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Locura por mi todo por 1827kratSN

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I-pin se sentía culpable, es más, quería llamar a Kyoya o a Tsuna para decirle lo que hizo, pero Fon fue muy claro en la orden que le dio… Fue muy específico, señalando el castigo que tendría que soportar si fallaba o se delataba.

No podía desobedecer, pero estaba muy preocupada.

No sabía qué pasaría con su amigo. No sabía si Hibari tendría el suficiente control como para no hacerle nada a un omega en celo. No sabía si Tsuna terminaría ese calor para encontrarse con el horror que ella misma experimentó tras su primer celo.

Se tocó la marca a un lado de su cuello, cerró los ojos y suspiró. No quería recordar lo que dejó atrás, quería quedarse en el presente, aunque este estuviera lleno de problemas. Deseaba centrarse en su realidad, una que no era mala, pero tampoco era buena… y estar ahí, sujetando el celular, mirando cada tanto el calendario o el reloj, lo demostraban.

Ya no sabía qué hacer para quitarse la culpa.

 

—I-pin —levantó la mirada hacia la voz que a veces le transmitía dulzura—, ¿estás bien? —pero en esa ocasión era neutral.

—Sí —sonrió sutilmente—, sólo un poco ansiosa.

—Deja de lado ese tema —se acercó para besar la frente de su esposa—. En unos días yo averiguaré lo sucedido.

—¿Hablarás con Kyoya directamente?

—No —Fon se sentó en el sofá junto a la azabache y le acomodó un mechón de cabello—, usaré otras fuentes. Además, en unas semanas tú irás a tu revisión mensual y llevarás a tu amigo también.

—Pero ¿por qué?

—Verificaremos si tendré un nieto.

 

A veces escuchar a Fon hablar en ese tono tan serio, neutral y severo, la asustaba. Le aterrorizaba saber que un bebé en esa sociedad era un objeto, negocio y herencia. En otras ocasiones se compadecía de aquel hombre, porque se acopló a esa sociedad después de pasar por un calvario. Fon tenía un doloroso pasado que ella ni siquiera podía imaginar y del cual sólo había escuchado anécdotas por parte de las viejas omegas estrictas que le daban clases de comportamiento.

Esas viejas amargadas le contaban las cosas claves para generarle temor a las consecuencias de su desobediencia en contra la clase alfista, le hicieron un par de maldades también y dolía admitir que lograron amansarla hasta cierto punto. Jamás imaginó que odiaría tanto a unas ancianas.

La envolvieron con hilos de miedo y sumisión.

A eso debía sumarle las propias palabras de su alfa, de las miradas severas, las órdenes con la voz de mando, las bofetadas que se ganó cuando sobrepasaba el número de fallas, del dolor con que Fon le hablaba cuando algún tema tabú en esa casa se volvía el mejor incentivo para la obediencia.

Era horrible, lo peor era que aprendió a sobrellevarlo.

 

—¿Quieres ser padre de nuevo? —preguntó sin desearlo mucho, pero tenía curiosidad.

—No.

—Entonces, ¿por qué —su garganta se cerró— quieres que me embarace?

—Porque debo tener otro hijo.

 

¿Cuánto sufrió Fon? No sabía, en parte ni le interesaba, pero a veces se lo preguntaba.

¿Qué le hizo la sociedad alfista a uno de los suyos? Teorías había muchas en su cabeza, una más factible que otra, pero nada concreto y no iba a preguntar.

¿Por qué Kyoya no se rindió ante el consejo alfista como lo hizo Fon? Aunque suponía fue por lo terco de aquel alfa, por el dolor de años y el rencor hacia el consejo de ancianos.

¿Por qué Fon quería que Kyoya se rindiera ante un omega y tuviera descendencia? ¿Por qué hacer que su hijo sufriera al ver a su progenie agachar la cabeza ante el consejo? ¿Por qué desear más hijos para someterlos a esa barbarie? ¿Por qué casarse sin amor? ¿Por qué tratarla amablemente a veces? ¿Por qué no defenderla cuando era necesario? ¿Por qué usarla un día y al otro darle cariñosas caricias?

