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Locura por mi todo por 1827kratSN

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No supo bien porqué, pero tampoco le interesaba ahondar en cuestiones que tal vez lo hiciesen detener sus actos. Tenía que admitir que le gustaba como estaban las cosas y que conscientemente hacía de todo para que siguiese así. Además, Hibari no parecía desear cambiar eso, así que debería estar bien.

Muy bien…, demasiado bien.

 

—¿Hibari-san? —susurró quedito.

—Hum.

—Si está cansado, podríamos parar.

—Estoy bien.

 

Se habían quedado en la sala viendo una película, las luces estaban apagadas, tenían un bowl con palomitas de maíz y un par de latas de refresco abiertas. El sonido estaba bajito porque en el sofá dormía Aiko arropada con un par de mantas para que no tuviese frío; su pequeño pajarillo había caído en su mundo de sueños casi a los quince minutos iniciada la película, pero no la fueron a dejar en su cuarto para vigilarla adecuadamente. Ellos en cambio estaban sentados sobre la alfombra, cubiertos por una manta suavecita y poniendo atención a los detalles de esa historia de ciencia ficción.

Nada raro.

En realidad, muchas cosas eran raras desde aquel incidente con Nagi.

Tsuna sentía los brazos de Hibari rodearle la cintura en un abrazo reconfortante, su espalda estaba acomodada en el pecho ajeno y sentía la respiración del mayor chocar sutilmente contra su sien derecha. Podía claramente ver las piernas del alfa junto a las suyas levemente flexionadas, así como la frazada que los cubría casi por completo. De vez en vez consumía alguna palomita y Hibari también lo hacía; Hibird se robó un par, pero el canario se hallaba bien acomodado con Aiko y seguramente dormitaba también.

 

—¿Puedo repetir esa escena? Es que no la entendí bien.

—Sí.

 

Un día simplemente decidió reconfortar al alfa con un abrazo, después se sintió raro por la visita inesperada de Nagi, y al día siguiente se halló sonriendo mientras jugaba con Aiko en el cuarto del alfa. Lo abrazó antes de dormir, le sonrió al despertar, se sentó junto al alfa cuando le fue posible, usó a Aiko para acercarse más. Dejó que sus feromonas sugieran solas mientras reflejaban su intento por ser amable, dulce y comprensivo. Y sin darse cuenta Hibari lo estaba buscando por sí solo, abrazándolo para olfatear más de cerca su esencia, buscando confort en un contacto o simplemente compartiendo espacio mientras él también dejaba brotar un poco de sus feromonas y mezclaba sus perfumes.

Y en ese instante estaban abrazados como si fuera algo muy normal.

Para Tsuna estaba claro que todo inició con esa necesidad por reconfortar a quien estaba sumamente triste, transcurrió con ese mismo motivo, pero en ese instante ya no sabía si seguía intentando consolar a Hibari o si algo más pasaba. Sin embargo, no quería pensar en eso, no porque se conocía y traería a su mente mil posibilidades que sólo lo estresarían y arruinarían lo que tanto le costó conseguir. No quería que aquel alfa se volviese a ver tan triste y desconsolado. Sólo quería que Hibari fuese… feliz.

Porque de esa forma ambos salían ganando.

 

—Hibari-san —nunca lo interrumpía mientras trabajaba, pero a veces era necesario—, tiene que ver esto.

—¿Qué sucede? —desvió su mirada del monitor para observar a sus visitas.

—Usted sólo —Tsuna se acercó al alfa hasta estar a una distancia adecuada y se inclinó con Aiko en brazos— llame a Aiko.

—¿Qué?

—Usted sólo estire sus brazos hacia ella —sonrió animado—. ¡Haga lo que le digo!

 

Tsuna vio a Hibari suspirar antes de girar su silla hacia ellos dos. Sonrió. Besó a su pequeño pajarillo quien le devolvió el gesto antes de que el castaño se arrodillara en el suelo y dejara que su pequeña se parase sobre el suelo de madera. La giró hacia Hibari, sujetándola por debajo de sus bracitos, sonriendo cuando Hibari le hizo caso y estiró sus brazos hacia la pequeña bolita de azúcar que tenían por hija.

 

—Aiko…, ve con papá —sonrió mientras dejaba que su pequeña se decidiera a hacerlo.

—Papa —sus manitos se estiraron a la vez que esos dedos regordetes se movían para abrir y cerrar los puños—, papa, papa —sonrió antes de dar su primer pasito.

—Ve, pequeñita.

 

La dejó dar dos pasitos antes de separar lentamente sus manos, la soltó para que siguiera equilibrándose sola, se quedó observando cómo el pie derecho se movía para adelantarse al izquierdo mientras su pequeña se tambaleaba un poco. Observó fijamente como Aiko daba sus primeros pasos sola mientras estiraba sus manitos hacia el alfa. Fueron cuatro pasitos contados, dificultosos y temblorosos, pero fueron los primeros dados por aquella nenita antes de que temblara y casi cayera, pero jamás tocó el suelo.

Hibari la sujetó a tiempo, le dio soporte para que diera dos pasitos más antes de cargarla y darle un beso en la frente mientras Aiko reía suavecito. Tsuna entonces pudo ver una sonrisa más notable, sincera y radiante en labios de aquel azabache. Vio reflejado en ese gesto el orgullo de un padre que acababa de ver los primeros pasos de su primogénita. Compartió esa dicha y simplemente se quedó en silencio admirando a la nenita treparse sobre el regazo ajeno para pararse sola y alcanzar el rostro del alfa para sujetarlo con sus manitos.

 

—Tú y Kyo-kun ya se llevan muy bien —Nana sonreía mientras ayudaba a colocar los adornos faltantes en esa sala.

—Aprendimos a aceptarnos, comprendernos y tolerarnos —sonrió Tsuna mientras veía con orgullo el nombre de su pequeña en el adorno que colgó.

—Eso es muy bueno —pegó la última serpentina—, mucho más para un matrimonio estable y fuerte.

—Supongo que Aiko tuvo mucho que ver —rio porque toda la decoración era por causa de su pequeña.

—Tal vez —sonrió—, pero lo demás fue por tu causa y por la de Kyo-kun.

—Supongo que aprendí a quererlo.

—¿Quererlo?

—No es tan malo cuando lo conoces —sonrió.

 

No lo era, en realidad Hibari era alguien muy confiable y agradable si lo tenías por el lado bueno. A veces Tsuna se preguntaba el por qué le costó tanto reconocerlo, pero también admitía que en un inicio todo lo que se relacionaba con los alfas le daba miedo, inseguridad y repelús. No era su culpa, así lo educaron. Siempre le enseñaron que debía someterse ante un alfa, pero Hibari le enseñó que no siempre debe ser así y que muchos de esos alfas pueden ser muy humanos hasta el punto de considerarse como iguales.

Al fin entendió que sin importar la casta siempre habrá personas buenas y malas.

