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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Las veces en las que despertaba solo eran tan normales como en las que despertaba con el alfa a su lado. No se diferenciaban en cantidad, así que llegó a acostumbrarse a pestañear un par de veces antes de darse vuelta y verificar.

Cuando Hibari se quedaba con él, Tsuna recibía una caricia en su mejilla, una mirada y una sutil sonrisa; pero cuando no había nadie a su lado… el vacío se llenaba con el silbido lejano dado por el ejercicio matutino del azabache. Se volvió una rutina normal entre ambos, algo casi previsto pues sus ciclos de sueño eran variados y sus cuerpos funcionaban de manera diferente.

Por más cansado que estuviera, Hibari siempre hacía ejercicio.

Por más descansado que estuviera, Tsuna prefería quedarse recostado en su cama un rato adicional.

Aun así, con la laboriosa y agitada rutina de la mañana, con tanta energía perdida en el día y noche, con cada cosa que compartían en las semanas que pasaban con prisa, siempre había espacio para algo más. Tsuna reaccionaba a cada provocación en la mañana, cada roce intencionado que Hibari daba en su cuello, cada encuentro dado mientras el mayor estuviera sin la parte de arriba de su uniforme, cada mirada apenada que desembocaba en un beso desproporcionado y pasional.

 

—Espere, espere —y a veces tenía que detenerlo—, Aiko… despertará —murmuraba mientras sus manos se sostenían de la pared al final del pasillo del segundo piso.

—Solo un poco —jadeaba mientras sus manos ascendían por los laterales de esa cintura—, solo… —su nariz se deslizaba hacia el lugar exacto donde ese perfume combinado de flores y manzana nacía.

—Siento que… —el castaño soportaba un gemido debido a esos dedos que ascendían por su pecho en busca de una de sus zonas sensibles—, me caeré —siseaba cuando sentía la suave lengua de Hibari en su oído.

—Yo te sostengo —se inclinaba sobre ese cuerpo tembloroso para envolverlo con uno de sus brazos. Amaba hacer eso.

—Hibari-san… sus feromonas.

 

Pasión desbordada desde la primera vez, deseos reflejados en el aroma potente y dominante del alfa que lo seducía cada que deseaba, su voluntad hecha pedazos porque su cuerpo —entregado sólo a un hombre—, pedía a gritos un poco de alivio ante ese calor de infierno que nacía desde el centro de su vientre. Era un caos que ninguno podía controlar, el uno porque era primerizo… y el otro, seducido por la libido escondida en un cuerpo que él mismo manchó. Eran un alfa y un omega envueltos en la privacidad de un matrimonio falso, en un hogar enteramente suyo, y bajo influencias de sus contrapartes que se llamaban desesperadas.

Pero debían frenarse, como fuera, porque no podían sobrepasar un límite.

Incluso aunque desearan que ese placer jamás se terminara, debían entender que no todo se basaba en eso.

Era peligroso.

Kyoya tenía los antebrazos marcados por sus propios dientes pues cuando sentía a su instinto tomar terreno, se aliviaba al morder con fuerza su propia piel, evitando así morder donde no debía. Tsuna no cabía en su temor cada vez que su nuca era olfateada y su cuello era objeto de aquella lengua, sobreponiendo ese escalofrío al placer dado por esas manos o esa piel, ahogando así a su lado omega que pedía una marca.

Luchaban por mantener una línea fija entre su placer físico, su relación afectiva, sus papeles en ese hogar formado, y sus necesidades netamente animales. Aún tenían control sobre eso, aún tenían la fuerza de voluntad para no ceder y así siguieron manteniéndose, porque ninguno de los dos se sentía preparado para llevar esa relación a algo más. Por las razones que fueran, la marca no debía llevarse a cabo. No aún. No era momento. Porque tenían otras prioridades. Tenían que lidiar con responsabilidades más allá de la crianza de una hija que no llevaba su sangre y de lidiar con la sociedad que intentaba empujarlos a un acantilado sin fondo.

Ambos se sorprendían.

No sabían cómo lograron hacerlo hasta ese punto.

Pero había huellas, se dejaba marcas, y algunas no se borraban.

 

—Lo hiciste bien —añadía Kyoya al revisar las cuentas que Tsuna realizó con datos hipotéticos de una contabilidad.

—Lo ve —sonreía orgulloso de sí mismo—. Le dije que iba a aprender rápido.

—Me sorprendes —intentó subirle un poco más el ánimo al alumno que tenía.

—Puedo ser capaz de hacer muchas cosas, Hibari-san —rio bajito antes de jugar con su lápiz—, sólo es cuestión de fe.

—Y de presión —se burló.

—El que me haya ofrecido ir a la fábrica, no tuvo nada que ver —aunque en realidad sí tuvo mucho que ver, porque Tsuna ansiaba ganarse esa recompensa.

—Será mañana, así que alístate.

 

Sería la primera vez que tendría el privilegio de explorar una empresa de verdad, y no le importaba que fuera de ensamblaje de autos y no la farmacéutica de su esposo. Era una oportunidad única y la aprovechó cuanto pudo.

