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Hunt You Down por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Y sucede de nuevo.

Es un ciclo.

Una historia interminable.

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Capítulo 2: The Cage.

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Lo sabe.

En lo profundo de sí, inconscientemente, siempre ha sabido que Abaddon y Balan no son invenciones de su mente. ¿Cómo podrían? Son demasiado complejos como para haber salido de él, de su imaginación limitada y conocimientos básicos. Su mente jamás habría podido concebir el azul neón de los ojos de Balan o el deslumbrante dorado de los cabellos de Abaddon.

Sin embargo, pese a que está convencido de que ellos dos pertenecen a “algo más”, no sabe de quién dependen o de dónde vienen o quiénes son en verdad.

Abaddon y Balan son, haciéndolo simple, entes externos. Dependientes de alguien que no fue —es—Jacob y tampoco es —fue— Ephraim. El cabello de Balan, larguísimo y precioso, nunca se alzó hacia el cielo para traspasar sus puertas porque estuvo unido a algo más desde el principio, algo que lo limitó a los confines de la tierra. El abismo en los ojos de Abaddon no terminó consumiendo a su dueño porque no es más que un reflejo distorsionado del alma al que pertenecen; de quién, de qué, es la cuestión de importancia.

Las pupilas de Jacob no pudieron ver esta conexión entre Abaddon y Balan y otro individuo de nombre, rasgos y características desconocidas. Ojos muy débiles. Mortales y vendados por El Señor y La Señora, a quienes Ephraim es incapaz de temer o adorar. Dos vampiros a los cuales Jacob amó de una manera que no puede explicarse de otro modo que con la locura. Dos personas sobre los cuales, sin que le importe mucho, Ephraim no sabe cómo sentirse ahora mismo.

La verdad es que no tiene idea de cómo sentirse acerca de la mayoría de las cosas. Desde que abrió los ojos, el mundo —colores, aromas, texturas— lo han afectado profundamente. Sus sentidos afinados permiten que ignore con facilidad las historias que las imágenes le contaron durante la muerte y su transformación; hace que las olvide, que no pesen sobre él, que sean la clase de sueños que uno no recuerda al segundo de haber despertado. Y dado que no es muy difícil soportar el peso de aquellas historias, Ephraim decidió no recordarlas tanto como pueda. Al menos no ahora que todo es nuevo y está confundido y alterado. Está consciente de que se trata de una decisión cobarde que Jacob Black jamás habría hecho.

Jacob no evitaría recordar las historias. Al contrario, y sin importarle el aturdimiento que viniera después de revivirlas, se esforzaría lidiando con ellas. Trataría de encontrarles un espacio en su cabeza, acomodarlas al tamaño de su fuerza y en los terrenos dominados por su entendimiento. Aquel chico no era un cobarde. Nunca lo fue y Ephraim quisiera saber cómo lo conseguía sin herirse a sí mismo; no contando al neófito que le destrozó los huesos o la daga de Betsabé, pues esos fueron heridas para las que estuvo preparado.

Hablar de Jacob en tercera persona es desconcertante también.

Luce como Jacob, se escucha como Jacob y recuerda cada pequeña cosa que éste sintió a lo largo de su vida, pero no puede llamarse a sí mismo Jacob Black. No completamente, como Jasper expresó antes. Ephraim encuentra el amor por Billy, Rachel y Rebecca clavado en su conciencia, latiendo y brillando como una luz en el cielo oscurecido. Los quiere y los añora y desea verlos. No obstante, así como ama a los Black, ama a Santiago, a El Mercader, a Nicolás, a Ibrienne, a Patrick y Tobías, a la criatura que lo llevó en su lomo a través de los cielos, a las sombras que lo abrazaron mientras moría…

—No le des muchas vueltas —dice Jasper dejando un beso en su frente—. Tranquilízate. Estoy contigo y te ayudaré a encontrar la manera de ordenar tu mente. Puedo sentir todo lo que tú sientes, y es abrumador, pero lograrás controlarlo.

—Es… tan complicado.

—Lo sé —asegura Jasper y le rodea los hombros con un brazo para darle refugio en su pecho, que es firme y cálido, familiar y querido.

—Me siento como él estando contigo —confiesa—. No del todo, claro, pero sí mucho más que cuando estuve solo o con Alistair. Te recuerdo ayudándome a soportar el lazo, te recuerdo sosteniéndome cuando ella murió… Ahora mismo soy él y dentro de unos segundos ya no lo seré. ¿De verdad crees que podré controlarlo en el futuro? No seas ilógicamente positivo, Jasper. No pierdas tu crudeza sólo porque mi estabilidad está desapareciendo.

—Te equivocas —rebate de inmediato—. No desaparece, sólo se aleja un poco de ti.

—Es igual de problemático sea como sea —suspira—. Soy como una caja. Estoy repleto de sentimientos, emociones y sensaciones que se han acumulado durante siglos, que de alguna manera fueron o son míos y de los que desearía poder olvidarme.

Es gracioso y reconfortante que Jasper no pregunte sobre aquél “que de alguna manera fueron míos”. Parece que lo comprende y Ephraim (Jacob) hace un gran esfuerzo convenciéndose de que no vale la pena recordar que no es así.

¿Cómo va alguien a entender si ni él sabe lo que es verdadero y lo que es falso?

¿Qué es la realidad? ¿Qué es lo verdadero?

¿Abaddon y Balan?

¿O las historias que le contaron las imágenes?

—Jacob —murmura Jasper en su oído, apretándolo contra sí—, ya no pienses en lo que recuerdas. Aférrate a lo que sientes por mí —. Todo lo que siente por él y que, de todas formas, no sabe si en verdad siente. Porque le está llamando Jacob y se siente mal. Porque es Jacob y eso, desde el primer segundo, suena terrible.

—Lo dices como si pudiera.

—Puedes —Jasper se escucha convencido, casi terminante—. Siénteme aquí, justo a tu lado, y no olvides que soy tu apoyo. Piensa en Renesmee. Piensa en tu padre y date cuenta de que aún eres Jacob.

—¿Lo soy? —la suya no es una pregunta sarcástica. Realmente está rogando por saber y su voz lo demuestra. Rota. Titubeante—. Él… yo… Jacob pensó varias veces que estaba enloqueciendo. Vio cosas que nadie más veía y yo aún puedo verlas. Y están aquí, justo a unos metros de nosotros, pero tú no las adviertes. Nos han seguido y tú no te diste cuenta. Y lo que observé mientras dormía… dios mío, ¿qué fue todo eso? Los nombres, los lugares, los recuerdos… ¿qué demonios es todo eso? Entre más lo pienso, más me asusta, porque no sé cuál es mi vida o cuál es el mundo real o nada. No sé nada y lo odio.

El agarre de Jasper alrededor de su cuerpo se aprieta. Ephraim, por un maravilloso segundo, no quiere nada más que besar a este hombre. No quiere nada más que estar con él y dejar atrás las cosas horribles que se ha visto obligado a presenciar.

—Tranquilízate —murmura ferozmente, afectado por el terror y la desesperación que se extienden desde el interior de Jacob—. Sostente de mí. Concéntrate en mí. ¿Me amas? ¿Me quieres? ¿Sientes anhelo por mí? Si puedes encontrar alguno de esos sentimientos, agárralo con fuerza. No te pierdas en el sentir de antes, en los recuerdos de esas personas que ya no existen.

Pero existen.

Existen.

¡Existen!

Él es esas personas y no lo es y no soporta lo que esto conlleva.

No lo soporta porque es verdad y porque es tremendamente ilógico.

—Te amo —confiesa Jasper—. Te amo y me destroza que pases por esto. Encontraremos una solución. Te lo juro. Vamos a buscar y encontraremos una solución.

Promesas.

Promesas.

Promesas.

Una lista eterna.

Jacob y Ephraim y todas las demás personas rompen en llanto.

Silencioso y sin lágrimas.

El llanto de un alma drenada.


No se equivocó.

Es una caja.

Una caja cuya tapa se abre de tanto en tanto para liberar una serie de emociones, sentimientos y recuerdos específicos.

Hoy se liberan los relacionados con Jacob Black.

Los de Jacob Black.

El sonido de la caja al abrirse es monstruoso.

Docenas de cadenas y cientos de candados partidos por la mitad. Vueltos basura por las fuertes manos de Ephraim, las cuales nada ni nadie puede detener. No a un vampiro que no siente nada por nadie, cuyos ojos miran y desechan y no vuelven a posarse en el mismo punto dos veces. Ahora que Jacob está aquí —liberado, dolido, tan sediento de venganza—, Ephraim puede desligarse de él. Acepta que forman una sola entidad, pero hace las distinciones entre ambos.

Ephraim es una nueva versión de La Mujer de Porcelana.

Con más fuerza.

Con menos frialdad.