Los invitados llegaban de uno por uno, a veces en pares, a veces en grupos, pero por lo general sólo llegaban y ya. No eran más de diez personas inicialmente; Takeshi, Haru, I-pin, Fuuta, Enma fueron los principales y con ellos llegaron los demás. Adelheid y Mayu quienes ocuparon los sillones o ayudaron a colocar los últimos bocadillos en la mesa del centro. Nagi y Tsuyoshi quienes animaron el ambiente con algo de música y sushi. Mukuro quien fue en busca de su amigo-enemigo para “ayudarlo” con los regalos. Baek quien llegó junto a Spanner para pasar el rato y charlar un poco con sus conocidos. Todos siempre pendientes de saludar a la festejada de esa ocasión.

 

—¡No puedo creer que aceptaras esto, ave-kun!

—No tuve opción contigo —bufó—, eres como una lamprea con el herbívoro despistado.

—Golondrina —elevó su dedo índice—, repite conmigo, golondrina —sonrió.

—Te peleaste con él —Kyoya observó al de mirada bicolor quien apretó un poquito sus labios—. No te estás pegando a él como chicle, ni siquiera lo has mirado en largo rato.

—No te interesa.

—Al fin se cansó de ti, piña tonta.

—Eso duele —se quejó, pero soltó un suspiro—. Oye… Como amigo, ¿me darías un consejo?

—No soy tu amigo… —Mukuro ni siquiera le discutió, eso era nuevo—, pero puedo escucharte.

—Ay… —se sujetó el pecho— sabía que me querías —pero por más que intentó, no pudo sonar tan molesto como siempre.

 

Aiko estaba fascinada de ver tantas personas reunidas en su sala, algunos con quienes interactuaba muy seguido y otras que había visto pocas veces. Le encantaba que le pusieran atención, reía con cada juego y palabra que intentaba repetir. Aprendió a hacer ojitos y a mandar besos volados. Caminó por todos lados sujetando la mano de alguien, comió algunos bocadillos nuevos, jugó con algunas cosas nuevas y se entretuvo con los volantes de su pomposo vestido celeste.

Todos disfrutaron de pasar tiempo con la pequeña festejada.

Tsuna tuvo que estar pendiente de que los bocadillos se repartieran sin problema, su madre ayudó con las bebidas, su padre con las fotografías y el almuerzo que saborearon en la tarde. Fue una reunión sencilla, pero amena. Fue como un pequeño lapso o un evento que marcaba la finalización de aquella pena que habían pasado con la muerte de Leo, y si bien no significaba que su dolor quedó de lado, al menos les entregó algo de nueva vida… Y todo se reflejó en la sonrisita de la pequeña que aplaudía mientras le cantaban el feliz cumpleaños.

 

—Su primer cumpleaños.

 

Tsuna sonrió al fotografiar como Aiko se paraba en una silla e intentaba tocar el pastel con su dedo índice. Hibari apagó la vela para evitar una quemadura y la retiró a la par que su pequeño pajarillo lograba alcanzar la crema para llevarla hacia su boca con interés. Todos rieron a la par que la pequeña hacía una mueca maravillada al sentir el dulce sabor del merengue y Hibari la detuvo antes de que se lanzara sobre el pastel. Tsuna entonces se colocó junto a ese par para que Takeshi los fotografiara, y luego sus padres se unieron hasta que todos tomaron su turno para captar aquel momento.

El pastel fue repartido, las bebidas, los últimos bocadillos y finalmente algunos regalos fueron desenvueltos para que Aiko se entretuviera. No fue nada del otro mundo y, aun así, para el castaño fue muy especial porque fue un capricho más que Hibari le cumplió, uno que no le costó mucho de expresar ni de que fuera aceptado. Además, todos se divirtieron así que al final todo salió bien.

 

—Le dije que iba a ser divertido.

—Fue muy herbívoro.

—Pero Aiko lo disfrutó.

 

Sonreía triunfante, porque era así, tenía razón y nadie le iba a quitar esa satisfacción.

Su pequeña bostezaba, pero se negaba a dormir sin desgarrar todo papel brillante que tuviera a su paso. La ayudaron para que al fin se quedara en paz, desenvolvieron todos los regalos, apilaron las funditas y el papel, fue sólo ahí cuando Aiko buscó los brazos del alfa y cabeceando empezó a murmurar algunas cosas hasta que poco a poco —arrullada por el tarareo de Hibari—, se quedó dormida.

Había sido un día muy agitado, Aiko no era la única agotada.

Tsuna quería descansar, tirarse a su cama y quedarse ahí hasta el día siguiente, pero en vez de eso empezó a analizar dónde guardaría cada juguete, peluche y prenda de ropa nueva de Aiko. Suspiró, eran muchos regalos a pesar de que los invitados fueron pocos. No pudo evitar soltar una quejita disimulada, pero de nuevo olvidó que los alfas tenían un sentido del oído muy agudo. Fue así que de un momento a otro Hibari tiró de su brazo para detener su tarea y en vez de eso lo acercó a él.

 

—¿Hibari-san? —lo miró interrogante cuando sintió el brazo ajeno rodearle los hombros.

—Hay que ir a dormir.

—Pero…

 

Sintió la leve caricia en su cabeza, aquella dada por los dedos tibios del alfa y poco después apreció el agradable aroma de madera seca rodearlo. Era tan reconfortante, se sentía tan animado sólo con eso… y por eso se inclinó lo suficiente para estar más cerca del azabache. Ya no le daba vergüenza la proximidad que él mismo instauraba, hace tiempo que todo eso pasó a ser algo normal, por eso se sentó tan cerca como pudo de Hibari y reposó su mejilla en el pecho del mismo. Escuchó el latir acompasado, los suspiros de Aiko y poco después el bostezo del alfa.

 

—Buenas noches, Hibari-san —sonrió al despedirse esa noche.

—Buenas noches, Tsuna.

—Es agradable que ya no me diga herbívoro tan seguido —rio bajito.

 

Todo parecía tan perfecto, todo tan bien estructurado en su pequeña familia, pero se olvidó de algo muy importante. Algo verdaderamente importante.

La segunda mañana después del cumpleaños de su bolita de azúcar, notó que Hibari se alistaba para salir, que de igual forma Aiko estaba siendo preparada y él fue informado de que visitarían a alguien. Tsuna sintió correcto preguntar si también podía ir, y cuando se le fue permitido instantáneamente se animó. Siempre que podía salir en familia se sentía feliz, porque era divertido hacerlo.

Pero por su mente jamás pensó que el destino fuera ese.

No creyó pisar un sitio así tan pronto, es más, ni siquiera pensó en que Hibari llevaría a Aiko a ese lugar. Largos jardines adornados por flores dejadas por familiares junto a las lápidas de quienes abandonaron ese mundo. Pasajes definidos entre las hileras de piedras talladas, algunas personas que transitaban con un ramo entre las manos, silencio opacado por el silbar del viento, alguien que a lo lejos sollozaba en memoria de quien visitaba, tristeza acunada en ese cementerio.

 

—Llegamos.

 

Tsuna no preguntó a quién visitarían, es más, mientras caminaba detrás de ese alfa recordó ciertos hechos dados en los últimos meses, rememoró todas las cosas terribles de las que se enteró y finalmente recordó un solo nombre que calzaba con la fecha, las circunstancias y aquel sitio que no había pisado. El castaño recordó que el cumpleaños de su pequeño pajarillo violeta marcaba también una serie de aniversarios que no eran agradables de recordar.

