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Locura por mi todo por 1827kratSN

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¿Cómo afrontar esa mañana? No tenía idea, no quería…, pero tampoco podía huir…, porque nada borraría lo que hicieron la noche pasada.

Ni siquiera pudo dormir mucho por pensar en “eso” y su lado omega no ayudó tampoco.

Tsunayoshi bajó las escaleras con nerviosismo, recordándose a sí mismo que ya había empezado eso sin desearlo verdaderamente y que no podía detenerse. No quería detenerse. Porque detrás de todas las palabras y acciones que estaban suscitándose…, estaba un bien mayor.

Y aun así quería que fuese mentira.

Respiró profundo antes de arriesgarse a descender las escaleras de la forma más silenciosa posible, con calma, esperando que Hibari aún no despertara o que se hubiese ido a trabajar muy temprano a la fábrica. Pero claro, no tuvo suerte, en realidad nunca la tenía.

Y sin embargo…, no fue tan malo.

 

—Papa, pipi —Aiko aún usaba su pijama con estampado de oso panda y caminaba pasito a pasito sujetando la mano de Kyoya—, pipi —señalaba al ave que revoloteaba sobre ellos y a la que seguía.

—Es un canario —la voz del alfa era calmada, delicada y paternal.

 

Tsuna terminó escondiéndose —o simulando hacerlo—, cerca de las escaleras; se sentó en la última y se encogió cuanto pudo para sólo ser espectador y nada más. Hibari se mantenía caminando por la sala junto a la pequeña de despeinados cabellos que lanzaba grititos o monosílabos. No sería algo raro de no ser porque de fondo se escuchaba la radio encendida, a un volumen racional, pero siendo suficiente para ser escuchada. A Hibari no le gustaba el ruido, casi nunca escuchaba música y si lo hacía eran tonadas muy calmadas en comparación a las que se entonaban en la radio. Eso fue lo extraño.

 

—Bibi —la risita de Aiko resonó en la sala antes de que se sujetara de un sillón y sonriera mostrando sus dientecitos blancos—, ¡bibi!

—¿Quieres bailar?

—Bibi —asentía con frenetismo.

 

Kyoya tomó el pequeño control del equipo y subió el volumen, ignoró el ritmo algo raro de fondo y miró a la nenita que movía su cabeza y balanceaba su cuerpecito de un lado a otro. La miró divertido, esbozó una sonrisa sutil antes de comenzar a aplaudir suavemente a ritmo de los leves saltitos que Aiko daba sin despegar los pies del suelo. Cuando la tonada cambió por otra más suave y ligera, Kyoya tomó ambas manitos de su hija y cuidadosamente la invitó a moverse con él. Dieron un par de vueltas, unos pasos de un lado a otro y finalmente el azabache levantó a su hija en brazos y la elevó al aire antes de darle un leve giro.

Tsuna jamás creyó ver a ese alfa bailar.

Aiko rio animada agitando sus piernas y manitos en el aire, antes de que Kyoya la cargara correctamente en sus brazos y le besara la mejilla. Pero no terminó ahí. El alfa siguió moviéndose delicadamente por la sala mientras tomaba la mano izquierda de Aiko y la extendía como se haría en un baile formal. La música era ligera, pero no concordaban con esos pasos y aun así todo parecía acorde al momento. Hibari dio un par de vueltas y se movió rítmicamente en lo que el castaño identificó como una especie de vals de salón.

 

—Quiero ser bailarina —reía mientras daba una vuelta completa en donde su vestido ondeaba—. Bailar desde lo más atrevido hasta lo más formal. Bailar en salones, en medio de palacios, en teatros y ¡en todo lado! —elevaba sus brazos antes de dar un giro más.

—Sé que lo lograrás —él sólo la miraba, sentado en medio de ese césped, curvando sus labios en una sutil sonrisa divertida.

—¡Me tienes que ayudar, Kyoya! —la jovencita de largos cabellos corrió hasta aquel alfa y le tomó de las manos—. Vamos, vamos, ¡arriba! ¡No seas perezoso!

—Liliana —se dejaba arrastrar hasta el centro del jardín mientras bufaba un par de veces—, sabes que esto no es lo mío. Lili, escúchame.

—Lili, ¿con qué? —reía sin soltar las manos del azabache.

—Con la letra “i” —suspiraba.

—Ahora deletréalo —sonreía antes de obligar a una de esas manos a posarse en su cintura mientras ella sujetaba la mano libre de Kyoya.

—Lleva dos letras “i” porque es tu capricho que así se escriba tu diminutivo, Lili… con “i” —sonreía antes de suspirar nuevamente y dejar que aquella delicada mano sujetara su hombro.

—Bailemos, Kyoya.

—No.

—Yo te guio —canturreaba armoniosamente antes de dar su primer paso hacia atrás—. Uno, dos —removía su otro pie en la misma dirección—, tres —y tiraba suavemente del alfa para que la siguiera.

—Bailar es de herbívoros.

—Y yo sé, Kyoya, que tú te convertirías en un herbívoro sólo por mí —seguía con sus pasos y sonreía aun más ampliamente al sentir que su compañero la seguía —. ¡Un giro, Kyoya! ¡Cárgame en un giro!

—Como quieras, Lili… —la tomó delicadamente por la cintura—, pequeña Lili —se burló antes de elevar a esa delgada señorita en el aire.

 

Kyoya tomó a su bebita por debajo de los brazos y la elevó en el aire antes de girar suavemente, la escuchó reír tal y como lo haría ella. La abrazó con cuidado, le besó la mejilla, dejó que siguiese riendo y elevara sus manitos al aire mientras él movía sus pies al mismo ritmo que tantas veces siguió para complacer a aquella soñadora. Vio en el brillo de esos ojos azules lo mismo que veía en la mirada violeta de Liliana: inocencia y felicidad.

Juraba que protegería cada sueño que Aiko tuviera.

 

—El sueño de tu madre era ser bailarina.

—Mami —sonrió.

—¿Cuál es el tuyo, Aiko?

 

Se sentía culpable por no haber podido cuidar de los sueños de Liliana, pero se reivindicaría cumpliendo los de Aiko. Si no pudo cuidar de la omega que amó con devoción y a la que vio morir en sus brazos, juraba que protegería a Aiko hasta las últimas consecuencias. Si no pudo conservar la sonrisa de Liliana…, juraba que haría sonreír a Aiko cada día que pudiese estar a su lado.

Era en lo único que podía pensar.

En lo único que pudo pensar durante toda esa noche donde la culpa y el remordimiento le quitó la paz mental. Porque en su alma aún estaba latente el amor tan intenso que le dedicó a su pequeña Lili, un sentimiento que no se iría jamás, que debería ser lo único que ocupara su marchita alma. Sólo ella, nadie más. No cometería otro error.

 

—Bu-buenos días —fue lo único que pudo decir Tsuna cuando al fin Hibari notó su presencia—. Yo…

—Buenos días —respondió con tranquilidad antes de soltar a Aiko y dejarla en el suelo.