La causa de este renacer es Edward Cullen.

Demonio.

Verdugo.

El que fue amado.

Jacob siente el momento en que las palabras de Jasper cobran sentido. Es una vorágine y él no tiene tiempo para registrar cada pequeño factor, pero ahora sabe que puede aferrarse a un sentimiento y creer en él. Puede dejar de ser muchas personas a la vez para convertirse en una sola y trabajar de ese modo durante mucho, mucho tiempo.

Todo lo que necesita es una razón poderosa. Algo que valga la pena.

La ira es válida.

La ira es Jacob Black.

La ira es toda contra Edward Cullen.

Jacob Black es pasión descarnada y dolorosa y su amor tiene el potencial destructivo de la crueldad. Su odio, por otro lado, es una cura. El catalizador de las cosas que lo hicieron enfermar cuando era mortal, cuando ese lobo habitaba —¿aún lo hace?— dentro de él y lo reducía a las plegarias, las peticiones y aquella meta invisible que persiguió y persiguió sin poder atraparla. El recuerdo de esos sueños que subieron y subieron hasta perderse en el gris y opaco cielo le provee motivación. Su juventud perdida. Su vitalidad robada. Todo lo que tenía significado escurriéndose entre sus dedos, cayendo y cayendo mientras El Señor miraba con esos dorados ojos gélidos y distantes.

Edward continúa mirando. Continúa siendo tan hermoso y visiblemente perfecto como antes de Betsabé, su daga y toda esa sangre en la nieve. Jacob devuelve la mirada y Jasper se limita a la periferia. Electricidad corre entre ellos. Son dos fuerzas atrayéndose para colisionar y esperar a ver cuál de las dos sale con el menor número de heridas.

Ambos, Jacob y Edward, saben que el dolor vendrá para los dos.

Todavía están unidos y ahora sus fuerzas están equilibrándose.

No hay manera de que haya desventaja de ninguno de los dos lados.

—Tengo preguntas —. Ése es el saludo de Jacob—. ¿Las responderás?

Cruzado de brazos, Edward dice que sí con un movimiento de cabeza. Su corona de cabellos cobrizos se enciende. Fuego infernal en contra del abismo que Jacob porta con orgullo y sin miedo. Ya no le teme a Edward Cullen, su imprima, el dueño de un corazón que murió recientemente, un alma que adora a otros y un cuerpo que lo repudia.

—¿Las peticiones que me hiciste te daban algún tipo de satisfacción?

Sus ojos fortalecidos, agudos, notan reacciones que un humano no podría entrever. Edward, de por sí inmóvil, se tensa. Su expresión adquiere dureza. Jacob aguarda y estudia, esperando por fin recibir las respuestas que le fueron negadas en vida.

Se da cuenta, entonces, de que no necesita a Ephraim para conseguir lo que quiere.

No en realidad.

Él siempre ha superado los obstáculos por sus propios medios.

—No.

Jasper, confundiéndose con el paisaje, deseando ser omnipresente para estar y no interferir, sonríe en dirección a Jacob, cuyos ojos se colorean lentamente de ámbar, carmesí y café. Una mezcla que representa con fidelidad el acumulado de sus vibrantes emociones, lo que solía ser y aquello en lo que está convirtiéndose. Una vez más, la ausencia de debilidad lo embelesa y, así como Jacob una vez quiso construir altares para Los Señores, Jasper siente el impulso de celebrarlo a él.

—¿Amaste a Bella?

El estado de ánimo de Edward se altera. A como Jasper entiende su don, según la manera que tiene para visualizarlo, el cambio luce como picos bruscos en que se había mantenido recta. Edward suele ser muy paciente. Jacob es incapaz de hacer emerger esa característica suya. Es casi fisiológico y un hecho irrefutable como la gravedad.

—No.

Jasper tiene el impulso de enviar una ola de calma a Jacob en cuanto las emociones violentas de éste se disparan todas al mismo tiempo. Ira. Resentimiento. Sed de retribución. La ligera idea de que Edward merece tener dolencias similares a las que él tuvo. Los indeseados residuos de un amor al que se acostumbró. Son muchas sensaciones a la vez. No obstante, Jasper elige apegarse a la primera idea: no interferir.

—¿Sientes algún aprecio por Renesmee?

Oh.

Duda de que la interferencia pueda evitarse. Renesmee es algo fundamental para Jacob. La hija de los dos seres que lo hirieron gravemente. La dulce niña que lo ama sin condición y a la que él ama sin condición.

—Sí.

Es la respuesta adecuada. Jasper consigue relajarse y el temperamento de Jacob se tranquiliza. El resto de la interacción tendrá un menor potencial de desastre. Esas tres preguntas eran el terreno peligroso y son todas las que Jacob le hará a Edward en esta ocasión. Las únicas, quizá, por la eternidad venidera.

—¿Sabes exactamente en dónde están? —cuestiona Jacob a Jasper, dándole la espalda a Edward y empujando su ira y odio a lo más profundo de su ser. Temporalmente, funcionará.

—Sudamérica. Chile. Un pequeño pueblo en el que Carlisle construyó una casa hace décadas. Están perfectamente. Esperan tener noticias sobre ti y nos informan cada cierto tiempo. La última vez fue hace poco más de dos horas.

—¿Saben exactamente lo que me sucedió?

—Sí. Renesmee está muy preocupada.

—Por supuesto que lo está —sonríe—. ¿Es seguro ir con ellos? Quiero verla.

Su niña sigue creciendo. Quizá no la tenga por mucho tiempo y un par de días se sienten como demasiado. Si los Vulturi no hubiesen interferido, ahora mismo estaría abrazándola y ella, riendo, le devolvería el cariño. Jacob espera que la ansiedad de Nessie no derive en algo más grave. La necesita feliz y a salvo para no sentirse miserable.

—Alice pidió que no lo hagamos hasta que ella regrese.

—¿Por qué?

—Está buscando a otros vampiros. Un híbrido y su compañera.

La noticia no pasma a Jacob. No siente alivio tampoco, sino agresiva emoción. La energía se desborda y a Jasper lo enardece.

—¿En dónde? —exige—. ¿Cómo los encontró?

—Fue una búsqueda más sencilla de lo que te imaginas, según lo que ella me dijo —Jasper se regodea en el éxtasis de Jacob, contento de que, más que encerrarlos a la fuerza, pueda olvidarse a ratos del odio y la ira—. Le tomó tiempo y al parecer ya tiene el lugar exacto y sólo espera que ambos quieran contribuir a nuestra causa. Si tenemos una prueba viviente de que Renesmee no será peligrosa en el futuro, los Vulturi no tendrán nada con lo que amenazarnos.

—Entiendo —murmura, sus ojos carmesí, dorado y café posándose atentamente en un punto vacío detrás de Jasper. Éste supone que se trata, una vez más, de “aquellas cosas que nadie más ve”—. ¿Y Carlisle? Nada malo va a sucederle estando allá, lo sabemos bien, pero dudo que él quiera quedarse mucho tiempo. Ya huyó de Italia en el pasado y ahora, con su familia casi totalmente separada, tiene más razones para volver a hacerlo. Es el tipo de hombre que toma cartas en al asunto… las toma y las esconde muy bien.

Las vibras emocionales de Edward se pintan de orgullo y posesividad.

—Mantener segura a Nessie es lo que me importa —dice Jacob, su voz pesando lo que la franqueza—. Confío en que sabe a la perfección en lo que está metido. Si pide ayuda, se la daré, pero no es mi prioridad —esta parte tiene algo de Ephraim; el desapego, su feroz e inflexible firmeza— y, la verdad, no me lo imagino pidiendo ayuda para liberarse de Aro.

Jasper tampoco.

Su mentor es benévolo, no débil o manipulable.

Y si alguien está siendo manipulado en este extraño juego que Carlisle permitió, Jasper se arriesgaría señalando a Aro.


Descubre a quién están unidos Abaddon y Balan en medio de su arranque de ira, justo antes de que las tres preguntas y las tres respuestas sean pronunciadas.

Ephraim cree que alcanza una de las tantas verdades que busca.

Jacob, internamente, se encoje en su lugar.

Abaddon no lo mira a la cara.

Balan se abraza a sí mismo

Están avergonzados.

Tan avergonzados.

Pero la humillación por la que están pasando no quita el dolor ni la traición.

La corona de fuego del El Señor está hecha de los cabellos rojos y brillantes de Balan; y su crueldad, del abismo que son los ojos de Abaddon.

Y sucede de nueva cuenta.

Lo hieren, pero él los ama.


Cerrando los ojos —sus oídos, su boca, su destruido corazón— puede concentrarse lo suficiente para sentir el lazo que lo une a Edward. Al sentirlo por primera vez, vibrando en el fondo de su mente, llamándolo con la música más baja y lenta, Jacob demora un par de segundos en identificar lo que es. En recordar lo que se supone que debía ser y aquella monstruosidad en la que terminó convirtiéndose.

