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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Apretó los labios, ¡no podía evitarlo! ¡Era una reacción inmediata! Lo hizo desde la primera vez, y aunque trató de controlarse… fue imposible, pero Kyoya no le reclamó ni una sola vez. Y no era sólo eso. Sus ojos se cerraban, su cuerpo se tensaba y terminaba aferrado al pecho ajeno con las manos temblorosas. Esperó siempre el contacto forzoso, pero jamás fue así.

 

—Buenos días.

 

Lo que ocurría siempre era una muestra de lo gentil que Kyoya podía ser. Tsuna siempre sentía una caricia en su pómulo, el roce de la mejilla del alfa contra la suya, un rápido abrazo y un beso en su frente.

Se sentía de lo peor.

Pero simplemente no podía pensar en algo más que en lo vergonzoso de su acción de la otra noche, lo raro que se sentía al ser abrazado por Hibari, y del pánico que le inundaba cuando el rostro del azabache se acercaba mucho al suyo en insinuación de un posible beso.

 

—¿Quiere be-besarme? —no pudo controlarse, sujetó el brazo de Hibari para preguntar eso, pero ni siquiera pudo mirarlo— ¿Po-por qué no lo hace?

—Tsunayoshi —deslizaba una caricia por esa mejilla y con gentileza elevaba ese rojizo rostro para que se miraran—, no te forzaré a nada.

—Pero… —jadeó, no sabía ni qué decir.

—Iré por Aiko —le acarició una vez más usando su pulgar—. Yo preparo el desayuno.

 

Era tan… difícil.

Lo peor era… la gentileza propia de aquel alfa.

No lo obligó a nada, absolutamente a nada. Ni un roce si quiera. Respetó su espacio personal, sus pequeños ataques de pánico que lo llevaban a huir, sus intentos fallidos por aceptar un beso que jamás llegaba. Tsuna no entendía cómo alguien podía tenerle tanta paciencia con sus rechazos automáticos, a pesar de que fue él quien insistió tanto para que llegaran a tener “algo más”.

Tanto le suplicó porque Kyoya aceptara que estaba enamorado de él…, y ahora no podía con esa carga.

Observaba a aquel alfa junto con su pequeña Aiko quien estaba algo resentida por la última inyección que le administraron, los dos siendo los de siempre, la una sollozando bajito mientras el mayor le besaba la cabecita y caminaba despacio de un lado a otro en ese cuarto colorido para calmarla y hacerla dormir. Los envidiaba porque ellos podían estar tranquilos mientras él tenía miles de dudas en la cabeza, dudas que no debería tener.

 

—¿Es feliz? —miró a Kyoya cuando estaban estudiando como en cada tarde.

—Sí.

—¿Cómo puede ser feliz con alguien como yo?

—Porque te has convertido en mi familia —sonrió antes de ponerle atención al libro—, porque me has dado el hogar que una vez perdí.

—Yo no he hecho nada especial.

—Has hecho más de lo que crees.

—¿Cómo qué?

—Como quedarte aquí.

—¿Por qué se enamoró de mí?

—No lo sé —susurró—, puede ser porque convivimos juntos desde hace mucho, porque sonríes sinceramente y no te cuesta expresar tus emociones, por tu aroma a flores, o simplemente porque eres tú.

 

La respuesta fue tan sincera y sencilla que Tsuna sintió que en su estómago revolotearon mariposas, tal y como en la adolescencia escuchó pasaba. No era un mito, en verdad sentía cosquillas en su estómago. Y no sólo eso. Sus mejillas se sentían calientes y no podía mirar a Kyoya de frente porque la vergüenza superaba su voluntad, sus manos sudaban, no podía hacer más que reírse suavemente y… quería huir.

Porque creía que no se merecía el amor que Hibari le estaba ofreciendo.

Pero quería tenerlo para sí.

De forma egoísta quería seguir siendo amado de esa forma, por ese hombre. Deseaba con fuerza que la mirada de Kyoya sólo se centrara en él, que lo siguiera abrazando con amabilidad, disfrutar de las feromonas que soltaba para hacerlo sentir cómodo, adoraba la cercanía…, amaba sentirse especial ante esos ojos azules. Le gustaba la idea de ser el gran amor de la vida de alguien, y no cualquier alguien, de Kyoya Hibari.

 

—¿Por qué aprendió a bailar? —de nuevo había visto a Hibari bailar junto a Aiko.

—Me lo enseñaron —sonrió antes de dejar a su hija en el corralito.

—¿Y le gusta?

—No, pero admito que es algo especial.

—¿Por qué?

—Porque para bailar correctamente, debes tener una conexión con tu pareja.

—Suena difícil —balanceó sus piernas suavemente.

—¿Quieres intentarlo?

—No creo ser bueno en eso —se rascó la mejilla, soy muy torpe.

—Yo te puedo enseñar.

 

Mientras se deslizaba con torpeza por el suelo de la sala, alternaba su mirada de los ojos de Hibari a sus pies y a la pequeña de mirada azulada que los observaba desde su corralito. Seguía las instrucciones con duda, sintiéndose morir cuando tropezaba con los pies de su guía, deseando detenerse y huir cuando por poco cae y sólo los brazos del alfa lograron evitarlo. Sorprendiéndose al ver una sonrisa divertida en aquel alfa quien le incentivaba a seguir intentando.

Nervios y euforia.

Fue difícil, pero después de cierto tiempo logró al menos seguir la rutina base de un vals suave en el que una de sus manos se hallaba en el hombro del alfa y su mano libre se hallaba unida a la libre de Hibari. Sentía la guía en su cintura, aquel brazo que le dictaba el sentido de sus giros o de los movimientos de sus pies, y la suave fragancia a cerezos que le gustaba. Podía mirar a Hibari y sonreírle con timidez. Y al final terminó abrazándose a su guía para disfrutar de los movimientos suaves y de escuchar el latir de ese calmado corazón.