—Tutu —no intentó caminar, se deslizó en el piso con gateaos rápidos—. Tutu —y se agarró del pantalón de pijama del castaño.

—Buenos días para ti también, pajarillo —sonrió antes de cargar a ese angelito de mirada azulada.

 

No dijeron nada más, no se miraron siquiera. Y aunque Tsuna quiso justificarse y decir que no fue su intención espiarlo en ese momento tan personal, el castaño no pudo articular palabra y dejó que el alfa se retirara a la cocina. Fue uno de los desayunos más incómodos de toda la vida que llevaban casados. Comieron en silencio, interactuando lo menos posible, tomaron a Aiko como distractor y se repartieron las tareas rutinarias de siempre.

Fingieron que nada les aquejaba.

Pero no era así, en realidad todo pasaba y por eso Tsuna no pudo simplemente quedarse callado, no cuando sentía que debía decir aquello que se tragó la noche anterior, lo que ahogó en su garganta. Pero, ¿cómo hacerlo sin tartamudear o quedarse mudo debido a la vergüenza? ¿Cómo mirar a Hibari y susurrarle una verdad que ni siquiera él mismo estaba seguro de si era cierta?

 

—Ayer… —se arriesgó, pero no pudo llegar a más de esa palabra.

—Fue un error —Hibari miró al castaño y respiró profundo—, te prometo que no volveré a hacerlo.

—Hibari-san —le dolió escuchar esas palabras, ese tono de arrepentimiento. Sintió compasión, pero no duró mucho—, usted se equivoca.

—No lo hago —recogió los platos.

—Yo se lo permití —Tsuna sujetó el brazo del azabache con fuerza—. Yo lo permití —enrojeció y tuvo que apartar la mirada, pero no lo soltó.

—Yo te forcé.

—No, no fue así —se levantó para estar a la par, o al menos disminuir la diferencia de sus alturas un poco—. Yo inicié eso, yo di… rienda —le estaba costando hablar—, yo quise… permitirlo y lo hice.

—No debiste —lo miró por unos segundos—. No debimos.

—¡Pero pasó! —estaba un poco ansioso, desesperado—. Y no me diga que lo olvide porque no quiero hacerlo.

—No digo que lo olvides… Sólo digo que no se repetirá.

—¿Por qué? —el castaño odiaba sentir a su omega gimoteando de dolor debido al rechazo—. Es que yo…

—Nuestra relación debe ser agradable —se separó suavemente—, debió quedarse como estaba antes de la noche de ayer…, y así se quedará.

—Yo… —«no quiero» pensó, pero suspiró porque desesperarse no era opción— lo entiendo —se rascó la cabeza—. Supongo que ayer estábamos algo confundidos y…

—No fue confusión —empezó a lavar los platos—, fue una necesidad dada por la etapa que pasábamos.

—¿A qué se refiere? —no sabía si ofenderse, enfadarse o callar.

—Te influencié con mi sufrimiento debido a la muerte de Leo, me brindaste apoyo y yo lo acepté porque emocionalmente lo necesitaba. Las cosas se malinterpretaron y acabó de esa forma.

—Cuando habla muy técnicamente, me da la impresión de que estoy con el médico de la preparatoria que nos hablaba de educación sexual.

—Ugh —el alfa se encogió de hombros—, siempre odié esas clases.

—Yo igual —sonrió—, creo que todos.

—Sí —No quiso hablar más. Un silencio se dio hasta que Tsuna cargó a Aiko y le limpió un poco la carita con el babero.

—Hibari-san —recibió un murmuro—, nuestra relación estaba bien así… No la cambiemos, ¿está bien?

—Bien.

 

Pero no era tan fácil, no si los recuerdos se transformaban en sensaciones, y las sensaciones en necesidad. No podían simplemente fingir que todo fue una alucinación compartida. No podían borrar el día maravilloso que tuvieron. No podían dejar de lado una de las memorias más bonitas que tenían en medio de todos esos líos. No podían olvidar el cosquilleo de sus pieles después de entrar en contacto.

 

—Sabe… —apretó los labios antes de arriesgarse a confesar—, me alegra que mi primer beso fuera con usted, Hibari-san —le costó mucho no tartamudear y lo festejó con una risita susurrante.

—¿Hum? —elevó una ceja, extrañado por lo dicho de repente.

—Porque fue gentil y me dio la confianza necesaria —mordió su labio inferior—. Fue agradable —se sonrojó—, al contrario de las anécdotas que escuché en la preparatoria.

—Dices muchas tonterías, herbívoro.

—Sentía que debía decirlo —rio suavemente—, ahora me siento mejor.

 

Los primeros días fueron algo incómodos, pero aun así decidieron actuar como un par de adultos y volver a su rutinario y sereno vivir. Interacción que les beneficiaba a ambos porque mal o bien se sentían cómodos con la compañía mutua. Además, tenían una hija en común en la que debían pensar antes de convertir su buena relación en una disputa por cosas tan insignificantes como un beso.

Un cálido beso.

 

 

Preguntas…

 

 

—Es un placer verlo de nuevo, Hibari-san.

 

Algo que había progresado y de lo que Kyoya estaba sacando provecho fueron los resultados que últimamente los Argento, Nagi y el tal Spanner le estaban dando; importantes datos que le indicaban a Kyoya que no estaba tan lejos de perfeccionar su medicamento, pero que a su vez le dictó un problema que jamás había tomado en cuenta al momento de determinar la eficacia de sus medicinas. Problemas que tampoco evaluó o discutió cuando perfeccionó los supresores para omegas cuya patente le cedió a su padre para que cerrara la puta boca y lo dejase en paz.

 

—Son las emociones —esa voz demostraba que estaba tan o más frustrada que Kyoya—, en sí es la salud mental del paciente.

—¿Estás segura?

—Sí —Adelheid acomodaba sus cabellos repetidamente, hacía muecas, se mostraba desesperada porque no se dieron cuenta de algo tan importante—. Tiene mucho que ver en la recuperación de mis pacientes, por eso les hago llegar una psicóloga siempre para que los evalúe cuando siento que algo los inquieta.

—Maldición.

—Es muy herbívoro —bufó en burla antes de cruzar sus piernas—, lo sé… Pero tienes que aceptar que ya es algo evidente.

 

Kyoya tenía en sus manos las carpetas de todos los sujetos de prueba dispuestos bajo diferentes condiciones detalladas hasta el mínimo pormenor, en diferentes ambientes y situaciones, con diferentes dificultades y variables. No podía simplemente negar lo que era evidente, no si quería perfeccionar esa maldita medicina y volverla eficiente.

Pero le costaba creerlo.

Nagi había reaccionado perfectamente a los lotes de supresores para alfas, incluso con el último prototipo —que ya sería casi el modelo final—, los resultados fueron perfectos. Ella convivía con un omega y periódicamente se enfrentaba a otros debido a que ella dirigía una de las empresas segundarias de Mukuro dedicada al reclutamiento de mentes brillantes para sus sistemas de seguridad. Trataba con niños hormonales en los que incluía omegas de varias edades. No tuvo problema alguno incluso con dos incidentes con los celos de Takeshi y una niña a la que entrevistó. Es más, dictaba claramente que ni siquiera se vio alterada en un porcentaje visible, un informe médico lo verificaba.

