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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Notas del capitulo:

Holi~

Me disculpo por desaparecer~

Si se dieron cuenta... aunque no creo... he estado actualizando la mayoría de mis fics esta semana... uf, que cansancio XD

Disfrúten~~

 

 

 

—Sabes dónde está ella —afirmó sin dudarlo mientras se giraba para darle frente a su padre— ¿Dónde?

—Ella está bien —apretó sus labios al recordar que aquel tema era como un tabú, pero no tuvo otra opción. Tal vez podría usarlo momentáneamente para…

—¿Dónde? —dio dos pasos sin perder su neutral expresión facial, pero seguramente mandaría todo al carajo si es que no le respondían adecuadamente

—¿Qué ganas con saberlo? —habló con dolor acumulado—. Ya basta de atormentarte con lo que ya fue y no se puede cambiar, Kyoya

—¡Sólo dilo! Estoy seguro de que lo sabes, porque sólo por medio de ella puedes encontrarme —sintió a su pequeño compañero salir volando, lo entendía… el animalito sentía su furia y prefería huir del peligro

—Está donde debería estar siempre —la mirada dolida de su hijo le atormentaba, pero no tenía opción—, y de donde jamás dejará de estar… ¡E-espera Kyoya! —Fon apenas logró detenerlo en la puerta. Le agarró del brazo y tiró de él con fuerza— Ya no las tomes… —suplicó— eso sólo es para casos de emergencia

—Yo sabré qué hago —gruñó zafándose del agarre y mirándolo con furia.  

—No quiero perder a la última familia que tengo, Kyoya —suspiró Fon—. Por favor —pero al ver la negativa de su hijo, quien forzaba la puerta asegurada para salir, se guardó la amabilidad para otro día— ¡Escúchame! —lo tomó de la camisa y estampó en una pared cercana

—¿Quieres pelear? —Kyoya sonrió de lado pues cuando su padre se ponía en esa faceta era mejor acabar con rapidez—, pues vamos

—Nadie te venderá de nuevo una cápsula más —le amenazó apretándole el cuello y esquivando el primer golpe de la tonfa, la misma que agarró con las manos desnudas sin importarle que las puntas desplegadas se clavaran en sus manos—. ¡No lo harán más!

—Hum… ¿cómo lo impedirás? —dijo forzando un movimiento de su arma para causar una herida más significativa en las manos de Fon— No puedes hacerlo

—Las prohibiré —habló con seriedad, luchando por mantener a su hijo acorralado—. Tú serás el culpable de que todos…

—Siempre existe el mercado negro —Kyoya bufó enfadado empujando a su padre y retándolo con la mirada—. Y si es que se te ocurre cumplir con tu amenaza sólo volverás a generar caos nuevamente. Esos supresores para los alfas son como una droga que les permite mantenerse estables cuando la falta de pareja hace que sus instintos se desborden, pero para los omegas son una salvación efectiva… —adoraba restregarle en la cara las verdades, las razones por las que el líder de esa farmacéutica no podría chantajearlo con la escases y prohibición de una medicina tan especial—, la medicina que suprime aroma y sirve como anticonceptivo —le regañó pues la idea de prohibir la venta de aquello, era desatar el infierno

—Para los omegas es una solución definitiva, sin riesgo a quedar estériles y dándoles la libertad de elegir cuantos hijos tener… eso lo sé perfectamente Kyoya, yo mismo lo he dicho infinidad de veces… pero… —su ceño se frunció y la desesperación le llegaba con fuerza—. Para los alfas es una droga que los mata lentamente —No sabía cuántas veces repitieron esa discusión, esas frases. Fon miró con dolor a su hijo, jalándolo de la camisa y conectando sus miradas— ¡Y tú las consumes como agua!… Te estas suicidando, Kyoya… ¡POR TU CABEZONERÍA MORIRÁS!