 

«Debes conquistarlo. Debes volverlo tu alfa»

 

No sería tan malo, en realidad, sería muy agradable. Sería protegido con esmero, tratado con amabilidad, respetado en todos los sentidos, amado con locura. Sí. No estaría mal dejar que Hibari lo amase. Dejarse llevar sería lo mejor, porque de esa forma… todos estarían bien.

Formarían un hogar, una familia, se darían paz mutua en medio de todo ese desastre. Se apoyarían en todo ese asunto, podrían llevarse bien por muchos años y olvidarse de la clase alfista hasta cierto punto. Ya no habría más dolor en sus celos, Hibari dejaría de ingerir supresores y dañarse, Aiko crecería en una familia llena de amor, y tal vez… podrían tener un bebé.

Sería tan bonito. Como uno de esos cuentos de hadas.

Hasta podría ser mucho mejor.

 

—La nieve es lo más hermoso, ¿no lo crees Aiko?

 

Miraban por la ventana, sentados sobre el largo sillón sin espaldar que reposaba debajo de la ventana, rodeados de cojines, comiendo galletas de avena y bebiendo chocolate caliente. Admiraban las primeras nevadas de ese año, sentían el frío de esa etapa, y esperaban a que Hibari volviese de la consulta con Adelheid y de visitar su fábrica de medicamentos. Miraban a la gente caminar por la calle, los techos de las otras casas, los edificios a lo lejos, el cielo nublado por completo. Adoraba la vista que tenía desde el cuarto de Hibari, y el aroma a madera seca que dejaba el alfa en aquel espacio.

Le gustaba refugiarse en esa habitación.

Cuando escuchaban la puerta de la entrada, se daba una especie de pánico. Aiko se agitaba hasta que lograba quedar libre en el suelo y presurosa caminaba hacia la puerta mientras Tsuna recogía el vaso de leche y el plato usado. La pequeña ahora era detenida por la rejita instalada en la parte superior e inferior de las escaleras, pero eso no impedía que desde ahí gritara a todo pulmón para atraer la atención del recién llegado. Hibari solía sonreír mientras se quitaba el abrigo, y subía esas escaleras para besar la frente de su hija, cargarla, y finalmente darle un beso en la mejilla al castaño que le daba la bienvenida.

Diciembre era agitado, cuna de festejos, regalos y desastres. A Tsuna le gustaba, pero a Kyoya no, y aun así hallaron un punto medio para poder sobrellevar las cercanas festividades, que si bien todas no eran originarias de su país natal muchos disfrutaban de celebrarlas. Colocaron un árbol colorido, pero sin luces para que no fuera molesto de ver y no generara peligro para una muy curiosa Aiko que jugaba con las esferas colocadas en las puntas de las ramas artificiales del arbolito de plástico. Colocaron algunos adornos en la sala y en el barandal de las escaleras, acomodaron los numerosos cuadros con sus fotografías, abastecieron su alacena con ingredientes para dulces, pasteles y demás.

 

—Hibari-san, vamos al centro comercial.

—¿Por qué?

—Quiero comprar un regalo para usted.

—No es necesario.

—De todas formas, quiero ir, y lo convenceré.

 

Tsuna tomó la mano de Hibari, entrelazó sus dedos y guio el sendero. Kyoya sólo se dejó llevar después de dar un suspiro largo y cansado mientras empujaba el carrito en el Aiko viajaba por comodidad. Se dejaron llevar por los colores, aromas y los eternos disfraces de rojo y blanco. Compraron algunas cosas —en realidad todo lo compró Tsuna—, comieron algo por ahí, se internaron en la que sería la aldea de Santa y fueron vetados cuando Hibari golpeó a uno de esos duendes que quiso darle un susto divertido. Sí, entre tantos aromas esos duendes no detectaron que se estaban metiendo con un alfa muy volátil y estresado.

Fue gracioso.

Dejaron a Aiko en una guardería y ellos dos se perdieron entre las tiendas de ropa abarrotadas por consumidores compulsivos debido a las fechas. No compraron nada, pero sí desorganizaron muchas cosas. Se escaparon de las multitudes para tomarse fotografías en una de esas cabinas con temáticas, participaron en una rifa de la cual ganaron pulseras a juego para ambos. Hibari compró algunos libros de su interés en conjunto con cuentos coloridos e infantiles para Aiko, y Tsuna adquirió un bonito álbum para llenarlo con las fotografías que reveló. Hicieron lo que un feliz matrimonio haría.

Fueron sólo ellos tres hasta que la fecha especial se acercó demasiado.

 

Mukuro quiere hacer una fiesta —detallaba Takeshi por teléfono—, dice que será bueno para festejar este buen año. Así que quiero invitarte, a Hibari-san y a Aiko-chan también.

—Suena bien —Tsuna siguió revisando su recién armado álbum y sonrió—, sólo dime cuándo es.

Dile a esa ave huraña que use algo rojo —Mukuro intervino en la plática de forma abrupta como siempre solía hacerlo, aunque podría ser también porque tenían activado el altavoz—. Que no use nada negro y que deje de ser amargado.

—Si le digo eso, no querrá ir —Tsuna rio suavemente mientras se giraba para revisar que Kyoya no estuviera cerca.

—Yo sé que puedes convencerlo, Tsunayoshi-kun, kufufu… ¡Usa tus encantos!

—Nii-sama, ¡cállese!

Los celos no son buenos Nagi, ya te lo dije. Así que mejor trata de enamorarte de alguien más.

Tsuna —ahora escuchaba a Takeshi y la discusión de esos hermanos de fondo—, ¿ya te llevas mejor con Hibari-san?

—Sí —sonrió instantáneamente—, ¿tú y Mukuro cómo van?

Bien.

—¡Más que bien diría yo! —rieron de fondo, ¿sería Tsuyoshi o alguien más?