El tal Spanner, Aria y también muchos de los alfas de los Argento también le enviaron esos resultados; dos de ellos mantenían una relación entre sí y estaban completamente satisfechos con la calma que les proporcionaba el medicamento ya que no reaccionaron ante ningún celo de los omegas que acunaban en esa mansión. Todos ellos le enviaron los reportes médicos y dictaron su clara colaboración para realizarse pruebas extra para verificar que la salud de su esperma no disminuyó, es decir, que el medicamento no alteró su fertilidad. Claro que eso tendrían que repetirlo periódicamente durante al menos dos años para certificarlo como veraz, pero por el momento eso era sólo un extra.

El problema radicaba en los sujetos que tenían ciertas alteraciones. Uno de ellos era la propia Adelheid con la que Kyoya tuvo una plática muy privada donde se revelaron algunas de sus teorías. La azabache se sinceró sobre lo que creía estaba influyendo a su poca reacción favorable con el medicamento cuando el celo de una persona en específico se daba, o cuando “esa” persona sufría una alteración. Hibari se burló mucho de eso, pero al final la dejó en paz porque las cosas se estaban volteando en su contra.

 

—¿Y este?

—No lo conoces, pero yo sí… y a su “virus” también.

 

La carpeta que habían dejado para revisar al final dictaba el nombre de un tal “Verde”, un caso muy particular porque había participado en muchas más pruebas que el resto de los alfas al servicio de los Argento y a las del propio Reborn. El informe dictaba que, ante un número considerable de omegas, el medicamento funcionaba a la perfección, incluso manteniéndolo a raya con dosis mínimas y en periodos largos entre cada dosis. Pero que en el celo del alfa y ante el calor de cierto individuo, ni la dosis más fuerte pudo calmarlo. Verde causó decenas de destrozos y por poco logra enlazar con el omega. Tuvieron que sedarlo, aislarlo y tratarlo con dosis altas de supresores para omegas.

 

—La única conexión entre Verde, el alfa, y este —Adelheid señaló la fotografía que se adjuntaba al archivo del sujeto de prueba—, el omega, Skull, es… —hizo una mueca antes de mover sus dedos erráticamente— un lio amoroso que al parecer sigue latente.

—¿Desde cuándo hay esta conexión?

—Según me dijo Aria, desde que eran unos mocosos —sonrió divertida porque aquella Argento tenía una forma muy especial para contar las cosas—. Ellos tienen un pasado muy chueco, pero lo importante es que Skull es la única razón por la que los supresores para alfas no funcionan en Verde.

—¿Verde confesó? —recordaba a ese omega, era uno muy extraño, pero supuso que era la actual pareja de Reborn. Pero poco le interesaba a Kyoya.

—Sí, y todos los demás lo certificaron. Él… —Adel señaló al sujeto de la fotografía— está completamente perdido por ese omega.

—Veré que puedo hacer para arreglarlo.

—No puedes arreglar los efectos segundarios de algo tan abstracto como una emoción —miró a Kyoya con diversión—, no puedes luchar contra los sentimientos de una persona.

—Tal vez se pueda —arrugó levemente su nariz—. Si investigo un poco sobre neurología y los factores que determinan lo que se llama amor…

—Hasta yo sé que eso es algo estúpido, Kyoya —se cruzó de brazos—. Las emociones son algo complejo, son comportamientos humanos y para eso no hay “cura”.

—Debe haberla.

—¿Por qué insistes tanto en eso? —lo miró interrogante pero no le respondieron—. ¿Me estás ocultando algo, Kyoya?

—No.

—Te fui completamente sincera, así que exijo reciprocidad en eso.

—Cuando esté seguro te lo diré —se levantó recogiendo las carpetas—. Dejaré esto en la fábrica. Es algo clasificado y allá estará más seguro.

—Kyoya —Adelheid lo miró detenidamente—, que no sea lo que estoy pensando.

—¿En qué piensas? —bufó antes de abrir la puerta y salir, escuchando los pasos de Adelheid perseguirlo por el pasillo.

—En que eres el único alfa estúpido que se enamoraría de la persona que menos le conviene.

—Eso no pasará —bostezó, estaba cansado porque no había podido dormir bien—. Y si pasa, me daría cuenta y cortaría eso de raíz.

—¡Me dice eso el estúpido alfa que se tardó tres años en darse cuenta de que estaba perdidamente enamorado de su mejor amiga! —estalló en furia.

—¿Tres años? —Enma se encogió de hombros porque tal vez no debió escuchar eso—. Lo… lo siento, no quise… —tener a esos dos mirándolo fijamente no era bueno para su corazón.

—Kyoya… —Adel obvió a su testigo y miró a su amigo—, sé sincero.

—Nos veremos otro día, Adel —quiso seguir su camino, pero el pequeña omega pelirrojo se le cruzó.

—Espere, Hibari-san… —no desperdiciaría esa oportunidad, por algo estuvo pendiente de la finalización de la reunión de su jefa con el alfa—, necesito pedirle algo.

—No —ni lo miró.

—¡Pero es importante!

—No hago favores.

—Fingiré que no escuché nada si usted me ayuda —le reverenció— ¡por favor!

—Hum —rodó los ojos—, ¿qué quieres?

 

 

Mentiras…

 

 

Tsuna miraba a la persona que insistentemente tocó su timbre y a la que dejó pasar sin pensárselo. Estaba extrañado y feliz, pero más extrañado. Takeshi solía llegar de visita siempre en compañía de alguno de los alfas que se volvieron sus custodios, pero en esa ocasión estaba solo… y no solo eso, llevaba una espada de madera y una mochila pequeña consigo. Lo recibió como su invitado —obviamente—, le informó a Hibari que su amigo estaba de visita, Aiko estaba feliz de jugar con alguien más, y al final… la respuesta a esa extraña llegada fue la más rara de su vida.

 

—Escapé de casa porque hice algo muy…, muy grave.

 

Había que admitirlo, era divertido. Ya no eran unos adolescentes que se escapaban de casa por tonterías, ahora debía haber razones de peso para eso. Su amigo no se veía muy dispuesto a contar lo que sucedió, así que no le insistió para no incomodarlo, además, era más divertido ver cómo Hibari era el que se ponía incómodo con la presencia de una persona extra en su casa. Aunque la molestia mal disimulada del alfa también pudo deberse a que tuvieron que cancelar sus planes de ir de paseo a un lago cercano. Bueno, a veces las cosas iban a salir de forma diferente a lo planeado, pero ver molesto a Hibari era como tratar con un niño berrinchudo porque no le compraron su dulce favorito.

 

—No se moleste con Takeshi —Tsuna rio disimuladamente.

—Hay demasiadas personas en mi casa.

—Yo le pregunté y usted dijo que mi amigo podía quedarse.

—Ahora me arrepiento —frunció su ceño.