 

—No te entiendo —apretó los labios y desvió su mirada hacia sus manos.

—A veces ni yo lo hago.

—Haces las cosas que te ordenan.

—Hago las cosas que debo hacer para cumplir con mi puesto en la sociedad.

—¿Por eso te casaste conmigo? —miró atentamente a Fon.

—Sí —le palmeó levemente la cabeza—. Aunque he de decir que elegirte no fue tan al azar.

—¿Tengo algo especial?

—Muchas cosas son especiales en ti —rio suavemente, siendo sincero y agradable—. Pero no las diré.

—¿Me quieres un poquito al menos? —albergaba esa esperanza, porque deseaba aferrarse a algo para poder seguir.

—Sí —le acarició la mejilla—. Lo suficiente.

 

I-pin rio divertida porque, aunque sonara raro, le daba gracia lo sincero que podía ser su actual esposo. Fon podría ser todo lo retorcido e idiota que quisiese, pero había ocasiones como esa en donde no era más que una persona madura que no le temía a decir la verdad. Si tan solo fuese así todo el tiempo, su convivencia sería más amena y menos seca; hasta podría ser agradable, pero pedir eso era mucho.

 

—Amaste a tu esposa, ¿verdad?

—Lo hice —dejó salir un suave suspiro—. Aunque todos crean que sólo es una mentira más.

—Lamento que muriera y te dejase solo con un niño pequeño al que criar.

—Fue mi castigo —volvió a suspirar—. Me lo merecía.

—¿Por qué dices eso?

—No tienes que saberlo —estiró una de sus piernas en amague por levantarse.

—Fon-sama —I-pin le sujetó delicadamente la mano—, yo creo que te merecías hallar a alguien más a quien amar con la misma intensidad que a tu primera esposa.

—I-pin —se acomodó de nuevo—, ¿te han explicado sobre la simbología y descendencia de todas las familias de alta clase en las dinastías chinas de donde los Hibari descienden?

—Sí —sonrió para no rodar los ojos—, fueron muchas familias… y no logro recordar todo, sólo lo esencial. Algunos dicen descender de dragones, otros de serpientes marinas, algunos de leones o tigres.

—Los Hibari descienden de los lobos —sonrió porque aquello era irónico—, y los lobos son monógamos —I-pin lo entendió, por eso miró atentamente cada cambio en la expresión de Fon, aunque no eran demasiados detalles a notar—. Nosotros sólo amamos verdaderamente una vez en la vida, a una sola persona. Le somos fieles a un solo vínculo, al primero que formemos con un omega, porque ese lazo une nuestras almas por la eternidad.

—¿Y el segundo vínculo no es tan especial?

—No —le acarició la mano—, pero eso no quiere decir que no lo respetemos.

—Yo creí que tal vez buscarías a alguien más con quien tener hijos alfas, y no conmigo que te he dado sólo errores.

—Un matrimonio es algo sagrado, I-pin. Yo jamás me atrevería a tomar a alguien que no seas tú —decía la verdad—. Por mis creencias, por mis valores, por las leyes de los Hibari, yo te tomé como esposa y te seré fiel hasta la muerte; tal y como lo juré el día de nuestra boda.

—Eso es lindo —asintió—, claro, si obviamos que tú jamás olvidarás el amor por tu primera esposa… De la que no conozco el nombre y que nadie aquí osa a pronunciarlo.

—Pronunciar el nombre de ella —Fon miró a una pared lejana—, trae recuerdos… y los recuerdos son dolorosos.

—¿Por eso no hay fotografías de ella aquí? —Fon asintió—. Es una pena, yo hubiese deseado verla.

 

I-pin se apiadaba de todos los alfas y betas de esa clase, mucho más de los omegas condenados a ser simples objetos de reproducción. Todos sufrían de algún modo. Todos parecían estar condenados a castigos dados por quienes tal vez sólo quieren desquitar su propio dolor y aplicar los castigos que a ellos les impusieron antes. Seguían un ciclo sin fin donde el odio o el resentimiento eran su sustento.