 

—Ya estoy aquí, Liliana.

 

Hibari se inclinó ante la lápida bien cuidada que dictaba el nombre de aquella persona que Tsuna no conoció directamente pero que era la gestora de muchas cosas sucedidas en su vida. Aiko entre los brazos del azabache miró con extrañeza el lugar antes de fijarse en las flores que Hibari colocó cuidadosamente en el sector que limpió usando sus manos con meticulosa paciencia. Tsuna apretó los labios y se acarició el brazo derecho porque no sentía que debía estar ahí, pero también tomó en cuenta que aquella mujer le cedió a su bello ángel y debería agradecérselo adecuadamente.

El castaño se acercó en silencio y se arrodilló junto a Hibari para mirar más de cerca aquella morada y darse cuenta de que una fotografía estaba enmarcada en una esquina; una donde una muchachita de brillante sonrisa y de cabellos largos violáceos, de mirada de un color semejante a la de Aiko se mostraba. La imagen que veía era hermosa, la mujer destellaba belleza y dulzura, no era nada comparado a la única visión que tuvo de ella cuando era trasladada en brazos de aquel alfa. Ella era la madre de Aiko, la mujer que heredó ese cabello de color semejante al dulce de uva.

 

—Ha sido un tiempo, pero he vuelto.

 

Tsuna se preguntaba qué tan frecuentemente Hibari visitaba esa tumba, talvez lo hacía seguido aprovechando aquellas ocasiones cuando salía solo de casa, o tal vez alguien más también visitaba y limpiaba ese sector, es más, hasta Mukuro podía visitar a Liliana pues ya se demostró que muchos eran los allegados a Hibari y a la propia Liliana.

 

—Y he traído a tu hija —Hibari aún mantenía en brazos a la nenita que seguía intentando descifrar qué hacían allí—. Aiko —la pequeña lo miró atentamente—, saluda a tu mamá.

—Mamama —repitió la pequeña mientras sus ojitos repasaban el lugar—. Mama —entonces estiró su dedito índice y sonriendo señaló al castaño— mama —movió su muñeca de un lado a otro para saludar.

 

Tsuna no supo si sonreír o sentirse culpable porque aquella pequeña niña lo estaba señalando como su madre cuando la verdad era otra. Tensó sus hombros, sintió dolor en su pecho, culpa y hasta pensó en que fue muy mala idea acompañarlos. Se sintió como el intruso, como el sustituto y fue lo peor que pudo pasarle en su vida. Por eso quiso corregir a su pequeña…, pero las palabras de Hibari lo detuvieron.

 

—Yo hablo de tu otra mamá —el alfa apuntó a la fotografía y Aiko miró la imagen.

—Mama.

 

No era el hecho de haber sido llamado madre por Aiko, porque la pequeña solía decirle así a veces, fue el hecho de ser considerado como la figura materna de Aiko por el propio Hibari. Ni siquiera le molestaba ser denominado “mamá”, por el contrario. Pero en ese momento le pareció incorrecto, algo que no merecía… y aun así se sintió tan feliz al ser incluido en la familia que él estaba considerando plenamente suya. Había olvidado que todo eso no le pertenecía en un inicio y que de cierta forma se la estaba robando a la mujer de la fotografía.

Mientras Hibari realizaba un corto rezo, platicaba con aquella fotografía contándole cosas sobre Aiko y sobre lo sucedido en ese tiempo, Tsuna se mentalizó muchas preguntas en silencio. ¿Qué tan feliz hubiese sido Hibari si Liliana hubiese seguido con vida? ¿Qué hubiese pasado si él no hubiese conocido a Hibari? ¿Qué hubiese sido de Aiko si sus padres siguiesen con vida? ¿Sería feliz o no? ¿Hibari hubiese seguido cuidando de Liliana en silencio? Es más, ¿qué hubiese pasado si Hibari hubiese impedido que Kato marcara a Liliana?

Lamentablemente no podía obtener respuestas a sus dudas. Lo único que le quedaba era presenciar el cariño que el alfa demostraba al mirar la imagen de aquella chica, de lo dulce que sonaban sus palabras dirigidas a un recuerdo, de la forma tan amable con la que intentaba incluir a Liliana en el vocabulario de Aiko, de la sinceridad en esa voz grave que soltaba un «la cuidaré bien en tu nombre». Tsuna entendió que Hibari amó con intensidad a Liliana, de tal forma que incluso a su recuerdo le era fiel y que su legado era un tesoro invaluable que cuidaría con esmero.

Sintió envidia.

No era sólo envidia, era otra cosa que no sabía definir, era algo que le causó una punzada en el pecho a la par que vio una pequeña lágrima ser derramada por aquellos ojos que ocultaban un azulado metálico muy intrigante. Hibari derramó su dolor en forma de lágrimas, dejó que sus memorias se escaparan de su cuerpo y demostró que a pesar del tiempo aún seguía sintiendo dolor por esa pérdida tan dura. Tsuna sintió envidia de aquel amor… y por un momento quiso que tal vez ese amor le fuera dedicado a él, que esa devoción le fuera mostrada porque era tan intensa que simplemente se volvía un sueño que parecía inalcanzable.

No se atrevió a decir nada, sintiéndose muy mal por pensar en algo tan egoísta.

Se quedó callado y con muchas más razones cuando pasado el tiempo tres personas se presentaron para, al igual que Hibari, rendirle una pequeña oración a Liliana. Tsuna recordaba a esos tres, sabía quiénes eran y por eso los reverenció con respeto antes de verlos sonreír y después pedir cargar durante un momento a la pequeña heredera de esos cabellos lilas tan bonitos. Eran un par de abuelos llenos de felicidad por ver de nuevo a su pequeña nieta y a un tío sin experiencia con niños que intentaba cargar a la bebita.

Pero Aiko no los reconoció como su familia, los vio como extraños, fue por eso que se quejó después de un rato. Aiko pidió volver a los brazos de Hibari y después a los brazos del castaño que con gusto la recibió y besó para calmarla antes de que empezara a llorar.

Tsuna se enteró ahí que aquellos tres ya no vivían en Japón debido a un traslado del padre de Liliana a Francia y entendió por qué jamás los vio de visita en su casa. Escuchó las disculpas de los mayores, sintió sobre sí la mirada escrutadora y acusadora del beta, y al final… todo regresó a cómo debía ser… porque esos tres ya no tenían nada que ver con Aiko, al menos no legalmente o de forma emocional.

Ellos decidieron perder ese único lazo con la memoria de su hija para darle la posibilidad de un mejor futuro a Aiko.

 

 

Matiz…

 

 

Hibari miraba su armario con interés porque después de mucho tiempo al fin decidió dejar de lado su duelo. Muchos creerían que su interés por la ropa oscura se dio debido al fallecimiento de Liliana, pero la realidad era otra y sólo sus más allegados lo sabían. Hibari aceptaba que llevó un luto continuo desde que su madre murió, se detuvo unos años, pero volvió a acunarlo como suyo tras el marcaje de Lili y el posterior matrimonio forzado de la misma.