—Mi suegrito ya me quiere, kufufu.

—¡A quién le dices suegro, mocoso!

—Todos se llevan bien aquí —Yamamoto rio animado, ignorando la pelea detrás de él.

—Takeshi… ¿Lo amas? —se atrevió a preguntar porque tenía esa duda desde hace mucho.

Pues… —se escuchó el silencio en la línea y suponía que muchos querían escuchar la respuesta—, soy feliz.

—Eso es bueno.

Yo creí que al fin escucharía algo bonito —Tsuna suponía que Mukuro estaba armando drama de nuevo—. Me siento rechazado cruelmente de nuevo… ¡Ay! ¡Si sigo así me moriré de tristeza!

Hierba mala nunca muere —murmuró Nagi.

Auch… mi propia hermana —fingió llorar—. Ahora ya no quiero nada. ¡Cancelen la fiesta! … este alfa se irá a deprimir en su cuarto con su dotación semanal de chocolate.

—Suenan como siempre —rio Tsuna—, en un divertido alboroto.

—Siempre es divertido. Espero que tú también te diviertas en tu casa, Tsuna.

—Lo hago —repasó la fotografía de Hibari y Aiko con su dedo—, lo hago —suspiró antes de sonreír.

Tsuna —se escuchó serio—, suenas confundido¿estás bien?

—Hibari-san acaba de llegar —mintió—. Debo colgar. Hablamos luego, Yamamoto-kun.

 

Convenció a la bestia con un soborno. Tsuna prometió que irían a la fiesta de Mukuro que se daría tres días antes de navidad, después a la reunión en su casa porque su madre quería tenerlos juntos, y el día de noche buena y navidad pasarían ellos tres en casa. Fue sólo así que Hibari aceptó e intentó mostrarse agradable en medio del alboroto armado por Mukuro, quien como siempre adoraba ser el centro de atención, presumir su dicha junto con Takeshi y molestarlos a todos. Fue una fiesta divertida.

 

—¿Y cuándo se casan? —uno de los invitados fue Baek, quien riéndose bajito siguió con su travesura—. Leo me dijo que ustedes dos estaban tardándose en colocar una fecha.

—¿Casarnos? —la sorpresa de Yamamoto fue tan palpable que muchos rieron— ¿Por qué? —elevó su ceja derecha.

 

Todos vieron el desánimo de Mukuro quien se dirigió a una esquina para suspirar y lamentarse de su propia desdicha. Fue gracioso, aunque a la vez algo penoso. Le dieron consuelo por un rato, aunque fue el propio Takeshi quien subió el ánimo del alfa cuando le dio de comer en la boca. Fue un detalle muy lindo, sin malas intenciones, algo natural en Takeshi y una pequeña muestra de su extraña relación con el de mirada bicolor. Todos sabían que esos dos terminarían casándose y formando una familia en algún momento, pero sabían también que de cierta forma eran muy lentos en construir su relación.

Tsuna sabía que su caso era el mismo, pero por razones diferentes.

Aiko adoraba a sus abuelos, Nana e Iemitsu se encantaban con la pequeña que sonreía siempre. La celebración ahí fue más sencilla, sólo ellos cinco, una comida hogareña, pláticas sobre sus días, juegos con la más pequeña, miradas retadoras de un padre celoso o muy sobreprotector, y un alfa que no se alteraba con nada. Tsuna admitía que adoraba el ambiente en el que fue su hogar durante toda su vida, lleno de dicha y paz, cumpliendo con los anhelos de su madre quien siempre deseó verlo casado con alguien amable.

 

—¿Estás bien, Tsu-kun? —se había quedado en la cocina largo rato, jugando con la papilla que Aiko no comió.

—Sí —sonrió, pero su madre no se convenció.

—¿Qué tienes, Tsu-kun?

—Mamá —suspiró—, ¿qué pasa si lo que estoy haciendo está mal?

—¿Hablas de Kyo-kun? —vio a su hijo asentir y le acarició la cabeza—. Te lo ha dicho, ¿verdad?

—Tú ya lo sabías —soltó una risita antes de abrazarse a su madre—. Mamá… estoy asustado.

—¿Asustado, inseguro o confundido?

—No lo sé.

—Yo sólo te puedo decir que jugar con los sentimientos de una persona es vil —le acomodó los cabellos y sonrió—. Así que piénsalo bien, reconoce si lo que sientes es amor…, y si has entendido lo que sientes sólo acéptalo y sé feliz.

—No quiero que Hibari-san sufra de nuevo —cerró sus ojos y dejó que las manos de su madre peinaran sus cabellos.

—Confío en que tú harás lo posible para que no sea así.

 

En ese día no hizo mayor cosa que salir a pasear un rato con Aiko y Hibari por un parque, comer postre y beber chocolate caliente. Pero insistió en cocinar junto a su esposo para tener una cena agradable y recibir la navidad con buen ánimo. Se divirtió en la preparación de todo, ayudó a Hibari en lo que pudo, insistió en hacer algunos postres, se asustaron cuando Aiko les lanzaba algo o gritaba como era su costumbre, y jugaron como si fuera lo más común del mundo.

Fue una cena sencilla, pero muy grata.

Cantaron villancicos que pasaban por la televisión en un canal de paga, vieron a Aiko abrir sus regalos, abrieron los suyos y bebieron té mientras veían una película. Se quedaron en la sala cobijados por una gruesa y cálida manta. Dejaron a Aiko dormida en su cuna y encendieron el transmisor de bebé. Se quedaron en la sala sentados uno junto al otro mientras cambiaban los canales y esperaban a que fuera media noche. Disfrutaron de la que sería su primera navidad en familia.

 

—¿Puede cerrar los ojos, Hibari-san?

—Puedo, pero no quiero.

—Sólo hágalo.

—No más regalos, herbívoro.