—Al igual que los demás, yo tengo derecho a escoger si emparejarme o no —sonrió de medio lado sujetando la muñeca de su padre y haciendo una dolorosa presión—. Y para que lo sepas, yo no tomo esas cosas… tengo suficiente autocontrol; domino mis instintos

—¡No me mientas! ¡Llegaste a ese punto que no puedes manejar! ¡Tu cuerpo lo exige! Un alfa necesita de un omega para vivir, ¿no lo entiendes? —le temblaban las manos debido a la impotencia

—¡¿Y a ti que más te da?! —de un empujón hizo retroceder a su padre y guardó las tonfas porque eso lo resolvería con manos propias

—Llegas a los treinta, Kyoya —soltó un jadeo lleno de terror—. Tu esperanza de vida se acaba, por Dios…  ¡SÓLO QUIERO A MI HIJO CON VIDA!

—Y yo quiero que me dejes en paz

—Tu tía tuvo un mal destino… pero no pude hacer nada. Cuidé a tu madre, la amé como a ninguna a pesar de que… —Fon recurría a ese tema como última opción. Peleas familiares que dejó pendientes por años, pero ya estaba al borde de perderlo todo

—¡LA TOMASTE POR LA FUERZA! —cuando peleaba con Fon y el tema salía a flote, recordaba aquel detalle que descubrió por azares del destino. Su madre siempre le dijo que ella eligió a su pareja de vida, mas, la realidad fue otra. Tal vez debería seguir creyendo en la mentira que su madre intentó contarle, la que su abuelo confirmó, pero no podía… lo intentó millar de veces, incluso se mentía a sí mismo y a los demás, pero no lo logró. Odiaba a Fon— No quiero heredar estos asquerosos genes que me cediste —empujó a su padre y se preparó para la afrenta. Sabía que todo eso se pondría feo. Eran dos alfas que intentaban imponer sus órdenes— ¡Maldito seas por obligarla a amarte, a serte fiel!

—Tu madre me cautivó desde el primer momento —habló con melancolía pues la pérdida aun no la superaba

—Y la marcaste a la fuerza, le quitaste la pureza basado en tu instinto —le gruñó apretando sus tonfas—. Una marca, una pareja, ¡toda esa mierda no es necesaria!

—¡Lo es! ¡Si quieres vivir lo es!

—Una marca obliga a un omega a serle fiel al puto alfa que lo marcó… —Kyoya apretó los dientes. Odiaba la realidad de su sociedad—. Eso no es amor de ninguna clase. ¡Eso es esclavitud!… tú la aplicaste con mi madre, el hijo de puta ese lo aplicó con mi tía y…

—Y Liliana te fue arrebatada por la misma razón… —Fon entendía el dolor de su hijo, el cúmulo de hechos que lo hizo volverse de esa forma. Transformarse en ese cabezota suicida— Kyoya, ya basta, deja resentimientos de lado, deja rencores, ¡deja de matarte lentamente!

—NO SAQUES ESE TEMA —un golpe empezaba todo, un puño cerrado que aplicaba la fuerza necesaria para que el otro retrocediera, una respuesta inmediata en contraataque

 

 

Kyoya odiaba que su padre le recordara los demonios que se guardaba, de las amarguras que cada vez lo volvían más cerrado y hacían que el deseo de acabar con toda esa maldita raza creciera. No quería un lazo, no quería obligar a un omega a amarlo, no quería nada que le recordara la maldita herencia que le recorría por las venas; porque todo es sufrimiento, porque es dolor, porque sus instintos no deberían existir.

Odiaba a la sociedad que ofrecía facilidades a los alfas, dándoles estatus que se ganaban sólo por ser los líderes de la pirámide. Odiaba a los alfas porque eran unos seres sin alma que se dejaban cegar por los aromas y hormonas, que reaccionaban ante estímulos que no cesaban. Odiaba a los omegas porque se criaban en un ambiente que los volvía sumisos, eran estorbos, eran débiles; le repugnaba saber que se ofrecían a cualquiera guiados por el celo cegador. Odiaba todo… y hasta se odiaba a sí mismo porque, a pesar de que su mente estuviera dispuesta a negarse a los instintos, su cuerpo físico se desgarraba por dentro y debía mantenerse a raya a base de esas dosis que consumía por diversión en ocasiones