—No sea malhumorado —le palmeó la espalda—, tómelo como si tuviera una niñera extra.

—Hum… Bien, lo intentaré.

 

Darle posada a su amigo por unos cuantos días no sería nada, es más, sería divertido tener a alguien más con quien charlar y tomar sus clases de inglés para variar. Hasta Aiko se veía animada con los mimos de otro omega en su casa, así que no había problema. Sin embargo, sabían que en algún momento Mukuro o Nagi, o cualquier beta a servicio de los Dokuro, buscaría a Yamamoto. Pero ya pensarían en qué hacer de ser el caso, por ahora sólo disfrutarían como en los viejos tiempos en donde se reunían para hacer los trabajos de ciencias o las tareas de matemáticas.

Con lo que no contó fue que no sólo Takeshi llegaría de improvisto, sino que a la siguiente mañana llegó Haru, y al siguiente día llegó I-pin. Eran visitas temporales, no habría problema, además I-pin siempre sería bien recibida en casa. Tsuna tuvo la suficiente paciencia para convencer al carnívoro de su esposo para que no echara a los demás, lo hizo preparándole hamburguesas en la cena —platillo favorito del alfa, cosa que descubrió en una de sus muy recurrentes pláticas en la tarde después de sus muy divertidas tutorías de idiomas—, y sonriéndole bonito a la par que emitía feromonas.

Había aprendido el truco de cómo calmar a Hibari Kyoya.

El resultado final fue unos días muy agitados desde la mañana. Mientras atendía a Aiko y controlaba a sus tres invitados para que no hicieran mucho ruido o quemaran algo en la cocina —aunque eso sólo pasó una vez—, también tenía que calmar a Hibari porque se molestaba por el exceso de gente en su casa. Le prometió que lo recompensaría como fuera después de que todos se fueran, pero le suplicó que lo soportara. Y aun así debía darle un respiro.

 

—Yamamoto, Haru e I-pin cuidarán de Aiko —sonrió mientras le picaba la mejilla al alfa con quien veía la película en la sala—, así nosotros podremos salir.

—Necesito un respiro —bufó arrugando levemente su nariz—. Esos herbívoros son molestos.

—¿I-pin también? —se rio al recordar que de ella fue esa idea.

—Ella es mi familia, así que no me molesta.

—¿Y yo le molesto? —preguntó inocentemente.

—También eres parte de mi familia —lo miró como si fuera algo redundante—, la respuesta es obvia.

—A veces dice cosas muy lindas, Hibari-san —ocultó su sonrojo al desviar su mirada hacia la pantalla. Se sintió bien al ser llamado “familia” por alguien tan seco y enojón como Hibari.

—Pero los demás no… —se cruzó de brazos—, mucho menos el herbívoro golondrina que huele a esa piña tonta.

—Es raro, ¿no? —Tsuna ladeó su cabeza—. Que el aroma de Yamamoto se mezclara con el de Mukuro.

—No lo es bajo ciertas circunstancias.

—¿Cuáles?

—¿A dónde quieres ir mañana, herbívoro? —desvió el tema porque no quería ahondar en esos asuntos.

—A un teatro, un museo o donde usted quiera, Hibari-san —comió sus palomitas dulces—. Quiero liberarlo del estrés, aunque sea un ratito.

—Mañana temprano —dijo sin mucho ánimo—. Centro comercial.

—Pero a usted no le gusta.

—Hay que abastecernos de víveres —pero para hacerlo más convincente, añadió—. Y hay una pequeña exposición de mascotas.

—Qué bonito —sonrió—, hay que ir.

 

A Tsuna le gustaba sentir el aroma sereno del alfa, se sentía mejor si es que no era de un intenso tosco debido al estrés, por eso estuvo satisfecho mientras caminaban tranquilamente por un parque porque salieron temprano de la casa y tenían que gastar algo de tiempo hasta que el centro comercial abriera sus puertas. Estiró sus brazos y respiró el aroma de los árboles cercanos, del perfume de Hibari y del aroma lejano de una cafetería. Se sentía bien estar así de tranquilo porque debía aceptar que también se acostumbró a la calmada paz de su casa, así que tener a sus invitados también lo estresó un poco.

Vio un pequeño lago donde algunos patitos rondaban, el cielo se hallaba adornado por algunas nubes, un pajarito voló cerca de ellos, y después se fijó en Hibari. El cabello negruzco había crecido bastante desde que se casaron, ondeaba con la leve brisa. El castaño recordó que de esa forma conoció al alfa, con ese aire un poco más juvenil y tosco, con un sutil mechón céntrico que a veces ocultaba esa mirada azul metálica, y ese porte de alfa hostil dado por el abrigo largo y negro con el que se cubría, aunque en esa ocasión usaba un suéter delgado por dentro, uno de color celeste que fue regalo de su autoría.

Hibari denotaba una belleza tradicional y a la vez algo exótica.

Se avergonzó por sus pensamientos raros, así que se centró en la ruta, al menos lo hizo hasta que los dedos de su acompañante rozaron con los suyos. Fue ese sutil contacto lo que hizo a su cuerpo tensarse y su mente traerle un recuerdo muy específico, la memoria de aquella noche cuando sintió la respiración del alfa tan cerca de la suya. Antes de que sus mejillas se acaloraran o que sus feromonas lo traicionaran, Tsuna empezó a estirarse de nuevo, distrayéndose con las personas que caminaban a lo lejos y con su imaginación que daba teorías de lo que sus amigos harían con Aiko en casa.

 

—Ya es hora —Hibari señaló la ruta que tomaron—, volvamos.

 

A veces el castaño se preguntaba si debería insistir un poquito más en el acercamiento que tenía con el alfa, porque a pesar de que acordaron “olvidar” lo que sucedió entre ambos, no todo volvió a la normalidad. Quería retomar la cercanía que tenían por muchos motivos, uno de ellos era que se sentía bien al ser el más cercano a ese alfa huraño. Le gustaba admirar detalles pequeñitos que últimamente casi no había visto debido a la distancia que estaba especificada entre ellos como un acuerdo mutuo…, pero también sabía que se sentiría extraño si estaban demasiado cerca.

Como en ese momento.

Su rostro estaba cerca del de Hibari mientras veían unos conejitos saltar en su pequeña jaula, sentía el aroma del alfa tan cerca y lo sacudía algo parecido a la ansiedad, pero era agradable. Sonrió a la par que uno de los conejos comía una zanahoria moviendo su nariz con frenetismo, acarició el animalito introduciendo sus dedos por entre las rejas y sujetó la mano del alfa para que lo imitase. Nada mejor que palpar algo tan esponjocito y suave.

Se pasaron viendo conejos, hámster, gatos, perritos, incluso un pequeño cerdito enano que era una de esas mascotas exóticas a adquirir. Cargaron a algunos, Hibari se encantó con los más pequeños; era gracioso ver a un hombre con ese porte tan amenazador sonreír al repasar con sus dedos la cabecita de un hámster regordete que tenía las mejillas llenas de semillas. Era algo digno de ver y no se extrañó cuando algunas mujeres y pocos hombres mantuvieron fija su vista en Kyoya. Hasta él se quedó observando con atención por largo rato.