Edward también lo siente. Gira para mirarlo en cuanto, sin mucha idea de cómo aproximarse, pero decidido a descubrir cómo funciona, Jacob lo “toca”; es una manera de explicarlo, porque en realidad aquel odioso puente no existe en lo físico, sino que es una simple ligadura emocional que puede utilizarse para la coacción.

Eso es lo que Edward hizo

Se suponía que fuese una unión sagrada. El demonio, sin embargo, no respeta tales concepciones. No respetó ni nunca respetará nada de lo que Jacob cree.

Es una suerte que ahora dude de todo.

—Voy a romperlo.

No está preguntando por permiso. No está esperando un acuerdo. Lo dice en voz alta únicamente porque el tema los incluye a ambos, lo que es una desgracia.

—Moriste —responde Edward, sus ojos encendidos, coléricos— y eso no lo rompió. ¿Qué esperas hacer que funcione?

—No lo sé —admite— y eso no me detendrá de romperlo.

<<Testarudo>>, canturrea Balan. Jacob resiste la urgencia de mirar sus ojos azules, vivos y cariñosos como los de Edward no son. Pese a constituir un solo ser, las diferencias entre Abaddon, Balan y Edward lo asombran.

—Debe haber una manera —continúa casi para él mismo—. Si ninguno de los dos quiere esto, debe poder recurrirse a algún método. Jamás he investigado eso. Las leyendas son limitantes en que la imprimación es siempre correcta. Yo lo creí con Sam y Emily. Observándolos me convencí de que la persona que eligiera mi lobo sería la indicada para mí —Balan presiona las yemas de sus dedos en su espalda baja. El toque es familiar, pero no querido. No está listo para devolver el amor. No hoy. No cuando le ha sido revelado el gran secreto. El único y el peor que guardaron—. Pensé que podría ser Bella. Estuve cerca de dar en el blanco. No lo suficiente, me temo, para evitar que sucediera.

—No serías capaz de evitarlo —Edward habla y en su voz ya no se desliza cólera—. Tarde o temprano me habrías mirado a los ojos.

—Oh, no —ríe—. Créeme que sabiendo lo que sé ahora habría evitado el contacto visual contigo sin importar qué.

—¿Incluso Renesmee?

Silencio.

Silencio.

Así funcionan.

—Ten cuidado —masculla. Es amenazador inintencionadamente—. Ya no me siento obligado a procurar tu bienestar de ningún tipo. Si sales herido, si soy yo quien te lastima, estaré bien con ello. Haz lo que te apetezca, ve a donde quieras, no te necesito ni te quiero cerca de mí. Nunca lo hice, si te soy sincero. Y no te molestes aclarando que el sentimiento es mutuo porque ya lo sé, desde el principio me lo dejaste claro.

Abaddon se reclina contra la pared y Balan lo acompaña emitiendo un suspiro colmado de cansancio y resignación. Esto durará un tiempo. El amor no equilibra el odio.

—Y si te vas, llévate a Isabella contigo.

Porque la mujer está ahí afuera en un lugar que a Jacob no le importa, esperando a Edward o cazando o lo que sea, y la quiere lejos. Tan lejos que jamás se le vuelva a cruzar un solo pensamiento de ella. Bella está muerta. La chica a la que creyó amar —que amó, para bien o para mal— no existe. Lloró su muerte, aprecia su recuerdo y eso es todo.

—Renesmee es nuestra hija —defiende Edward—. Tenemos derecho a verla.

Una carcajada.

Grave, irónica y oscura.

—¿Es su hija? ¿Estás seguro de que tienen derecho? —se burla—. Nessie tiene abuelos y tíos. Sus padres están muertos, Edward, y yo ocupo ese lugar en su vida. Ella es mi hija —hace una pausa, su mirada fija en el otro—. Atrévete a decir lo contrario —reta sin proponer ningún castigo, sólo queriendo saber si Edward es capaz de algo así.

Tal parece que no lo es.

Edward hace la sabia decisión de acudir a su amigo Silencio.


Alistair silba una canción que Jacob solía cantarle a Renesmee.

Silba y se abre una herida en el cuello con sus uñas afiladas. El aroma es intoxicante y, ante la primera ola del mismo, Jacob sabe que ha caído. No puede resistirse al dulce néctar que su boca probó cuando aún tenía un pulso. Es bueno —tan, tan bueno, delicioso, podría vivir sólo de eso— y Alistair está ahí, ofreciéndoselo descarada y abiertamente.

Antes de registrar lo que hace, sus labios están cerrados alrededor de la herida y Alistair ríe en voz alta mientras le acaricia el cabello. Su sed de neófito juega en contra de Jacob. Es sencillamente imposible que considere dejar de beber, porque no parará hasta que esta hambre y deseo mermen.

Y recuerda.

Recuerda el cuerpo de Alistair cubriendo el suyo, llenándolo de besos y mordidas, diciendo una y otra vez cuánto lo deseaba, lo mucho que aquella desesperación, necesidad y pena provocaban sus instintos. Dulce niño con sabor a paraíso y un alma atormentada. Dulce niño que se abandonó a sus brazos y bebió sangre humana y se volvió adicto a ella. O, mejor dicho, adicto a Alistair.

Apuesto.

Cínico.

Le encanta, lo quiere y lo ama.

Completamente.

Eternamente.

Alistair es quien le hizo reencontrar el placer y la paz luego de que Jasper se fuera; lo dejó, dejó a Jacob, no hay punto en decirlo de otra manera, lo dejó y su estabilidad emocional se desplomó tanto que aceptó las peticiones incluso cuando empeoraron porque no tenía la fuerza ni la motivación suficientes para resistirse. No tenía nada —Nessie no es suya (nunca, nunca, nunca)— y Alistair estuvo para recibir y entregarse. Estuvo para reconstruir lo que Jacob no sabía que estaba roto. Mucho que quedó destrozado. Esa parte de sí que deseaba, exigía y gozaba, Jacob la había olvidado por completo entre noches enteras de ser tocado y mordido con la violencia innata de Edward. Alistair la salvó de morir utilizando nada más que sus labios y sus manos y esas palabras que Jacob acabó necesitando para no ser corrompido por su precioso y mortal verdugo.

—Te lo dije, vida mía —dice Alistair felizmente—. Su marca no se compara a la mía. Sobrevivimos a ese asqueroso séquito de papanatas y ahora estás conmigo. Mantengo lo que dije: te voy a dar todo lo que podrías desear.

Jacob no tiene palabras, pero sí lo quiere. La sangre que tanto pidió. Esta sangre que es mucho más deliciosa que la de los animales que cazó junto a Jasper. Un sabor más rico y profundo. Sus colmillos mantienen la herida abierta. Es algo que no pudo hacer siendo humano. Era demasiado frágil e inadecuado para un vampiro.

Se acabó.

Ya no hay insulto entre mortal e inmortal.

Son iguales y Jacob se deshace en gemidos de gusto con sus labios, lengua y dientes aferrándose al cuello de Alistair, cuyos brazos están cerrados alrededor de sus hombros, abrazándolo con una fuerza que antes le habría destrozado varios huesos. Son perfectos juntos. La unidad de locura y dolor y sacrificio que brilla con oscuridad y se dedica a consumir la luz. Jacob desconoce la finalidad de su relación, así como desconoce las razones por las cuales su lobo pensó que Edward era bueno para él, pero esta decisión lo tiene despreocupado. Alistair es maravilloso y se acoplan en uno al otro sin dificultades. ¿Qué más podría pedir? ¿Qué más podría necesitar que no se encuentre en este hombre?

—Nada, querido —contesta Alistair—. Tú y yo lo somos todo.

Sí.

Sí, lo somos.

Y Abaddon está furioso y Balan cierra su boca, rendido a la verdad de cuánto Jacob desea a Alistair. Lo quiere no por su parecido con Balan. Lo quiere no porque sea su canal de desahogo. Lo quiere porque Alistair fue el primero en darle el amor que necesitaba tan urgentemente. El pobre niño aprisionado dentro del ciclo eterno de un amor sin sentido. Injustificado. Irracional. Inmerecido.

No puede creer cuánto odia a Edward. No puede creer cuánto detesta a Isabella. Su amor no desapareció, sino que se ha transformado. Quiere herirlos tanto como antes quiso cuidarlos. Y si acaso se acercan a Nessie y la reclaman… Jacob va a lastimarlos. Va a lastimarlos del modo más atroz que se le ocurra.

—Te ayudaré —promete Alistair—. Para lo que sea que me necesites, ahí estaré para ti.

