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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Si algún día te tomo —Kyoya lo rodeó con sus brazos por la cintura, respiró profundo antes de olfatear el cuello del omega cerca de la glándula que despedía ese delicioso aroma—, será cuando estés fuera de tu celo, Tsunayoshi.

 

Algo se estremeció dentro del castaño y la única forma de expresarse fue a través de un sonoro gemido que acompañó a un orgasmo seco. No eyaculó, pero sintió todo su cuerpo saborear el éxtasis de un orgasmo. No supo si fue por la promesa dada por el alfa, por su omega que gritaba de felicidad, su nombre susurrado con esa voz ronca o su celo haciendo de las suyas. Sólo pudo echar su cabeza hacia atrás, respirar erradamente, y aferrarse a la espalda de Hibari hasta que su cuerpo dejó de temblar.

Fue glorioso.

Pero quiso seguir porque no le era suficiente.

Buscó los labios del alfa, disfrutó de acariciar ese rostro y deslizó su lengua por sobre el cuello del mayor. Intentó seducirlo de nueva cuenta, porque necesitaba a un alfa que aliviara su dolor ocasionado por el celo. Quería ser dominado, tomado y gemir el nombre del macho hasta que perdiera el conocimiento. Pero incluso dejando brotar su perfume, suplicar, gemir con necesidad, lo único que recibió fueron besos amables y caricias en la piel de sus piernas.

Ni siquiera escuchó el llanto de la pequeña que despertó en el cuarto cercano.

 

—Tsuna espera —cuando Kyoya sintió sus fuerzas esfumarse, aquel sonoro llanto lo hizo reaccionar—. Espera —alejó las manos que querían quitarle la camisa y lo miró—. Escucha.

—Alfa —murmuró antes de tragar saliva.

—Es Aiko —su alfa reaccionaba al llamado de sus cachorros, sus oídos cimbraban por la vocecita de su pequeña, su mente volvió a centrarse—. Tengo que ir por ella.

—No —sujetó los hombros del azabache y negó—. ¡No! —se sentía enfadado, indignado, porque nadie más que él debía ser prioridad para el alfa.

—Nuestra hija —sujetó las mejillas del castaño y lo obligó a mirarlo—, ella está llorando.

—No es mi cachorra —sentenció arrugando el entrecejo.

—Lo sé —Hibari apretó los dientes—. Lo sé.

—Alfa.

—Aiko es mi hija —aclaró para que ese muchacho entendiera.

 

Kyoya cargó al castaño sin opción a protesta, lo dejó en su cama, lo recostó y cobijó con apuro sin prestar atención a los reclamos susurrantes del omega que deseaba que no se alejara. Lo miró por un momento centrando su atención en esa mirada vacía, segada por el deseo, demostrando que ellos dos podrían volverse semejantes a los animales, antes de intentar apartar esos brazos que rodeaban su cuello. Suspiró antes de besarlo suavemente, aprovechando esa distracción en Tsuna para liberarse y apartarse.

Por ahora su aroma en aquella cama calmaría al omega.

Por eso cerró la puerta y decidió ignorarlo.

Hibari sabía que Tsuna —el consciente—, quería a Aiko como a una hija, que le costó, pero lo había logrado. Sin embargo, cosa muy diferente era el omega interno de aquel castaño, quien estaba en pleno conocimiento que de su vientre no nació cachorro alguno y por eso sentía a Aiko sólo como un intruso que le impedía estar con el alfa. No iba a mentir, se sintió ofendido, resentido y enfadado por escuchar a Tsuna negar a Aiko, pero también entendía las bases de las acciones en los omegas. Intentó no guardarle rencor a aquel castaño, pero sinceramente le estaba costando.

 

—Mi pequeñita —cargó a una llorosa Aiko que había despertado seguramente por el ruido—, mi pequeño pajarillo —esa nenita lo era todo para él.

—Papá —murmuraba entre hipidos antes de aferrarse a la camisa ajena y recostar su carita en el hombro ajeno—. Mimi, papá —señaló al osito caído junto a su cuna.

—Todo está bien —recogió el peluche antes de besar la mejilla de su hijita—. Está bien.