 

—Se lo comen con la mirada, Hibari-san —comentó cuando ya empezaba a incomodarse.

—¿Qué? —dejó de acariciar al pequeño mamífero.

—¿No se da cuenta?

—¿Cuenta de qué? —elevó una de sus cejas después de dejar al animal en su jaulita.

—No importa —suspiró antes de arriesgarse y tomar la mano del alfa—. Vamos, tenemos cosas que comprar.

 

Tsuna se sintió muy bien al escuchar a lo lejos los suspiros resignados de las admiradoras de Kyoya y de ver cómo algunos más se desanimaban y seguían con su camino. Si todos supieran que aquel alfa no se fijaría en nadie con quien no tuviera un lazo afectivo establecido, tal vez jamás hubiesen puesto sus ojos en aquel alfa… o tal vez hubiesen intentado acercársele más directamente para conocerlo, cosa que no sería buena idea porque Hibari odiaba ser atosigado y los mandaría al diablo de inmediato.

Era divertido de imaginarlo.

No se dio cuenta de que jamás soltó la mano de aquel alfa, pero lo notó cuando sintió un leve movimiento ajeno, y aun así siguió sujetándolo. El roce de sus pieles fue lento, cauteloso, algo torpe también hasta que la mano de Hibari tomó la suya, acoplándose cuidadosamente para que sólo sus dedos se rozaran y sujetaran. Tsuna no miró sus manos, no podría o la vergüenza le ganaría, por eso elevó su mirada hacia el rostro ajeno y sólo vio una expresión serena… porque seguramente Hibari hacía eso sin mala intención, sin saber que de esa forma serían vistos como una pareja, o que con esa simple conexión alejarían todas las miradas que les estaban incomodando.

Era instintivo.

La mayoría de cosas que Hibari hacía eran eso…, instintos.

El propio Hibari lo dijo.

Dejó de pensar en eso cuando llegaron al supermercado, sonrió animado mientras sacaba una lista que hicieron en el viaje en auto hasta ahí, dejó que Hibari eligiera un carrito y con tranquilidad se deslizaron por los pasillos del lugar. A veces discutían por las marcas de algún producto, en otras Tsuna reía por lo coordinados que eran al elegir ciertas cosas, se detenían más tiempo en la sección de legumbres y carnes para elegir lo que usarían para esa semana, y finalmente verificaban que nada faltara.

 

—Hibari-san, espere.

—¿Qué sucede, Tsunayoshi?

 

Como tenían tiempo recorrieron todos los pasillos, hubo uno en especial que llamó la atención del omega. La sección señalada por un letrero de “juguetes”. Sus ojos brillaron y se adentró entre los estantes. Buscaba algo con la mirada, algo que no había podido ver en las tiendas infantiles que revisaba con Aiko mientras le buscaba un juguete. Pero en ese momento no pensaba en un regalo para su dulcecito de uva, no, él buscaba algo para sí mismo, un capricho.

Y lo halló.

Esa caja envuelta en plástico transparente dictaba un dibujo de un barco bien detallado en altamar y en el fondo una ballena. Pero en sí no era la imagen lo que le importaba —aunque influía mucho—, lo que le atraía era el contenido, mil piezas de un rompecabezas casi tedioso de armar. Era algo que en su juventud no pudo costearse porque no quería gastar su mesada o pedirles dinero a sus padres para complacerse…, pero en ese instante ya era un adulto, y si bien no se solventaba él solo…, ¡tenía la tarjeta que Hibari le cedió como de su propiedad!

 

—Herbívoro.

—Lo voy a comprar.

—Claro que no.

 

Tsuna miró al alfa como si le hubiese salido otra cabeza, no sólo porque era la primera vez que él quería comprarse algo para sí mismo y el alfa se lo negaba, no, era porque la negativa fue tan firme que le generó un momento de rabia tan grande que tensó sus hombros.

Discutieron por el “juguete”, lo hicieron en voz alta y sin importarles que algunos los miraran. Kyoya no quería que algo así fuera comprado, no dio razones del porqué, pero Tsuna lo quería y lucharía por eso.

 

—Dijo que podía usar la tarjeta para lo que yo quiera.

—Pero no comprarás eso, herbívoro.

—¿Ah sí? ¡Pues míreme!

 

Quiso salir corriendo con su preciado tesoro en manos, pero no pudo; olvidó lo hábil que era ese alfa, lo rápido y preciso. Intentó burlarlo, pero fue imposible. No pudo, Hibari le quitó la cajita y la alejó de él. Protestó, hizo un escándalo pequeño, quiso pelear un poco más, pero... no pudo, no lo dejaron. Lo inmovilizaron. No pudo hacer nada cuando ese alfa se arrodilló frente a él y, sin darle tiempo de reaccionar, lo cargó al hombro como si fuera un simple bulto a transportar.

 

—Hibari-san, ¡¿qué cree que hace?!

 

Tsuna pataleó y golpeó la espalda del alfa, trató de darle un rodillazo, pero no funcionaba y se estaba cansando, además, la gente los miraba y así no podía. Le ganaba la vergüenza y se sentía mareado. Pero intentó un movimiento más, dirigiendo su peso hacia atrás y tratando de que el mayor lo soltara. Lamentablemente no funcionó como desearía y tras un par de movimientos terminó aferrado al cuello de Hibari. Quiso soltarlo, pero fue el azabache quien lo obligó a rodearle las caderas con sus piernas, y finalmente… quedaron frente a frente.

Era un koala aferrado a Hibari.

La vergüenza fue tan grande que se quedó en shock durante el tiempo suficiente como para que Hibari se acomodara, lo sujetara de la cadera para que no se atreviese a intenta escapar, y empezara a empujar el carrito de compras hacia la sección de cajas. Tsuna estaba por completo rojo, incluso sentía calor desprender de sus oídos mientras miraba el rostro del alfa tan cerca del suyo. Boqueó intentando protestar, y cuando lo hizo…, su voz sonó más aguda de lo normal.

 

—¡Bájeme!

—No —apretó más su agarre en esa cintura.

—¡No soy un niño! —sujetó los hombros del azabache y lo empujó— ¡Bájeme, ahora!

—Sólo si prometes que no comprarás eso.

—¡No! —se olvidó momentáneamente de su posición y de sus piernas que se acoplaron extrañamente bien a la cintura del alfa— ¡Quiero ese rompecabezas!

—Lo compraremos otro día.

—¡¿Por qué no ahora?!

—¡Porque no!

—¡¿Qué demonios le pasa?! —le golpeó el pecho—. ¿Qué tengo que hacer para que me deje comprar eso?

—Bésame —miró al castaño que tenía sujeto con un solo brazo y sonrió de lado. Eso funcionó para callarlo.

—¡Bien!

 

Tsuna sujetó las mejillas del alfa con fuerza, frunció su ceño, sintió los pasos detenerse y aprovechó ese lapso de tiempo para acercarse a ese rostro. Poco le duró el valor cuando su mirada se cruzó con la del alfa y la respiración ajena golpeó la suya. Los colores de nuevo se le subieron al rostro, sus dedos temblaron y, aun así…, se acercó más.