                                                       

 

Piedad…

 

 

Rememoraba el aliento que chocó contra su oreja, el tono ronco con que su nombre fue pronunciado, el toque cálido de esos dedos en sus piernas, muslos, cadera, ingle…, pene. Repetía ese breve momento en su cabeza una y otra vez mientras él mismo se tocaba con frenetismo. Soltaba su voz entre leves sollozos dados por el placer maquinado por su mente, movía su mano sobre su falo sin ritmo, siguiendo sólo su necesidad de complacerse en medio del agua tibia que volvía todo más placentero. Se deshacía en temblores, gemidos, súplicas por más de lo que su mente forjaba.

 

—Kyoya, Kyoya… Kyoya… tócame más.

 

El agua se movía por sus propios movimientos, se resbalaba por el filo de la tina en la que apenas y pudo entrar antes de centrarse desesperadamente en aliviar el calor que lo invadía. Ya no se diferenciaba el sudor, el agua o el lubricante en su cuerpo entero. Ya no olía a feromonas alfas y al calor del agua, olía a semen entremezclado con el deseo de un omega insatisfecho que quería olvidar la desagradable sensación del rechazo. Ya no había paz o dulzura…, sólo era un mar de emociones y lujuria.

 

—Él… me dejó solo.

 

Cuando su calor se calmó por las veces que llegó al orgasmo por auto complacerse, le llegó también cordura limitada, y con ello la sensación horrible dada por su lado omega que aullaba de dolor. Había sido dejado de lado. Su alfa lo había abandonado en ese estado y prefirió atender a otra persona. No había sido suficiente. No había podido seducir al alfa. No había podido… unirse con el alfa. Había fallado.

Sus lágrimas se derramaron en medio de sus jadeos por recobrar la respiración normal. Sus quejitos bajitos resonaron por el eco de aquel cuarto. Su dolor se exteriorizó mientras el agua perdía su temperatura y su piel se arrugaba por el largo rato que permaneció allí. Se sentía tan devastado que ni siquiera quería moverse y se arrimó a una de las paredes de la tina para encogerse y abrazar sus piernas.

Estaba cansado de sus intentos fallidos. Estaba dolido con aquel alfa idiota. Estaba harto de sentir ese dolor punzante en su vientre y en su pecho. Estaba tan cansado de todo.

Cerró los ojos sin darse cuenta del lugar donde reposaba, sin pensar en lo riesgoso que sería resbalarse de poco en poco en la tina. Se quedó dormido en medio de sus estragos. No percibió cuando aquel alfa ingresó al baño. No percibió cómo fue aseado con cuidado sin ser ultrajado de ninguna forma. No fue consciente de que Kyoya estaba preocupado por él y cuidadosamente lo saco de ahí, lo secó y vistió con prisa antes de cobijarlo adecuadamente en el cuarto que le correspondía.

No notó que el cariño brindado por el alfa rebasaba con creces lo que él esperaba.

No disfrutó del suave beso que le fue dejado en los labios.

 

—No debí llegar a tanto —Kyoya suspiró—. Lo siento, Tsunayoshi.

 

Hibari respiró de forma tranquila antes de retornar al cuarto de su hijita para cuidarla como se merecía. Se dio el tiempo de hacerla dormir una vez más, acompañarla en sus sueños mientras velaba los del castaño antes de limpiar el desastre que quedó en su cuarto de baño. No quería alterar a Nana cuando esta llegase, así que ventiló la casa, arregló lo mejor posible y esperó. No sabía si sería la madre del castaño quien llegaría para ayudarlo, pero de todas formas guardaba la esperanza de que fuera ella y nadie más.

Cuando recibió a la castaña en la puerta, no pudo evitar sonreír.

