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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Se despertó al escuchar un leve ruido fuera de esa habitación, su habitación. Alterado, sólo se quedó sentado, esperando cualquier actividad sospechosa, pero no ocurrió nada más allá del sonido producido por pasos que surcaban cerca de su puerta.

El sol ingresaba por entre las cortinas, su memoria tomaba vida, sus miedos lo abrazaban y después la soledad empezó a ahogarlo. Tenía y tuvo tanto miedo que ni siquiera se dio cuenta de cuándo cayó dormido la noche anterior sin siquiera cubrirse. Temblaba por el frío, tenía la boca seca y necesitaba ir al baño, pero se negaba a salir de ahí.

No quería ver al monstruo que actualmente era su esposo.

Jadeó, apretó sus piernas, pero en cualquier momento iba a tener que aventurarse fuera de ese cuarto; y lo hizo cuando ya dolía el aguantar sus necesidades fisiológicas. Tsuna salió despacio, respirando algo agitado antes de asomar su cabeza y reconocer un pasillo y las escaleras. ¿Esa casa tenía dos pisos? ¿Cuándo demonios subió las escaleras? Tal vez estuvo más centrado en el pánico que le daba que alguien tan violento como Hibari lo quisiese forzar a la intimidad obligatoria en la noche de bodas, que en los detalles de ese hogar.

Y cuando terminó de lavarse la cara, se dio cuenta de que esa bestia no le haría daño.

Kyoya pudo haber asesinado a un hombre, pudo ser el alfa que los abandonó cuando más lo necesitaban, incluso era grosero, estoico y hasta carente de sensibilidad hacia las demás personas, pero ese mismo demonio había perdido a la omega que más amaba y mostraba cierto grado de empatía por la casta más débil. Hibari no le haría daño, lo demostró la noche que acaba de pasar en donde jamás lo obligó siquiera a que lo mirase de frente. Respetó su espacio y no lo forzó a nada.

 

—Buenos días —fue lo único que se le ocurrió decir cuando halló al azabache en la cocina.

—Hum —Kyoya asintió en correspondencia al saludo antes de colocar un vaso lavado en el escurridor de platos.

 

El silencio los acompañó después de eso, el ambiente fue tan incómodo que Tsuna tuvo tiempo de mirar toda la cocina para distraerse, misma que estaba completamente amueblada y adornada por baldosas blancas, algunas de ellas tenían figuras de tazas o pajarillos, los electrodomésticos bien diversificados, había un comedor de cuatro puestos y un plato cubierto con film de plástico junto con un vaso y algo de pan. Quiso preguntar, pero Hibari ya había terminado de lavar los utensilios y se encaminaba a la salida sin decir algo más que un…

 

—Desayuna, herbívoro.

 

Ni una mirada directa, como si fueran completos desconocidos forzados a vivir bajo un mismo techo. Aunque tan alejado de la realidad no estaba. Y, sin embargo, aquel hombre tuvo la delicadeza de cederle parte del desayuno que seguramente él preparó muy temprano, aunque ese gesto no sería ni siquiera suficiente para compensar una pequeña parte del daño que se habían hecho mutuamente. Pero algo, era algo.

Tsunayoshi quiso ser gentil y agradecer, pero escuchó los pasos rápidos del hombre que tomó sus llaves, se colocó una chaqueta, guardó un par de papeles en su bolsillo y salió de esa casa. Hibari no dijo si demoraría, ni siquiera se despidió, demostró seguir siendo el mismo alfa idiota que hacía las cosas porque le daba la gana hacerlas. Entonces el castaño debía suponer que así iban a ser las cosas, sin más que las palabras necesarias, lejanía completa, cada uno haciendo lo que quiere.

 

“Las tareas están divididas. Respeta el horario de cada una. No salgas solo durante las dos siguientes semanas. No intentes algo estúpido o los dos pagaremos las consecuencias. En la noche te explicaré lo demás”

 

Tsuna quiso golpear algo al terminar de leer la nota que estaba pegada al refrigerador junto a un horario simple pero conciso sobre los quehaceres del hogar. Resultaba ser que ahora sería un prisionero de esa casa por dos semanas, mucho peor que eso, estaba claro que Hibari sí podía darse libertades que él no. ¡Jodido fuera! Pues iba a salir de todas formas y ese alfa tendría que aguantarse porque no le podían prohibir visitar a sus padres para asegurarles que estaba bien.

 

 

Mansión…

 

 

Jadeaba, pero sonreía. Sus manos dolían, pero se sentía vivo. Estaba herido, pero su oponente estaba peor. Su vida era una mierda, pero en ese instante ya no le importaba demasiado.