La sed no ha sido satisfecha, pero Jacob tiene preguntas y su determinación hace palidecer a su ansia de sangre. Sufriéndolo físicamente, separa su boca del cuello sanguinolento de Alistair y busca su boca para besarlo. Alistair, por supuesto, participa activamente en el beso con su mano aún en el cabello de Jacob.

—Lo siento —murmura Jacob, su voz pesada luego del beso. Se disculpa por ese modo impersonal con el que Ephraim lo trató.

—Mi vida, no tienes por qué sentirlo —asegura—. No comprendo lo que sucede contigo, eso es verdad, pero en este preciso instante estás bien, ¿no es así?

—Sí —titubea—. Momentáneamente, sí.

—Eso me basta.

Los besos de sangre cuando era inmortal no se comparan a estos.

Jacob debe forzarse a salir del encanto de los labios y lengua ajenos. Cuando lo logra, se apresura a enunciar sus preguntas.

—¿Por qué sabes tan bien? —Alistair ríe, tomándolo del modo que Jacob sabía que iba a tomarlo—. Vamos, esto es serio. Nunca antes fue así. ¿Por qué?

—Es porque soy tu padre —explica con simpleza, mirándolo a los ojos mientras limpia rastros de sangre de los contornos de su boca. La mente de Jacob salta de inmediato a Billy y luego, como si nada, regresa su atención a Alistair—. Has vivido con vampiros, pero no sabes todo acerca de lo que somos. Este tipo de vínculo se crea entre el creador y su primer hijo. Tú y yo; Amún y Benjamín; Carlisle y Edward; Eleazar y Sofía… Es eterno, o tan longevo como cualquiera de nosotros dos. Desaparecerá hasta que alguno muera.

—¿Qué es? ¿Cómo funciona?

—En general, es sólo una vía para que nos aseguremos del bienestar del otro. El poder de mi sangre quiere ser preservado, o esa es la idea que hemos hecho sobre esto —alzándose de hombros, toma el rostro de Jacob entre sus manos suavemente, suspirando con placer al sentir la vibración de esa piel joven y viva, reluciente y perfecta—. Sin embargo, por la relación que tuvimos antes de que te transformara, estoy esperando que haya diferencias en este vínculo que hay entre tú y yo. No malas diferencias, claro.

Si traerá complicaciones es algo que Jacob prefiere no preguntar hoy.

El núcleo del todo no tiene que ver con este nuevo vínculo.

—¿Por qué me convertiste, Alistair?

Meditabundo, Alistair lo atrae para otro beso. Sin sangre. Sin prisa. Sólo sus labios y el afecto que siente por Jacob.

—Lo hice porque ahora tú eres todo para mí —se sincera, ojos carmesíes perdiendo esa inhumanidad por la que Jacob sintió miedo en el pasado—. Te quiero demasiado. No podía verte dejarme atrás como si nada. Es egoísta. Me disculparé cuando sea necesario. Sin embargo, esclareceré un punto: no me arrepiento. Tenerte aquí me hace imposible sentir culpa. Perdóname eso.

Descansando en su pecho, Jacob se encuentra en calma. No tiene nada que perdonar, sino mucho que agradecer. Agradecer su nueva oportunidad. Su juventud. Su vitalidad. Alistair lo salvó de la nada.

—¿Me amas?

Estaría bien. El amor que siempre quiso, el de un amante dedicado y amoroso, lo que no podría nunca conseguir de Edward o Jasper.

—Sí —Alistair no tiende a andarse con rodeos. Jacob disfruta su cruda sinceridad incluso cuando sabe que es peligrosa—. Te amo, Jacob, mi dios, mi vida, mi dulce niño. Te amo. Y tal vez esa es otra razón por la que no te dejé morir. Aún tenía que decírtelo.

—También te amo. Ese día en el campo de batalla decir que te quería se sintió como lo correcto, lo justo antes de… irme.

—Estás aquí. Tranquilo. Tenemos tiempo de sobra.

—Es extraño relacionar la inmortalidad conmigo —ríe—. Nací como humano, luego fui parte lobo y ahora… ahora bebo sangre para calmar mi sed. Mi sed. Es surrealista.

—Un lobo —señala Alistair como si lo hubiese olvidado—. Un cambia-forma. Si hubieses sido un Hijo de la Luna, tu cuerpo no habría aceptado el cambio. Ellos y nosotros los vampiros somos incompatibles. Pero ustedes los cambia-forma son algo con lo que no había lidiado antes. ¡Acabé queriéndote, por dios santo!

—Y yo traicioné mis propias creencias por ti.

—¿Cuáles son esas creencias, amor mío?

—Si quieres saber eso, tendrás que escuchar una larga historia antes.

—No me molesta. Adelante.

Jacob cuenta todo.

Esos días extrañamente luminosos en los que los lobos eran sólo personajes de las leyendas de La Push, cuentos tontos que oían un rato y luego no importaban en lo absoluto.

El tiempo durante el que estuvo estúpidamente ilusionado con tener a Bella de vuelta en Forks.

Su despertar como lobo. El abrasivo dolor de la primera transformación, sus músculos y huesos estirándose y solidificándose casi al mismo tiempo.

La tensión de su padre ante la relación de Bella con Edward y sus propios celos infantiles.

Por un simple y viejo rencor hacia nada en realidad, hace cierto hincapié en esos malditos diez dólares que lo empezaron todo.


Jacob espera lo peor en cuanto decide llamar a Sam y decirle lo que ha sucedido.

Las consecuencias de aquel encuentro con los Vulturi es lo que más le preocupa.

Eres como ellos —es lo primero que murmura Sam al entender lo que Jacob quiere explicarle. La voz se le oye plana, impasible, y su respiración se torna pesada contra el auricular del teléfono móvil.

—Sí —confirma él cerrando los ojos, odiando cada segundo de la llamada y de los escenarios que se imagina.

No sabía que eso era… posible —Sam exhala. Su incomodidad Jacob puede sentirla incluso con lo lejos que están el uno del otro—. Estás… estás bien, claro que sí. Estúpido de mi parte decirlo —una risa nerviosa, vacilante—. Perdón, yo… Quiero verte, ¿de acuerdo? ¿Es una buena idea? Acabas de ser… transformado. ¿Puedes encontrarte con nosotros en la frontera? No sé cómo podremos mantener en funcionamiento el tratado, los Cullen acaban de-

—No —lo detiene—. No fueron los Cullen. Ninguno de ellos. Fue un vampiro nómada al que yo aprecio bastante.

Al que aprecias… —Sam todavía encuentra difícil la idea de que Jacob haya imprimado en un vampiro y que haga tanto por uno al que no le debe nada; Renesmee—. Ya sabes lo que pienso de eso, Jake, sólo… ¿vendrás? Billy está muy preocupado y no tengo idea de cómo voy a darle la noticia de que eres… un… vampiro.

—No se lo digas —pide—. Yo me encargaré de eso. Dile que estoy bien, eso es todo lo que necesita saber por ahora. Que estoy bien y que iré a verlo tan pronto como sea posible.

Un encuentro con la manada ya promete desenlaces indeseados.

Acercarse demasiado a un humano… mejor no arriesgarse.

—Sam.

Dime.

—Gracias por mantenerlos al margen. No sabes lo feliz que estoy de que no se hayan ganado problemas que no son suyos.

Me arrepiento —Sam no se guarda opiniones—. Si hubiésemos estado ahí contigo hoy serías humano y-

—No era humano. No por completo.

¡Pero lo eras en parte! Y no quiero pensar en qué estado te encontrabas para que recurrieran a ese método tan-

—Había muerto, Sam —¿cuál es el punto de ocultarlo?—. Estuve muerto y él, Alistair, no tenía la certeza de que funcionaría… estoy hablándote gracias a él. Todo por él.

Porque me ama y su amor es egoísta.

<<Egoísta como el tuyo es cruel, mi amor>>. Balan sonríe. Le sonríe y Jacob aprieta sus labios en una fina línea recta.

No puedo asegurarte nada, pero… lo que hizo por ti, por nosotros, no lo olvidaremos. Te salvó, sin importar cómo, te salvo y no podría pedir otra cosa —algo de la tensión en los hombros de Jacob retrocede. Sam es su hermano. El hermano que le ofreció apoyo y comprensión en todas las etapas de su vida. Él es importante y Jacob… él sólo está contento de que Sam haga un esfuerzo por entender. Que no odie y culpe y aborrezca ciegamente como Leah lo hace—. Jacob.

—¿Sí?

Te quiero —la voz de Sam disminuye en volumen y duda—. Te quiero mucho.

—Y yo a ti. Siempre. Para siempre, Sam. Lo que soy ahora no cambia quién fui.

