó pensando de nuevo. Parte de sus vidas. ¿Quería que Matt fuera parte de su vida? Era lo más sencillo, era la mejor opción. Se había dicho que no necesitaba un alfa, pero no había actuado acorde a ello. Claro que lo quería, siempre lo había querido. Pero no podía intentar enamorase de Matt y juntar la fuerza para sentir el bebé de otro hombre crecer en s cuerpo al mismo tiempo. ¿Y si al final no podía deshacerse de su hijo? Matt no se quedaría y no podía culparlo. Incluso al saber que estaba esperando tendría todo el derecho de irse.

Había agotado su última oportunidad con Matt cuándo decidió continuar con su embarazo. Tenía que ser justo con él.

—Hola, lindura. —Oh, claro. Estaba en ese café, el que tanto les gustaba. Tenía una botella de agua enfrente a medio tomar cuándo Matt entró y lo beso cariñosamente. Tal vez si hubiera pensado en algo más que sí mismo habría notado el cariño en sus ojos, sincero y profundo, Matt daría la vida por ese omega que había encontrado al azar, si lo aceptaba lo haría suyo para siempre. Pero Will lucía terrible, estaba pálido, el cabello ensortijado y despeinado, los ojos (su parte favorita) estaban rojos y nublados.

—Will, ¿estás bien?

—No… Es decir, no es nada malo.

—No luces muy bien, déjame conseguirte algo de comer.

—Está bien, Matt. Hay algo que quiero decirte.

—Está bien, dispara. —Dijo intranquilo. Will abrió la boca y la cerró de nuevo. No podía pedirle nada. Mintió, había tenido el ejemplo perfecto mes y medio antes.

—No quiero que vuelvas a buscarme.

—¿Will? — Su cerebro pareció fundirse. No comprendía lo que acababan de decirle.

—No quiero salir contigo, no quiero que me llames, que vayas a mi casa.

—¿Hice algo mal? —Murmuró Matt, confundido, su rostro demostraba que estaba herido, pero Will no lo miró a los ojos. — Will, si hice algo dímelo, haré lo que sea para...

—No… soy yo.

—Ah, no eres tu soy yo. ¿En serio? No me jodas.

—Es cierto. Hice algo estúpido, y no quiero verte sufrir por ello. No quiero que pases por lo que yo tengo que pasar. No te quiero conmigo.

—Will, dime que está sucediendo… Yo te quiero, por favor, voy muy en…

—Yo no te quiero… lo intenté pero no te quiero. Estar contigo sería injusto, porque realmente no puedo enamorarme de ti. — Aquello era cierto. No se quedó a ver la expresión rota de Matt, salió corriendo y se encerró en su habitación por casi dos días. Matt no llamó, mi fue a buscarlo. Todos se daban por vencidos con el tan fácilmente.

Le dijo a su padre. Ya sabía lo que vendría. “Eres un estúpido, irresponsable, me avergüenzo de ti, no puedo creer que me hagas esto” Todas, en una horda de gritos y llanto. Will no podía sentirse peor, pero estaba equivocado, su padre había sacado una botella. Luego de 10 años de no beber, él lo había obligado a recaer. Bien hecho… y para nada.

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—Venga, sonríe…

—No me siento muy feliz…—Explicó Will, Beverly le dio un golpecito en el hombro.

—Anda, es mi cumpleaños…

—Bev, no me siento muy festivo.

—Sonríe, sólo una foto. —Will sonrió de la única forma que podía desde hace meses, de forma incomoda, sus ojos igual de tristes.

Nada había mejorado luego de asumir que no podía deshacerse de su bebé, ni cuándo escuchó latir su corazón y decidió quedárselo. Luego supo que era una niña, su niña… no quería dársela a nadie, su hijita… No importaba quien fuera su padre. Podía olvidarse de eso ahora.

Podía pero era difícil. Tenía que ir a la escuela diario, con la gente que lo miraba con los ojos llenos de prejuicios, que se burlaban, o simplemente lo rechazaban. Ni hablar de una relación, si no fuera por Bev nadie se acercaba a él. Supuso que eso pasa cuando vives en una ciudad pequeña y moralista.

Su padre había dejado de beber luego de que Will cumpliera 4 meses de embarazo. Pero su relación continuaba algo tensa. Lo apoyaba, pero estaba enojado y Will podía entenderlo. Su actitud lo hacía sentir más sólo. ¿Cuándo fue la última vez que se cortó el cabello o hizo algo divertido? No lo recordaba. Con casi 6 meses Will se dedicaba a vagar por el mundo, de la escuela a la casa a su trabajo en un restaurante de comida rápida. Dormía unas 3 horas al día y comía lo suficiente para que su bebé estuviera bien.