Su ropa negra representaba la desdicha, la culpa y el dolor.

Pero después de visitar la tumba de su gran amor se dio cuenta de que el peso que traía en hombros desde hace tantos años, había disminuido. No estaba seguro de si era porque al menos pudo proteger a Aiko y le estaba dando la vida que cualquier niño normal debería llevar, o si fue por la ayuda que les dio a los padres de Liliana para que pudieran salir del yugo alfista y se mudaran a un país donde las clases sociales ya no estaban tan bien definidas por los estatus alfa, beta u omega. Como fuera… se sentía más libre y por eso decidió dejar de lado su duelo. Además, Leo le pidió expresamente que jamás guardara luto por su muerte, así que no tenía motivo para seguir así.

 

—Demasiado negro —murmuró.

 

Era verdad, casi toda su ropa tenía un tono oscuro, melancólico y sin chiste. No era como si le desagradara, en realidad los colores poco le interesaban, pero creía que como un símbolo podía añadir algo de variedad a todo eso. El cambio no fue significativo, en realidad compró un par de suéteres blancos y unas camisas de tonos más “luminosos”, pero para él significaba que era hora de dejar atrás todo el pasado.

Haría lo que un carnívoro debe hacer.

Aprender de las heridas y seguir.

No lo pensó mucho antes de colocarse un suéter nuevo, sencillo y ligero. Nada más, no añadió otro cambio, tal vez por eso no se esperó ser el centro de atención en su propia casa. Claramente podía sentir sobre sí la mirada del castaño con el que vivía, además, hasta Aiko pareció feliz de jugar con el pequeño bordado sobre su pecho en forma de caballo, el cual señalaba y tocaba cada que la cargaba. Era incómodo, más si aquellos iris chocolates se encontraban con los suyos más seguido de lo normal.

 

—¿Va a salir Hibari-san?

—No —vio al castaño apretar los labios levemente, girar su mirada a la izquierda, y sí, era obvio que tenía curiosidad—, ¿por qué lo dices? —le siguió la plática como mejor pudo.

—Pues —lo escuchó castañear los dientes un par de veces—, está usando un suéter nuevo… y blanco.

—Hum —últimamente Kyoya había estado intentando ser más “comunicativo” con aquel herbívoro, se estaba esforzando, pero a veces costaba—. Bien.

—¿Bien? —cuando la respuesta no le agradaba, Tsuna solía mover sus cejas hacia arriba y apretar los músculos de su mejilla izquierda hasta que formaba un pequeño y leve hoyuelo.

—¿Tiene algo de malo?

—No —pareció incomodarse—, es solo que… bueno… no lo he visto usar ropa de colores… jamás.

—… —así que lo notó, Hibari reconocía que el chico a veces notaba ciertas cosas—. Mi luto se acabó.

 

Hibari a veces se preguntaba si era normal que una persona pudiera hacer tantas expresiones, muecas, caras o lo que fuera, así con tanta facilidad y frecuencia. El herbívoro lo hacía, como en ese momento después de que le respondió con sinceridad; lo hacía a través de esa sonrisa sutil, una en donde el extremo de sus labios ascendía y esos ojos se entrecerraban a la vez que desviaba la mirada hacia otro lado para después de un momento volver a la normalidad. Lo había estado observando tanto que ya sabía qué venía después.

 

—¿Podemos tener una no cita para celebrar? —aunque era más divertido si el castaño le daba una sorpresa.

—¿Una no cita? —lo miró con interés por la petición inesperada.

—Sí —rio suavemente— una de esas salidas que “no” son una cita pero que parecen una —encogió sus hombros con ligereza—, como aquella vez que me llevó a comprar ropa.

—Esa no era una cita, herbívoro.

—Pues tengamos otra “no cita” —sonrió de nuevo—, para honrar el término de su luto.

—Eso no debería honrarse.

—Yo creo que un luto representa tristeza —Tsuna bebió de su taza—, por eso celebraremos que usted, Hibari-san, ya no está triste.

 

Había veces en que aquel castaño emitía feromonas sin darse cuenta, como cuanto estaba verdaderamente animado y feliz, o en general cuando tenía las emociones a “flor de piel” como solía denominarlo Nagi. No le incomodaba, era agradable sentir el perfume de manzanas verdes en combinación con jacintos —al fin logró hallar el nombre de aquella flor amarilla—, le gustaba porque lo relajaba y podía despejarle la mente turbia que a veces lo molestaba. Por eso no impedía que aquel niño invadiera su espacio personal o emitiera feromonas a propósito en ocasiones específicas.

Le gustaba ser reconfortado por aquel perfume.

Y no sólo le gustaba eso, le gustaba verlo sonreír porque aquella sonrisa le recordaba que a veces la vida debería ser sencilla y gratificante. También le gustaba verlo tararear sin darse cuenta, cuando arrugaba la nariz en medio de su molestia, del como jugaba con Aiko, de cómo bailaba o meneaba la cabeza de un lado a otro mientras cocinaba. Tal vez le gustaba más verlo tranquilo, o tal vez le gustaba verlo contento y por eso no le negaba ciertos caprichos como ese…, aunque a veces era horrible aceptar que su lado alfa era el que aceptaba complacer al omega para verlo feliz.

 

—Debe ser el nuevo medicamento —suspiró cuando se vio en medio de un centro comercial.

—¿Medicamento?

—No es nada —acomodó a Aiko en el cochecito para que estuviera sentada y sujeta por la correa de seguridad.

—¿Qué quiere hacer primero? —dejó un peluche en manos de su bebita antes de colocarse junto al alfa.

—Tú eras el que quería venir.

—No sea aburrido, se supone que esto es una no cita —rio—, para festejar.

—Odio las multitudes.

—Estamos entre semana y en horario de oficina, así que no hay mucha gente —rodó los ojos—. Deje de quejarse y hagamos algo… normal.

—¿Cómo qué?

—No sé qué es lo que usted considere como normal, Hibari-san.

—Irme a casa —lo escuchó reír animadamente y suspiró—. No es un chiste.

—Para mí lo fue.

 

Siguió a Tsuna sin decir mucho, empujando el cochecito de Aiko, admirando los varios locales limitados por puertas de cristal, siendo consciente de la cantidad de aromas mezclados de alfas, betas y omegas que deambulaban con apuro o por ocio, mareándose cuando alguien a lo lejos soltaba feromonas sin darse cuenta…, aunque en ese caso sí era a propósito porque una chica coqueteaba con un jovencito alfa que tenía ese porte arrogante y prepotente. Quería morderlos hasta la muerte porque por su estúpido “cortejo”, él se estaba mareando.

Les gruñó cuando pasó a su lado.

Pero no tomó en cuenta que el castaño a su lado estaba al pendiente —al parecer—, de cada una de sus acciones y fue así que terminó explicándole lo que sucedió para negar que estaba enfadado por haber sido invitado —mejor dicho, casi obligado por su lado alfa— a esa salida. A veces su necesidad de calmar el estado de ánimo de Tsunayoshi era tan evidente que era un fastidio, mucho peor fue en un par de ocasiones cuando Adelheid se dio cuenta y lo regañó… o cuando la piña tonta le hizo mofa de su muy reciente debilidad. ¡Qué él no era débil, carajo! Era su maldito lado alfa que estaba muy raro últimamente.