Es mentira. Jacob, Ephraim y todas las demás personas lo saben bien, pero no dicen nada en lo absoluto. ¿Para qué abrir la boca si lo único que saldrá serán cosas sin sentido? ¿Intentos de explicarse que lo —los— llevará a callejones sin salida? Lo que es ahora cambia por completo lo que antes fue. Hay dudas, preguntas, confusiones… ¿Quién es? ¿Para qué es?

Jacob se despide prometiendo que le enviará un mensaje en cuanto pueda reunirse con ellos en la frontera.

Por un instante, Sam se escucha a punto de detener el corte de la llamada. Tiene el presentimiento de que algo, sea lo que sea, irá mal. Muy, muy mal. Peor de lo que ya ha sucedido.

Pero no hace caso del presentimiento y también se despide.

Ephraim, escabulléndose poco a poco hacia la superficie cuando Jasper no está cerca, murmura en dirección a Balan el tipo de sugerencias que Jacob no podría concebir.


Estar frente a la casa de los Cullen sin Renesmee se siente incorrecto. Su propia piel le desagrada. ¿Qué es lo que hace aquí? No tiene sentido ir de vuelta a un sitio que odia, que adora y por el que no siente nada.

Jasper le pone una mano en la espalda baja, animándolo con una expresión afable a dar la vuelta y encarar al clan egipcio —quienes los esperaban en los alrededores— ahí mismo, fuera de una construcción con demasiado dentro de ella pese a estar vacía. Jacob asiente y mira el suelo por un par de segundos, sopesando sus opciones y pensando que, sí, no tiene por qué entrar a la casa. No debe demostrarle nada a nadie.

Abraza a Jasper por la cintura con uno solo de sus brazos y es entonces que da la vuelta y encuentra los ojos de Amún y Benjamín.

La impasibilidad de Amún flaquea ante la visión de un par de ojos violetas con motas verdes y azules. Una combinación que nunca antes había visto y que debería ser imposible en un vampiro. Alterado, llama a Benjamín a su lado con una seña sutil y su hijo se aprieta contra él en un abrazo que confirma lo que había estado imaginando: Benjamín está tan confundido y aterrado como él. ¿Qué es este joven? ¿En qué se ha convertido?

—Gracias —es lo que les dice el neófito, su sonrisa suave y hermosa junto al rostro apático de Jasper—. Lamento mucho su pérdida. No pude conocer a Kebi, pero sé que ustedes la amaban y siento mucho que haya perecido en batalla. Les aseguro que recordaré su sacrificio hasta mi último día.

—Jacob Black —murmura Amún soltando su agarre alrededor de Benjamín—. ¿Qué es lo que te sucedió?

—Fui asesinado y convertido en uno de ustedes —es la simple respuesta.

Amún observa aquellos ojos cambiar sus formas y colores, pintarse totalmente de azul para luego tornarse grises y adquirir manchas rojas y amarillas. Es, sinceramente, una visión fascinante y, al mismo tiempo, su belleza lo agobia. ¿Cómo pueden los ojos de un vampiro no ser negros, dorados o carmesíes? La conclusión lógica es decir que este muchacho no es un vampiro, pero Amún identifica el olor de un vampiro recién nacido en el aire, rodeándolos cual manto blanquecino con el aroma de piel sensible y tierna, todavía empapada de su sangre mortal a la espera de que alguien la extraiga. Amún, incluso teniendo a Benjamín a un lado, no tiene problemas imaginándose bebiendo de Jacob.

—Domina tus ansias, Amún —dice Jasper en un tono de ligera molestia y nítida amenaza, su cuerpo adelantándose al de Jacob un par de centímetros—. Si tienes dificultades haciéndolo, yo estaría complacido de idear una manera para forzarte a no pensar en ese tipo de contacto.

—Jasper —Amún se aleja a consciencia de los ojos camaleónicos de Jacob. Si continuara viéndolos, las consecuencias serían muchas e improductivas. Perder aliados en tiempos recientes no es la mejor de las estrategias de supervivencia—. Me disculpo por el camino que tomaron mis pensamientos. Mi excusa no es otra si no que la apariencia de Jacob lograría distraer al más viejo de nosotros. Una belleza la que se ha incluido al mundo que conocemos, si me permites expresarlo.

—No lo impido.

Y tampoco lo aprueba.

Jasper sabe que Amún adora alimentarse de la vulnerabilidad de los neófitos. Aquellos dos nómadas americanos murieron protegiéndolo, lo que es un detalle que Amún piensa desconocido. Y mientras no necesite sacarlo a la luz, Jasper cerrará su boca como si Amún aún le hiciera sentir el respeto de antaño.


Es uno de esos momentos.

Cuando no es nadie y es todos.

Cuando Jacob dice que sí, sí, sí y Ephraim mira en otra dirección.

Alistair es la tormenta, el ciclón, el terremoto. Está vibrando con la energía y entrega que Jacob recuerda y añora. La felicidad y el amor para los que Ephraim permanece quieto y silencioso, tan poco interesado como lo estaría por cualquier otra cosa; mirando, mirando y mirando a esos dos hombres encapuchados que examinan desde las esquinas de su habitación luciendo pequeños y adoloridos.

Balan, llama, Balan, mi amor, ¿por qué no me ves?

El aludido, cerrando fuertemente sus manos y boca, sabe que Jacob no es quien le habla. Jacob jamás le diría “mi amor” y Ephraim es la insensible criatura que se lo estará recordando tantas veces como pueda. Lo hará aprovechando de que suena como Jacob. Aprovechando los residuos maltrechos de ese amor redundante que Jacob mantuvo por su amado demonio y que hacen su voz suave y emocional, que lo vuelven eso que no es y que Ephraim utiliza a su entera conveniencia. Balan se apoya contra la pared batallando contra su deseo de, simplemente, mirar a quien ama, de ser testigo de un amor cruel y confuso que él mismo sugirió hace ya tantas noches.

Mi amor, repite, mi hermoso ángel, mi precioso demonio… ¿por qué no me ves?

Abaddon respira profundo y recarga su frente en la pared. Frío y sólido concreto. Se concentra en las imperfecciones de la construcción y enuncia las verdades que conoce en silencio, desesperado por llenar su cabeza de palabras y no de Jacob y Alistair fundidos en aquel beso. No de Jacob aferrándose a Alistair, diciendo y pidiendo más. No del ser más bello que conoce subyugándose al criterio del hombre que podría bañarse a gusto en la oscuridad que vive dentro de ese par de ojos cambiantes.

Él, siendo nada más que una parte de un todo, daría cualquier cosa por tener el privilegio de hacer lo que Alistair hace con tanta pasión. Cualquier cosa por que se le permitiera tocar la piel con la que soñó durante décadas, besar los labios húmedos y suaves que ha visto ser mordidos por otros, las cálidas paredes que condujeron a Edward a uno de sus peores crímenes… Abaddon, de poder, haría cualquier cosa por y para Jacob.

Cualquier cosa, ríe Ephraim, sí, sé que me darías cualquier cosa, que harías cualquier cosa si te lo pidiera… pero, querido mío, tu devoción no puede venir sin una cadena alrededor de mi cuello. Me creerías en deuda contigo y pasaría una eternidad a tus pies. No te atrevas a negarlo, por favor, porque ya lo has hecho antes.

<<No una cadena>>, él no está inclinado hacia la crudeza, <<, quizá una corona de diamantes y un trono de platino>>.

Una corona demasiado pesada y un trono con esposas para mis muñecas. Estoy esperándolo desde siempre, cariño. Eso eres y sólo eso serás. No puedes ofrecerme otra cosa más que tu amor y tu encierro. Lo acepté una vez. ¿Qué me detendría de aceptarlo ahora?

<<Tu poder>>, el que Alistair le dio de una copa, <<hace imposible que vuelvas a dejarte caer en mi pecho. Ya no crees en lo mismo ni piensas en Balan y en mí como solías hacerlo hace apenas unos días>>. Jacob gime contra el cuello de Alistair y Abaddon sacude la cabeza, disgustado, a punto de tirar su orgullo e irse.

¿El mismo poder que subestimaste con tus peticiones?, Ephraim es odioso. Gélido y desinteresado como La Señora, pero peor que ésta. Él no finge. Él no está ahí en silencio y a la espera de algo que nadie entiende. Él dice y hace y hiere. Maligno. Un calco del desafecto de La Mujer de Porcelana. Abaddon lo detesta y Balan lo sufre. ¿El mismo poder que me fue otorgado sin que lo pidiera? ¿El mismo poder que utilicé para protegerte incluso en contra de mi voluntad? ¿A costa de mis huesos y mi sangre?... ¿Ese poder, querido mío?

<<Ese poder, sí>>, contesta entre dientes. <<Ese poder que está ahora muy lejos de mi alcance>>. Hace memoria de gritos y súplicas. Piel amoratada bajo una mano pálida cuyas uñas trazaban heridas largas por cuanta área podían. Y el silencio. Perturbador silencio en el que lo débil se extravió fácilmente.