Nana era su calmante. Aquella mujer que le recordaba un poco a su propia madre le daba la paz que necesitaba para superar ese día tan extraño que estaba por terminar. La reconocía como la madre de Tsuna, la acogió como su propia familia y le dejó el cuidado del omega a ella con sumo placer. Se alejó de Tsuna cuanto le fue posible hasta esa noche cuando lo vio bajar junto a la castaña para cenar juntos como era costumbre. Dio gracias al supresor que se inyectó porque tuvo que cargar al castaño en brazos para regresarlo al cuarto ya que aún estaba afectado por el calor y estaba débil.

Todo se tranquilizó, volvió a lo normal. Él cuidando de Aiko como siempre y Nana haciéndose cargo de su Tsuna. Los supresores funcionaban bien en el castaño, el aroma del omega estaba a nivel tolerable y descansaba apropiadamente en su cuarto. Kyoya verificó que nadie rondara cerca de sus dominios, ni siquiera betas; dejó sus feromonas en el perímetro de su casa como advertencia a quien osara siquiera acercarse demasiado.

Enma llegó con supresores un poco más tarde, pero no pasó de la entrada al jardín por la clara advertencia de un alfa que marcaba territorio. Ni siquiera Mayu, quien lo acompañó, pudo dar un paso dentro de ese hogar. No se pudo hacer una revisión médica porque Kyoya determinaba que todos a excepción de Nana eran intrusos.

Kyoya tuvo cuidado de no demostrar sus instintos tan abiertamente frente a la castaña, trató de mantenerse calmado; incluso probó de nuevo los supresores para omegas y los de alfa, pero obviamente no funcionaron y los devolvió casi de inmediato. Ya no debía mentirse, su cuerpo estaba reaccionando ante los cambios que previó hace un año. Así que siguió inyectándose las dosis con los aplicadores automáticos, soportó los efectos segundarios sin dar muestra de sus malestares. Pero aun así cometió un error al tercer día.

 

—Hibari-san —Tsuna había bajado a la sala, estaba más consciente ya que su celo se estaba desvaneciendo.

—Mamá —Aiko sonrió antes de gatear presurosa hacia el castaño.

—No deberías bajar descalzo —Kyoya lo miró detalladamente por unos segundos, apreciando que esa mirada ya tenía ese brillo normal e inteligente.

—Lo sé —se sentó en el sofá y sonrió—, pero quise aprovechar que mamá está cocinando —sujetó las manitas de la bebé y la ayudó a subirse a sus piernas.

—Lamento lo que pasó —soltó sin pensarlo. Justificándose ante los recuerdos que no podía dejar de rememorar—. Yo… perdí el control.

—Hibari-san —su voz tembló—, yo hablaba en serio —peinó los cabellos de Aiko para evitar mirar al alfa—. Muy en serio.

—No es cierto.

—Yo quería que usted me… —enrojeció y suspiró. Le costaba tanto hablar cuando su omega no dominaba su cuerpo.

—¿Tomaste tu supresor?

—Escúcheme —chistó—. No me juzgue sólo porque estoy todavía en mi celo.

—Ahora dices cosas que estando consciente jamás dirías.

—No es… —Hibari tenía razón, pero no quería admitirlo—, verdad.

—Papi… agua —balbuceó la pequeña que agitaba sus piernitas en señal de querer bajar.

—No te sobre esfuerces…, Tsunayoshi —el azabache se acercó para tomar a su hija.

—Hibari-san…

 

Tsuna logró sujetar los brazos del azabache justo cuando este sostuvo los bracitos de Aiko quien tocó el piso con los piececitos tras resbalarse suavemente por sus piernas. Lo miró de frente, soportando la respiración, ignorando la vergüenza. Se acercó al rostro ajeno cuando verificó que aquel azabache no se apartaría y lo sujetó gentilmente entre sus dedos. Quiso besarlo, su cuerpo le pedía ese simple contacto, ese acercamiento hacia el alfa que ya no tenía el aroma potente pero que seguía transmitiendo calma y cariño hacia él. Se acercó cuanto pudo y entrecerró sus ojos.