Peleaba como siempre, incluso si el oponente era su padre lo daba todo, se desquitaba, se deshacía de toda esa energía en exceso que acumuló durante años. Su padre lloraba y esas míseras lágrimas sólo lo hacían enfurecer aún más. Kyoya se ahogaba en sus pesares y se negaba a dejarlos de lado por razones netamente personales, inentendibles en ocasiones. Pero al final, cuando ya estaba harto y caminaba por los pasillos rumbo a la salida, después de haberse agotado en el intercambio de agresiones con su padre, sólo dejaba detrás una estela de rabia y resentimiento. Incluso Hibird, como llamó al ave amarilla, lo sentía. El ave se limitaba a volar cerca del azabache, pero no posarse en la cabeza de su dueño y entrenador.

Las calles le brindaban la mera paz que necesitaba, su mente se nublaba una vez más y gruñía bajito porque su cuerpo de nuevo pedía liberación. Sacaba una cápsula de entre sus bolsillos, se la tragaba sin necesidad de agua y miraba al cielo porque buscaba calma… paz, estabilidad. Una paz que nadie podía darle o eso creía… porque, en realidad, sí existía alguien que podía otorgarle algo parecido a lo que necesitaba… pero era limitado.

 

 

Horas… días… semanas…

 

 

Kyoya recorrió las calles a paso constante; la pequeña maleta en su mano le estorbaba así que se buscó un hotel y la dejó allí, pero no se quedó, volvió a huir de sus pensamientos. Se tomó el tiempo suficiente para calmarse mientras gastaba las suelas de sus zapatos, acunado por el incesante ruido de esa ciudad, la misma que no lo dejaba escuchar a su subconsciente. Hibird se posaba en sus cabellos agotado por el vuelo constante y fue como una señal para el azabache que por fin se sintió algo más estable.

En silencio se hundieron entre pasajes solitarios, evitando a las personas que allí se guiaban por jerarquías insoportables. Su olfato en extremo sensible le guiaba, identificaba betas, alfas, omegas a cada paso, pero no se detenía a analizar a ninguno porque buscaba un informante.

Buscó con esmero y encontró dos, y tras diez días de investigación le dieron la dirección que quería, la que su padre no tuvo la dignidad de darle. En calma caminó por allí, escondiéndose en la privacidad de un callejón y esperó con la ansiedad surcándole cada parte de su pecho y cuerpo. Mas, la espera valió la pena. La risa que su oído agudo captó hizo que sus ojos cerrados despertaran y dejó que su olfato lo guiara.

Dulce, sutil, era la persona que buscaba, a la que podía considerar su segundo ángel. Aroma a paraíso mezclado con un manchado infierno que la rodeaba, porque cayó de la nube que la sostenía

 

 

—Liliana —fue la única cosa que emitió con su voz calmada. Kyoya salió un poco de su escondite en las sombras, lo suficiente para que ella lo detectara— Lili —Aquella persona detuvo sus pasos y giró con rapidez

—Kyoya —esa sonrisa brillante lo envolvió entero y una sutil sonrisa se formó en sus labios— ¡Kyoya! —la muchacha tenía una larga cabellera lila, la misma que se movía al compás de los movimientos gráciles, sus ojos destellaban ternura, el lunar en su labio superior le daba un toque encantador. Se acercó de inmediato y sin dudarlo—. Pensé que no te vería más —sonreía con esplendor y sin dudarlo se lanzó a los brazos del alto hombre que la sostuvo por la cintura y la internó en el callejón sombrío—. Kyoya… ¡me alegra verte! —reía bajito, era un cántico suave

—Estás más liviana —le dijo sin pensarlo, dejándola de nuevo en el piso y acomodándole un mechón de cabello con cautela, con delicadeza que jamás alguien vería porque sólo era para ella—, ¿cómo estás? —amable no era la definición que alguien le daría a Kyoya… pero Liliana… ella era todo lo que el azabache necesitaba en ese mundo y a pesar de eso le fue arrebatada con crueldad años atrás