Se limpió el sudor de la frente antes de erguirse y sujetar de nuevo aquella espada de madera que le habían dado como forma de humillarlo, porque era el nuevo novato que los betas y alfas de ahí querían destrozar ya que lo consideraban inferior e indigno de pertenecer a las filas de lo que en el bajo mundo se hacía llamar “Varia”. Bola de imbéciles a los que destrozó uno a uno, los dejó a sus pies, les cerró la boca y les escupió en la cara.

 

—Jodido omega.

—Tengo un nombre, maldito hijo de puta —gruñó el de cabello casi blanco antes de erguirse y demostrar sus hebras que fueron cortadas por mano propia para que no le estorbasen—, y te lo grabaré en la piel si es necesario para que jamás se te olvide.

—Venga —sonrió antes de pararse una vez más y apretar el cuchillo en su mano derecha—. Vamos, zorra. Intenta matarme.

—Te lo advertí.

 

Ni bien terminó de hablar, Squalo se lanzó en contra del alfa que en ese momento le enfrentaba, uno de tantos otros que lo tenía como objetivo en esas prácticas de lucha cuerpo a cuerpo. Gritó antes de ondear su espada y errar a propósito para que ese imbécil se jactara de un triunfo y bajara su guardia por un segundo. Su codo se incrustó a la altura del hígado de ese malnacido, después subió su cabeza para golpear la quijada del alfa para desequilibrarlo. Con la madera ya algo desgastada golpeó la garganta del tipo para cortarle el aire, la blandió de nuevo para dañarle cuantas costillas pudiera, le pateó el estómago y como golpe final —antes de que el idiota cayera—, le rompió la nariz con el mango de su espada con tal fuerza que al final se manchó de sangre y la madera se partió en dos.

Squalo ni siquiera dio oportunidad para que ese imbécil usara su cuchillo, el mismo que había caído a dos metros y que tomó con prisa antes de que algún malnacido le interrumpiera. Se rió a carcajadas antes de darle vuelta al cuerpo malherido y jadeante del alfa que en ese día quiso retarlo. Incrustó el cuchillo en esa espalda y con prisa lo usó como cincel para dar forma a su nombre en una escritura algo simétrica. Lo hizo con rapidez mientras ignoraba los gritos del alfa caído al que le impedía movimiento porque estaba sentado sobre él. Gritó en victoria al terminar. Se levantó y extendió sus manos al cielo antes de darse vuelta hacia los babosos que se reunieron para verlo caer ante un alfa.

 

—¡VIERON ESO, HIJOS DE PUTA! —les apuntó con el cuchillo ensangrentado— ¡VOOOIII! A MI NADIE… NADIE ME VA A TRATAR COMO UN SER INFERIOR.

—¡Maldito!

—¡Basura!

—¡Omega sin gracia!

—¡Zorra!

—Puta.

—¡PERDEDORES! —se defendía Squalo mientras les sacaba el dedo del medio.

 

Squalo había vivido en las calles desde niño, defendiéndose solo porque en realidad estaba solo, ganándose fama de rebelde y agresivo, buscando peleas, auto instruyéndose en las artes callejeras, ahogando todos los sentimientos humanos que le acusaban problemas, intentando no forzar demasiados lazos de amistad porque sabía que en algún punto iba a irse sin dejar rastro. Y ahora estaba ahí. Burlándose de todos esos idiotas a los que había superado en tan poco tiempo.

Era un omega orgulloso de ser igual de fuerte que un alfa joven. Era un omega que juraba volverse incluso mejor que un alfa de alta casta. Era un omega con sueños que cumplir. Era Squalo quien gritaba en nombre de la libertad que la sociedad le quitó desde el momento en que nació como omega.

 

—¿Quién sigue? —sonreía mostrando sus dientes blancos y la sangre que se regaba de su ceja derecha— ¡Vamos!

—Sigo yo —el silencio reinó por unos segundos en ese cuarto de entrenamiento cuando esa voz se alzó por sobre las demás.

—¡Voooiiii! — sonrió porque debido al aspecto del recién llegado, dedujo que era el famosísimo… — Ricardo.

—Así que me conoces —el azabache se quitó la chaqueta y la cedió a un subordinado al azar.

—Claro —Squalo se relamió los labios—, tu cara es igual a la del jefe bastardo que me trajo aquí.

—Que osadía la tuya al nombrar de esa forma a mi hermano menor, tu dueño, y hasta donde sé… tu salvador —hablaba con arrogancia mientras elevaba su rostro un poco.

—ESE IMBÉCIL NO ES NADA PARA MÍ —enfureció porque odiaba que denominaran a Xanxus con nombres que no lo definían.