Le carcomieron las ansias hasta que dejaron a Aiko en manos de Kusakabe y partieron en el auto, intentó calmarse en el camino, pero solo pudo jugar con su cinturón de seguridad mientras veía las calles pasar una tras otra. Y al final, sus ojos se iluminaron cuando se detuvieron ante las enormes puertas de metal que para él fueron como la entrada a un mundo nuevo.

Fue dirigido por la sección de ingreso del personal, vio a su esposo hablar con alguien y él se quedó callado siguiente un protocolo que suponía debía respetar para no causar alboroto. Poco después, un beta amigable les sonrió antes de presentarse como su guía para ir a cada sección de esa gran empresa. Vio el proceso, visitó las secciones de pintura, pasó por los generadores y las áreas restringidas para los visitantes comunes, se fascinó con la coordinación de todo y la tecnología usada. Sonrió mientras Hibari le susurraba alguna curiosidad al oído, y rio cuando le permitieron ver desde una plataforma elevada el parqueadero casi infinito donde se guardaban todos los autos nuevos.

Estaba encantado.

Pasaron también por el área de descanso de los encargados de administración, vieron el sistema de verificación de equipos de rastreo satelital, y pudo sostener en sus manos esas placas llenas de elementos que aun desconocía. Tsuna se mantuvo en silencio como un visitante fantasma entre los diferentes cubículos, también se sintió incómodo al escuchar hablar al personal de ventas quienes arreglaban algún problema con un cliente, y se sintió a gusto tomando un café junto con el personal de seguridad mientras Kyoya terminaba de agradecer por la visita guiada y platicar con los que dirigían la empresa aliada de los Hibari. Por ese mero día se sintió una persona importante y se dio una idea de lo que los alfas debían cargar sobre sus hombros.

 

—¿Estás cansado?

—¿Usted también administra cosas así?

—Es mi herencia —el azabache hizo una mueca de disgusto—, así no quiera…, me pertenece y debo vigilarlo.

—¿Es muy difícil hacerlo?

—Tengo a varias cabezas administrando lo que mi familia me ha heredado, pero al final me toca revisar los detalles numéricos y atender algunas reuniones importantes —suspiró—. Más que difícil…, es pesado e incómodo.

—¿Puedo ayudarlo un poco? —Tsuna miró al alfa con curiosidad, preparado para un rechazo rotundo—. Ha visto mi capacidad, así que puedo…, no sé…, ayudarlo viendo algunas cosas —sonrió ante la monotonía en ese rostro, y negó, porque era obvio que eso no se iba a poder.

—¿Quieres hacerlo?

—Pues… —alzó una ceja, sorprendido por la pregunta—, ¿usted quiere que lo haga?

—No es mala idea.

—¿Es en serio? —soportó las ganas de abrir la boca por la impresión y solo se mordió la mejilla interna—. ¿Quiere que lo ayude, Hibari-san?

—Puedes hacerlo —no lo miró, siguió como si nada—, porque al fin y al cabo… esto también es tuyo.

—No es mío —el castaño refutó, sintiendo un nudo en su pecho y un escalofrío en su espalda—. Yo, como omega, no podría… —boqueó al darse cuenta del peso de sus palabras—. Yo no puedo poseer nada.

—Si tú me lo pidieras —Kyoya se limpió el ojo izquierdo que le molestaba—, yo te dejaría dirigir una de estas.

—Hibari-san, ¿no cree que esta confiando mucho en mí?

—Sí. Y no tengo problema con eso.

—¿Por qué?

—No lo sé.

 

Tsuna no supo cómo interpretar esas palabras o esa forma estoica y sin preocupaciones de mostrarse. Sólo supo que se sintió pesado, demasiado pesado, como si un gran yunque se hubiese instaurado en sus hombros y un amargo se posara en su lengua. Se sintió incómodo, pero no lo dijo. Se limitó solamente a estirar su mano hasta que sus dedos sujetaron los del alfa, se apretó el abdomen por sobre el suéter que llevaba, y finalmente solo agachó la mirada para evitar que el mayor descubriera su rostro embarrado de un rosado forzoso.

Los dedos de Hibari acariciaron sus yemas y después se dio un corto jugueteo de sus manos hasta que se entrelazaron. Sus palmas se tocaban sutilmente, aun así, Tsuna sentía sus manos sudar un poco y llegó un momento en que tuvo que soltar su agarre para secarla con parte de su suéter. Se sintió tan torpe por eso, pero solo escuchó un suave murmullo que se reflejó en la sonrisa de quien señaló el auto que los esperaba en el parqueadero. No dijo nada más antes de entrar al auto, tampoco cuando se acomodó el cinturón, pero antes de que arrancara sintió en beso en su mejilla cedido con una dulzura que hizo enrojecer sus mejillas.