Ephraim y Jacob ríen.

Jacob ríe con sus labios presionados contra los de Alistair.

Ephraim ríe encontrando figuras raras y conocidas en la pintura del techo. Balan se cubre los oídos de aquel sonido tenebroso.

Dime, comienza Ephraim, lento y pausado, ¿cuándo ese poder estuvo a tu alcance?

Abaddon se da la vuelta oyendo a Balan murmurar para sí.

Jacob es sostenido en el aire con su espalda apoyada en la pared. Los brazos de Alistair manejan su peso sin problema alguno. El ritmo al que se mueven no abre cofres en la mente de Abaddon. Es un cuidadoso hacer el amor que Abaddon es incapaz de sentir ni siquiera como otro de sus tantos recuerdos. Balan continúa murmurando en la otra esquina y Jacob se desvive jadeando y pidiendo cosas que Alistair le da antes de que las pronuncie.

Una catarsis de pasión sin violencia.

Sin silencio.

Sin dolor.

Sin peticiones.


Betsabé está muerta.

Jacob pregunta y su respuesta es esa.

Betsabé está muerta.

No sabe cómo lo hace.

No sabe qué es lo que hace.

Levanta una mano en dirección a Edward, su boca ardiendo con todos los insultos y recriminaciones que aún le quedan por decir, y éste es golpeado por una fuerza invisible que lo proyecta varios metros hacia atrás. Su cuerpo atraviesa una de las paredes de la casa y varios cristales en un radio de la misma medida tiemblan y se rompen. La onda de energía hace que los cimientos de la casa se agiten. Mientras Edward se reincorpora del suelo, Jacob asimila que eso, lo que sea que fuere, emergió de la palma de su mano y que, por un tiempo indefinido, eso es lo único de lo que estará seguro al respecto.

El espectáculo agrava el miedo de Benjamín e intensifica el deseo de Amún; sediento de poder y juventud, el hombre ha cometido horribles abusos. Ambos observan en shock a Jacob. Quieren acercarse y alejarse. Descubrir misterios y ser ignorantes. Amún da un par de pasos al frente, sus ojos derrochando apetito y necesidad con cada centímetro de la piel descubierta de Jacob, con esa mano que permanece suspendida en alto, congelada por la conmoción del joven vampiro.

—No lo toques —advierte Jasper. Amún apenas es consciente de que se ha encorvado en una posición ofensiva, todos los músculos de su cuerpo preparados para lanzarse a la disputa de su extraordinario trofeo.

—Edward, ¿te encuentras bien?

—Sí —tranquiliza a Benjamín, su voz rozando la profundidad y dulzura por la que Jacob alguna vez se sintió debilitado—. No te preocupes.

Jasper se interpone entre Jacob y Edward llenando la casa de una sensación de adormecimiento y cansancio. Funciona en Amún y Benjamín al instante, Edward se resiste a él y Jacob, aunque despierto, no está lo suficientemente lúcido como para caer en su viejo truco. Con movimientos amables, Jasper toma la mano de Jacob y besa sus nudillos.

—… ¿qué?

—No importa —Jasper minimiza el asunto halando a Jacob hacia él—. Recuerda lo que te he prometido. Sabremos qué es no importa cuánto tiempo nos cueste. Es inútil que te angusties por esto cuando nadie puede darte una buena explicación.

—Lo sé —acepta—. Lo sé, pero… Jasper, ¿qué demonios me está sucediendo?

—Tus ojos, tu calma y ahora esto —enumera Edward—. Concuerdo en que no tiene sentido preocuparse demasiado por temas sin solución, pero no creo que deberías darlo por sentado.

—¿Crees que podría hacerlo?

Lo suyo es ironía, y lo de Edward, el silencio.

<<También quiero saber qué es lo que te sucede>>, Balan camina sobre los vidrios rotos y empuja escombros con las puntas de sus pies. <<Cómo y por qué, si tiene repercusiones negativas, si acaso puedes controlarlo… ¿un don?>>.

No quiere hacer eco de la posibilidad, pero ¿qué más hacer? ¿Dejarse arrastrar al poso de desesperación que antes quiso estrangularlo?

—¿Un don? —dice por lo bajo, casi escudándose con el cuerpo de Jasper cuando Balan le dedica una mirada repleta de esperanza y asombro—. No sé mucho de ello, pero es posible que lo sea, ¿no es verdad?

—Sí —concede Jasper—. Y, acerca de tus ojos, deberíamos considerar que ningún cambia-forma había sido transformado en uno de nuestro tipo. Eso según lo que sabemos.

—Por meses creímos que Nessie era única —señala Jacob— y resulta que Alice encontró pruebas de que no es así. Hay, o hubo, más como ella. No puedo ser un caso especial.

<<¡Si tan sólo supieras!>>, exclama Balan, <<Eres magnífico. Divino. No existe nada ni nadie que se te compare, luz de mi vida. ¡Si tan sólo entendieras!>>

Pero ¿cómo va Jacob a entender si el mismo Balan se confunde entre sus palabras?

¿Cómo va entender si las peticiones aún le duelen?

¿Cómo es que va a entender, dios bendito?


Estaba esperándolo.

—¿Cuánto me odias?

—Tanto como te amé —lo reconsidera y se topa con que no es cierto. El sentido de obligación ya no existe y el perdón es imposible, pero Jacob no es adepto a la crueldad—. Mentira. Todavía te amo. No amo quién eres, sino lo que eres. Si se tratara sólo de ti, Edward, ya habría intentado matarte. Pero no sólo se trata de ti, me temo.

Saliendo de lo usual, Edward ignora a su amigo Silencio.

—Abaddon y Balan —ofrece.

—Sí —Jacob se cruza de brazos y respira profundo; Edward sabe y nunca dijo nada, no hasta el día de hoy cuando ya no importa—, es por ellos que no puedo odiarte. No del todo, por lo menos. Abaddon y Balan impiden que te crea un monstruo. Si ellos son parte de ti, ¿cómo es posible que te hayas convertido en lo que eres ahora? ¿Cómo es posible que me lastimaras tanto? No lo sé, claro está, pero ese es el punto, ¿no? Yo no sé nada. Y, al parecer, no tengo que saber nada.

<<Te lo diríamos y daríamos todo>>, le recuerda Abaddon, <<todo lo que quieras. Solamente tienes que pedirlo y lo tendrás>>.

—¿Qué piensas acerca de ellos? —pregunta Jacob dejando a Abaddon a la deriva una vez más—. ¿Por qué puedo verlos y por qué ellos se desenvuelven como si tuviesen consciencia propia? Es muy confuso. Creí que estaba volviéndome loco.

<<’Condenadamente loco’, pensaste entonces>>, aporta Balan con una risilla maliciosa.

<<Pero no lo estás. Nunca lo estuviste. Si algo eres, eso es cuerdo. El más cuerdo, si me permites, en un mundo repleto de locura>>.

—Me percaté de ello—dice Edward. Sus labios se mueven en un gesto casi idéntico a las sonrisas discretas de Abaddon—. Pero no lo estás. No los veo, pero tú sí y eso me ha dado una imagen clara de sus apariencias. También los oigo. Y el lazo es el responsable, por supuesto.

—¿Por qué no dijiste nada?

—¿Habría servido de algo?

No.

Para nada.

Sólo habría hecho su amor más doloroso y las peticiones más insufribles.

Así está bien.

—No —acepta—. Por lo que dices, supongo que tampoco tienes idea de por qué o cómo. ¿Desde hace cuánto te diste cuenta? ¿Por qué estabas leyendo mi mente el día que lo descubriste?

Por unos minutos, Jacob piensa que Edward ha vuelto a invitar a Silencio.

Pero no lo hace.

—Siempre estoy leyendo tu mente, Jacob.

Hay cosas en el mundo de las que es mejor nunca enterarse.

Esta es una de esas cosas.

—Es distinto a lo que hago normalmente.

<<Lo que hacía… Lo desordenaste todo, mi amor>>.

—No sólo escucho lo que piensas —los ojos de Edward miran el vacío, pero el resto de él se mantiene atado a la realidad. Esta maldita realidad—. Siento lo que sientes, veo lo que ves y oigo lo que oyes… La unión entre nosotros es muy fuerte, Jacob. Han pasado años y aún no la comprendo bien. Si la muerte no logró destruir este lazo, ¿qué piensas que lo hará?

La repetición es intencional.

Jacob se hace daño a sí mismo en los brazos. Sus uñas despiertan la piel y el ardor lo lleva de regreso a noches que querría poder olvidar. El niño y las mariposas. La madre y su decepción.

—Tú —murmura—. Tú lo hiciste.

Edward no necesita más palabras. Jacob, sin embargo, se ha callado por mucho tiempo.