 

«A lo que tú le llamas “lado alfa”, yo le digo subconsciente. Son tus deseos reprimidos»

 

Tonterías. Mukuro decía incoherencias para justificar su propia debilidad por aquel omega despistado al que denominada “golondrina”. Pero si quería dejar de verlo tan… miserable… esperaba que aquel par se arreglara por la estupidez que cometieron en igual parte.

¿De cuándo acá una pelea se da por algo tan banal como un lazo? Ah sí, olvidaba que en su clase social ese era el motivo principal para los malentendidos y las peleas familiares.

 

—Estúpido, Fon.

—Comparto la opinión —Tsuna miró al alfa con curiosidad—, pero es raro que lo mencione aquí.

 

Hibari dio un rápido vistazo porque se había perdido en sus pensamientos y no se dio cuenta de que estaba en una tienda de ropa. No era su tienda usual con aquellos herbívoros que le daban la ropa en silencio y ya, era otra que estaba llena de colores, maniquís, estanterías por doquier y secciones bien diferenciadas en un amplio espacio donde muchas personas rondaban. Ya la odiaba, porque a más de eso sus vendedoras eran mujeres jóvenes, de esas que piensan que con su rostro bonito y su cuerpo entallado en su impecable uniforme podrían venderle lo que sea y él diría que sí.

Quiso irse, pero el castaño dijo que le parecía bonito y surtido.

Rodó los ojos. Prometió que intentaría divertirse así que simplemente cargaría a Aiko, dejaría el cochecito encargado en una esquina y vería para qué carajos fue llevado hasta ahí. Ignoró perfectamente a las vendedoras, se quitó a un par de encima con su mirada gélida y la aclaratoria que buscarían solos lo que necesitaban. Tsuna rio al darse cuenta de su accionar, pero lo agradeció… ¿Por qué agradecer? No lo entendía.

 

—Creo que esto es de su talla —Tsuna llevaba consigo un pantalón de mezclilla azul.

—Sí —miró la etiqueta y sí, correspondía.

—Vamos —Tsuna le cedió la prenda a la vez que cargaba a Aiko—, ¿qué espera? ¡Pruébeselo!

—Me quedará.

—Si no se la prueba, no lo sabremos.

—No lo haré.

—Si no mal recuerdo, la vez anterior usted me obligó a probarme todo a pesar de que yo no quise —Tsuna elevó una ceja en reproche—. Tómelo como una venganza de mi parte.

—Se supone que esto es un festejo.

—Se supone que le daré ropa nueva —debatió.

 

No fue tan malo. Se probó algunas cosas, su acompañante aprobó unas, Aiko aprobó otras, eligieron al azar algunas, el propio castaño se compró un par de cosas y Aiko adquirió tres conjuntos nuevos. Compraron con la tarjeta que le cedió al castaño, tarjeta que se pagaba a base de la herencia de los Hibari, pequeña satisfacción porque seguramente Fon se enteraría de eso. Detalles más, detalles menos. Lo positivo fue que Tsuna espantó a las vendedoras cuando él mismo no quería hacerlo y que su pequeña Aiko pareció divertirse al caminar con ayuda del castaño entre las diferentes secciones de esa tienda.

 

—Hay una sección para bebés. Tiene juegos, área de encargo y…

—No dejaré a mi hija con desconocidos, herbívora —fue su negativa inmediata a la sugerencia de la vendedora que les cedió las bolsas de sus compras.

—Hibari-san…, no es tan mala idea —Tsuna lo analizó obviando el pánico de la cajera y de las ayudantes por el aura amenazante del alfa azabache—. Aiko debe empezar a relacionarse con niños de su edad.

—No.

—Sí —rebatió sin afectarse por el aura pesada del alfa, dándole contra como nadie aparte de él se atrevería.

—Dije que no.

—Vamos —levantó en el aire a su nenita risueña—, nuestro pajarito se divertirá.

—Herbívoro escucha lo que te digo.

—No la dejaremos por mucho tiempo, a lo mucho una hora hasta que nosotros vayamos a la sección de…

—No.

—No sea celoso o demasiado sobreprotector —refutó seriamente—. Aiko tiene que aprender a socializar o será como usted y espantará a todos —señaló a las vendedoras detrás del mostrador.

—Será mejor así.

—¡Claro que no!

 

Kyoya amenazó a las niñeras del lugar, porque si su hijita se hacía un rasguño o lloraba, se las pagarían con creces. Cosa innecesaria según el castaño, pero que para él fue muy importante de aclarar. Lo bueno fue que su pequeño pajarillo estuvo en una zona recubierta con protectores en suelo y paredes, limitada por un pequeño corral, con no más de tres niños y con muchos juguetes que la encantaron. La dejó tras percibir que su pequeña estaba bien y contenta. Pero sólo una hora y nada más, aun así, el castaño llenó unos documentos como política de la guardería.

 

—No se preocupe tanto.

 

¿Cómo no preocuparse? Si Aiko lo era todo para él. Y, aun así, admitía que era importante que su hija compartiera con otros niños. Por eso apresuró el paso, quería terminar con todo lo más rápido posible, pero el castaño lo tomó con más calma y con el pasar de los minutos le trasmitió esa calma a él. Inconvenientes de reaccionar a los estímulos del herbívoro. Por eso no se quejó tanto cuando ingresaron a comprar zapatos, bebieron un café, participaron en un sorteo y ganaron una tacita con el logo del lugar, y finalmente terminaron en una perfumería.

 

—¿Por qué?

—Pues —Tsuna dudó en responder— porque puede maquillar un poco nuestros aromas.

—Me gusta tu aroma natural.

—Hum —las mejillas del castaño se colorearon suavemente—, ¿gracias?

 

Era cierto, le gustaba su aroma natural, por eso no entendía el motivo de estar comprando esas cosas tan banas. Mucho menos si esos aromas eran todos fuertes, muy artificiales o estrictamente característicos de una sola flor o esencia en especial. Se lo dijo, pero el castaño no quiso irse, por el contrario, se distrajo con algunos frasquitos etiquetados con el nombre de algunas flores y le evitó la plática durante un rato.

Kyoya vio a Tsuna buscar por los estantes, platicar con las encargadas, sonreír ante algunas muestras y lo dejó ser. Al azabache no le interesaban esas cosas, es más, las evitaba porque los aromas lo mareaban si se centraba mucho en ellos, por eso no dejó que alguna de esas fragancias le fuese colocada en las muñecas o el cuello. Sólo esperaría a que el herbívoro comprara algo y ya.

 

—Huele bien… A mamá le gustará.

 

Hibari frunció ligeramente la nariz. Lo entendió, el herbívoro buscaba un obsequio para aquella castaña. Eso lo relajó un poco, porque eso significaba también que el castaño no intentaba disfrazar su aroma, que él seguiría percibiendo el perfume a manzanas sin estar opacado por algo más. Así le gustaba.