Beverly le había sugerido buscar a Hannibal, pero no había tenido suerte. Aún si lo encontraba nada le aseguraba que aceptaría a su hija. No podía permitirle rechazarla a ella también.  La fiesta de Bev era esa noche, una fiesta ruidosa como la que ahora recordaba con resentimiento. No iría, ella lo sabía, por eso estaban ahora recorriendo los pasillos del supermercado buscando cosas para bebés.

 —Aw, Will mira. — Tenía un mameluco rosa con un perrito al frente. Will le sonrió vagamente de nuevo antes de revisar el precio.

—No lo sé… Tal vez el de pato, es un poco más barato.

—Oh, no seas así. Yo lo compraré para ti.

—No, Bev, es tu cumpleaños. Yo debería darte algo.

—Me vas a dar una sobrinita, tonto. Ya me darán regalos en la fiesta. —Desestimo arrojando la pieza a su carrito. Su padre pagaría el parto y todas sus consultas, así que Will se mataba trabajando para comprar todo lo demás. La cuna, un viejo cambiador y una carriola se habían llevado casi todos sus ahorros y eso que eran de segunda mano.  Una prima suya le dio algo de ropa de bebé que era de su primer hijo. El resto de su familia se avergonzaba de él y no le dirigían la palabra.

Seguramente Wal-Mart no era el mejor lugar para comprar ropa de bebé, pero eran buenas marcas y era lo que podía pagar. Tenía que empezar a comprar pañales también. Botellas, cepillos, toallas, una tinita. Los bebés necesitaban tantas cosas… Frotó su vientre como hacía siempre que estaba a punto de colapsar.

—Hablando de mi sobrina. —Apremió Bev. — ¿Ya decidiste su nombre?

—No. No lo sé. Pensaba llamarla Anne, como mi madre. Pero creo que a papá no le gustaría.

—¿Qué tal Beverly como su tía favorita?

—Deja de proyectarte en mi hija. — Se quejó Will, la sombra de una broma en su sonrisa. — Supongo que decidiré cuándo vea su cara.

—¿Qué vas a hacer… si se parece a él?

Will se detuvo en seco. Claro que esa era una posibilidad grande. Que fuera un diminuto recordatorio de Hannibal, que tuviera que ver su rostro en ella cada día.

—No puedo hacer nada. Se parezca a quien se parezca va a ser mi hija.

—Sí, claro…

—Mi padre invitó a mi familia a un baby shower, pero nadie vendrá, puedes venir si quieres, encargo un pastel…

—Oh, claro! Podemos decirle a Molly y a Reba, y a tu prima Alisson.

—Eso me gustaría.

No iría a la universidad, ahora estaba seguro. Su promedio no se había recuperado luego de Matt, y aún que así fuera no tenía dinero. Su padre se había ofrecido a mantenerlo luego del parto siempre que continuara trabajando. Eventualmente Will podría trabajar en la librería. Cuando fuera mayor de edad. Tendría 17 años cuando su hija se abriera paso en su vida. Esperaba de todo corazón que ella lo hiciera sentir menos solo.

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Abigail nació un miércoles. Will nunca había sentido tanto dolor físico cómo cuándo dio a luz a su hija, cada grito, gemido y blasfemia a su padre, pues no había nadie más con él. No el Alfa que debería estar ahí. No. Ya no pensaba en Ha… En él.

Abigail fue un bebé pequeño, pero saludable, Will la nombró luego de ver su carita, sus matita de pelo castaño adornando su cabeza. Era más hija suya que de nadie más. Le agradeció a Dios por eso.

Pero tener un bebé era difícil. Abigial, desde el día que nació lloraba todo el día. Lloraba con Will, con las niñeras, se calmaba un poco con su abuelo, probablemente el aroma a Alfa lograba hacerla sentir segura. Will no lograba esto. Estaba desvelado, cansado, inundado de responsabilidades con la niña, la tarea, el trabajo. Ahora sí que no dormía y mucho menos tenía ganas de hacer algo “divertido”. Ya no salía con Bev, estaba gruñón todo el día e incluso deseo encerrar a su hija en el armario para apagar el ruido y poder dormir. Aquello era terrible, y jamás lo haría, pero desearlo añadía a la mezcla culpa, y eso no ayudaba.

Pasó casi 4 meses así antes de descubrir que la música clásica tumbaba a su hija. Dormía como roca, comía sin hacer berrinche o morderlo. Santo remedio.

Pasó mucho tiempo antes de que Will se acostumbrara a Abigail, pero la amaba profundamente. Cuándo cumplió los 18 años comenó a trabajar con su padre y a los 20 se mudó con su hija a su pequeño departamento. Desde entonces Abigail era lo único que tenía. Si se parecía a Hannibal podía ignorarlo fácilmente, se parecía mucho más a él. Era suya. Y efectivamente. Ya no se sentía solo.


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