—Este le va a gustar.

 

A regañadientes el azabache cerró sus párpados, suspiró en medio de su espera y trató de adivinar lo que sería. Fue sólo cuando sintió el calor ajeno combinado con el suyo cuando abrió los ojos lo suficiente para apreciar las numerosas pestañas ajenas cerca de su campo visual. Sonrió sutilmente, quitándose la sorpresa y respondiendo al gesto con amabilidad. Fue un pequeño beso, un roce que duró segundos, un regalo muy especial y que supo apreciar.

 

—Sé que he actuado muy mal —Tsuna bajó la mirada, agachó un poco su cabeza cuando se separó de esos labios.

—No lo has hecho —susurró mirándolo con atención, respirando la suave estela de feromonas que era derramada por el castaño.

—Fui yo quien insistió en que comenzáramos algo —estaba nervioso y avergonzado, temeroso de lo que iba a decir y del cómo le responderían—, pero ni siquiera dejaba que usted me besara.

—Me es suficiente con saber que no quieres alejarte de mí —le acarició los cabellos con dulzura—. No quiero nada más y no exijo que cambies tu comportamiento.

—Me estoy esforzando —sus manos temblaron, su voz disminuyó de tono—, pero no sé cómo actuar… porque jamás he… —pegó su frente al pecho del azabache.

—No actúes diferente —se giró para poder abrazarlo como era debido.

—Quiero besarlo, pero al no estar en celo… me siento inseguro —ascendió su rostro hasta esconderlo en el cuello del alfa—, y me da miedo dejar que mi lado omega me domine.

—Me gustas tal y como eres.

—Lo siento.

 

Tsuna respiró profundo antes de separarse de su refugio, elevar su rostro mostrando su vergüenza y sujetó las mejillas del azabache con duda. Sintió una leve caricia en su cintura, y luego sólo cerró los ojos cuando sus rostros se acercaron. Se dejó llevar porque no sabía qué más hacer. Sintió los labios de Hibari tocar los suyos, y con temblorosos movimientos intentó corresponder. Suspiró entre los besos mariposa que le brindaron, se tensó cuando fue abrazado por la cintura y casi suelta un gemido cuando un suave toque húmedo lo invitó a separar los labios.

Jamás había besado a alguien aparte de Hibari.

Con duda abrió un poco más su boca hasta que los labios ajenos se enlazaron con los suyos y sus alientos chocaron, se tensó un poco cuando la lengua ajena se deslizó por los bordes de sus labios, y apretó los hombros ajenos cuando su propia lengua quiso aventurarse para una caricia. Hibari fue lento, amable y paciente. Fue como aquella vez en donde se besaron por primera vez, un momento muy bonito donde se reconocían mutuamente. Y como en aquella ocasión, se dejó guiar, correspondió, disfrutó y suspiró.

 

—¿Hibari-san? —abrió los ojos cuando se separaron, admirando al alfa cubriéndose los ojos con una mano.

—Gracias.

—¿Puede besarme otra vez?

—No —le acarició la mejilla con delicadeza—. Por hoy no.

—¿Por qué? —sintió un nuevo rechazo y eso era horrible.

—Tus feromonas me están mareando —se acercó para besarlo unos segundos—, y eso no es bueno.

—Lo siento —se encogió un poco—, no sé controlarlo.

—Y yo no sé por cuánto pueda controlarme —lo abrazó antes de suspirar.

—Me gusta, Hibari-san —susurró antes de acunar un silencio agradable.

 

Se quedaron abrazados un rato, sin mirarse, sólo acomodados en los brazos ajenos, disfrutando de la suave melodía que pasaban por la televisión. Reconocían que había sido una noche especial.

 

 

Regalo…

 

 

Tengo algo para ti —rieron por el teléfono—. Así que dame la maldita autorización para entrar.

 

Reborn dio la autorización, Skull sólo esperó con fastidio porque no le gustaban las sorpresas navideñas. Eran dos personas que no disfrutaban de esas fechas porque jamás tuvieron un buen recuerdo de esos días. Podrían decirles amargados, y tendrían razón, pero poco les importaba. Eran los únicos que no celebraban esa noche buena ni el día de navidad, se refugiaban en el despacho del alfa para quedarse en silencio bebiendo café o comiendo algo, escapando de la felicidad ajena. Fue por eso que ambos escucharon esa llamada inesperada.

 

—¡VOOOIIIII! —aquel chico arrojó al suelo un paquete enorme envuelto en una alfombra rojiza, justo frente a los dos—. Este fue difícil…, pero como dije —sonrió de lado—, yo siempre cumplo.

—Wow —Skull miró sin interés el paquete—, lindo regalo.

—Si le pusieras más atención —el albino se limpió el sudor antes de estirarse y acomodar su columna—, hasta podría decir que saltarías de emoción.

—No lo juzguemos por su aspecto —Reborn se acercó para patear el paquete y escuchó un leve sonido—. Oh, parece que sí es algo valioso.

 

Skull rodó los ojos mientras veía a ese par desenvolviendo el regalo, perdió interés y siguió comiendo su tarta de manzana hasta que escuchó un balbuceo ahogado y un jadeo. Dejó caer su plato y después su cuchara cuando vio el regalo real. Balbuceó algo inentendible mientras se acercaba, trató de tragar, pero terminó escupiendo su postre antes de pararse frente a ese estúpido hombre que estaba amordazado, maniatado y de rodillas frente a Reborn. Se quedó sin habla cuando tuvo que agarrar esos cabellos canosos y tirarlos hacia atrás para apreciar ese asqueroso rostro y verificar que era cierto.

 

—Padre —murmuró antes de soltarlo como si hubiese tocado a un leproso, hasta se limpió las manos con la servilleta—. Este hijo de perra… —giró hacia Squalo quien sonrió orgulloso—, ¿qué hace aquí?