Y cuando Kyoya se alejó para rechazarlo, él se aferró con fuerza.

Le rodeó el cuello con los brazos, lo aprisionó contra su pecho y suspiró agradecido por sentir el calor de ese cuerpo junto al suyo. Se aferró con desesperación al alfa dejando sus feromonas surgir con prisa, deseando que todo aparte de ellos desapareciera y que se volviese a repetir lo de su primer día de aquel celo en la bañera. Jadeó, tembló y sonrió lleno de gozo cuando sintió la punta de la nariz de Hibari rozarle la clavícula.

Kyoya calculaba sus horas para las aplicaciones de esas dosis de supresores de emergencia, por eso no previó que, en ese momento, cuando el castaño lo abrazó, su olfato tomase sensibilidad y se dejara llevar por el aroma a flores que despedía Tsuna. Deslizó su nariz por ese cuello, aspirando las feromonas sueltas en su entorno, rozando sus labios con la piel de la quijada hasta que escuchó el respirar entrecortado de su peor tentación. Soltó un pequeño gruñido cediendo a su instinto dominante y rozando con sutileza sus labios con los ajenos. Fue sólo un roce, pero fue el castaño quien terminó de unir sus pieles para forjar un beso.

 

—Papi, agua.

 

Cuando se dio cuenta ya había cometido el error, dejando que esos labios se enredaran con los suyos. Se alejó con prisa, desviando su mirada hacia la pequeña que lo miraba desde abajo sin entender lo que pasó, dando leves saltitos sin separar los pies del suelo y meneando sus manos que sujetaban un pollito de peluche. Kyoya apretó los dientes antes de cargar a Aiko y alejarse del pequeño castaño que soltó un gemido bajo en protesta por aquel paro tan imprevisto.

Ignoró al castaño, volvió a su fase neutral, se encaminó a la cocina con Aiko en brazos y obvió la queja del omega al que dejó en la sala. Se retó mentalmente mientras pasaba junto a la castaña que tal vez vio aquello, pero que no dijo nada al respecto. Bebió agua a la par que su pequeña, se mordió el interior de su mejilla y subió a su cuarto para inyectarse otra dosis de supresores a pesar de que no cumplía con la hora adecuada para hacerlo. Ahogó sus síntomas con el medicamento que obligaba a su cuerpo a diluir en su sangre. No podía permitirse más deslices hasta que el celo de Tsuna terminara… e incluso después de eso.

 

—Kyo-kun…, ¿puedo preguntarte algo? —Nana se sentó en frente del azabache que jugaba con la pequeña bebita.

—Sí —ayudó a Aiko a levantarse para que caminase hacia Nana y se trepara al regazo de esta.

—¿Pasó algo entre Tsu-kun y tú? —le sonrió a la nenita que le ofreció una pelotita verde, y después miró al azabache.

—Sí —sujetó uno de los juguetes de su hija y miró el reloj que colgaba en la pared. Sólo tenía que superar ese día para que el celo de Tsuna terminase.

—¿Puedes decirme qué fue? —con aquella amabilidad maternal le dio confianza para que hablase—. ¿O por qué fue?

—No teníamos supresores —miró a la castaña y suspiró. No podía mentirle.

—Kyo-kun —jugó con las manitas de Aiko, pero miraba al azabache—, hasta ahora te habías controlado… ¿por qué eso cambió?

—Porque… —apretó el juguete dudando si decirle o no, siendo su honestidad la que lo guio—. Porque he llegado a enamorarme de su hijo.

 

Los balbuceos de Aiko fueron los únicos que cortaron el silencio que se formó. Nana estaba sorprendida, y si bien de alguna forma ya notó que algo así estaba pasando en aquel hogar, el que fuera aquel hombre el que se lo dijera… fue un pequeño shock para ella. Notaba la sinceridad en cada palabra, la mirada culpable del alfa y la forma en que se tensaba porque seguramente era incómodo hablar de eso. Pero le agradeció que le confesara aquella verdad.

 

—Pero no planeo hacer nada en contra de su hijo.