 

Un alfa tampoco era muy receptivo a considerar hijos ajenos como suyos, también sentía rechazo por quien no tenía su sangre o no formaba parte de su círculo social cercano —mejor llamado como manada—, y sin embargo, debido a que Kyoya vio a Aiko desde que apenas tenía unos días de nacida, así como la relación afectiva que tenía con la madre de la misma, eso y con un poco de esfuerzo, su alfa terminó considerando a Aiko como heredera de sus genes. La amaba y la mantenía como prioridad, incluso por sobre el omega al que estaba intentando cortejar.

Su alfa interno reconoció el llanto de Aiko y le devolvió la lucidez al cuerpo para que cuidaran de su primogénito.

Todo se calmó por unas horas, la mente de Kyoya estaba centrada en Aiko quien siempre ocupaba al menos la mitad de su mañana, y de esa forma logró recordar la ubicación de los supresores. Cuidó del castaño que se adueñó de su cama, le dio el medicamento, se quedó a su lado hasta que estos hicieron efectos y después lo dejó dormir tranquilo. Kyoya estaba consciente que mientras Aiko estuviera a su lado podría al menos soportar el tiempo suficiente hasta localizar a Nana para que lo ayudase…, ella y nadie más, porque ya intentó llamar a los betas a su servicio pero no pudo hablar con ninguno sin que sintiera la necesidad de gruñirles.

No quería el aroma de ningún beta macho o alfa en su hogar, no soportaba siquiera la idea.

Estaba siendo territorial y había algunos problemas con eso. Uno de ellos se centraba en que no tenía supresores suficientes y sólo con una dosis más se terminaría su suministro, una dosis para Tsuna, pero él no tenía medicamento para ingerir y eso era peligroso. Pero Kyoya recordaba tener varias dosis en su casa, estaba seguro de eso porque él mismo contabilizaba el medicamento, por eso no entendía por qué rayos no hallaba más que esos dos supresores.

 

—I-pin —cayó en cuenta de algo y suspiró—. Maldición.

 

Confiaba plenamente en I-pin, pero no confiaba en su padre. Fon debió darle una orden a I-pin, una dada con su voz de mando y que no podía ser desobedecida. Debió imaginarlo.

No tuvo cuidado con su medicamento y dejó que I-pin tomara su hogar como propio. En ese momento entendió por qué captó el aroma de I-pin en varias áreas de su casa y el sentido de la nota dejada en la habitación de invitados, misma que se centraba en una disculpa antes de su desaparición. Admitía que ni recordó que dejó a I-pin en el cuarto de invitados, pero suponía que la muchacha se fingió dormida después de haber completado su misión y se escapó en cuanto todos los demás se quedaron dormidos.

Maldito fuera Fon.

Estaba atrapado. Si consumía la única dosis de supresor que tenía en su casa, le costaría ocho horas de tranquilidad para el omega que dormitaba en su habitación; pero si no la tomaba… podría ceder ante el aroma que persistía en su casa. Y, aun así, podía arriesgarse a consumir el supresor para poder llamar a alguien que le trajera más dosis, de esa forma ya no tendría que preocuparse por la estabilidad de Tsuna. Así que lo hizo, se tragó el medicamento y empezó a marcar los números agendados en su celular.

La contestadora de los Sawada le dio señal de que no estaban en casa, no iba a llamar a la piña loca porque obviamente estaría entretenido con esa golondrina, tampoco podía llamar a Nagi porque era una alfa y no la quería cerca; Adelheid tampoco era opción, pero los betas y omegas a su servicio sí…, y sin embargo no quería llamarla porque debería decirle que no había tomado al castaño y por ende había estado en abstinencia desde que se casó con Tsuna.

 

—Maldición —suspiró cuando marcó el número de Kusakabe, su última opción.

 

Miró a su pequeña que caminaba torpemente agarrándose de su mano e inclinándose cuando quería tomar algún juguete del suelo. Esperó a que le contestaran, pero cuando quiso hablarle y ordenarle comprar supresores, sintió un fuerte malestar. No pudo pronunciar algo, colgó y dejó a su hija sentadita en el suelo para luego apresurarse al baño de la planta baja. Sin poder evitarlo, Kyoya devolvió el desayuno y suponía que también el supresor que se había tomado hace poco.