—Tú lo destruiste, Edward —continúa. Siente a Ephraim besándole la mejilla, rompiendo más cadenas y proveyéndole coraje—. Me rechazaste tantas veces que no puedo contarlas todas. Nunca te pedí nada y nunca quise algo que no fuera tu aceptación. Podríamos haber sido amigos y eso habría bastado para mí. Eso habría sido… tan…

Ephraim es fuerte. Indestructible, de hecho, pero ni él cuenta con las habilidades para encerrar un dolor y una angustia como las que Jacob carga en sus hombros.

Lágrimas.

Jacob todavía puede llorar.

—El día que ese neófito me partió los huesos, ¿sabes lo que estaba pensando mientras Carlisle me los rompía de nuevo porque comenzaron a sanar en posiciones incorrectas?

<<Por favor>>, suplica Abaddon.

—Estaba… Pensaba que estaba bien. Que… si debía pasar por eso para que tú fueses feliz, estaba bien. Que no me importaba lo mucho que dolía mientras Bella y tú no salieran lastimados. Pensaba… pensé que me lo merecía. Siempre pensé que lo merecía por haberte hecho enojar el día anterior.

Ese día en el que se le ocurrió imaginar un mundo donde su imprimación no fuese Edward Cullen. Ese día en el que levantó la cabeza, habló y se arrepintió de lo que dijo.

—Y, dime, ¿qué fue lo que conseguí a cambio de eso? —su respiración es errática y acelerada. Se parece a ese día antes del encuentro con los Vulturi en el que decidió no ser un cobarde—. Una invitación a tu boda con Bella… yo —se ríe y el sonido es débil, entrecortado, salido de la amargura que vive en su corazón—… quise estar feliz por ti y por ella, pero no pude… no puedo ser feliz… no por todo lo que hice intentado que no me detestaras. Edward… si no me quieres… si nunca me quisiste, ¿por qué dejarme cicatrices? ¿Para qué… para qué quitarme lo que más quería? ¿Para qué lastimarme?

Jasper estaba equivocado.

Sus ojos son cafés en medio de las lágrimas. Ese café chocolate con finas franjas negras y marrones. Es Jacob Black. Lo es pese a que Ephraim está a su lado.

Edward no puede apartar la mirada de él.

—¿Qué es lo que querías? Pudiste habérmelo dicho y te juro, te juro que habría buscado complacerte. Yo era tuyo, Edward —le sonríe. Debilidad. El recuerdo de un miedo que lo paralizaba—. Pudiste… pudiste decirme lo que sea que querías y te lo habría dado. Lo demostré con tus peticiones, ¿no? Jamás me resistí a ninguna.

Quiere irse.

Edward quiere irse.

Abaddon y Balan, no.

Ellos están avergonzados por ocultar la verdad, pero Edward…

Oh, Edward.

Vergüenza no es lo que siente.

—… te di todo lo que pude darte.

Hilillos de sangre se unen en los codos de Jacob. Gotas caen al piso. Gotas manchan la ropa. Abundan y, no obstante, son menos que las gotas transparentes que escurren por un par de mejillas y se unen en el mentón. Gotas, gotas y más gotas que caen sobre la piel de Edward y la queman. La destruyen.

—Pero tú no querías eso… nada de eso, ¿verdad? No querías el amor que te ofrecí o mi sangre... ni siquiera mi cuerpo. Nunca quisiste nada de lo que yo tenía y quería darte.

La ira es maravillosa.

Edward es bueno soportando el enojo. La violencia.

Jacob no está dándole rabia.

Miedo.

Dolor.

Vulnerabilidad.

—No interferí cuando Bella te eligió. Dijiste que la amabas y yo lo acepté. Me aparté del camino. Te la entregué y tú la mataste. ¿Qué… qué fue lo le hiciste? ¿Peores cosas que a mí? Cada vez que la vi luego de que la transformaras… cada vez que tuve a la vista esos ojos rojos, los recordé en el altar, tomados de las manos y diciendo sus votos… Te recordé a ti forzándome a estar quieto mientras te casabas con ella. Fue lo más hermoso que había visto nunca, ¿sabes? Perfectos. Inalcanzables… ¿por qué arruinarlo, Edward? Ella te amaba tanto y tú la mataste… yo te amaba tanto y tú hiciste de los últimos años de mi vida un infierno en la tierra… Nessie pudo haberte amado tanto y tú nunca te acercaste.

<<Por favor>>.

Jacob hace oídos sordos.

—¿Quieres… estar solo?

Lo entendería.

Lo entendería a la perfección y quizá en el futuro, muy lejos en el futuro, pueda perdonarlo.

Perdonar lo que debería castigarse.

Perdonar lo imperdonable.

Cuando hayan décadas de por medio para sanar.

Cuando las heridas sean muy viejas como para abrirse y derramar sangre oscura.

Sin embargo, hay otras posibilidades. Otras razones que contemplar del extenso e incomprensible espectro de horrores que es la mente de Edward.

—¿Quieres ser odiado?

<<¡Por favor!>>, Balan grita.

La expresión serena de Edward hace varios minutos que se desvaneció.

—¿Quieres verme muerto?

<<Por favor, Jacob… Detente>>.

Jacob no escucha.

Ephraim lo impulsa al frente y susurra otra de esas posibilidades.

La que más sentido tiene entre todas.

—O sólo… ¿o sólo quieres lastimarme?

Los ojos de Edward brillan y Jacob tiene la respuesta.

El cabello de Balan se apaga.

Los ojos de Abaddon se despejan.

Sorpresivamente, esto no duele tanto.


Jacob estudia su figura en el espejo.

Observa durante un lapso de casi una hora y Jasper está detrás de él en todo momento.

Al final, coloca su palma en la superficie reflectante y presiona. Presiona hasta que hay grietas a lo largo y lo ancho de la placa de vidrio.

Hacerlo —tanto arruinar el espejo como mirarse en éste— le ayuda a aceptar que ya no es humano y que nunca volverá a serlo.

Su imagen cambió drásticamente. Las imperfecciones y manchas de su piel desaparecieron, el tono de su cabello se profundizó, las líneas de su rostro adquirieron esa cualidad tentadora característica de “los fríos” y sus ojos… sus ojos no puede verlos más que un par de minutos. Son y no son suyos, un hecho que logra perturbarlo de un modo similar a como los recuerdos de vidas diferentes a la que vivió lo hacen.

Diminutos fragmentos de cristal se adhieren a su mano al separarla de la que fue una perfecta superficie. Ninguno atraviesa su piel, ni siquiera el más afilado y resistente de todos lo que surgieron de entre las grietas. El dolor es imaginario. Una reacción involuntaria de su mente que aún no cae en cuenta de que no puede salir herido por algo como esto.

Jasper recoge su cabello con manos amables. Desenreda las hebras y retira los restos de hojas secas que se atoraron en él mientras cazaban. Jacob solía mirar a su madre peinar el cabello de sus hermanas, hacerles distintos arreglos o una simple cola de caballo; él, mucho más pequeño que Rebecca y Rachel, le alcanzaba los cepillos y las gomas elásticas y Sarah lo entretenía contando alguna de sus tantas historias.

Visitará su tumba pronto.

Un par de semanas y se cumplirán diez años de su muerte.

—El accidente ocurrió tres semanas después de mi octavo cumpleaños.

—Lo lamento —susurra Jasper contra su hombro, besándole el cuello a modo de tardío consuelo—. ¿La recuerdas?

—Su voz, las cosas que nos narraba a mis hermanas y a mí… su rostro lo conozco por las fotos que Billy puso por la casa —una en la sala, otra en la cocina y una más en los burós de las habitaciones—. Era hermosa. Harry se burlaba de mi padre diciendo que no entendía como una mujer tan bella pudo fijarse en un tipo como él —ríe en voz baja.

—¿Qué edad tenía?

—Treinta y ocho años.

Muy joven, pero no tanto como su hijo.

Ella vivió más del doble que él.

—¿Puedo acompañarte la próxima vez que la visites?

Ambos escuchan las primeras notas de una melodía en piano filtrarse por los muros de la habitación. El intérprete se encuentra a unos pocos metros.

—Sí —dice—. Claro que puedes.


El sol se ha ocultado cuando Jacob sigue el aroma de Benjamín a través del bosque y lo consigue a la orilla del río que separa el territorio Quileute del de los Cullen.

Están en una zona muy alejada de las usuales rutas de patrullaje de los lobos. Siempre que alguno perdía los cabales, lo enviaban por estos rumbos para que se tranquilizara; Jacob fue enviado sólo una vez, Paul era el problemático del grupo y acabó relegado en más de quince ocasiones. Pese a ello, nadie se atrevía a tentar el humor de Paul en aquel entonces.

Benjamín hace levitar el agua en intrincados diseños.

—¿Por qué me temes?