Nadie le creería que aquel alfa gruñón y agresivo que conoció cuando casi cumplía los dieciocho años, se hubiese convertido en aquel esposo ejemplar que destilaba dulzura hacia sus cercanos. Tsuna no supo cómo sentirse, porque como muchos decían, él fue el culpable de ese cambio. Para bien o para mal, él fue quien ablandó tanto ese corazón herido y magullado hasta el punto en que… lo tenía en sus manos.

Era una carga demasiado pesada con la que tenía que lidiar.

 

 

Lealtad…

 

 

Skull sonreía feliz por su nuevo logro, tal vez el más importante de ese mes, porque era algo así como la etapa pre-culmine antes de que su mayor presa cayese. Por eso reía con su brazo reposado sobre el escritorio de Reborn, señalando aquella prueba de embarazo que tenía bien definidas dos rayitas, recalcando su triunfo e insistiendo que su plan no era una niñería improvisada que lo llevaría a ningún lado.

 

—¿Estás…—el azabache frunció el ceño— embarazado, Skull?

 

El mencionado no pudo evitar estallar en risas mientras negaba y a la vez golpeaba la mesa con leve fuerza por la tamaña estupidez que acababa de escuchar. Y es que no creyó que aquel alfa egocéntrico que se creía el ser más inteligente en la clase alfista, fuera a creer algo tan absurdo. Pero bueno, también aceptaba que no explicó bien el asunto, así que se dio el trabajo de hacerlo cuando pudo respirar de nuevo.

 

—Fue uno del harem, ¿adivina quién?

—¿Nao?

—No —sonrió antes de jugar con la prueba de embarazo—. Fue nuestro querido Ángel, quien sedujo a tu inversionista francés.

—¿Y por qué estás tan seguro de que funcionará tu plan de infiltración?

—Porque es un cachorro lo que nos asegura la lealtad del alfa de ese tipo.

—¿Has pensado en que puede ser un cachorro omega que después del nacimiento sea rechazado? —Reborn negó antes de rodar los ojos. A veces creía que Skull era más idiota que su padre.

—¿Me crees tan estúpido? —frunció el ceño comprensiblemente ofendido—. Obviamente todos los omegas del harem han sido iniciados en el tratamiento de fertilidad de la clase alfista desde que… —suspiró, sabía que Reborn se iba a enojar—, desde que llegué aquí.

—¿Con qué derecho te tomaste esa libertad?

—Con el mismo derecho que tú te autoimpusiste cuando mordiste a esos omegas sólo para experimentar —apretó los dientes, entrecerrando sus ojos de forma acusatoria—, y los trajiste a tu harem.

—¿Tú también? —lo miró intrigado, aunque un poco sorprendido.

—No me hace falta —Skull sonrió con confianza—, porque yo solo pariré alfas.

—¿Cómo estás tan seguro? —bufó.

—Porque mi madre me lo aseguró… y sabes que sus predicciones pocas veces fallaban —sonrió cerrando sus ojos—, y porque, además —elevó sus brazos—, he recibido medio tratamiento para el cambio de casta. Mi cuerpo está adaptado a toda esa porquería… Por eso te afirmo, mi querido alfa desarrollado —soltó una risita ante la burla malintencionada que hizo—, que yo solo pariré alfas.

—Díselo a Verde —contraatacó—, seguro se pone contento.

—Tus celos me asfixian —Skull se burló antes de levantarse, abanicándose el rostro con sus manos—. Pero como sea… sólo vine a informarte.

—¿Cómo estás tan seguro de que los megas del harem no cambiarán de idea cuando se casen y tengan a los cachorros?

—¿Quieres una prueba?

—La exijo.

 

Ambos sabían que el exceso de confianza a veces te nubla el juicio, pero también sabían que era necesario tener total seguridad en cada una de sus acciones para que todo saliera como lo planearon. Eran dos mentes maduradas a la fuerza debido al calvario de su pasado. Eran dos resultados fallidos de toda esa porquería. Eran dos aliados y dos enemigos. Decidieron ser lo uno y lo otro porque mal o bien sus propias castas los volvían el adversario del otro…, pero sus deseos por destrozar esa sociedad clasista los volvía cómplices.

Las miradas que inicialmente se llenaron de un brillo semejante a la felicidad o a la diversión porque Skull abrió las puertas del harem de par en par y los saludó efusivamente, cambiaron en cuestión de segundos cuando se fijaron en que Reborn estaba junto al recién llegado. Tan notorio fue que Skull rio bajito y Reborn ocultó su mirada debajo de la sombra de su fiel fedora.

Reborn no necesitó más que eso, pero se quedaría callado para escuchar lo que Skull quería expresar.

Eran ya veinte omegas encerrados en el sitio, todos con diferentes edades y virtudes, enredados entre finas sedas, adornos, perfumes. Eran el reflejo de la riqueza de los Argento, posesiones valiosas que serían usadas cuando fuera el momento. Eran simples marionetas que Reborn quiso emplear, pero que se las cedió a Skull para que iniciara con un plan que poco a poco estaba dando frutos.