—Bueno —Ricardo ignoró el griterío del omega mientras se remangaba la camisa y sonreía al colocarse en medio de ese sitio de entrenamiento, justo a pocos pasos del niño “tiburón”—, por el collar anti marca que llevas en tu cuello y ese aroma parecido a la avellana que tratas de ocultar bajo un perfume agrio y barato —dijo altanero.

—Definitivamente eres el hermano de ese idiota —bufó fastidiado.

—Eres Squalo —siguió Ricardo—, el omega que mi hermanito —se burló— dijo haber tomado como mascota.

—¡¿Mascota?! —bufó fúrico antes de apretar el cuchillo que traía en mano y hacer chirriar sus dientes—. ¡VOOOIIII! ¡CUÁNDO VUELVA, LO VOY A…! —y sin darse cuenta tenía el rostro de ese alfa a tan solo cinco centímetros del suyo.

—Bu —susurró el azabache en el oído del omega quien incluso soltó un leve ruidito parecido a un gorgoteo debido a la impresión—. Pero admito que eres interesante —rio al sentir el cuchillo ajeno presionando en su estómago.

—No me menosprecies, bastardo —Squalo sonrió pues a pesar de que en serio se asustó, no le duró mucho y reaccionó en pro de proteger su propia vida.

—No has peleado con un alfa de casta pura —cerró sus ojos antes de esquivar el primer golpe del niño—, créeme que no es tan fácil —se alejó con elegancia.

—No me pongas las cosas fáciles —sonrió Squalo—. ¡Muéstrame la calidad de un alfa de tu tipo!

—Puedes arrepentirte —sonrió de lado.

—No lo creo —Squalo se sentía eufórico, estaba emocionado.

—¿No tienes miedo?

—No —jugó con su cuchillo antes de posicionarse para atacar—. Lo máximo que puede pasarme… es morir.

—Qué rudo.

—¡Voooiii! ¡Atácame! —se lanzó contra el alfa ante la asombrada mirada de todos los demás.

Quieto —Ricardo se rio cuando el omega trastabillo hasta detenerse siguiendo la orden dada—. Sigues siendo un omega —mas, esquivó el cuchillo que se dirigió a su frente.

—Maldita sea tu casta —gruñó mientras obligaba a sus piernas a moverse, a desobedecer la voz de mando que aún lo hacía temblar—, porque usar esa vil estrategia es de bastardos.

—Es mi arma; si no la uso, sería estúpido.

—Pues yo lucharé por volverme inmune a eso.

—Hum —Ricardo sonrió antes de prepararse para la pelea—. Quiero ver eso.

 

Squalo fue golpeado en varias ocasiones, lanzado e impactado contra las paredes, y aun así no dejó de levantarse para ir en contra de ese alfa. Se negó a ceder, quiso luchar a pesar de que sabía que no estaba al nivel de ese hombre que era casi la copia total de Xanxus de no ser por ese cabello largo, las patillas algo espiraladas y esos ojos color verde parecido a un asqueroso moco. Siguió y siguió. Incluso cuando cayó por la segunda voz de mando, continuó agitando sus puños y forzó a su cuerpo a dañarse para poder demostrar que no se iba a doblegar.

 

—Déjalo, escoria —para rematar, esa voz cansada solo hizo que Squalo se enfadara más.

—Hermanito —se burló Ricardo mientras dejaba de lado al muchachito que golpeó y lanzó lejos, y se giraba hacia el recién llegado—, con ese traje hasta pareces de familia adinerada.

—No me jodas —frunció el ceño y bostezó.

—Me alegra que dejases de usar esa ropa de vagabundo y tomaras algo decente.

—Ricardo —Xanxus sonrió de lado—, vete al carajo y deja a mi tiburón en paz.

—Oh —fingió asombro—, no sabía que te gustaba este omega.

—Vete con tus pendejadas a otra parte —pero Xanxus ni se inmutó por las palabras de su hermano—. Sal de mis dominios si no quieres que te mate.

—No podrías matarme.

—No me tientes, hijo de puta, porque ganas no me faltan de convertirme en hijo único.

—Que vulgar eres, Xanxus.

—Y tú un marica —se rascó la nuca—, así que piérdete.

—Cuanto amor parental —rió Squalo mientras se levantaba—. Hasta les tengo envidia —chasqueó su lengua tras la burla.

 

Xanxus soltó una carcajada por lo dicho, elevó el tono de su risa hasta que incluso asustó a sus subordinados, fue peor cuando Ricardo también empezó a reír antes de encaminarse lejos del omega. Squalo sólo se quedó ahí, de pie, sonriendo, desafiando a los alfas con la mirada. Mejor lugar para estar no pudo haber escogido. Todos esos raros hacían de su asquerosa vida algo más llevadero.