Estaba sucediendo lo que temía desde hace tiempo: su cuerpo estaba rechazado el supresor.

No pudo creer que justo en ese momento todo se pusiera en su contra. Ahora estaba atrapado en su casa junto a su hija y un omega en celo, para colmo, no tenía supresores de emergencia. Genial, nunca había estado tan alterado con ese momento, lo peor era que la hora de la siesta de su pequeña pronto llegaría y al mismo tiempo él tendría que afrontar la nueva oleada de calor del castaño. Eso sucedería después del almuerzo, así que debería insistir en sus contactos una vez más.

 

 

Alterado…

 

 

—Hibari-san…, ¿puede quedarse conmigo un rato?

 

No se recostó con el castaño como en otras veces hizo, no se acercó demasiado y fue precavido, se mantuvo sentado en una silla cercana mientras vigilaba a Aiko quien jugaba en el suelo. Estaba estresado, tenso, contrariado por la respuesta de su cuerpo ante su única opción de salvación. Además, por más que llamó a Nana, ésta no le contestó. Trató de comunicarse con sus subordinados una vez más, fallando miserablemente porque su alfa gruñía cuando escuchaba una voz masculina y terminó por rendirse con ese asunto.

Fue cuando Aiko bostezó por primera vez cuando su inquietud creció de verdad, cuando incluso atrajo la atención del castaño que trató de averiguar qué sucedía. Pero no hizo más que centrarse en su pequeña y mecerla hasta que se quedó dormida. La dejó en su cuna, la cobijó y suspiró pesadamente porque temía el dejarse llevar por sus instintos y olvidarse de su hija. Le temía al animal que podía surgir cuando perdiese el control.

 

—¿Qué le sucede, Hibari-san? —aun en medio del calor intenso y sus malestares, Tsuna pudo colocarse una camisa con el olor del alfa para calmarse y así poder buscar al azabache—. ¿Por qué me rechaza de esa forma?

—Vuelve al cuarto, herbívoro —cerró la puerta de Aiko y suspiró.

—Siento su rechazo y duele, ¿sabe? —se apoyó en la pared del pasillo y miró a Hibari—. ¿Qué pasó?

—Puedo hacerte daño —Kyoya se fijó en que sólo su camisa usada cubría el cuerpo del castaño, sintió un retorcijón en su abdomen y desvió su mirada—, así que… vuelve al cuarto.

—Estoy consciente ahora —apretó la camisa que obviamente le quedaba grande y apenas le cubría medio muslo— y recuerdo lo de esta mañana.

—Y entonces, ¿por qué insistes en acercarte a mí?

—Porque yo hablaba en serio —sus mejillas agarraron un poco más de calor—, quiero que me tome, Hibari-san.

—Deliras —insistió a pesar de que tuvo la tentación de tomar ese permiso.

—¿Por qué no me cree? —respiró profundo.

—Porque estás en tu celo.

—Aun así, puedo ser consciente de… mis palabras —sintió sus rodillas temblar—. Yo quiero… Deseo estar con Hibari-san —declaró antes de doblarse hacia el frente y sujetar su abdomen.

—No estás bien —se acercó instintivamente al verlo hacer una mueca de dolor.

—Me duele —se quejó antes de arrodillarse—, por eso yo…

—¿Te has masturbado al menos? —su pregunta fue seria, directa—. Responde.

 

Tsuna negó avergonzado, sintiendo sus mejillas calentarse al máximo mientras respiraba irregularmente sintiendo de nuevo ese horrible calor que ocasionaba que su cuerpo se estremeciera ante el mínimo roce. Dolía sentir su miembro duro y goteante, su entrada contrayéndose en necesidad de que el alfa lo tomara, su lubricante natural resbalar por sus piernas, y su cuerpo retorciéndose en busca de placer. Y aun así jamás se tocó a sí mismo porque no quería dejar su orgullo de lado.

Quería aliviar su dolor.

Estaba desesperado, fue por eso que ni bien sintió a Hibari cerca, se aferró a él y se negó a soltarlo.

Pero aquel alfa tonto no lo besaba, no lo tocaba, no cedía ante sus intentos por seducirlo.

¡Era tan frustrante!