Reborn había pensado incluso que uno de esos omegas varones sería elegido por Aria para volverlo su compañero y proveedor de los genes faltantes, pues como una delta no podía volver a ser el “padre” de un bebé, sino que estaba delegada a ser una productora como cualquier beta femenina. Se burló mucho cuando su hermana le dijo que había hallado su complemento en un beta a su servicio y que no quería nada más que eso, pero después solo sonrió porque Aria se merecía ser feliz junto a alguien que la amara aun con sus cicatrices y limitaciones, al igual que Yuni necesitaba una figura paternal que supliera todo lo que le fue impedido con la antigua pareja de su madre.

 

—Quiero que respondan a mis preguntas con seriedad y verdad absoluta —sonrió Skull logrando que Reborn le pusiese atención—, porque hay que demostrar lo que está pasando en este sitio.

—Deja de darle vueltas al asunto y acaba con esto de una buena vez.

 

Skull sonrió antes de colocar las manos en su cintura, recorrió esos pares de ojos de diferentes tonos con rapidez, se fijó en los omegas más antiguos y luego en los más jóvenes, detalló sus expresiones dudosas y finalmente se cruzó de brazos. Era hora de hacerle saber a ese alfa idiota quién estaba al mando de ese desastre.

 

—¿A quién le pertenecen?

 

La duda se instauró en todos quienes se miraron entre ellos por la obviedad de la respuesta, muchos incluso se rascaron la nuca en medio de su incomodidad o buscaron a quien se arriesgaría a responder. Pero ante la insistente mirada de Skull y del propio Reborn, decidieron responder en conjunto.

 

—A los Argento.

—A quien nos dio la marca falsa.

—A quien nos ha dejado vivir en paz en el harem.

—A Reborn Argento.

 

Reborn soltó una risita nasal antes de mirar con prepotencia al de cabellos violáceos, pero en vez de hallar fastidio en ese gamberro lleno de piercings —que representaban la auto flagelación y la culpa—, sólo observó una mirada satisfecha y una sonrisa amplia.

 

—Ahora les preguntaré algo más importante —Skull les sonrió como si fuera la madre de todos esos omegas, aunque muchos le superaran en edad—. ¿A quién le deben su total y completa lealtad?

 

Muchos se tensaron, apretaron los labios, miraron alternadamente a las personas bajo el marco de la puerta de su muy lujosa habitación en común, murmuraron, se miraron entre sí, se rascaron la mejilla, dudaron tanto que el ambiente se puso pesado. Sin embargo, fue alguien —que tal vez era la voz audible de su pequeño grupo—, quien se arriesgó a hablar.

 

—¿Respondemos con la verdad? —había levantado su mano, como si fuera un alumno pidiendo permiso para responder.

—Sí —Skull le sonrió a Lambo, quien en ese día ni siquiera se había cambiado el pijama—. Respondan con sinceridad porque es hora de ser francos.

—Oh, está bien —Lambo se adelantó a su grupo—. Bueno, la respuesta es simple— miró a Reborn—. Mi lealtad y mi propia vida se la cederé solo a una persona.

—A quien ha cuidado de nosotros cada día —respaldó uno de los omegas más longevos.

—A quien nos ha dado esperanzas —surgió otra voz de entre la multitud.

—A quien… nos entiende por completo —la más jovencita se adelantó para sostener la mano de Lambo y sentirse más segura.

—Mi lealtad —corearon ya muchos.

—Es y siempre será —el omega que había quedado en cinta se colocó junto a Lambo.

—Hacia mi señor, Skull Kozlov —terminó Lambo, sonriendo ampliamente.

—Skull Kozlov —segundaron varias voces.

—Skull.

—Kozlov Skull.

 

Una a una esas voces se fueron elevando, una a una esas miradas se centraron en el nombrado quien sonreía satisfecho. Fue Lambo quien repitió su declaratoria de total lealtad hacia su maestro, mientras elegantemente balanceó sus brazos hacia atrás para inclinarse en dirección al omega que empezaba a reírse. Uno a uno, con mayor o menor velocidad, fueron agachando sus cabezas, doblando sus cuerpos para formar un ángulo recto, postrándose ante el que consideraban la fuente de sus últimas esperanzas de libertad. Todos le brindaron una muestra de respeto a Skull.

 

—Incluso te temen —el de cabellos violáceos siguió riéndose—, pero han declarado su lealtad hacia mí con valor, y eso se merece un reconocimiento.

—Les has lavado el cerebro —acusó entre dientes.

—Les he mostrado la luz en medio de la oscuridad.

—No debí dejarte con ellos.

—No debiste, cariño, no debiste —respiró profundo—, pero lo hiciste —sonrió girándose hacia Reborn—. Ahora ya no hay vuelta atrás.

—Olvidé que desciendes de esa familia psicópata y manipuladora.

—Te lo dije —le guiñó un ojo—, tengo a mi ejercito dispuesto, y mis planes escabulléndose en las familias más importantes. Tengo la vida de esos alfas en mis manos, porque ellos no saben que van a dormir con el enemigo.