Y cuando Ricardo desapareció del lugar, Xanxus le invitó a Squalo un trago; y cuando Squalo se negó, éste se lo llevó a rastras por los pasillos. Nadie entendía el accionar del jefe máximo o del hermano del mismo, pero tampoco querían cuestionar eso por su propia seguridad. Ni siquiera les importaba lo que pasara con el omega pues ya lo consideraban como una molestia que deseaban desaparecer lo más pronto posible. Lástima que el destino no beneficiaría a las escorias.

 

—Ésta cosa sabe bien —Squalo se hallaba sentado en un sofá, bebiendo algo de wiski con hielos.

—¿Le golpeaste al menos? —preguntó Xanxus mientras se estiraba todo lo posible en su sofá.

—¿A tu jodido hermano? —hizo una mueca por el dolor de mover su cuerpo y acomodarse—. Le atiné unos dos golpes.

—Pff —bufó antes de beber de su vaso—. Así no me sirves, basura.

—Espera a que mejore —sonrió de lado— le patearé los huevos y después te los patearé a ti, jefe bastardo.

—Niño imbécil —rio antes de servirse más wiski—. Sabes que no tengo paciencia, así que, si no mejoras pronto, te desecharé.

—Ya vencí a todo tu maldito pelotón de novatos —Squalo se relamió los labios—, asciéndeme a otro grupo.

—¿A todos? —elevó una ceja y miró de refilón al omega.

—¿No viste al moribundo de la esquina? Al que le tatué gentilmente mi nombre.

—Eso no me vasta —rió antes de tomar la botella y sorber con gula de aquel néctar adictivo—. Mata a uno —soltó un eructo y después sólo suspiró.

—Espera —Squalo se sentó bien y miró a Xanxus—, ¿que acaso no son tus subordinados?

—Basuras que han sido vencidas por un omega, no me sirven —lo miró burlón—. Así que sólo mátalos.

—Son tu gente, bastardo —se puso serio—. No son juguetes a los que desechar.

—Tu crianza omega te ha hecho débil —sonrió de lado—, pero en sí la sociedad es débil… Y ya creo que me hizo efecto el alcohol que ingerí en la dichosa fiesta —rio echando su cabeza hacia atrás—. Ando de poeta —murmuró fastidiado.

—Fuiste a un matrimonio, ¿no? —casi lo había olvidado por ese estúpido entrenamiento, pero acababa de volver su interés y por eso prefirió indagar un poquito.

—El de tu amigo, basura —bufó antes de acomodarse un poco en el sofá para sentarse adecuadamente.

—¿Cuál? —casi se le va el aire cuando escuchó aquella palabra tabú en su vida: “amigo”.

—Un omega.

—Sí —golpeó el suelo con su pie—, pero, ¡cuál!

—No sé —Xanxus bufó antes de seguir bebiendo—, una basura como las demás.

—¡Joder! ¡Si me vas a contar, hazlo bien! ¡Maldita sea!

—Uno de tantos —frunció el ceño—, ¡y a mí qué me interesa! —bufó.

—¡Voooiii! Tú solo fuiste por el licor —se levantó y lanzó el vaso que le dieron.

—El de cabellos raros —rodó los ojos cuando recordó ese detalle, lo único que se le vino a la cabeza en ese instante.

—Tsunayoshi —Squalo jadeó antes de acercarse a Xanxus—. Dime con quien… ¡Con un demonio! ¡No te duermas, imbécil!

—¿Ya mataste a uno? —pateó a Squalo para que dejara de tocar su chaqueta y zarandearlo. Maldito omega rebelde y maleducado.

—Elige y le rasgo la garganta —mencionó porque si iba a tener información, y a más de eso se libraba de uno de esos idiotas, pues bien, lo haría, mancharía sus manos.

—Cualquiera, sólo mátalo.

—¿Y me contarás después?

—No sólo eso —susurró entere bostezos—, te ascenderé a un escuadrón más avanzado.

—No te duermas —Squalo se alejó con prisa, dando pisotones ansiosos—. Ya regreso.

—¿Quieres un arma? —se burló.

—Lo haré con mis propias manos.

—Así se habla… basura —y entonces Xanxus cerró los ojos en medio de una sonrisa, porque ese omega en serio que llegó para hacerle la vida un poco más divertida.

 

 

Casa…

 

 

Lo intentó, de verdad que quiso salir de su casa para ir con sus padres, pero no lo pudo hacer. Cuando dio apenas un paso afuera, un beta lo detuvo y le cerró la puerta; intentó por una ventana, tuvo la misma suerte y lo devolvieron dentro; incluso quiso trepar por la pared del jardín trasero, pero fue el propio Kusakabe quien en esa ocasión lo devolvió a la casa. Al menos él sí tuvo la amabilidad de explicarle el porqué de ese encierro repentino.