—¿Él lo sabe?

—No —desvió su mirada a la pierna en la que se inyectaba los supresores—, y no lo sabrá.

—¿Por qué no se lo has dicho? —no iba a negar que le agradaba aquel chico, así que ella estaba dispuesta a aceptarlo.

—Porque no es correcto.

—¿Y si te corresponde? —entabló esa posibilidad porque era la madre de Tsuna, porque sabía que algo había detrás de la mirada confundida de su hijo.

—Aun si eso pasara —recogió los juguetes a su alrededor—, aún si… hubiera una posibilidad de que eso fuera verdad… —su alfa saltó contento porque por un momento se lo imaginó—, yo no lo aceptaría.

—Amar no es malo, Kyo-kun.

—Lo es si eres el heredero de una familia de clase alta —miró a la ventana y apretó los puños—. Yo no quiero hacer de la vida de Tsuna un infierno.

—Has sufrido mucho, lo sé —Nana se acercó al alfa, se arrodilló frente a él y dejó a Aiko en el suelo para así liberar sus manos para acariciar con dulzura las mejillas de aquel azabache—. Pero que eso no te impida darte la oportunidad de ser feliz, porque no todo es malo… —sonrió—. No pienses en que volverás a sufrir y perder todo lo que amas —ella sabía muchas cosas que había escuchado en silencio o por causalidad.

—Nana-san —la miró con seriedad—, yo no quiero hacerles daño.

—Eres una buena persona, Kyo-kun.

—Si su hijo se queda conmigo acabará muerto como Liliana —dictó sintiendo una punzada en su pecho.

—¿Tanto amaste a Liliana? —aunque ya sabía la respuesta sólo con ver el dolor en esa mirada—. ¿Tan grande es tu miedo? —cambió de pregunta en medio de ese largo silencio.

—Nana-san…, yo no podré cuidar para siempre de su hijo…, y no quiero que usted lo vea morir por mi culpa.

 

Las lágrimas de Nana se derramaron en respuesta a esas palabras tan firmes que cargaban tras de sí un dolor que ella ni siquiera podía imaginar. Abrazó a aquel alfa que ayudó a su hijo, le cedió leves caricias en confort. Le cedió el amor de una madre, amor que tal vez aquel muchacho tanto anheló y necesitó. Lo consoló en silencio a pesar de que Hibari no pidió ser consolado. Y sufrió por algo que no entendía, pero que presentía iba a llegar de repente.

 

—¿Te sientes mal, Kyo-kun? —se acercó al azabache que se recargó en la pared de la cocina.

—Estoy bien —respiró profundo y sacudió levemente su cabeza para mitigar la migraña.

—Bebe un poco —le ofreció un vaso de agua y lo vio ingerirla con lentitud—. ¿Es por la medicina? —no le respondieron—. Vi que te inyectabas algo esta mañana… y la otra noche también.

—Sí —suspiró, aquella castaña lo descubrió—. Pero estaré bien.

—¿Por qué es una inyección y no una pastilla?

—Es un nuevo tratamiento.

—Pero si te da tantas molestias —le acarició la mejilla—, no la uses y vuelve a las de antes.

—Hum —asintió, aunque era obvio que no iba a seguir el consejo.

—El celo de Tsu-kun terminó —sonrió para cambiar el tema—. Así que ya deja esa medicina.

—Lo haré.

—Me iré en la tarde —sonrió con amabilidad—, así que puedo ayudarte mientras tanto.

—Gracias.

—Pero cuando me vaya…, habla con Tsuna y dile lo que me dijiste a mí.

—No lo haré.

—Por lo menos piénsalo —rio bajito—. Y después díselo —insistió.

 

Era obvio que no iba a decírselo, aun así, dejó que aquella castaña siguiese dándole consejos sobre el tema. Kyoya se estaba arrepintiendo de haber soltado la lengua con aquella mujer, pero al menos estaba seguro de que ella no diría nada o al menos eso le aseguró. Las madres eran muy raras en ocasiones. Y aceptaba que le caía bien aquella beta, tal vez por eso suspiró cuando se despidió de ella… o tal vez fue por el hecho que de nuevo se quedó a solas junto a aquel castaño.