—Un pedido especial del mocoso… no tan mocoso porque ya creció —rio ante el bufido de su contratista quien amagó con sacar el arma que traía oculta en el abrigo—. Uy, ¿te ofendí?

—Tú… —Skull miró a Reborn y después a ese hombre al que por inercia llamaba padre—, fuiste capaz.

—Te prometí cederte la venganza que deseabas —el de patillas rodeó al hombre hasta que llegó con Squalo—, y yo cumplo.

 

Reborn se alejó junto con Squalo y tecleó algo en su celular antes de pararse para disfrutar la vista. Squalo no entendió, pero tenía interés porque algo averiguó de ese omega y la relación con el alfa al que cazó. Fueron dos espectadores muy satisfechos cuando vieron a aquel gamberro de piercings tirar de la cinta que aprisionaba los labios del alfa con tal fuerza que pudo haberle arrancado la barba si la tuviera. Se rieron ante el jadeo y la protesta del que permanecía de rodillas, y después sonrieron cuando Skull gritó algo en otro idioma antes de abofetear al alfa las veces que fueron necesarias hasta que algo de su odio se disipara.

 

—¡Asqueroso hijo de perra! —fue el bramido de Skull antes de que pateara la cara del bastardo y lo hiciera caer—. ¡Tu puta cara me trae tantos malditos recuerdos! —gritó antes de lanzarse sobre el caído y golpearlo con el puño cerrado—. ¡Habla! ¡Defiéndete! ¡Dime algo!

—Estás vivo —fue lo que escupió el alfa cuando lo dejaron de agredir—, engendro fallido.

—Confiesa —sujetó el cuello de la camisa manchada del alfa y lo zarandeó—. ¡Confiesa! —sus ojos fulguraban en ira y sus manos temblaban porque era tanto el odio contenido que no sabía qué más hacer.

—Esperaba que te hubieses ahogado en vómito —le escupió.

—Sigo vivo —se limpió la mejilla y apretó los dientes—. Vivo… y quebrado —sus ojos ardieron—. Ya estarás feliz…, padre —arrugó la nariz.

—Feliz estuviera si te hubieses muerto, ramera.

—¡Ramera porque fuiste tú quien me vendió! —le gritó en la cara antes de arrojarlo al suelo y separarse del maldito—. Ramera porque quisiste sacarle provecho a tu hijo omega —agitó sus brazos y los elevó hacia el techo antes de agarrarse los cabellos—, a tu primer hijo errado.

—Ramera es ramera —con dificultad se sentó—. Y una ramera no es digna siquiera de besarme los zapatos.

—¿Qué le hiciste a mi madre? —lo miró con odio—. ¡Confiesa! ¡¿Qué carajos le hiciste a mi madre?!

—Está muerta.

—Lo sé —se paró frente a aquel hombre del que heredó sus ojos—, pero quiero saber cómo y porqué… —se relamió los labios—. Yo conocía a mi madre y sé que no se hubiese suicidado por nada.

—Esa idiota jamás te olvidó —su nariz sangraba, pero ni así perdió ese porte prepotente de los alfas de su clase—, jamás me perdonó por haberme desecho de una basura como tú, y se negó a obedecer.

—¿Qué más? —respiró profundo para controlarse—, ¿qué pasó?

—La muy maldita esperó al momento correcto antes de cortarse el cuello —hizo una mueca de desagrado—. Hasta tuvo el descaro de escribirme una carta donde me chantaba en cara al hijo que le quitaron.

—¿Qué más? —dolía, pero podía soportar más que eso. Sólo quería saber la verdad.

—Tu madre se suicidó cuando le confirmaron que nuestro segundo hijo sería un alfa… Un alfa real y no una asquerosa monstruosidad como lo eras tú…, como eres tú.

—La orillaste a eso —lo miró con rabia.

—¡Tú la orillaste a eso! ¡Maldita falla asquerosa! ¡Ramera desde la cuna! Si tan sólo no te hubieras abierto de piernas a…

 

Nada más. De boca de esa escoria no salió nada más.

Una detonación fue suficiente para acabar con la mugre que soltaba con cada palabra.

Porque Skull no soportó más, no iba a aguantar ni un solo momento más. Le disparó con precisión para que su bala le atravesara el cráneo y le volara los sesos internamente. Ejerció presión al gatillo y miró detenidamente como la vil existencia del que le arruinó la vida a él y a su madre soltaba su último respiro antes de perecer de esa forma tan humillante. Jamás había sentido tanta satisfacción como en ese momento.

 

—Muy rápido —Squalo negó—, yo lo hubiese torturado más.

—Él… —Skull miró a Reborn quien lo observaba sin expresión—, él me estaba molestando —su mano tembló entonces y tuvo que soltar el arma porque empezó a pesar.

 

Tembló. Skull tembló tan incontrolablemente que tuvo que arrodillarse y abrazarse a sí mismo. Todo era euforia, dolor y satisfacción. Todo en él era un caos que sólo pasó cuando gritó a todo pulmón mientras dejaba que sus lágrimas se derramaban sin control porque su mente y corazón no coordinaban. No tenía control de sus acciones, no sabía si estar feliz o triste. No sabía si quería morir o seguir con ese plan improvisado dado desde que Reborn le ofreció libertad a cambio de lealtad. No sabía si podría soportar esa mierda.

Pero saber la verdad le trajo un poco de paz.

Reborn no se inmutó por lo sucedido, al contrario, lo previó desde el inicio, desde que averiguó lo que le pasó a su amigo de infancia, a esa familia que jamás volvió a crecer o progresar, y cuando tuvo frente a frente al destrozado omega. Se acercó a paso calmo hasta acuclillare frente a ese manojo de emociones que lloraba sin consuelo y le sujetó el brazo. Lo acercó a su cuerpo, lo abrazó con fuerza deteniendo los movimientos sin control de Skull y se quitó la fedora para colocarla en la cabeza del omega para darle la oscuridad que necesitaba para que se calmase.