Se acercó al castaño, lo olfateó un poco percibiendo una combinación de dos fragancias, una a rosas y otra a lavanda. Pero había algo más ahí, algo más agradable y casi tranquilizante. Se acercó un poco más al cuello del omega porque esa fragancia le era conocida, deslizó su nariz cerca de esa piel, acunó su quijada cerca de la curvatura entre el cuello y los hombros ajenos, olfateó con atención y cerró sus ojos para concentrarse.

Lo que percibía era el aroma a jacintos, un tenue aroma que se vio opacado por las otras flores, era el aroma natural de ese castaño.

 

—¿Hi-Hibari-san?

 

Abrió los ojos y captó la tensión en el cuerpo menudo de aquel chiquillo, se separó lentamente intentando saber por qué de pronto hubo silencio y el aroma del castaño se sintió con más fuerza, incluso superando a las esencias más empalagosas del lugar. Le rozó la mejilla con la propia sintiendo el calor superior en el castaño, terminó viéndolo directamente y se extrañó por la vergüenza reflejada en esas mejillas rojas. Quiso preguntarle el motivo…, pero captó que algunos los miraban y unos pocos también se veían algo abochornados. ¿Por qué?

 

—Creo que debemos irnos.

—¿Ya elegiste el regalo?

—Sí —la vergüenza seguía ahí—. Sólo vamos a pagarlo y… vayamos por Aiko después.

—Está bien.

 

Escuchó el murmullo de algunos, la forma en que evitaban mirarlos en otros, los tartamudeos del castaño al pagar y esperar a que le entregaran la fundita de papel para el perfume. Analizó lo que pasaba y aun así no captó algo raro. Lo que si escuchó por parte de una jovencita fue: «¿ese alfa estaba acosando al omega o sólo estaba… coqueteándole?”.

¿Acoso? ¿Coqueteo?

Sólo lo estaba olfateando porque percibió un aroma que le agradó, que finalmente fue el del omega, pero no era acoso. Aunque sí se acercó mucho al castaño, además, lo había estado observando mucho y captaba cada accionar con cada cambio de emoción. Recordó que Adelheid le dijo que eso era invasión de espacio personal, pero Leo le dijo que eso también es una forma de demostrar cariño con una persona especial.

¿Tsuna era especial para él?

Deberían definir el sentido especial porque de no ser así, seguía sin entender si lo que hizo pudo ser considerado como acoso o invasión. Como fuera, nada tenía que ver si no causó más alboroto o hizo que Tsuna se enfadara. Y si bien el castaño le evitó la mirada o una plática larga por un rato, cuando fueron por Aiko todo volvió a la normalidad. Tal vez sólo confundió las cosas.

 

—¿Quieres comer fuera?

—Creo que mejor hacemos algo en casa o llevamos el almuerzo para allá.

—Está bien —a veces no entendía a los demás.

 

 

Vivencias…

 

 

Había veces en las que el castaño se sentaba junto a él en la sala para ver televisión. Cuando estudiaban, solían quedar uno junto al otro mientras repasaban el vocabulario. Cuando Aiko jugaba en el suelo el castaño solía recostarse para estar a la par de la pequeña que se trepaba con libertad, a veces incluso se quedaban dormidos junto con su pajarillo sintiendo el calorcito de la alfombra en el cuarto de Aiko y se despertaban abrazados. Era algo que pasó a ser normal y a Hibari no le molestaba.

Cuando el estrés se acumulaba solía salir de su cuarto y buscar al castaño para mirarlo a una distancia prudente, a veces incluso se acercaba para olfatearlo un poco y así calmar su ánimo desganado. En otras ocasiones era el castaño quien se le acercaba, quien le brindaba un abrazo y emitía feromonas un tanto dulces, incluso llegó un par de veces a obligarlo a ir a la sala a ver una película.

Era grato, porque se daba cuenta que no estaba solo como fue normalmente en la mayoría de su vida. Era muy agradable porque, según recordaba, así se definían las familias normales. Sentía que había logrado que el omega se adaptara a esa vida temporal. Estaba feliz de haber construido una relación sana a diferencia de las familias de la clase alfista.

Le dio libertad y Tsuna pareció agradecerle el gesto al mostrarse tal y como realmente era.

Su convivencia ya no era forzada, las actitudes del omega ya no eran afianzadas a las normas instauradas, lo veía más relajado y feliz, podían seguir una plática larga o quedarse en silencio sin que este fuera desagradable, se mostraban con sus personalidades reales y disfrutaban de la crianza compartida de una pequeña que pasó a ser un lazo de unión entre ambos. Era genial.

 

—Póngase esto.

—¿Y qué haremos con Aiko?

—Ella comerá en su sillita.

 

Hibari se colocó el delantal adornado con flores de colores que la madre del castaño les regaló y vio a Tsuna colocarse uno adornado con un pajarito. Se aseguró de que Aiko tuviera su cuchara —aunque seguramente no la iba a usar—, su plato de pasta y que estuviera bien asegurada. Miró el recetario que tenían frente a ellos en el mesón y revisó los ingredientes a su alrededor. Parecía que todo estaba correcto, así que empezaría con eso.

La idea salió de la nada mientras tomaban su clase de inglés usual, y terminaron ahí, en la cocina y con los ingredientes para una torta de vainilla con relleno cremoso. Aceptó hacerlo a pesar de que no le gustaban las cosas dulces porque le pareció un reto bastante especial ya que requería algo de cuidado y paciencia. Le gustaban los desafíos, así que estaba bien dispuesto.

 

—Su cocina es deliciosa, pero jamás he probado algo dulce preparado por su mano —sonrió Tsuna.

—Lo he hecho un par de veces.

—Pues qué bien, porque ahora yo seré su ayudante y juez.

 

Huevos, aceite, azúcar, mezclar muy bien. Fácil. Kyoya lo hizo mientras observaba de refilón a su pequeño pajarillo quien feliz de la vida tomaba un espagueti con sus dedos y se lo llevaba a la boca mientras usaba su cucharita para golpear la mesa y el plato. El castaño revolvía suavemente la leche condensada y la mantequilla, concentrado en extremo, pero tarareando suavemente una melodía que Hibari desconocía. Un buen trabajo en equipo hasta ese momento.

 

—¿Harina?

—Dos tazas.

 

Tuvieron problemas en ese punto, en realidad no fue un problema, fue un susto. Cuando medían la segunda taza, Aiko lanzó un grito agudo que ocasionó que el castaño saltara y con ello la harina se desperdigara un poco y se ensuciaran con ella. Nada grave, pero descubrieron que Aiko se divertía mucho al darles esos sustos pues reía a viva voz mientras balanceaba un espagueti a medio comer. Cosas de niños supusieron, esperaban que sólo fuera eso y en un futuro dejara de asustarlos.

No fue así.

Mientras preparaban el molde para hornear y colocaban un poco de harina para que la mezcla no se pegara, Aiko volvió a gritar y lanzó su cuchara. Tsuna soltó la funda de la harina y el polvillo blanco se elevó en el aire ensuciando todo a su paso. La pequeña reía mostrando sus bonitos y blancos dientes mientras los adultos suspiraban porque habían hecho un desastre en sus cabellos, ropa y suelo.