 

—Kyo-san me pidió que lo vigilase…. Él sabía que usted intentaría salir de casa.

—¡No voy a escapar! —estaba frustrado, ya no quería sentirse más prisionero de lo que ya estaba— Ya me casé, ¿qué más quiere?

—No es algo tan sencillo como eso.

—Entonces dígame, ¿por qué me aprisionó aquí?

—Es por tu bien.

—Por favor —miró suplicante a ese beta—, dígame porqué me quiere encerrar.

—Hay una regla básica —dudó un poco en decir aquello, pero lo consideró adecuado para que el omega dejase de intentar salir sin permiso ni compañía de esa casa—, algo que está sobreentendido en la sociedad alfista —su rostro mostró incomodidad y a la vez tristeza—, es una regla general que dice que un omega recién casado no debe salir de casa por al menos dos semanas.

—¡Qué estupidez!… —Tsuna se jaló de los cabellos—. Ni que fuera un tipo de iniciación.

—En realidad es algo así como un tiempo de sanación y de acoplamiento.

—No entiendo.

—Se supone que, en la mayoría de casos, los matrimonios se dan por conveniencia entre alfas y omegas de buenas familias, eso para evitar líos por territorios o muertes debido a la lucha por marcar al omega virgen —Kusakabe suspiró—. Se supone que la noche de bodas es… es algo duro de soportar para los omegas.

—¿Acaso son tan salvajes? —temió.

—A veces —el azabache apretó los labios—. Además, dependiendo de la familia, los omegas son obligados a presentar su celo en la noche de nupcias para que el alfa lo marque como es debido, y si la suerte está con ellos, engendren al primer heredero también.

—¿Acaso son cavernícolas?

—Es una de las cosas que no han cambiado a través de los años —Kusakabe miró al castaño con algo de compasión—. Lo que quiero decir es que esa noche y las siguientes, tomando en cuenta el celo del omega y otras cosas, representan un daño para el omega que debe ser reparado con tiempo.

—Eso es cruel —susurró.

—Si un omega sale de su casa antes de esas dos semanas y sin compañía de su alfa, eso es tomado como una deshonra… —miró al castaño—, y en su caso, Tsunayoshi-san… podría ser la causante de un alboroto a nivel alfista.

—O sea que para no dañar la imagen de mi esposo —habló con burla sintiendo la ira fluir por sus venas— debo quedarme aquí.

—Es para que usted permanezca con vida —Kusakabe habló con seriedad, sin darle oportunidad a ese castaño de creer en cosas que no eran—, porque usted es el que será acusado de traidor pues no supo complacer a un alfa de la casta pura.

—¿Yo? —jadeó debido a la impotencia.

—Si un omega huye de su lecho matrimonial es considerado un criminal que debe morir antes de que cause deshonra a su alfa… —trató de mantener la calma, pero le preocupaban muchas cosas—. En su caso es aún peor pues usted no ha sido tocado siquiera o marcado por Kyo-san… Su seguridad pende de un hilo y por eso es que se me encargó mantenerlo aquí.

—Eso no puede ser —habló incrédulo.

—Kyo-san no quiere verlo morir.

—¿Qué clase de maniáticos son esos alfas?

—Son herederos de un linaje especial —apretó los puños—, están condenados a seguir con decenas de normas desde el mismo día en que nacen.

—Dios.

—Esto es la clase alfista japonesa, cuna de tradiciones que no deben ser cuestionadas porque a los más ancianos no les gusta. Ellos tienen la suficiente fuerza e influencias para eliminar todo lo que no les agrade y por eso quien entra a este círculo social está aprisionado y…

—No más —Tsuna elevó sus manos para detener el habla del beta—, por favor, Kusakabe-san… no me diga más.

—Lamento que usted haya sido condenado a pasar por esto, Tsunayoshi-san —habló con respeto mientras le daba una leve reverencia.

—¿Por qué nunca supe de esto? —sollozó desesperado, abrumado por tantas cosas que le pasaban en tan poco tiempo.

—Porque la clase media, en donde por lo general sólo hay betas, no necesita saber de algo que jamás podrán alcanzar.

—Es horrible —hipó.

—Es el precio a pagar por ingresar a un mundo lleno de lujos y poder —Kusakabe se levantó y reverenció al chico porque ese pequeño castaño era también su superior debido al matrimonio arreglado con su jefe—. Así que, por eso, Tsunayoshi-san, no intente salir de aquí de nuevo.