—Claro que no estoy liviana —sonreía con hermosa emoción. Kyoya la escuchaba reír emocionada, relatar su día, su mes, su año. Él sólo la miraba porque era una estrella que titilaba con cada expresión que daba. El rostro estoico del Hibari no cambiaba notablemente, pero de vez en cuando una sutil, casi imperceptible, sonrisa se mostraba—. Kyoya…

—Dime —se atrevió a acariciarle la mejilla

—Sabes… —Jugaba con sus dedos, sus mejillas rosadas: era hermosa—. Yo… creo que espero un bebé

—Felicidades —ver aquella sonrisa alivianó esa noticia. Él sabía que su querida Liliana, amiga de infancia, primer amor, única doncella que lo cautivó, era… falsamente feliz—. Espero que…

—No me equivoqué —una voz varonil azotó el callejón y el cuerpo de Liliana tembló por instinto, pero Kyoya sólo soltó un gruñido—. Kyoya, un gusto verte… Hace meses que no podía ver tu asquerosa cara cerca de MI omega

—Herbívoro —gruñó apretando sus puños. Veía a ese alfa malnacido, que tenía su entero odio, sonreírle con prepotencia. Esa asquerosa basura que le arrebató a su pequeña Liliana y la trataba como a una cosa. Aquel malnacido al que quería asesinar pero que no podía porque… 

—Maldita sea, Liliana. ¿Cuántas veces te dije que no te ofrezcas como una puta? —y el maldito, de nombre Kato, agarraba el brazo delgado de la jovencita con agresividad, pero Kyoya lo detenía empujándolo sin pensarlo

—¡No la maltrates! Se supone que es tu esposa… herbívoro ignorante —rugió con fuerza preparado para la pelea porque iba a destrozarlo por ser tan imbécil—. Kamikorosu

—¿Pelea, Kyoya? —sonreía con prepotencia— pues ven… luchar siempre es divertido

—Espera, Kyo, ¡espera! —esos brazos trémulos y delicados sostenían al azabache por la espalda—. No… no lo hagas, déjalo

—Eres tan débil, Kyoya —sonreía Kato y el primer golpe asestaba, con la fuerza suficiente para derribar al azabache o eso creyó. Hibari retrocedió, sí, pero no cayó. El grito de Liliana se escuchó cuando también fue víctima de la fuerza del golpe, obviamente Kyoya pensaba protegerla hasta el punto en que se lo permitiese; él se paró firmemente antes de girar hacia la muchacha y mirarla con súplica

—Vete… Liliana, vete —Kyoya le rogó con voz suave, pero ella lloraba con desespero, negándose a obedecer.

—No le hagas nada… Kyoya… Kato es mi esposo… No lo lastimes —las lágrimas surcaban esas mejillas rosadas, un poco del maquillaje se corría. Liliana era una omega manipulada, esclavizada, la que respondía a su alfa compartiendo emociones a través de un lazo forzado en su primer celo. Ella, como cualquier omega en esa sociedad, estaba ligada a su alfa con tal fuerza que lo necesitaba a pesar de todo… Era un amor falso

—Liliana —su pecho dolía

—Como siempre —reía el alfa y jalaba al azabache para empotrarlo contra la pared—. ¿Por qué no peleas, Kyoya? —Kato asestaba un golpe impedido por el brazo del azabache— que…

—El que no te haga daño… no significa que no me defenderé, maldito herbívoro —le gruñó empujándolo, poniéndole la cara para el siguiente golpe, pero sin dejarlo acertar

LILIANA – la mencionada temblaba por la voz de mando de su alfa, del dueño de la marca en su cuello, de su vida misma, de la cicatriz dolorosa que punzaba en ocasiones como esa, en donde ella no quería obedecer— ¡Díselo! —un omega siempre se veía en la necesidad de complacer a su alfa si es que quería mantenerlo a su lado, si no quería sufrir violencia en su hogar, si es que quería seguir respirando un poquito de libertad

—Por favor —la muchacha suplicaba que no la obligase, pero la mirada de Kato la estaba matando. La marca ardía, su pecho punzaba porque sabía lo que tenía que hacer para que el dolor parase.