Sólo era un beso. Sólo uno… y lo hizo.

 

—Era una broma —suspiró Kyoya cuando los labios del castaño se alejaron de su mejilla.

—¡Nunca sé si está bromeando o no! —se quejó abochornado y sujetándose del cuello ajeno—. Ahora no sé qué diablos piensa.

—No compraremos el rompecabezas.

—¿Por qué?

—Es de mala calidad.

—¡Pudo decirlo desde el inicio!

 

Fue la situación más vergonzosa y extraña de su vida de casado, más porque Hibari no lo dejó bajar hasta que llegaron a la caja —seguramente para estar seguro de que no volvería corriendo por el rompecabezas—. Tsuna sintió muchas miradas sobre sí, unas buenas y otras malas, pero miradas. Quiso volverse chiquito, invisible, pero como era imposible optó por esconder su rostro en la espalda del alfa y aferrarse a él hasta que salieron del lugar. De esa forma no vio a las demás personas.

¡Qué día tan raro!

 

—¡Feliz cumpleaños, Tsuna!

 

Casi se cae de espaldas cuando ingresó cargando algunas de las bolsas de las compras porque quería ayudar a Hibari, y se halló con una bienvenida colorida. Casi le da un infarto y se desmayaba también, pero el alfa tuvo la fineza de estar detrás suyo y sostenerlo. El castaño vio a sus invitados, Enma, Fuuta y a sus padres también, todos tenían colocados gorritos de colores y sostenían serpentinas que lanzaron al aire. Y sólo entonces entendió muchas cosas sobre ese día, en especial por qué Hibari no se quejó cuando lo invitó a salir.

 

—¿Es hoy? —sonrió entre avergonzado y emocionado.

—Lo olvidaste y eso nos facilitó las cosas —rio Fuuta.

—Y Hibari-san nos ayudó a distraerte —sonrió Enma porque fue un tanto difícil convencer a Hibari para que lo ayudase a planear esa fiesta.

—¿Usted hizo eso? —Tsuna miró extrañado al azabache quien se mantuvo sereno como siempre.

—Me costó un poco —fue su sencilla respuesta.

 

Fue un lindo gesto que correspondió con abrazos, risas, canciones y halagos por la comida. Hace tanto que no disfrutaba tanto de un cumpleaños, el anterior hasta lo había olvidado casi por completo, en parte porque él mismo no quiso salir de casa y pidió expresamente que no festejaran porque fue el final del desastre de un año de lucha para que todos sus amigos sobrevivieran al primer celo sin ser marcados. Pero ahora, mientras escuchaba la canción de cumpleaños y admiraba las dos velas encendidas que representaban sus veinte años…, todo le pareció maravilloso.

No quería regalos, no quería dinero o cosas materiales, le bastaba con tener a todos sus amigos y familia ahí. Se sentía tan feliz con sólo tener a su pequeño dulce de uva en brazos mientras esta hacía muecas al comer pastel. Hasta Hibari estaba soportando bien el alboroto y probaba un pedazo muy pequeño de torta mitigando el dulce al beber mucho té verde preparado por Nana. Todo eso era gracias a la pelea que dieron el año pasado, a las ganas y los esfuerzos que pusieron en sus vidas.

Esos dos años valieron la pena.

Hibari dijo encargarse de la limpieza, Nana e Iemitsu se ofrecieron para pasar un rato con su nieta jugando en la sala antes de ir a un parque cercano, y Tsuna —como festejo y por locura de I-pin, quien sentía la libertad cuando salía de la mansión de los Hibari—, se encerró en su cuarto junto con algunas cervezas y bocadillos para tener un momento entre amigos como siempre planearon cuando eran adolescentes. Festejarían como los adultos que eran, en confianza, sin preocupaciones… y jugarían a contarse detalles sobre la vida del contrario. Sonaba divertido.

 

—Y entonces rompí el jarrón favorito del fallecido padre de Fon —I-pin suspiró al recordarlo—, estaba tan alterada que cuando mi esposo llegó a casa sólo pude reír.

—¿Te hizo algo? —la mayoría ya estaba bastante afectado por su segunda o tercera cerveza, así que no se cohibían y hablaban hasta por los codos.

—No —sonrió—, en realidad, aunque no me crean… Fon es bastante considerado y agradable si es que no está enfadado. Ese día sólo me dio un leve regaño y dijo sentirse aliviado de que yo no me hubiese hecho daño.

—Qué locura.

 

Platicaron sobre muchas cosas. Sobre la tristeza de Haru porque no le permitieron ingresar a un instituto para estudiar parvulario porque era una omega sin marca y sin marido, cosa devastadora para ella porque creyó que en algún lugar podrían aceptarla, pero la negativa fue rotunda. Fuuta mencionó que su trabajo le gustaba, pero que había optado por tomar supresores todos los días para ocultar su aroma ya que había tenido un par de incidentes con unos clientes. Takeshi dijo que Mukuro ya lo ingresó a las instalaciones de su empresa de seguridad y que hasta hace un par de semanas se estaba acoplando al departamento de monitoreo, pero que lo dejó temporalmente por su celo y por un ajuste de personal que tuvieron que cursar. Enma no dijo mucho de su trabajo porque en realidad no era nada nuevo —según él—, y Tsuna dijo algo parecido —porque su vida de ama de casa no era nada del otro mundo—.

 

—Bueno… pues al menos la mayoría de nosotros seguimos castos y puros —elevó su cerveza y sonrió—. ¡Brindo por eso!

 

I-pin rio divertida porque era la única que debía excluirse de eso, aun así, bebió a la par que Haru, Tsuna y Fuuta. Todos riéndose, pero no tardaron en notar que dos personas no les siguieron con el brindis. Takeshi y Enma se sonrojaron mientras jugaban con sus botellas y reían nerviosos. Obviamente todos los demás les pudieron atención y, aunque el par quiso desviar el tema, era obvio que estaban ocultando algo.

 

—¡Les sacaré las respuestas como sea! —Haru tacleó a Enma con precisión y Tsuna aseguró la puerta para evitar un escape.

—Lo diré, lo diré —Enma se quejó cuando su amiga empezó a hacerle cosquillas. Su debilidad.

—Te escuchamos.

 

Estaban un poco ebrios debido a que no ingerían alcohol muy seguido o casi nunca, así que su insistencia era casi irreparable y sus métodos más desinhibidos eran ideales para la ocasión. Por eso Enma se resignó a confesar, a pesar del bochorno y que tuvo que beber toda su tercera —o quinta—, cerveza para quitarse la pena. No dio detalles, sólo dijo el resumen y aun así todos quedaron en shock.

 

—Pasé el celo de Adelheid-san encerrado con ella en un hotel —no podía estar más rojo ni más incómodo—, y ella me ayudó en mi celo la última vez… porque no soporté el dolor y terminé por llamarla. Es algo mutuo, sin… obligaciones —tragó en seco y jugó con sus dedos—, es un acuerdo que no implica nada más que… “eso”.