—¿Por qué Hibari-san no me lo dijo?

—Él no quiso asustarlo —miró al castaño con pena—. Usted puede creer que Kyo-san es un ser sin corazón, insensible y un monstruo, pero yo que lo conozco desde hace años… le puedo asegurar que no es así. Y a pesar de que él no diga las cosas en voz alta, sé que está velando por su seguridad pues no quiere verlo sufrir.

—Es un idiota —murmuró dolido.

—No lo insulte —suspiró—. Y le pido que, por favor, no le diga que yo tuve esta plática con usted.

—¿También corres peligro? ¿Él te hará algo?

—No —sonrió por la preocupación hacia su persona—, pero se enfadará porque seguramente quiere que usted siga teniendo una vida normal e ignorante de asuntos ajenos.

 

Tsuna vio salir a aquel chico de extraño peinado en silencio, sin moverse siquiera. Envidió a Kusakabe por su naturaleza beta y envidió a todos los demás porque no tenían que pasar por lo que él en esos momentos. Tenía ganas de llorar y así lo hizo, quedándose en ese sofá, abrazando sus piernas, suplicando despertar de ese mal sueño.

No quería permanecer en ese infierno, no quería saber qué más debía aprender de la sociedad alfista, no quería sentir ese miedo latente en su interior.

 

 

Harem…

 

 

Lambo masticaba frenéticamente el chicle que le había robado a Yuni; después se disculparía, pero en eso momento ese estúpido chicle —que ya no tenía sabor—, era lo único que lo separaba de un ataque de ansiedad tal que sería capaz de destrozar la estancia del harem. Había estado ansioso desde que vio a Tsuna en esa jodida fiesta, pero cuando dejó de verlo su estado anímico empeoró. Gracias al cielo sus compañeros en esa tragedia lograron calmarlo lo suficiente para salir de ahí sin dejar de ser “la bonita colección de acompañantes de la familia Argento”.

No quería que su amigo tuviera una suerte cruel y menos en manos de ese muñeco andante llamado Kyoya. Muñeco por lo sin vida, expresiones faciales o calor humano, cabe aclarar.

No le importaba que sus compañeros lo vieran raro mientras él masticaba con la boca abierta, hacía bombas o sólo se golpeaba la frente contra la pared. Necesitaba centrar su cuerpo en algo o terminaría gritando hasta que Reborn bajase enfadado por el ruido y le golpeara como la última vez que quiso revelarse porque estaba cansado del encierro y quería salir a respirar aire puro. Los golpes de ese niño dolían, y mucho, peor fue tener que empezar un entrenamiento físico como castigo a su infantil forma de ser. Jodido fuera ese estúpido alfa maltrecho y fallido.

 

—¿Estás bien?

—No.

—Nos estás asustando a todos —mencionó Yuni quien era de las pocas que no se intimidaba ante casi nada, bueno, si era sobrina de Reborn eso era normal—. ¿Puedes parar?

—Vale —suspiró antes de sacarse el chicle de la boca y recostarse en medio de ese suelo alfombrado.

—Ahora… —sonrió divertida—, ¿puedes decirme qué es lo que tienes?

—Necesito salir de aquí —murmuró tras cerrar los ojos y apretar los puños.

—Sabes que eso no se puede —suspiró Yuni.

—Pero… es que Tsuna… —se quejó como un niño—, necesito saber de él y del porqué I-pin estaba con el padre del alfa ese… y porqué Fuuta lloraba… o porqué Shoichi olía a limón siendo que su aroma original es el de los malvaviscos —cerró los ojos de nuevo y se giró para estar más cerca de aquella linda niña.

—Podemos preguntarle a mi tío —sonrió antes de acariciar los cabellos rizados de Lambo.

—Sabes que no me responderá. Él solo me ignora todo el tiempo o sólo viene a castigarme porque hice alguna estupidez.

—Sabes, hay que saber pedir las cosas —murmuró la pequeña antes de golpear suavemente la frente de Lambo—. Pero si eso es lo que te tiene tan mal, puedo ayudarte.

—¿Lo harías? —la miró esperanzado.

—Sí —sonrió—, pero primero debemos cambiarnos y después pediremos hablar con el tío Reborn.

 

No bastó más para que Lambo colaborara y se dirigiera a su sección —compartida con otros dos omegas varones—, para poder quitarse ese estúpido kimono y se colocara ropa más cómoda, unos jeans y una camisa bastaron. En menos de cinco minutos estaba parado en la salita de estar, balanceándose y esperando a que Yuni estuviera lista. Les sonrió a sus compañeros que parecían aliviados al verlo más “normal”, e incluso se disculpó con Any que era la que más preocupada estaba. Al final, junto con aquella pequeña niña de bonitos ojos azulados, tocaron la puerta de entrada del harem y pidieron hablar con Reborn. Cosa que fue solicitada por radio y aceptada con un simple “sí”.