Sus amigos le dijeron que el dolor se iba si se entregaba a un alfa o beta, que el sexo los aliviaba y calmaba, que vuelve su celo soportable y sus malestares un placer que pueden compartir. Tsuna quería ese alivio, no le importaba si tenía que obligar al alfa. Tuvo en mente aprovecharse de la docilidad que últimamente mostraba Kyoya y por eso, apenas despertó con los efectos de su celo, intentó desmoronarlo. Pero no sucedió como lo esperaba. Estaba tan afligido, sintiendo el rechazo a flor de piel y sollozando por la ira hacia su decepcionante accionar.

 

—Sé que duele —Kyoya llevó en brazos al castaño que se quejaba en susurros—, pero espera un poco más.

—Hibari-san.

—El agua tibia te aliviará un poco.

 

Tsuna se quedó callado después de eso, sujetándose del pecho de aquel alfa mientras dejaba que todos sus síntomas fueran tomando fuerza. Movió sus piernas para sentir el tacto de esas manos que lo sujetaban por detrás de las rodillas, jadeó porque quería que esas manos lo tocaran por doquier, salivó en exceso porque deseaba que la lengua ajena profanara su boca. Deseó que no fuera el baño a donde lo llevaban sino a la cama del alfa donde todo tenía impregnado el aroma de cerezos y madera seca.

Pero escuchó el eco y admiró los azulejos que adornaban la bañera.

Fue dejado en el suelo, sobre un tapete para que no palpara el frío de las baldosas, y vio con atención como el alfa abría el agua para que la tina se llenase. Pero Tsuna no quería bañarse, no quería estar solo. Quería que Hibari lo abrazara como la noche anterior, deseaba sentir la respiración del alfa cerca de la suya, esos dedos que apretaban su piel y los roces que sintió en esa mañana, aunque fuera por poco tiempo. Quería darse alivio sin importarle si el otro no quería ayudarlo.

 

—Me duele —se abrazó al alfa cuando este se acercó.

—Entra al agua, Tsunayoshi —lo separó y dio vuelta, empujándolo lo más delicado que pudo hacia la tina.

—No, no —Tsuna se aferró con ambas manos a esos brazos que lo sujetaban por debajo de los propios—. Por favor no —empujó con sus piernas para que su espalda se pegara al pecho del azabache.

—Deja de negarte —suspiró porque él mismo estaba sintiendo su fuerza de voluntad decaer.

—Quiero que Hibari-san me… —tragó su saliva y maniobró para sentarse sobre las piernas del alfa, empujándose contra el cuerpo ajeno y pegándose tanto como pudo— alivie.

—No haré eso —estaba perdiendo la paciencia.

—Sólo un poco —gimió cuando en uno de sus movimientos su trasero se rozó contra la entrepierna del mayor—. Sólo… un poco —soltó el aire con desesperación.

—Puedes aliviarte solo —sus manos le temblaban, su mente se estaba aturdiendo por las feromonas que el castaño soltaba.

—No puedo —sentía un par de lágrimas desbordarse por la comisura de sus ojos—. No sé cómo hacerlo —confesó.

 

Hibari suspiró pesadamente cuando su mente quedó en blanco ante esa respuesta, cuando su alfa quiso surgir con mayor insistencia. Tembló al pensar en la posibilidad de ser el primero que tocara a aquel muchacho. Negó un par de veces para controlarse, pero tener el cuerpo del castaño tan cerca del suyo lo hacía flaquear. Sólo inclinándose un poco hizo que su nariz rozara con esa piel e instantáneamente escuchó los suspiros del omega. Sus dedos apenas y rozaron con las rodillas del castaño y este tembló en respuesta.

 

—Sólo… una vez —cedió.

 

Tsuna sintió como los dedos del alfa se deslizaron por sus rodillas en ascenso a su pelvis, tembló y separó sus piernas por reacción hasta que sintió claramente la desnudez opacada por el lubricante natural que se desbordó. Disfrutó del como resbalaron esos dedos ásperos por la piel de sus muslos y se arqueó cuando el propio Hibari le separó las piernas aún más hasta acomodarlas por fuera de las suyas. Estaba totalmente desnudo en esa zona y sin pudor alguno dejó que lo descubrieran de esa forma. Cerró sus ojos cuando la respiración pesada del alfa chocó contra su cuello y ascendió hasta su oído antes de que esa lengua húmeda repasara su lóbulo suavemente.