—Maldito —Kyoya gruñó empujando a Kato pues ese imbécil no era nada más que un oportunista. Aun le dolía recordar como perdió a Liliana porque en ese entonces no era fuerte como en ese momento, porque fue débil y no pudo detener al alfa en el primer celo de Liliana—. ¡Te destrozaré!

LILIANA, HAZ LO QUE TE DIGO… —fruncía su ceño por la lentitud de su esclava—. Dile que no se defienda

—Liliana —usar su voz para contrarrestar la otra sería como rebajarse al nivel del malnacido. Hibari gruñó al ver la satisfacción en esa horrible cara—, no lo hagas… —«lucha» quiso decírselo, pero bien sabía que no había caso… su adorada Lili hace mucho tiempo que se rindió

—Kyo… —jadeó

—¡LILIANA!

—Kyoya… no te defiendas —susurró la muchacha entre sollozos porque no podía evitar obedecer al que le dio su marca ya que sería un peligro para ella misma. Levantó su mirada llena de lágrimas, se apretó el pecho y separó sus labios—. ¡No te defiendas! ¡No le hagas daño! Es mi esposo… lo amo tanto —palabras entrecortadas y rotas. Destino cruel pero clásico

—Ya escuchaste —y por cosas como esas, el rencor de Kyoya hacia las razas por ambas partes se dio. Odiaba a los alfas por ser petulantes y creerse los reyes. Odiaba a los omegas por acceder a volverse sólo un objeto… y se odiaba a sí mismo porque aún era débil—. Hay que divertirnos, Kyoya

—Su llanto… es el que más me duele —dijo mirando a la mujer de cabellos lilas llorar apretando sus puños, arrodillada en la cercanía, mostrando el moretón en sus brazos evidencia del maltrato que ese hijo de puta ejercía en ella… y él no podía hacer nada porque Liliana era su debilidad, y todo lo que ella le dijera… se hacía

—Kyoya… perdóname —murmuraba con culpa, desesperada por lo sucedido, por lo que ella misma provocó

—Después pagarás tú, Liliana —Kato sonreía complacido porque el azabache dejo caer sus brazos a cada lado—. Por ahora… vamos a romper esa cara

 

 

Su búsqueda…

 

 

Buscar ayuda sería fácil, ¿qué mendigo dijo eso? No sabían quién dijo eso, pero allí estaban, al borde del colapso.

Durante cinco días habían buscado a un alfa que quisiera ayudarles, ninguno aceptó por motivos diferentes, con excusas irrazonables, con portazos, con miradas frías, malintencionados al verlos tan puros, rencorosos porque ya un alfa los derrotó por diversión… Nada, nada, ¿tan egoístas eran? Sólo los betas con instintos protectores ayudaron, se ofrecieron, pero eran betas y, al igual que los omegas, con una voz de mando lo suficientemente fuerte caerían. Todos estaban al borde de la desesperación.

Todos se reunieron en la esquina acordada como cualquiera de esos días, habían recorrido ya cada extremo de la ciudad y no había un maldito alfa que los ayudara, así que estaban ya perdiendo la fe. Tres de ellos buscaban a Hibari y tampoco tenían suerte, tal vez ya se mudó de ciudad, pero no podían darse por vencidos. No lo harían porque el tiempo corría con rapidez. Cuando la tarde llegaba debían volver a casa ya que no querían correr riesgo de toparse con un malnacido que disfrutara de mancillar omegas jóvenes. Se iban de dos en dos, dependiendo de las cercanías de su casa. Se despedían con desanimo en ese día que terminaba y se dirigían a tomar el tren correspondiente

 

 

—Tsuna, estoy asustado —decía Enma mientras apretaba la cinta de su maleta—. Ya casi es una semana más. Es horrenda la incertidumbre que me invade

—Tranquilo, Enma —pero escondía su miedo de la mejor forma porque ya estaban suficientemente preocupados. Debía ser fuerte por el bien de los demás—. Sabes que saldremos de esta

—Sabes… mi madre me contaba cómo conoció a mi padre —el pelirrojo cambió de tema por placer, por mantener su salud mental—. Desearía ser un beta sin problemas como este, pero al menos quiero soñar… ¿no te parece bien?