 

Reborn no dijo nada más mientras jugaba con una de sus patillas, dejó que esos niños siguieran cuchicheando mientras Skull les cedía palabras de ánimo y muestras de afecto sinceras. Dejó que aquel omega siguiese manipulando a aquellos que ya no tenían esperanzas en sí mismos, y después se dio media vuelta para salir.

Y si bien sabía que todos esos individuos le pertenecían de una u otra forma, no pretendía imponer su autoridad por el momento. No le convenía por ahora. Era mejor dejar a esos niños experimentar una leve sensación de poder y dejarlos gozar con una meta que parecía palpable.

 

—Por cierto —Reborn elevó su voz antes de girarse hacia el grupo, cuando ya estaba a un paso de la puerta—, necesito a uno de ustedes listo y perfumado para mañana.

—¿De qué hablas? —Skull sintió un escalofrío, porque esa frase se asemejó a un deja vú.

—Elige a uno —sonrió con malicia—, y tendrá que ser la ramera temporal de los Argento.

 

La palabra tabú en el harem causó que más de uno se tensara, que los más jóvenes buscaran refugio en brazos de los más longevos, que más de uno elevara su frente bien dispuesto a ofrecerse como voluntario para que los demás no tuvieran que pasar por aquel calvario —que solo conocían a través de las palabras del propio Skull, quien de vez en cuando les contaba sobre eso—. Tenían miedo y aun así estaban dispuestos a afrontar ese infierno.

 

—¡Yo lo hago! —Lambo fue el primero en saltar porque no dejaría que Skull pasara por eso otra vez.

—No, yo lo hago —habló el más maduro.

—No —sus labios temblaban—. Yo estoy dispuesta.

—No, ¡no! Yo…

—¡Como si fuera a dejar que uno de mis pequeños tesoros hiciera algo tan asqueroso! —Skull negó antes de darle la espalda a Reborn—. Yo iré —hizo una seña para que los demás se callaran.

—Sabía que harías eso —Reborn vio a Skull alejarse a paso lento—. Entonces prepárate… y elige a otro para que te sustituya como mi escolta.

—¿Cuántas veces serán? —él lo sabía, entendía esa situación.

—Las necesarias hasta que podamos entablar más “aliados”.

—Bien —protegería a sus niños, porque ser la llamada “ramera” era muy diferente que sólo seducir a un alfa en específico.

—Y no llores —se burló Reborn.

—Como si fuera hacerlo —Skull sonrió—. Esto será como recordar viejos tiempos.

—¿Aunque te destroces?

—Aunque cada pedacito de mí… se haga cenizas —miró con ternura a la más pequeña de ellos, que apenas y tenía dieciséis años—. Aunque mi lado omega se retuerza y llore a gritos… Aunque destruya mi poca cordura —abrazó a la niña—. No dejaré que nadie más pase por eso.

—Que así sea, entonces.

 

Pero, aunque Reborn dijese aquello, aunque de verdad necesitase a una ramera que se ofreciera como medio de diversión para sus “socios”, dado el momento sabía que no haría eso. Porque mal o bien tenía que cuidar de su aliado para mantenerlo cuerdo, y, además, estaba seguro de que Verde intervendría antes de que alguien tocase a Skull. Aun así, orilló a su cómplice a esa decisión solo por el placer de verlo sufrir un tiempo.

Porque… sus medios de venganza eran menos notorios, pero mucho más efectivos en cuanto a la tortura. La psicología era un arte, y lograr que su víctima sufra bajo sus propios demonios era más satisfactorio que ceder un daño físico.

 

 

Desilusión…

 

 

Cargaba en brazos a Aiko porque la llevó a una revisión por una leve subida de temperatura en esa mañana. No fue nada grave, un par de síntomas de una gripe llevadera; la pediatra le dio un par de suplementos e indicaciones para cuando la gripe se desarrollara completamente, y al final Adelheid lo encontró a la salida. No era algo nuevo porque ella mismo lo buscó para presentarle al nuevo alfa que quedaría a cargo de la clínica, un muchacho de blancos cabellos y mirada grisácea, demasiado energético y que a veces elevaba mucho el tono de su voz.

 

—Cuidaré de todos —sonreía el chico—, se lo prometo, ¡al extremo!

 

Kyoya no dijo nada del asunto, tampoco se quedó mucho tiempo. No quiso que Adelheid le hiciera plática, pero aun así la tuvo a su lado durante toda la mañana en que él tuvo su propia revisión y mientras hacía las compras de la casa. La escuchó atentamente, le discutió a veces y aun así no se negó a ser envuelto por la serie de suposiciones que Adel tenía en cuanto a Tsunayoshi. Nada nuevo, pero algo más certero, y por eso estaban llegando a casa del alfa sin siquiera usar el auto o haber completado la compra de los víveres, incluso se tomaron un inhibidor de aroma.

Presurosos y sigilosos.