 

Algunos se quedaron estupefactos, otros rieron divertidos haciendo bromas, Tsuna de cierta forma ya se lo vio venir desde que escuchó un murmuro de Hibari en medio de una llamada, y Enma sólo quiso hacerse chiquito y escapar. Terminaron brindando por la falta de castidad de su amigo, acordando regalarle algo a la alfa por ser tan “considerada”, y rieron largo rato hasta que se acordaron de quien se había mantenido muy callado hasta ese punto.

 

—Takeshi, no me olvidé de ti~ —canturreó Haru quien era la más afectada por el alcohol—. Nos vas a contar~.

 

Risas incómodas, intentos de escape, reclamos, una emboscada y era claro que ninguno de ellos se iba a quedar en paz hasta no saber por qué su amigo estaba tan nervioso y hasta abochornado —nunca habían visto las mejillas de su amigo tan rojas—, mientras evitaba mirarlos. Tuvieron que obligarlo a beber hasta que por fin aceptó hablar con la condición de que ya no quería ingerir más cerveza porque sentía un amargo muy asqueroso en su boca.

 

—Hasta donde sé, peleaste con Mukuro —Enma miró a su amigo—, lo escuché de Adelheid-san.

—A mí me dijiste que hiciste algo muy grave —Tsuna miró a su amigo, todos los demás le siguieron—. No me digas que…

—Si te obligó a algo, ¡lo mataremos entre todos! —sentenció Haru.

—Bueno…

—Nos mata la intriga, Yamamoto —añadió I-pin quien ya iba por su quinta botella personal.

—Yo peleé con Mukuro hace un tiempo…, antes de mi último celo, para ser exactos —el azabache respiró profundo y se rascó la mejilla— y en medio de mis intentos por reconciliarme sin pelear porque en parte fui yo quien empezó la pelea...

—¿Por qué pelearon? —interrogó Fuuta.

—Yo quería ayudarlo a que dejase de consumir supresores... —algunos entendieron, otros estaban lo suficientemente idos para no tomar en cuenta esa información—. Le dije a Nagi que me dejara a solas con Mukuro en la casa para enfrentarlo y… pues…

—¿Qué tiene que ver su pelea con “eso”? —añadió Tsuna.

—Pues resulta que no me di cuenta que mi celo se daría por esas fechas —rio avergonzado—, y pues… perdí el juicio en media pelea… Estábamos solos y…

—¿Te marcó? —todos apretaban sus botellas con fuerza mientras esperaban una respuesta.

—No lo hizo.

—No puedo creerlo… ¡Se aprovechó de tu celo! —se sorprendió Fuuta, en realidad todos, porque Mukuro no aparentó jamás ser de ese tipo de alfas.

—En realidad… No sé cómo le hice, pero até a Mukuro a su cama y... —Yamamoto rio nervioso—, lo usé en mi celo —sujetó su cabeza—. Además, no sé cómo pasó, pero al parecer yo fui capaz de inducir el celo de Mukuro —se apretó los cabellos y miró al piso—. Todo se salió de control.

 

Un largo silencio se dio en medio de ese cuarto. Ni siquiera siguieron bebiendo, sólo se quedaron mirando a su amigo o entre ellos. Se les subió la vergüenza a la cabeza, hasta el punto en que todos sus rostros enrojecieron cómicamente. Entonces bebieron con frenetismo, se rieron, trataron de matar el ambiente con alguna cosa…, pero no funcionó.

 

—No creo que se quejara —I-pin estalló en carcajadas.

—¡No sé cómo pude hacer eso! —Takeshi se rascaba la nuca con frenetismo—. Aun me siento muy avergonzado y esa es la razón por la que me escapé de casa sin decirle a nadie apenas retomé la consciencia. Llegué solo a la ciudad y al primero que encontré fue a Enma, quien me dio posada unos días, pero como no podía quedarme me mandó contigo Tsuna —le pidió perdón con la mirada—. Bueno, aunque no estoy tan solo porque mandaron a Ken y Chikusa a buscarme, pero no he permitido que me encuentren, suelo escaparme de ellos siempre.

—Bueno —Tsuna movió sus manos para detener el monólogo de su avergonzado amigo—. Tranquilo…, no pasa nada.

—Pasa de todo —Haru movió sus cejas de forma pícara—. ¿Lo usaste durante todo tu celo?

—¡Haru!

—¡Tengo curiosidad!

 

Rieron. Estaban ya algo mareados —ebrios en cierta medida—, como para captar la gravedad de toda su plática de adultos. Se retaron a seguir confesando cosas, rodaron en peleas de almohadas, hicieron escándalo porque era el día de Tsuna y nadie debería quejarse. Tenían horas de diversión aseguradas en esa casa y mucha bebida en el refrigerador. Eran unos omegas libres que por el momento sólo se sentían unos niños otra vez.

 

—Está arriba —Kyoya se frotó la sien derecha—. Y no te olvides de felicitar a Tsunayoshi.

 

Hibari recibió a su nuevo invitado, sonrió de lado porque con esa llegada estaba seguro de que se libraría al menos de uno…, o tal vez dos herbívoros molestos y gritones. Estaba cansado del lio en su calmada casa, él solo quería que el ruido se terminase para así dejar que Nana e Iemitsu volvieran junto con Aiko para cenar y que cada uno se fuera a su casa. Sí, aceptó hacer ese festejo, pero en serio que se pasó de su límite de tolerancia porque no iba a lidiar con borrachos.

 

—¡TAKESHI!

 

Ese grito se escuchó claramente, incluso sobre sus risas. Todos se quedaron callados, tensos, atentos a otro llamado, mismo que se repitió con igual de fuerza al poco tiempo. El más afectado fue el nombrado, quien se quitó a todos de encima y se crispó. Yamamoto Takeshi no estaba listo para enfrentar su realidad.

 

—Oh no… —miró al dueño de esa fiesta—. Tsuna… mi maleta y mi espada de madera. ¡Rápido!

—¡No huirás de nuevo golondrina! —se escuchó a lo lejos.

—La espada está abajo —Tsuna contestó tan alterado como los demás.

 

Fue un revoltijo de personas intentando hallar una salida, desesperados sin saber bien porqué —sus mentes no entendieron que el único en “problemas” era Takeshi—, guardando las pocas cosas del azabache —que había dormido con Tsuna tras la llegada de las chicas que ocuparon el cuarto de invitados—, mientras otros abrían la ventana y evaluaban qué tan fea sería la caída desde el segundo piso.

Pero en menos de lo pensado la puerta de aquel cuarto fue pateada, el seguro destruido y el pomo quedó inservible.

 

—¡Feliz cumpleaños al conejo castaño! —Mukuro lo dijo antes de que se olvidara de una de las exigencias de su pajarito mensajero.

—Mukuro —fue el susurro de muchos que se quedaron estáticos.

—Te encontré —rápidamente halló al dueño de esa mirada avellana y sonrió.