Se sentía tan bien y gimió agudamente para demostrarlo.

Se sujetó de los brazos que rodearon su cintura y mantuvo su vista fija en los dedos que descendieron por esa camisa blanca y la elevaron lo suficiente para descubrir su vientre bajo, su intimidad y sus piernas. Cuando aquellos dedos descendieron por su vientre, pasando la barrera de vello púbico, soltó un gemido elevado y arqueó su cuerpo. Sus lágrimas se derramaron, los dedos de sus pies se flexionaron y estuvo a punto de sollozar cuando su erección fue rodeada por esas falanges que podrían llevarlo a la gloria.

 

—Sólo te tocaré un poco —susurró Kyoya en el oído ajeno—. Después puedes hacerlo tú mismo.

 

Tsuna asintió sin siquiera entender bien las palabras de Hibari, sólo quería que siguiese tocándolo. Y así fue. Esos dedos rodearon su pene y se movieron de arriba hacia abajo, lento, apretando un poco, deslizándose hasta su punta y deteniéndose para que el pulgar hiciera movimientos circulares en el glande. Siseó suavemente cuando su prepucio fue descendido con amabilidad y sintió un suave beso por debajo de su oído derecho. Esos dedos descendieron de nuevo con tortuosa lentitud hasta la base de su falo y volvieron a subir para repetir aquella deliciosa caricia. Fue un vaivén que hizo a sus lágrimas brotar sin piedad.

Se sentía demasiado bien.

Gimió sin recato, se retorció de placer, arañó los antebrazos que sujetaba como ancla a la realidad, dejó que su saliva se desbordara porque ni siquiera podía centrar su mente en tragar. Sólo podía soltar suspiros de placer mientras su intimidad era atendida sin prisa por aquel alfa cuyo aroma lo excitaba. Movió sus caderas para que el movimiento se acelerara, elevó su rostro un poco, cerró los ojos cuando Hibari apresuró el vaivén y tembló cuando su mente empezó a despejarse hasta que no podía pensar en algo concreto.

Llegó al orgasmo de forma abrupta y sin aviso. Lanzando una especie de gruñido y grito satisfecho. Se arqueó hasta que toda su espalda se pegó al pecho del alfa y su cadera se elevó para que esos dedos presionaran su base. No supo por cuanto tiempo vio luces y nada más. Al final respiró profundo, aunque sin ritmo, y sintió uno de esos brazos apretarle la cintura de forma posesiva. El dolor se había ido, su frustración también, y aunque su omega no estaba satisfecho y su esfínter anal se contraía todavía, estaba… feliz.

 

—Hi… Hibari-san —movió su cuerpo un poco para acomodarse y se estremeció cuando su trasero sintió algo duro rozarle—. Hibari… Kyoya —gimió al pronunciar esa última sílaba.

—No hagas eso —sintió el movimiento de esa cadera sobre su erección limitada por el pantalón—. No… lo hagas —suspiró colocando su quijada en el hombro de castaño.

—Kyoya… —Tsuna giró su rostro un poco para admirar el del alfa que apretaba los dientes con fuerza con los labios separados—. Kyoya… tú… —meneó su trasero sobre aquella dureza cálida y su humedad incrementó.

—Es una reacción normal de mi cuerpo —explicó con los ojos cerrados mientras soltaba el miembro del omega—. Sólo… deja que me calme… y se irá.

 

Pero Tsuna no quería que “eso” bajara, por el contrario, quería que Hibari dejase de decirle que no y cediera ante sus caprichos. Se movió un poco, restregando sus nalgas contra la pelvis de Kyoya, gimiendo quedito porque su cuerpo empezaba a calentarse de nuevo. Lo escuchó suspirar y después, de un momento a otro, escuchó algo parecido a una queja ronca, algo como un gemido grave, un jadeo gutural que le provocó un escalofrío. Era la muestra de que Kyoya también estaba excitado.