 

—Debí despellejarlo vivo…. Debí tomarme mi tiempo.

—Muy tarde para eso.

—Lo maté… —sonrió—. Lo maté, así como mataré a todos los demás —apretó sus dientes—, así como debería matarte a ti, Reborn, por ser un alfa también.

—Amo cuando dices locuras —rio roncamente, divertido por esa amenaza sin sentido.

—Yo odio que te burles de mí —respiró profundo antes de soltar una risita. Tardó un poco, pero retomó compostura.

—¿Sabes lo que eres ahora? —preguntó cuando Skull se quedó quieto y dejó de llorar.

—Un asesino —carraspeó y suspiró—, no, eso no, eso ya lo era —soltó una risita antes de pegar su mejilla en el pecho de Reborn—. Entonces ¿un huérfano? ¿Un desdichado al que no le queda nada?

—No —le golpeó levemente la cabeza—. Tú, Skull Kozlov, ahora eres el único heredero de la fortuna Kozlov.

—¿Qué? —se separó para mirar ese par de ojos negros que prometían dolor y sadismo.

—Eres el único hijo del difunto Kozlov que murió en un fatal “asalto” … —iba a ser divertido camuflar la verdad—, y por ende…, el omega más rico del mundo.

 

La boca de Skull formó una gran “o” mientras veía como Reborn se levantaba mostrando ser más alto que él, pues ese niñito se desarrolló bastante en esos largos meses. Le costó un poco el levantarse también debido a la rigidez de su cuerpo, pero cuando estuvo de pie y su mente volvió a estar fresca, pensó un poco. Analizó lo dicho por Reborn.

Según sabía, su padre se casó un par de veces, pero sus matrimonios fracasaron por diversos asuntos y sus herederos murieron jóvenes como si estuvieran malditos. Tal vez su madre ensombreció la mansión Kozlov tras su muerte. Entonces sí, la fortuna de los Kozlov estaba en las nubes en espera del nuevo heredero, pero el maldito de su padre ya murió así que… ¡Sí! … él era el único descendiente de esa familia y…

 

—Pero él debió dejárselo a alguien —bufó porque bien sabía que su padre no era idiota.

—No —Reborn sonrió antes de colocarse su fedora de vuelta—, y aunque lo hubiese hecho…, tú, idiota —se burló de la infantil protesta del omega ante su insulto—, eres el único heredero de la parte que le correspondía a tu difunta madre.

—Espera, espera —negó—. ¿Mi madre tenía dinero?

—No sé cómo le hizo, pero tu padre le dio la mitad de su fortuna a ella… —se relamió los labios—, y ella te lo dejó a ti en su testamento.

—¡Espera, espera! —se masajeó las sienes—. Me estás diciendo que mi madre amada estafó a mi… Es más —sonrió nerviosamente—, ¿heredar una fortuna a un omega se puede?

—Sí —Reborn ondeó su mano—, pero sólo si tienes un tutor legal que sea alfa.

—¿Y quién carajos es…?

—Soy yo —una voz más se unió a su plática e inmediatamente Skull se tensó—. Yo soy tu tutor, Skull.

—TODOS MENOS TÚ, MALDITO BASTARDO —apuntó hacia el desalineado peliverde que ingresó—. ¡Por tu maldita culpa mi vida se fue al infierno! ¡Así que no creo que mi madre…!

—Tu madre me hizo prometer que yo te daría esa fortuna cuando te encontrase —Verde infló el pecho por un momento antes de acomodarse los lentes—, y si bien no fui quien te encontró… —miró a un burlón Reborn—, cumpliré mi promesa y te daré la fortuna que te pertenece, Skull.

—¿Por qué tú? —le apunto con desdén—. Ella sabía que tú…

—Como pago por mi error —apretó los labios—. Me dio una fortuna que no podía tocar. Esta es mi redención.

—¿Qué quieres a cambio de devolverme mi fortuna y romper cualquier nexo legal que nos una? —bufó—. Y Ni creas que voy a volverme tu omega, imbécil.

—Uy —Squalo rio porque todo eso era interesante, le faltaba las palomitas de maíz y sería como acudir al cine—, te insultó, basura.

—Que hablemos y me escuches. No pediré nada más que eso, Skull —Verde ignoró a todos—, ni siquiera tu perdón… Sólo te daré todo y ya.

—Bien…, pero ni creas que te perdonaré —Skull le dio la espalda a Verde y entonces miró a Reborn—. Y tú, maldito idiota, ¡lo sabías y no me lo dijiste! —le picó el pecho con fuerza—. Así que asume las consecuencias.

—Fue divertido verte sufrir —sonrió—, además, así logreé que mataras a mi principal oponente en los negocios.

—Lo hubiese asesinado si sólo lo pedías —golpeó el pecho de Reborn con fuerza— ¡Maldito estúpido!

—Te ignoraron —rio Squalo mirando al alfa de cabello desordenado y que parecía pasto mal cortado—. Qué lamentable eres.

—¿Sí sabes que necesitas un alfa para adquirir tu fortuna? —sonrió el menor de todos, quien jugaba con su patilla derecha.

—Putamadre —Skull rezongó antes de golpear el suelo con su pie—, ¿por qué carajos tengo que tener tutor hasta para cobrar mi herencia?

—Yo podría serlo… —Reborn ondeó su mano—, dejaría que hicieras lo que quisieras, pero debes ofrecerme algo a cambio.

 

La pelea siguió con insultos y golpes, con un cadáver que era a veces pisoteado, la sangre siendo el hedor persistente en ese cuarto, con un alfa en espera de su oportunidad para hablar con Skull porque mal o bien tenían un vínculo y podría aprovecharse de eso para recuperar algo de lo que fue su relación con el omega, y Squalo quien se divertía mientras pensaba cómo sacarle provecho a su alianza secreta. Pero no era todo lo que pasaba ahí.