Las estructuras de agua, asombrosas en sí mismas, brillan con algo que parece cautela. Están en sintonía con si creador. Benjamín es cada vez transparente a ojos de Jacob. Es fácil de leer como el agua es fácil de manipular.

—No te temo.

Jacob acorta la distancia y las formas de agua vacilan. Tiemblan. Miedo. Verdadero miedo nacido de la incertidumbre, del desconocimiento.

—¿Por qué me mientes?

Quizá por instinto, Benjamín retrocede los pasos que Jacob avanza. Las figuras líquidas pierden complejidad conforme el tiempo avanza. Una pena.

—No te miento.

Y, quizá por instinto, Jacob quiere que siga retrocediendo.

—¿Por qué, entonces, muestras tus colmillos de esa manera? No soy una amenaza. Fuiste mi aliado hace poquísimo tiempo y mi intención no es herirte. Lo dije antes. Aprecio la ayuda que tú y tu familia nos brindaron. Gracias a ustedes Renesmee huyó sana y salva. Estoy en deuda. Además, ¿por qué te atacaría?

—Eres un recién nacido —señala Benjamín—. Impredecibles y salvajes.

—Y tú tienes casi dos siglos. De querer y tener la necesidad, no te costaría deshacerte de mí. ¿Me dirás que prefieres los modos pacíficos? No te lo creería. Te vi pelear. Te recuerdo golpeando y usando esas habilidades tuyas para triturar cuerpos ajenos.

—No deberías existir —defiende—. Hijos de la Luna, ustedes son-

—Calma —lo detiene siseando—. No era un Hijo de la Luna. Un vampiro mucho más viejo que tú me lo ha asegurado. Los de mi tipo nos referimos a nosotros mismos como lobos, pero he escuchado el término “cambia-forma” en días recientes. De haber sido un Hijo de la Luna, estaría muerto. Incompatibles, me dijeron. Antes de la transformación actuaste perfectamente normal teniéndome cerca. Fuera de lo obvio, ¿qué ha cambiado? ¿Cuál es tu problema conmigo?

—Tus ojos y poderes.

—Anomalías.

—Aberraciones.

Ahí está.

—¿Eso es todo? ¿Crees que no debería existir? —Jacob no es idiota y Ephraim es muy astuto; sabe que Benjamín está mintiendo, que inventa malas excusas porque hay algo importante detrás de la cortina. La copia de La Mujer de Porcelana no podría ser burlado por este crío que vive en el cuerpo de un hombre—. Si es eso ¿no deberías pensar lo mismo de Nessie? Híbridos. Aberraciones, dirías tú.

—Esa niña no es culpable —Benjamín se desplaza lentamente de la alarma al enojo. Jacob deja de avanzar. Ha presionado lo suficiente—. Nació, no fue transformada. Los responsables son Edward e Isabella, sus padres.

—Yo soy su padre.

La corrección altera al hombre, quien resopla y ríe con incredulidad.

—No lo eres —objeta—. No tuviste nada que ver en su concepción.

No te atrevas.

<<Y tú no seas irracional>>, reprende Abaddon. <<Es el peor oponente que podrías haber elegido para mostrar la volubilidad que habías estado ocultando. Eres bueno controlándote, pero no confíes en tu calma>>.

—Te sorprenderías de cuánto tuve que ver —cuchichea para sí—. Dime, ¿por qué tu incomodidad para conmigo? Responde y me iré.

—No tengo por qué responderte.

—Cierto. El que debe favores no eres tú, pero yo podría devolver esto: ¿por qué no contestarme? ¿Sólo porque no? Te imagino más inteligente que eso, Benjamín, Dios de Egipto. Primer hijo de Amún, el más antiguo de aquellos lares.

Jacob utiliza los secretos que Abaddon y Balan cantaron para él, esos que Alistair confirmó inadvertidamente. Amún y Benjamín, vampiros enlazados por el poder de la sangre como Alistair y Jacob. Una de las diferencias es que, sin importar quién se le ponga enfrente, Alistair sólo ha caído por él. Jacob Black, el mortal cambia-forma cuyas pena y necesidad atrajeron el alma y la sed de un antiguo solitario. Cuyo cuerpo maltratado se rindió bajo sus dedos como Amún anhela el cuerpo vibrante y húmedo de los jóvenes.

De por sí afilada y turbia, la expresión de Benjamín se torna decididamente hostil en cuanto Jacob menciona el nombre de su creador.

<<Bingo>>, Balan se burla, sus danzantes y largos cabellos cerrados en torno a los temblorosos cuerpos de agua que Benjamín lucha por mantener en una pieza.

Bingo, Ephraim asiente.

Jacob percibe un beso detrás de su oído. Tibio. De satín. El contacto de Abaddon es nuevo, pero bien recibido por su piel suplicante.

—¿Qué tal si adivino? —propone.

Benjamín recupera convicción y compostura al igual que sus construcciones líquidas.

—¿Qué tal si adivino por qué me aborreces?

—No te creas tan listo, niño idiota. Sabes bien que podría deshacerme de ti.

A través de los labios de Jacob, Ephraim dice:

—¿Qué consecuencias te traería eso? —una sonrisa alza las comisuras de su boca al final de la pregunta. Sonrisa grande y terrorífica. La expresión que Benjamín ha visto en las caras de los más antiguos que conoce—. Una alianza rota con los Cullen, un grupo de cambia-formas persiguiéndote por venganza y la desaprobación de tu maestro. El maestro que me desea a su merced y con mucha más intensidad de lo que a ti te deseó en el pasado.

Las estructuras de agua se desploman.

<<Oh, mi amor. ¡Bingo!>>.

<<Buscapleitos imprudente>>.

Benjamín reacciona del modo más dulce.

El silencio.

Ephraim (Jacob, La Mujer de Porcelana y tantos otros) reanuda el avance. Acorralar a Benjamín es la mejor de las ideas. El Silencio es el mejor de sus aliados.

—He ahí un porqué —murmura—. No debo ser el único al que has odiado, ¿cierto? ¿Cuántos jóvenes no ha tomado entre sus brazos? ¿Cuántas pieles no ha probado con su boca? ¿Cuántas noches no te ha abandonado por el regazo de un neófito impredecible y salvaje?

<<No lo fuerces>>.

<<¿Por qué no? Mira cómo su seguridad se cae a pedazos>>.

—Y lo odias —prosigue—. Odias a cada uno de ellos. Me odias a mí y lo odias a él.

<<No del todo>>, le dice Abaddon, <<Benjamín adora a Amún. Lo adora más allá de las palabras. Lo adora tanto que le prendería fuego>>.

—No entiendes —entrecerrando los ojos, Benjamín lo enfrenta cara a cara, su rostro encantador resplandeciendo con confusa rectitud—. Amún me ama.

—Sin ninguna duda —Jacob sonríe y La Mujer de Porcelana se mueve alrededor de Benjamín tranquilamente. Lo que ella ve hace a Ephraim soltar una ligera risa—. Y a esos neófitos no los ama. No los ama porque no son poderosos como tú. No los ama porque no pueden darle lo que tú te empeñas en ofrecerle día tras día. Pero, Benjamín, ¿qué pasaría si los dioses le enviaran un discípulo más poderoso? ¿Uno con habilidades que eclipsen las tuyas? ¿Uno por el que el lazo que los une le parezca insignificante?

<<Retrocede>>.

<<Termina lo que empezaste>>.

Ephraim asiente. La Mujer de Porcelana observa.

—¿Qué pasaría si yo fuese el primer hijo de un vampiro casi milenario?

La sonrisa se va; la fría decisión, eclosiona.

<<Y si El Silencio te hubiese consumido…>>, entona Balan, <<oh querido, habría significado una pena>>.

—¿Qué pasaría si mi potencial fuera ya más grande que todo tu poder?

<<Y si El Silencio te hubiera extraviado… oh mi amor, me tendrías detrás de ti con estelas>>.

—¿Qué pasaría si me odiaras porque Amún se arrepiente de no ser él mi padre?

<<Eres para mí, oh querido, eres para mí la gloria. Y me he equivocado…>>.

—¿Qué pasaría si me odiaras porque Amún podría olvidarte teniéndome junto a él?

<<… tantos errores, y este uno de los más grandes. Tú no podrías ser consumido por El Silencio…>>

—¿Qué pasaría si me odiaras porque ves su amor por ti diluyéndose?

<<… tú, oh querido mío, tú…>>

—¿Qué pasaría, Benjamín?

<<Tú lo consumirías a él>>.

Notas finales:

Segundo capítulo.

Me temo que los siguientes cuatro tardarán en llegar. Exámenes y todo eso.

Hasta luego :)

Déjenme sus opiniones e ideas de cómo esto terminará. Sería muy interesante saber lo que creen de todo esto.


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