No quiso soltar a Aiko quien dormía en sus brazos, pero Adelheid le insistió en que la siguiese para demostrarle toda aquella mentira tejida a sus espaldas. Abrieron la puerta con tanta delicadeza que ni siquiera Hibird despertó de la siesta que tomaba sobre el sofá. Sus pasos fueron sigilosos, tan gráciles y silentes como siempre, solo el respirar de Aiko resonaba de vez en cuando. La mirada de Adelheid era lo único que Kyoya podía interpretar para seguir paso a paso con ese acercamiento que le “abriría” los ojos.

El aroma persistente en la casa era el de Tsunayoshi, como siempre fue, y sin embargo había un ligero toque extraño que se evidenció un poco más cuando llegaron a la puerta blanca perteneciente a la habitación del omega. Adelheid lo miró en silencio y él solo observó a la pequeña de cabellos violetas que no merecía que su sueño fuera cortado. Le cedió el cuidado de su hija a la alfa, intercambiando la custodia con mucha delicadeza para no despertarla, todo mientras seguía escuchando las palabras dadas detrás de la madera.

 

—Estás soñando demasiado alto —era la voz de Enma, resuelta, algo alterada.

—Si no soñamos en grande, nos quedaremos estancados en la misma peste de siempre —y ese era Lambo, quien estaba ahí en representación de su maestro.

—Pero me estás planteando algo que dañará a un inocente —Enma estaba ahí porque Tsuna lo llamó. Era su día de descanso, creyó que esa visita era una idea divertida al inicio, pero ahora cambió de opinión.

—El fin justifica cada medio —Lambo mantenía una seriedad dada por la preocupación de lo que le pasaría a Skull y la rabia al ver la debilidad en el pelirrojo—. Que unos mueran para que la batalla sea ganada, y que una casta noble sea aplastada en pro de nuestra libertad.

—¡¿Te estás escuchando?! —Enma miraba de frente al de ojos verdes—. Estás jugando con la vida de personas que pueden estar a nuestro favor —agitó sus manos—. Estás diciendo que no te importa a cuántos ahorques para que nosotros podamos seguir respirando.

—Estoy diciendo que ya nos han usado, manipulado, tomado a la fuerza y asesinado lo suficiente —Lambo golpeó el suelo con su pie—. Es hora de que ellos pasen por lo mismo.

—Eso no justifica la sangre derramada, nada lo hace, porque una vida es una vida —Enma miró al castaño quien se mantenía callado—, ¿y tú estás de acuerdo con esto, Tsuna-kun?

—Sí —habló con firmeza—, lo estoy si con esto puedo asegurar que ningún otro omega será dañado.

—¡Estás hablando de manipular a las personas que nos han cuidado! —Enma no podía creer lo que estaba escuchando—. Estás hablando de los alfas que nos han demostrado respeto y tolerancia.

—Estoy hablando del nexo más fuerte con la sociedad alfista —Lambo se acercó a Enma hasta sujetarlo del cuello de la camisa que usaba —. Estoy hablando de destruir al enemigo… —apretó los dientes—, porque quien se cría en esa sociedad ya está podrido, aunque intenten demostrar lo contrario.

—Estás loco —empujó al azabache con fuerza, sin dejar de mirarlo con hostilidad.

—Te dije que no era adecuado para esto —bufó Lambo, girándose hacia el castaño—, ¡siempre fue débil!

—Enma, piénsalo bien —Tsuna miró a su amigo con cierta súplica, temeroso de lo que le sucediera a un “desertor”—. Sabes que el resultado final será lo que estábamos buscando desde niños.

—Hablas de una libertad en base al dolor de Kyoya, Mukuro, Nagi, y Adelheid —el pelirrojo se levantó— y no voy a formar parte de eso.

—Enma…, yo lo pensaría mejor —señaló Lambo—, antes de que te vayas.

—No pienso traicionar a la mujer que me ha dado libertad y protección —dictó con tal seguridad que Tsuna envidió y Lambo despreció.

—Enma, trata de entender —añadió Tsuna, manteniendo la firmeza que necesitaba.

—No —pero antes de que diera un paso más, sintió el agarre de Lambo en su muñeca—. No lo haré.

—Sabes mucho —el de verdes ojos lo miró seriamente— y eso no me conviene —le susurró.

—¿Estás amenazándome? —se zafó con brusquedad y frunció su ceño.

—Solo estoy diciendo que si abres la boca… —Lambo entrecerró los ojos—, no me quedará más opción que añadirte al harem a la fuerza.

—Inténtalo —pero Enma no se amedrentó por esas palabras, y, por el contrario, se giró hacia su amigo castaño—, inténtalo tú también, Tsuna-kun.

—¿Vas a decírselo al Hibari? —Lambo sonrió de lado, porque tenía que reconocer el valor inútil demostrado por Enma.

—No —el pelirrojo negó—, por respeto a nuestra amistad… Pero no me involucren en esto porque no quiero participar.

—Le dirás a Adelheid, ¿verdad? —Lambo internó sus dedos entre su chaqueta.

—Sí.