—Espera, yo… —pero Takeshi no sabía qué decir, o hacer.

—¿Creíste que podías huir después de haberme quitado la inocencia, Takeshi? —el heterocromático se tocó el pecho y fingió dolor—. ¡Estoy tan destrozado! Me siento deshonrado en todos los sentidos posibles.

—Yo no quise… Era mi celo y yo… —puras frases incoherentes e incompletas mientras retrocedía un par de pasos.

—¿Eras virgen? —la duda del millón.

—¡Haru! —reclamaron casi todos.

—Claro que era virgen —Mukuro se hizo el ofendido y se tocó la frente con el dorso de su mano derecha—, y su amigo omega allí presente —señaló a Takeshi con su dedo índice izquierdo—, abuso de mí.

—¡Espera! —Yamamoto estaba palideciendo— ¡No fue mi intención!

—Deja el drama y llévate al herbívoro, piña loca —Hibari quería paz, silencio y que todos se fueran de su casa lo más rápido posible.

—No me cortes el dramatismo, ave huraña —se cruzó de brazos antes de mirar a los omegas—. Como sea. No vas a huir. Te voy a hacer responsable de tus actos, golondrina despistada.

—¿Responsable?

—¿Creíste que te iba a dejar escapar después de que me usaste como consuelo en tu celo? No, señor —sonrió de lado mientras se acercaba a pasos lentos hacia su objetivo mientras emitía feromonas dominantes para que los demás no se atrevieran a intervenir—. Soy un alfa de firmes creencias y reglas —sujetó la mano del aturdido omega—, y te obligaré a tomar responsabilidades, mi amado Takeshi.

 

Mukuro se acercó al rostro sonrojado del azabache y sonrió, le tomó la quijada delicadamente antes de que su mano libre sujetara el brazo izquierdo de Takeshi. Le besó la punta de la nariz, soltó su risita característica antes de inclinarse y colocarse al hombro al mareado omega que olía a cerveza y papitas. No escuchó quejas, caminó con porte elegante fuera de ese cuarto, meneó sus dedos en despedida de Kyoya y sujetó con firmeza las piernas de su golondrina para que no se le ocurriera querer escapar.

 

—Mukuro, ¡suéltame!

—Jamás dejaré que te me escapes de nuevo.

—Bájame, ¡maldición!

 

Pero a pesar de la lucha, el forcejeo y los golpes, Mukuro no lo soltó, y tomando las pocas cosas de su omega se fue de esa casa. A Kyoya poco pudo importarle lo que pasara con esos dos, ni siquiera los miró, se quedó en el cuarto con los omegas y los miró. Era obvio que a todos se les pasó el efecto del alcohol y ahora estaban más conscientes de lo que se enteraron. Poco después uno a uno se fue despidiendo. Claro que Hibari se tomó la “molestia” de avisarle a Adelheid que uno de sus empleados no estaba en condiciones de irse, así como así, y que necesitaba la dirección del mismo para enviarlo con Kusakabe.

Cuando todos se fueron, excepto por I-pin porque ella se quedaría hasta el siguiente día —la dejó dormida en el cuarto de invitados—, Hibari sintió el alivio instantáneo. Ni siquiera le importó que tuviera un desastre que limpiar porque no iba a dejar que el festejado se hiciera cargo de eso —se lo prometió a Iemitsu—. Se sentía mejor con el silencio en su casa y con una Aiko recién dormida en la cunita de la sala.

Y, aun así, lo mejor se quedó para el final.

 

—Feliz cumpleaños.

 

Tsuna miraba el obsequio que fue colocado en el mesón, era una cajita iluminada por las luces nocturnas de su cocina. Terminó de beber el agua de su vaso antes de tomar el regalo de considerable tamaño y mirar a Hibari quien sólo asintió en señal de que podía abrirlo. Deslizó el papel de regalo con cuidado, descubriendo los detalles de ese obsequio y al final sonrió.

 

—Vaya. Por eso no me dejó comprarlo en el supermercado.

 

Era el rompecabezas de mil piezas que quería, en realidad era algo diferente, la caja era más gruesa y tenía estampado el diseño de un barco aún más detallado y algo más complejo que el del supermercado. Se notaba la calidad del juguete. No podía creerlo, era un regalo tan bonito, especial de todas formas posibles. Podría ser el alcohol en su sistema, pero sentía el amor del alfa en ese pequeño paquete que abrazó contra su pecho.

 

—Te vi observar esas cosas un par de veces hace tiempo —sonrió de lado al recordar el rostro del castaño embobado al ver detrás del cristal—. Espero te guste.

—Me fascina —rio suavecito—. Gracias.

 

No lo soportó, Tsuna estaba tan feliz que se levantó de un brinco y se lanzó a los brazos ajenos. Rodeó el cuello del alfa con sus brazos, se colgó de él y sintió los brazos ajenos rodearle la cintura hasta levantarlo un poquito. Rio suavemente, pegó su mejilla a la de Hibari y finalmente le besó la misma. Suspiró. Era el mejor cumpleaños de todos.

 

—Gracias por el festejo, Hibari-san.

—¿Sigues ebrio? —pues le sorprendió el abrazo y el beso.

—No creo —rio, pero en realidad sí se sentía algo eufórico todavía—. Pero quiero besarlo muchas veces más.

—Estás ebrio —certificó al percibir el hedor de la cerveza en el aliento del castaño. Suspiró antes de dejarlo en el suelo—. Ve a dormir, herbívoro.

—Quiero dormir con usted y con Aiko —canturreó elevando sus manos.

—Te arrepentirás después —no lo iba a tomar en serio.

—Claro que no —sonrió antes de alejarse—, pero es mi cumpleaños y quiero ser caprichoso.

—¿Por qué pides eso?

—Porque hace frío y no quiero dormir solo hoy.

—Está bien.

—Usted es tan —extendió el sonido de la última vocal hasta que el aire se le fue— lindo a veces —sonrió.

—No me digas eso con esa cara —Kyoya hizo una mueca—, me haces sentir raro.

—Yo sé que me quiere.

—Genial…, ahora hablas como la piña loca.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

Vamos por partes.

  1. 1.       Hibari está confundido, por eso del recuerdo inicial.
  2. 2.       Había que explotar lo lindo de Hibari con los animalitos pequeños.
  3. 3.       Me reí un chingo con la llegada de Mukuro. JAJAJAJAJAJA.
  4. 4.       ¡La mención de lo sucedido entre Mukuro y Takeshi salió como un leve desahogo de las ganas insaciables de hacer un lemon con estos dos, donde se centra en esa idea! ¡En esa pelea y esa situación! Quería hacerlo, pero después me dije que arruinaría la trama de este fic y tomaría mucho tiempo, así que bueeeeee…. Se quedó en la nada… tal vez algún día lo plasme en un OS aparte, pero no shé.
  5. 5.       No sé ustedes, pero yo me embriago rápidamente sólo con cerveza, me dijeron que es la falta de experiencia, así que lo dejé como está.

Krat espera les haya gustado~

Muchos besitos~

Los amo a todos~

 


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