Era una prisión bastante rara, pero a la que tenía que acostumbrarse porque de ahí no saldría sino hasta que Reborn lo autorizara. Al menos la comida era buena. Y seguía virgen, eso fue un plus. Lo malo era que estaba condenado a ser una mascota detrás de una vitrina en espera de un alfa que lo reclamara, uno de la familia Argento si mal no recordaba de la larga plática que tuvo con Reborn y su hermana Aria. Cosas feas que aprendió después de ese tiempo en claustro, eso, además de enterarse de que los alfas de la clase social alta eran y siempre serían sólo muñecos usados para heredar la mejor genética, llegando incluso al punto en que eran puestos bajo pruebas médicas y químicas para convertirse en alfas de sangre pura.

 

—¿Mamá? —la voz de Yuni lo sacó de sus pensamientos después de entrar a ese salón en donde se reunían los alfas— ¡Mamá! ¡En verdad eres tú!

—Yuni —una mujer de cabello negro y de similares ojos azulinos que los de Yuni se levantó de un salto; esa era Aria, quien sin pensarlo abrazó a la pequeña que se lanzó a sus brazos—. Te extrañé tanto —besó la frente de la pequeña que no podía con tanta felicidad.

—Yo también —se escondía en el cuello de su madre demostrando ser una niña nada más.

—Bueno… Ustedes dos, fuera —Reborn miró a sus familiares—. Y yo charlo con el niño aquí presente.

—El niño eres tú —murmuró Lambo entre dientes, pero luego recordó el consejo de Yuni y elevó su rostro para intentar sonreír—. Gracias por recibirme, Reborn-san.

—Los alfas tenemos muy buen sentido del oído —Aria rió de forma divertida y Lambo palideció—. Suerte, pequeño… Y no hagas enfadar a mi hermanito.

 

Minutos de silencio extendidos hasta que quedaron sólo ellos dos. Sinceramente Lambo prefería hablar con Aria que era una alfa mucho más agradable que Reborn, hasta le tenía algo de cariño nacido tras conocer su historia y la de Yuni. Asquerosa sociedad que separaba familias, pero él nada podía hacer.

 

—Si no hablas, vuelve al harem…

—Yo… —se tragó su orgullo y siguió— quiero saber de Tsuna y de los demás… por favor —suplicó.

—No —Reborn ni lo miró por más de tres segundos—. Ahora vete.

—Perdón por lo que dije entre dientes —continuó porque en realidad necesitaba saber y sólo Reborn podía sacarle de dudas.

—No —chistó—. Ahora vete —agravó su voz.

—No te quitaré mucho tiempo, sólo respóndeme algunas preguntas, por favor.

—No.

—¡Carajo! ¡Por qué eres así de infantil! —pero se cubrió los labios por el terrible error que cometió—. Lo siento… yo…

—Te podría matar si deseara, mocoso inútil —Reborn frunció el ceño a la par que se levantaba de su cómodo sofá—. Nadie se enteraría, nadie te iba a extrañar pues vienes de una familia quebrada. No hiciste nada bueno en tu vida, nadie notaría siquiera tu ausencia. ¡No importas en este mundo! —Lambo olvidó lo cruel que podía ser ese niño a veces.

—¡Si quieres humillarme, puedo hacer igual! —Lambo tenía miedo, pero no se iba a quedar callado, no más—. Después de todo estoy ante un alfa que no logra enlazar con un omega y tiene un harem que le recuerda cada uno de sus fallos. ¡Eres un alfa incompleto!

—¡Estás muerto! —la voz de Reborn fue temible, ronca y que auguraba dolor. Lambo sólo pudo retroceder dos pasos antes de empezar a temblar.

—Deberías llamarlo un alfa fallido —una voz se unió a la plática, una burlona y que después soltó una carcajada—. Un experimento fallido, una deshonra, un estorbo para la familia… más que eso.

—¿Qué carajo haces aquí? —Reborn ni siquiera miró al recién llegado, sólo metió su mano en su chaqueta y sacó un arma verdosa que se acoplaba perfectamente a su mano.

—Vine por mi esposa.

—No eres bienvenido en mi mansión —Reborn le hizo una seña a Lambo y éste asintió antes de agachar su cabeza y encaminarse a una esquina del salón. Aprendió de mala forma que debía actuar sumiso ante las visitas—. Vete, ahora.