 

—Hagamos un trato, Reborn —Skull tuvo una idea muy descabellada, y le gustó.

—¿Qué me puedes ofrecer?

—Dame tu harem.

—No —le cortó el habla al omega y sonrió en burla.

—Dame tu harem… —rodó los ojos, necesitaba tener paciencia— y a cambio yo mataré a tu padre en tu lugar —sonrió al captar el interés de Reborn—. Sé que le prometiste a Aria no hacer eso…, pero yo no prometí nada.

—¿Y qué harás después?

—Ya lo verás —sonrió antes de estirar su mano—. ¿Trato?

—Has que sufra —Reborn sonrió antes de apretar la mano del omega al que envenenó con odio hasta ese punto, donde sería su más grande aliado y peón—, y mucho.

—Me encargaré —le guiñó un ojo para luego girarse hacia Squalo— y tú me ayudarás.

—¿Qué gano a cambio? —el albino presentía que todo eso sería provechoso.

—Poder —ondeó su mano—, y diversión.

—Genial —sonrió—. Así mato dos pájaros de un tiro. Me cargo a tu padre —apuntó a Reborn— y de paso me cargo al padre de mi jefe bastardo —festejó porque con eso también obtendría la última llave de su collar antimarca y así se libraría del peligro—. Hoy ha sido un gran día.

—Skull —Verde miró al omega—. Oye… creo que estás yendo demasiado lejos.

—Esto, cariño —ignoró a Verde y se acercó a Reborn—, es un pacto de sangre.

 

Sujetó la nuca del alfa con fuerza para atraerlo y unir sus labios. Sonrió en medio de su beso al notar que el otro no cerraba sus ojos. Compartieron la sangre derramada por la mordida interna de sus mejillas, dejaron que un hilillo de esa combinación entre saliva y sangre los uniera cuando alejaron sus pieles, y al final se miraron con diversión. Ahora Kozlov y Argento eran una alianza cuya misión no era más que obtener el sufrimiento y la humillación ajena.

 

—Iugh —Squalo se encaminó detrás del omega que seguramente sería su aliado desde ese punto—. Qué forma más asquerosa para hacer un pacto.

—Así lo hacen los Kozlov —se limpió la sangre de sus labios con el puño de su suéter—, porque la sangre representa la vida de sus involucrados.

—Y si uno traiciona al otro —Reborn sonrió mientras limpiaba sus labios con un pañuelo—, será cazado y asesinado por el afectado.

—Sigue siendo asqueroso —Squalo hizo una mueca de asco y se rascó la cabeza.

—Más asqueroso es que alguien… —Skull se detuvo junto a Verde— te haya vendido a cambio de aprobación —bufó ates de seguir caminando.

 

Skull había tenido una vida dura, pero eso le forjó carácter y fomentó su rabia. Iba a vengarse de su padre, de los alfas de esa clase social, de todos en ese país. Iba a surgir como uno de los más grandes. Iba a mandar al demonio a todos y no le importaría ser usado por Reborn para eso. Sólo quería que todos sintieran un poquito de su dolor y su pena, que el mundo conociera y probara un traguito amargo que muchos omegas tuvieron que pasar.

Él solo quería… venganza.

Y no le importaba si lo asesinaban en el proceso.

 

 

Susurro…

 

 

Siempre quiso ir al templo para terminar el año y empezar el nuevo, pero no tuvo la oportunidad debido al peligro. Esa fecha estaba caracterizada por la masiva asistencia de personas, entre los cuales había alfas que podrían aprovecharse de la vulnerabilidad de los omegas. Fue un limitante que siempre quiso romper, por eso, esa noche le pidió a Hibari que fueran al templo como cualquier pareja normal. No le costó nada porque al parecer el alfa acostumbraba a ir —a pesar de la gente—, para pedir por prosperidad.

Dejaron a Aiko con Nana e Iemitsu, quienes felices aceptaron cuidar del pequeño pajarillo y dar acuno a los esposos para celebrar el año nuevo juntos en la mañana. Entonces Tsuna tomó la mano del alfa y lo guio por las calles llenas de colores. Estaba feliz. Era genial poder pasear y disfrutar de la comida callejera en su travesía a pie debido a la cantidad de gente que se dirigía al templo. Se sentía genial y era mejor si su compañía parecía interesada también.

 

—Vamos, Hibari-san, quiero estar cerca de la campana —sonrió mientras apresuraba su paso.

 

La gente se reunía por montones, por eso prefirió rodear la multitud hasta hallar un espacio menos sobrepoblado para poder observar el proceso de fin de año y año nuevo. Sonrió cuando halló un espacio perfecto no muy lejos de la campana, pero tampoco demasiado cerca de la multitud. Respiró profundo y soltó el aire apreciando el vaho que surgía al compás de su respiración, se aflojó un poco la bufanda y se quitó los guantes para poder manejar la cámara digital que trajo para inmortalizar el momento. Lo mejor era que no estaba nevando, fue como si incluso el cielo se pusiera de su parte.

Estaba tan emocionado por eso.

Era su pequeño capricho que se vio completo cuando se fotografió junto a Hibari y soltó una risita emocionada mientras más cerca estaba de finalizar ese año. Se aferró al brazo ajeno, habló sin parar de su sueño completo y se dejó acariciar por el alfa silencioso que lo miraba con atención. Estuvo tan ensimismado en su alegría que no se fijó que fue eso lo que captó la atención de su acompañante, tampoco se fijó en la sonrisa sutil que le era dedicada.

 

—Cuente conmigo, Hibari-san —sujetó la mano ajena mientras apuntaba a la campana que era iluminada y a los monjes que se alistaban

—Veinte —susurró Hibari.

—Diecinueve —sonrió emocionado.