Pero cuando quiso moverse con mayor insistencia, esas manos detuvieron su cadera. Frustrado, aunque animado por saber que podía producir una erección en ese hombre, giró hacia el rostro ajeno y con suma delicadeza lamió la comisura de esos labios. Observó cómo el azabache abría los ojos y separaba los labios para soltar un jadeo alargado que produjo un sutil vaho que se desintegró en el ambiente.

Cuando Hibari lo miró, se sintió derretir.

Nunca había visto esos ojos brillar con tal intensidad, tampoco recuerda haberlo escuchado lanzar una especie de gruñido muy bajito que no era una amenaza sino algo así como un llamado. Sintió la necesidad de recostarse en el suelo y abrir sus piernas en forma de sumisión, pero estaba aprisionado por aquel brazo. Tsuna se quedó quieto, incluso soportando su respiración, y luego sólo quiso acariciarlo. Elevó sus manos hasta el rostro del azabache y se acercó para lamerle los labios; en respuesta Hibari se inclinó hacia él y le siguió el beso con más necesidad, desesperación y dominio.

Tsuna dejó que la lengua ajena invadiera su boca, que esas manos se deslizaran por sus piernas y que la camisa fuera jaloneada en amague por quitarla. Su gozo era tal que sintió su pene volver a endurecerse. Trató de responder al beso que le robaba el aliento, ondeando su lengua para acariciar la ajena que repasaba cada parte de su boca, y en medio de eso su lengua rozó con lo que identificó los caninos extendidos de Kyoya. De pronto sintió como las feromonas dominantes adquirieron fuerza y tembló en necesidad de unirse con el alfa.

 

—No más —pero Hibari lo empujó—. ¡No más! —apretó sus dientes y se dio cuenta de que sus caninos se desplegaron. Entró en pánico.

—Kyoya —aún estaba aturdido, perdido en su deseo, por eso no entendía el motivo del rechazo.

—Ya sabes cómo… auto complacerte —jadeó antes de empujar el cuerpo del castaño hasta el borde de la tina—. Hazlo… alíviate y… —sintió una contracción dolorosa en su abdomen—, ¡aséate!

 

Kyoya salió de ahí sin mirar atrás, con prisa, desesperado, fijando su mente en una sola idea y guiando a sus piernas hacia su habitación. No podía más. Sus caninos eran la muestra de que su lado animal tomaría fuerza en cualquier momento y que incluso podría llegar a entrar en celo a la par que Tsunayoshi. Nunca se había descontrolado tanto, jamás llegó a ese punto en el que ni siquiera podía contraer sus colmillos y controlar sus propias feromonas.

Azotó la puerta de su cuarto al abrirla, se dirigió a uno de sus muebles, tiró del cajón del medio, desparramó el contenido dado por papeles y lápices en el suelo. Con las manos temblando y desesperado, buscó el doble fondo posterior de aquel mueble de madera y sin cuidado tiró de la tabla hasta quitarla. Halló su escondite de emergencia, metió la mano y extrajo aquello que juró jamás usar. Más bien dicho, lo que le prometió a Adelheid no usar.

Hace tiempo que se prometió que no iba a usar los supresores —de una casa ajena a los negocios de los Hibari—, que tenía como último método de control sobre sí mismo, pero en ese punto, con su alfa a punto de tomar el control y su omega indefenso en el cuarto de baño, no tuvo opción. Sacó aquel aplicador automático que asemejaba a una pequeña lámpara —camuflada así a propósito—, apretó el botoncito de la base descubriendo una pequeña aguja hueca y la clavó en su pierna izquierda. Escuchó el leve silbido dado por la aplicación del medicamento, y soltó una queja porque dolió y su pierna se acalambró.

 

—Listo —suspiró aliviado.

 

Ese dispositivo, ese auto inyector, tenía una dosis elevada de supresores para omegas, un medicamento que fue desarrollado por otra empresa y tenía efectos segundarios desastrosos a largo plazo. Se inyectó los supresores que por años Leo usó para inhibir su lado alfa. Aplicó una dosis no recomendada por sus daños colaterales en el organismo, pero Hibari sabía que era lo único que lo calmaría en ese punto.

No se arrepentía de haberlo hecho. No se quejaría por lo que pasara luego.