—¿O si no qué? ¿Usarás tu voz? —se burló aquel rubio platinado de ojos negros—. Ah perdón… olvidé que tu voz es tan débil que ni siquiera debería ser considerada como voz de mando.

—Te meteré una bala en medio de la frente para que te calles, Antonio —Reborn apuntó su arma y sonrió de lado—. Nadie te va a extrañar.

—Reborn, detente —Lambo vio a Aria y soltó el aire en alivio porque sinceramente no le hacía gracia saber que su único protector se enfrentaría a ese alfa al que desconocía—. Antonio, dije que iba a demorar.

—Nos vamos —el rubio hizo una seña con sus dedos y después miró a la niña que se escondía detrás de Aria por unos segundos—. No quiero que siquiera veas a esa mocosa inservible.

—Es tu hija —aclaró la alfa mientras acariciaba la cabecita de Yuni quien asustada se aferraba a la cintura de su madre.

—Mi casta no genera omegas —bufó—, fue tu genética la que ocasionó ese fallo —habló despectivamente y Yuni perdió aquel brillo tan bonito en sus ojos.

—Atrévete a insultar de nuevo a mi familia —Reborn se acercó al alfa mayor— y estaremos en graves problemas.

—Tú y tu hermana no son más que una deshonra —sonrió— son unos…

 

A veces Lambo odiaba su forma tan impulsiva de ser, en ese punto se sintió idiota por reaccionar después de haberle lanzado un florero a ese alfa, mismo que fue esquivado y se rompió en mil pedacitos, pero del que un pequeño trozo golpeó la mejilla de ese tipo. Tembló por la mirada dirigida de ese engendro, pero no se arrepentía porque nadie podía hablar mal de la niña que lo acunó como a un hermano desde el momento en que llegó, ni de la mujer que le brindaba una sonrisa amable a pesar de que era un omega. Joder… ¿qué se creía ese tipo?

 

—Ni se te ocurra intentar algo en contra de mi omega —Reborn advirtió aquello antes de llamar a Lambo, mismo que casi corrió hasta ponerse detrás de él—. Y lárgate porque aquí se queda mi hermana por el resto de esta semana.

—Te crees mucho pero no eres nadie, Reborn —gruñó Antonio, dando muestras de estar dispuesto a pelear.

—Al menos yo nací en cuna de alfas de casta pura —sonrió el adolescente de patillas rizadas— y no soy sólo el segundo primogénito de un alfa que subió a la punta de la clase alfista a base de trabajos forzados y matrimonios por conveniencia.

—La pagarás… —Antonio miró con rabia a Reborn para después enfocarse en su esposa— ¡Aria!

—A mí no me amenaces, Antonio… porque estoy a punto de lograr que el consejo rompa la unión entre tú y yo —sonrió—. Un poco más y nosotros dos seremos un par de desconocidos de nuevo.

—No lo lograrás.

—Ya lo logró —Reborn sonrió cuando sacó su teléfono celular que vibraba y contestó con el altavoz.

Carnívoro… el trato ya está hecho, tu hermana es libre. Ahora cumple con tu parte.

Vaya que eres eficiente, niño —Reborn sonrió mientras agitaba un poco el celular—, y tranquilo… lo dejaré ir cuando el plazo de tus dos semanas se acabe.

—Ese fue… —Antonio gruñó—. No sé cómo lo hiciste, pero tu paz no durará.

—Antonio, contaré hasta tres y si no sales de mi vista… te mato.

 

Paz, Lambo amaba la paz. Y si bien no entendió qué paso ahí y porqué Kyoya llamó a Reborn; si ese tal Antonio se iba y Aria era libre, estaba feliz. Jodido sistema social, no entendía un carajo, pero al menos parecía funcionar en ocasiones.

Al final no sólo vio a Yuni llorar por la felicidad ya que volvería a estar con su madre, también apreció como Aria daba vueltas con su hija en brazos a la par que Reborn sonreía de lado mientras examinaba el resto de balas que le quedaban pues había disparado una vez para terminar de ahuyentar al tal Antonio. Además, él también salió beneficiado pues pudo saber detalles de lo ocurrido en esa estúpida boda ya que Aria se lo contó cuando estaban en medio del almuerzo en el harem.

A veces, y sólo a veces, las cosas podían mejorar.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

Krat se muere de sueño porque no ha dormido weeeeee… la uuuuuu.

Ok ya XD.

Al parecer me va a tomar otro capítulo el detallar la vida de todos los omegas, además, no quería retrasar más la actualización. Lamento la demora, pero la vida de un adulto es difícil jajaja, esperemos mejore un poco.

Espero les haya gustado, aunque sea un poquito~

Besos~

Se despide: Krat~


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