—Piensa en esto, Enma: podremos superar el primer celo, el segundo será más sencillo porque tomaremos supresores y estaremos bien

—Quiero confiar en eso, Tsuna, y de verdad lucharé, pero… no puedo dejar de pensar en los problemas

—Si decaemos ahora, los demás lo harán también —sonrió Tsuna golpeando levemente el hombro del pelirrojo—. Estaremos bien… hay que convencernos de eso

—¿Sabes?... Yo… yo quería ir…

—Hibari, Hibari —ese trinar calló sus palabras tan bruscamente que un sonido parecido a un gorgoteo se quedó atorado en la garganta de Enma. La tarde se tornaba ya anaranjada y las sombras llegaban, pero la avecilla se diferenciaba en el cielo— Hibari, Hibari —canturreaba con fuerza, sobrevolando los sectores, deteniéndose en una pared como si se tomara un descanso

—¿Ese no es el pajarito que Hibari llevaba en la cabeza? —mencionó Tsuna mientras observaba con atención y sin darse cuenta caminaba hacia donde el ave se hallaba

—¿De Hibari? —Enma pareció sorprendido antes de caer en cuenta— ¡Hibari! Tsuna debemos ir tras esa ave

—Hibari, Hibari —el ave los vio y como si entendiera alguna orden, voló hacia ambos muchachos revoloteando y repitiendo esa palabra una y otra vez

 

 

Los dos siguieron a esa pequeña bolita amarilla que extendía sus alas, porque esa ave era su única pista hacia ese azabache que vieron partir hace días. Lo hicieron porque esa era su esperanza de protección y porque tal vez deliraban por la desesperación, pero que ambos vieran la misma ilusión sería imposible, ¿verdad? ¿Entonces? ¿La suerte estaba de su lado?

Tsuna caminaba por donde dejó de ver al ave; entró en pánico, ni siquiera sabía dónde diablos estaban, pero eso no importaba por el momento. Enma corría por los pasajes adjuntos buscando algo, hasta que su grito alertó al castaño que enseguida se acercó con prisa.

Allí, encima de escombros no muy limpios, estaba un cuerpo. Con temor se acercaron para verificar que sus ojos no los engañaran, pero no fue así. Magullado, reposando en una pose no muy cómoda, casi desparramado encima de todos aquellos pedazos de basura que se mezclaban por sobre ciertas partes del cuerpo, con ese cabello alborotado, el rostro manchado por algo oscuro, y la ropa hecha tiras… era como ver a un…

 

 

—¿Está muerto? —Enma tembló un poco por el terror generado al presenciar la escena, sobre todo cuando vio las manchas de sangre marcadas alrededor del sujeto. La evidencia del ataque era algo horrible como para que una persona común lo soportara, además, Enma tenía un trauma con ese color rojo proveniente de la sangre y ese aroma agridulce que despedía— Tsuna… —jadeó, evitando gritar por el pánico

—No —hiperventilaba, sus manos sudaban, sus piernas temblaban. Admiró a esa ave posarse en la cabeza que inmóvil permanecía posada sobre unas fundas de basura—. Está respirando —dijo apuntando a los delgados mechones que con la respiración se movían—. Vamos Enma, hay que ayudarlo

 

 

Tragándose miedo y fobias, se acercaron a ese cuerpo maltratado, con temor de que algo les saltara encima. Como pudieron, lo movieron de la suciedad, posándolo en el suelo en medio de ese callejón, recostándolo y llamando a emergencias de paso. Lo examinaron con rapidez para verificar qué tan grave era el asunto; al parecer nada estaba roto pero las heridas eran tantas que un pequeño charco de sangre se había formado en el sector anterior. La avecilla cantaba en desesperación por la falta de reacción de su dueño.

El cuerpo del alfa no se movía. Hibari estaba perdiendo calor con el transcurso de los minutos.