Se dopó para no hacerle daño a Tsuna, para no faltar a su palabra de protegerlo, para no cometer otra estupidez y de esa forma cumplir sus promesas. No le importaba las consecuencias, en ese momento sólo sabía que los riesgos se esfumaron. Sólo pensaba en que Tsunayoshi estaba a salvo de él.

Kyoya se sentó en una esquina, soportando las náuseas, sintiendo su cabeza dar vueltas mientras sus caninos se contraían de poco en poco. Respiró profundo detectando que su habilidad de percepción olfativa menguaba hasta que sólo sentía un leve cosquilleo y percibía apenas el aroma a flores. Se limpió el sudor de la frente, tosió un poco, soportó el proceso de adaptación al medicamente y al final pudo buscar su celular para realizar esa llamada.

 

—Adel —se relamió los labios—, tengo algo que decirte.

Te escuchas algo extraño, ¿qué pasó?

—Ya no puedo tolerar los supresores para omegas que he fabricado —respiró profundo mientras se levantaba del suelo.

Eso es bueno, en parte —murmuró algo pues apenas y había terminado de atender a un paciente.

—No lo es —suspiró, preparándose mentalmente para el regaño—, porque también rechazo los supresores para alfas. No importa la dosis…, los estoy rechazando.

Cuando dices rechazar, ¿significa?

—Los vomito poco después de ingerirlos —apretó los dientes.

Maldición —Adelheid suspiró mientras se peinaba los cabellos con los dedos y se encerraba en su oficina—. ¡Maldición! Necesito que vengas a mi consultorio urgentemente.

—No puede ser ahora.

¿Por qué? —tenía un mal presentimiento.

—Tsuna entró en celo —Hibari ignoró las maldiciones del otro lado de la línea— y... —suspiró—, tuve que inyectarme esa cosa.

—¡Te dije que eso estaba prohibido!

—Lo hubiese marcado de no ser por eso —frunció la nariz—. Estuve a punto de entrar en celo también.

—¡Te dije que esto pasaría! —lanzó un corto gritito y lanzó un cuadro que tenía en su escritorio. Lo vio hacerse pedazos—. Te dije que tu alfa estaba tomando fuerza y…

—Adelheid —suspiró ahogando las náuseas—, tenías razón… —se recostó contra una de las paredes de su cuarto—. Creo que estoy enamorado de él… o que al menos mi alfa lo está.

¡Te voy a romper la nariz cuando te vea, idiota! —arrojó algo de nuevo—. Siempre eliges a los peores. ¡Siempre tengo que verte caer ante esos idiotas y ser tu pañuelo de lágrimas después!

—Cálmate y escucha, Adel.

Hubiese preferido mil veces que te acostaras con él y tuvieras hijos sin amor —jadeó antes de negar, porque sinceramente no quería eso—. Espera ahí… —se frotó el entrecejo—, iré inmediatamente.

—¡No! —lanzó la lámpara y suspiró—. No… No te quiero aquí.

Estás… —lanzó una risita incrédula— ¿Estás defendiendo tu territorio? ¡¿Es en serio?! ¡Llegaste a este punto para avisarme! ¿No pudiste decírmelo antes y así tal vez hubiésemos hallado la forma de detener el proceso?

—Manda a una omega o beta hembra —ignoró todas esas palabras porque no estaba de ánimos para una reprimenda—. No, mejor contacta a Nana… Dile que venga.

¡Kyoya! No te atrevas a…

 

Colgó y lanzó el aparato lejos. Suspiró antes de escuchar a lo lejos el llanto de su hija que tal vez se despertó por el ruido de la lámpara al caer o por su elevado tono de voz. Tenía días muy largos que soportar y cinco dosis de emergencia por si es que no podía encontrar los supresores para Tsuna.

Tenía que vivir con eso. Tenía que afrontar ese proceso. Tenía que aceptar que ya no había marcha atrás y que… de cierta forma… Fon triunfó en ese plan.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

Lo prometido es deuda. Como dije en el capítulo anterior, aquí tienen la segunda parte de este momento chidori… mejor dicho, la segunda parte de tres que habrá, tal vez se extienda un poco más porque en este celo tiene que pasar algunas cosas, o no tantas, de todas formas, ya se habrán dado cuenta que este celo es especial XDDD

Krat está cansada~

Krat les desea felices días~

Los ama~

Bye-bye, babys~


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