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Mademoiselle. por Dahliexyz

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Notas del capitulo:

Gracias por leer y dejar sus opiniones y críticas.

 

 

 

 

Eran alrededor de las 6:45 am y el sol comenzaba a asomarse travieso y majestuoso en el cielo de Rusia, el país de gélidos inviernos. La penúltima habitación del extenso pasillo norte del palacio era el destinado a la visitante francesa, una de las más grandes en todo el recinto y bella por igual, solamente superada en ambos aspectos por la recamara personal de la zarina y la sala real, llena de valiosos tesoros recordando a los antiguos gobernantes y su estirpe.

Por decreto real, a la preciosa muchacha de ojos celeste se le brindo ciertos privilegios para moverse a gusto dentro y fuera del palacio, asimismo autoridad sobre los sirvientes mientras permaneciera hospedada en Rusia. La zarina estaba feliz y complacida, no así el mariscal Alexey Razumovski. Era un hombre apuesto originario de Ucrania que conoció a Isabel durante una fiesta, ella quedó prendida a él al escucharlo cantar y le pidió visitarla alguna vez. De una inocente amistad surgió una apasionada relación que jamás fue confirmada pero tampoco negada por ambos, incluso a Alexey se le trataba como el consorte legitimo de la soberana.

 

Desde aquella primera reunión llena de cortesía y actitud diplomática algo no le agradó de la mujer que era acompañada todo el tiempo por un sirviente que parecía ser un noble más, debido a su apariencia extremadamente atractiva, modales y educación. Sus sospechas crecieron al escuchar de labios de un viejo amigo francés con quien se reunió en Inglaterra sobre el rumor local de la aristocracia, todos afirmaban que la hermosa y pulcra Madeimoselle Beaumont eran un realidad un hombre de dudosa reputación y procedencia. Aquella mañana antes de que Isabel notara su ausencia del lecho, se escabulló por los pasillos lúgubres y amplios hasta encontrarse con la puerta color marfil decorada con piedras preciosas.

No se tomó la molestia de tocar, deliberadamente giró el pomo asomando la cabeza al interior con nerviosismo y curiosidad. Feliz estaba de regresar a Rusia tras días fuera esperando la extranjera y su acompañante estuviesen muy lejos, topándose en realidad con la noticia de haberse ampliado su tiempo de estadía. No sabía que encontraría, tal vez alguna prueba de esos inquietantes rumores, lo que fuera y bastara para sacarla de su hogar. Pero la escena frente a él lo dejó casi boquiabierto.

 

La mujer francesa de la que tanto desconfiaba acomodaba su largo cabello rubio con una mano de forma delicada y suave. Con la mano libre terminaba de arreglar sutilmente la túnica color pavo real. Un vestido blanco alcanzaba a distinguirse debajo. Entonces, con una media sonrisa la mencionada se giró fijando sus ojos tan azules como el agua de una laguna en él.

 

Por primera vez admitió dentro de sí la enorme belleza casi sobrenatural de Lia Beaumont. Pudieron pasar sólo unos segundos pero la mano firme y liviana en su hombro tomándolo con insistencia lo hizo reaccionar sacándolo de su ensimismamiento. Sacudió la cabeza y carraspeó exageradamente, avergonzado por sus actos. Llevó la cabeza hacía su lado derecho encontrándose con el lacayo francés quien enmarcó una ceja al encontrarlo en dicha situación.

 

—Buen día señor mariscal, ¿algo se le ofrece? —alejó la extremidad de encima del hombro ajeno, empujándolo un poco para ingresar a la habitación y así constatar que la persona dentro estaba bien.

 

—Solamente venía a saludar personalmente a la señora, perdonen mi intromisión. —trataba de mantenerse estoico y desinteresado, llevó los brazos tras la parte baja de la espalda, observando con cierto aire de desgano al joven.

 

—Descuida Climent, no ocurre nada malo. Buen día señor, agradezco su consideración en venir a saludarme muy propio de un noble de la casa rusa. Aunque me disculpo, no escuche su llamado. —se encaminó hasta estar de pie junto a su sirviente, sus delgadas manos estaban cubiertas con unos guantes de seda color perla, una de ellas fue a parar sobre sus labios cubriendo una sonrisa.

 

—Lamento todo señora, mejor hablemos después. Buen día. —sin más que añadir, el hombre de cabello ligeramente canoso comenzó su marcha desde la dirección en que había llegado. Podía ser hermosa pero no confiaba en ella, sobre todo por el interés insano de su mujer hacía la francesa.

 

Perdiéndose al fin la figura del sujeto, Climent suspiró con fastidio.

 

—Señor, perdone que lo diga pero no me agradó ver a ese hombre espiando, no es educado pero sobre todo pudo ver más de la cuenta.

 

—Lo sé, suficiente tengo con Isabel entrando y saliendo sin tocar siendo imposible prohibírselo. —pero como si terminara el tema, tomó de la mano al castaño sonriéndole como pocas veces lo hacía.

 

Para Climent era difícil entender a su amo.

 

Le debía la vida por ello no tenía ninguna queja al seguirlo a todas partes sin importar lo difíciles, peligrosas o extrañas que fueran sus misiones. Lia venía de cuna noble cercana a la familia real francesa pero jamás estuvo de acuerdo en llevar una vida monótona y aburrida, se enlistó en la milicia desde joven y viajó por todos los países conocidos reuniendo conocimientos y experiencia. A ojos de cualquier ser humano vivo o muerto era una mujer, él mismo se identificaba bajo su nombre y apariencia femenina pero cierto era que su género auténtico era el masculino. Climent sólo conoció al verdadero señor Beaumont en tres ocasiones breves y aisladas en el pasado, lo más destacable es que entre el conde y la condesa existía una kilométrica diferencia de personalidad, carácter y manera de tratarlo. Literalmente eran dos personas distintas en un mismo cuerpo.

 

Una caminata silenciosa rumbo a la sala principal y algunos sirvientes que se encontraban en el recorrido sonreían y murmuraban al paso de la pareja visitante, no era secreto la fascinación e incertidumbre que generaban a los habitantes del palacio, incluida la servidumbre. Anzhelika, una chica de quince años encargada junto a muchas más de la limpieza mostró de inmediato su interés por Climent quien, sin contenerse a la belleza adolescente no le era indiferente. Se saludaban con naturalidad y conversaban como si de amigos de toda la vida se tratara, Lia se limitó a cruzar los brazos por encima del pecho y desviar la mirada al presenciar un fugaz beso en los labios entre ambos.

 

La zarina reapareció dispuesta a complacer a su querida invitada quien alegremente la abrazó mencionando el querer pedirle un favor muy especial. Únicamente mencionó su deseo de ir a visitar a un viejo amigo vecino de las cercanías, antes de marcharse de vuelta a Francia. Climent abrió los ojos con sorpresa y preocupación, sabía mejor que nadie lo que “visitar a un viejo amigo” significaba. No era la misión que tenían en Rusia, Lia iba a actuar bajo sus propios medios y decisión o mejor dicho: el conde Charles Beaumont planeaba asesinar a alguien.

Notas finales:

¡Hasta la próxima actualización! :3


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