Sí, fue lo segundo.

Era incómodo, hasta él podía sentirlo. El silencio, el hecho de que estuvieran de pie cerca de la puerta por donde la castaña había desaparecido, que fuera entrada la noche y que Aiko no estuviese ahí para matar la tensión. Fue molesto, por eso Kyoya fue quien se dio media vuelta y se dirigió al segundo piso.

No tenía ganas de hacer o decir algo sobre lo que pasaron en esos días. No quería tratar con cosas complicadas y sólo quería descansar. Quería saborear las últimas horas de aquellos estragos por la medicina que suprimía casi todo su lado alfa. Lo malo fue que trastabilló en la última escalera y tuvo que sentarse.

Odiaba esos mareos repentinos, el sabor amargo en su lengua y el hecho de sentirse débil. Pero más odió la preocupación que ocasionó en aquel castaño que sin dudarlo se acercó a él para verificar que todo estuviera bien. Cruzar sus miradas fue incómodo, el tocarse fue extraño y los dos no sabían qué hacer.

 

—Estoy bien.

—Es obvio que no lo está —Tsuna dejó de lado todos sus reproches internos y tocó la frente de Hibari—. Está algo caliente.

—No es cierto.

—Lo es —discutió sosteniendo las mejillas del azabache entre sus manos—. Buscaré algo en el botiquín.

—No es necesario.

—¿Cómo puede estar tan seguro? —reprochó porque no quería tratar con un infantil Hibari justo en ese momento.

—Sólo debo dormir —suspiró al levantarse.

—Lo ayudo —sujetó la mano de Hibari, pero de inmediato la soltó cuando sintió un escalofrío en su espalda.

—Duerme, herbívoro —se sostuvo de la pared para caminar—. Mañana es otro día y olvidarás lo que pasó.

—No podré —murmuró a sabiendas de lo que se refería.

—Lo harás —respondió antes de entrar a su cuarto—. Y yo también.

 

Pero no era así. Se estaban mintiendo.

Todo lo que pasó ahí se quedaría como en una memoria resguardada entre esas paredes.

Cada palabra, suspiro, susurro, haría eco en sus memorias.

Cada caricia, roce, beso o toque, quemaría su piel cuando sus recuerdos surgieran.

Su omega y alfa se llamaban entre sí por necesidad, por instinto. Porque para aquellas dos especies era así.

 

«Acuéstate con él»

 

—Creo que no podré —murmuró Tsuna cuando se hallaba entre sus cobijas.

 

«Has que se entregue a ti»

 

Pero aquella voz seguía resonando en su cabeza.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

La sumisión se puede enseñar y aprender. Las mujeres en una sociedad machista lo sabrán de sobra. Krat como muchas sigue luchando para salir de ese sendero, pero es un proceso largo que necesita de constancia y ayuda.

I-pin y Shoichi están aprendiendo a someterse porque su instinto de supervivencia los supera, porque hay quienes los guían a eso. Porque ya conocen los castigos a los que serán sometidos si desobedecen.

Tsuna, Yamamoto, Skull, Lambo, Squalo, Fuuta y hasta Haru, en cambio están aprendiendo a liberarse. Poco a poco, algunos más rápido que otros, están saboreando lo que es la libertad mientras son protegidos por terceros.

Eso es lo que trato de reflejar, espero se note XDDDD

¡Bueno señores!

Perú fue el epicentro de un sismo de 8.21 (si no estoy mal), pero el movimiento se sintió en otros países incluyendo el mío. Espero sinceramente que todos mis lectores (y no lectores) estén bien, y que todos en general hayan superado este suceso. Esperemos no haya réplicas demasiado fuertes, guardemos la calma y a ver qué pasa.

Krat los ama~

Les deja capítulo nuevo porque sí wey, no mames. XDDDD

Besitos~


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