 

—Es una traviesa.

—Lo sé.

 

Dejaron la mezcla en el horno, el relleno en el refrigerador, se sentaron frente a la pequeña que seguía comiéndose espagueti tras espagueti con dedicación mientras ensuciaba todo a su paso y empezaron a limpiarse un poco. Rieron. Tsuna rio, Kyoya solo soltó un suspiro y curvó sus labios al ver a su hijita sorbiendo un fideo. Se limpiaron lo mejor que pudieron y aun así eran un desastre. Un desastre entremezclado en harina y algo de chocolate.

 

—Espera.

 

Hibari deslizó sus dedos por la comisura de los labios ajenos, elevando una ceja al percibir una sustancia algo viscosa que se pegó a sus dedos, detallando algo de incomodidad en Tsuna quien se rascó la mejilla con vergüenza. Era obvio que el castaño probó el relleno a escondidas y Hibari lo supo cuando probó la sustancia que limpió de esos labios. El sabor a chocolate era fuerte, demasiado para su sentido del gusto.

 

—No haga eso.

 

Cuando miró al gestor de esas palabras, se extrañó. Las mejillas del castaño estaban rojas, sus ojos entrecerrados y jugaba con sus dedos. Era la misma expresión que aquella dada en la perfumería, era vergüenza exteriorizada y acentuada por el perfume fuerte que se desprendía de la piel de Tsuna. No lo entendía y quería saber.

 

—¿Hice algo raro?

—Es como lo del otro día.

—¿Qué cosa?

—Pues —dudó en decirlo, pero también tenía curiosidad— usted… No sé qué intenta.

—Limpiaba tu labio.

—¿Y por qué saboreó el chocolate después?

—¿Tiene algo de malo? —miró el dedo que lamió.

—Pues —Tsuna estaba muy avergonzado, de verdad—, no…, no creo.

—¿Te molesta?

 

Silencio. Kyoya no entendía la razón de ese silencio porque la respuesta a su pregunta debería ser un simple sí o un no. Tampoco entendía por qué Tsuna desviaba su mirada y tamborileaba sobre la mesa. Quería respuestas, las necesitaba para saber si algo estaba haciendo mal, porque no quería inconvenientes o malos entendidos. Por eso giró al castaño para que estuvieran de frente y cuando este no quiso mirarlo, tomó con suavidad la quijada de Tsuna para elevar ese rostro y analizar las expresiones del mismo.

Lo que vio fue vergüenza, duda.

Insistió en su pregunta, pero esos ojos escapaban de los suyos. No lo soltó, juraba que no lo soltaría hasta obtener respuestas. Insistiría hasta poder saber. Pero no iba a ser agresivo, no quería serlo, tal vez por eso y sin darse cuenta empezó a acariciar la mejilla del castaño con suavidad y usando su pulgar. Quitó el rastro de harina que quedaba, mostró esa piel bañada en carmín y al final sintió la mano de Tsuna sobre la suya.

 

—¿Por qué?

—No me molesta, pero me confunde un poco y no sé por qué.

 

Tsuna estaba tenso, Hibari lo percibió de inmediato y no le gustaba. En realidad, no le gustaba cuando sentía tan siquiera un poco de rechazo por parte de ese muchacho. No deseaba sentir esa negativa, su alfa se retorcía cuando eso sucedía.

Se acercó para verificar esa emoción negativa, olfateó suavemente ese aroma, pegó su mejilla a la del omega y negó. No le gustaba ser rechazado. No quería ser alejado.

 

—Hibari-san —susurró.

—Lo siento.

 

Recibió consuelo de aquel omega cuando más lo necesitó. Recibió cariño, comprensión y dulzura por parte de aquella persona. Logró que su convivencia fuera amena, que Tsuna dejase de renegar de aquel hogar. Logró que aceptara a Aiko como a una hija. Lo aceptó y fue aceptado. Y no quería que nada cambiara. Se dio cuenta que daría lo que fuera porque ese castaño no lo rechazara otra vez.

Rozó su mejilla con la de Tsuna, la removió suavemente para que se convirtiera en una caricia, y suspiró antes de deslizar su rostro lo suficiente para poder observar a ese castaño un poquito. Tsuna tenía sus ojos cerrados, sus mejillas rojas, respiraba entrecortadamente. No se le estaba negando el tacto, por eso siguió con aquello. Rozó su otra mejilla, la restregó ligeramente, lo suficiente para compartir el calor con el del castaño y al final deslizó su nariz sobre esa piel hasta que juntó la punta con la de Tsuna.

 

—Un beso… esquimal.

 

Hibari recordaba ese término, tal vez lo leyó o alguien más se lo contó. Se trataba de un beso dado por aquellas personas que vivían en climas helados, donde el agua se congela en cuestión de segundos y por eso no pueden juntar sus labios o lenguas porque se quedarían pegados, por eso rozaban sus mejillas o narices. Era una forma muy tierna de expresar sus sentimientos.

Soltó una risita, una suave y que sorprendió al castaño que lo miró directamente.

Por fin.

Al fin lo miraba.

 

—Papa, agua.

 

Kyoya miró a la pequeña que manoteaba su mesita y se sintió mal porque se había descuidado y la había ignorado sin darse cuenta del tiempo. Se alejó del castaño, sirvió agua fresca en un vasito de plástico y cuidadosamente se la dio de beber a su hija. Verificó que la mayor parte del plato estuviera vacío y se dedicó a limpiar la carita de Aiko.

Dejó el asunto ahí.

Terminaron de hacer esa torta en silencio, dejando a Aiko en su cuna rodeada de juguetes. No dijeron más de lo necesario mientras colaboraban en la fabricación, mantuvieron su mirada fija en los adornos y el relleno, fueron meticulosos y al final admiraron su creación. Fue Hibari quien partió un pedazo, lo sirvió y se lo entregó al castaño para que juzgara el sabor.

 

—Está rico.

 

El resto del día fue como los otros, compartieron tareas, cenaron juntos, jugaron con Aiko y al final se quedaron juntos mirando a su pequeña dormir. No era algo incómodo, no les molestaba la presencia del contrario. Sólo era algo raro, diferente de cierta manera, extraño… Había preguntas sin expresar y dudas que no podían aclarar por sí mismos.

 

—Hibari-san —fue un susurro, como un secreto—, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Sí.

—Por qué… ¿Por qué en la perfumería, usted —Tsuna carraspeó antes de respirar profundo y elevar su mirada— empezó a emitir feromonas para alejar a los demás?

—¿Eso hice? —eso explicaría algunas cosas.

—¿No se dio cuenta?

—No.

—Ya veo.

 

Aún era temprano para ellos, podían hacer muchas cosas más en ese tiempo.

Se dieron un baño, arreglaron el desorden de Aiko, leyeron un libro. Todo por separado.