—Te dije que no podíamos confiar en él —Lambo miró a Tsuna señalando con su dedo a su bolsillo interno, porque estaba listo para cualquier cosa con tal de no arruinar los planes de Skull—, por eso, entenderás que debo silenciarlo.

 

Fue un pequeño momento muy tenso, en donde Tsuna entendió claramente aquella mirada maliciosa de Lambo quien señalaba el celular que solían usar para comunicarse. Negó con firmeza. No iba a dejar que Skull se enterara del desertor, porque no confiaba plenamente —aún no—, en el sano juicio de ese omega. Por eso sostuvo con fuerza a Lambo y le ordenó a Enma que saliese de la casa.

Pero Enma ni siquiera se tuvo que acercar a la puerta para que esta se abriera.

 

—Ahí lo tienes —Adelheid miraba a los tres omegas en esa habitación—, te lo dije.

 

Lambo chistó porque ahora sí estaban bien jodidos y los individuos a silenciar eran más. Skull se iba a enojar, Reborn le diría estúpido, y los demás seguramente se burlarían de él por no detectar la presencia de alfas cercanos a su posición. Joder. No había sido su mejor día, no si en esa mañana tuvo que ayudar a su maestro a elegir el kimono del día, que en la tarde los demás ayudarían a atar con el obi enfrente en símbolo de prostitución factible. ¡No! ¡No habían sido días fáciles! ¡Y no lo serían porque ahora estaba en más problemas!

 

—Vámonos, Enma.

 

El pelirrojo suspiró de forma pesada cuando la mirada rojiza de Adelheid se encontró con la suya después de tanto tiempo. No dijo nada a pesar de que quería decir tantas cosas, y solo salió de la habitación sin siquiera despedirse, para tomar en sus manos a la nena que se estaba removiendo en símbolo de que iba a despertar. Tampoco quiso ver la expresión de Hibari o la de sus amigos. No quería ver otra vez, la caída de aquel alfa que estaba al borde de la destrucción por causa de su amigo. Sólo sentía que debió haber golpeado a Tsuna mucho antes para que reaccionara como era debido.

 

—Yo puedo… —Tsuna intentó hablar a pesar de que mantenía sobre sí la mirada intensa de Kyoya.

—En realidad no puedes —susurró Lambo antes de cubrirse la boca para reír.

—¡Cállate! —retó Tsuna, volteando hacia Lambo por unos segundos—. Hibari-san, escúcheme.

 

La falta de reacción del alfa fue como el detonante para que en la cabeza del castaño surgieran mil posibles escenas y al final no pudiera siquiera moverse. Esos ojos azules que lo miraron esa mañana con tanta dulzura, seguían siendo los mismos, no cambiaban. Aquel rostro siempre sereno no se deformó ni un milímetro. Las manos del alfa permanecían caídas a cada lado de ese cuerpo y no había tensión notoria en él. ¿Qué carajos pasó?

 

—Está bien —Hibari lo miró unos segundos más y luego se giró para darle la espalda.

 

Adelheid miró a su compañero con intriga, algo de incredulidad y después sólo con rabia. Cuando Hibari simplemente se giró hacia ella, soltó un sonido suave con su garganta y se dispuso a marcharse, ella no pudo simplemente reaccionar igual. No. Porque eso sería ridículo. Elevó su voz en llamado de ese idiota, se giró ante los dos omegas restantes en ese cuarto y les gruñó antes de insultarlos rápidamente, y después persiguió al autor de su enfado.

 

—¡Lo sabías! —acusó al alcanzar a Kyoya en las escaleras— ¡¿Desde cuándo demonios lo sabías?!

—No soy idiota, Adel —habló con calma mientras descendía las escaleras en busca del pelirrojo y su hija.

—Desde el inicio —la pelinegra boqueó un par de veces antes de reírse, porque debió imaginárselo.

—Ahora… —el alfa apenas y suspiró—, volveré al supermercado.

—¡¿Por qué eres así de idiota?!

 

Detrás de ellos se dieron rápidos pasos en persecución, una discusión en murmullos mientras esos omegas se trataban de regañar mutuamente por la estupidez reciente, y después solo llamados desesperados. Fue un lio tremendo que terminó cuando Lambo se quedó sentado en el sofá, Enma se llevó a Aiko fuera de casa junto con Adel quien simplemente se mordió la lengua para no discutir y dejar que su estúpido amigo arreglase las cosas. Finalmente, solo quedaron dos personas que se miraron de vez en cuando, siendo una de ellas el que no estaba listo para eso.

 

—Hibari-san, yo…

—Te ayudaré —Lambo asomó su cabeza por sobre el sofá para espiar mejor—. Tu esposo ya lo sabía y te acaba de autorizar seguir con esto… ¿o acaso no lo entendiste, Tsunita?

—Lambo, ¡cállate!

—El herbívoro tiene razón —Kyoya se mantuvo firme y sereno, como si esa discusión fuera una sin importancia—. Te lo acabo de decir… Está bien —remarcó las dos palabras finales.