 

 

—¿Quién pudo hacerle eso? —soltó Enma que, armándose de valor, quitó el cabello azabache manchado de sangre y reveló ese rostro magullado. La piel clara ahora tenía tonalidad rojiza debido a la sangre seca, un labio estaba roto y aun sangraba levemente, la ceja tenía un destino parecido. Enma tembló en extremo y se separó asustado—. No puedo, Tsuna… me desmayaré si sigo cerca de él

—Tranquilo, Enma —intentó sonreírle, pero no pudo y sólo le acarició los cabellos en símbolo de que ya no hiciera algo. Tsuna tomó el lugar de su amigo y empezó a revisar al mayor—. Pues parece que no es tan fuerte, Hibari-san —se burló para matar un poco la tensión en Enma

—Li… li —Hibari susurró de pronto, sorprendiendo a los menores quienes se alejaron un poco al ver como una mueca se formaba en ese rostro maltrecho— Li… agh… Liliana —susurró abriendo forzadamente sus ojos— ¡Liliana! —varias imágenes se posaron en su mente forzando histeria

—Hibari-san —Tsuna se acercó al mayor para intentar ayudarlo, pero recibió un gruñido bajito y un intento de manotazo que apenas fue un empujón a su mano—.  ¿Qué demonios le…?

—Ugh —quejidos adoloridos sonaron y una leve tos se dio, pero la rabia en esa voz sólo se avivó— Lo mataré… lo mataré —repetía mientras movía sus manos buscando apoyo en algún lado

—Está mal herido, así que quédese ahí

—¡ALÉJATE! —reunió fuerzas y empujó al castaño

—Hibari-san, ya llega la ambulancia, por favor —Enma se acercó deteniendo al mal herido que ya se levantaba o al menos eso intentaba—. ¡Por favor!

—A un lado —bufó soltando una dolorosa entonación que no parecía de un humano— Liliana —dijo apretando sus dientes y tratando de reconocer sus alrededores, pero cada movimiento le generaba una descarga en cada nervio

—Sea quien sea su amada Liliana, no importa ahora —Tsuna se tragó las ganas de gritarle varios insultos y lo tomó por los hombros, recostándolo a pesar de que el otro se negaba—. Ya cálmese y espere la ayuda —era un alivio que por las heridas el alfa no tuviera casi fuerzas

—No la menciones… no lo hagas —suspiró Kyoya sintiendo el dolor en su estómago y el sabor de su propia sangre en la boca. Kato, el maldito se pasó de la raya, juraba matarlo la siguiente vez—. ¡Mal-maldición! —se quejó recostándose y escuchando el sonido de una sirena a lo lejos—. Maldición —cerró sus ojos con fuerza, se tragó toda la sarta de maldiciones y promesas de sangre— Liliana… —susurró bajito pues estaba recordando la forma en que ese tipo la tomó del brazo arrastrándola por el callejón hasta lanzarla contra una pared para después darle un golpe que la dejó inconsciente. Maldito fuera ese tipo, maldito fueran todos en ese mundo clasista

—Hibari-san —Enma iba a decir algo hasta que Tsuna lo detuvo y negó

—Vamos a ver la ambulancia —mencionó el castaño y jaló al pelirrojo para alejarse del sitio pues la ambulancia sonaba cerca y ellos debían orientarla.

 

 

Fue una excusa, claro estaba. Algo más pasó. Lo que Tsuna vio y el pelirrojo ignoró fue una lágrima traicionera que brilló en su camino desde el borde del ojo de Hibari hasta que cayó al suelo mezclándose con la oscuridad de la calle. Fue un impacto, pero también un alivio.

 

 

—¿Qué sucedió? —el pelirrojo miró la sorpresa del castaño y se atrevió a preguntar cuando ya estaban algo alejados

—Hasta ese hombre tiene alma —respondió con simpleza, por ahora sólo se centraría en hallar esa ambulancia y, por ende, crear una deuda que Hibari tendría que pagar  

 

 

Continuará…

 

Notas finales:

 

 


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