Pero aquella intriga seguía ahí, tal vez por eso se encontraron en la sala a media noche, cada uno con su excusa creíble. Un vaso de agua y un trozo de pastel debido a un antojo. Sin darse cuenta se quedaron en la sala mirando algo en la televisión sin ponerle atención siquiera. Tratando de entender por qué parecía que se llamaban entre sí y dejando que todo siguiera como fuese.

 

—Hay veces que hago las cosas por instinto —fue Kyoya quien empezó.

—¿Se refiere a lo… del perfume?

—Y a lo que pasó cuando hacíamos el pastel —confesó antes de terminar su bebida y dejar el vaso en la mesita de noche.

—Ya veo.

—A veces no hay razón —siguió hablando sin entender por qué—, en otras las hay, pero a veces no las entiendo.

—¿Por qué?

—Porque no quiero entenderlas.

—¿Y qué le dice su instinto ahora? —el castaño se mantenía mirando sus dedos que jugaban entre sí.

—Que debo besarte.

 

Sintió la sorpresa en ese cuerpo menudo junto al suyo, aquel que tenía las piernas recogidas y las rodillas unidas al pecho, el mismo que dejó de lado el plato vacío y jugó con sus manos. Kyoya iba a disculparse porque ni siquiera pensó en lo que dijo, no quería incomodar al castaño…, pero la voz del más pequeño lo interrumpió.

 

—¿Y por qué no lo hace?

—Porque no debo hacerlo.

—¿Por qué?

—No quiero incomodarte.

—¿Sólo por eso?

—Sí.

 

No estuvo seguro de porqué lo hizo, no tuvo razón y aun así decidió actuar. Se dejó llevar. Tomó la mano del castaño entre la suya, se acercó a Tsuna y lo envolvió con su brazo libre mientras susurraba una disculpa por su actuar extraño. Quiso transmitirle tranquilidad porque lo que menos quería era incomodarlo.

Era todo, no quiso más. No planeó más.

 

—No me incomoda.

 

Se sorprendió cuando le devolvieron el abrazo, cuando el rostro del castaño se ocultó en su pecho, cuando le acarició la espalda y éste tembló levemente. Le besó la sien derecha con dulzura, cerró los ojos para aspirar el perfume característico del omega entre sus brazos, se aferró a ese cuerpo por contados cinco segundos en un abrazo amable y lo dejó libre.

Pero fue Tsuna quien le tomó el rostro entre sus manos.

Sintió el leve temblor de esos dedos que se posaron en sus mejillas, poco después la respiración del castaño chocó con la suya y podía claramente sentir el calor de esas mejillas rojas. Recordó que eso había pasado en otra ocasión, pero se diferenciaba en que sus mentes debían estar claras en ese instante… Y entonces pasó, se dejó llevar.

Lo besó.

No pudo evitarlo, no quiso controlarse. Tenía esa necesidad enorme de unir sus labios con los de Tsuna, quería saborear la piel ajena, sentir el calor que desprendía. Tenerlo tan cerca fue la oportunidad perfecta para dejar a sus deseos surgir. Quería abrazarlo para que sus cuerpos se acoplaran, deseaba poderosamente sentir que aquel chico le correspondía a ese pequeño capricho egoísta.

Aprisionó el labio superior del pequeño castaño entre los suyos, lo soltó para cederle un roce suave sobre la piel antes de succionar sutilmente el labio inferior que se separó del superior para suspirar. Lo besó una vez más para humedecer sus pieles y se separó dejando atrás de ese contacto sólo un suave “pop” que evidenciaba su unión. Lo besó con dulzura y paciencia.

Y sólo entonces se fijó en que el pequeño castaño jadeaba irregularmente en respuesta a las feromonas que dejó brotar sin control. Instintivamente había intentado seducir a castaño con sus feromonas envolventes, lo había aturdido con su aroma, lo había envuelto en una trampa que pudo acabar en lujuria y sumisión. Había cedido ante su lado alfa sin darse cuenta.

 

—Lo siento.

 

Kyoya se alejó tras controlar su estado de ánimo. Rápidamente abrió una ventana, cubrió al castaño con una manta, fue por agua y se la dio. Lo cuidó hasta que su asqueroso mando dominante se fuera y volvió a disculparse cuando todo cobró rumbo nuevamente.

Nunca quiso someterlo, jamás quiso obligarlo a responderle el beso, y prometió que ese error no se volvería a repetir.

No se iba a perdonar el haber manipulado a Tsunayoshi.

Y por, sobre todo, necesitaba un supresor muy fuerte para calmarse por completo.

 

 

Pacto…

 

 

Aún estaba algo mareado por lo que pasó con Hibari, pero se sentía un idiota por no haber podido decir algo para contradecir a aquel alfa. Porque si bien esas feromonas lo doblegaron en cierto punto, él fue quien inició eso. Tsuna admitía que fue él quien buscó ese roce y quien disfrutó mucho del que debería ser su primer beso real.

 

—Soy un tonto.

 

Sintió su celular vibrar y se acomodó entre sus cobijas para contestar. Y si bien no estaba de humor, siempre contestaba las llamadas dadas cada cierto tiempo porque sentía que era correcto. Porque él aceptó eso.

 

—¿Qué tal te fue hoy? —Lambo era aleatorio con las horas de sus llamadas.

—Yo… —murmuró suavemente—, hoy no quiero hablar.

¿Algo malo?

No —Tsuna suspiró antes de tocarse los labios—. No —se avergonzó de nuevo y cerró sus ojos antes de encogerse de forma fetal.

Te escucho raro, ¿pasó algo con el Hibari?

Yo no creo que… pueda…

Te lo dije, Tsuna —le cortó su confesión—, es por un bien mayor. Así que no te eches para atrás justo ahora. ¿Bien?

Pero…

El que se tiene que enamorar es él —aclaró con seriedad—. Te lo dije.

Ya lo hizo… —el beso que se dieron recién era prueba clara de ello—. Eso creo.

Estoy orgulloso de ti, atún de mi corazón —claramente se podía escuchar a Lambo saltando sobre una cama en modo de festejo—. ¡Sigue así! Ya nos citaremos para que me cuentes los detalles.

Oye —era prohibido decir el nombre de Lambo porque Hibari podría escucharlo…, aunque lo creía imposible porque hablaban en el nivel más bajo posible y claramente su cuarto estaba separado considerablemente del de Hibari. Además, las mantas servían de protección también—. No me siento capaz.

Sigue las instrucciones que te dio Skull. Lo harás bien.

Pero…

Enamórate de sus puntos buenos, aférrate a ellos, pero no al alfa. Cédele todo de ti para que él se vea atrapado. Fácil. Funciona perfectamente —la voz de Skull era siempre cantarina y divertida—. Sé un buen niño, Hibari adora a los risueños y con gran valor. Eres perfecto… —Lambo segundó aquella especie de halago—. Nos veremos pronto, Tsunita. Y espero que cuando nos encontremos me digas que Hibari Kyoya ya es nuestro.

—Sí.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

¿Querían acercamiento? ¡AQUÍ TIENEN SU ACERCAMIENTO! XDDDDD

Y habrá más, mucho más.

Un besito está bueno para empezar.

Espero les haya gustado~

Krat los ama~

Besitos~


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