—Pero ¿por qué? —se exasperó.

—Porque sí.

 

Kyoya le dio la espalda, buscó las llaves que dejó en el mueble cercano a la puerta, revisó que llevase la billetera y quiso salir. Pero como supuso, esas manos lo sujetaron con fuerza, esa voz le suplicó una respuesta, y él seguía sin sentir nada más que un vacío nacido desde que se dio cuenta de todo eso. Era extraño.

 

—¡Reclame! —respiró agitado, presa del miedo y las lágrimas fantasma que no caían de sus ojos— ¡Grite! ¡Dígame que no esperaba eso de mí!

—¿Por qué voy a hacerlo? —Kyoya miró al castaño con una ceja levantada.

—No puede aceptarlo así nada más.

—Lo acabo de hacer.

—¡Lo voy a destruir! —sus dedos temblaron.

—Sólo haz que valga la pena —le susurró antes de alejar esa mano que sostenía su brazo—. Sólo eso…, Tsunayoshi.

 

Kyoya no quería nada más que un beneficio en pro de alguien ajeno a su casta. No quería nada más que un rayo de esperanza o una pequeña mejora que él no pudo conseguir en tantos años. No quería algo diferente a que su propio sistema social se destruyera. Y era todo eso lo que le impedía reclamarle al castaño por la estupidez que estuvo haciendo, por el fingido amor que le ofreció y él aceptó a pesar de saber que no era nada más que una mentira.

Le quería ceder la batalla a alguien más.

Porque estaba cansado.

Pero por, sobre todo, porque confiaba en que esos omegas podrían ganar.

 

—Úsame para lo que necesites —sintió tristeza al ver esos ojos achocolatados llenos de amargura—. Saca el provecho que necesites. Sólo dime lo que quiero escuchar. Miénteme —declaró antes de abrir la puerta—. Sólo eso.

—¿Nada más? —su voz se quebró.

—Sí, dos cosas —miró al castaño—. Haz que Aiko sea libre… y eso me bastará.

—¿Tan fácil?

—Y no vuelvas a entrar en mi habitación… —sí, solo eso quería a cambio, algo tan simple pero que era tan importante—, así como yo jamás volveré a ingresar a la tuya.

 

No hubo una mirada hostil, ni siquiera un pequeño atisbo de decepción, rabia, resentimiento o algo negativo. Y fue eso lo que terminó por destruir a Tsunayoshi Sawada, porque el castaño se sintió el ser más despreciable del planeta, pero a la vez se sintió como el bicho raro con más suerte.

Era una jodida broma que ni siquiera podía procesar bien. Y fue peor cuando escuchó las protestas de Adelheid porque ella quería venganza, las palabritas de Aiko que pedía ir con su padre y los intentos de Enma por calmar a la alfa.

Fue tan absurdo.

 

—Me sorprendes, Tsunita —Lambo le palmeó al hombro—. Sabía que ibas a ponerlo a tus pies…, pero superaste ese nivel —miró a los que caminaban en la calle alejándose de la casa—. Vaya.

—Hibari-san…

—Bueno… —no iba a quedarse para presenciar el drama y el dolor de su amigo—, te dejo con tu consciencia. Yo iré a decirle a Skull que ya tenemos al Hibari en nuestros dedos y que puede disponer de él.

—¿Cómo pudo ser así de fácil?

—Porque un alfa enamorado se vuelve ciego, sordo e idiota —sonrió—. Alégrate, Tsuna, porque has ganado.

—¿Y porque no me siento feliz?

—No sé —Lambo lo pensó—. Y es raro porque yo sí estoy muy feliz.

—Ay, por favor —bufó antes de cubrirse el rostro con ambas manos.

—Aunque me preocupan Adel y Enma…, pero es un asunto que seguramente se arreglará.

—Lambo… quiero que te calles —murmuró.

—Bien, bien —rio bajito—. Mejor me voy porque mi tiempo fuera de casa es limitado —suspiró—. Voy a volver a ser un fantasma asustado por un tiempo, ya luego te llamaré para darte indicaciones, cariño.

 

 

Juego de azar…

 

 

Sacar provecho de las cosas era esencial y divertido. Porque si bien jugaban para un mismo bando, a veces también había que ceder ante el enemigo para confundirlo o para encaminarlo a una trampa beneficiosa. Pero Reborn sólo lo hizo por diversión.

 

—Tu hijo ya se acostó con el omega —esa mañana solo quiso joderle la vida a alguien.

¿Reborn?

—Me debes una, Fon.

Y te la pagaré cuando sea necesario.

 

Colgó sin escuchar nada más. Rio divertido por su acción. Y luego solo negó porque ni siquiera necesitaba que le pagaran por esa información, porque él mismo podía sacar provecho del caos que armó.

 

—En verdad, es divertido.

 

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

 

Krat está bien pendeja en medio de sus pensamientos depresivos, así que…, esto es lo que salió XDDDD

¡Perdonen a Krat!

Besos~


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