 

Todos empezaron a contar en retroceso, animados por la llegada de ese año nuevo. Muchas parejas se abrazaban y besaban, había niños en hombros de sus padres para que pudiesen ver, algunos tenían encendidos sus celulares donde veían la cuenta regresiva, muchos se fotografiaban, otros sostenían sus amuletos mientras pedían con fuerza porque sus anhelos se cumplieran. Todos estaban centrados en la llegada del nuevo año.

 

—¡Feliz año nuevo!

 

Y las campanadas, las ciento ocho campanadas habituales que se escuchaban con claridad generándoles algo parecido a la calma. La felicidad y emoción, lágrimas y reflexión. Todos festejaban, se abrazaban, observaban el cielo porque en algún lado había fuegos artificiales. La emoción se contagiaba, la felicidad desbordaba en muchos sentidos. Reían, aplaudían, rezaban.

Se declaraban.

Tsuna no notó lo callado que estaba el alfa a su lado, ni siquiera le tomó atención a sus manos desnudas que estaban entrelazada con la mano ajena, no se fijó en la cercanía del alfa que se centraba en percibir su aroma y feromonas llenas de emoción. Se dejó llevar por la euforia del momento y fue por eso que no previó la cercanía que pronto acorralaría su cuerpo entero.

 

—¿Hibari-san? —susurró cuando fue abrazado con dulzura—, ¿qué sucede? —cerró sus ojos cuando la frente del alfa se pegó a la suya.

—¿Qué pediste para este año?

—Eso no se dice —sonrió al sentir lejos el rostro del alfa—, es secreto —lo miró divertido.

—¿Sabes lo que pedí yo?

—¿Qué? —se fijó en la dulzura que despedían esos ojos azules.

—Que seas feliz… a cualquier costo.

—Hibari-san —sintió la caricia en su mejilla y sonrió—, también quiero que sea feliz.

—Tsunayoshi…

 

Tsuna se quedó quieto cuando el rostro del alfa se acercó al suyo, sintió los nervios dados antes de los pocos besos que había compartido con el alfa desde esa navidad, apretó sus dedos con ansiedad y cerró los ojos esperando el roce de esos labios. No importaba la gente a su alrededor, el ruido, los festejos lejanos…, sólo se centró en el alfa que le acariciaba la mejilla con amabilidad y que respiraba cerca de sus labios.

 

—Tsunayoshi —repitió Kyoya antes de suspirar —, estoy enamorado de ti.

 

Kyoya ya no pudo soportarlo. Desde aquella navidad donde escuchó la verdad salida de esos labios que tanto lo tentaban a besarlos, desde que percibió la felicidad en ese omega, desde que sintió que estaba ingresando en un sueño o en un limbo en que todo iba bien…, algo cambió. Su barrera cayó. No supo si era la emoción, su propio alfa tomando el control, sus emociones saliendo a flote o lo que fuera…, sólo… no pudo controlarse y dijo aquello que había callado desde hace tanto.

Lo repitió en un susurro antes de atreverse a mirar al gestor de sus emociones. Se embelesó con esas mejillas rojas, con la mirada confundida, con el ligero temblor de esos labios. No le importaba nada más, no quería algo extra. Le bastaba con tenerlo así de cerca, así de tímido. No quería nada más que ceder ante el calor en su pecho dado por el omega frente a él. No le importó ver las lágrimas que se derramaron, las limpió con delicadeza y esperó.

 

—Yo… —Tsuna boqueó—. Hibari-san…

 

Pero no pudo. Sus lágrimas se derramaron despacio, sus ojos se conectaron con los azules que le transmitían sincero cariño. Sus manos temblaron, sus labios se apretaron y soltó un leve sollozo. Captó la sinceridad en esa persona, en esa alma, y se sintió tan feliz…, pero a la vez tan mal.

 

«Pero yo no»

 

Su mente le traicionó en ese instante y no pudo hacer más que ceder al llanto. Sollozó mientras sentía la gentileza de esos pulgares que limpiaban sus lágrimas, cerró sus ojos para ahogar sus pensamientos porque… porque le gustaba Kyoya… pero no podía corresponder a la declaración que le hicieron en ese instante tan bonito. Era un peso muy grande a cargar, y no podía mentir. Estaba asustado.

 

—Lo sé —Hibari se acercó despacio, rozó su nariz con la del castaño y sonrió—. Lo sé.

 

Tsuna se preguntaba qué sabía Hibari y a la vez tenía miedo de descubrirlo… Por eso, y guiado por la emoción y la culpa, tomó el rostro de Hibari entre sus manos y fue él quien lo besó. Fue sólo un roce, un suave movimiento que le correspondieron con dulzura. Se aferró al cuello del alfa y sollozó quedito mientras era reconfortado con caricias amables.

Quiso tanto decirle “yo también estoy enamorado de usted”, pero no quería mentirle a esa persona tan sincera que le brindó un sentimiento honesto. Porque amar era algo tan grande y fuerte…, que le aterraba. Amar representaba una responsabilidad tan enorme que no se sentía capaz de asumir. Amar era y siempre sería su meta…, meta que no se sentía capaz de alcanzar en ese momento…

Y, aun así, se sintió tan dichoso al saber que ese hombre lo amaba.

Quiso disfrutar de ese momento por siempre.

Quiso olvidar todo lo demás.

 

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

Amo escribir sobre los primeros besos.

Amo a Skull.

Amo el progreso.

Amo el chocolate.

Amo a mis lectores.

Amo… mis fics.

Espero lo hayan disfrutado~

Besitos~

 

PD: Como sabrán, aunque no recuerdo si les dije, ahora tengo menos tiempo por mi trabajo a tiempo completo, aun así, en ratos libres escribo las actualizaciones y se las doy. Últimamente he logrado hacer un capítulo por semana, pero no sé si podré seguir así. Espero me comprendan y me tengan paciencia.

 


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